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Serie: Apologética Católica

La Eucaristía según San Juan:


la Carne y la Sangre
Po r J o n atan M e d i n a

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Ep.9: La Eucaristía según San Juan - la Carne


Apr 28 · Esquina Apologética: fe y razón

36:53

Hasta ahora, en este tercer nivel de apologética, se ha


ido demostrando la veracidad de la Iglesia católica
por medio de ciertas «vías», como lo son la unidad
(revisar artículo Una sola iglesia: la necesidad de un
solo cristianismo), la continuidad (revisar artículos La
sucesión apostólica: una iglesia ininterrumpida y El
Primado de Pedro: la primacía de la sede romana) y la
infalibilidad (revisar artículo El Primado de Pedro: la
piedra y las llaves de la Iglesia y La Justificación del
Canon del Nuevo Testamento). Sin necesidad de entrar
en doctrinas específicas que dividen a católicos de
protestantes, ortodoxos y más, se ha concluido lógica y
necesariamente que solo la Iglesia católica romana
califica como la única y verdadera Iglesia de
Jesucristo. Es momento, pues, de atender ahora
algunas de las enseñanzas que más controversia han
provocado en los últimos siglos entre a Iglesia católica
y otras confesiones cristianas, en específico, el
protestantismo. Hemos decidido empezar con una
doctrina gravitante y central para todo católico: la
Eucaristía.

La mayoría de denominaciones protestantes sostiene


que el pan y el vino con el que Jesucristo celebró la
Última Cena y que los primeros cristianos tenían como
centro de su culto se trata no más que del símbolo del
cuerpo y la sangre de Cristo, mientras que la Iglesia
católica sostiene que se trata del Cuerpo y la Sangre
real de Jesucristo. El presente tema lo abordaremos en
distintas partes. En la primera intentaremos demostrar
con una correcta exégesis bíblica que en la Eucaristía
está realmente el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor.

¿Qué hay en el pan según Juan 6?

En las Escrituras encontramos diversos pasajes


eucarísticos que han sido motivo de interminables
debates en los últimos siglos, entre católicos y
protestantes. Pero dentro de todos ellos hay uno en
particular que ha sido motivo de mayor controversia. Se
trata del famoso pasaje de Juan 6 que leemos a
continuación:

Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que


venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea
en mí, no tendrá nunca sed. […] Los judíos
murmuraban de él, porque había dicho: «Yo
soy el pan que ha bajado del cielo». Y decían:
«¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y
madre conocemos? ¿Cómo puede decir
ahora: He bajado del cielo?». Jesús les
respondió: «[…]en verdad, en verdad os digo:
el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de
la vida. Vuestros padres comieron el maná en
el desierto y murieron; este es el pan que baja
del cielo, para que quien lo coma no muera.
Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno
come de este pan, vivirá para siempre; y el pan
que yo le voy a dar es mi carne por la vida del
mundo». Discutían entre sí los judíos y decían:
«¿Cómo puede éste darnos a comer su
carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad
os digo: si no coméis la carne del Hijo del
hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida
en vosotros. El que come mi carne y bebe mi
sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el
último día. Porque mi carne es verdadera
comida y mi sangre verdadera bebida. El que
come mi carne y bebe mi sangre, permanece
en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que
vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre,
también el que me coma vivirá por mí. Este es
el pan bajado del cielo; no como el que
comieron vuestros padres, y murieron; el que
coma este pan vivirá para siempre». […]
Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es
duro este lenguaje. ¿Quién puede
escucharlo?» Pero sabiendo Jesús en su interior
que sus discípulos murmuraban por esto, les
dijo: «¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al
Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El
espíritu es el que da vida; la carne no sirve
para nada. Las palabras que os he dicho son
espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros
algunos que no creen». […] Desde entonces
muchos de sus discípulos se volvieron atrás y
ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a
los Doce: «¿También vosotros queréis
marcharos?». (Juan, 6, 35-67)

