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APUNTES DE LITERATURA INFANTIL Prof. GABRIELA L.

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GARCÍA

CRITERIOS BÁSICOS PARA AYUDARNOS A SELECCIONAR TEXTOS

LITERARIOS INFANTILES

Elegir textos literarios para los más pequeños es una tarea muy compleja,

sobre todo si tenemos en cuenta: a) La problemática que constituye fijar criterios

que determinen las elecciones, sin tropezar con la tentación de elaborar un

documento que pueda ser leído como un “recetario infalible” para revelar las

verdades literarias claves de estos textos; b) La necesidad de atender a las

prioridades que dictamina el mercado editorial para catalogar la literatura infanto

juvenil y que configuran el canon accesible en nuestra ciudad capital.

Además, no hay que olvidar que quien transmite en la escuela la literatura se

debate entre dos posiciones que delimitan una especie de zona fronteriza: por un

lado la preocupación de cumplir con las demandas objetivas y subjetivas de su

profesión y por otro la que tiene que ver con sus gustos y preferencias

extraescolares (Bombini, Gustavo (1994), EL LUGAR DE LOS PACTOS; Cap. 3, Bs.

As: UBA). Ante lo expuesto, se abren una serie de cuestiones insoslayables

¿ qué seleccionar? ¿para qué? ¿con la mirada de quién?

Como si todo esto fuera poco, resulta muy importante sobre todo en la literatura

infantil, considerar la inclusión de las producciones orales que son la savia que la

nutre desde una perspectiva social e histórica. Nadie es capaz de negar que la semilla

que la gestó tuvo como protagonista esencial la voz de la cultura familiar y popular,

que es uno de los lugares donde se revela híbrida y heterogénea, donde en muchos

casos la letra sólo fue una excusa acorde a los imperativos de conservación, registro

y memoria que sustenta la cultura letrada e impresa. Pero los inconvenientes no

terminan en el abordaje de estas cuestiones o en su consideración, aún es necesario


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pensar en la dificultad que entraña el abordar la polisemia del término literatura,

porque como afirma Ana María Machado, la cuestión no debería girar en torno al

adjetivo “infantil”, sino que deberíamos atender al sustantivo “literatura”. Opina que

calificar a la literatura infantil no implica una restricción de sentido, sino todo lo

contrario: supone una ampliación, porque son libros que también pueden leer los

niños, además de los adultos. Afirma que aquellos que tienen un cierto interés para

los niños, pero que no emocionan, ni divierten a los adultos por que no son buenos,

no son literatura, sencillamente no interesan y no importa que se los llame infantiles.

En este punto es preciso señalar que quien tiene la tarea de delimitar este espacio, lo

hará en torno a su concepción de literaridad a la que no escapan su canon personal,

su biografía escolar y académica, configurada sobre la base del canon oficial, el

crítico y el accesible y su particular textoteca.

Pese a todas las dificultades señaladas procuraremos ofrecer algunas “pistas” que

justifiquen selecciones apropiadas, según nuestras concepciones

En nuestra experiencia como capacitadoras y como formadoras de formadores hemos

observado que se priorizan ciertos aspectos que operan como criterios válidos a la

hora de seleccionar textos para los más pequeños en el ámbito escolar, a saber:

i- La brevedad, vinculada para muchas maestras, con la cantidad de hojas que

abarca el texto.

Este criterio pierde su valor si consideramos que la extensión, por una parte

depende de la configuración espacial que decida darle la editorial. Por otra parte, es

preciso considerar el contexto socio cultural en el que se desenvuelven los niños que

en algunos casos puede ser tan favorable, que acostumbrados a que se les lea
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desde edades muy tempranas requieren “el incremento paulatino de letra impresa”,

lo que implica la invalidación de este criterio como el prioritario.

ii- La claridad y precisión en el uso del vocabulario. Este criterio también

resulta ambiguo. Cuándo los textos teóricos sobre literatura infantil se refieren a

ello es necesario develar si a lo que aluden es a la claridad conceptual, a la

precisión relacionada con la pertinencia en la información, a los aspectos

retóricos y/o estilísticos, al hecho que las palabras se relacionen con el mundo

de los niños, o con lo que les resulta conocido en su contexto, o bien con

palabras que pertenezcan a su dialecto y/o cronolecto. En definitiva ¿a qué se

alude con “claridad y precisión”?

