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ESCUELA DE ESTUDIOS GENERALES

INTRODUCCIÓN A LA CIENCIA

LECTURA 1

Tema: La definición tripartita del conocimiento1

En la antigüedad Platón (428-347) había tratado extensamente del problema del


conocimiento en su diálogo Teeteto (también en el diálogo Menón). Allí uno de los
protagonistas del diálogo, el joven aprendiz de matemático Teeteto, aparecía ofreciendo
hasta tres definiciones del conocimiento. La tercera es la más interesante. Teeteto
sostenía allí que “el conocimiento es la opinión verdadera más una explicación” (201c-
201b), definición que no era aceptada por Sócrates (que casi siempre figura en los
diálogos como el interlocutor que conduce la conversación en prácticamente todos los
diálogos platónicos). Pese a tratarse de una definición muy notable no tuvo mucho éxito
en la época posterior.

Esta definición fue recogida y reformulada en los años 40 y 50 del siglo XX por el
filósofo inglés Alfred Ayer y por el norteamericano Roderick M. Chisholm, cada uno
por su lado. Los esfuerzos de estos autores dieron lugar a la así llamada “definición
tripartita del conocimiento” que lo presenta como “la creencia verdadera y justificada”,
en torno a la cual ha girado toda la discusión última en torno al conocimiento. Esta
definición tiene tres elementos, que son los siguientes:

(1) S cree que p (donde S es cualquier sujeto y p la proposición del caso; por creer
se entiende aquí el adherir teóricamente a aquello que se cree)

(2) p es verdadero (entendiendo aquí por verdad el coincidir lo afirmado con el


estado de cosas o a los hechos a los que se refiere la proposición)

(3) S tiene razones justificadas para creer que p (“por razones justificadas” se
entiende los fundamentos garantizados)

Esta definición parecía poder dar cuenta de todo tipo de conocimiento, por ejemplo
del conocimiento cotidiano. En efecto, si Eduardo cree que el Manchester United ha
ganado la Campionshipscup del 2008, tiene realmente este conocimiento porque lo
afirma así (lo cree), porque esta afirmación es verdadera (coincide con el resultado del
partido entre el Manchester United y el Chelsea), y porque tiene razones justificadas
para creerlo o afirmarlo (vio el partido definitorio por TV, o leyó el resultado en los
periódicos, o se lo contaron amigos que vieron el partido por TV).

Se aplica también al conocimiento histórico: Si Eduardo cree que San Martín


proclamó la independencia del Perú el 28 de julio de 1821, posee este conocimiento,
pues lo afirma así, esta afirmación o creencia es verdadera, y tiene razones justificadas
para hacerlo (recuerda bien que su profesor de historia lo explicó así, o que lo leyó en su

1
David Sobrevilla, Introducción a la filosofía. Lima, Editorial Universitaria, Universidad Ricardo Palma,
pp. 69-73.
libro de historia, y siempre ha encontrado esta afirmación reproducida en los diarios y
libros que revisa).

Pero la definición se cumple también en el caso de los conocimientos matemáticos:


Si Silvia cree que el cuadrado de la hipotenusa de un triángulo es igual a la suma de los
cuadrados de los catetos (a2 =b2 + c2; donde a = la hipotenusa, y b = un cateto y c = el
otro cateto), entonces tiene este conocimiento (el del teorema de Pitágoras). En efecto,
Silvia lo cree así (lo sostiene); esta afirmación es verdadera, y ella tiene razones
justificadas para su creencia (conoce la demostración del teorema, o por lo menos
recuerda la explicación al respecto de su profesor de matemáticas, o que la leyó en un
libro).

Esta definición tiene además distintas ventajas. En efecto, permite por ejemplo
descartar como conocimiento afirmaciones que podrán ser verdaderas, pero que no
constituyen un conocimiento porque le faltan razones justificadas para sostenerlas. Si
por ejemplo Luis cree que el dólar subirá de precio dentro de dos días y así sucede en
efecto, habrá que preguntarle las razones que tuvo para su creencia. Si él nos
manifestara que era porque se lo dijo una gitana no es una razón justificada. Es decir
que, pese a que la predicción se cumplió, la creencia de Luis que se confirmó como
verdadera no era un conocimiento. En cambio, si Luis hubiera creído en la subida del
valor del dólar porque se lo dijo un analista informado de la situación económica, sí
habría tenido un conocimiento, pues un juicio de un experto sí es una razón justificada.

