CADA UNO gravita hacia el sitio que le es más agradable. El problema de la Sra.
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había sido el de las relaciones humanas. Ella estaba riendo constantemente con los vecinos y miembros de su familia. Pero hoy es una de las mujeres más populares que yo conozco. Hace algún tiempo me dijo: "Mi vida entera ha cambiado y lo logré a través de lo que le oí a usted en una charla hace algunos años. Sus palabras fueron una campana para mí. Usted dijo: "Cada uno gravita hacia el lugar que le es más agradable". Yo tomé esa idea para mí y procedí a crear una atmosfera agradable a mi alrededor. Ahora es maravilloso cómo las personas gravitan hacia mí. Las personas te responderán cuando tú les gustes; cuando ellas crean en ti y tengan confianza en ti; cuando tengan confianza en tu conocimiento y cuando tú seas entusiasta. Si esperas que ellas crean en ti, has de creer antes que todo en ti mismo; pues para que ellas tengan confianza en ti, debes tu tener confianza en ti mismo; para que crean en tu conocimiento, tú tienes que creer que sabes, tienes que tener confianza en tu conocimiento. No puedes dar a otros lo que tú no tienes para dar. Nuestra fe secreta en nosotros mismos se refleja en nuestra apariencia y las personas son atraídas o repelidas por nuestra apariencia. La persona que es tímida y que se anula a sí misma, da evidencia exterior de ello en su modo de andar, en el modo de vestirse y en el de hablar. Si uno tiene una actitud de lucha, una actitud de arrogancia o altivez, es ello visto inmediatamente y sentido por los otros quienes automáticamente reaccionan en defensa. Cuando alguien te es presentado su primera impresión de lo que eres la toma de tu apariencia. Te mira e inconscientemente llega a una decisión sobre ti. ¿Cómo pareces? ¿Cómo actúas? ¿Cómo te comportas? ¿Cómo te vistes?, puede inconscientemente decir: "No me gusta su aspecto; parece como si no cuidara mucho de su persona". Si tú pareces como si no cuidaras mucho de ti mismo, no es probable que los demás cuiden mucho de ti. La primera impresión queda hecha a través de la vista —tu apariencia; luego, a través del oído, el modo como hablas. Tú eres juzgado por la velocidad con que hablas, por el tono de tu voz y si ella es agradable o áspera; luego, a través de las ideas que expones —aquello de que hablas. Tú puedes alejar a las personas de ti por tu apariencia. (Tú mismo eres repelido por la apariencia de algunas personas). A través del modo como te expresas a ti mismo, el modo como vistes, como te conduces y lo que dices, atraes o repeles a los demás. Tus motivos son revelados por el modo como miras y como hablas. Eres juzgado no solamente por lo que dices, sino por el modo como lo 140 dices. Tus actitudes se revelan ellas mismas en tu apariencia y en tu discurso, y determinan ampliamente cómo las personas reaccionaran hacia ti. ¡Les gustas o no les gustas! Tú cooperas mejor con las personas que te gustan, ¿no es así? Otras personas cooperan contigo si tú les agradas. Para asegurar la cooperación de los demás, tienen ellos que creer en ti y tener confianza en ti como una persona; también tienen que creer que conoces aquello de lo que hablas, que tienes conocimientos. Tú mismo tienes que estar convencido de que la cooperación que deseas de otra persona es justa y buena para ella como para ti mismo. Tienes que ser claro en tu propia mente acerca de lo que quieras hacer y ser ENTUSIASTA en la presentación del asunto. Y al mismo tiempo que entusiasta, tienes que ser persistente. Asimismo, necesitas ser lo bastante artista para lograr que la persona vea el asunto como tú lo ves. Esto suena simple, ¿no es así? Bien, ello es fácil cuando tú amas a la otra persona como a ti mismo y cuando primero te amas a ti sanamente. Para lograr que la otra persona coopere contigo, tienes que ser capaz de pintar la idea en su mente como tú la ves. Y no serás capaz de hacer eso a no ser que tú mismo la veas claramente y estés convencido de su absoluta justicia. Nuestro peor acercamiento cuando queremos que alguien haga algo por nosotros es decir: "Yo quiero que usted haga esto por mí". Si alguien viniera a decirme eso, yo me rebelaría. "¡Yo quiero que usted haga eso! ¡Usted debe hacerlo para mí! “¡Si usted me quiere debe hacer esto!" Tales peticiones levantan la resistencia en otros. Nuestro deseo es vivir, experimentar, expresar; pero seríamos muy locos en no reconocer que la otra persona desea exactamente lo mismo. Nosotros la amamos a ella como a nosotros mismos. Ella no quiere ser más controlada de lo que nosotros queremos; no quiere ser dominada más de lo que nosotros queremos serlo; no quiere ser poseída. Las personas son buenas y cooperan con nosotros cuando ven su interés en esta cooperación y en acceder a nuestros deseos. Cuando ellas conocen que algo es bueno para ellas, se mueven autocráticamente en esa dirección. Ellas, sin embargo, quieren decidir por sí mismas; no quieren que su derecho a la decisión se les arrebate, sino que quieren hacer sus propias elecciones. La única verdad para cualquiera es la que ve él mismo. Sea cual fuere