En muchas ocasiones lo que denominamos “poder germinativo de las palabras”

le gana terreno a la claridad y a la precisión, ya que los niños lejos de preocuparse

por lo que nosotros comprendemos o deseamos que ellos comprendan, se dejan

envolver por la magia de lo desconocido y del poder sonoro de las palabras. Este es

el camino válido que escogen para realizar cualquier relación paradigmática o

asociativa que convoca su poder sobre la imaginación y hasta sobre el significado

de las palabras. El niño se siente dueño de ellas, de su comportamiento, del roce de

sus sonidos, de sus ecos , de la disputa y complicidad con otras palabras.. De ésta

manera el niño navega entre la magia de la historia y los horizontes de un discurso

que como lector ya no le resulta ajeno. Su huella cómplice se gesta en el mismo

lugar donde el significante se da cita con la imaginación. Aniquilar esta magia en

razón de sostener una “versión racional y consumista” resulta no sólo autoritario,

sino también perverso.

iii- La importancia de la imagen.


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Si bien a los niños les agrada que a medida que leemos les mostremos las

ilustraciones, es cierto que los mejores textos aparecen en ediciones de bolsillo. Sin

embargo, aquellos que gozan de calidad literaria, no están ilustrados con grandes ni

coloridos dibujos, ni con cuantiosas imágenes, aunque las ilustraciones sean

cualitativamente apreciables. Lo cierto es, que pensando en la realidad áulica, en la

que debemos considerar que el auditorio pueda estar conformado por muchos niños,

mostrar las imágenes del libro también puede resultar complicado. Además, es preciso

destacar que será un propósito conseguir que los pequeños puedan disfrutar del acto

de lectura de literatura en ausencia de imágenes gráficas, sobre todo una vez que se

han habituado al contacto permanente con este tipo particular de textos. Por tanto,

tampoco resulta un criterio lo suficientemente válido para atender en la selección, a

menos que se trate de un LIBRO ALBUM en los que la imagen, no sólo ilustra sino y lo

que es más importante, completa el sentido del texto e incluso expresa con las

imágenes lo que no se hace explícito en el texto verbal.

Considerando que estos son los criterios que en la mayoría de los casos guían las

elecciones de textos infantiles, cabría preguntarnos cuáles serán entonces los que

debemos tener en cuenta.

Primero es preciso destacar lo que podríamos denominar “la fuerza ficcional del

relato” a la , que Bergounioux denominó “el fervor de lo externo” .Ese fervor

alimentado por el otro yo que anhela un espacio fuera del espacio cotidiano,

construido con las palabras de todos los días, pero configuradas en una lengua

ajena y a la vez propia. Esto significa que el niño percibe el ingreso a un mundo

diferente al habitual, donde lo maravilloso o lo que los adultos podríamos calificar


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como fantástico e incluso “absurdo” adquiere su propia dimensión, presentando una

verdad válida para ese particular mundo que no debe necesariamente coincidir con

la realidad. De hecho, pocos géneros literarios tienen adeptos tan conscientes del

poder extraordinario de las palabras como la literatura infantil y juvenil. Es por esto

que los pequeños animizan su entorno y humanizan o personifican animales o

plantas, por ello gustan de relatos donde los seres vivos no humanos actúan como

tales: hablan, lloran, ríen, sueñan, se enojan, cantan y hasta discuten con sus

propios lectores.

El texto literario genera un espacio lúdico por la ficción, gracias a la

cual juegan a la vida cuando identifican su experiencia con la que les proporciona el

texto, corren riesgos en sus aventuras, padecen las acciones que socialmente

representan al mal, triunfan con el héroe, rescatan princesas, beben pociones

mágicas y sufren el dulce encantamiento de las palabras y las letras que les propone

el texto como un laberinto de sonidos y sentidos que a veces destruye lo esperado y

otras lo convoca para recorrerlo en la comunión con otras historias conocidas, ya

leídas o escuchadas. Esa sintaxis narrativa de la que nos habla Manacorda de

Rosetti en “El cuento maravilloso y su sintaxis narrativa” y las funciones que revela

Propp en relación con los cuentos maravillosos, son algunos de los caminos por los

cuales las huellas de la intertextualidad guía ese devenir polifónico que le permite a

los lectores trazar hipotéticos finales. No son ellos los que construyen la historia, es

la cultura la que la traza y ellos la descubren porque son seres que viven y respiran

esa cultura que les ofrece un capital simbólico del que comienzan a apropiarse

antes, incluso, de ingresar a la escuela a través de los relatos orales, coplas,

refranes y poesías que comparten con sus abuelos o con sus padres y hermanos.
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En cierta ocasión, Rosario, que en ese momento tenía cuatro años, fue interpelada

acerca de la posibilidad de que los gatos cantarán, a lo que contestó con total

convicción que eso era imposible, que los gatos no cantaban sino que maullaban.