Sobre estos versículos existen fundamentalmente dos


posiciones: una cree que la «carne» y «sangre» a la que
se refiere Cristo se trata de una mera metáfora, mientras
que la otra posición sostiene que se trata de la carne y
sangre literal; es decir, real. Pero antes de empezar a
demostrar la posición católica, es importante observar
lo siguiente. Sea lo que sea que signifique «comer la
carne» y «beber la sangre» de Cristo, en algo debemos
estar de acuerdo todos los cristianos: se trata de algo
de vida o muerte, de absoluta necesidad y de vital
importancia. Las palabras de Jesús son más que
comprometedoras: «En verdad, en verdad os digo: si no
coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su
sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi
carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le
resucitaré el último día». Está claro que sea lo que
«comer la carne» y «beber la sangre» de Cristo sea, de
ello depende nuestra vida eterna. El problema con la
posición protestante mayoritaria es que lee este pasaje
con sus propias anteojeras teológicas, las cuales le
dicen que basta solo la fe para tener la vida eterna
asegurada. El protestante rechaza a priori que los
creyentes debemos hacer algo para obtener la vida
eterna, no porque la Biblia lo diga, sino porque su
propia doctrina de Sola Fide lo hace. «Comer la carne»
y «beber la sangre» de Cristo, entonces, solo puede
significar una cosa: tener fe. ¿Pero es esto a lo que
realmente se estaba refiriendo Cristo si leemos Juan 6 a
la luz del contexto completo de las Escrituras?
Claramente no.

Vamos a presentar tres razones por las cuales la


interpretación católica de este pasaje es la más
plausible de todas. La primera razón es por las
expresiones realistas que usó el mismo Cristo. En un
primer momento él dice que «si uno come de este pan,
vivirá para siempre» (v. 51). La palabra griega que aquí
utiliza el evangelio para el verbo «comer» es fagw (fag’-
o) que quiere decir «comer», «consumir» o «alimentarse».
Ante estas extrañas palabras, los judíos asombrados y
confundidos pasan a preguntarse: «¿cómo puede éste
darnos a comer su carne?» (v. 52). Lo interesante viene
a continuación: Jesús, lejos de emplear ahora un verbo
más amplio que se preste para una interpretación más
simbólica y que aclare el asombro de sus
interlocutores, decide usar un vocablo todavía más
escandaloso cuando dice : «en verdad, en verdad os
digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no
bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que
come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y
yo le resucitaré el último día» (v. 54). En esta
oportunidad la palabra griega aquí empleada ya no
es fagw (fag’-o) —que ciertamente podría interpretarse
de una manera también metafórica—, sino la palabra
trwgw (tro’-go) que, según la propia Biblia protestante
Strong, quiere decir «roer», «morder», «masticar» [1].
Cabe preguntarse entonces: ¿por qué Cristo, ante el
escándalo de los judíos, opta por usar un verbo aún
más explícito y menos equívoco? Pero no solo hace
este deliberado cambio de palabras, sino que también
dice: «porque mi carne es verdadera comida y mi
sangre verdadera bebida». La palabra griega aquí
para «verdadera» es alhqwj (al-ay-thoce’) que quiere
decir, según la misma Biblia Strong, «de verdad», «en
realidad», «lo más certero» [2].

