Está en la página 1de 11

II.

EL MUNDO ENTRE LA 1ERA GUERRA MUNDIAL Y LA CRISIS DEL 30

La Primera Guerra Mundial es considerada por los contemporáneos y e historiadores como un


punto de inflexión en la historia del siglo XX. Las certidumbres sobre las que se había asentado la
sociedad europea del siglo XIX (el progreso indefinido, la razón y el individualismo, entre otras)
entraron en crisis en el contexto de la guerra. EL desconcierto y el desasosiego se convirtieron en
moneda corriente para quienes vivieron la contienda y los años que le siguieron.
Además de las tremendas consecuencias humanas, con millones de muertos y territorios
devastados, el final de la guerra dejó como resultado un nuevo mapa político de Europa y
economías empobrecidas que tardaron años en recuperarse.
En 1917, cuando la guerra se acercaba al final, una revolución en Rusia terminó con el
gobierno zarista e instauró un régimen comunista. La primera revolución obrera exitosa del
mundo fue vista con temor por las clases dominantes del mundo.
Durante los años veinte, los Estados Unidos emergió como la nueva potencia económica
mundial. Sin embargo, en 1929, el derrumbe de la Bolsa de Valores de Nueva York provocó el
estallido de una profunda crisis económica, cuyas graves consecuencias afectaron a todo el
planeta.
En la Argentina, la reforma electoral de 1912 permitió la incorporación de amplios sectores
de la población a la actividad política. Poco después, el triunfo de Hipólito Yrigoyen en las
elecciones presidenciales de 1916 marcó el final del ciclo de gobiernos conservadores y el
ascenso al poder de la Unión Cívica Radical, aunque durante su gobierno continuaron con el
liberalismo económico y el modelo agro exportador. .
2. LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
Iniciado el siglo XX, las potencias europeas compitieron entre sí por mercados para sus productos y
colonias para sus imperios. Gran Bretaña era la primera potencia, pero Estados Unidos comenzó a
desplazarla y Alemania reclamó el primer lugar. Crisis internacionales condujeron a la más calamitosa
guerra de la historia: la Primera Guerra Mundial o la Gran Guerra (1914-1918) que marcó el fin de una
época de prosperidad económica y equilibrio internacional
La Paz Armada y la Gran Guerra
Apogeo de la Europa imperial
El imperialismo abrió una nueva etapa en la economía capitalista. Los beneficios
empresariales se canalizaron a través de un flujo de inversiones que alcanzó a buena parte del
mundo. La navegación a vapor, los ferrocarriles y los telégrafos incorporaron zonas remotas a
un mismo sistema económico. La intensificación del intercambio comercial y cultural dio lugar
a una forma temprana de globalización, en la que eventos en rincones lejanos de Asia o África
podían impactar en las metrópolis.
Paralelamente, se instauró una división internacional del trabajo, según la cual cada país se
especializaba en los rubros en que poseía ventajas comparativas. Mientras las potencias
centrales consolidaron su lugar como líderes en tecnología y fabricantes de manufacturas, los
países periféricos se dedicaron a los alimentos y las materias primas. Las potencias europeas
introdujeron grandes cambios en la periferia, como inmensas obras de infraestructura. El
transporte, las comunicaciones, la educación y la administración fueron modernizados,
rompiendo con viejas costumbres e instaurando nuevos modos de vida.
Aunque algunos sectores de las sociedades colonizadas se beneficiaron, vastas franjas de la
población continuaron sumergidas en la miseria. Sus padecimientos, los privilegios legales y
económicos de los extranjeros, y los abusos de las autoridades coloniales generaron malestar.
Así, surgieron partidos nacionalistas que exigieron la independencia y una modernización
autónoma. Otros pensadores consideraron que el materialismo y la violencia hacían de
Occidente un mal, y buscaban la independencia y la recuperación de la herencia asiática y
africana.
Paz Armada
Después de 1871, el canciller alemán Otto von Bismarck adoptó una política exterior
cautelosa: evitó enfrentamientos bélicos, reforzó su posición mediante alianzas con otros
imperios y se empeñó en aislar a Francia. El kaiser1 Guillermo II consideró demasiado tímido el
plan de Bismarck, por lo que en 1890 decidió removerlo. El Segundo Reich se volcó entonces a
la Weltpolitik2, que estableció como prioridades la construcción de una poderosa flota, la
ampliación del Ejército y la intervención en crisis internacionales para adquirir prestigio.
Estos planes desataron en Europa una carrera armamentista: cada país incrementó su gasto
militar con el objeto de alcanzar una ventaja decisiva respecto de sus potenciales rivales . Las
potencias todavía no estaban preparadas para una guerra, pero desconfiaban de sus vecinos y se
armaban como prevención. Por eso, este período fue conocido como la Paz Armada.
