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ganz1912

la ideología
en los textos
a r m a n d o c a s s íg o li c a rlo s v illa g rá n
prólogo de l u d o v i c o s i l v a .— .

MARCHA
EDITORES
ganz1912
PRIMERA EDICIÓN, 1983

@ MARCHA EDITORES, S. A..


MEDICINA, 56
MÉXICO 20, D. F.

1sbn 968-481-011"? (obra completa)


isbn 968-481-010-5 (vol. 3)

DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY


IMPRESO Y HECHO EN MÉXICO
PIU^^® AND MADE XK MEXICO
ARMANDO CASSÍGOLI
CARLOS VILLAGRAN
LA IDEOLOGÍA EN
SUS TEXTOS: ANTOLOGÍA

III

.MARCHA
EDITORES
MÉXICO
Agradecernos a las siguientes editoriales el generoso pe^ rmiso que nos
concedieron para incluir en esta antología los textos que se mencio­
nan a continuación: Cuadernos de Pasado y Presente (Althusser:
La filosofía como arma de la revolución); Siglo XXI Editores (Al­
thusser: L<! revolución teórica de Marx; Poulantzas: Poder político
j' clases sociales en el estado .capitalista); Edima (Aron: Tres en­
sayos sobre la era industrial); Editorial Tecnos (Bell: El fin de las
ideologías); A. Redondo, Editor (Schaff: en Sociología e ideología);
Anagrama Editorial (Enzensbcrger: Detalles); Biblioteca de la Uni­
versidad Central de Venezuela (Silva: La plasvalia ideológica) ; Edi­
torial Fontamara (Bahro: Por un comunismo democrático) y Tusqucts
Editor (Lefort: Un hombre que sobra: reflexiones sobre el archipié­
lago Gulag).
ganz1912

IN D IC E

X. EL ESTRUCTURALISMO MARXISTA
L o u is A lth u s s e r , 1 3 ; N ic o s P o u la n tz a s , 32

XI. EL FIN DE LAS IDEOLOGÍAS Y SU CRÍTICA


R a y m o n d A r o n , 48 ; D a n i e l B e ll, 6 1 ;
A d a m S c h a ff, 73

XII. LA REPRODUCCIÓN AMPLIADA DE LA IDEOLOGÍA


H a n s M a g n u s E n z e n s b e r g e r , gE);
L u d o v ic o S ilv a , 107

XIII. LA IDEOLOGÍA EN EL SOCIALISMO ^ ^ L


R u d o f B a h r o , 16 2 ; C la u d e L e fo rt, 190
X. EL ESTRUCTURALISMO MARXISTA
t

<fn JP
.Durante los años sesenta se desarrolló en Francia una agu­
da polémica en torno al estructuralismo, que arrojó resultados
interesantes pero que tenninó por convertirse en una moda.
K1 debate sobre la importancia del concepto de estructura
para el estudio de la totalidad social ya habla sido iniciado
con anterioridad; el propio .Marx le había dedicado una
atención especial a la relación entre factores dinámicos y
factores estructurales, al estudiar el problema de los modos
de producción. Pero aún en los casos en que Marx pone el
acento en la estructura —por ejemplo en la del modo de
producción feudal— jamás la encuentra realizada ni realiza­
ble. La estructura del modo de producción es más bien una
abstracción en estado puro.
Han sido las investigaciones lingüísticas modernas, fun­
damentalmente las de Ferdinand de Saussure y las de R o-
man Jakobson -las que han puesto el centro del interés en el
estudio de lo estructural sobre lo dinámico, de lo sincrónico
sobre lo diacrónico. Las investigaciones de Lévi-Straus sobre
las relaciones de parentesco, los trabajos de J. Lacan sobre
psicoanálisis, los estudios filosóficos de Foucault, entre otras
cosas, han formado todo un acervo científico edificado sobre
bases estructuralistas.
El debate sobre las potencialidades del enfoque estructural
llega a su punto máximo, cuando un grupo de marxistas fran­
ceses intentan hacer una lectura estructuralista de Marx y
del mar a smo. Cansados del culto que la generación existen-
cialista había hecho —a juicio de estos autores— de la obra
del joven M arx, inician un estudio nuevo, intensivo y rigu­
roso de la estructura general de la obra de Marx.
Consciente del carácter contradictorio e inhumano de la
existencia del hombre, el existencialismo había iniciado el
combate contra una sociedad que era el ejemplo mismo de
la deshwnanización. El existencialismo ateo de Sartre encon­
tró en las obras de Marx —especialmente en sus obras de
juventud—, una orientación sobre la lucha contra la. aliena­
ción y la reificación de la naturaleza humana. Sus relacio­
nes con el marxismo —más específicamente con la. variante

9
stalinista— son ásperas y difíciles. Sartre ve en el comunis­
mo el único movimiento capaz de hacer realidad algunas de
las premisas básicas del socialismo, pero se niega a aceptar
un marxismo dogmático, chato, que se limitaba a repetir me­
cánicamente fórmulas vacías y retóricas que esc^ n oteaban
toda referencia al problema del individuo: “El objeto del
existencialismo —por la carencia de los marxistas— es el
hombre singular en el campo social, en su clase, en medio
de objetos colectivos y de los otros hombres singulares, es el
individuo alienado, reificado, objetivado, tal y como lo han
hecho la división del trabajo y la explotación, pero luchando
contra la alienación por medio de instrumento.s deformados,
y, a pesar de todo, g^ ^ n do terreno pacientemente.”
Si bien —para Sartre— el punto de partida de la refle­
xión sobre el hombre es necesariamente marxista, es preciso
llenar las lagunas que el marxismo ha sido incapa;;: de cubrir.
“Estas consideraciones permiten comprender por qué podemos
declararnos a la vez completamente de acuerdo con la filo­
sofía marxista y mantener provisionalmente la autonomía de
la ideología existencial. No hay duda, en efecto, de que el
marxismo aparece hoy como la única antropología posible
que deba ser a la vez histórica y estructural. Nadie puede
proponer otro punto de partida porque sería ofrecer otro
hombre como objeto de estudio. Es en el interior del movi­
miento del pens^ n iento marxista donde encontramos una fa­
lla, en la medida en que, a pesar de él mismo, el marxismo
tiende a eliminar al interrogador de su investigación y a
hacer del interrogado el objeto de un saber absoluto. Las
nociones que utiliza la investigación marxista para describir
nuestra sociedad histórica —explotación, alienación, fetichi-
zación, reificación, etc.— son precisamente las que remiten
más inmediatamente a las estructuras existenciales.”
Si se toma en consideración que Sartre había llegado al
marxismo, a través de un análisis de la existencia humana,
fundamentalmente del período traumático de la posguerra,
habrá que entender por qué el tema del humanismo se ubica
como preocupación básica de su pensamiento. Por otra parte,
es un hecho indubitable que el marxismo stalinista se había
demostrado absolutamente estéril a la hora de abordar prc-
l>)em;is como los señalados por Sartre.

I! 1
Independientemente del enfoque con que se quisiera- en­
frentar la cuestión del humanismo, el desarrollo . del tema
hacía una referencia obligada a las obras de juventud de
Marx. Hasta el momento la obra de Marx había sido objeto
de innumerables interpretaciones, según Ia comprensión de
las diferentes realidades a las que- se había aplicado, pero
nadie se había aventurado a- afirmar la existencia de una
profunda ruptura .en la producción teórica del maestro. Es
la polémica sobre el humanismo, junto a la publicación de
los escritos tempranos de Marx, lo que separa por primera
vez el “M ^ x joven” del' “Marx viejo”.
Quienes se declaran defensores del “Marx joven” afirman
que es en las obras de juventud donde se puede encontrar-
una distinción filosófica de extraordinario valor, dimensión
que el propio Marx' abandonaría más tarde en sus obras de
madurez, sacrificando la filosofía en aras de la economía. Por
el. contrario, quienes valoraban las obras del “Marx viejo”.,
fundamentalmente El Capital, afirmaban que en Sus últi­
mas obras donde se podía encontrar lo medular de su pen­
samiento y que las obras de juventud son la manifestación
de la etapa “ideológica” de Marx, la que sus principales
conceptos están formulados en claves feuerbachianas o hege-
lianas.
Al margen del valor teórico que pudiera tener la polé-
rica sobre el humanismo, la cuestión había remitido al estu­
dio crítico de la estructura total de la obra de Marx.

El antihumanísimo marxista
Es indudable que en 1932 los editores socialdemócratas
alemanes Landshut y Mayer, provocaron un verdadero acon­
tecimiento con la publicación de los Manuscritos económico-
filosóficos de 1844 de Marx. Casi cincuenta años después de
la muerte del maestro y quince del triunfo de la Revolución
rusa, se daba a conocer al público occidental una obra de
juventud de Marx, en la que se podía encontrar un trata­
miento filosófico de los problemas de la clase obrera. La idea
de que en los M anuscritos económico-filosóficos de 1844, se
podía encontrar un desarrollo filosófico sobre los problemas
que enfrenta la clase obrera se extendió con una rapidez ex­

11
traordinaria. Como bien apunta Althu^ r , la publicación de
Ja obra de juventud de Marx sirvió de base para todo. tipo
de interpretaciones del pensamiento marxista, "interpretaciones
ora ética, ora antropológica, y hasta religiosa de M arx’’.
De alguna u otra forma, la publicación de los Manus­
critos —con independencia de las diversas orientaciones y en­
foques que provocó— significó en la práctica el inicio de una
profunda reflexión sobre el pensamiento marxista en general.-
Esta reflexión —que en muchos casos signific6 “revisión” de
Jos contenidos básicos del marxismo— tom 6 una fuerza inu­
sitada a partir de la celebración del XX Congreso del Par­
tido Comunista de la Unión Soviética, en el cual se dio ini­
cio (al menos en las declaraciones) al p^ ^ ^ o de desestalí-
nizaci6n. .
Si la. construcción del s^ áslismo había permitido las de­
formaciones que se denunciaban como propias del período
de Staiin, Ma lógico pensar que el m^ ^ arxismo requería de
una revisión crítica que permitiera encontrar la causa- de ta­
les deformaciones. Era preciso, por- lo tanto, volver una vez
más a los orígenes. ¿En qué parte de la obra de Marx-Engels
se- podía ubicar el origen de las aberraciones del stalinismo?
¿ Qué interpretaciones podían justificar los crímenes que el
XX Congreso denunciaba? ¿Estaba el meollo de Ja cuestión'
en el llamado “culto a la personalidad” que Stalin había
desarrollado? '
El “retorno a los orígenes” dio comienzo a una largá
serie de disquisiciones sobre el espíritu y la letra en la obra
de Marx. Quienes buscaban una interpretación humanista de
Marx, es decir quienes tomaban al hombre y sus necesidades
como el fundamento objetivo, encontraron en los Manuscri­
tos económico-filosóficos la justificación de sus planteamientos.
El camino correcto —según sus planteamientos— estaba en
entender la obra marxiana como un proceso en el cual los
primeros trabajos constituían los pilares sobre los que se le­
vantarían las obras de madurez, en particular El Capital.

12
LOUIS ALTHUSSER

Nació en Birmandreis, cerca de Argel, en la República de


Argelia, el 16 de octubre de 1918. Realiza sus estudios pri­
marios en Argel y los secundarios en Marsella. En el año de
1937, siendo militante católico funda la sección de la Juven­
tud Estudiantil Católica del Liceo de Pare, en Marsella. En
1939 ingresa al Departamento de Letras en la Escuela Nor­
mal Superior. Al año siguiente es movilizado y hecho prisio-
11cro en Vannes. Desde 1940 a 1945, Louis Althusser se man­
tiene como prisionero de guerra en Alemania. Con la paz
retorna a la Escuela Normal Superior se titula con la tesis:
La noción . de contenido en la filosofía de Hegel, dirigida
por Gastón Bachelard. La influencia de Bachelard en la obra
de Althusser será notoria especialmente en La fundamenta-
ción teórica de la "ruptura epistemológica“ que hará Al­
thusser al separar el pensamiento de Marx en una primera
fase "ideológica’’ (el Marx joven), y una segunda fase “cien­
tífica” (el Marx viejo). concepciones de Althusser son
una manifestación interesante del marxismo francés contem­
poráneo que ha intentado realizar una lectura estructuralista
Je Marx y del marxismo.
En noviembre de 1948 Louis Althusser ingresa al Parti­
do Comunista Francés. En el año de 1962 es nombrado pro­
fesor-ayudante y secretario de la Escuela Normal Superior.
Obras:
Montesquieu: La política y la kistoria (1959).
Pour Marx (1965; traducido al español bajo el título La revolu­
ción teórica de Marx, México, Siglo ^ XI, 1967.)
Para leer El capital, México, Siglo ^ XXI, 1969.
La filosofía como arma de la revolución, Buenos Aires, Cuader­
nos de Pasado y Presente núm. 4, 1968.
Polémica sobre marxismo y humanismo, México, Siglo ^ XI, 1968
(con otros autores).
Lcnin y la filosofía, México, era, 1969.
Freud y Lacan, Barcelona, Anagrama, 1971.
Ideología y aparatos ideológicos del estado, Bogotá, Universidad
de Colombia, 1971.

13
Politics and history, 1972.
Para una crítica de la práctica teórica (Respuesta a John LewU),
Buenos Aires, Siglo ^ XI, 1974.
Elementos de autocrítica, 1974.
Curso de filosofía para científicos, 1975.
Scis_ iniciativas ccmunistas, Madrid, Siglo ^ X I. 1977.

.'. ' LA IDEOLOGÍA *

Para, poder extraer' de la manera más rigurosa posible las


consecuencias prácticas de lo que acaba de ser dicho sobre
' la teoría' científica marxista, es necesario ahora! poner en su
lugar y definir un nuevo término importante: la ideología.
Ya vimos que lo que distinguía las organizaciones marxis-
Úis de la clase obrera, residía'en que éstas'fundaban sus obje­
tivos socialistas, sus medios de acción y sus' formas de orga­
nización, su estrategia ■y tácticas revolucionarias sobre los
principios de una teoría científica, fa de' M arx, y ' no sobre
tal o cual teoría ideológica, anarquista, utópica, reformista
u otra. Con esto hemos puesto en evidencia ' una posición y
una 'distinción cruciales éntre la ciencia por una parte' y la
ideología por otra. ' .
Pero también con esto hemoá puesto. en evidencia una rea­
lidad de hecho, tanto l:!-. propósito de la ruptura que^ fyTarx
debió efectuar coii las teorías ideológicas' de la historia' para
fundar sus descubrimientos ' científicos, ' como a- propósito de
la lucha planteada contra la' ideología que: amenaza teda
ciencia: se trata de que no solamente la ideología precede
a toda ciencia, sino que se.perpetúa luego, de la constitución
de. la ciencia, y a pesar de su existencia., -.
Aun más, hemos podido comprobar que la ideología ma­
nifestaba su existencia y sus' efectos no' sólo en el terreno de
sus relaciones con la ciencia, sino también en uno infinita­
mente más vasto: el, de la sociedad ' entera. Cuando hemos
hablado de la “ideología de la clase obrera”, para decir que
la ideología de la clase obrera, que era “espontáneamente”

■• * Louis Althusser, La filosofía como arma de la rítJol«c¡án, Bue­


nos Aires, Cuadernos de Pasado y Presente 4,- 1968, pp. 45-55.

14
anarquista o utópica en sus inicios antes de convertirse gene­
ralmente y enseguida en reformista, fue poco a^ poco trans­
formada por la influencia y la acci6n de la terina marxista
en' wiá nueva•ideología; cuando decimos que hoy la ideolo­
gía de amplias capas de la clase obrera sé ha convertido en
uha ideología de carácter marxista leninista; cuando decimos
que debemos llevar a cabo en las grandes masas no solamente
la lucha econ6nnca (por medio de los sindicatos) y la lucha
política (por medio del partido), sino también la: lucha ideo­
lógica, es claro que proponemos, bajo el término de ideología,
una.noción que cuestiona realidades sociales que, awi tenien­
do que ver con una cierta representación (con un ■cierto
“conocimiento”, por consiguiente) de lo real, desbordan muy
ampliamente, sin embargo, la simple cuestión del conocimien­
to, para poner en juego una realidad y' una función propia­
mente sociales.
Tenemos púas conciencia, en la utilización práctica que
hacemos de esta noción, de que la ideología implica una doble
relación: con el conocimiento por una parte,- con la. sociedad
por otra. La naturaleza de esta doble relación no es simple, y
requiere un esfuerzo definitorio. Este esfuerzo es indispensa­
ble si es verdad, por una parte, como hemos visto; que inte­
resa en primer lugar al marxismo definirse sin lugar a equi­
vocación como una ciencia, es decir,' como una . realidad
absolutamente distinta de la ideología; y si es verdad, por
otra parte, que la acción de las- organizaciones revoluciona­
rias fundadas . sobre la teoría . científica:. del marxismo debe
desarrollarse en fa sociedad en la que a cada .paso y a cada
instante de su lucha y- aun en la conciencia de la clase obrera,
chocan con la existencia social de la ideología; •. '
Para ver bien claro esta cuestión capital, aunque' difícil,
es indispensable retroceder algo y remontarse' a: los principios
de la teoría marxista de la i deología, que forma parte de- la
teoría m aarxista de la sociedad. '
Marx ha mostrado que toda formación ’social constituye
una “totalidad orgánica”, que comprende tres “niveles” esen­
ciales: la economía, la política y la ideología o formas' de'la
conciencia social. El “nivel” ideológico representa pues' una
realidad objetiva, indispensable a la existencia de una' forma­
ción social; realidad objetiva, es decir, independiente de' la

15
subjetividad de los individuos que le están' sometidos'—-siem­
pre en lo que se refiere a los individuos mismos----y por lo
cual Marx emplea la expresión “formas de la conciencia so­
cial” . ¿Cómo representarse la realidad objetiva y la función
social de la ideología?
En una sociedad dada. los hombres participan en la pro­
ducción económica, cuyos mecanismos y efectos son determi­
nados por la estructura de la.s" relaciones de producción; los
hombres participan en la actividad política, cuyos mecanis­
mos y- efectos son regulados por la estructura de las relacio­
nes de clase (la lucha de clases, el derecho y el estado). Los
mismos hombres párticipan en otras actividades, actividad re­
ligiosa, moral, filosófica, etc., sea de una manera activa, por
medio de prácticas conscientes, sea de una manera pasiva y
mecánica, por reflejos, juicios, actitudes, etc. Estas últimas
actividades constituyen la actividad ideológica, y son sosteni­
das por una adhesión, voluntaria o involuntaria, consciente
o1inconsciente, a un conjunto de representaciones y creencias
religiosas, morales, jurídicas, políticas, estéticas, filosóficas,
etcétera, que forman lo que se llama el nivel de la ideología.
Las representaciones de la ideología se refieren al mundo
mismo en el cual viven los hombres, la naturaleza y la so­
ciedad, y a la vida de los hombres, a sus relaciones con la
naturaleza, con la sociedad, con el orden social, con los otros
hombres y con sus propias actividades, incluso a la práctica
económica y la práctica política. Sin embargo, estas repre­
sentaciones no son conocimientos verdaderos del mundo que
representan. Pueden contener elementos de conocimientos,
pero siempre integrados y sometidos al sistema de conjunto
de estas representaciones, que es, en principio, un sistema
orientado y falseado, un sistema regido por una falsa con­
cepción del mundo, o del dominio de los objetos considera­
dos. En su práctica real, sea la práctica económica o la prác­
tica política,los hombres son efectivamente determinados por
estructuras objetivas (relaciones de producción, relaciones
políticas de clase) : su práctica los convence de la existencia
de la realidad, les hace percibir ciertos efectos objetivos de
la acción de esas estructuras, pero les disimula la esencia
de éstas. No pueden llegar, por su simple práctica, al cono­
cimiento verdadero de esas estructuras ni, por consiguiente,