Además, permite descartar como conocimiento creencias para las que había en un
momento razones justificadas y que eran verdaderas, pero que luego se han mostrado
como creencias no verdaderas. Así, por ejemplo, la creencia generalizada de que Hiram
Bingham había “descubierto” Machu Picchu (una de las siete nuevas maravillas del
mundo, localizada en Perú, en el departamento del Cuzco, construido en el siglo XV
como residencia de descanso y santuario religioso) ha perdido su condición de
conocimiento, al establecerse que un saqueador Alemán había hallado mucho tiempo
antes las ruinas.

En suma, para que exista un conocimiento se requiere que la creencia sea verdadera
y que la persona que sostiene dicha creencia tenga razones justificadas para tenerla. Se
trata, sin embargo, de condiciones necesarias, esto es, que si falta cualquiera de ellas no
hay conocimiento; y además de condiciones suficientes, es decir, que bastaría con que
ellas se presentaran para aceptar que hay conocimiento.

La objeción de Gettier

La definición tripartita del conocimiento parecía haber hallado un consenso muy


apreciable hasta que, el año 1963, el filósofo norteamericano Edmund Gettier publicó
un artículo con el título: “¿Es la creencia verdadera y justificada conocimiento?” En el
artículo Gettier proponía algunos contraejemplos que mostraban que a veces las tres
condiciones del conocimiento establecidas por la definición tripartita se cumplían, pero
que sin embargo no se daba conocimiento.

Vamos a ofrecer ahora una breve exposición sobre la objeción de Gettier. Este propuso
ante todo dos supuestos que son sin duda admisibles. Dichos supuestos son:
1) Se puede estar justificado para creer algo que es falso.
2) Si un sujeto, S, cree justificadamente una proposición p y esta implica otra
proposición q, entonces S está justificado para creer que q. Se trata de un
principio de cierre de justificación.

A continuación, Gettier ofrece dos contraejemplos que vamos a sustituir por


otro: Carlos, que es profesor del curso de Introducción a la Filosofía en la universidad,
ve llegar siempre a clase a María en un Toyota Corolla. Un día al pasar al lado de su
carpeta recoge la tarjeta de propiedad que se le ha caído y con el rabillo del ojo ve que
dicho auto está a nombre de María. Por tanto, él tiene razones justificadas para creer que
“hay alguien en clase que tiene un Toyota Corolla” (si “María tiene un Toyota Corolla”,
es legítimo deducir “hay alguien en clase que tiene un Toyota Corolla)”. Sin embargo,
no sabe que María ha vendido el automóvil en los últimos días, pero que el nuevo dueño
le permite usarlo por un par de semanas más. Tampoco conoce que en clase Rosa tiene
un Toyota Corolla, de modo que la proposición “hay alguien en clase que tiene un
Toyota Corolla” es verdadera.

En este caso, es claro que se cumplen las tres condiciones de la definición tripartita del
conocimiento:

1. Carlo cree que p (que “hay alguien en clase que tiene un Toyota Corolla”)
2. p es verdadera (pues alguien en clase, Rosa, tiene un Toyota Corolla)
3. Carlos tiene razones justificadas para creer que p (ha visto a María llegar a clase en
un
Toyota Corolla y vio en la tarjeta de propiedad que el automóvil le pertenecía, de
donde
ha deducido que “hay alguien en clase que tiene un Toyota Corolla ”).

Sin embargo, nadie diría que Carlos conoce la situación real de pertenencia del
automóvil. Carlos no tiene evidentemente dicho conocimiento. Los ejemplos se pueden
multiplicar ad libitum, casi cuanto se desee.

Las objeciones frente a la objeción de Gettier han sido prácticamente unánimes:


ella es fundada, pero es poco convincente para renunciar a la definición ofrecida por
Ayer y Chisholm. Unos pocos autores han impugnado los dos supuestos de que se sirve
Gettier, que sin duda son enteramente aceptables. En cambio, la mayoría de quienes
buscan mantener la definición tripartita han optado por agregar una cuarta condición
más con respecto a las razones justificadas. Entre las propuestas que se han hecho se
encuentran: la de que la frecuencia del sujeto ha de estar apropiadamente causada por
aquello que la hace verdadera; que la creencia verdadera debe haber sido obtenida por
un método fiable; que la creencia debe seguir el rastro de la verdad, o que la creencia
debe tener una justificación incontrovertible o inderrotable, propuestas todas que no
han hallado una aceptación incondicional.