El mapa de las alianzas también se modificó: el Reich mantuvo su estrecha relación con
Austria-Hungría, pero abandonó el pacto de no agresión con Rusia. La alianza establecida entre
Francia y Rusia en 1894 rodeó a Alemania por el este y el oeste. En 1904, Francia y Gran
Bretaña firmaron una serie de acuerdos conocidos como Entente Cordiale, o “acuerdo
amistoso", que resolvió numerosas disputas territoriales. En 1907, el Imperio ruso, golpeado por
la derrota frente a Japón y la revolución interna, se sumó a la Entente, formando la Triple
Alianza. El Reich, diplomáticamente aislado y geopolíticamente rodeado, dependía cada vez
más de Austria-Hungría y de una dudosa alianza con Italia. El sistema de Estados europeo,
estructurado en torno de dos bloques, se volvió notoriamente rígido. Un conflicto fronterizo o

1
kaiser. Título del emperador alemán. Proviene del título del emperador romano, cesar.
2
Weltpolitik. 'Política mundial' en alemán. Política exterior iniciada por Guillermo II y orientada a transformar a
Alemania en una potencia imperial.
un incidente aislado podían activar las densas redes de arreglos y conducir, rápidamente, a una
guerra general.
Crisis entre potencias
A comienzos de La década de 1910, una serie de crisis entre las potencias europeas
amenazaron convertirse en una guerra generalizada.
En 1911, la pretensión de Francia de establecer un protectorado en Marruecos se enfrentó
con la oposición de Alemania, que también tenía intereses en la región. El conflicto estuvo a
punto de provocar una guerra abierta entre las dos potencias, pero se resolvió cuando Francia
cedió parte del Congo a los alemanes y estos se retiraron de Marruecos.
Entre 1911 y 1912, Italia invadió la provincia otomana de Libia, ubicada en la costa africana.
Cuando los italianos quisieron extender la guerra a otros territorios turcos, Gran Bretaña,
Francia y Austria-Hungria se opusieron porque temían las consecuencias que podría generar en
los países balcánicos la derrota de los otomanos. Finalmente, ambos países firmaron el Tratado
de Lausana, por el que Italia mantuvo su dominio en Libia y abandonó las islas que había
ocupado en el Egeo.
En el siglo XIX, algunas naciones de la región de los Balcanes (Grecia, Bulgaria, Serbia y
Montenegro) se habían independizado del Imperio otomano. Pero otros territorios aún seguían
en manos turcas. La derrota otomana ante Italia alentó a Serbia, Bulgaria, Grecia y Montenegro
a unirse para expulsar a los otomanos de Europa. Rápidamente, formaron la Liga Balcánica y
derrotaron a Turquía en la primera guerra balcánica (1912).
Sin embargo, Austria apoyó la declaración de independencia de Albania para que los serbios
no lograran una salida al mar. Entonces, Serbia reclamó otros territorios. Los desacuerdos entre
los miembros de la Liga sobre el reparto territorial provocaron la segunda guerra balcánica
(1913). En ese contexto, surgió una organización secreta nacionalista serbia llamada Mano
Negra, que pretendía expulsar a Austria-Hungria de Bosnia-Herzegovina.
La crisis de Sarajevo
Los Balcanes eran un polvorín que prometía nuevas crisis, ya que todas las potencias con
intereses en la región se involucraban en los conflictos. En ese clima hostil, el archiduque
Francisco Fernando, heredero del trono austríaco, visitó Sarajevo (capital de Bosnia). La Mano
Negra preparó un atentado y un joven estudiante mató de un disparo al archiduque el 28 de
junio de 1914. Austria-Hungria responsabilizó a Serbia y le exigió que se sometiera a los
controles del ejército austríaco para perseguir a la Mano Negra. Los serbios respondieron que
eso violaba su soberanía y que el conflicto debía resolverlo una corte internacional.
El 28 de julio Austria-Hungria declaró la guerra a Serbia. En apoyo de los serbios, Rusia
movilizó sus tropas. El juego de alianzas provocó una rápida generalización del conflicto:
Alemania le declaró la guerra a Rusia y a Francia, e Inglaterra hizo lo propio con Austria y
Alemania. La guerra fue recibida con euforia por ambos bandos, y una oleada de patriotismo
recorrió Europa.