16
de la realidad objetiva ni de la realidad política, en el me­
canismo de las cuales desempeñan sin embargo UI} _papel
definido. Este conocimiento del mecanismo de las estructuras
económica y política no puede ser sino el resultado de otra
práctica distinta de la práctica económica o política irane-
diata: la práctica científica. De la misma manera el conoci­
miento de las leyes de la naturaleza no puede ser el producto
de la simple práctica técnica y de la percepción que no
proporcionan más que observaciones empíricas y recetas téc­
nicas, sino que es al contrario el producto de prácticas espe­
cíficas distintas de estas prácticas inmediatas: las prácticas
científicas. Sin embargo, los hombres que no tienen el cono­
cimiento de las realidades políticas, económicas y sociales en
las que deben cumplir las tareas que les asigna la división
del trabajo, no pueden vivir sin guiarse por una cierta repre­
sentación de su mundo y de sus relaciones con él. Esta represen­
tación ellos se la encuentran primero dada al nacer, existiendo
en la sociedad misma, de igual manera que encuentran existen­
tes antes que ellos las relaciones de producci6n y las relaciones
políticas en que deberán vivir. Al igual que nacen como "ani­
males económicos” y “animales políticos” se puede decir que
Jos hombres nacen “animales ideológicos”. Todo sucede como
si para existir como seres sociales activos en la sociedad que
condiciona toda una existencia necesitaran disponer de cierta
representación de su mundo, la cual puede permanecer en gran
parte inconsciente y mecánica, o al contrario ser consciente
y reflexiva más o menos ampliamente. La ideología aparece
así como una cierta representación del mundo, que liga a los
hombres con sus condiciones de existencia y a los hombres
entre sí en la división de sus tareas, y la igualdad o desigual­
dad de su suerte. Desde las sociedades primitivas, en las que
las; clases no existían, se comprueba ya la existencia de este
lazo, y no es por azar que podemos ver en la primera forma
general de la ideología, la religión, la realidad de ese lazo
(ésta es una de las etimologías posibles de la palabra reli­
gión). En una sociedad de clases, la ideología sirve a los
hombres no solamente para vivir sus propias condiciones de
existencia, para ejecutar las tareas que les son asignadas, sino
también para “soportar" su estado, ya consista. éste en la mi­
seria de la explotación de que son víctimas,- o en el privile­

17
gio exorbitante del poder y de la riqueza de que son bene­
ficiarios.
Las representaciones de la ideología acompañan pues cons­
ciente o inconscientemente, como tantas señales y vectores
cargados de prohibiciones, de permisos, de obligaciones, de
resignaciones y de esperanzas, todos los actos de los individuos,
toda su actividad, todas sus relaciones. Si nos representamos
la sociedad según la metáfora clásica de Marx, como un
edificio, una construcción o una superestructura jurídico-
política, elevada sobre la infraestructura de la base, sobre
fundamentos económicos, debemos dar a la ideología un lu­
gar muy particular: para comprender su eficacia, es necesa­
rio situarla en la superestructura, y darle una relativa auto­
nomía con respecto al derecho y al estado. Pero al mismo
tiempo, para comprender su forma de presencia más general
hay que considerar que la ideología se introduce en todas -las
partes del edificio y que constituye ese cemento de naturaleza
particular que asegura el ajuste y la cohesión de los hombres
en sus roles, sus funciones y sus relaciones sociales.
De hecho la ideología impregna todas las actividades del
hombre, incluso su práctica económica y su práctica política;
está presente en las actitudes hacia el trabajo, hacia los agen­
tes de Ja producción, hacia las restricciones de la producción,
en la idea que se hace el trabajador del mecanismo de la
producción; está presente en las actitudes y los juicios polí­
ticos, el cinismo, la buena conciencia, la resignación o la
revuelta, etc.; gobierna las conductas familiares- de los indi­
viduos y sus comportamientos hacia los hombres, su actitud
hacia la naturaleza, su juicio sobre el “sentido de la vida” en
general, sus diferentes cultos (Dios, el príncipe, el estado,
etcétera...) . La ideología está presente en todos !os actos y
gestos de los individuos hasta el punto de que es indiscerni­
ble a partir de m “expericiencia vivida”, y que todo análisis
inmediato de lo “vivido” está profundamente marcado por
los temas de -la vivencia ideológica. Cuando el individuo (y
el filósofo empirista) cree tener que ver con la percepción
pura y desnuda de la realidad misma o con una práctica pura,
con lo que tiene que ver en realidad es con una percepción
y una práctica impuras, marcadas por las invisibles estruc­
turas de la ideología; como no percibe la ideología, toma su

18
percepción de las cosas y del mundo por la percepción de
las “cosas mismas”, sin ver que esta percepción no le es dada
sino bajo el velo de las formas insospechadas de la ideología,
sin ver que está de hecho recubiert:!l por la invisible percep­
ción de las fonnas de la ideología.
Es aquí en efeto donde reside el primer carácter esencial
de la ideología: como todas las realidades sociales, sólo es
inteligible a través de su estructura. La ideología comporta
representaciones, imágenes, señales, etc., pero esos elementos
considerados cada uno aisladamente no hacen la ideología:
es su sistema, su modo de disponerse y combinarse los que les
dan su sentido; es su estructura la que los determina en su
sentido y función. En la misma medida en que la estructura
de las relaciones de producción y los mecanismos de la vida
económica producidos por los agentes de la producción no
son inmediatamente visibles para ellos, la estructura y los me­
canismos de la ideología no lo son para los h^ n bres que les
están sometidos; no perciben la ideología de su representa­
ción del mundo como ideología, no conocen ni su estructura
ni sus mecanismos; practican su ideología (como se dice de
un creyente que practica su religión), no la conocen. A causa
dr. estar determinada por su estructura, la ideología supera
como realidad todas las formas en las que es vivida subjetiva­
mente por tal o cual individuo; es por esta razón que no se
reduce a las formas individuales en las que es vivida, es. por
fo que puede ser el objeto de un estudio objetivo. Es por esta
razón de principio que podemos hablar de la naturaleza y
li ilición de la ideología y estudiarla.
Ahora bien, su estudio nos revela caracteres notables:

1. Comprobamos primero que el té^ alno ideología abarca


1111.1 realidad que, aun estando difundida por todo el cuerpo
miu ¡:i], es divisible en dominios distintos, en regiones particu­
lares:, centradas sobre varios temas diferentes. Es así corno el
ilurninio de la ideología en general puede ser, en nuestras
•41ii ii'd:ides, dividido en regiones relativamente autónomas en
•11 :.vihj mismo de la ideología: la ideología religiosa, la ideo-
liigia moral, la ideología jurídica, la ideología política, la
ideología estética, la ideología filosófica. Estas regiones no
i ^ :li ii siempre en la historia bajo estas formas distintas, las

19
que aparecieron paulatinamente.- Se debe prever que ciertas
regiones desaparecerán o se confundirán con otras en el curso
de la historia del socialismo o del comunismo, y que distintas
modificaciones intervendrán en las reparticiones interiores que
tengan en el dominio general de la ideología. Hay que seña­
lar igualmente que según los períodos de la historia (es decir,
según los modos de producción) y en el interior de los mis­
mos modos de producción, según las diferentes formaciones
sociales existentes y de la misma manera, como veremos, se­
gún las diferentes clases sociales, es esta u otra región de la
ideología la que domina a las otras en el dominio general de
la ideología. Así se explican por ejemplo las observaciones
de Marx y Engels sobre la influencia dominante de la ideo­
logía religiosa en todos los movimientos de revuelta campe­
sina del siglo XIV al siglo x v iii y aun en ciertas formas pri­
mitivas del movimiento obrero; o incluso la observación hecha
por Marx, que no es ciertamente humorística, al afirmar que
los franceses tienen cabeza política, los ingleses económica, los
alemanes filosófica. Ésta es una observación de gran impor­
tancia para comprender ciertos problemas propios de las tra­
diciones obreras en esos países. Se pueden hacer anotaciones
del mismo orden sobre la importancia de la religión en algu­
nos' movimientos de liberación de los antiguos países colonia­
les o en la resistencia de los negros al racismo blanco de los
Estados Unidos. El conocimiento de las diferentes regiones
existentes en la ideología, el conocimiento de la región ideo­
lógica dominante (sea religiosa, política, jurídica, moral, etc.)
es de primera importancia política para la estrategia y la tác­
tica de la lucha ideológica.I.

II. Podemos comprobar igualmente otra característica esen­


cial de la ideología. En cada una de estas regiones la ideo­
logía, que posee si^ pre una estructura determinada, puede
existir bajo formas más o menos difusas, más o menos ine-
flexivas o al contrario bajo formas más o menos conscientes,
reflexivas y explícitamente sistematizadas de las formas teó­
ricas. Se sabe que puede existir una ideología religiosa que
posea sus reglas, sus ritos, etc., aunque sin una teología sis­
temática: el advenimiento de una teología representa un gra­
do de sistematización teórica de la ideología religiosa. Sucede

20
lo mismo con la ideología moral, política o estética: pueden
existir bajo una forma no teorizada, no sistematizada, bajo
la forma de costumbres, de tendencias, de gustos; o al con­
trario, bajo una forma sistematizada y reflexiva: teoría ideo­
lógica moral, teoría ideológica política, etc. La forma superior
de la teorización de la ideología es la filosofía, cuya gran
importancia radica en que constituye el laboratorio de la abs­
tracción teórica proveniente de la ideología, pero tratada por
ella misma como teoría. Es como laboratorio de la teoría que
la ideología filosófica ha desempeñado y desempeña aún un
papel de gran importancia en el nacimiento de las ciencias
y en su desarrollo. Hemos visto que Marx no suprimió la fi­
losofía: por medio de una revolución en ella transformó la
natm aleza de esta ciencia, la desembarazó de la herencia
ideol6gica que la trababa e hizo de la filosofía una disciplina
científica; así le proporcionó medios incomparables para de­
sempeñar su papel de teoría de la práctica científica real.
De todos modos debemos saber que a excepción de la filoso­
fía en sentido estricto, en cada uno de sus diferentes domi­
nios la ideología no se reduce a su expresión teórica, la cual
no es generalmente accesible más que a un pequeño número
de hombres,' sino que existe en las grandes masas bajo una
forma no reflexionada teóricamente, que la extiende mucho
más allá de su forma teorizada.1

111. Una vez ubicada la ideología en su conjunto, una vez


amaladas sus diferentes regiones, identificada la que domina
a las otras, y conocidas las diferentes formas (no teorizadas,
teorizadas) bajo las cuales existen, queda un paso decisivo a
llar para comprender el sentido último de la ideología: el
sentido de su función social. Éste no puede ser puesto en
(■videncia más que concibiendo la ideología, con Marx, como
1111 elemento de la superestructura de la sociedad, y conci- .
hiendo la- esencia de este elemento de la superestructura en
iti relación con la estructura de conjunto de la sociedad. De
l'ntc modo nos d^ os cuenta de que la función de la ideo-
no es inteligible, en las sociedades de clases, más que
n hrc la base de la existencia de las clases sociales. En una .
•m icdnd sin clases al igual que en una. sociedad de clases, la
¡i li-ología tiene por función asegurar la ligazón de los hom-

21
bres entre sí en el conjunto de las formas de su existencia,
la. relación de los individuos con las tareas que les fija la es­
tructura social. En una sociedad de clases, esta función es
dominada por la forma que toma la división del trabajo en
Ja diferenciación de los hombres en clases .antagónicas. Nos
damos cuenta entonces que la ideología está destinada a ase­
gurar la cohesión de las relaciones de los hombres entre sí
y- de los hombres con sus tareas en la estructura general de
explotación de clase, que las extiende entonces a todas las
otras relaciones. La ideología está pues destinada ante todo
a. asegurar la dominación de una clase sobre las otras y la
explotación económica que le asegura su preminencia, ha­
ciendo a los explotados aceptar como fundada en la voluntad
de Dios, en la “naturaleza” o en el “deber” moral, etc., su
propia condición de explotados. Pero la ideología no es sola­
mente un “bello engaño” inventado por los explotadores para
mantener a raya a los explotados y engañarlos: es útil tam­
bién a los individuos de la clase dominante, para aceptar
romo “deseada por Dios’’, como fijada por la “naturaleza” o
incluso como asignada por un “deber” moral la dominación
que ellos ejercen sobre los explotados; les es útil pues, al
mismo tiempo y a ellos también, este lazo de cohesión social,
/jara comportarse como miembros de una clase, la clase de
los explotadores. El “bello engaño” de la ideología tiene un
doble uso: se ejerce sobre la conciencia de los explotados para
hacerles aceptar como “natural” su condición de tales; actúa
también sobre la conciencia ele los miembros de la clase do­
minante para permitirles ejercer como “natural” su explota­
ción y su dominación.IV .

IV. Arribamos aquí al punto decisivo, el cual está, en Jas


sociedades de clases, en el origen de la falsedad de la repre­
sentación ideológica. En las sociedades de clases, la ideología
r.s una representación de lo real, pero necesariamente fal­
seada, dado que es necesariamente orientada y tendenciosa;
v es tendenciosa porque su fin no es el de dar a los hombres
el conocimiento objetivo del sistema social en que viven, sino
por el contrario ofrecerles una representación mistificada de
este sistema social para mantenerlos en su lugar en el sistema
de explotación de clase. Sería necesario, naturalmente, plan-

22
tear también el problema de la función de la ideología en
una sociedad sin clases, y deberíamos resolverlo entonces mos­
trando que la deformación de la ideología es socialmente
necesaria en función misma de la naturaleza del todo social,
muy precisamente en función de su determinación por su es­
tructura, a la que hace, como todo social, opaca para los in­
dividuos que ocupan en él un lugar determinado por esta
estructura. La opacidad de la estructura social hace necesa­
riamente mítica la representación del mundo indispensable a
la cohesión social. En las sociedades de clases esta primera
función de la ideología subsiste, pero está dominada por la
nueva función social impuesta por la existencia de la divi-
ción en clases, que la extiende ampliamente a la función pre­
cedente. Si queremos ser exhaustivos, si queremos tener en
cuenta estos dos principios de deformación necesaria, debe­
mos decir que la ideología es, en una sociedad de clases, ne-
cesari^ ente defox^^nte y mistificadora, porque es produci­
da a la vez como deformante por la opacidad de la deter­
minación de la sociedad por la estructura y la existencia de
la división en clases. Es justamente aquí que hay que retro­
ceder para comprender por qué, como representación del
mundo y de la sociedad, la ideología es necesariamente una
representación deformante y mistificadora de la realidad en
que deben vivir los hombres, una representación destinada a
hacerles aceptar en su conciencia y en su comportamiento
inmediatos, el lugar y el papel que les impone la estructura
de esta sociedad. Se comprende con esto que la representa­
ción que la ideología da de la realidad sea una cierta “repre­
sentación”, que la ideología en cierto. modo haga alusión. a
lo real, pero que al mismo tiempo lo que ofrezca de lo real
no sea más que una ilusión. Se comprende también que la
ideología dé a los hombres un cierto “conocimiento” de su
mundo —o mejor, al permitirles “reconocerse” en su mundo,
les proporcione un cierto " reconocimiento”— pero al mismo
liempo no los introduzca sino a su desconocimiento. Alusión-
ilusión o reconocimiento-desconocimiento: tal es pues, desde
d punto de vista de su relación con lo real, la ideología.
Se comprende también entonces que toda ciencia tenga
que romper, cuando nace, con la representación mistificada-
mistificadora de la ideología; que la ideología, en su función

23
alusina-ilusoria, pueda sobrevivir a la ciencia, dado que su
objeto no es el conocimiento, sino un desconocimiento social
y objetivo de lo real.
Se comprende tanbién que la ciencia no pueda, en su
función social, remplazar la ideología, como lo creían los
filósofos de la Ilustración, quienes no veían en la ideología
más que la ilusión (o error) sin ver en ella la alusión a lo
real, sin ver en ella la función social de esta unión —a pri­
mera vista desconcertante, pero esencialmente la' ilusión y
de la alusión, del reconocimiento y del desconocimiento.

V. Hay que añadir aún otra observación, que se refiere a


las sociedades de clases. Si la ideología expresa en su conjun­
to una representación de lo real destinada a consagrar una
explotación y una dominación de clase, puede también dar
lugar, en ciertas circunstancias, a la expresión de protesta de
las clases explotadas contra su propia explotación. Por esto
debemos ahora precisar que la ideología no está dividida úni­
camente en regiones, sino también en tendencias, en el inte­
rior de su propia existencia social. Marx ha mostrado que
" las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante”.
Esta simple frase nos permite comprender que, al igual que
en una sociedad de clases hay una (o varias clases) domi­
nante y clases dominadas, existe también una ideología do­
minante e ideologías dominadas. En el interior de la ideolo­
gía en general se obseiva, pues, la existencia de tendencias
ideológicas diferentes, que expresan las “representaciones” de
las diferentes clases sociales. Es en este sentido que hablamos
de ideología burguesa, ideología pequeñoburguesa o de ideo­
logía proletaria. Pero no debemos perder de vista que en el
caso del modo de producción capitalista, estas ideologías pe-
queñoburguesa y proletaria son ideologías subordinadas, y que
en ellas son siempre, aun en la protesta de los explotados, las
ideas de la clase dominante (o ideología burguesa) las que
prevalecen. Esta verdad científica es de primerísima impor­
tad a para comprender la historia del movimiento obrero y la
práctica de los comunistas. ¿Qué queremos decir al afij ar
<.rni M arx que la ideología burguesa domina las otras ideo-
I, ¡d as, y en particular la ideología obrera? Queremos decir
. tur l.i iimiesla obrera contra la explotación se expresa en el
interior mismo de la estructura, y por consiguiente del siste­
ma y en gran parte de las representaciones y nociones de
referencia de la ideología burguesa dominante: por ejemplo,
que la ideología de protesta obrera se expresa “naturalmente”
en la. forma de la moral o del derecho burgués. Toda la
historia del socialismo utópico, toda la historia del reformis-
mo tradeunionista puede atestiguarlo. La presión de la ideo­
logía burguesa es tal, y es ella en tal medida la única que
proporciona la materia prima ideológica, los cuadros de pen­
samiento, los sistemas de referencia, que la clase obrera misma
no puede, por sus propios recursos, liberarse radicalmente de
lo. ideología burguesa. Puede en todo caso expresar su pro­
testa y sus esperanzas utilizando ciertos elementos de ideolo­
gía burguesa, pero permanece prisionera de ésta, presa en su
estructura dominante. Para que la ideología obrera “espontá­
nea” llegue a transformarse hasta el punto de liberarse de la
ideología burguesa, es necesario que reciba de afuera el so­
corro de la ciencia, y que se transforme bajo la influencia
de un nuevo elemento, radicalmente distinto de la ideolo­
gía: la ciencia precisamente. La fundamental tesis leninista
de la “importación” en el movimiento obrero de la ciencia
maixista no es pues una tesis arbitraria o la descripción de
un “accidente” de la historia: está fundada en la necesidad
misma, en la naturalza de la ideología misma y en los lirni-
les absolutos de desarrollo natural de la ideología “espontá­
nea” de la clase obrera.
Tales son, muy esquemáticamente resumidas, las caracte­
rísticas propias de la ideología.

