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Tesis 3

Tesis 3

La revelación cristiana es a la vez fundamento y categoría, y tiene carácter sacramental : se realiza mediante
hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí. Jesucristo, palabra definitiva y última del Padre, lo revela
por sus obras y palabras, signos y milagros, pero sobre todo por su muerte y resurrección. Con el envío del
Espíritu de la verdad, confirma toda la revelación con testimonio divino y la lleva a la plenitud.

Introducción:
Tesis definida en la constitución dogmática del Concilio Vaticano II: Dei Verbum 2-6.

“Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo y manifestar el misterio


de su voluntad: por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los
hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina. En esta revelación,
Dios invisible movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para
invitarlos y recibirlos en su compañía. La revelación se realiza por obras y palabras
intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación
manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su
vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio. La verdad profunda de
Dios y de la salvación del hombre que transmite dicha revelación, resplandece en
Cristo, mediador y plenitud de toda la revelación” (DV, 2)

Esta tesis ubicamos en la Teología Fundamental y nos plantea cómo Cristo es el la revelación
definitiva del Padre: Cristo es al mismo tiempo mediador supremo y plenitud de la revelación1.

Vamos a ver la tesis en cuatro afirmaciones principales:

 La revelación cristiana es fundamento y categoría


 La revelación cristiana tiene carácter sacramental
 Jesucristo como Palabra definitiva y última del Padre revela al Padre mediante: palabras,
signos, milagros, muerte y resurrección.
 La plenitud de la revelación con el envío del Espíritu Santo

1). La revelación cristiana es a la vez fundamento y categoría:

Esta distinción entre fundamento y categoría, ayuda para distinguir las distintas categorías de
mediaciones (o las distintas expresiones de la fe) que existen para expresar la totalidad del
fundamento último de la revelación cristiana.

El fundamento de la revelación cristiana se entiende como la presentación del misterio de Dios que se
manifiesta en el Hijo y que incluye la actuación del Espíritu.

La revelación como categoría toma en cuenta el conjunto de las personas divinas en la trinidad. Por
lo tanto, el punto de partida es la trinidad económica: el acontecimiento histórico de Jesucristo en el
mundo querido por Dios y que también incluye la misión del Espíritu. Así, la totalidad de la
revelación se expresa en el conjunto de las palabras, los gestos, los milagros y las curaciones de Jesús,
y sobre todo en la muerte y la resurrección de Jesús. Se trata de una cristología ascendente para
entender a la persona de Cristo como verdadero y último mediador.

Como novedad, el Vaticano II recupera en el concepto de revelación el acontecimiento salvífico


entero en su sustancia y en su fundamento y lo concibe como autocomunicación de Dios: Dios mismo
es, en su eterna esencia trinitaria, el Dios de la revelación. A la vez el concepto registra una
radicalización teocéntrica: el Dios de la revelación no revela alguna cosa, sino que se revela a sí
mismo como Padre en Jesucristo, como mediador y plenitud de la revelación (DV 4), siguiendo la
1
Salvador Pié i Ninot. Tratado de teología fundamental (Salamanca: Secretariado Trinitario, 1996) 149.
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forma de revelación propia de las del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento (DV 14.17), y
continúa presente en la Iglesia a través de su Espíritu (DV 7.8). Se trata, pues, de una
autocomunicación al hombre como participación en la misma realidad salvífica de Dios.

La primera parte de DV 2 se expresa en la doble perspectiva de la comunicación y de una


“concentración cristológica”. El designo de Dios es dar a los hombres un acceso y una participación
en la vida trinitaria. Y en Cristo se nos revela esta realidad ya que el es el sacramento de Dios. Por
ello Dios se dirige a los hombres como amigos.

- Dios habla con Moisés como un hombre habla con su amigo (Ex 33,11).
- “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando” (Jn15,14-15).

Nos puede servir de guía el texto de la epístola de Pablo a los Gálatas que muestra la estructura
trinitaria de la historia de salvación en el envío del Hijo y del Espíritu al mundo por parte del Padre
(Gál 4, 4-6). Cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer y
bajo la ley, para rescatar al mundo y para compartir la filiación. La prueba de que somos hijos de
Dios es que Dios ha enviado a nuestros corazones al Espíritu de su Hijo que clama ¡Abba, Padre!

Otro texto que habla de la revelación de Dios en el acontecimiento de Cristo es Jn 14, 5-6: “Nadie va
al Padre sino por mi”. No hay otro camino al Padre si no es Jesús.

También cabe hablar de los modelos de revelación (vistos en tesis preparadas anteriormente).

Una definición de revelación:

Van Baaren, desde la filosofía del lenguaje: (1) Toda revelación tiene un autor; (2) todo fenómeno de
revelación es mediación de la presencia del misterio; (3) hay un contenido de revelación; (4) Un
destinatario; (5) y un efecto.

2). La revelación cristiana tiene carácter sacramental: se realiza mediante hechos y palabras
intrínsecamente conexos entre sí:

Una cita de Pié i Ninot:


“El carácter sacramental de la Revelación nos hace notar la nueva perspectiva que ha de asumir el
tratado de los signos de credibilidad (milagros…) más que pruebas al margen de su sentido, son
signos o gestos que, iluminados por la Palabra, se convierten en significativos”2.