Las razones de la guerra


El asesinato en Sarajevo del heredero del trono austrohúngaro, el archiduque Francisco
Fernando, el 28 de junio de 1914, motivó la declaración de guerra de este Imperio a Serbia. A
partir de ese momento, se activo el sistema de alianzas y se desencadenaron conflictos bélicos
entre distintos países: Rusia, que respaldaba a los serbios, movilizó sus tropas; Alemania, aliada
del Imperio Austrohúngaro, le declaró la guerra a Rusia y, pocos días después, a su aliada
Francia; Gran Bretaña, aliada de Francia y Rusia, hizo lo propio con Alemania. Así, en poco
tiempo, casi toda Europa se vio involucrada en una guerra que se desarrolló en una escala
hasta entonces desconocida.
Las razones del estallido fueron múltiples y el asesinato fue el detonante de una situación de
tensión previa en el continente. El desarrollo industrial de las potencias y la expansión
imperialista motivó la competencia entre ellas por el control tanto del mundo colonial como del
territorio europeo.
Durante la etapa de la paz armada (1871-1914) Alemania, unificada en 1871, aspiraba a
lograr la posición de primera potencia mundial, mientras que Gran Bretaña y Francia intentaban
evitarlo, pues el acelerado crecimiento de Alemania amenazaba su supremacía.
De este modo, en la primera década del siglo XX, los distintos estados europeos fueron
constituyendo sucesivas alianzas para culminar, finalmente, en la conformación de dos grandes
bloques enfrentados: la Triple Entente, formada por Rusia. Francia y Gran Bretaña (que,
durante la guerra, se denominaron “los aliados”) y por otro lado los imperios centrales,
integrados por el Imperio Austro-húngaro, el Imperio Alemán, el imperio turco otomano e
Italia, que luego rompió la alianza y se integró a los aliados.
Otro factor que contribuyó, en gran medida, al estallido de la guerra fue la exacerbación de
los nacionalismos. En esos años, el ideal de que cada nacionalidad formara un Estado
independiente todavía no se había realizado en Europa. Así, por ejemplo, el Imperio
austrohúngaro agrupaba dentro de sus límites a distintas nacionalidades, como checos,
eslovacos, rumanos, croatas, serbios, italianos, entre otros. Otro tanto ocurría con los diferentes
pueblos que integraban el Imperio Ruso.
Una guerra mundial
Era la primera vez en la historia que una guerra podía calificarse de “mundial”. En ella
participaron todas las potencias mundiales y casi todos los estados europeos, con excepción
de España, los Países Bajos, los países escandinavos (Suecia, Noruega, Dinamarca) y Suiza.
Además, combatieron hombres procedentes de otras partes del mundo. En América Argentina,
Chile, México, Colombia y Venezuela se declararon neutrales.
Por otra parte, la guerra no tuvo como escenario sólo a Europa: también se peleó en
África, en el Pacífico, en el Atlántico sur y en el Cercano Oriente, cuando intervino en el
conflicto el Imperio Otomano, aliado de la Triple Alianza.
Aunque el estallido de la guerra fue súbito e imprevisto, la opinión pública acompañó de
manera entusiasta la reacción de los gobiernos. Las sociedades europeas estaban convencidas
de sus derechos como naciones, y pretendían defenderlos. La manifestación más clara del apoyo
a la guerra fue el reclutamiento de millones de jóvenes voluntarios. Con anterioridad a 1916,
cuando se introdujo la conscripción obligatoria, más de dos millones y medio de jóvenes
británicos se enrolaron en el ejército. En el resto de los países, el enrolamiento también fue
masivo.
El sentimiento patriótico, combinado con la fantasía del heroísmo romántico y la ilusión de
glorias militares, llevó a los gobiernos y a sus pueblos a embarcarse en la guerra más sangrienta
que se hubiera conocido hasta entonces. Sin embargo, en el momento inicial nadie lo sabía. Por
el contrario, los jóvenes soldados y sus familias confiaban en un triunfo rápido de su país.
Pensaban que muy pronto estarían de vuelta en sus hogares.
La guerra tuvo una primera etapa, desarrollada a lo largo de 1914, conocida como “guerra
de movimientos”, que se caracterizó por los grandes movilizaciones de tropas y combates a
campo abierto, con muchas bajas. Las tácticas tradicionales que utilizaron los jefes militares no
habían tomado en cuenta los nuevos armamentos, más rápidos y de mayor alcance, que
convertían a la guerra de movimientos en una masacre. Así, el ejército alemán atravesó Bélgica
y entró en Francia. Sin embargo, las tropas francesas lograron detener a los alemanes en la
batalla del Marne.
Comenzó, entonces, la etapa denominada “guerra de posiciones” (1915-1917). Las tropas
peleaban enterradas en trincheras: líneas de fosas paralelas fortificadas, con refugios
subterráneos y túneles, que eran defendidas con parapetos de sacos de arena, alambres de púas,
nidos de ametralladoras y campos de minas. Separando ambas había una "tierra de nadie", a
veces separadas de las del enemigo sólo por unos pocos metros, llena de cráteres de
explosiones, árboles caídos, cadáveres, alambradas, escombros, podredumbre y barro.