La segunda razón tiene que ver con el significado


puramente simbólico que en las Escrituras tenemos de
las expresiones «comer la carne» y «beber la sangre». En
el contexto completo de la Biblia encontraremos que
cada vez que se habla de comer o devorar la carne y
beber la sangre de una persona o pueblo se trata de
una metáfora para hablar de persecución, destrucción
o ruina. Así lo vemos en Salmos 26, 2 que dice: «cuando
se acercan contra mí los malhechores a devorar mi
carne, son ellos, mis adversarios y enemigos, los que
tropiezan y sucumben». Asimismo en Isaías 9, 20
leemos: «Manasés devora a Efraím, Efraím a Manasés, y
ambos a una van contra Judá. Con todo eso no se ha
calmado su ira, y aún sigue su mano extendida».
Capítulos más adelante leemos: «Haré comer a tus
opresores su propia carne, como con vino nuevo, con
su sangre se embriagarán. Y sabrá todo el mundo que
yo, Yahveh, soy el que te salva, y el que te rescata, el
Fuerte de Jacob» (Isaías 49, 26). Por su parte, Miqueas
3, 3 dice: «Los que han comido la carne de mi pueblo y
han desollado su piel y quebrado sus huesos, los que le
han despedazado como carne en la caldera, como
vianda dentro de una olla». Nos queda claro que en el
lenguaje hebreo el comer o devorar la carne y beber
la sangre era una metáfora para expresar persecución
o destrucción de un individuo o un grupo. Es imposible,
entonces, que Jesús haya estado hablando de manera
metafórica ya que en ese caso hubiese querido decir
que para tener vida eterna, permanecer en Él y
resucitar, debemos perseguirlo, arruinarlo y destruirlo.
Tan absurda y contradictoria es esta interpretación que
ni aún los propios judíos lo entendieron así.
Precisamente porque sabían que en su idiosincrasia y
lenguaje el comerlo y beberlo simbólicamente querría
decir perseguirlo y destruirlo, entendieron que Jesús no
podía estar hablando en metáfora, sino de forma literal.
De ahí la razón de su asombro y su pregunta: «¿cómo
puede este darnos a comer su carne?».

La tercera razón está relacionada a esto último, pues


tiene que ver con el sentido que los oyentes
entendieron las palabras de Cristo y la manera en que
Él les respondió en comparación con otras ocasiones
similares. Los judíos entendieron el mensaje de manera
literal y en vez de que Cristo los corrija como en otras
oportunidades, es todavía más explícito y enfático con
la necesidad de «comer su sangre» y «beber su sangre».
Por ejemplo, en Juan 3, 3-6 Jesús le dice a Nicodemo
que «el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino
de Dios» (v. 3), a lo que Nicodemo, confundido, le
pregunta: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo?
¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y
nacer?» (v. 4). Nicodemo, siendo un doctor de la ley,
había entendido las palabras de Cristo de manera
literal. Pero en este caso, Jesús aclara su mensaje
diciendo: «En verdad, en verdad te digo: el que no
nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el
Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo
nacido del Espíritu, es espíritu» (v. 5-6). Queda claro que
Cristo estaba hablando de un nacimiento espiritual y
no de uno carnal. Asimismo, en Juan 4, 32-34 leemos:
«Pero él [Jesús] les dijo: Yo tengo para comer un
alimento que vosotros no sabéis. Los discípulos se
decían unos a otros: ¿Le habrá traído alguien de
comer? Les dice Jesús: Mi alimento es hacer la
voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su
obra». Aquí Cristo aclara nuevamente el malentendido
que habían tenido sus discípulos sobre el «comer un
alimento». Ellos lo habían entendido de manera literal,
pero Jesús inmediatamente deja en claro que se trata
de una expresión simbólica que quiere decir «hacer la
voluntad del que lo ha enviado». Finalmente, en el
Evangelio de Mateo leemos:

Jesús les dijo: «Abrid los ojos y guardaos de la


levadura de los fariseos y saduceos». Ellos
hablaban entre sí diciendo: «Es que no hemos
traído panes». Mas Jesús, dándose cuenta,
dijo: «Hombres de poca fe, ¿por qué estáis
hablando entre vosotros de que no tenéis
panes? ¿Aún no comprendéis, ni os acordáis
de los cinco panes de los cinco mil hombres, y
cuántos canastos recogisteis? ¿Ni de los siete
panes de los cuatro mil y cuántas espuertas
recogisteis? ¿Cómo no entendéis que no me
refería a los panes? Guardaos, sí, de la
levadura de los fariseos y saduceos». Entonces
comprendieron que no había querido decir
que se guardasen de la levadura de los panes,
sino de la doctrina de los fariseos y saduceos.
(Mateo 16, 6-12)

