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To cite this article: Guillermo Julio Montero (2015) Psicoanálisis de la madurescencia (Definición,
metapsicología y clínica), The International Journal of Psychoanalysis (en español), 1:6,
1753-1781, DOI: 10.1080/2057410X.2015.1365533
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Psicoanálisis de la madurescencia
(Definición, metapsicología y clínica)1
1
Este trabajo fue publicado en el International Journal of Psychoanalysis, volumen 96, número 6, páginas
1491-1513 (Diciembre, 2015) [Traducción Arthur Brakel]. Una primera versión fue presentada como
Trabajo Individual en el 48º Congreso de la Asociación Psicoanalítica Internacional celebrado en Praga
en 2013.
2
Guillermo Julio Montero es Doctor en Psicología, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica
Internacional (a través de la Asociación Psicoanalítica Argentina), Presidente de la Fundación Travesía
(Psicoanálisis para la transición y crisis de mediana edad) (est. 1989) [www.fundaciontravesia.org.ar].
Dirección: Avenida Rivadavia 4704 Piso 6 H (C1424CEP) Buenos Aires, Argentina. Dirección
electrónica: montero@fundaciontravesia.org.ar y guillermontero@hotmail.com
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Traducido por Paola Jarast del original en inglés publicado con el título
Psychoanalysis of maturescence (definition, metapsychology, and clinical practice) en
Int. J. Psycho-Anal., 96, 6, 1491-1513.
El proceso madurescente
Freud (1914c) sostiene que el individuo tiene una existencia doble: constituye
un fin para sí mismo a la vez que un fin para la especie:
«El individuo lleva realmente una existencia doble, en cuanto es fin para sí
mismo y eslabón dentro de una cadena de la cual es tributario contra su
voluntad o, al menos, sin que medie esta. El tiene a la sexualidad por uno de
sus propósitos, mientras que otra consideración lo muestra como mero
apéndice de su plasma germinal, a cuya disposición pone sus fuerzas a cambio
de un premio de placer; es el portador mortal de una sustancia —quizás—
inmortal, como un mayorazgo no es sino el derechohabiente de una institución
que lo sobrevive. La separación de las pulsiones sexuales respecto de las
yoicas no haría sino reflejar esta función doble del individuo.»
(1914, p.78)
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demandadas al cuerpo, que constituirían una línea de desarrollo, junto con las
que describe respecto a la limitación del tiempo y la muerte personal.
Resulta una paradoja extraña el hecho de que la palabra mito suela ser
comprendida y utilizada vulgarmente como mentira o engaño, puesto que el
estudio de los mitos, antropológica, lingüística y psicoanalíticamente, ha
demostrado que éstos transmiten una verdad profunda, ancestral,
trascendente: lo más auténtico y verdadero de una cultura.
Las verdades míticas se expresan a través de un proceso equivalente al del
trabajo del sueño. De la misma manera que el contenido manifiesto de los
sueños se vale de algún resto diurno (aparentemente) indiferente para
disfrazar y expresar el verdadero contenido latente —que siempre es inasible,
incomprensible, tan desgarrador como para hundirse en su propio ombligo—;
los mitos funcionan desde idéntica lógica, aunque en este caso a la manera de
los «sueños de la humanidad». Un esfuerzo de enmascaramiento tan extremo
con preservación del miramiento por la figurabilidad, sería evidencia de que
los mitos transmiten verdades que desafían la capacidad representacional.
La producción de mitos de la humanidad permite algunas clasificaciones.
Entre éstas, pueden considerarse los mitos de la creación del mundo —que
intentan responder la pregunta acerca de los orígenes del mundo y su
destino— y los mitos del héroe—que aluden al misterio de la vida y de la
muerte.
La especificidad del mito del héroe ofrece un modelo paradigmático para
una representación del ciclo vital humano. El articulador que los vertebra
alude a las vicisitudes de las diferentes etapas de la vida humana, entre éstas,
el nacimiento, la adolescencia, la madurescencia, la vejez y la muerte.
Dado que el psicoanálisis reconoce que los fenómenos psíquicos
universales tienen un equivalente mítico, por ejemplo Edipo y Narciso,
resulta tentador inquirir cómo estarían expresadas las características de la
madurescencia en el mito del héroe, aportando así otra perspectiva para su
definición.
Así como la salida exogámica que plantea la adolescencia suele ser
figurada en los ciclos míticos del héroe en la serie de pruebas de iniciación
que el héroe debe sortear para ser considerado miembro adulto de la sociedad
(viaje de ida), las vicisitudes específicas de la madurescencia (viaje de vuelta)
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Al entrecomillar la palabra «su» en la expresión «su» inmortalidad quiere enfatizarse el carácter
estrictamente narcisista de la búsqueda. Aludir a la «hierba de la inmortalidad» impersonalmente, como
hacen muchos autores, evitaría considerar que el héroe trata de conquistarla para sí mismo, más que para
toda la comunidad.
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A partir de este momento cada vez que se aluda conjuntamente al climaterio masculino y femenino se
utilizará la palabra climaterios en plural.