Los soldados pasaban en ellas largas temporadas sometidos a condiciones durísimas, mal
alimentados, atacados por el frío, la suciedad, las ratas y los piojos. En este frente, se libraron
las más terribles batallas de la guerra que, a pesar de sus dimensiones, no lograron alterar el
rumbo del conflicto. Estas batallas dejaron medio millón de muertos y solo movieron unos
pocos metros el frente de guerra.
Para inclinar la balanza y forzar al enemigo a la rendición se introdujeron nuevas armas,
como el gas venenoso, los tanques y los aviones. También se ensayaron tácticas contra la
población civil, tales como el bloqueo marítimo que Alemania intentó contra Gran Bretaña con
objeto de dejarla sin provisiones ni alimentos. Aunque la flota británica era más grande y
poderosa, Alemania había desarrollado embarcaciones más modernas, ligeras y con gran poder
de fuego, que acosaban los barcos enemigos. Además, los submarinos alemanes jugaron un
papel muy importante en la etapa de la guerra marítima.
La economía de la guerra
La Primera Guerra Mundial fue una guerra total: los estados involucrados se vieron
obligados a comprometer todos sus recursos. Los problemas que debían afrontar eran
innumerables. Había que movilizar, equipar, vestir, alimentar a millones de soldados y, al
mismo tiempo, mantener los niveles de producción, en momentos en que escaseaban la mano de
obra y las materias primas. Los países debían atender también, por supuesto, las necesidades de
la población civil. De esta manera, fueron surgiendo verdaderas economías de guerra, en las
que toda la actividad productiva, controlada estrictamente por el Estado, se subordinó a las
prioridades militares.
Debido a que la mayoría de los trabajadores habían sido movilizados, fue necesario recurrir a
fuentes alternativas de mano de obra: mujeres, trabajadores de las colonias y prisioneros de
guerra.
2. EL FINAL DE LA GUERRA Y LA PAZ
Los países en guerra estaban agotados. Rusia fue la primera en quebrarse. Alemania intentó romper el
frente occidental, pero gracias al ingreso de los Estados Unidos los Aliados triunfaron. Con la Paz de
Versalles se rearmó el mapa político y se aplicaron duras sanciones a Alemania.
La victoria de los aliados
A medida que pasaba el tiempo y el conflicto no daba muestras de llegar a su fin, los
ejércitos y los pueblos involucrados comenzaron a sentir los efectos de la guerra. Empezaron a
producirse reacciones de desánimo y de indignación: huelgas, deserciones masivas, motines y
las revueltas que estallaron en varios países europeos en 1917 revelaron que los sacrificios de
la guerra eran insoportables. La propaganda bélica nacionalista para mantener alta la moral de
los gobiernos y la censura de las noticias "desmoralizadoras" no bastaron para controlar la
hostilidad hacia la guerra y los gobiernos se vieron obligados a endurecer la disciplina
En 1915, el ingreso de Italia en favor de Francia, Rusia y Gran Bretaña no alcanzó a
modificar el panorama general del conflicto. En 1917, la guerra entró en una nueva etapa,
caracterizada por el ingreso de los Estados Unidos al conflicto y por el triunfo de la
Revolución Rusa. Los norteamericanos, si bien indirectamente, venían participando en la
guerra a través de la venta de armas y alimentos, y del otorgamiento de créditos a los países
aliados. A partir de la declaración de guerra a Alemania en febrero de 1917, los Estados
Unidos se involucraron directamente en el conflicto y enviaron a Europa alrededor de un millón
y medio de soldados, que si bien carecían de la experiencia de los europeos , la enorme magnitud de
recursos y provisiones que pusieron a disposición de sus aliados terminó inclinando la balanza a favor
de los ejércitos aliados.
En ese mismo año, Alemania logró un cierto alivio con la firma del tratado de Brest-
Litovsk, por el cual Rusia ponía fin a su participación en la guerra y le permitió a los alemanes
y austriacos orientar todo el esfuerzo bélico hacia el frente occidental. Sin embargo, la ofensiva
de los ejércitos aliados en 1918 fue incontrolable. En octubre, Turquía firmó un armisticio, y
poco después se rindió el Imperio Austro húngaro. Mientras tanto, en Alemania se produjeron
algunos motines en la Marina e importantes movimientos obreros con huelgas y
manifestaciones. El 9 de octubre, el emperador de Alemania, Guillermo II, debió abdicar y
exiliarse en Holanda. La autoridad imperial fue reemplazada por una república, la de Weimar
que, el 11 de octubre, firmó el armisticio.