MARXISMO Y HUMANISMO ""

Todo depende entonces del conocimiento de la naturaleza


il'-i humanismo como ideología.
No se trata aquí de dar una definición profunda de la
iili‘i>lngía. Basta saber muy esquemáticamente que una ideo-

"l, imis Althusser, La revolución teórica de Marx, México, Si-


:+ XXI, pp. 192-196. '

25
logia es un sistema (que posee su lógica y su rigor propios)
de representaciones (imágenes, mitos, ideas o conceptos se­
gún los casos), dotados de una existencia y de un papel his­
tóricos en el seno de una sociedad dada. Sin entrar en el
problema de las relaciones de una ciencia con su pasado
(ideológico), podemos decir que la ideología como sistema de
representaciones se distingue de la ciencia en que la función
práctico-social es más importante que la función teórica (o
de conocimiento) .
¿Cuál es la naturaleza de esta función social? Para com­
prenderla es necesario referirse a la teoría marxista de la
historia. Los "sujetos” de la historia son las sociedades huma­
nas dadas. Ellas se presentan como totalidades, cuya unidad
está constituida por un cierto tipo específico de complejidad,
que pone en juego instancias que pueden reducirse muy es­
quemáticamente —siguiendo a Engels— a tres: la economía,
la política y la ideologfa.. En toda ■sociedad se observa, en
consecuencia, bajo formas a veces muy paradójicas, la exis­
tencia de una actividad económica de base, de una organi­
zación política y de formas “ideológicas” (religión, moral,
filosofía, etc.). Por lo tanto, /.a. ideología forma parte orgáni­
camente, como tal, de toda totalidad social. Todo ocurre como
si las sociedades humanas no pudieran subsistir sin estas for­
maciones específicas, estos sistemas de representaciones (a
diferentes niveles) que son las ideologías. Las sociedades
humanas secretan la ideología como el elemento y la atmós­
fera núsma indispensable- a su respiración, a su vida histó­
rica. Sólo una concepción ideológica del mundo pudo im a­
ginar sociedades sin ideologías, y admitir la idea utópica de
un mundo en el que la ideología (y no una de sus formas
históricas) desaparecerá sin dejar huellas, para ser remplaza­
da por la ciencia. Esta utopía se encuentra, por ejemplo, en
el origen de la idea de que la moral, ideológica en su esen­
cia, podría ser remplazada por la ciencia o llegar a ser total­
mente científica, o la religión disipada por la ciencia, la que
tomaría en cierto modo su lugar; que el arte podría confun­
dirse con el conocimiento o llegar a ser “vida cotidiana”,
etcétera.
Y para no evitar el problema más candente, el materia­
lismo histórico no puede concebir que una sociedad comunista

26
pueda prescindir jamás de la ideología, trátese de moral, de
arte o de “representación del mundo”. Sin dud.a se pueden
prever modificaciones importantes en las formai ideológicas
y en sus relaciones —por ejemplo, la desaparición.4e;.ciertas
formas existentes o la transferencia de su función a formas
vecinas— ; t^ bién se puede (basándose en premisas ya adqui­
ridas a través de la experiencia) prever el desarrollo de nue­
vas formas ideológicas— por ejemplo, las ideologías: “con­
cepción científica del mundo”, “humanismo comunista”— ;
pem>, en el estado actual de la teoría marxista, tomada en
su rigor, no puede concebirse que el comunismo, nuevo inodo
de producción que implica fuerzas de producción y relacio­
nes de producción determinadas, pueda prescindir de una
organización social de la producción y de las formas ideo­
lógicas correspondientes.
La ideología no es, por lo tanto, una aberración o una
excrecencia contingente de la Historia: constituye una es­
tructura esencial en la vida histórica de las sociedades. Por
lo demás, solamente la existencia y el reconocimiento de su
necesidad pueden permitir actuar sobre la ideología y trans­
formarla en instnunento de acción reflexiva sobre la Historia.
Es común decir que la ideología pertenece a la región de
la "conciencia’’. Es necesario no dejarse engañar por esta
denominación que permanece contaminada por la problemá­
tica idealista anterior a Marx. En realidad, la ideología tiene
muy poco que ver con la “conciencia”, si se supone que este
término tiene un sentido unívoco. Es profundamente incons­
ciente, aun cuando se presenta bajo una forma reflexiva (como
en la filosofía prem^ a.ncista). La ideología es, sin duda, un sis­
tema de representaciones, pero estas representaciones, la mayor
parte del tiempo, no tienen nada que ver con la “conciencia:”
son la mayor parte del tiempo imágenes, a veces conceptos,
pero, sobre todo, se imponen como estructuras a la inmensa
mayoría de los hombres, sin pasar por su “conciencia”. Son
objetos culturales percibidos-aceptados-soportados que actúan
funcionalmente sobre los hombres mediante un proceso que
se les escapa. Los hombres “viven” su ideología como el car­
tesiano “Veía” o no veía (si no 1a fijaba) la luna a doscien­
tos pasos: en absoluto como una forma de conciencia, sino
como un objeto de su "mundo” —como su "mundo” mismo.

27
¿Qué quiere decirse, sin embargo, cuando se dice que la
ideología concierne a la "conciencia” de los hombres? Pri­
mero, que se distingue de las otras instancias sociales, pero,
también, que los hombres viven sus acciones, referidas co­
múnmente por la tradición clásica a la libertad y a la “con­
ciencia”, en la ideología, a través y por la ideología; en una
palabra, que la relación “vivida" de los hombres con el mun­
do, comprendida en ella la Historia (en la acción o inacción
política), pasa por la ideología, más aún, es la ideología mis­
ma. En este sentido decía Marx que, en la ideología (como
lugar de luchas políticas) , los hombres toman conciencia de
su lugar en el mundo y en la historia: en el seno de esta
inconciencia ideológica, los hombres llegan a modificar sus
relaciones “vividas” con el mundo y a adquirir esa nueva
forma de inconciencia especüica que se llama “conciencia”.
La ideología concierne, por lo tanto, a la relación vivida
de los hombres con su mundo. Esta relación que no aparece
como " consciente” sino a condición de ser inconsciente, de
la misma manera, da la impresión de no ser simple sino a
condición de ser compleja, de no ser una relación simple
sino una relación de relaciones, una relación de segundo gra­
do. En la ideología, los hombres expresan, en efecto, no su
relación con sus condiciones de existencia, sino la manera
en que viven su relación con sus condiciones de existencia:
lo que supone a la vez una relación real y una relación “vi­
vida”, o “imaginaria”. La ideología es, por lo tanto, la ex­
presión de la relación de los hombres con su “mundo”, es
decir, la unidad (sobredetenninada) de su relación real y de
su relación imaginaria con sus condiciones de existencia rea­
les. En la ideología, la relación real está inevitablemente
investida en la relación imaginaria: relación que expresa más
una voluntad (conservadora, conformista, reformista o revo­
lucionaria) , una esperanza o una • nostalgia, que la descrip­
ción de una realidad. '
En esta sobredeterminación .de. lo. real por lo imaginario
y de lo imaginario por lo real, la ideología es, por princi­
pio, activa, y refuerza o modifica las relaciones de los hom­
bres con sus condiciones de existencia, en esa misma relación
imaginaria. De ello se deriva que esta acción no puede ser
jamás puramente instrumental: los hombres que se sirven de
una ideología como un puro medio de acción, una herra­
mienta, se encuentran prisioneros en ella y preocupados por
ella en el momento mismo en que la utilizan y se Creen sus
dueños.
Esto es perfectamente claro en una sociedad di: ''dases.
La ideología dominante es entonces la . ideología de la clase
dominante. Pero la clase dominante no mantiene con la ideo­
logía dominante, que es su ideología, una relación exterior
y lúcida de utilidad o de astucia puras. Cuando la “clase
ascendente” burguesa desarrolla, en el curso del siglo xvin,
una ideología humanista de Ja igualdad, de la libertad y de
la razón, da a su propia reivindicación la forma de univer­
salidad, como si quisiera, de esta manera, enrolar en sus
filas, formándolos con este fin, a los mismos hombres que no
liberará sino para explotar. He aquí el mito rousseauniano
del origen de la desigualdad: los ricos dirigen a los pobres
el “di^ u rso reflexivo” que jamás ha sido concebido,
para convencerlos de vivir su servidumbre como libertad. En
realidad, la burguesía debe creer en su mito antes de con­
vencer a los otros, y no solamente para convencerlos, ya que
lo que ella vive en su ideología es esa relación imaginaria
I con sus condiciones de existencia, reales, que le permiten a
la vez actuar sobre si (darse la conciencia jurídica y moral
y las condiciones jurídicas y morales del liberalismo econó­
mico) y sobre los otros (sus explotados o futuros explota­
dos: los “trabajadores libres” ), a fin de asumir, cumplir y
soportar su papel histórico de clase dominante. En la ideo­
logía de la libertad, la burguesía vive así muy exactamente
su relación con sus condiciones de existencia, es decir, su re­
lación real (el derecho de la economía capitalista liberal)
fiero investida de una relación imaginaria (todos los hom­
bres son libres, incluso los trabajadores libres) . Su ideología
consiste en ese juego de palabras sobre la libertad que revela
Unto la voluntad de la burguesía de mistificar a sus explo-
l:uioos (“ ¡libres!” ), para mantenerlos sometidos, a través del
ihantaje de la libertad, como la necesidad que tiene la bur­
guesía de vivir su propia dominación de clase en función
dr. la libertad de sus propios explotados. Del mismo modo
que un pueblo que explota a otro no puede ser libre, una

29
clase que se sirve de una ideología, no puede sino estarle
sometida. Cuando se habla de la función de clase de una
ideología es n^ ^ a rio comprender que la ideología domi­
nante es la ideología de la clase dominante, y que le sirve
no sólo para dominar a la clase explotada, sino también para
constituirse en la clase dominante misma, haciéndole aceptar
como ^ real y justificada su relación vivida ron el mundo.
Pero hay que ir más lejos y preguntarse lo que llega a
ser la ideología en una sociedad donde las clases han desa­
parecido. Lo que acaba de decirse hace posible una res­
puesta. Si toda la función soccial de la ideología se resumiera
en el cinismo de un mito (como las “bellas mentiras” de
Platón o las técnicas de 1a publicidad moderna), que la
clase dominante fabricaría y manipularía desde el exterior,
para' engañar a quienes explota, la ideología desaparecería
con las clases. Pero, como hemos visto, aun en el caso de
una sociedad de clases, la ideología tiene un- papel activo
sobre la clase dominante nnsma y contribuye a modelarla,
a modificar ssus actitudes para adaptarla a sus condiciones
reales de existencia (ejemplo: la libertad jurídica) —queda
claro que la ideología (como sistema de representaciones de
masa) es indispensable a toda sociedad para formar a los
hombres, transformarlos y ponerlos en estado de responder a
las exigencias de sus condiciones de existencia. Si la historia ■
en una sociedad socialista es, igualmente, como lo decía M^ arx
una perpetua transfonnación de las condiciones de existen­
cia de los hombres, los hombres deben ser transformados para
que puedan adaptarse a estas condiciones; si esta “adapta­
ción” no puede ser abandonada a la espontaneidad, sino que
debe ser . asumida, dominada, controlada, en la ideología se
eg re sa esta exigencia, se. mide esta distancia, se vive esta
contradicción y se realiza su resolución. En la ideología, la
sociedad sin clases vive la inadecuación-adecuación de su
relación con el mundo, en ella y por ella transforma la con­
ciencia de los hombres, es decir, su actitud y su conducta,
para situarlos al nivel de sus tareas y de sus condiciones de
existencia.
En una sociedad de clases, la ideología es la tierra y el
elemento en los que la relación de los hombres con sus con-

30
* diciones de existencia se organiza en provecho de la d ase do-
^ minante. En una sociedad sin clases, la ideología es la tierra
y el elemento en los que la relación de los h^ b r ^ con sus
condiciones de existencia se vive en provecho de todos los
hombres. ..

31
NlCOS POULANTZAS

Nació en Atenas, Grecia, en el año 1936. Cursó estudios


superiores en Francia, estableciéndose definitivamente en Pa­
rís desde 1960. Fue nombrado profesor en la Universidad de
París VIII de la cátedra de sociología. Desde 1975 trabajó en
la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Murió trá­
gicamente en 1980.

Obras:
Hegemonía y dominación en el estado moderno, Buenos Aires,
Cuadernos de Pasado y Presente núm. 48, 1975.
Poder político y clases sociales en el estado cafiitalista, México,
Siglo XXI, 1968.
Fascismo y dictadura, México, Siglo XXI, 1970.
Las clases sociales en el capitalismo actual, México, Siglo XXI,
1974.
La crisis de las dictaduras, México, Siglo XXI, 1975.
Para un análisis marxista del estado, Valencia, Pre-Textos, 1977.
Sobre el estado capitalista, Barcelona, Laia, 1977.

LA CONCEPCIÓN MA^ a STA DE LAS IDEOLOGÍAS *

A fin de poder descubrir la función política particular


de las ideologías en el caso 'de un predominio hegemónico de
clase, habría que establecer una relación científica entre las
tres series de cuestiones señaladas, a propósito de la relación
ideología dominante-dase políticamente dominante. Es pre­
ciso, para esto, volver sobre la posición de lo ideológico.
La ideología consiste, realmente, en un nivel objetivo es­
pecífico, en un conjunto con coherencia relativa de repre­
sentaciones, valores, creencias: lo mismo que los “hombres”,
los agentes en una formación participan en una actividad
económica y política, participan también en actividades re­
* Nicos Poulantzas, Poder político y clases sociates en el esta­
do capitalista, México, Siglo XXI, 1976, pp. 263-268.

32
ligiosas, morales, estéticas, filosóficas.1 La ideología concierne
al mundo en que -viven los hombres, a sus relaciones con la
naturaleza, con la socidad, con los otros -hombres, con su
propia actividad, incluida su actividad ' económica y ' política.
El estatuto de lo ideológico depende del hecho de que refleja
la manera como los agentes de :una fonnación, portadores
de sus estructuras, viven sus condiciones de existencia, de la
relacióri “vivida" de los agentes con esas condiciones. La ideo-
Jogía está hasta ta l’punto presente en todas las actividades
de los agentes, que no puede diferenciarse de su experiencia
vivida. En esa medida, las ideologías fijan en un universo
relativamente coherente no sólo una relación real, sino' tam­
bién uiia relación imaginaria, una^ relación real de los hom­
bres con sus condiciones de existencia investida' en una rela-
ción imaginaria. Lo que quiere decir que las ideologías se
if refieren, en último análisis a lo vivido humano,' sin que por
1' eso se reduzcan a uná problemática del sujeto-conciencia. Eso
imaginario social, de función práctico-social' real, no es de
ningún modo reductible a la problemática de la enajenación,
| a Ja de' la- f^su conciencia. ' '
J De esto se sigue, por una parte, que la ideología, consti-
* tutiv^ amente inimbricada en el funcionamiento de lo imaginario
social, está- necesariamente fafseada. S u ' ^nición social no es
ofrecer a los agentes un conocimiento verdadero de la estruc­
tura social, sino simplemente insertarlos' en cierto modo en sus
actividades prácticas que sostienen1 dicha estructura. Precisa­
mente a causa de su determianción por su estn.ictura, el todo
social es un nivel delo vivido opaco para los agentes, opacidad
sobredeterminada en las sociedades divididas en clases, por
la explotación: de^ clase y las formas que esa explotación toma
a fin de poder funcionar en el todo social. Así la ideología,
aun cuando comprenda elementos de conocimiento, manifies­
ta necesariamente una adecuación-inadecuación respecto de
lo real, lo que Maarx percibió bajo la forma de “inversión”.
Se sigue, por otra parte, que la ideología no es visible por
los agentes en su ordenación interna:' como todo nivel de la
realidad social, la' ideología está determinada por su propia

II
1 Véase a este respecto Althusscr: “Maraiwm y humanismo", su-
pra. .

33
estructura, que es opaca para los agentes en las relaciones
vividas.
. , t

Esto nos acerca al problema de la unidad propia de lo


ideológico, es decir, de su estructura y 'de su relación con
la clase donúnante. Esa- unidad de lo ideológico no viene
en -absoluto de que sea genéticamente referida a una clase-
sujeto y a su conciencia de clase. Se debe originariamente
a la relación de la ideología con lo. vivido humáno en una
formación y a su investidura, imaginaria. La ideología^ tiene
precisamente por función, al contrario que la ciencia, ocul­
tar las contradicciones reales, reconstruir; en un plano ima­
ginario, un discurso relativamente coherente que sirva de
horizonte a lo ‘Vivido” . de los agentes, dando foima a sus
representaciones^ según las' relaciones reales e insertándolas
en la unidad de las* relaciones de una formación. Éste es sin
duda el sentido xriás profundo de la ambigua metáfora de
" cemento” que Gramsci emplea para designar la función so-
ciab de la ideología. La ideología, deslizándose en todós Ios
pisos del edificio social, tiene esa función* particular' de cohe­
sión estableciendo en el nivel de lo vivido de los agentes re­
laciones evidentes,falsas, que permiten ■el funcionamiento de
sus. actividades.prácticas —división del trabajo, etc.— en la
unidad de una formación. Así, la coherencia propia de lo
ideológico no es de ningún modo la misma que la de la cien­
cia, precisamente por: r^ azón de sus funciones sociales diferen­
tes. .La ideología, al contrario. que la noción científica de
sistema, no admite' en su seno la contradicción y procura
resolverla eliminándola .2 Con esto se dice que la estructura
del discurso ideológico y la del discurso científico son fun­
damentalmente diferentes.
En este sentido, si se abandona la concepción de la ideo-
logia como sistema conceptual —en el sentido ri^moso de
estas dos palabras—, ¿ngloba lo que con frecuencia se llama
“cultura” de una formación social: a condición, entiéndase
bien, de no caer en e l. defecto -del culturalismo etnológico,
que, en general, designa con esa palabra el conjunto de una

i: Vtose en este sentido Machcrey: “Lenin critique de Toistoi”,


en Pour une théorit de la production littérarie, 1966.
“fonnación social”.8 Además la ideología no comprende sim­
plemente, como d o bien Gramsci, elementos dispersos de co­
nocimientos, nociones, etc., sino' también el proceso de simbo­
lización, la transposición mítica, el “gusto”, el “esti!o”..i la
"ñioda”, en resumen, el “modo de vida” en general. '
Es preciso, no obstante, señalar los límites de esa metá­
fora ambigua de “cemento”.' En realidad, de ningún modo
(labe aplicarse a: los agentes de una foemación, portadores de
tifo estru ctaas, como el origen y el sujeto central de éstas,
n sea a' los' hombres en lo “vivido” ‘ como productores c;le la
itnidad de la ideología. T an cierto es que la coherencia pro­
pia —la unidad-— del discurso ideológico, implicada necesa­
riamente en la investidura imaginaria de lo "yivido” de los
Agentes, aun en su función de ocultar las contradicciones rea­
les a la investigación científica, no suscita, sirio que implica,
la descentración del sujeto en' el nivel de los soportes. En
afreto, las' consideraciones precedentes, si d^ ostraron la ne­
cesidad de coherencia del discurso ideológico referida a su
función' social, aún no determinaron - los principios de esa
coherencia, o sea’los principios' de la estructura oculta de la
Ideología dominante. Ahora-bien, la ideología, en cuanto ins-
l:».ncia especifica de un módo de producción de una for­
mación social, está- constituida; en los límites fijados por'ese
íriodo y esa foinnación, en' la medida en' que ofrece una cohe-
rirncfa imaginaria a- la unidad ' que rige ’las contradicciones
reales del conjunto de' una formación! L a estructura' de lo
Ideológico depende de que ■refleja Ia' unidad de una forma-
r.iún social. Desde ese punto_ de vista, su' papel especifico y
real de unidad n o es constituir la unidad de una' formación
-co m o querría la concepción histori'cista’—, sino reflejar' esa
unidad reconstruyéndola en tin ■plano imaginario. Así, la ideo­
logía dominante de una formación social' engloba sin duda
la "totalidad” de aquélla formación, no porque" constituyese
la "conciencia de clase” de un sujeto histórico-social, sino
porque refleja, con los' 'aspectos de inversión y de ocultación
(|ue le son propios, el índice de articulación ■de las instan-
rías que especifica - la unidad de aquella fomiaci6n. Como

' 3 Véase en este sentido R. Establct en Dimoeratií Nouvelle, ju-


nin de 1966. '

35
ocurre con toda otra.instancia, la región de lo ideológico está
fijada, en sus límites, .por la estructura . global de un modo
de producción y de una- formación social..