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La sexualidad y la muerte
Pero, ¿por qué razón la pubertad y los climaterios generan esta demanda tan
importante de trabajo psíquico, si son momentos o procesos propios del ciclo
vital humano, si es algo que les sucede a todos los seres humanos desde
tiempos inmemoriales? ¿No podría suponerse que aquello que nos constituye
como seres humanos debiera ser vivenciado como algo «natural» en lugar de
promover tamaña revuelta psíquica?
El aspecto psíquico de la biología extendida demandaría un
reacomodamiento porque el ser humano parece estar condicionado por dos
grandes moratorias. La primera, que Erikson (1951) denominó moratoria
adolescente, y la segunda que podría denominarse moratoria madurescente.
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Como una de las paradojas más importantes que plantea la vida humana,
estos dos períodos de moratoria que se postulan, son los momentos del ciclo
vital en los que sería posible promover un verdadero crecimiento y un cambio
subjetivo trascendente, tanto como el encuentro con la autenticidad (subjetiva
y vincular).
Por esta razón, podría pensarse que la madurescencia es una oportunidad
que ofrece el ciclo vital para promover, continuar y profundizar el desarrollo
individual en el ámbito de la propia subjetividad (intra-subjetividad), del
vínculo con los objetos (inter-subjetividad) y del intercambio entre las
generaciones (trans-subjetividad). Por supuesto, esto es lo que sucedería en
los mejores casos, porque siempre la psicopatología se encargaría de mostrar
magnificados los procesos que en el desarrollo normal acaecen disimulados.
Cabe aclarar algo que recurrentemente surge como cuestionamiento para
esta manera de pensar el tema: el climaterio masculino es muy diferente del
violento final que plantea la menopausia al climaterio femenino. Si bien es
cierto que el inicio del climaterio masculino no impide la actividad
procreativa hasta muy avanzada la edad madura, la biología natural,
específicamente los estudios etológicos dentro de ésta, demuestran que en las
especies superiores —incluyendo la humana— las crías generadas a partir de
machos mayores pueden nacer con malformaciones o dificultades para la
supervivencia, algo que pareciera que el ser humano también pretende
desmentir porque los climaterios poseen una manifestación genérica
esencialmente diferente, aunque son funcionalmente equivalentes.
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Puede hallarse aquí al Freud más empírico, porque por esa época no se
conocía lo que se denomina climaterio masculino ni su impronta pulsional,
pero Freud encontró estos efectos en su clínica, razón por la que pudo
adjudicar este «enérgico empuje» también a los hombres.
El segundo ejemplo:
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Metapsicología de la madurescencia
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Clínica de la incertidumbre
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queda por vivir está íntimamente vinculado con la segunda moratoria y sus
efectos psíquicos.
Freud (1919) aludió a la incertidumbre vinculándola con lo ominoso, algo
que en su grado máximo podría promover un tipo de defensas extremas que
son evidentes en las crisis madurescentes, porque la intolerancia a la
incertidumbre presenta lo ominoso de manera directa en la vida psíquica
rompiendo la integración psíquica. (Montero, 2005; 2009)
Una paciente de cincuenta años de edad, con cinco años de psicoanálisis
previo, comenzó repentinamente a incrementar el consumo de alcohol, a
sentirse deprimida y desconcertada, sin saber cómo seguir con su vida. Relató
el sueño siguiente: Me veo en la fiesta de casamiento de mi ex-pareja. Estaba
él con su mujer y yo estaba sacándoles 7 fotografías, pero en un momento
determinado me doy cuenta de que se me acabó (sic) el rollo de la máquina
(analógica) y que no tenía más fotografías para sacar. Yo seguí tratando de
sacar más fotografías, a pesar de que sabía que no tenía más negativos en el
rollo, pero lo intentaba sintiéndome rara y obsesionada con querer sacar más
fotografías, algo que me preocupaba y me dejaba sin entender qué me pasaba.
Al nivel de la madurescencia, el análisis del sueño reveló a partir de las
asociaciones de la paciente, que la máquina que se había quedado sin
negativos eran sus ovarios sin óvulos, y que por más que se esforzara en
intentarlo, se estaba quedando sin óvulos (negativos) para «sacar». La
insistencia del verbo sacar en el relato del sueño, también fue paradigmática.
Algo contrario sucedía con su ex-pareja —en la subjetividad de la paciente,
quien podía casarse con una mujer joven, y juntos podrían procrear, algo que
estaba vedado para la paciente, no porque ya no estuviera casada con ese
hombre, sino porque la naturaleza se lo había comenzado a dificultar,
iniciando así un período de la vida para el que no tenía representaciones
(fotografías) previas. En este caso, las fotografías fueron interpretadas como
intentos de representación.
Transferencialmente, la paciente estaría pidiendo al psicoanalista una
representación para aquello que no puede tenerla, porque puede llegar a
representar al nivel del cuerpo lo que sucede con su pre-menopausia, pero
muy difícilmente pueda representar aquello que está ligado al nivel del soma;
por eso la incertidumbre que expresan su preocupación y desconcierto.
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En el español coloquial suele utilizarse el verbo sacar para aludir al acto de tomar fotografías, expresión
muy elocuente para el contexto de este trabajo.
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