Las condiciones de la paz comenzaron a ser negociadas en París, a comienzos de 1919. En
las reuniones participaron más de treinta estados, pero las negociaciones fueron conducidas por
los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia e Italia.
Las consecuencias de la guerra
Ninguna de las guerras anteriores había sido tan sangrienta como la Primera Guerra Mundial.
Los cuatro años de guerra costaron la vida de alrededor de doce millones de personas y dejaron
más de quince millones de heridos y mutilados.
También fueron desastrosas las consecuencias económicas. Gran parte de las instalaciones
industriales quedaron destruidas, las materias primas, agotadas, los sistemas monetarios,
hundidos por la inflación y los estados endeudados. Además, la posición económica de Europa
en el mercado mundial quedó seriamente deteriorada. Esta situación fue muy bien aprovechada
por los Estados Unidos y Japón.
En el plano ideológico, la visión optimista característica de la etapa anterior a 1914
desapareció drásticamente. Desde el punto de vista político, algunos regímenes y gobiernos
perdieron el apoyo de la población. Esto fue particularmente claro para los tres grandes imperios
del continente: el alemán, el ruso y el austrohúngaro, cuya desaparición fue uno de los saldos de
la guerra. Al mismo tiempo, surgieron nuevos Estados. En los años de la inmediata posguerra se
produjeron conflictos políticos graves, con intentos revolucionarios en varios países -
Alemania, Italia, Hungría- y se desarrollaron proyectos políticos autoritarios.
Las condiciones de la paz
Después de la rendición de Alemania y de Austria-Hungría, los vencedores se reunieron en
París para establecer las condiciones de la paz. En esa conferencia se enfrentaron posiciones
divergentes sobre el futuro. Por un lado, el presidente estadounidense Thomas Woodrow
Wilson había formulado un programa que aspiraba a instaurar nuevos principios en las
relaciones internacionales. Según Wilson, las causas de la guerra habían sido la carrera
armamentista, el autoritarismo de los gobiernos imperiales, las economías cerradas, y una
diplomacia que no se preocupaba por los intereses de los respectivos países. Wilson proponía la
creación de la Sociedad de las Naciones un organismo supranacional, que aseguraría la paz
sobre el principio de autodeterminación, cuyo objetivo sería asegurar la paz, la limitación de
armamentos, la libertad de navegación de los mares y la supresión de la diplomacia secreta.
Pero su creación en 1920 no tuvo mayores consecuencias: el escaso compromiso de las
principales potencias (los Estados Unidos de América ni siquiera se incorporaron al organismo)
garantizó su fracaso.
Los acuerdos alcanzados en París contemplaron, la firma de tratados de paz con los países
vencidos. Se firmaron cuatro tratados con: Alemania, Turquía, Austrohungría, Bulgaria.
El Tratado de Saint Germain se ocupó de reconstruir el mapa de Europa oriental tras la
disolución del Imperio austrohúngaro. Con sus restos se crearon cuatro nuevos Estados: Austria,
Hungría, Yugoslavia y Checoslovaquia. Otro acuerdo (el Tratado de Sévres) desmembró el
Imperio turco otomano al ceder gran parte de sus territorios a Grecia, Italia, Francia e Inglaterra,
aplicando un sistema de mandatos. Con estos dos tratados se quiso dar respuesta a los reclamos
de las minorías nacionales que habían dado la excusa para el estallido de la guerra. Sin
embargo, algunas de ellas mantuvieron su presencia en los nuevos Estados.
Por el Tratado de Versalles, Alemania fue considerada como la única causante de la
guerra y de todas sus consecuencias. Fue obligada a pagar, en concepto de reparaciones
enormes sumas, que su arruinada economía no podía afrontar. Se le prohibió poseer una fuerza
aérea, se la obligó a reducir su flota y se estipuló que el ejército alemán no podría contar con
más de 100.000 hombres. También, cedió territorios en Europa y perdió todas sus colonias.
Polonia fue restituida con territorios cedidos por Alemania, que también tuvo que ceder a
Bélgica y devolver a Francia los territorios de Alsacia y Lorena.
Siguiendo el principio de autodeterminación de los pueblos, impulsado por Wilson, se
crearon en Europa una serie de nuevos estados. Sin embargo, los dos principales estados
creados, Yugoslavia y Checoslovaquia, eran estados multinacionales bajo la amenaza constante
de desintegración. Los acontecimientos de los Balcanes durante la década de 1990 pondrían de
manifiesto los tremendos errores cometidos en París.

América latina: entre la Gran Guerra y la crisis de 1929


Durante la Gran Guerra, se produjeron cambios en las relaciones económicas entre los
países latinoamericanos y las potencias europeas. En ese período, aumentó la presencia
norteamericana en la región. En la mayoría de los países, se extendieron los reclamos de
reforma política y social, y las ideas nacionalistas.