El artículo “¿Es el conocimiento creencia verdadera justificada?” del año 1963


escrito por el epistemólogo estadounidense Edmund Gettier significó una revolución en
el terreno de la teoría del conocimiento. En efecto, este trabajo cuestiona los términos en
los cuales se efectúa el análisis clásico del concepto de conocimiento, a saber, las
condiciones de creencia, verdad y justificación. Estamos hablando de un análisis o
definición que corre a lo largo de toda la historia de la filosofía occidental, y al cual
podemos observar de algún modo desde el mismísimo Platón y su diálogo Teeteto. El
punto de Gettier es señalar que las condiciones de creencia, verdad y justificación,
aunque necesarias para la atribución de conocimiento a un sujeto, no resultan
suficientes. Esto quiere decir que se requiere de por lo menos una condición más para
que el análisis resulte completo, aunque Gettier no dijo qué y ninguna de las alternativas
presentadas hasta la fecha por los numerosos participantes en el debate suscitado hayan
resultado satisfactorias.

Para sostener su tesis, Gettier formula una serie de contraejemplos en los que
muestra que individuos a quienes se les pueda adscribir creencias verdaderas y
justificadas, carecen no obstante de conocimiento. Habla específicamente de un tal
Smith, quien acude a una entrevista de trabajo y a quien el Presidente de la compañía le
ha dicho que Jones obtendrá el trabajo. Smith, además, ha contado las monedas que hay
en el bolsillo de Jones (¡nadie sabe cómo!). De lo cual, se tiene que Smith tiene la
creencia justificada de que quien obtendrá el trabajo guarda diez monedas en el bolsillo,
pues el Presidente de la compañía, que es una fuente fiable, le ha dicho que Jones
obtendrá el trabajo y el propio Smith mediante experiencia ha contado el número de
monedas que hay en el bolsillo de Jones. Ahora bien, resulta que al final Jones no
obtiene el trabajo, y quien lo hace es Smith. En ese momento, Smith aprecia que tiene
diez monedas en el bolsillo; por lo tanto, su creencia inicial “la persona que obtendrá el
trabajo guarda diez monedas en el bolsillo,” es, aparte de justificada, también verdadera.
Tiene, así, las tres condiciones: creencia, justificación y verdad. Sin embargo, nadie
estaría dispuesto a atribuir conocimiento a Smith. Esto es un caso en contrario para el
análisis clásico del conocimiento.

Un contraejemplo tan sencillo tuvo consecuencias devastadoras para la teoría del


conocimiento tradicional y llevó a la revigorización de su estudio. Años después, en
1969, sale a la luz otro clásico en la disciplina. Nos referimos a “Naturalización de la
teoría del conocimiento” de W. V. O. Quine2. En este texto la teoría del conocimiento
tradicional recibe un puntillazo fatal. Quine cuestiona las pretensiones que tiene esta
disciplina filosófica de hacer las veces de tribunal sobre qué pasa como conocimiento y
qué no. Su excesiva preocupación por el concepto de justificación es puesta en cuestión.
A la filosofía, según Quine, no le debe preocupar este trabajo normativo, este establecer
qué justifica a una creencia y qué no. Los filósofos no deben preocuparse por cómo tal o
cual pieza de evidencia puede justificar una creencia, sino, más bien, cómo esa pieza de
evidencia, y en específico, ese estímulo sensorial, origina una creencia. En otras
palabras, el trabajo de la teoría del conocimiento no deberá ser normativo, sino
descriptivo. No se preguntará “¿qué justifica nuestras creencias?”, sino “¿cómo son
causadas nuestras creencias?”. Esta empresa es empírica, antes que conceptual. En esto
consiste la naturalización de la teoría del conocimiento, en ponerla en un continuo con
las ciencias naturales tanto a nivel temático como metodológico. Pues los métodos que
ha de emplear el filósofo para dar respuesta a la pregunta quineana por la teoría del
conocimiento son los propios de la ciencia natural.

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