Se puede así determinar exactamente. en. las sotjedades di­


vididas en clases el sentido de la relación entre la ideología
dominante. y la . clase políticamente dominante. La ■función
originaria de la ideología está sobredeteiminada, en esas so­
ciedades, por las relaciones de clase en las que las estructu­
ras distribuyen a los agentes..La cor a rrespondencia de la ideo­
logía dominante y de la clase políticamente dominante no se
debe de rúngún modo, comotampoco la coherencia interna
propia de esa ideología,' a rúnguna relaci6n histórico-gené-
tica. Se debeal hecho de que la constitución de’ lo ideológico-
—de tal o cual ideología—, en cuanto instancia regional, tiene
lugar en la de la esp:uctura que tiene por efecto, en
el campo de la lucha de clases, tal o cual predominio . de
clase, el predominio de tal o cual clase. La ideolo^a domi­
nante, . asegurando aquí la inserción práctica de los.agentes
en la estructura social,, tiende al mantenimiento —a la cohe­
sión— . de esa. estructura, lo que- quiere decir, ante todo, la
explotación y el predominio de clase. E n este sentido la ideo­
logía está precisamente dominada, en una formación social,
por el conjunto de representaciones, valores, nociones, creen­
cias, etc., por. medio de las cuales se perpetúa el predominio
de clase ; está, pues, dominada, por lo que puede, así,, llamar­
se ideología de la clase dominante. '
Puede comprenderse bien, en ese sentido, que la estruc­
tura —la unidad— de la ideología dominante no puede des­
cifrarse partiendo de sus relaciones con una conciencia de
clase-concepción del mundo, en vaso cerrado, sino partiendo
de la unidad del campo de la lucha de clases, es decir, par-.
tiendo de la relación concreta de las diversas clases en lucha
dentro de la cual funciona el predominio de clase. Puede com­
prenderse, así, por qué, si es cierto que las clases dominadas
viven necesariamente su relación con sus condiciones de exis­
tencia en el discurso de la ideología dominante, no es menos
cierto, por otro lado, que ese discurso presenta con frecuen­
cia elementos tomados de otros modos de vida que el de la
clase dominante. Lenin lo señala de una manera luminosa:

36
"Cada cultura. nacional contiene elementos, aun no desarro­
llados, de una cultura democrática y socialista. Perp en cada
nación existe igualmente una cultura burguesa.. ., no sólo
en el estado de 'elementos’, sino en la forma de cultqra,. do­
minante".* Por lo demás, la ideología dominante no sólo
contiene, en el estado de “elementos” incorporados a su pro­
pia. estructura, rasgos procedentes de otras ideologías que la
de la clase dominante, sino que también se pueden encon­
trar en una formación capitalista verdaderos subconjuntos
ideológicos, que funcionan en unidad con una autonomía
relativa respecto de la ideología dominante: por ejemplo,
subconjuntos feudal, pequeñoburgués, etc. Éstos están domi­
nados por las ideologías de las clases correspondientes —feu­
dal, pequeñoburguesa—, en la medida, sin embargo, en que
esas ideologías que dominan a los subconjuntos ideológicos
están a su vez dominadas por la ideología dominante, a con­
tinuación veremos en qué forma. Esos subconjuntos ideoló­
gicos también contienen elementos procedentes de otras ideo-
logias que las que los dominan o que la ideología dominante
de una formación: es el caso característico de las relaciones
constantes entre la ideología pequeñoburguesa y la ideología
obrera.

• Notas críticas sobre la cuestión nacional, Oeuvres, t. 20, pp.


1C-17.

37
AK at HN m LAS Y fit' cstriio*
o
Terminada la Segunda Guerra Mundial, el período de la
gtOTa fría, iniciado con el famoso discurso de Winstoh Chur-
chill en la Universidad de Fulton en 1946, significó una
agudización del enfrentamiento político en todo el mundo.
La finalización del conflicto implicó entre otras cosas la
expansión del campo socialista y la disolución de gran parte
de la estructura colonial. El mundo fue repartido en áreas de
influencia de los dos. grandes sistemas dominantes, quedando
pese a todo un considerable número de naciones que recha­
zaban integrarse a una política de bloques.
En los países de occidente, el período posbélico registró
una creciente preocupación intelectual orientada hacia la
comprensión de la sociedad capitalista, recompuesta a duras
penas del doloroso trance de la guerra.
La apariencia irracional del conflicto requería a gritos la
recomposición de la racionalidad . capitalista y el desarro­
llo de nuevos horizontes -teóricos que tocaran el problema de
la libertad del individuo frente -a los regímenes autoritarios.
El problema de la libertad que va a recoger valiosos apor­
tes en el interior del m^ ^ ^ o y del existencialismo —para
citar solamente un par de casos— va a servir también de
plataforma de l^ ^ ^ iento a las más audaces y demagógi­
c a teorías que intentan la recuperación de la ideología bur­
guesa. .
En septiembre de 1955 en el Museo •Nacional de la Téc­
nica y la Ciencia de Milán, u n ' n^ ^ ^ oso grupo de inte­
lectuales occidentales se había dado cita para discutir el fu-
luro de la libertad en el mundo. Después de acaloradas
denuncia sobre el fana^ rno, el dogmatismo y el sectarismo
como factores restrictivos de la libertad —identificados todos
con la ideología— el congreso concluyó que la era de la ideo­
logía había llegado a su fin.1
No dejan de ser curiosas las conclusiones del menciona­
do congreso si se toman en consideración las circunstancias
1 Las vinculaciones entre los organizadores del Congreso por la
libertad de la cultura de y la cia serían comprobadas más
tarde y denunciadas por la revista Marcha en Uruguay.

41
histórico-políticas del momento. En septiembre de 1954 Es­
tados Unidos, Inglaterra, Francia, Australia, Nueva Zelañ
dia, Tailandia, Filipinas y Pakistán suscribían el Tratado de
Defensa Colectiva del Asia Sudorienta! (sEATo) que tenía
como finalidad la defensa colectiva de los contratantes, fíente '
a las crecientes amenazas de los países comunistas.
Posteriormente en febrero de 1955 Estados Unidos se com­
promete militarmente en Viet-Nam (con el respaldo de los"'
países fi^ ^ m tes del tratado) invocando la finalidad de pre­
servar Ja libertad amenazada por el avance de la ideología
comunista en el sudeste asiático.
A pesar de estas evidencias históricas, imposibles de igno^
rar para la intelligentsia occidental reunida en Milán, el
■ Congreso por la libertad de la cultura concluía que las po­
derosas ideologías que habían conducido a las masas durante
el siglo X XIX estaban agotados y su poder de movilización y
convencimiento se había extinguido. ' ,
“Los hechos que están tras ese importante cambio socio­
lógico son complejos y variados —nos adelanta Daniel Bell—.
Una cadena la constituyen calamidades del tipo de los pro­
cesos de Moscú, el pacto nazi-soviético y la represión ■de los
obreros húngaros; otra la constituyen cambios sociales del tipo
del capitalismo y los medios de bienestar social.” * En resumen,
la era' de la ideología sido sepultada —a juicio de los
congresistas de Milán— por. las atrocidades del comunismo
y por el progreso que prometía: el' capitalismo contemporáneo.
Sin embargo, a pesar del poderoso avance de las fuerzas
productivas capitalistas que habían' logrado reconvertir la in­
dustria 'de. gueira- a la producción civil, iniciando la fase am­
plia de expansión capitalista que se mantendrá hasta median
dos de .los sesenta (coincidiendo con avances tecnológicos y
organizativos.que permiten aumentar' la productividad del
trabajo) ; a pesar del aumento del ingreso y las medidas de
seguridad social, -gran parte de los intelectuales de occidente
adoptaba posturas extremadamente críticas para con sus de­
mocracias y se sentía cada vez más atraída hacia el m aras­
mo, que no' era otra cosa, seegún Bell, que la reasunción de

. z Daniel Bel, El fin de la ideología, Buenos Air es, Paidós, 1969;


p. 546. ' .
todas las viejas ideas milenarias y mesiánicas de los anabap­
tistas. ' ' ,
¿Por qué tienen tantq mayor ^ t o las ideologíg 4
fa del pro­
letariado y del partido cuando menos numerosa es' la dase
obrera?, se preguntaba Aron. en su conocido ensayo El' opio
de los intelectuales; en otras palabras, ¿ p o r. qué la in telec­
tualidad occidental continuaba tozudamente interesada en el
marxismo, cuando_ éste no era otra cosa. que una ideología
que ni siquiera pertenecía a la dase, obrera? “El proletaria­
do nunca ha-tenido una concepción del mundo opuesta a la •
burguesía - n o s afirma Aron— ; ha habido una ideología de
lo que debería ser o hacer el proletariado, ideología que con­
taba con. tanta- mayor influencia histórica cuanto más pe­
queño era el núm ero de obreros en la indastria.” s
De este manera,. el fin de la ideología decretaba en la
práctica el fin de} •pensamiento marxistá, cuestión por lo de­
más curiosa, si se toma en cuenta que el propio Marx había
combatido un siglo antes.. contra toda fo ^ nna de manifestación
ideológica. .
Marx fue bastante .p a ro . al afirmar que en la sociedad
futura, superada la propiedad privada . y la división . social
del trabajo, . no tendrán, cabida . pstemas filosófico-ideológi-
cos que comprendan al mundo según intereses particulares.
Lo que M arx nunca pensó -—dado el carácter de su pensa­
miento— es declarar el-fin de la ideología por decreto.
¿ PPero> cuál . es el corptis teórico de estos defensores del
“fin de la ideología”?,. ¿en qué se. basen para aventurar el
surgimiento de un mundo nuevo libre de contaminación ideo-
16gica? . .. ;. .
La teoría del "fin .de las ideologías” comparte ..su- cutía
una serie de otras teorías sociológicas que ponderan como
fund^ ental y significativo el vertiginoso: desarrollo de- las
fuerzas productivas y la. importancia, creciente de la revolu­
ción tecnológica. El sUJ'gimiento de una “nueva Sociedad in-
dwtrial’’ que en- su parte medular se conforma gracias a una
economía planríjcada, con' la ayuda de la ciencia y la tec­
nología, hace que el desarrollo se oriente.. hacia el progreso,
can forma absolutamente independiente del sistema económico
cu el cual se desenvuelve. Esta idea de la convergencia entre
3 Rnymond Aon, El opio de los intelectuales, p. 298. •
43
los dos sistemas económicos mundiales es lanzada - a ú n en
germen— por el economista francés Bertrand de Jouvenel
en el ensayo AlgunCZ3 analogías fundamental es entre los siste­
mas económicos soviético y capitalista, presentado al citado
congreso de Milán. De tal manera que lá “teoría de la con­
vergencia” y la “teoría del fin de las ideologías”, comparten
en los hechos una suerte de origen común.
El planteamiento medular de la teoría' de Ja convergen­
cia lo hace Galbraith en su libro The new industrial state
señalando que ' “existe una amplia convergencia entre siste­
mas industriales. Son los imperativos de la tecnología y la
organización y no los símbolos de la' ideología lo que deter­
minan la formación de la sOciedad económica. ■En este sis­
tema la ideología no es una fuerza pertinente”.
En consecuencia, el futuro de la humanidad será el re­
sultado de un progresivo acercamiento entre la vía socialista
hacia el desarrollo y la sociedad capitalista posindustrial, los
problemas del mundo actual sobre problemas científicos y
tecnológicos.
Pero tratemos de resumir de manera didáctica la teoría
del fin de las ideologías. .
lo. La ideología es una concepción del mundo que con­
tiene ideas y convicciones sobre la naturaleza ideal del hom­
bre y la sociedad. Toda ideología contiene un conjunto ^ a p a ­
rentemente sistemático— de hechos, interpretaciones y deseos.
2o. El carácter “ideal” de la ideología —en el sentido de
perfección o proyecckín hacia el futuro—- restringe su capa­
cidad de comprensi6n cabal de la realidad y la ciencia. “Hace
falta una moral elevada y sin desmayos para soportar la ten-
si6n de una batalla indecisa; resulta mucho niás fácil conser­
var el coraje cuando se tiene a la vista una victoria decisiva.
Los ideólogos inodémos,. por lo tanto, tienden comúnmente a
definir sus metas en términos de: real optimismo.”*
3o. Toda ideología es *—además de una concepción del
mundo— un programa para la acción. La ideología al decir
de Bell “es la conversión de las ideas en palancas sociales”.
4o. Para lograr una motivación adecuada para la acción,
la ideología recurre fundamentalmente a la canahcación de la

* Frederick Watkins, La era de la ideología, Buenos Aires, Tro­


quel, 1970, p. 148.

44
energía emocional de los hombres.’Al contrario de la religíón
que ^ p ^ m ía la energía emocion é y - castigaba la pasión, la
ideología se nutre.. de la emoción, la pasión y la parte .ira-
cional de la conciencia. De ahí la propensión al fanatismo '
ideol6gíco. . ’’... ■‘
5o. Toda ideología tiene úna' base real sobre la cual se
desarrolla. Las ideologías. decimonónicas fueron el resultado
de una época traumática de la historia de la humanidad y:
íu capacidad de' movilizaci6n fue gigantesca.' Surgidas como’
complemento de la Revolución Industrial “florecieron en un
período de reajuste radical, cua_ndo los hábitos de pens^ amien-
lo. y acción firmemente ^ ^ u gados se vieron compelidos a.
abrir paso a una’ veloz serie de acontecimientos económicos
y políticos sin precedentes; cuando" las •condiciones se volvie­
ron ^ á s esl í es, aquellas-[las ideologías) empezaron a des-'
oparecer”.11 .
. 6o, En la actualidad, el poder de convencimiento y mo­
vilización de la s : ideologías se ha- agotado; El rápido creci­
miento económico,los enormes progresos de. la- ciencia. y la
tecnología, el dominio omniabarcante del hombre sobre la
naturaleza han sepultado para siempre la era de las ideo­
logías. ’
Estos son —a juicio nuestro— los planteamientos básicos de
Iu teoría del fin de las ideologías. Es indudable que a pesar
do la’aparente objetividad y cientíi d dad de la que se rodea,.
til finalidad principal ha sido la de combatir el. pensamiento
mur:<ista. Al decretar el fin de la era ideológica se pretende
Npultar para siempre a -la más peligrosa y motivadora de
todas' las ideologías: el marxismo.
A pesar de la abundante bibliografía sobre el tema, los
lipürtes de los te 6ricos del fin de las ideologías han sido de
U&asa significación. La -razón de incluirlos en esta antología
ha. sido' precis^ ente la extraordinaria difusión de sus plan­
e amientos. A finales de los cincuentas era difícil encontrar'
mi tratado de sociología que no dedicara por lo menos’ un
CApítulo a la mencionada teoría.
Creemos finahnente que la teoría del fin de las ideolo­
gías empieza a perder su vigencia a pasos agigantados. Sur-
Jelila en los momentos de agudo enfrentamiento político de•
• Frcderick Watkins, op. cit., p. M9.

45
la guerra fría, empieza a declinar' con el período de la dis­
tensión. El lenguaje. violento e intransigente de los primeros
teóricos del fin de fas ideológía.s será remplazado por' un
discurso aparentemente más sutil y conciliador. “Hoy em-.
pieza a predominar una orientación distinta —nos dice Zbig-
niew Brzezinskí—. Los problemas sociales se interpretan cada
ve-z menos como los frutos de úna maldad deliberada y cada
vez más como los neoproductos involuntarios de la comple­
jidad y la ignorancia. ( . . . ) Además, las consecuencias impre­
vistos de los descubrimientos científicos han generado, sobre
todo en los países avanzados, u n a "contienda de qque los
problemas básico^ con los que tropieza el hombre tienen i.lna
trascendencia común para la supervivencia humana, al mar­
gen de' la diversidad doméstica in^ ternacional. El interés por
la ideología deja paso a la preocupación por la ecología." *
La tonalidad del discurso ha cambiado pero el meollo de
la cuestión sigue en pie: la era de la ideología ha llegado a
su fin. La humanidad se ha convertido en un tódo ■más in­
tegrado y dinámico, que contempla vastas y entrelazadas for-
mmas de cooperación éntre los sistemas dominantes que con­
ducen invariablemente hacia: “la disolución de las' lealtades
institucionales e ideológicas consagradas”.7
’ La teoría “del fin de las ideologías” ha sido criticada por
diferentes autores desde posidones diversas. Ludovico Silva
por ejemplo ■aborda la crítica del “fin de .. las ideologías” en
su libro Teorúz y práctica de-la ideología donde dice:
■ “En conclusión, la. tesis, ' larga. ya de varias décadas, del
‘fin de las ideologías’, nófas eoncret ^ ente otra cosa que. una
modalidad, la más reciente, de ■‘poner al día’ la ideología
del capitalismo avanzado. -Tiene la gran virtud de atraer a
muchos intelectuales deseosos de ver extinguirse toda:- ideolo­
gía {todo marxismo) para dedicarse a la ‘ciencia pura’, que
no- es más que la ciencia castrada de todo compromiso con
la lucha por la desalienación. El ‘fin de las ideologías1 es
- es algo tan truculento' y misterioso como la alienación de la
alienación.” 8
° Zbigniew Brzcziniki, La. era tet;notrónica, Buenos Aires, Paid6s,
1970, p._ 108. .. _ _
i Zhigniew Bizezmcki, op. cit., p. 25.
s Ludovico Silva, Teoría práctica de la ideolo¡ía, Mé:dco, Nues­
tro Tiempo, 1974, p. 122.

46
Hemos tratado de exponer los lineamientos fundamenta­
les de la teoría del “fin de las ideologías”, pero creemos que
esta quedaría incompleta si no adelantamcñ algunas
de la! críticas de que ha sido objeto dicha teoría. Con esa
finalidad hemos incluido en este capítulo el artículo de­
finición funcional de la ideología y el problema del fin de la
ideología” del filósofo polaco Adam Schaff. ■

47
RÁYMOND ARON

Nace en París el 14 de marzo de 1905. Ingresa a la Uni­


versidad de su ciudad natal, y obtiene el doctorado en Le­
tras. De 1930 a 1931 es conferencista de la Universidad de
Colonia, y funcionario del Instituto Francés de Berlín durante
el período 1931-1933. A partir de este último año funge como
profesor del Liceo del Havre, y en 1934 es nombrado secre­
tario del Centro de Información Social de la Escuela Nor­
mal Superior, cargo que ocupa hasta 1939. En este año, im­
parte cátedra eii la Universidad de Toulouse. Dedica varios
años de su vida al periodismo; como editor de La France
Libre, desde 194-0 a 1944; y como miembro del cuerpo de
redactores de Combat durante 1946 y Le Fígaro en 1947. En
1961 es nombrado miembro honorable de la Academia Ame­
ricana de Artes y Ciencias. En 1962, miembro de la Sociedad
Americana de Filosofía, de la Academia Británica, y de la
Legión de Honor de los Embajadores. Un año más tarde,
adquiere la membrecía en la Academia de Ciencias Morales
y Políticas. El premio Montaigne, le es otorgado en 1968, y
' tres años más tarde, es docente en el Colegio de Francia
y en la Universidad de Large Cornell.
Raymond Aron es doctor honoris causa en filosofía de las
Universidades de Harvard, Basilea, Bruselas, Columbia, South-
amptoii, Oxford, Jerusalén y Lovaina.
Entre sus publicaciones podemos citar:

Obras:
I ntroducción a la filosofía de la historia, 1968.
La sociología alemana contemporánea, Buenos Aires, Paidós, 2a.
edición.
El gran sismo, 1948.
. Las guerras en cadena, 1951.
El opio de los intelectuales, Buenos Airc.s, Siglo 1955.
La Nagidia Argelina, 1957.
Paz y guerra entre las naciones, Madrid, Revista de Occidente,
1963.
Dieciocho lecciones sobre la sociedad industrial, Barcelona, Scix
Barral, 1965.

48
La lucha de clases, Barcelona, SeU: Barral, 1964.
Democracia y totalitarismo, Barcelona, Seix Barral, 1965.
Tres ensayos sobre la era industrial, Barcelona, Edima, 1967.
Las¡ etapas del pensamiento sociológico, Buenos Aires, Siglo ^ X,
1967.
La república imperial, Buenos Aires,. Emecé, 1974.
Historia y dialéctica de la violencia, 1973. '
Progreso y desilusión, Caracas, Monte Avila/ 1969.