Las nuevas condiciones económicas
Desde mediados del siglo XIX, América latina estaba integrada al mercado internacional a
través de una economía exportadora de bienes primarios, proveedores de materias primas y
alimentos, y, a la vez, como compradores de productos industriales como Estados Unidos y los
de Europa.
Este modelo de intercambio imperaba desde la década de 1870, como consecuencia del
avance del sistema capitalista en el continente. La penetración de formas de producción
capitalistas transformó el mercado de tierras, incentivó el trabajo asalariado y contribuyó a una
rápida urbanización. Para ello, fue crucial la llegada de importantes inversiones extranjeras,
principalmente británicas y, en menor medida, francesas y alemanas. Además, en la región
caribeña y en Centroamérica, la influencia estadounidense era cada vez mayor.
Las dirigencias liberales -principales beneficiarias y sostenedoras del modelo- lideraron un
proceso de democratización en varios países: los sectores medios y los trabajadores
presionaron por reformas electorales y leyes sociales que ampliaran la participación política. En
algunos países, como la Argentina, Chile y Uruguay, la ampliación electoral fue propuesta
desde el mismo Estado; en otros, como México y Perú, los medios para alcanzar el sufragio
universal fueron más drásticos y violentos.
Esta relación comercial colocaba a los países de la región en una situación de
vulnerabilidad y mostraba la fragilidad de una economía muy dependiente del mundo exterior.
Es decir que la prosperidad de los países latinoamericanos dependía de que se mantuviera el
vínculo con las potencias industriales, en particular con Gran Bretaña. Pero en 1914, el estallido
de la Primera Guerra Mundial modificó sustancialmente las condiciones del mercado
mundial, por lo que las economías latinoamericanas se vieron afectadas por una serie de
cambios que los llevo a ensayar nuevos rumbos económicos. Entre los cambios más
significativos se encuentran:
• La disminución de las importaciones: los países europeos redujeron su producción
industrial o se volcaron a la fabricación de armamento. Además, la extensión de la guerra en el
mar dificultó el transporte de mercaderías. Por estas razones, numerosos productos industriales
que se consumían en América latina dejaron de llegar.
• La alteración de las exportaciones tradicionales: Europa demandó una mayor cantidad de
alimentos y energía durante la guerra, y más aún luego de 1918. Así, por ejemplo, aumentaron
sus compras de petróleo a Venezuela, Perú y Colombia y minerales (Chile, Bolivia). Para
abastecer a las tropas, los aliados consumieron mayor cantidad de carnes, sobre todo las
enlatadas, por lo que se beneficiaron la Argentina y el Uruguay. Sin embargo, estos mismos
países sufrieron la disminución en la compra de cereales. Esto generó un apreciable superávit
comercial de los países latinoamericanos exportadores.
• La disminución de las inversiones europeas: Gran Bretaña, el principal inversor europeo en
América latina, y otras potencias europeas redujeron sus inversiones de capital y la concesión de
préstamos.
• La mayor presencia del capital norteamericano: en este contexto de Gran Bretaña, sumida
en una “economía de guerra”, perdió su primacía como potencia inversionista y financiera en la
región, lo cual fue aprovechado por Estados Unidos que aumentó sus inversiones, sobre todo
en las áreas de servicios públicos y producción minera y petrolera.
La primera sustitución de importaciones
La irrupción de la Gran Guerra mostró la fragilidad de una economía muy dependiente del
mundo exterior, pero también fue una oportunidad para que los países latinoamericanos
ensayaran nuevos rumbos económicos. Ante las condiciones que impuso la guerra, algunos
gobiernos latinoamericanos, impulsaron la sustitución de importaciones. Es decir que
fomentaron la fabricación de los productos para el consumo interno que no llegaban desde el
exterior. Para ello otorgaron créditos y dictaron leyes que favorecieron a los dueños de
fábricas y talleres.
Este tipo de industrialización que se produjo en el Brasil, Chile, la Argentina y el Uruguay.
Pero al estar pensada, por los sectores dominantes latinoamericanos, como algo pasajero, una
medida de emergencia hasta que terminara la guerra, no consideraron que era necesario afrontar
el problema de la escasez de capitales y productos a través de políticas industrialistas a largo
plazo
En cambio, no tuvo lugar en los países específicamente agrarios que le compraban
productos industriales a los Estados Unidos, como Perú, Ecuador y Colombia. Estos
reforzaron los lazos comerciales con Estados Unidos, principal proveedor de capitales y
bienes.