Entonces, con ingenuidad se le presentó la siguiente objeción:

“Pero, Rosario, ayer leímos un cuento en el que un gato le cantaba a su

gatita en el tejado y no dijiste nada”

A lo que ella respondió “¡Ah, claro, pero ese era un cuento!”

Sírvenos este ejemplo sencillo para gozar de la admirable capacidad que

tienen los niños para ingresar por la puerta de la ficción, desafiando las leyes de la

lógica y de la naturaleza.

De lo expuesto, se puede inferir por qué les agradan tanto las

transformaciones, los objetos mágicos, los seres imaginarios que se convierten en

uno de los principales recursos de las historias para los más chicos.

Esa fuerza ficcional no sólo es producto de la historia sino también de los

procedimientos que la generan por lo que habrá que atender también a un segundo

criterio que podríamos denominar "la presencia del lenguaje figurado”. Si nuestro

objetivo es la formación del lector literario, debemos entrenar a los lectores en el

tránsito pragmático de este tipo de discurso que privilegia el gusto por otros efectos, el

que privilegia el inmenso repertorio del “lenguaje actuante”, en las palabras de A.M

Machado y que propicia una entrada retórica en el nivel sintáctico. En palabras de

Claudia López “el gusto y la forma son inseparables” esto es lo que llama nuestra

atención al transgredir el lenguaje cotidiano y violentando esa manera

aparentemente llana de “decir el mundo”, generando la práctica de la resistencia

individual contra la autoridad de la lengua- código. Con esto aludimos a la importancia


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de contemplar ese mundo a través de imágenes visuales, de movimiento y

cromáticas, auditivas, olfativas, gustativas y táctiles, de comparaciones con elementos

de la naturaleza o conocidos por ellos, de onomatopeyas, de repeticiones, de

aliteraciones, de hipérbaton, de polisíndeton , del uso del gerundio y de la cifra para

crear suspenso (por ej: “y mientras el chivo seguía comiendo, comiendo, comiendo...”

Y “a la una , a las dos y a las...”) recursos que considera Dora Pastoriza en su

conocido libro “El cuento en la literatura infantil” .

Resulta importante, sobre todo para las buenas narradoras considerar

la presencia del diálogo entre los personajes que desde el estilo directo posibilitan la

apreciación de la polifonía textual que materializaran a través del ejercicio de los

distintos matices de voz con los que puede conseguirse un efecto que podría

calificarse de “teatral” ante la lectura interpretativa. El objetivo será que el niño al

escuchar, dibuje con su imaginación un universo inalienable, sumiéndose en una

experiencia intransferible, en una dimensión única que sólo puede ofrecerle la lectura

de textos literarios, en virtud de la explosión del significado producida por un lenguaje

que “dice el mundo”, re-creándolo a través de una mirada cómplice. Al respecto A.M

Machado nos dice: “me parece fundamental que la lectura infantil esté claramente

subrayada por la naturaleza doble de la producción cultural, entendida

simultáneamente como escritura y lectura, como autoría y descifración permanentes,

como un procedimiento dinámico... la verdad es que a ese libro el lector lo escribe con

su lectura....los individuos tienen derecho a leer obras que les permitan establecer un

diálogo entre las experiencias de su vida y el mundo de las palabras”. Más adelante la

misma autora señala que el oficio de escribir para niños consiste en construir mundos

y submundos con las palabras, donde cada palabra se manifieste como un signo
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denso, cargado de sentidos y donde a cada significante pueda corresponderle una

constelación de significados, “donde un sonido puede ser un caleidoscopio verbal”.

Esas palabras deben excitar la curiosidad del niño, despertando sus especulaciones

intelectuales y sus reflexiones sobre ellas, manifestando su poder de “explorabilidad”

que es lo que produce, para la misma autora el placer del encuentro con el texto. “De

esa exploración nacen los personajes, los escenarios donde se mueven, las

situaciones que viven”, las creaciones originales y se derrumban los estereotipos.