IDEOLOGÍAS MUERTAS, IDEAS VIVAS *

De moda desde hace diez años, el tema del fin de las ideo-'
logias 1 es criticado hoy día (me felicito por ello) no sola­
mente por sus detractores de siempre, los marxistas-leninistas,
sino también por algunos radicales (en el sentido americano
del vocablo) o ciertos ex o sraj^ imarxistas. Como prueba adu­
ciré solamente dos artículos aparecidos en Commentary, uno
en abril de 1964, de H. D. Aiken, titulado The revolt against
flaology, y otro de George. Lichteím, titulado The •coid war
in perspective (junio de 1964) .
H. D. Aiken ataca simultáneamente, y en orden, a Camus,
n mí, a Daniel Bell y a otros profesores americanos. Al finál
clcscubre, lo que no es nada sorprendente, "que es imposible
de hecho discutir con ellos sin correr el riesgo de' cometer
* Rayinond Aron, Tres ensayos sobre la era industrial, Barcelo­
na, Edima, 1967, pp. 147-159.
1 Yo había escrito entonces: “Fin de la era ideológica'’, y aña­
dido después: “No somos tan inocentes como para esperar una paz
|>róxima: todavía reinan los conquistadores liquidados o venidos a
menos, los burócratas. Es posible que los occidentales sueñen con la
tolerancia política, de igual. manera que hace tres siglos se cansaion
ile las inútiles matanzas en nombre del mismo dios y por amor de
l:L verdadera iglesia. Pero al menos han comunicado a los otros pue­
blos la fe en un porvenir radiante. En parte alguna de Asia o de
Africa ha extendido el Estado-providencia bastante felicidad como
para ahogar •los impulsos de la esperanza no-razonable.” Mi amigo
U. Shilz recogió la fórmula “Fin de las ideologías” como título de
1111 artículo donde se daba cuenta de un congreso organizado en
Milán, en 1955, por el Congreso para la Libertad de la Cultura.
IJamcl Bell dio a una recopilación de artículos este mismo título.
Recientemente, Seymour Martin Lipset ha publicado una bibliogra­
fía de libros y artículos relativos al tema (Daedalus, 1964).

49"
en detrimento suyo una horrible injusticia”. Para evitar este
riesgo hubiera sido preferible no crear una escuela ficticia
de “antiideólogos”; mediante amalgama de Camus y de' mí,
entre los adversarios europeos de los maixistas y los sociólo­
gos o pragmatistas americanos. Todos tenemos en común
nuestra oposición al marxismo-leninismo y al tipo de ideo­
logía de la que éste es expresión acabada. Pero esta oposi­
ción no parte necesariamente de la misma inspiración. Kan­
tianos o pra^ n atistas son igualmente antiideólogos. El sentido
de su “revuelta contra la ideología” no es evidentemente el
mismo.
Un debate digno de este nombre exige que no nos enre­
demos en juegos de palabras, en particular con una palabra
tan equívoca como “ideología”. Como se sabe, también el
marxismo fue en sus orígenes una- revuelta contra la ideolo­
gía, en una época en que el concepto designaba la falsa con­
ciencia o las deformaciones interesadas de lo real, y también
todo el conjunto de edificios intelectuales y morales existen­
tes. Pero, al margen de que se retuviera la acepción amplia
o e s ^ ^ ha de ese concepto. los marxistas-leninistas "desen­
mascaraban” sin contemplaciones las ideas de los demás como
si las suyas propias no pudieran ser sometidas al mismo tra-
t^ amiento. Su sistema tenía la. dignidad de una ciencia de la
historia, contraria a las ilusiones idealistas, o de una visión
total opuesta a las visiones particulares, y también de un
pensamiento orientado hacia el futuro por la esperanza y con­
tra los pensamientos cristalizados en el conservadurismo por
miedo a lo desconocido.
A mi juicio, el stalinismo era la forma extrema y cari­
caturesca de lo que yo llamaba ideología, a saber, una for-
malisación seudosistemática de una visión global del mundo
histórico, visión que da un sentido al pasado y al presente y
que obtiene el deber ser a partir del ser, el futuro previsto
o deseado a partir de la realidad actual. Con el nombre de
ideología yo apuntaba a lo que llamé entonces una religión
secular.2 No hay rastro de ideología (en el sentido concreto
que yo daba a este término) en las últimas líneas de E l opio

. 2 En 1943, en plena guerra, consagré un estudio a las religiones


seculares, ejemplo contemporáneo más asombroso y monstruoso
era el nacional-socialismo. ■

50-
de los intelectuales: “Si es cierto que la tolerancia nace de
Ja duda,. que se enseñe a dudar de los modelos y (de las uto­
pías, a recusar a los profetas de la salvaci6n, a los ■anuncia­
dores de catástrofes. Hacemos votos por la venida de los
escépticos a condición de que sea para la extinción de' los fa­
náticos.” A este respecto, nuestro crítico comenta: “Seduc­
tora retórica. Pero huele a ideología,' en el sentido que
la entiende el propio Aron. Porque la tolerancia también es
un' principio y un método. También ella' presenta peligros
reales.’’ Esta suerte de polémica, utilizada por un profesor
de filosofía de la Universidad de Harvard, me habría sor­
prendido si pudiera haber algo en estas' materias que me sor­
prendiera todavía. Si mi escepticismo se extendiera- a todos
los “principios” y a todos los “métodos”, no dejaría eviden­
temente subsistir ninguna posibilidad de decisión razonable
o de -acción. Para toda persona dispuesta a 'leer El opio de
los intelectuales con un mínimo de buena fe, era evidente
que el escepticismo se refería a ‘‘los modelos y las utopías”,
el mercado ideal de los liberales y la total planificación de
los socialistas. Yo atacaba a “los profetas de. salvación y a
los anunciadores de catástrofes”, a todos aquéllos para quie­
nes la primera etapa de la redención es el extemúnio de mi­
llones de hombres. .
El opio de los intelectuales, libro esencialmente negativo,
apuntaba principalmente a los marxistas-lenmistas y más aaún
a los progresistas. Contra una intelectualidad que me exco­
mulgaba porque yo denunciaba el stalinismo y me adhería
• la alianza atlántica, yo no experimentaba la necesidad de
buscar. los fundamentos de los valores que subscribía como
hacían los progresistas; yo no discutía ni con. los fascistas y
ni siquiera con los reaccionarios, sino con la izquierda, con
la familia intelectual de la que yo esa originario y .a l a que
acusaba de traición. Ni C ^ us ni yo teníamos la ^ ^ ^ ión
de cambiar de campo; denunciábamos a los usurpadores; el
ilalinismo se presentaba como heredero de la tradición de
ln Ilustración. Frente a una política derivada de la filosofía
de la historia, oponíamos una política ilustrada por el cono­
cimiento empírico e inspirada por una voluntad moral.
Pero, aun eliminando los malentendidos, voluntarios o in­
voluntarios, la crítica de la “revuelta contra la ideología” no
por ello deja de plantear algunos problemas que merecen
un examen atento. Los problemas, en lo esencial serían los
siguientes:

19 La tesis del fin de la era ideológica es, primero y prin­


cipalmente, un diagnóstico de la coyuntura histórica. A este
respecto, considerada como afirmación, reclama ■una confir­
mación o una refutación en el plano mismo en que ella se
sitúa. En resumen, el primer problema hace referencia a la
verdad o al error del diagnóstico, o, si. se prefiere, a la parte
de verdad o de horror que comporta..
29 Suponiendo que el diagnóstico sea exacto, ¿es el fin
de la era ideológica un fenómeno feliz p deplorable? ¿Hay
que alegrarse por el agotamiento de las ideologías o hay que
deplorarlo? Y, en general, ¿cuáles son las consecuencias actua­
les O' probables de la política que es o se dice no-ideológica?
39 ¿Cuál es la filosofía, cuál es la visión del mundo de
los que se declaran hostiles a las ideologías? ■¿Significa el
fin de las ideologías el declive o, al contrario, el renacimien­
to de la filosofía política? . .

Poco más o menos, el diagnóstico de la coyuntura his­


tórica era el siguiente: la última guerra mundial ha dejado
fuera de juego las ideologías de tipo fascista o nacional-socia­
lista, las que exaltaban una nación o una raza, que combi­
naban la nostalgia de las jerarquías preindustriales con téc­
nicas de propaganda y de acción tomadas de los partidos
socialistas .y" sobre todo del comunista. Incluso los conserva­
dores y moderados 3 han sido ganados, en su mayoría, por
la expansión económica, la industrialización y la racionaliza­
ción. En lo esencial ha desaparecido el diálogo múltiple; el
diálogo subsiste solamente entre dós versiones del pensamiento
racionalista: la versión occidental y la versión soviética. Ahora
bien, la democracia liberal de tipo occidental,. a partir del
momento en que también ella asegura el desarrollo de las
fuerzas productivas y la difusión del bienestar, posee una su-
a En los países desarrollados. .

52
perioridad evidente ■(salvo para algunos intelectuales) sobre la
democracia llamada popular de tipo soviético. ¿Al qué viene
el partido único y el Estado totalitario si, de hecho, en me­
dio del desorden y las querellas de la' libertad, las democra­
cias liberales obtienen resultados cuando menos equivalentes?
En 1954-1955 veía cómo se disipaba la bruma que disimulaba
la realidad soviética; pensaba que la fe- en el magismo-leni­
nismo quedaría, al menos, trastornada por el descubrimiento
de esta realidad ; y no veía una ideología que la substituyera.
¿ Por qué es tan difícil 1a elaboración de una ideología
entendida como sistema global de interpretación y de acción?
Para las sociedades- de. nuestro tiempo el progreso de la cien­
cia y de la técnica se ha convertido en una especie de fata­
lidad, un movimiento casi irresistible' que ningún gobierno
quiere detener ni frenar (la carrera del saber es una carrera
del poder) y que probablemente nadie consigue siquiera ca­
nalizar (¿desean los. gobernantes que algún día los biólogos
Jcan capaces de manipular los patrimonios' hereditarios?) .
Progreso de la' ciencia- y crecimiento' de. la producción son
inseparables y crean un porvenir previsible en sus rasgos ma­
yores a diez o veinte años vista y, a la vez," imprevisible a
plazo más largo en sus características humanas:
Ni la ciencia ni el crecimiento económico,- a partir de un
nivel detenninado " se ven afectadas . sensiblemrate por las
preferencias declaradas del partido en el poder. El problema
milenario de fa .desigualdad no se “resuelve” (suponiendo
que pueda serlo algún.día) sólo por- el..advenimiento de una
mciedad opulenta (opulenta. a medias),, pero no se plantea
tn los mismos términos. a.partir del monirato. én que, de año
rn año, aumentan los recursos colectivos y la masa de la po-
hlnci6n se beneficia de este aumento. De ' lá misma manera _
que el reino de los liberales (en los Estados Unidos) y el de
Jh izquierda (en Europa) no aceleran ni frenan necesaria­
mente el crecimiento, tampoco influyen ni en un sentido ni
en otro sobre la desigualdád. del reparto. . '
¿Cómo reconstruir una nueva. ideología cuando falta el
l'ulpnblc (la propiedad privada. o el capitái.i5mo , responsa­
ble de la. « plotación y de la miseria) c1 salvador (el pro­
letariado, testigo de la sociedad inhumana y decidido a redi-

j Una vez más, en las sociedades desarrolladas de Occidente.

53

/
mirse) y la imagen de un porvenir radiante (se cree. saber
a qué se parecerá una sociedad opulenta siempre y cuando
el actual progreso de la economía se .prosiga a la misma ve­
locidad durante medio siglo más y no se produzca ninguna
catástrofe) ? Las instituciones y. los mecanismos sociales . se
prestan :mal a la transfiguración, porque los regímenes son
cada vez .menos puros y toman de prestado de tipos ideales
distintos que. en abstracto son incompatibles. En fin, y sobre
todo, el actual curso de Ja historia ilustra el poder de la. téc­
nica aplicada al . medio y la resistencia que la . naturaleza
humana y social opone a quienes tienen la ambición de “re­
construir” el orden d e. las sociedades. Además, parece como
si los hombres sufriesen. tanto . más su ■historia cuanto mayor
es la. ilusión prometeica de hacerla. Por el contrario, los go­
bernantes que abordan los problemas uno después del otro,
modesta,mente, tal y como se presentan' en cada caso, tienen
más posibilidades de obtener resultados conformes con sus
inteneiones. Este es el pragmatismo del ingeniera social, más
confonne .<;on. el espíritu del racionalismo y que da mejores
posibilidades a los hombres, no para convertirse en “dueños
y poseedores. de la naturaleza. social”, sino, para mejorarla
obedeciéndola. ., ^ .
En Europa' nadie se atreve a ' negar. ya el debilitamiento
de las “síntesis ideológicas”. Más bien, muchos observadores
parecen propensos a bautizar con el nombre de despolitiza­
ción lo que sólo es indiferencia respecto de las ideologías tra­
dicionales'. El campesino francés que ha tomado conciencia
del vínculo que hay entre la renta de su trabajo y el Mer­
cado Común está en cierto .modo más “politizado”, más in­
tegrado en el conjunto nacional y europeo que su padre, aun
en el caso de. que éste vote a los radicales y él, el moderno,
según las circunstancias y los programas de los candidatos,
tanto a la derecha como a la izquierda. La política ya no
se confunde con las querellas de las familias espirituales; el
centro de los debates ha. pasado a ser social y económico;
pero esto no significa todavía que el francés haya dejado
de ser un ciudadano, porque sigue siendo, en primer lugar,
ciudadano de una comunidad . de trabajo. Por lo demás, el
propio Aiken reconocía que “no hay duda ninguna de que
las viejas. ideologías de derechá y de izquierda han perdido

54
(u poder de persuasión; no hay duda ninguna, tampoco, que
tl intelectualismo^ y el radicalismo han de tomar hoy en todo el
mundo f o ^ ^ nunves”. En Alem^ ania,' Inglaterra y'-p^ses es­
candinavos los “socialistas pragmáticos” se. oponen a los “con­
servadores ilustrados”. En Italia y en Francia los partidos
«sornmiistas han conservado sus electores, cuadros y militan-
lls, pero no tienen su antigua rigidez ideológica. y tampoco
paseen el poder de seducir o fascinar a ■los. intelectuales.
¿La coyuntura de los Estados Unidos es diferente hoy de
la que yo analizaba hace diez años? La opción- de' Barry Gold-
water por el partido republicano y los libros o panfletos con­
tra los “liberales” (el de Burnham por ■ejemplo) dan te ti-
monio de una vuelta a la querella entre “liberales” (equi­
valente americanode laizquierda) y “conservadores”. Por otra
parte, el ‘‘liberalismo moderado” que domina tanto en las
universidades como en Washington y es atacado a SU izquier­
da por los “radicales” o “paramarxistas”, y a su derecha por
los conservadores. ■ ' '
En sus orígenes, la antiideología de ■los autores ameri­
canos tenía. un carácter diferente dé' la antüdeología de un
Camus, comunista en su juventud, y"de la mía propia, que
nunca he dejado de dialogar con el pensamiento hegeliano-
marxista. En los Estados Unidos, el "‘liberalismo” (es decir,
el pensamiento de.'la izquierda) no ha sufrido' mucha in­
fluencia . del marxismo ; rara vez ha sido formalizado siste-
táticam entc o elaborado en una filosofía ' dé la historia. Des­
pués de 1945 los “liberales” han sido, salvo muy pocas excep­
ciones, firmemente anticomunistas. americanos no han
tenido ni el equivdiente de un conservadurismo a lo Burkeni
ni de un marxismo a lo Kautsky o a lo Lenin ni siquiera
de un progresismo a la Sartre. Su doctrina de la libre em­
presa rara vez se ha expresado en una teoría al estilo de
Mises o de Hayek. De vuelta de la ideología, los antiideó­
logos americanos no volvían de muy lejos; algunos volvían
simplemente de Europa. Y su retorno tenía por lo general
un significado diferente. En Europa algunos antiideólogos
denunciaban una filosofía de la historia enquistada en un
dogmatismo inh^ ano, y se decían partidarios de la moral
n de la sabiduría. En. los Estados Unidos el diálogo tradicio­
nal discurre más bien entre el moralismo y el pragmatismo,

55
entre una política fundada en los principios y una política
dictada por consideraciones utilitarias o el saber- empírico.5
Es posible que las polémicas de los intelectuales- de dere­
cha o de izquierda, de H. D. Aiken, G. Lichtheim, H. Mar-
cuse o-J. Bumham, ■anuncien una nueva era de debates. Los
resultados electorales de 1 ^ 4 confirman, si- es que hacía falta,
, que el "liberalismo moderado” en el poder no está amena­
zado ni por su derecha ll.i por su izquierda. Lo que acabo
de llamar “liberaUsmo moderado”, según el vocabulario ame­
ricano, equivale. a: lo que, en francés, se prefiere llamar la
ortodoxia democrático-liberal. En efecto, los regímenes de- los
países desarrollados de Occidente llevan hoy a la práctica un
compromiso aceptable entre los valores que son propios a las
tres escuelas más- en boga: liberalismo, democracia y socia­
lismo.. L a . atenuación de las querellas ideo16gicas en Occi­
dente- (que constatan todos los observadores, incluso los más
hostiles a -la f6rmula del fin de las- ideologías)- se debe pre­
cisamente al triunfo, al menos provisional, del ■compromiso:
Las. libertades personales son preservadas a^ despecho de la
creciente inteivenci6n del Estado en la- vida. económica, a
despecho de las leyes -sociales y de: las- subvenciones- a la. agri­
cultura. El pm ^ ^ e n ^ ram o y l ^ ¡ elecciones libres no impiden
u n ráp id o crecimiento de. la economía; la semiplanificación
no es contradictoria con las instituciones representativas. Reac­
cionarios y revolucionarios, whigs y marxistas, atacan vana­
m ente la fortaleza. de la .‘‘izquierda moderada”. (o del “con­
servadurismo ilustrado” ). Los actuales detentadores del poder
en los Estados. Unidos expresan fielmente los sentimientos
de. la mayoría, aunqueles acusen unos de preparar el camino
al socialismo y. los orros de traicionar la tradición radical de
la . izquierda. Ciertamente, el “credo liberal”, tal y como se
expresa hoy a ambos lados. del Atlántico, toma más. cosas del
socialismo del siglo que del liber^km o del siglo Xxvm.
Teme" menos el fortalecimiento del Estado que Ja per sisten­
cia de' las desigualdades o el poder de los capi'talista5 o de
las sociedades anónimas. En términos' abstractos le preocupa•

• ¡ Á falta. de distinción entre el diálogo europeo (filosofía- de la


Historia o voluntad nioral) y el diálogo. americano' (principios o
praginátisnio), el estUdio de H.' D: Aiken es rico en 'innumerables'
confusiones. . • ■ '

56
más la igualdad que la libertad. tal como la entendían los
pensadores del siglo x v n , es decir, las libertades individuales.
De entre los que dicen adherirse al mismo credo, linos están
dispuestos a sacrificar las libertades individuales a la democra­
cia (gobierno salido del pueblo) y los otros, por el contr ario,
ponen' las libertades individuales por encima del modo de
designación de los gobernantes. De hecho, la mayoría de los
intelectuales de izquierda europeos son más socialistas que li­
berales (en el sentido europeo del téimino), y, por esta ra­
zón, siguen criticando la realidad: el reparto de las rentas
está muy alejado del ideal igualitario, y la semiplanificación
funciona - con el concurso de las grandes empresas, menos
amenazadas hoy que hace treinta años.