Cuando finalizó la guerra, la mayoría de los países que sustituyeron importaciones recompusieron
el vínculo con las potencias europeas. Sin embargo, las condiciones de la economía mundial habían
cambiado marcando el declive de la hegemonía británica y el ascenso de los Estados Unidos como
principal inversor en la región. Los inversores estadounidenses aumentaron sus intereses en la minería, en
el petróleo, en las empresas de servicios públicos y en las finanzas. También participaron en la
explotación de los nitratos chilenos, del cobre peruano, del estaño boliviano y del petróleo de Venezuela,
de Colombia, de Perú y de México -aun con las limitaciones que imponía la Constitución de 1917-, y la
General Motors y la Ford Motors instalaron plantas de montaje en América del Sur.

El predominio estadounidense en América latina


La posguerra marcó tanto el ocaso de la influencia económica de Gran Bretaña en América
latina como la primacía de los Estados Unidos. Para consolidar su liderazgo en la región, los
estadounidenses apelaron a diversos medios. En algunas oportunidades, invocaron herramientas
legales preexistentes para apelar a la antigua idea de una unión panamericana. En otras,
directamente emplearon la fuerza, en especial en zonas consideradas estratégicas, como el
Caribe y América Central.
Estados Unidos intervenía en esas áreas desde fines del siglo XIX y, en 1901, el presidente
Theodore Roosevelt invocó la llamada “política del garrote” como justificación del uso de la
violencia para someter políticamente a la región. En 1902, los Estados Unidos dominaban Cuba;
en 1903, gestaron la creación de Panamá y, poco después, en 1911, la construcción de un canal
que atravesara ese país. Además, ante el cese del pago de créditos contraídos con bancos
estadounidenses, recurrieron a ocupaciones militares y bloqueos en Venezuela (1902),
República Dominicana (1916-1924) y Haití (1915). También, volvieron a ocupar Cuba, en 1906
y 1917, y Nicaragua, en 1912 y 1926. En los países ocupados, promovían la conformación de
gobiernos locales sometidos a los dictados de su agresiva política exterior.
Entre 1914 y 1926, los excesos imperialistas estadounidenses se fueron atenuando. La nueva
estrategia, conocida como “diplomacia del dólar”, consistía en lograr influencia mediante su
poder financiero. Pero la “diplomacia del dólar” tuvo un efecto parcial, ya que, aunque en 1917,
por influencia de los Estados Unidos, ocho países declararon la guerra a Alemania, solo cinco
de ellos rompieron relaciones con aquel país y siete se declararon neutrales.
En muchos países del continente se invocaba la Doctrina Drago, como argumento
antiimperialista de oposición a los Estados Unidos. Aunque, generalmente, la hegemonía
estadounidense era tolerada por las elites de América latina, la inversión compulsiva en los
países de la región provocó el rechazo de los intelectuales locales, quienes gestaron un
sentimiento negativo hacia el país del norte que pronto se extendió a otros sectores.
Desde 1920, en América Central, las inversiones estadounidenses se dirigieron
principalmente a los monocultivos, como el azúcar, en Cuba; el café, en Nicaragua y
Guatemala, y el banano, en Costa Rica, Honduras y Panamá. La situación transformó a las
economías locales en apéndices de esa potencia. En cambio, en países como Brasil, la Argentina
y Uruguay, menos sometidos a esa influencia directa, la participación estadounidense fue más
limitada.
Sin embargo, desde 1920, crecieron las inversiones en diversas ramas, como electricidad
(General Electric), telefonía (ITT), industria automotriz (Ford, General Motors) y créditos
(Chase Bank). En poco tiempo, esas inversiones equipararon el volumen de negocios británicos.
En Chile, las empresas estadounidenses monopolizaron la industria del cobre, mientras que, en
Perú, se volcaron a la minería, el azúcar y el petróleo. El cambio en la política exportadora de
América latina hacia la demanda estadounidense y sus importaciones permitió que, en 1929,
los Estados Unidos contaran con un 37% del total de las inversiones externas en la región.
Argentina fue el caso más excepcional, ya que, aunque recibió abundante inversión
estadounidense, no descuidó sus históricos lazos con Gran Bretaña.
El impacto de la Primera Guerra Mundial en Argentina
Entre 1914 y 1918, las potencias económicas se enfrentaron en la Primera Guerra Mundial.
Los países involucrados dedicaron sus recursos económicos a la producción bélica y, en
consecuencia, afectaron el funcionamiento del mercado mundial: cayeron las inversiones, se
debilitaron los intercambios comerciales y se produjo el encarecimiento de los fletes
internacionales.