El CVII quiere subrayar el elemento mediador de la revelación en vez de expresar un cuerpo de


verdades doctrinales. A través de palabras y gestos de Jesús, Dios se comunica con los hombres y las
mujeres. Dios invisible se hace visible en Cristo.

Se nos propone entender la revelación divina como la autocomunicación de Dios en la historia de


salvación y en su en su eterna esencia trinitaria, de la cual Cristo constituye la cima. La revelación es
el acto de Dios que se revela a sí mismo (1° parte de DV 2). Él que se nos revela es Dios trino.

Pero el elemento mediador de esta revelación viene señalado por un carácter sacramental que se
realiza mediante hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí. Las obras y las palabras se
interpretan mutuamente. Dios no se da a conocer en un cuerpo de verdades abstractas, sino en una
historia significativa.3 Esta revelación de tipo sacramental se produce en la historia y pasa por obras
y por palabras. Es Dios vivo en el mundo de nosotros.

Los hechos son las maravillas de Dios cumplidas en el Antiguo Testamento en favor de su pueblo.
“Por un lado, pues, el CVII subraya el carácter preparatorio, profético, y tipológico del Antiguo

2
Pié i Ninot, 150.
3
Pié i Ninot, 149.
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Testamento, y por otra, sin entrar en la controversia sobre el sentido pleno, se limita a establecer y
afirmar el sentido cristiano del Antiguo Testamento.” 4

Son también la vida, los actos, la muerte y la resurrección de Cristo, obras reveladoras y portadoras
de verdad. Por su parte la palabra de Dios tiene una eficacia propia: es en sí mismo acto que revela y
cumple al mismo tiempo la salvación.

Los Sacramentos son símbolos que visibilizan la gracia de Dios. Así también la revelación cristiana
tiene carácter sacramental porque es una expresión de la visibilidad de Dios, el Padre, a través de su
Hijo. El misterio de Dios es su humanización en Jesucristo. Dios realiza su historia con los hombres
y las mujeres. Jesús es el personaje histórico que nace de María. En la humanidad de Jesús, Dios se
comunica: quien ve a Jesús, ve al Padre (Jn 14,9).

El aspecto sacramental es más personal, y aquí se tiene el cambio de enfoque que se hizo de la
constitución dogmática más teórica del CVI Dei Filius.

3). Jesucristo, palabra definitiva y última del Padre, lo revela por sus obras y palabras, signos y
milagros, pero sobre todo por su muerte y resurrección.

Cita de San Juan de la cruz: de que el Padre quedó mudo en la pasión del Hijo (algo así va la cita ¡!)

Sobre todo, es la pasión de Cristo –el misterio pascual– que da sentido a la palabra última y definitiva
del Padre  que revela la voluntad del Padre.

Definir la revelación identificándola con la Persona de Cristo le da un significado muy distinto del de
una mera transmisión de verdades. En Jesucristo, Dios se da a sí mismo. Por eso la revelación
acontecida en Jesucristo es específica tanto en lo que nos descubre sobre Dios como en lo que nos da
a conocer sobre la salvación.

La revelación dada en Jesús es irrepetible, no sólo porque la encarnación tenga ese carácter, sino
porque en él Dios se ha dado a conocer de una forma definitiva, que llena todos los tiempos; la
revelación en Cristo es insuperable.

Cristo es a la vez mediador y plenitud de la revelación: En Jesucristo Dios nos ha dicho su única
palabra y nos ha dado a su Hijo único. Todo lo que Dios quería decirle al hombre sobre el misterio de
Dios y el misterio humano ha sido ya dicho y consumado en la palabra total y definitiva del Verbo de
Dios.

Al hablar de la revelación de Dios en las palabras, gestos y milagros de Jesús nos referimos a una
revelación cristocéntrica, pero que apunta a la realidad de Padre. En Jesús el Padre tiene una cara,
una presencia distinta en el mundo.

Este punto tiene como antecedente magisterial más cercano, con el que dialoga, en el Concilio Vaticano I (D
3000s): Constitución “Dei Filius”

El CVI es el primer documento magisterial que contempla el término “revelación”.

Concilio Vaticano II: Constitución dogmática “Dei Verbum”, 2

Puntos importantes a destacar:

Concentración cristocéntrica, K. Barth, matizada con la postura trinitaria (recoge CVI).

Objetivo: expresar el misterio que se encuentra en la expresión latina sacramentum; Cristo es acceso y por él
participa el hombre de la vida trinitaria.

4
Pié i Ninot, 192.
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Dios se dirige a los hombres como amigos: lenguaje de comunicación y encuentro. El esquema dialogal
sustituye el autoritativo del CVI.

La economía: palabras y obras (ver y oír). Los hechos confirman las palabras y las palabras confirman los
hechos de manera indisoluble. Los hechos son cumplimiento, vida, actos que llegan a su cumbre en la Pasión y
Resurrección del Hijo, obras reveladoras de verdad. Y la palabra posee en sí misma el dinamismo de anuncio y
cumplimiento del dabar hebreo.