Propiciar el encuentro con el lenguaje literario significa abrir las puertas de la

recepción múltiple, de la relectura , enemiga de la masificación y el consumismo que a

diario respiramos, implica sumirnos en una lectura que no nos niegue el placer de

interrogar, de pensar y de descifrar, de ingresar en el terreno de la ambigüedad

permitiendo que germinen otras preguntas. Significa también jugar con la pretendida

legibilidad del texto literario y hacerlo dialogar con las distintas “visiones del mundo,

enriquecidas por la pluralidad y la aceptación democrática de las diferencias” (A.M

Machado)

Nos parece fundamental rescatar como otro criterio a tener en cuenta

la presencia del humor. Éste puede desprenderse de las situaciones absurdas,

exageradas o grotescas que presenta el texto o del uso particular del lenguaje, nos

referimos a juegos de palabras, paralelismos semánticos, antítesis, confusiones

fonéticas o de sentido y porque no de todos aquellos elementos que van entretejiendo

la imprevisibilidad que en el mundo mágico de las palabras juega con todo lo que

esperamos. El humor es uno de los recursos de distanciamiento más utilizados en la

literatura infantil y juvenil contemporánea. Surge y se impone con el propósito de

separarse del didactismo moral que presidió su surgimiento. Es una actitud de


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irreverencia con respecto a la tradición de nuestro imaginario cultural que se

manifiesta en la parodia y en la desmitificación de elementos paradigmáticos de esta

literatura.

La presencia del humor puede recurrir a un recurso ya

conocido en este tipo de obras que consiste en el extrañamiento con respecto al

contexto lo que en ocasiones da lugar al absurdo, por ejemplo que un oso quepa en

una nuez o una vaca haya decidido a estudiar, como lo plantea M.E. Walsh, imágenes

basadas en el contraste imaginativo de elementos heterogéneos que se asocian con

una naturalidad deslumbrante. Por otra parte, la actitud de juego literario y la

permisividad social descubren a la parodia como otro de sus recursos preferidos, por

ejemplo cuando se desmitifican personajes terroríficos, ya porque ubicados en otro

contexto neutralizan su capacidad aterradora para provocar hilaridad, ya por la mezcla

de elementos ridículos o cotidianos en su configuración, ya por sus conductas

transgresoras con respecto a la tradición que supone cierta actuación de los

personajes tipos. También nos encontramos con textos que dirigen la parodia a la

crítica social y presentan la desmitificación en relación con el tratamiento humorístico

de modelos narrativos que sufren un proceso de hiperbolización.

Por último, podríamos considerar la importancia que asume el final del texto en

relación con el conflicto que presente. Esto no significa que estemos pensando en un

final cerrado o imprevisible, significa que los niños esperan que algo suceda, que algo

desequilibre el orden natural con el que se tejen las historias cotidianas, que al

enfrentarse con una historia ésta se complique para participar en las confrontaciones

que el texto plantea y resolverlas o no. Es del conflicto de donde fluye su capacidad
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dramática, especular e interpretativa, su condición para aceptar guiños y

complicidades, para especular sobre lo dicho y lo implícito, su facultad identificadora.

En la mayoría de los casos se presentan finales donde se

produce la desaparición positiva del problema planteado. Este tipo de final era una de

las características más estables a la que se aludía en la selección de textos literarios

para los más pequeños, propio de los cuentos populares y valorados por el

psicoanálisis como un rasgo fundamental por su función educativa y de catarsis. No

obstante, en la actualidad los finales no son siempre positivos ni cerrados. Las

propuestas que contemplan finales abiertos, dobles o alternativos cuentan con la

complicidad del lector cuyo rol explícito será el de coproductor de la historia. Los

finales negativos, que son los que aparecen en contadas obras, pretenden ofrecer

una visión más compleja de la realidad en la que no siempre se soluciona todo y

manifiestan su propósito de mantener la verosimilitud del conflicto. En ocasiones,

para evitar su rechazo suelen quedar abiertos, ya que suponen una frustración

impactante en el proceso de identificación y de las expectativas que fue trazando en

su imaginación el lector y que sólo se justifica en razón de conseguir un efecto

dramático o humorístico.

Después de andar juntos por este camino empedrado de selección sólo queda por

aclarar que consideramos que los criterios que hemos ofrecido, constituyen una de

las tantas propuestas que pueden servirnos a la hora de resolver qué

seleccionaremos literariamente para nuestros niños. Nuestro propósito es que

puedan gozar de la lectura de textos literarios , emocionarse, esperar lo inesperado,

convertirse en ese cómplice tan ficcional como la propia ficción, adueñarse del

propio mundo, encontrar su propia voz en los bosques de otra u otras voces,
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detenerse, soñar, evadirse, divertirse y hasta descubrirse en el ribete azul de una

pluma.

Bibliografía

MACHADO, ANA MARÍA (1998) BUENAS, MALAS PALABRAS, BS. AS:

Sudamericana.

COLOMER, TERESA(1998) LA FORMACIÓN DEL LECTOR LITERARIO,

Barcelona: Fundación Sánchez Ruipérez.

-----------------------------------(1999) INTRODUCCIÓN A LA LITERATURA

INFANTIL Y JUVENIL, Madrid:Síntesis.

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