la verdad que nosotros podamos tener, no tiene ningún valor para otro al menos que él pueda aceptarla, verla y utilizarla. Cualquier cosa que alguien tenga que hacer por nosotros o por nuestro mutuo bien, cualquier cosa que deseemos que haga, no significara nada para él a menos que sienta que es una buena cosa para él como para nosotros, es decir que debe ser buena para ambas partes. No podemos forzar la verdad en otro; ella es solamente suya cuando él la ve y cuando la usa. Tú puedes querer hacer algo por nuestro mutuo bien; pero cuando dices: “yo quiero que usted haga esto —insisto en que usted lo haga", ello significa que no tienes confianza en ti mismo y de 141 algún modo yo siento automáticamente esa falta de confianza. Cuando tienes confianza en ti mismo, no serás arrogante, altivo o déspota, porque serás respetuoso. Cuando tu mente está libre de temor y resistencia —complejos negativos— puedes amar y cooperar con otra persona sin temor ni ansiedad. Y cuando conoces las leyes de tu propia existencia puedes aplicarlas a la otra persona; lo bueno es ponerte en el lugar de ella. Esto toma cierta cantidad de imaginación, pero puedes hacerlo. Estate seguro de que tu motivo es justo y que este traerá la respuesta deseada de la otra persona. Pero si estás motivado por odio, temor y ansia de dominio, solamente caerás en una tribulación. Tú puedes y debes ser impulsado por amor, simpatía y deseo del bien mutuo. El éxito en la vida, como nosotros lo entendemos, depende en gran medida de cómo nos entendamos con otras personas, la manera como negociemos, nuestro modo de penetrar en el laberinto de los contactos humanos. Salir adelante con otros, no quiere decir que nosotros los usemos; nos usamos a nosotros mismos. Naturalmente, queremos que otras personas cooperen con nosotros, pero el modo de asegurar esa cooperación deseada depende de la propia actitud hacia ellos. Nosotros deseamos cooperación mutua y sana. Para ir adelante en armonía con otras personas, debemos primeramente amarnos y estimarnos a nosotros mismos. Pues la persona que no se estima a sí misma, que se critica y se menosprecia, proyecta ese desprecio y crítica en los demás. Es decir, que cuando ella hace eso, automáticamente hace surgir en los otros la resistencia y la crítica. Nadie puede amar a otras personas hasta que él está conciliado consigo mismo; hasta que se aprecia y se ama a sí mismo sanamente. O sea que él no puede prosperar con otros a menos que él prospere consigo mismo, pues sus propios problemas se interpondrán continuamente en el camino de su cooperación sana. Nunca se ha hecho una sugerencia mejor para las relaciones personales venturosas que la que hizo Jesús cuando dijo que ames a tu prójimo como a ti mismo. El indicó que debíamos amarnos de un modo sano y que luego debíamos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Esto implica naturalmente que nosotros nos amemos primero a nosotros, pero luego debemos tener el mismo interés emocional en el bienestar de nuestro prójimo como lo tenemos en el nuestro propio. La persona egoísta se separa ella misma de toda cooperación activa; se ama solamente a sí misma. Cuando ella aprende a amar a los demás como a sí misma, deja de ser egoísta, coopera o está interesada en el bienestar de los otros y convive mejor con ellos. Una persona no puede dejar de amarse a sí misma, pero el amor propio sano no gusta dominar a los demás; coopera con ellos y encuentra así su sana expresión. La personalidad fuerte, sana, vital, respetuosa de sí, convive mejor con los demás. La persona fuerte es la que puede ayudar mejor, la que puede despertar más simpatía, la más amable y la más gentil con los otros. 142 Apreciémonos nosotros mismos si hemos de esperar que los demás nos aprecien. Debemos ser simpáticos con nosotros mismos. La persona que se siente inferior es débil y tímida ante cualquier obstáculo que le presenta la vida. Es necesario que pensemos y vivamos de modo que tengamos una alta estimación de la persona. No debemos resentirnos ni ser temerosos de nosotros mismos. Debemos tener un sentimiento de confianza en el propio ser, en los otros y en la vida. Pues si creemos que somos pecadores— débiles e inferiores, ineficaces— no saldremos adelante con otras personas porque siempre estaremos tratando de protegernos, levantando de este modo una barrera entre nosotros y los demás. Muchas de nuestras dificultades en las relaciones humanas son debidas a la proyección de nuestro propio sentimiento de culpabilidad, menosprecio, carencia e inferioridad. Para tener relaciones confortables y felices debemos creer que somos dignos de amor y cooperación. Y naturalmente, sólo podemos tener este sentimiento si vivimos de modo que sintamos que lo merecemos. Nosotros no creeremos que podemos tener a menos que creamos que lo merecemos. El éxito en las relaciones humanas está basado en motivos justos, y el único motivo válido es el bien de los demás como el nuestro propio. Esto significa un amor sincero y sano para uno mismo y un amor similar para todo aquel con quien tengamos contacto.
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