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Siguiendo la explicación de Picó i Junoy, se define como aquel que poseen las
partes consistente en la utilización de los medios probatorios necesarios para
formar la convicción del órgano jurisdiccional acerca de lo discutido en el
proceso, por lo que todas las pruebas pertinentes solicitadas cumpliéndose los
requisitos legales deben ser admitidas y practicadas.
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resumirse de la siguiente manera. En primer término, para asegurar el derecho
a prueba es necesario contar con un período durante el cual se reciban las
diligencias probatorias y, desde luego, dicho término probatorio debe resultar
adecuado para que las partes desplieguen la actividad. En segundo lugar, cada
parte tiene derecho a proponer los medios de prueba que estime idóneos para
acreditar sus pretensiones y así formar la convicción del juzgador (Abel, X.). Su
última manifestación consiste en que adecuándose a los requisitos legales de
oportunidad y forma, el medio probatorio deba ser admitido y, luego,
debidamente valorado.
Para concluir, cabe advertir que este derecho no es ilimitado. Posee ciertas
limitaciones que suelen distinguirse en extrínsecas e intrínsecas (Picó, J.). Las
primeras limitaciones responden a la oportunidad y forma de aportación, las
cuales abordaremos al analizar cada medio de prueba en particular. Las
limitaciones intrínsecas resultan inherentes a la actividad probatoria, siendo
éstas la pertinencia, utilidad y licitud (para un análisis más pormenorizado véase
Bordalí, Andrés; Cortez, Gonzalo y Palomo, Diego (2014).
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Al respecto nuestro máximo tribunal ha señalado:
Que, para que exista debido proceso y se cumpla con el mandato constitucional de
que toda persona tenga la garantía de un procedimiento y una investigación
racionales y justos, es menester que se posibiliten todas las vías de impugnación que
permitan finalmente que se revisen por órganos judiciales superiores lo resuelto por
un juez inferior" (TC., 3 de septiembre de 2015, rol Nº 2723-2014 INA).
"El derecho al recurso tiene que ver, por una parte, con la necesidad de frenar la
posible arbitrariedad judicial, pero, por otra, con una finalidad del proceso vinculada
al logro de la justicia y no sólo a la resolución de un conflicto intersubjetivo de
intereses basada en la sola búsqueda del derecho aplicable;
Que, acorde a lo explicado, no debe extrañar que este mismo Tribunal, siguiendo el
criterio sentado en la historia del establecimiento del artículo 19 Nº 3 de la
Constitución, haya afirmado que el derecho al recurso forma parte de la garantía del
debido proceso legal consagrada en el inciso sexto de la norma aludida.
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rendida, la bilateralidad de la audiencia, la facultad de interponer recursos para
revisar las sentencias dictadas por tribunales inferiores.' (STC roles Nºs. 478, c. 14º;
576, cc. 41º al 43º; 699, c. 9º; 1307, cc. 20º a 22º; 1448, c. 20º; 1557, c. 25º; 1718, c.
7º; 1812, c. 46º; 1838, c. 11º; 1876, c. 20º; 1968, c. 42º; 2111, c. 22º; 2133, c. 17º;
2354, c. 23º; 2381, c. 12º y 2657, c. 11º)" (TC., 1 de septiembre de 2015, rol Nº 2802-
2015 INA).
En efecto, no podemos negar que una de las aspiraciones más profundas que
tiene una persona que ha sido agraviada con alguna resolución judicial dictada
en un proceso del que es parte es aquella que se materializa cuando dicha
decisión es revisada por un tribunal superior del que resolvió el asunto por
primera vez, buscando de esa forma, en primer término, acceder a una segunda
opinión más versada y experimentada y, en lo sustancial, poner coto al perjuicio
que le provoca dicha decisión jurisdiccional (Lorca, N.).