Durante el conflicto, el modelo agroexportador argentino mostró nuevamente una creciente
vulnerabilidad externa. La reducción del volumen de las importaciones tuvo un profundo
impacto en la economía nacional. Por un lado, desencadenó el aumento de los precios de las
manufacturas y la modificación de la demanda de alimentos, ya que disminuyeron los
requerimientos de cereales y de carne refrigerada, pero aumentó la venta de carne enlatada para
el consumo de las tropas aliadas. Por otro lado, generó un primer proceso de sustitución de
importaciones industriales, impulsado por una iniciativa proteccionista del gobierno
yrigoyenista que elevó las tarifas de importación en un 20%. Esta medida favoreció,
particularmente, a los dueños de talleres y fábricas pequeñas, pertenecientes a los sectores
medios urbanos.
Luego de la guerra, se abandonó esta política de sustitución de importaciones en
beneficio de la estructura agroexportadora, con la clara intención de reconstruir los vínculos
tradicionales con los países centrales. Así, en el lapso 1920-1924, el porcentaje de la producción
manufacturera local pasó del 53% al 51%, y descendió otros dos puntos en los últimos cinco
años del período radical.
El comercio triangular
La Primera Guerra Mundial concluyó con el triunfo de los aliados y el ascenso de los
Estados Unidos como primera potencia mundial. En parte, esta situación de supremacía
económica se vio favorecida porque los enfrentamientos bélicos se desarrollaron en el territorio
europeo y los Estados Unidos ingresaron en el conflicto tardíamente, en 1917.
Durante la guerra, las inversiones estadounidenses comenzaron a desplazar a las de origen
británico en la Argentina, concentrándose en rubros clave como frigoríficos, electricidad y
transportes. Esta circunstancia fue conformando un esquema de “comercio triangular”, en el
que el país exportaba a Gran Bretaña productos provenientes del agro y, con las divisas
obtenidas, importaba de los Estados Unidos productos manufacturados. Estos nuevos
intercambios comerciales eran muy distintos a los establecidos entre Argentina y Gran Bretaña
desde fines del siglo XIX, ya que el mercado norteamericano restringía las importaciones
argentinas debido a que su propia economía era generadora tanto de bienes manufacturados
como de productos agropecuarios.
El principio de neutralidad
Durante la Primera Guerra Mundial, el gobierno argentino mantuvo el principio de
neutralidad y evitó manifestarse a favor o en contra de los bandos contendientes. Hipólito
Yrigoyen se amparó en el carácter soberano de su política exterior y defendió la idea de que el
conflicto europeo era ajeno a los intereses nacionales. Según la historiadora Hebe Clementi, el
presidente radical fue fiel a su concepción krausiana ya que basó las relaciones internacionales
en principios morales y filosóficos, como la idea de armonía y el principio de igualdad entre las
naciones.
La política exterior yrigoyenista fue severamente cuestionada por sus contemporáneos y el
gobierno recibió permanentes presiones internas y externas para ingresar en el conflicto.
Los opositores políticos internos acusaron a Yrigoyen de germanófilo, es decir, de
simpatizante de los alemanes. Las críticas públicas de los conservadores y las protestas
callejeras de grupos nacionalistas recrudecieron luego de que submarinos alemanes hundieran
buques mercantes argentinos en aguas internacionales.
En 1917, las imputaciones contra Yrigoyen alcanzaron un momento de creciente tensión
cuando el presidente insistió en mantener las relaciones diplomáticas con Alemania, a pesar del
descubrimiento de telegramas secretos en el que el embajador alemán informaba a Berlín las
rutas comerciales de las embarcaciones argentinas. El gobierno nacional evaluó la situación
como una actitud personal e improcedente del funcionario y, simplemente, lo expulsó del
territorio. Finalizada la guerra, la tenaz política de neutralidad argentina ofreció resultados
positivos ya que facilitó las negociaciones con el gobierno alemán para el cobro de reparaciones
por la destrucción de los buques de bandera nacional.
La presión extranjera para abandonar la neutralidad provino de los países aliados, en
especial, de Gran Bretaña y los Estados Unidos. El gobierno británico se opuso a la
prolongación del flujo de materias primas argentinas hacia Alemania. Por su parte, el gobierno
estadounidense difamó a Yrigoyen expresando que su negativa a abandonar la neutralidad se
relacionaba con la antipatía personal que el mandatario sentía hacia los ingleses.
La igualdad entre las naciones
Luego de la guerra, se creó una nueva institución internacional denominada Sociedad de las
Naciones, cuyo principal objetivo era el mantenimiento de la paz mundial. A través del
canciller argentino Honorio Pueyrredón, el gobierno radical propuso el ingreso al organismo de
todos los países del mundo sobre la base de la igualdad.
Las potencias aliadas, en cambio, defendieron el principio de diferenciación entre las
naciones beligerantes y las neutrales y se opusieron enérgicamente a la premisa argentina. En
este contexto, Yrigoyen rechazó la incorporación del país al nuevo organismo y ordenó el retiro
definitivo de la delegación diplomática argentina.

También podría gustarte