Una vez más Cristo se ve en la obligación de aclarar el


equívoco de sus oyentes. Aquí no solo lo vuelve a
hacer, sino que incluso los regaña por entender sus
palabras de manera literal y no simbólica. Jesús es
explícito en decir que con la «levadura de los fariseos»
no se estaba refiriendo a la levadura literal del pan, sino
a —como el propio Mateo observa— «la doctrina de
los fariseos y saduceos». En cambio, en Juan 6 notamos
algo completamente diferente. Jesús no solo no corrige
a sus oyentes, sino que incluso los instiga todavía más.
Primero leemos: «Muchos de sus discípulos, al oírle,
dijeron: Es duro este lenguaje. ¿Quién puede
escucharlo? Pero sabiendo Jesús en su interior que sus
discípulos murmuraban por esto, les dijo: ¿Esto os
escandaliza?» (Juan 6, 60-61). Sus oyentes habían
entendido sus palabras de forma literal, por lo que les
parecía un «duro lenguaje», mas Cristo, en vez de
aclarar su malentendido, corrobora el sentido que le
habían dado los judíos, casi con ironía: «¿esto os
escandaliza?». Finalmente, luego de dicho todo este
enigmático mensaje, leemos que «desde entonces
muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no
andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce:
¿También vosotros queréis marcharos?» (Juan 6, 66-67).
Ante el escándalo de un discurso que habla de
«comer la carne» y «beber la sangre» de una persona,
muchos de los discípulos de Cristo prefieren
abandonarlo, pero los Doce permanecen, aunque
atónitos. Jesús, entonces, no solo no pasa a justificar
sus palabras de una forma simbólica, ¡sino que los
invita a irse! En anteriores oportunidades había
procedido a explicar a los Doce el significado real de
sus palabras, como en el caso de la parábola del
sembrador (Mato 13, 10-23) o del trigo y la cizaña
(Mateo 13, 36-51). En ambas ocasiones era más que
evidente que se trataba de parábolas, por lo que los
propios apóstoles le pedían el significado de las
mismas. En el caso de Juan 6, ni ellos le piden un
verdadero significado, ni Jesús lo hace, sino que él
mismo los desafía a marcharse. Todos habían
entendido de que Él estaba hablando de su carne y su
sangre real. Los apóstoles, sin poder entender de qué
se trata todo esto, deciden quedarse con su Maestro.
No será hasta la Última Cena que el misterio se verá
resuelto cuando Cristo tome el pan y el cáliz y los
bendiga para decir: «esto es mi cuerpo» y «esta es mi
sangre».

Por estas tres razones es que la interpretación literal en


Juan 6 es mucho más plausible que la una meramente
simbólica. Según una correcta exégesis bíblica; es
decir, tomando en cuenta el pasaje con la Biblia en su
conjunto y no aisladamente, podemos concluir que el
pan que va a dar Cristo es realmente su carne y su
sangre.

Respondiendo algunas objeciones:

Existen, sin embargo, algunas populares objeciones


ante la interpretación de Juan 6 que acabamos de
ofrecer. Vamos a resolver aquí dos de las más
conocidas. La primera tiene que ver con unas palabras
que el propio Cristo utiliza en el mismo pasaje cuando
dice: «el espíritu es el que da vida; la carne no sirve
para nada» (Juan 6, 63). Son muchos los protestantes
que se apresuran en encontrar en esta expresión la
«clave» para resolver lo que para ellos parece ser un
problema. Así, por ejemplo, el teólogo evangélico Ken
Yates afirma:

Jesús aclara que no debemos comer su carne


ni beber su sangre literalmente en el verso 63:
«el espíritu es el que da vida; la carne no sirve
para nada. Las palabras que os he dicho son
espíritu y ellas son vida». No es el comer
literalmente la carne y beber la sangre lo que
da vida, sino las palabras que Él habla («ellas
son vida»). De hecho, Él dice que la carne
literal no aprovecha de nada [3].