Por supuesto, no pretendo decir que la situación actual


de Occidente sea' característica de la condición política del
hombre, o, simplemente, característica de los tiempos mo­
dernos; más bien, ni.e inclinaría a creer lo contrario. Eri mu­
chos -aspectos las situaciones extremas son más' típicas, al
menos en los periodos en que,.según la fórmula de Toynbee,
la .historia está “en movimiento”.' La actual' coyuntura no
oxige en Occidente sacrificios graves o inmediatos ni de las
libertades ni de la democracia ni del crecimiento. Se discute
de más o d e ' menos,. cada partido o cada individuo tiene su
particular jerarquía de valores, es decir, tiene una vaga con­
ciencia .del orden en que- sacrificaría los diversos valores el
día que fuesen necesarios algunos sacrificios. .
A falta de mayores querellas en el seno.de las sociedades
a que pertenecen, los intelectuales occidentales 0 intentan ..bus­
car muy lejos la patria de sus sueños o.de sus indignaciones:
"Es exacto —— escribe .George Lichtheim— que las pasiones
revolucionarias se han enfriado en Occidente ( . •,) y que en
los países más avanzados se produce algo parecido.. a un con-
¡l'lisus, un asentimiento general.- Es exacto también que .Ios
rcinservadores occidentales han fracasado en sus intentos .de
imponer su visión restringida ,(sit; )..de las cosas a pueblos. que
siempre habían estado enfrentados con el dramático proble­
ma de sobrevivir. .Peró es completamente dudoso que. los paí­
ses subdesarrollados puedan hacer otro tanto adoptando nues-
o Marxistas-leninista's excluidos.' ■

57
tros métodos fragmentarios. Las técnicas del .‘ingeniero social’
no responden en modo alguno a su problema. U na ‘inter­
pretación global de la historia del .mundo’ constituye para
ellos una necesidad práctica urgente si quieren romper con
el pasado y remodelar sus culturas; éste es el precio de su
progreso material”. Estas frases comportan una partede ver­
dad e ilustran uno de los últimos recursos del mai-x.ismo
arrepentido a medias. Recomiendan a los países subdesarro-
liados _la vía revolucionaria, por tanto un régimen autoritario
y. verosímilmente totalitario (porque un gobierno “animado
por una visión total de la historia” se reserva el monopolio
de -la ; verdad),L os portavooss de la mayoría de países sul>-
desarrollados ponen el crecimiento p o r encima de los valores
democrático-liberales o, al menos, justifican su poder por la
necesidad de. desarrollo. Pero; de hecho, la Indonesia de
Sukamo s!! interaa más por la ext ensión de su te.ritorio, en
Nueva. Guinea. y Malasia, que. por el progreso' económico y
el nivel de. vida de la población. Argelia y ".Marruecos se
querellan; a propósito de sus fronteras, y la Argelia de Ben
Bella, declarándose socialista, parece. aspirar. al poder- tanto
como . al bienestar.. Parece como ■si .en una gran parte del
tercer mundo, los pueblos que se baten por sobrevivir, corno
dice Lichtheim; .prefiriesen. la gloria o las ideas a la vida. La
absoluta prioridad dada al desarrollo es cosa de un intelec­
tual europeo más.que de las élites de’Asia. o de^ África. Es
posible que la India, que ignora •las religiones seculares y la
“visión total del niundo histórico", que^ respeta las creencias
tradicionales y al mismó tiempo aspira a la modernidad, haya
tenido. después de su independencia uno de los gobiernos más
preocupados por el desarrollo. ■' . ■ '
Es seguro que alguien objetará que los resultados obteni­
dos son mediocres y que el respeto "de los a l o res sagrados
o de los signos levantados en el camino de la modernización
suponen un obstáculo que la democracia parlamentaria no
logrará superar en mucho' tiempo. No tengo inconveniente en
asentir a esta objeción, pero si la negación del . despotismo
y de la violencia se pagan, también se pagan el despot^ n o y
la violencia, que cuestan a veces sudores, sufrimientos y lá­
grimas sin que aporten siempre la contrapartida del desarro­
llo. Fidel Castro tiene una visión global de la historia y, efec-

58
tivamente,_ ha conse^ ú do en pocos . años ' reducir la produc­
ción de azúcar, no industrializar la isla y entrar en conflicto'
con todo el hemisferio occidental. No quería deperider de los
Estados Unidos; ahora depende de la ayuda soviética más de
lo que ayer dependía de los. intercambios con el cóñtihentc
vecino. Ha provocado la emigración de una importante frac­
ción de las clases medias, profesores, .médicos, técnicos, indis­
pensables para la modemizaci6n. En verdad, hay que ser un
conservador “con ^ una visión re s tringida de las cosas” para
no admirar una obra tan admirable.. .
¿Hay que decir que Indonesia, la Argelia de Ben Bella o
la Cuba de F ide} Castro carecen de una “interpretación glo­
bal de la historia, mundial’.’ y ,que ésta es la causa principal ■
de sus fracasos?, ¿No habría, evitado un sentido más despier­
to del social engineering faltas qui;! las “visiones globales” es­
timulan, cuando no las provocan? ¿Hará. falta decir, en cam­
bio, que sólo la interpretación marxista-leninista es . global y
eficaz? .- . . . . ■ ..
Deseamos que se nos. entienda. bien. :No pretendo- dictar
a los gobernantes de los países llamados subdesarrollados qué
jerarquía de valores difícilmente compatibles han de estable-.
cer durante las fases iniciales de. la. -industrialización.. -No
niego que ciertos regímenes autoritarios -puedan ser, bien in­
evitables históricamente, o indispensables para la realización
de reformas. Pero me resisto a. ; aceptar el conformismo revo­
lucionario al uso de los países subdesarroUádos, conformismo
al que se adhieren con tanta ligereza muchos intelectuales de
Occidente a falta de perspectivas revolucionarias en su patria.
Cierto que la modernidad no se logra nunca sin sufrimien­
to: que exige una . conversión espiritual; consiento en que
una visión global de la historia pueda ■animar el esfuerzo
de ruptura con el pasado, pero me guardaré muy mucho de
predicar o de condenar los métodos violentos, el despotismo
ideológico y el desprecio por las creencias seculares (incluso
Ins que, eventualmente, frenen la modernización). Hay más
diversidad entre los países que se ha dado en llamar sub­
desarrollados que entre los que pasan por desarrollados ; es
posible que algunos precisen una “intrepretacíón global de ■la
historia” ; todos necesitan ser iluminados por la competencia
del ingeniero social. Son las circunstancias nacionales las que

59
permiten determinar la técnica deseable, si bien esto no quiere
decir que tenga las máximas posibilidades de imponerse. El
castrismo era resultado lógico de las pasiones de Castro y de
una parte de los intelectuales cubanos; no era la técnica de
desarrollo mejor adaptada a la' coyuntura. Por lo demás,
cuando Lichtheim proclama la necesidad de una interpreta­
ción total de la historia para los países subdesarrollados, a
quien hay que recurrir es a Sorel' y. no a Marx. Este último
creía en la verdad de ' su doctriria; pero quien justificaba los
mitos por su utilidad social es el autor de las Reflexiones
sobre la violencia. ^ ^ rge Lichtheim ni siquiera sugiere que
él esté en posesión de una interpretación global de la his­
toria.' Confortablemente instalado en Gran Bretaña o en Es­
tados Unidos, temé' que algunos gobiernos del tercer mundo
sean ganados a su vez por la “visión restringida de las cosas’’,
por la vía estrecha y' mediocre de la realidad a la que tan
propensos son- los occidentales para satisfacerse. Al menos en
los países donde no vive el intelectual de Occidente, las vi­
siones gloriosas que animan las grandes matanzas han conser­
vado su prestigio. La historia de Occidente no autoriza de­
masiado a esperar o a: temer que los pueblos sean capaces
de hacer la economía de las revoluciones. Peró, si compara­
mos la evolución de Gran' Bretaña hacia la democracia polí­
tica con la' de Francia el siglo pasado, nos habremos de
conceder una buena dosis de- 'romanticismo para preferir ésta
o aquélla. Se considera esencialmente a la^ revolución bolche­
vique como un modo de. industrialización;" peró hace falta
una buena dosis de pesimismo o. de ceguera para no percibir
otr o modo que habría sido menos costoso. -
Con o sin nuastra aprobación, •los- países en vías de desa­
rrollo harán revoluciones.' Dejemos a las nuevas élites la
responsabilidad de la independencia .. que' han conquistado,
sin erigimos en jueces, sin dárnoslas de. profesores de' demo­
cracia o de revolución. En verdad, la mayoría de los gober­
nantes de los jóvenas Estados h a n .aprendido rápidamente el
arte.del poder absoluto y_la necesidad de las potencias. ¿A qué
viene cl. ayudarles a convencerse de que son los ejecutantes
de las obras supremas.. de. la, razón, histórica con el único
fin de que ignoren la duda y los escnípulos?

60
DANIEL BELL

Nace en Nueva York el 10 de mayo de 1919. Durante su


más temprana juventud se siente atraído por el marxismo y
fe vincula al Partido Socialista Norteamericano. Durante los
anos de la depresión, cambia radicalmente. sus posiciones y
se enrola en grupos anticomunistas.
Al terminar sus estudios en el City College, se matricula
•n Columbia para cursar la carrera de sociología. Como es­
tudiante universitario escribe artículos para la revista New
Leader, colaborando regularmente con ella hasta 1941. En
1942 es designado redactor en jefe de la revista, cargo que
conserva hasta 1945. En 1948 pasa a ser editor laboral de
la revista Fortune, en la que se mantiene durante 10 años.
Desde 1945 Daniel Bell ha sido profesor en numerosas
universidades norteamericanas, entre otras: Chicago, Colum­
bia, Stanford y Harvard.
En 1960 obtiene el grado de doctor en filosofía y es nom­
brado presidente del Departamento de Sociología en e( Co-
lumbia College. En el mismo año publica El fin de las ideo­
logías, libro que reúne ensayos escritos en años anteriores,
relativos a: "la decreciente militancia en el campo laboral",
la "burocratización del capitalismo norteamericano", "el fra­
taso del socialismo norteamericano", "el impacto de la ideo­
logía en la conducta social", etcétera.
Uno de las principales preocupaciones de Bell es el em­
pleo de la sociología para la predicción social. Desde 1965,
Sitando llega a ser presidente de la Academia de Artes y
Ciencias, integra un grupo de investigación que trata de re­
unir datos sobre la forma que tendrá la sociedad norteame­
ricana a finales del siglo xx.. En 1969, Bell se traslada •a la
Universidad de Harvard, para trabajar en cuestiones de fu-
turología estrechamente vinculado a la "Comisión para el
año 200(0". '
Entre los años 1964 y 1970, Daniel Bell trabaja en la "Co­
misión Presidencial sobre Tecnología, Automación y Progre­
so Económico".

61
En 1973 publica su libro más logrado: El advenimiento
de la sociedad posindustrial, que es un estudio sobre las
teorías del desarrollo en la sociedad industrial (M arx, Som-
bart, Weber, Schumpeter, R. Aron) y la conformación de la
nueva sociedad posindustrial.

Obras: .
El fin de las ideologías, Madrid, Tecnos, 1964.
El advenimiento de la sociedad posindustrial, Madrid, Alianza,
1976.
La reforma de la educación, México, Letras, 1970.
El nuevo derecho americano, 1955.

EL FIN DE LA IDEOLOGÍA EN OCCIDENTE: EPÍLOGO *

Los hombres cometen el: error de no saber cuándo


limitar sus esperanzas.
MACHIA.VELLI

■ En pocos' períodos de -la Historia ha sentido el hombre


que su mundo era durable o, como se dice en la alegoría
cristiana, suspendido con seguridad entre el caos y el cielo.
En un papiro egipcio de hace más de cuatro años se lee:
“. . .la desvergüenza está a la orden del día. . .; el país gira y
gira como la rueda de un alfarero...; las masas son como
tímidos carneros sin pastor.. .; quien hasta ayer era indigente
ahora nada en la abundancia, y el otrora rico le abruma con
su adulación”. La descripción de Gilbert Murray nos pre­
senta el período helenístico como una época de “enervamien­
to”; lo que había “era el auge del pesimismo, una' carencia
de confianza en sí mismo, ausencia de esperanza en esta vida
y de fe en el normal esfuerzo hwnano”. Y ' el viejo picaro
Talleyrand se lamentaba de que’ solamente quienes vivieron
antes de 1789 habían podido. gustar toda la dulzura de la
vida.1
."!' Daniel Bell, El ftn de las ideologías, Madrid, Tecnos, 1964,
pp. 541-551. . . .
1 Karts Jaspers ha reunido una colección fascinante. de lamenta­
ciones de Jos filósofos de todas las épocas que ven a su propio tiem-

62
También esta época puede añadir citas adecuadas (y to­
ñas retorcidas y amargadas hasta el máximo por el largo
período de luminosa esperanza que Ja precedió*)',.porque
líis dos décadas comprendidas entre 1930 y 1950 han te­
nido una especial intensidad dentro de la historia escrita:
la depresión económica mundial y las agudas luchas de cia­
to; la subida del fascismo y del imperialismo racial en un
‘rús que se había mantenido en un estadio avanzado de la
Cultura humana; la autoinmolación trágica de una genera­
ción'revolucionaria que había proclamado los más puros idea­
les del hombre; una guerra destructora de una amplitud y
agrado jam ás conocido hasta entonces; el asesinato burocra-
üzado de millones de seres humanos en los campos de con-
iCentración y en las cámaras de la muerte.
Para los intelectuales radicales que habían articulado los
im pulsos revolucionarios de los últimos ciento cincuenta años
todo esto ha significado el fin de ■las esperanzas milenarias,
del mesianismo, del pensamiento apocalíptico y de la ideolo­
gía, Porque la ideología, que antes fue el camino de la acción,
ha venido a ser un término muerto.
Aunque sus orígenes se encuentren entre los philosophes
franceses, la ideología, como medio de traducir las ideas en
acción, recibió su expresión más penetrante de la izquierda
hegeliana, de Feuerbach y de Marx. Para ellos, la función
de la filosofía debía ser crítica, librar al presente del pasado
(“La tradición de todas las generaciones muertas grava como
una pesadilla sobre el cerebro de los vivos”, escribió Marx).
Feuerbach, el más radical de toda la izquierda hegeliana, se
llamó a sí mismo el segundo Lutero. El hombre sería libre,
si pudiéramos desmitificar la religión. La historia total
del pensamiento era la historia del' desencantamiento progre­
sivo de la humanidad; con el cristianismo Dios se había trans-
fonnado finalmente, de una deidad local en una abstracción
universal; la función del criticismo era ahora (usando el de­
cisivo instrumento de la alienación o autoenajenación) la

po corno crítico y al pasado como una edad dorada. Junto con las
citas de los papiros egipcios, al igual que la observación de TáUey-
rand, pueden encontrarse en su Man in the Modern Age (edición
revisada, Londres, 1951), cap. n. La cita de Gilbert Murray es de
Pire Stages of Greek Religión [2n. ed.,. Nueva York), cap. IV.

63
de remplazar la teología por la anu-opología, la de sustituir
a Dios por el Hombre. La filosofía debía enfocar la vida,
había de. librar al hombre del “espectro de las abstracciones”
y desembarazarle de las ataduras de lo sobrenatural. La reli­
gión era únicamente capaz de crear una “conciencia falsa” .
La filosofía revelaría la “verdadera conciencia”. Y al colocar
al Hombre, en vez de Dios, en el centra de la conciencia,
Feuerbach trataba de “reducir lo infinito a lo finito ”.5
Si Feuerbach “descendía al mundo”, Marx trataba de
transformarlo. Y mientras Feuerbach proclamaba la antro­
pología, Marx, vindicando una de las visiones radicales de
Hegel, ponía el acento en la Historia y en los contextos his­
tóricos. El mundo no consistía en el Hombre genérico, sino
en los hombres, y entre los hombres, en las clases de hom­
bres. Los hombres se diferenciaban por sus posiciones de clase.
Y las verdades eran verdades de clase. Así, todas las verda­
des eran máscaras, o verdades parciales, pero 1a verdad real
era la verdad revolucionaria. Y esta verdad efectiva era ra­
cional.
De esta manera, se introducía una dinámica en el aná­
lisis de la ideología, y en la creación de una ideología nueva.
Al desmitificar. la religión se rescataba (de Dios y del peca­
do) la potencialidad del hombre. Por el despliegue de la
Historia se revelaba la racionalidad. En la lucha de clases
se podía conseguir la verdadera conciencia en vez de la con­
ciencia falsa. Ahora bien, si la verdad residía en la acción,
era preciso actuar. Los hegelianos de izquierda, decía Marx,
eran sólo littérafeurs (para ellos, una revista era “práctica”).
Para Marx la única acción real estaba en la política. Pero
la acción, la acción revolucionaria tal como la concebía Marx,
no se reducía al simple cambio social. A su manera era la
reasunción de todas las viejas ideas milenarias y mesiánicas
de los anabaptistas. En su visión nueva era una ideología
nueva. ■

■ La cita de Marx procede de los famosos pasajes iniciales de


El Dieciocho Brumario de Luis Napoleón, donde hay una discusión
general de . la alienación, pero yo he seguido en esta ocasión, con
provecho, la discusión de Hans Speier en su Social Order and thc
Rtíks of War (Nueva York, 1952), cap. XI.
'•La ideología es la conversión de las ideas en palancas so­
c iales. Sin ironía alguna, Max Lerner tituló uno de sus li­
bros Las ideas son armas. Este' es el lenguaje de la ideología.
Y es más que esto. Es comprometerse con las consecuencias
de las ideas. Cuando Vissarion Bielinsky, el padre del criti­
cismo ruso, leyó por primera vez a Hegel y se convenció de
la corrección filosófica de la fórmula “lo que es, es lo que
debe ser", se convirtió en sostenedor de la autocracia rusa.
Pero cuando se le demostró que el pensamiento de Hegel
contenía la tendencia contraria, que dialécticamente el “es”
deviene una forma diferente, se convirtió en revolucionario
aquella misma noche. "La conversión de Bielinsky —comenta
Rufus W. Mathewson, Jr.— ilustra una actitud respecto de
lns ideas al mismo tiempo apasionada y miope, que responde
a ellas en la suposición de su inmediata pertinencia única­
mente, y que, inevitablemente, las reduce a instrumentos.” ’
La pasión que tiene es lo que da a la ideología su fuerza.
I^a investigación filosófica abstracta ha tratado siempre de
eliminar la pasión, y el filósofo de racionalizar todas las ideas.
Para el ideólogo, la verdad surge en la acción, y la experien­
cia recibe su significación del “momento tr<!nsfonnante”. El
ideólogo se vivifica no en la contemplación, sino en “el he­
cho”. Podría decirse, efectivamente, que la función más im­
portante y latente de la ideología es desatar la emoción.
Aparte de la religión (y ■de la guerra y el nacionalismo) han
i1iclo pocas las formas de canalización de la energía emocio­
nal. La r ^ ^ ó n simbolizaba, alejaba, dispersaba, la energía
emocional del mundo a la letanía, la liturgia, los sacramen­
tos, los edificios y las artes. La ideología funde estas energías
y las canaliza en la política.
Pero la religión, al máximo de su efectividad, era algo
más. Era una manera de enfrentarse la gente con el problema
de la muerte. El temor a la muerte —forzosa é inevitable—
y, más aún, el temor a una muerte violenta, frustra el sueño
momentáneo, esplendoroso e impotente del poder del hom­
bre. El miedo a la muerte, como señaló Hobbes, es el origen
de la conciencia; el esfuerzo por evitar la muerte violenta es
la fuente <le la ley. Cuando la gente podía creer, creer de ver-
3 Rufis W. Mathcwson, Jr., The Positicie Hero in Russian Li..
lemture (Nueva York, 1958), p. 6.