Se produce en la historia y pasa por los gestos y la historia de la humanidad. Cuya plenitud es Cristo, que a la
vez es mediador (cf. DV 4).

Este punto abre el documento a otras reflexiones posteriores: DV 3 y la historia de la salvación, señalando sus
etapas; DV 4 y la continuidad y contraste entre los dos testamentos, siendo el revelador al mismo tiempo el
revelado, y como punto cumbre el acontecimiento pascual en su definitividad; DV 5: la fe como respuesta del
hombre a la revelación.

Lo primero que afirma DV 2 es la voluntad de Dios de comunicarse a los hombres, una comunicación que es
revelación de sí mismo (irreductible por tanto a un mero mensaje, y más comprensible como autodonación de
sí) y de su voluntad (salvífica).

En el AT (cf. DV 3) el pueblo de Israel comprende esta dinámica al hilo de la historia, de tal modo que Dios es
reconocido y expresado como “Dios vivo y verdadero”, como el Dios de la vida y de la liberación, como el
Dios que entrega su Palabra a los hombres (la Ley).

No hay ninguna palabra en el AT para referirse a la revelación como la entendemos en la actualidad. Los
conceptos más importantes serían Dabar y Kabot.

Las figuras de la revelación más importantes serían:


(1) De carácter teofánico: la revelación abrahámica, en la que Dios toma la iniciativa como Dios de la elección
y de la promesa; la revelación mosaica, en el diálogo de Dios con Moisés “cara a cara” (33,11) y en la entrega
del nombre (3,14); revelación que es entendida y calificada en aspectos relacionales como el Dios de los padres,
de la continuidad de la vida.

(2) De carácter histórico: hay una progresiva profundidad en el conocimiento de Dios –y se van dando cita
diversas redacciones bíblicas-; es fundamento de la fe –“mi padre era...”-; la experiencia de la liberación como
hito histórico; el encuentro en el Sinaí; el tiempo de la monarquía y la centralidad cúltica y religiosa del templo
de Jerusalén; el tiempo de la deportación y el fermento profético;

(3) La Palabra, que predomina sobre la imagen, y es potencia creadora y abre un camino al hombre desde Dios
mismo, por lo tanto otorga a la vida firmeza y eficacia; en tanto que expresa la acción de Dios y la realiza, se
debe considerar su carácter revelador;

(4) Y la creación, que por ser ámbito de la revelación se convierte a su vez en reveladora; para ello es
importante entender la literatura sapiencial –Dios se vale de la experiencia humana para revelarse, de la acción
de éste en el mundo, puesto que todo ha sido creado y ordenado por Él-.

Desde este somero estudio se desprende que no existe una revelación conceptual o meramente experiencial y
presente, sino que se enmarca dentro de una “historia de salvación”. Ni siquiera la Palabra o la Ley se reciben
“intelectualmente”, sino como Alianza y voluntad de encuentro salvífico entre Dios y el hombre.

Dios se convierte en norma de nuestra comprensión divina por cuanto se nos comunica, al mismo tiempo que
nos otorga la posibilidad de entender se autocomunicación como realmente suya.

Por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la
naturaleza divina.

4). Con el envío del Espíritu de la verdad, confirma toda la revelación con testimonio divino y la
lleva a la plenitud:

La economía de la salvación es netamente cristocéntrica. Todo lo decisivo de la revelación está en él.


Ningún acontecimiento anterior o posterior tiene la centralidad de lo acaecido en él.

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Pero esta categoría de la revelación no hace nula la pneumatología. Esta tesis establece
adecuadamente la cristología y la pneumatología.

Nuestro acceso a la revelación supone la luz del Espíritu, que ilumina la figura de Cristo como
plenitud de la revelación y permite a cada hombre y a la Iglesia interiorizarla gradualmente, hasta
llegar a “la verdad completa”. En Cristo se ha revelado anticipadamente lo que seremos, la plenitud
de la humanidad, que sólo se manifestará por completo al final de la historia. La historia de la
revelación, culminada en Cristo, se prolonga en la historia de la fe (aceptación de la revelación).

En este último punto de la tesis nos recurrimos a la pneumatología juánica y la entrega del Espíritu
(Jn 20,30); y en la cita que habla de cómo el Espíritu nos conduce a nosotros a la plenitud (Jn 16,2).

Nos respaldamos en la teología del “ya y todavía no” y el papel continuador que tiene el Espíritu –lo
que para nosotros tiene significado universal y transhistórico. El texto bíblico de la escena del
Pentecostés en Hechos de los Apóstoles (2,4ss) da sentido a la misión del Espíritu, y unido a los
textos que hacen clamar “Abba, Padre” (Rm 8,15) se resalta el amor del Padre que se continúa en el
Espíritu entregado a los fieles y derramado sobre los aptoles.

Dei verbum 8 habla, al igual, del papel de la Iglesia, la Tradición y la Sagrada Escritura como parte de
la revelación (la verdad), y cómo el Espíritu se manifiesta para llevarnos a la plenitud.

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