Esta explicación tiene serios problemas. En primer lugar


haría que Cristo se contradiga consigo mismo. Si
efectivamente la carne a la que se ha estado refiriendo
en todo momento «no aprovecha de nada», ¿por qué
debemos comerla para tener vida en nosotros? ¿por
qué nos advertiría, además, de que si no la comemos,
no tendremos vida eterna, siendo que en nada
aprovecha? No tiene ningún sentido. Más bien, en el
pasaje leemos todo lo contrario: comer su carne tiene
tanto provecho que nos da vida eterna, hace que
permanezcamos en Él y podamos resucitar en el último
día (Juan 6, 54-57). En segundo lugar esta explicación
«resuelve» solo una parte de la cuestión, pero no toda.
Aún si fuera cierto que comer la carne no aprovechara
de nada, ¿qué hay de beber la sangre? Esta objeción,
además de ser absurda, deja un cabo suelto por
resolver. Lo más curioso —por decir lo menos— es que
Yates se atreve a afirmar lo siguiente: «De hecho, Él
[Jesús] dice que la carne literal no aprovecha de
nada» [4]. ¿En qué momento Jesús dijo tal cosa?
¿Dónde es que leemos en la Biblia que Cristo dijo que
la carne literal no aprovecha en nada? Lo que hace
Yates aquí es agregar algo a las Escrituras para
acomodarlo a su propia doctrina, tal y como hizo
Lutero con la palabra «sola» en Romanos 1, 17.

Lo cierto es que la «carne» utilizada en Juan 6, 63 no


quiere decir lo mismo que la de los demás versículos.
Notemos que durante todo el pasaje cada vez que
Cristo se refiere a comer la carne dice explícitamente
«mi carne» o «la carne del Hijo del Hombre». Lo hace así
cinco veces (v. 51, 53, 54, 55, 56), de modo tal que no
queda duda de Quién es la carne de la que está
hablando. Pero en el versículo 63, deja de decir «mi
carne», para pasar a decir «la carne». ¿Será entonces
que se trata de la misma carne? Evidentemente no. Si
leemos la Biblia en su conjunto, observaremos que
cada vez que parece la palabra «carne» junto a la
palabra «espíritu», su significado dista por completo del
de ser una carne literal. Por ejemplo, en el pasaje en
que Jesús habla con Nicodemo él le dice: «lo nacido
de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu».
Cristo está estableciendo una dicotomía entre la carne
y el espíritu, pero en ningún momento se está refiriendo
a su propia carne. Asimismo en Marcos 14, 38 el Señor
dice: «Velad y orad para que no caigáis en tentación;
que el espíritu está pronto, pero la carne es débil». El
mismo Jesús nuevamente no está hablando de su
propia carne, sino de aquella que es opuesta al
espíritu, de manera que ambas son fuerzas
antagónicas. Así lo deja en claro San Pablo en su carta
a los Gálatas:

Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no


daréis satisfacción a las apetencias de la
carne. Pues la carne tiene apetencias
contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la
carne, como que son entre sí antagónicos, de
forma que no hacéis lo que quisierais. Pero, si
sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo
la ley. (Gálatas 5, 16-18)

Si la carne del versículo 63 de Juan 6 es la misma


carne de Cristo que debemos comer, ¿cómo puede ser
que ella sea contraria al Espíritu? ¿Es el Espíritu
contrario a la carne de Cristo? ¿Nos damos cuenta de
lo absurdo de esta objeción? Por otra parte, en su
carta a la iglesia en Roma, el mismo Apóstol escribe:

A fin de que la justicia de la ley se cumpliera


en nosotros que seguimos una conducta, no
según la carne, sino según el espíritu.
Efectivamente, los que viven según la carne,
desean lo carnal; mas los que viven según el
espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la
carne son muerte; mas las del espíritu, vida y
paz, ya que las tendencias de la carne llevan
al odio a Dios: no se someten a la ley de Dios,
ni siquiera pueden; así, los que están en la
carne, no pueden agradar a Dios. Mas
vosotros no estáis en la carne, sino en el
espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en
vosotros. (Romanos,8, 4-9)

Finalmente, en su primera epístola a los Corintios, dice:

Yo, hermanos, no pude hablaros como a


espirituales, sino como a carnales, como a
niños en Cristo. Os di a beber leche y no
alimento sólido, pues todavía no lo podíais
soportar. Ni aun lo soportáis al presente; pues
todavía sois carnales. Porque, mientras haya
entre vosotros envidia y discordia ¿no es
verdad que sois carnales y vivís a lo humano?
(I Corintios 3, 1-3)

Se hace evidente, entonces, que cada vez que


aparece la palabra «carne» junto a «espíritu» es para
establecer una dicotomía entre las cosas que nos
:

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