65
dad, en el cielo y en el infierno, entonces cabía moderar o
controlar en parte el temor a la muerte; sin esa creencia, ln
único que hay es la. total aniquilación de uno mismo.-
Puede ser muy bien que con el declinar de la fe religiosa
en el siglo pasado, y posteriormente, este temor a la' muerte
como aniquilación .total; expresado inconscientemente, acasii
haya aumentado. Se puede adelantar 'la hipótesis, efectiva­
mente, . de que en ello resida una causa de este abrirse
camino de lo irracional, que es un. rasgo tan marcado del
modificado temperamento moral de nuestro tiempo. Este .fa­
natismo, violencia y crueldad no son, por supuesto, únicos
en la. historia humana. Pero había un tiempo en que'.talcs
extravíos y emociones .masivas podían desplazarse, simboli­
zarse, apartarse y dispersarse por medio ele la devoción y la
práctica religiosa. Ahora solamente' existe ■esta vida, y la ' pro­
pia afim iación sólo se hace posible ^ y para ■algunos incluso
necesaria— por la dominación sobre los demás.* Se puede
desafiar la muerte, acentuando ■la omnipotencia de un . mo­
vimiento (como en el caso de la . victoria “inevitable” del
comunismo), o triunfar de ella (como lo hizo la “inmorta­
lidad” del capitán Ahab) , ligando a los de™ás a la. propia
voluntad. Ambos caminos son seguidos, perq ■l?- política, gra­
cias al hecho de que. puede institucionalizar el poder, de la
m im a inanera que. anteslo hiciera, la .religión, se convierte
en la avenida preparada para la dominación. El ..esfuerzo
moderno por'transformar-el mundo, principaj o;únical!lente
par inedio de la política (en contraste. con la transforma­
ción religiosa del individuó),, ha implicado que' los restantes
medios .institucionales de movilizar la energía emocional ne-

,''•' Véase Leo Strauss, Thc Po/iticafP/ii/o.rophy of HobSíí (Chica­


go,: .1952), pp. 14-29. ' ; . ''' ■■■■■_ ' ■
• <’■El marqués de- Sadc, que exploró má:i que nin^m otro hom­
bre los' límites de la autoafirmación, escribió er. cierta ocasión: "‘No
hay" un solo hombre que no quiera ser un déspota. cuando está. exci­
tado..., le gustaría .estar' soio en el mundo..., cualquier' tipo de
igualdad destruiría el despotismo que entonces disfruta.” De' Sadc
proponía, en- su consecuencia, -que se canalizasen estos impulsos en
la actividad sexual, abriendo burdeles universales que s^ ^ n a n a
evacuar esas emociones. Debe notarse que De Sade era un enemigo
acérrimo de la religión, pero comprendió bien la función latente de-
sempéñada por la religión, como movilizadora de las. emociones.

66
Cosariamente se atrofiasen. Efectivamente, secta e iglesia se
lian convertido en partido y movimiento social. . ■
Un movimiento social es capaz de despertar a la gente
li,logra hacer tres cosas: simplificar las ideas, establecer una
reivindicación de la verdad y, junto con ambas, exigir- un
Compromiso para la acción. De este modo, la ideología no
10]amente transforma las ideas, sino que también transforma
n la gente. Las ideologías del siglo xix, al insistir en la ine­
s tabilidad y al infundir la pasión . en sus seguidores, podían
'competir con la religión. Identificando la inevitabilidad con
til progreso, se asociaban a los valores positivos de la ciencia.
Pero, y esto es más importante,. estas ideologías estaban . liga­
das también a la ascendente clase de los intelectuales- que
(ataba tratando de asegurarse. un lugar en la sociedad.
Las diferencias entre el intelectual y. el estudioso, sin ser
Odiosas, es importante comprenderlas. El estudioso (scholar).
tiene un campo de conocimiento 'limitado, una tradición, y
trata de encontrar su puesto en ella, añadiendo.; su conoci­
miento al ya acumu lado y comprobado del pasado como a '
Un mosaico. El estudioso, por ser tal, está menos' ligado cof1
!U “individualidad”. El intelectual comienza con experien­
cia, con sus percepciones individuales del mundo, con sus
privilegios y privaciones» y juzga al mundo ptir esta sensibi­
lidad. Dado que su propia posición es 'de gran valor, sus.jui-
Gios sobre la sociedad reflej'an el tratamiento que se le ' dis­
pensa. En la civilización mercantil -el intelectual sintió’ que
QFan honrados los valores erróneos y' rechazó tal sociedad.
Existía, pues; en la sociedad una fuerza inherente que im -'
pulsaba a los intelectuales; que se movían libremente,' haciá'
l" política. En consecuencia, las ideologías que surgieron ' del'
1^ 1° xix contaron con el. respaldo de. los intelectuales: Se
Aventuraron en lo. que William James ■llamaba -‘dá ruta'ale
lli fe”, que en su visión del futuro no es capaz 'ale discernir
In posibilidades de las probabilidades,. convirtiendo a ■estas
fillimas en certezas. ■ ■ ■ ■ '' "''
1-Ioy.estas ideologías están exhaustas. Los hechos que' están'
(luirás de este importante cambio sociol6gico son complejds ■
y variados. Una cadena la constituyen calamidades' del tipo
iiu los procesos de ' Moscú, el pacto, nazi-soviético, los cain-
]ii>ü de concentración y la represión de los obreros húngaros; ■

67
otra la constituyen cambios sociales del tipo de la modifica­
ción del capitalismo y las medidas de bienestar social. En
filosofía puede seguirse el declinar de las creencias. raciona­
listas y simplistas y la aparición de las nuevas concepciones
estoicoteológicas del hombre, como en Freud, Tillich, Jaspers,
etcétera. Esto no quiere decir que ideologías como el comu­
nismo no tengan peso político en Francia o Italia, o que no
alcancen de otras fuentes un ímpetu conductor. Pero, aparte
todo esto, una cosa aparece clara: para la intelligentda ra­
dical las viejas ideologías han perdido su “verdad” y su po­
der de persuasión.
Pocas mentalidades^ serias creen todavía que puedan de­
terminarse clichés, ni que, por medio de una “ingeniería so­
cial”, quepa poner en marcha una nueva utopía de armonía
social. Concomitantemente, las viejas “anticreencias” han per­
dido también su fuerza intelectual. Son pocos los liberales
“clásicos” que insisten en la absoluta no intervención del
Estado en la economía, y pocos los conservadores serios, al
menos en. Inglaterra y en el continente, que creen que el Es­
tado social ^ un “camino de servidumbre”. En el mundo
occidental existe, por tanto, un acuerdo general respecto de
cuestiones políticas como la aceptación del Estado social, el
deseo de un poder descentralizado, el sistema de economía
mixta y el pluralismo político. También en este sentido la
era de las ideologías ha concluido.
Y, con todo esto, lo extraordinario es que, mientras las
viejas ideologías decimononas y los antiguos debates intelec­
tuales se han agotado, los Estados nacientes de Asia y Africa
están forjando y actualizando, para sus propios pueblos, ideo­
logías nuevas de atracción diversa. Son las ideologías de la
industrialización,' de la modernización, el panarabismo, el co­
lor y el nacionalismo. Y en la diferencia distintiva entre las
dos especies de ideologías descansan los grandes problemas
políticos y sociales de la segunda mitad del siglo xx. Las
ideologías del siglo eran universalistas, h ^ n anistas y
actualizadas por los intelectuales. Las ideologías de masas de
Asia y Africa son limitadas, instrumentales y creadas por los
líderes políticos. Las fuerzas impulsoras- de las viejas ideo­
logías eran la igualdad social y la libertad, en su acepción

68
jnás amplia. El impulso de las nuevas ideologías está en el
desarrollo económico y el poder nacional.
Y los modelos de este atractivo han llegado a ser "Rusia
y China. La fascinación que ejercen estos países no estriba
ya en la pasada idea de la sociedad libre, sino en la nueva
dei crecimiento económico. Y aunque esto implica la coer­
ción general de la población y el ascenso de élites nuevas a
Id dirección del pueblo, las represiones nuevas se justifican
Dn el supuesto base de que sin esas coerciones el p r o ^ ^ o
económico no podría tener lugar con la rapidez suficiente.
Incluso para algunos liberales occidentales el “desarrollo eco­
nómico” se ha transformado en una ideología nueva que
purifica el recuerdo de las viejas desilusiones.
Es difícil polemizar con la atracción del rápido creci­
miento económico y la modernización, y pocos serán quienes
«taquen esta meta, como pocos pudieron jamás ' atacar la
llamada en pro de la. igualdad y la libertad. Sin embargo,
on este poderoso surgir, cuya celeridad es verdaderamente
(orprendente, todo movimiento. que instaura ese tipo de me-
las corre el riesgo de sacrificar a la generación presente en
beneficio de. un futuro que pudiera ser únicamente una nueva
explotación por una -nueva élite. Para las naciones recién
surgidas la cuestión a debatir no se basa en los méritos del
comunismo, cuyo contenido doctrinal ha sido olvidado tanto
por los partidarios como por los adversarios. La cuestión
M antigua: se trata de ver si las sociedades nuevas pueden
crecer edificando instituciones democráticas^ y permitiendo al
pueblo que haga sus elecciones (y sus sacrificios) volunta­
riamente, o si las élites, impacientes con el poder, impon­
drán medios totalitarios para transformar sus países. Induda-
i.lcmente, en estas viejas y tradicionales sociedades colonia­
les, donde las masas son manejadas fácil y apáticamente, la
respuesta se encuentra en ' las clases intelectuales y en sas
concepciones acerca del futuro.V

V así, al término de los años cincuenta, encontramos una


censura desconcertante. En Occidente, entre los intelectuales,
te han consumido las viejas pasiones. La generación nueva,
»in recuerdos significativos de aquellos viejos debates, y sin
una tradición firme sobre la que edificar, se encuentra a sí

69
misma buscando nuevos propósitos dentro de la estructura
de una sociedad política que ha rechazado, intelectualmentr
hablando, las viejas visiones apocalípticas y milenarias. En
esta búsqueda de una “causa” hay una angustia profunda,
desesperada y casi patética. Este es el tema de .un libro no­
table, Convicciones, obra de una docena de los más agudos
intelectuales jóvenes del alá izquierda británica. No pueden
definir el contenido de -la: “causa” que buscan, pero el anhe­
lo es patente. También en los Estados Unidos se- busca in­
cansablemente un intelectualismo radical nuevo. Richard
Case, en su considerada valoración de la sociedad p eli­
cana, La perspectiva democrática, insiste en que la grandeza
de los Estados Unidos del siglo se basaba, para el' resto
del mundo, en su visión radical del- hombre (al estilo de
Whitman), y aboga por un nuevo criticismo radical del hoy.
Pero el -problema está en que el viejo radicalismo político
económico (preocupado por asuntos: como la socialización de
la industria) ha perdido su significación, mientras que los
aspectos embrutecedores de Ja-cultura contemporánea ■(como
la televisión) no pueden revestirse de términos políticos. Al
mismo tiempo, ja cultura americana ha aceptado casi' com­
pletamente la- vanguardia, particulamiente en arte,' y se han
arrinconado casi totalmente los estilos académicos antiguos.
Para colino, la ironía que se cierne sobre los buscadores de:
“causas” c,stá en que los trabajadores, cuyos agravios- consti­
tuyeron antes la energía conductora del cambi.o social, se en­
cuentran más satisfechos que los intelectuales con la ■socie­
dad. Los trabajadores no han conseguido la utopía, pero sus
esperanzas eran menores que las de los intelectuales, y las
ganancias correspondientes mayores. •
Los jóvenes intelectuales no son felices porque el '‘camino
medio” está bien para los- hombres de edad media, pero no
para ellos; carece de pasión y de brillo. La ideología, que
por esencia es una cuestión de todo o nada y por tempera­
mento es lo que desean estos intelectuales jóvenes, se encuen­
tra intelectualmente desvitalizada, y ya muy pocos problemas
pueden tener una formulación intelectual ideológica. Las ener­
gías y las necesidades emocionales .existen; y el problema de
cómo movilizarlas es muy difícil. La política ofrece poca exci­
tación. Algunos de los intelectuales más jóvenes han encon-

70
trtulo una salida en las tareas' y metas universitarias 'y cientí-
lien*) pero, frecuentemente, a expensas de limitar su.. talento
Moramente a la técnica; otros han buscado la propia,:expre-
ilín cn las artes, pero, en general, la falta de contenido ha
equivalido, también,"■a la ausencia de la tensión" necesaria
pnm crear las nuevas fonnas y los nuevos estilos.
Que los intelectuales occidentales-puedan' apasionarse por
IgO fuera de la política es cuestión discutible. Desgraciada­
mente, Ja reforma social no tiene ningún atractivo unificador
ji! ofrece a Ia, joven generación la salida de “autoexpresión”
y "autodefinición” que quiere. La trayectoria del entusiasmo
Kt lia dirigido' hacia^ el Este, donde en el nuevo éxtasis por
lftJutopía económica, el “futuro” es todo lo que cuenta .5
Y si la historia intelectual de los últimos cien años en­
gorra algún significado —y .alguna lección— es el de reafir­
mar la sabiduría de Jefferson .(dirigida"'-a: remover- la mano
muerta- del pasado, pero también capaz' de •se^ rvir de aviso
Contra la pesada mano del futuro) de que “el presente -per­
tenece a. los vivos’1. , Esta es la sabiduría-que los revolucio­
narios, viejos y nuevos, que son sensibles al destino de sus
Congéneres, redescubren en cada generación. “Nunca créeré
>dice el protagonista de un diálogo- mordaz escrito por el
valeroso filósofo polaco Leszeck Kolakowski— que la vida
moral e intelectual de la. humanidad ,siga la ley económica
(lo que" ahorrando hoy podremos tener más mañana, que de­
liemos usar vidas para que triunfe la verdad o que debemos
»ncar provecho del crimen para abrir el can lino a _la d ig-
tildad.” - . '
Estas palabras, escritas durante el “deshielo” polaco, cuan­
do los intelectuales habían afirmado, de su experiencia con
el “futuro”, las exigencias del humanismo, ■hacen eco a la
irtilesta del escritor ruso Alexander Herzen, que, en un diá­
logo de. hace cien años, reprochaba a uno de los prisioneros
revolucionarios, que -quería- sacrificar a la hutoanidad pre­
sente por un mañana de promisión: “¿Deseas realmente con­
denar a todos los seres humanos hoy vivientes al triste papel
A Raymond Aron, The Opium of the Intellectuals (Nueva York,
llOH) ¡ Edwards Shils, "Ideología y civilidad”,- en Sewanec Revew,
wL J.xvi, núm. 3, verano 1958, y “Los intelectuales y los poderes”,
fl Com.parative Studies in Socicty and History, vol. 1, núm. 1, octu-
IJfr' 1058. '

7-1
de cariátides.. . sosteniendo un piso sobre el que bailarán
otros algún día?.. • Esto sólo debe servirle de aviso al pue-
' blo: un fin que está infinitamente remoto no es un fin, sino,
si así les gusta, una trampa; el fin debe ser más próximo;
como mínimo, debe ser el salario o el placer del trabajador
por la obra hecha. Toda época, toda generación, toda vida,
tiene su propia plenitud...” B
c Ver la Historia como los cambios en las sensbilidades y en el
estilo o, más aún, como la fo^ rma en que las düerentes clases y pue­
blos movilizaban sus energías emocionales y adoptaban posturas mo­
rales diversas, es algo relativamente nuevo; pero, en mi opinión, In
historia del temperamento.moral es uno de los medios más impor­
tantes de comprensión del cambio social, y, especialmente, las fuer­
zas irracionales operantes en los hombres. El gran modelo para uu
determinado periodo cultural es La decadencia de la Edad Media,
de' J. H. Huizinga, con su estudio de las actitudes mudadas respec­
to de la muerte, '1a crueldad y el amor. Lucien Febvre, el gran histo­
riador francés, expresó hace tiempo la urgencia de escribir una his­
toria en t^amnos de las diferentes sensibilidades,' y su estudio de
Rabelais y del problema de las creencias ocultas (Le problime de
l’incroyance du XVIime siicle) constituye uno de los mayores hitos
de este enfoque. La mayoría de los historiadores de los movimientos
sociales han sido excesivamente “intelectualistas” en . el sentido de
que se ha subrayado sobre todo1 la doctrina y la técnica de organi­
zación, y menos los estilos emotivos.. Es probable que el Estudio del
bolchevismo, de Nathan Leites, sea, en definitiva, más importante
por su tratamiento del mudado temperamento moral de la intelli-
gentsia rusa que por el estudio fo^ rmal de la conducta bolchevique.
Las novelas y la autobiografía de Arthur K.oestler son. un espejo
brillante de las mutaciones en las creencias del intelectual europeo.
El estudio de Herbert Let.ithy sobre el dramaturgo Bertolt Brccht
(Encounter, julio de 1956) es ^ una joya por su análisis sutil de los
cambios de criterio moral creados por la aceptación de la imagen
de “el- bolchevique’’. La carrera de Georg Lukács, el marxista hún­
garo, resulta instructiva respecto de un intelectual que ha aceptado
la disciplina militar de la ética comunista; hecha excepción de al­
gunas observaciones, breves pero penetrantes, de Franz Borkenaii
(véase ro World Communism [Nueva York, 1939], pp. 172-175), y
los artíctilos. de .Morris Watnick (Soviet Survey [Londres, 1958],
núms. 23-25), muy poco se ha escrito acerca de este hombre extra­
ordinario. La obra de Ignazio Silone, La elección de los camaradas
(reeditada en Voices of Dissent [Nueva York, 1959]) es un reflejo
sensible de las experiencias positivas del radicalismo. The Pursuit o/
the Millenium, de Nor:man Cohn, es una historia interesante de lo!
movimientos milenaristas. Desde el punto de vista catóhesi, el estu­
dio del padre Ronald Knox, Enthusiasm, trata de los movimicntrn
"extáticos” de la historia cristiana.

72
ADAM SCHAFF

Uno de los más grandes representantes del pensamiento


polaco contemporáneo es Adam Schaff. Nació en .1913 en la
ciudad de Lvov, Polonia, estudió derecho en esta ciudad y
continuó estudios en la Escuela de Ciencias Políticas y Eco­
nómicas de París. Posteriormente se interesa por la filosofía
y realiza estudios en Polonia y la URSS. Las grandes tradi­
ciones de la lógica y de la filosofía del lenguaje en Polonia,
unidas a la problemática de la teoría del conocimiento en el
marxismo, han constituido los grandes incentivos de la tra­
yectoria intelectual de Adam Schaff.
La ortodoxia marxista había adoptado con respBCto a los
estudios de lógi ca y semántica una postura abiertamente ne­
gativa, fundamentalmente después del librito de Stalin sobre
la Lingüistica. Schaff se nutre del avance cultural, político y
científico de octubre de 1956 y rechaza en su Introducción
a la semántica (1960) la crítica ideológica que el marxismo
había realizado contra los problemas del lenguaje rotulándo­
los despectivamente como " filosofías semánticas”.
Adam Schaff ha sido profesor de las célebres escuelas de
í.vov y Varsovia. Con sus trabajos sobre semántica ha abier­
to una línea de investigación que ha servido de gula a nu­
merosos pensadores europeos. Valorando lo positivo y lo nega­
tivo de la semántica, Schaff reconoce que a ella se debe el
gran mérito de haber revelado la importancia filosófica de
los problemas del lenguaje.
Dotado de una amplia cultura y de una amplitud de
horizontes, Schaff ha otorgado especial interés• a los proble­
mas del individuo en el socialismo. En 1965 publica M^ ancis-
mo e individuo humano, donde afirma la importancia del
humanismo en la obra de Marx, rechazando la separación
tadical entre un Marx joven y un Marx viejo.
En 1966 Adam Schaff mantuvo una interesante polémica
N n Sartre sobre la concepción del hombre y el papel del in­
dividuo en la marcha de la historia.
Entre los trabajos más relevantes de Adam Shaff, se pue­
den mencionar:

73
O bras:

La teoría de la verdad en el materialismo y el idealismo, 1951.


Introducción a la semántica, México, fce , 1960.
Lenguaje y conocimiento, México, Grijalbo, 1975.
Marxismo e individuo humano, México, Grijalbo, 1965.
Polémica Adam Scháff versus ¡can .Paul Sártrc, 1966.
Constricción del individuo en la filosofía, 1966,,
Ensayos sobre la filosofía del lenguaje, Barcelona, Ariel, 1973.