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En igual sentido pronunciándose sobre la existencia del derecho al recurso
como componente del debido proceso:
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En esta línea se ha señalado respecto de la configuración del derecho a la doble
instancia en países iberoamericanos, que en materia civil es un derecho de
configuración legal que, por tanto, ha de ser instituido y delineado por la voluntad
legislativa. En dicho sentido, el legislador procesal está llamado a incidir en la
efectivización de la doble instancia con fundamento en un específico mandamiento
constitucional potestativo, o con base en los abiertos parámetros con que está
reconocido el derecho fundamental a la tutela judicial, al debido proceso, o a la
defensa (Ferrer, E.; Simons, A.).
Así las cosas, hemos señalado en otra oportunidad, a propósito del proceso
penal, que el derecho al recurso ante el tribunal superior debe ser una
reconsideración de tendencia general de las cuestiones de hecho y de derecho
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(meritum causae) y no sólo una querella nullitatis. En otras palabras, se ha
resaltado que la eficacia del recurso se encuentra estrechamente vinculada con
el alcance de la revisión. Esto, debido a que la falibilidad de las autoridades
judiciales y la posibilidad de que comentan errores que generen una situación
de injusticia no se limita a la aplicación de la ley, sino que incluye otros aspectos
tales como la determinación de los hechos o los criterios de valoración
probatoria. De esta manera, el recurso será eficaz para lograr la finalidad para
el cual fue concebido, si permite una revisión sobre tales cuestiones sin limitar a
priori su procedencia a determinados extremos de la actuación de la autoridad
judicial (Palomo, D.; Alarcón, H.).
La amplitud del ámbito de cognición del tribunal de alzada es una cuestión que
apareja consecuencias y no es gratuita desde el punto de vista de la perspectiva
de los justiciables. Bien lo ha apuntado Lorca Navarrete cuando dice que "el
carácter ordinario o extraordinario del recurso incide de manera diversa sobre el
acceso a la tutela judicial efectiva mediante el recurso". Cuando el sistema
recursivo permite que conjuntamente con el recurso ordinario (apelación), se
pueda acceder a otra instancia procesal ad quem mediante el recurso
extraordinario, la tutela judicial efectiva es más determinante. En cambio, cuando
el sistema impone que se pase directamente a la vía extraordinaria, sin existir
un acceso previo a la vía ordinaria del recurso, el logro de la tutela judicial
efectiva es claramente menos incisiva y penetrante (Lorca, A.).
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separadas por un punto. Este numeral comienza diciendo "toda persona inculpada de
delito...", tras lo cual consagra explícitamente el estado de inocencia, el que se ha
formulado siempre desde la óptica penalista. La segunda oración del numeral 2
prescribe que "durante el proceso toda persona...", desapareciendo la expresión
"inculpada de delito", reforzando que goza de estas garantías mínimas "toda
persona". Además, agrega, si estas garantías mínimas que se recogen en la segunda
parte del numeral 2 fueran aplicables sólo a los procesos penales, no tendría razón
de ser el haber distinguido en la misma norma tres numerales más que consagran
principios propiamente penales como las signadas con el número 3 y 4. Por lo tanto,
"de la misma textualidad del numeral 2 del art. 8 de la Convención, surge que estas
garantías conforman un plexo de reglas que son de aplicación a todo proceso, sin
importar la materia que en él se debata" (González, M.). En sentido similar, los
planteamientos de las ponencias de las XII Jornadas Iberoamericanas de Derecho
procesal desarrolladas en Santiago de Chile (2010), donde se coincidió en que nada
impide que el art. 8.2 h) encuentre una conveniente extensión interpretativa a los
procesos a los cuales se refiere el art. 8.1 de la CADH, en la medida en que sea
factible su aplicación al caso y su aplicabilidad a la luz de los derechos en juego en
un proceso civil (Ferrer, E.; Simons, A.).
Por último, debemos apuntar como lo ha hecho la mejor doctrina, que las fichas por
una tutela adecuada a los derechos de los justiciables, deben ser jugadas en la
primera y segunda instancia, y que por el contrario, una única instancia forzaría en
principio, a esperar mucho más de los recursos establecidos para revisar lo actuado
en aquella, debiendo ser configurados con más amplias finalidades y funciones (De
La Oliva, A.).
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