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GUILLERMO ALTARES
Madrid - 05 ABR 2022-03:30 UTC
Los Monty Python dejaron muy claro en La vida de Brian lo que han hecho los
romanos por nosotros: “El acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la
irrigación, la sanidad, la enseñanza, el vino, los baños públicos, la ley y el
orden”. Y la profesora de Clásicas de Cambridge Mary Beard añade otro
elemento esencial a esta lista: el humor y los chistes. En el libro La risa en la
antigua Roma, un ensayo editado por Alianza Editorial en traducción de
Miguel Ángel Pérez Pérez, intenta explicar de qué se reían los romanos y si
nosotros hemos heredado su humor. También si los chistes pueden ser una
forma de comprender la sociedad de la antigua Roma.
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Una de las conclusiones de Beard es que, aunque haya chistes que ahora nos
resultan bastante absurdos y lejanos, muchas otras bromas que circulaban
entonces siguen siendo populares en la actualidad. Las piedras del Coliseo de
Roma o del acueducto de Segovia han sobrevivido casi dos mil años, pero la
risa también. Por ejemplo: “Un tipo va al peluquero y este le pregunta: ‘Cómo
quiere que le corte el pelo’. Y el señor responde: ‘En silencio”. Y otro chiste del
que existen numerosas versiones –y del que se dice que era el favorito de
Sigmund Freud– también se remonta al mundo clásico: “Un rey se encuentra
con su doble y le pregunta: ‘¿Trabaja tu madre en palacio?’. Y el doble contesta:
‘No, pero mi padre sí”.
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“Creo que el humor siempre tiene que ver, en parte, con el poder”, explica
Mary Beard, de 67 años, en una entrevista por correo electrónico. “Se puede
ver muy claramente en las bromas en torno al emperador. Los malos
emperadores utilizaban la risa para humillar, como Calígula en este caso. Los
buenos emperadores disfrutaban de las bromas amistosas con su pueblo y
podían aceptar alguna broma con el espíritu adecuado. Pero la cosa va más
allá. Al igual que nosotros, los romanos utilizaban el humor para clasificar a
Preguntada sobre lo que nos pueden enseñar los chistes sobre Roma, Beard
responde: “Lo que hace reír a las diferentes culturas nos lleva directamente a
sus relaciones de poder y a sus ansiedades. A menudo me ha llamado la
atención la forma en que los romanos se reían de las cuestiones de identidad
errónea (¿cómo saber cómo es alguien?), mucho más que nosotros, aunque
sigue siendo un elemento en algunas comedias. Estoy seguro de que su
importancia en la cultura romana está relacionada con un gran problema en
un mundo sin documentos de identidad: ¿cómo se puede estar seguro de que
alguien es quien dice ser? La risa también te lleva a un mundo popular que
rara vez se vislumbra. Parece, por ejemplo, que los romanos encontraban
graciosa la calvicie, pero pensaban que era cruel reírse de los ciegos”.
Chistes de Lepe
De todos los chistes que recoge en el libro, el más extraño y absurdo es tal vez
el más divertido: “Un listillo, un calvo y un barbero que iban a de viaje
acamparon en un lugar solitario. Acordaron que cada uno de ellos se
quedaría despierto en turnos de cuatro horas para proteger el equipaje.
Cuando le tocó al barbero hacer la primera guardia, para pasar el rato le
afeitó la cabeza al listillo y, terminado su turno, lo despertó. Entonces, el
listillo se rascó la cabeza y se encontró con que no tenía pelo. ‘Pero qué idiota
es el barbero’, dijo. ‘Se ha equivocado y ha despertado al calvo en vez de a mí”.
Es un chiste que podría haber aparecido en una película de los hermanos
Marx.
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SOBRE LA FIRMA
Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de
Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos
países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de
editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor
ensayo de las librerías de Madrid.
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