LA DEFINICIÓN FUNCIONAL DE LA- IDEOLOGÍA Y EL PROBLEMA-


DEL FIN DEL SIGLO DE LA IDEOLOGIA *

El problema de la idéxiogía puedcserabordado de diver­


sas maneras, bajo diversos ángulos 'y con fineses diversos. En
esta exposición., nos ocuparemos de su sentido funcional a fin
de poner e n . claro la relación que hay entre la ideología, la
ciencia y la verdad objetiva, lo que nos. permitirá pronun­
ciarnos sobre la tesis concerniente al fin del siglo de la ideo­
logía. Con ese fin me propongo. examinar. cuatro cuestiones:
1) La definición de la ideología;. -
2) La ideología y la ciencia; . . '
3) La ideología y la verdad objetiva;
4) ¿Nos encontramos en el fin del siglo de la ideología?
Empecemos entonce 5 por la".definición de la ideología.
El término "ideología’.’, como sabemos, es equívoco. Cuan­
do Ame N aes y sus colaboradores analizaron su sentido a
partir de su utilización en la literatura contem poránea sobre
el tema, llegaron. a una treintena de significaciones diversas,
a menudo alejadas Unas de otras e incluso enteramente dife­
rentes. '
No es asombroso, desde entonces,. que en las discusiones
sobre ese sujeto se dé lugar a. malos entendidos y a desliza­
mientos lógicos ni que los debates en ese terreno resbaladizo
no concluyan nunca.

* En SocLaogía e ideología, Barcelona, A. Redondo, 1971, pp.


20-43. Presentado en el simposio consagrado a los problemas de la
ideología, organizado por el Instituto Internacional de Filosofía Po­
lítica (30 de junio al 2 de julio de 1967).

74
En esas condiciones, ante toda discusión, es- necesario pre­
cisar el- sentido de que se dará a los términos empleados y,
en particular, al término “ideología”. •
Si .ordenamos las significaciones y las definiciones, que se
presentan tan diversas, del término “ideología”, podemos di­
vidirlas, a grosso modo, en tres gnipos, .subrayando, que se
-trata de tipos ideales en el sentido de Weber pero. que, en
el uso corriente, esas definiciones contienen generalmente ele­
mentos diversos, ' es decir, que no son “puras”. Esos grupos
Son los siguientes: las definiciones genéticas, estructurales y
funcionales.
La definición genética de la ideología parte de las con­
diciones que la han engendrado 0 que han acompañado su
nacimiento. Bajo el ángulo de la estructura se define la ideo­
logía partiendo de lo que distingue —desde el punto de vista
lógico o del conocimiento— las frases que componen- la ideo­
logía de las. que componen la ciencia, por ejemplo. Las de­
finiciones funcionales subrayan las funciones desempeñadas
por la ideología a propósito de la sociedad, de grupos socia­
les y de. individuos.
Incluso esta manera esquemática ■—y como lo habíamos
previsto simplista, puesto que en realidad es raro encontrar
definiciones tan “puras”— prueba muy bien que, incluso em­
pleando el mismo término .“ideología”, podemos conferirle
significaciones que no solamente difieren sino que también
se encuentran en planos diversos del conocimiento. Al riesgo
de malentendidos, por el hecho de la ambigüedad del térmi­
no, se añade el de acepciones diferentes sin que por ello sean
contradictorias. Se trata simplemente de aspectos diversos de
un problema complejo y de cuestiones diversas relacionadas
ion él. .
Además, y por el hecho de la multiplicidad de las acep­
ciones y de las definiciones del término “ideología”, que le
conciernen, puede ser que una cierta elección ..de definiciones
prejuzgue la suerte de la controversia sobre el sujeto que nos
preocupa. Por ejemplo, si admitimos la definición según la
Cual ideología equivale a falsa conciencia, se' resuelve por de­
finición la controversia existente sobre la oposición de la
ciencia y de la ideología. ■Pero eso no tiene, sentido alguno.
Primeramente, porque admitimos sin-prueba aquello que pide

75

i
ser demostrado; y además, porque cedemos a la ilusión dr
que una definición dada se atribuya carácter definitivo, en
tanto que hay otras concurrentes.
Es por lo que, partiendo del análisis semántico del uso
corriente de expresiones tales como "ideología burguesa” t'
"ideología proletaria”, "ideología cat6lica”, "ideología laica”,
etcétera, yo propongo partir de la definición funcional de la
ideología. Es la más descriptiva y la más neutra, es. decir
la más aceptable por diversos puntos de vista, sobre todo, eii
cuanto a la génesis y a la estructura de la ideología. En el
curso de mi razonamiento, utilizaré la definición siguiente
de ideología: La ideología es un sistema de opiniones que,
fundándose en un sistema de valores admitidos, determina las
actitudes y los comportamientos de los hombres en relación
con los objetivos deseados del desarrollo de la sociedad, del
grupo social o del individuo.
Es cierto que esta acepción es, no solamente la descrip­
ción fiel de un determinado fen6meno social —si pensamos
en el contenido de expresiones tales como "ideología burgue­
sa” e “ideología proletaria”—, sino que también al mismo
tiempo ésta es “abierta” y .“'neutra” en el sentido de que
no prejuzga en nada la actitud a propósito de la génesis ele
la ideología ni de su estructura.
Pasemos al punto 2).. Cuando oponemos la ideología a
la ciencia, partimos generalmente de uno de los dos princi­
pios siguientes: ,
a) De la definici6n que se apoya en las tradiciones del
joven M^ x y según la cual la ideología es una conciencia
falsa. De esta manera prejuzgamos la cuestión de su oposi­
ción a la ciencia, que es por definición la conciencia verda­
dera. Ese razonamiento lleva consigo sin embargo un error
incurable, .puesto que la cuestión se reduce a . la definición
y lo que está por demostrar es admitido por definición. Es
suficiente, en efecto, poner en cuestión la definición por la
cual la ideología es una conciencia falsa —y en tanto que
definición, esta concepción que se concentra sobre la defor­
mación del conocimiento, característica no solamente de la
ideología, es ciertamente parcial y por lo tanto errónea—
para que todo el razonamiento se derra be.
b) O bien fundándose sobre la distinción de la estructura

76
tic las proposiciones características de la ciencia y de aqué­
llas, al parecer, propias de la ideología. La cuestión se limi­
taría a que Ja ciencia se compone únicamente de pf.oposi-
■tíones afirmativas, con derecho a ser calificadas de verda­
deras. '
La ideología, por el contrario, se compone sobre todo de
posiciones evaluativas y normativas. Puesto que en el ra-
amiento lógico no hay paso de las proposiciones afirma­
tivas a las proposiciones normativas y evaluativas, la. ciencia
y la ideología constituyen dos mundos diferentes hermética­
mente aislados entre sí. Ese razonamiento se funda en dos
resuposiciones, a mi juicio, falsas: .
— En primer lugar, porque parte de la afirmación de que
al paso de las proposiciones afirmativas a las normativas y

C
aluativas consiste' en una consecuencia lógica normal;
— En segundo Jugar porque declara que la ciencia se
mpone únicamente de proposiciones afirmativas, y la ideo­
logía sobre todo de proposiciones evaluativas y normativas.
i Si se trata del primer problema, no hay duda que, en el
(Silogismo clásico, a partir de presuposiciones bajo la forma de
iJtroposíciones afirmativas no se puede obtener en la conclu­
sión prob a ciones evaluativas o normativas. Tal paso no exis­
to cn realidad. Pero no es verdad que sea el único tipo de
Consecuencia que nos interese en el análisis. Al contrario, es
un caso más bien banal, y desde el punto de vista del cono­
cimiento, la consecuencia genética es mucho más interesante.
Aquí, no se trata de saber a partir de qué proposiciones, te­
niendo en cuenta las reglas de la transformación, se puede
Concluir en proposiciones evaluativas o normativas, sino de
la génesis. de estas últimas. Se trata de saber cumo^ la huma­
nidad llega a juicios evaluativos y a sistemas de valores da­
dos, por qué esos juicios difieren según las épocas y según
los medios en la misma época, etc. Ese grupo de cuestiones
no es trivial y es importante no solamente desde el punto de
vista del conocimiento; en ese dominio nos encontramos ne-
•m cnte ante una consecuencia genética de juicios evaluati-
WOI y de normas del conocimiento humano bajo la forma de
proposiciones afirmativas.
Sin embargo esta parte formal de la cuestión es más bien
WCundaria, lo que importa. es el segundo problema: ¿existe
un criterio de estructura que pennita distinguir la ciencia cil­
la ideología partiendo del hecho de que la primera se com­
pone de proposiciones. normativas y evaluativas? A mi pare­
cer tal criterio no existe y la división efectuada de esta ma­
nera es errónea.
Es necesario tener en cuenta, sobre todo, que hay un cier­
to número de disciplinas que se refieren a la ciencia en el
sentido amplio del término y que son por excelencia axioló-
gicas y normativas. Tomemos por ejemplo la estética, la'ética,
y también la. pedagogía, etcétera. > ■' ■.
i n embargo el problema es mucho más profundo a pesar
de que la operación que consiste en separar de la ciencia las
disciplinas antes mencionadas sea suficientemente dolorosa.
En efecto, la mayor. parte de las disciplinas científicas, en- pri­
mer lugar aquéllas que son neutras, como. la técnicá' y la
medicina, no se componen de proposiciones- normativas e in­
cluso- evaluativas. Es asombroso. que no discernamos la ana­
logía entre el estatuto de proposiciones.normativas en .el con­
tenido social —que entran en la ideología— y el estatuto' de
las proposiciones normativas que . tratan .de la naturaleza
—que se encuentran p o r- ejemplo en- el dominio de la téc­
nica o de la medicina—.■El tipo de derivabilidad de ^ " ‘pro­
posiciones normativas, que' concierne por ejemplo a l a .ma­
nera de . cuidar la septicemia; de p^ roposiciones descriptivas
relativas' a la acción de: los ■microbios, la estructura de la
sangre,.etc., etc;, es el mismo que el tipo de derivabilidad
de- las proposiciones normativas relativas-'a la- abolición. del
capitalismo,.por la vía de la revolución y a ,la -instauración
del socialismo, partiendo. de,las proposiciones descriptivas re­
lativas a las leyes del- valor, de la plusvalía, de la acwnula-
ción del capital, etc. Es fácil ver las. dificultades puestas en
evidencia por esta yuxtaposición. Nadie se inquietará' cuando
se dice- que el razonamiento. sobre la necesidad de la revo-
lución.socialista proviene. de la. ideología. Pero esta consta­
tación sólo- tiene como fundamento la existencia, en este caso,
de proposiciones normativas;' ¿Qué hay que.:hacer entonces
con la medicina y sus recomendaciones en cuanto a la ma­
nera, por ejemplo, de curar la septicemia o con la ingenie­
ría y sus recomendaciones de cómo- construir puentes col­
gantes? ¿Encontraríamos a alguien para decir que esas. fra-

78'
ICE pertenecen a la ideología o son. de tipo ideológico? Y sin
(tmbargo. no podemos aceptar una discriminación de los pro­
blemas sociales, si el criterio admitido efectivamente es el
tipo dE) las proposiciones que componen el. discurso dado.
Asi esta oposición —característica de. las tendencias posi­
tivas—. no es defendible. Y en ese ■caso. desaparece el único
factor que opone ideología a la- ciencia, a partir del mo­
mento en que ; hemos puesto en cuestión la tesis según la
cual las ■frases que componen la ■ciencia tienen un carácter
“j uramente” objetivo,. .d iferente al de la s ' frases que com­
ponen la ideología .. y que comportan un “rasgo” al menos
fie factor subjetivo.. .
Este problema.. será objeto de nuestro razonamiento ul­
terior. . . . ■
. Llegamos. ahora al tercer- punto. La construcción que, en
ese caso igualmente, ha surgido del pensamiento •positivista
es la •siguiente:. por:, el hecho de. componerse de .proposicio­
nes afirmativas, que en ese caso pueden ser- calificadas. de
verdad, la ciencia representa el conocimiento objetivo; . en
cuanto a la ideología,- dado el carácter de. proposiciones que
la componen, representa,-, el conocimiento subjetivo. ; ■ ■
. Empecemos nuestras reflexiones .constatando que esta te-
lis es simplemente falsa: no es. cierto que la ciencia repre­
sente un.. tipo de conocimiento. “puramente” objetivo, de la
misma forma. que la- ideología tampoco es al- contrario “pura­
mente"’... subjetiva.. Y precisamente porque esta -oposición es
fqka, podemos hablar de ciencias .ideológicas. e ideologías
Científicas. .Lo cual. h.abía que demostrar. ■ .
Fr a ileramente, nos .es necesario explicar lo que entende­
mos al decir que el conocimiento es objetivo o subjetivo, en
particular cuando decimos que es; “puramente” . objetivo o
Subjetivo. Este problema está estrictamente ligado a. la teoría
!í de la verdad.. en gnoseología y por ello, sin pretender entrar
In detaUes, nos es ■necesario tocar aquí ese punto. Cuando
decimos ' que el carácter del -conocimiento es objetivo, . deci­
mos que, el conocimiento es verdadero ; ■ tiene en sí el ca­
rácter de una verdad objetiva. Entendemos con ello una
relación particular entre el objeto y el sujeto del conocimien­
to, relación que consiste en. decir que . ello es así y que es
cfectivamente así -— --daequatio reí et intellectus para Aris-

79
tóteles, para Lenin “reflejo” de la realidad en el conocimien­
to. La verdad —en el sentido de un juicio o una proposición
verdadera— es siempre, en ese caso, una verdad objetiva, y
añadir entonces la palabra “objetivo” es un pleonasmo. Re­
conocer la verdad de un juicio dado no prejuzga el carácter
de esta verdad: la verdad puede ser absoluta o relativa, es
decir, puede aparecer como un conocimiento absoluto, y,
entonces, definitivo e inmutable —es el carácter por exce­
lencia, de todas las tautologías— o bien únic^ ente como
un conocimiento parcial ligado al sistema al que se refiere,
y en consecuencia variable. Dado que, por diversas razones,
el conocimiento se compone precisamente de verdades rela­
tivas, constituye un proceso infinito. La infinitud de ese pro­
ceso, determinado en primer lugar- por el carácter infinito
del objeto del conocimiento que además, está continuamente
en movimiento, no está en contradicción con la tesis según
la cual, durante ese proceso, se produce una acumulación del
conocimiento objetivo, aunque nunca sea absoluto, defini­
tivo. Sin embargo, la conclusión siguiente procede del plano
epistemológico: todo conocimiento objetivo —verdadero—
lleva consigo, al mismo tiempo, un factor subjetivo. Lejos de
excluirse, las características “objetivas” y “subjetivas” son
complementarias. ,
Cuando hablamos' del factor subjetivo en el conocimien­
to, pensamos — grosso modo— en Jo que el sujeto aporta al
conocimiento. En otros términos, hablamos del rol activo re­
presentado por el sujeto en el proceso del conocimiento.
Puede tratarse de cuestiones muy diversas: de la influencia
de la estructura psico-física en tanto que influencia de fac­
tores “ puramente” subjetivos sobre el conocimiento, de la
influencia de los condicionamientos especiales —por ejem­
plo, del interés de los gru^M— sobre el comportamiento del
individuo en cuanto al conocimiento; de la influencia del
lenguaje sobre la articulación del mundo por el individuo
que piensa en esa lengua, etcétera, etcétera.
“El factor subjetivo” puede ser comprendido entonces de
<los maneras al menos:
En tanto que influencia de factores “puramente” subje­
tivos sobre el conocimiento. En ese sentido, la literatura clá-
,'iva del sujeto concebía esta cuestión reduciendo el problc-

80
ma al subjetivismo, es decir, a una actitud conforme a la
Cual el espíritu que toma conocimiento, “crea” el objeto del
conocimiento y este objeto es el producto o la construcción
del subjetivismo “puro”.
Sin embargo, igualmente, podemos entender por ‘f a ctor
lubjetivo” el condicionamiento del conocimiento del indivi­
duo por medio de factores sociales tales como los intereses
de grupos, la lengua, etc., que forman la actitud del sujeto
en cuanto al conocimiento. En ese caso, el sujeto que adquiere
el conocimiento juega un rol activo con relación al conoci­
miento, aportándole sus predilecciones y sus prevenciones, su
articulación del mundo, su manera de percibir, etc., que re­
sultan de influencias sociales determinadas. La subjetividad
Mtá. ligada a.Si a un rol activo del sujeto, pero esta “subje­
tividad”, a pesar de que sea tomada en un sentido amplio
del ténnino, es de un tipo diferente ■a la del primer caso:
está ligada al rol del sujeto en el proceso del conocimiento,
^ r o tiene fuentes sociales y precisamente por ello es carac­
terística no solamente para un individuo dado, sino también
para los .miembros de grupos sociales enteros —clase social,
grupo étnico hablando una lengua determinada, etcétera.
La cuestión no se limita simplemente a una diferencia-
0i6n formal de los diversos sentidos del término “subjetivo”,
lino que- conduce a la convicción de que fo que llamamos la
subjetividad “pura” es tina ficción. Más todavía, los limites
tntre lo que es subjetivo y lo que es objetivo desaparecen.
Puesto que “el factor subjetivo” es claramente de origen so­
cial y “exterior”, por tanto, en relación' al individuo, obje­
tivo; por el contrario, el condicionamiento social objetivo
aparece. siempre como la componente de los comportamien­
tos individuales, es decir, como subjetivo.
Todo esto se revela más profundo todavía si considera­
mos la tesis, banal desde el punto de vista del marxismo, pero
de una gran trascendencia científica, a saber que el indivi­
duo, es decir, el sujeto que adquiere el conocimiento, es un
producto social. Vemos entonces, bajo otro ángulo todavía,
que lo que es subjetivo es objetivo al mismo tiempo. Vol­
vamos, sin embargo, después de una digresión a la teoría
del conocimiento, al problema que nos interesa, el de la cien­
cia y el de la ideología. Su oposición aguda se tambalea

81
aunque sólo sea a. la luz de lo que la sociología del conoci­
miento y el relativismo lingüístico tienen que '.decir sobre r.1
factor objetivo y subjetivo en el sistema de la ciencia. Eno
pecemos por la mitificación del tipo ideal de la ciencia qur
no se compondría más que de frases “puramente objetivas”.
Pero sabemos simplemente que no es verdad. Puesto que si
parecemos evitar las pretensiones de la sociología del cono^
cimiento, que demuestra cómo e l. condicionamiento del co­
nocimiento por los intereses de los grupos plantea el proble­
ma. de su objetividad “pura”, al declarar que los dominios
del conocimiento sometidos a ese condicionamiento no son
ciencias, ello es imposible a . propósito ■de. las pretensiones
universalistas.del análisis ■de la lengua. No podemos ocupar­
nos, en efecto, de un dominio cualquiera de la reflexión cien­
tífica fuera del campo de la lengua y sin la lengua. ■Y In
lengua aporta el condicionamiento social del conocimiento,
de una manera distinta, es verdad, de como lo hacen los in­
tereses de los grupos- sociales, aunque, al fin y al' cabo, pa­
recida,. En el conocimiento, si le quitamos los zapatos a una
lengua, como ha dicho con mucha imaginación uno de los
representantes de la teoría del campo, "es absolutamente ne­
cesario ponerse los zapatos de otra lengua puesto que, en ese
campo no es . posible avanzar sin zapatos. De esta manera,
la cuestión queda- liquidada/ Pues si hoy en día- es posible
discutir el alcance y el carácter del condicionamiento y del
conocimiento por la-. lengua, por su aparato conceptual, es
imposible negar simplemente el rol' activo de la, lengua en
el conocimiento. Ello .equivaldría a la ignorancia.
Aunque sólo-fuera por esta razón, pues, aunque sólo fuera
a . la luz del análisis de la lengua, el mito de la. objetividad
“pura” .de las frases de' la ciencia se. derrumba. Y el cono­
cimiento científico es un conocimiento humano, imperfecto
por consecuencia, que no utiliza únicamente verdades absolu­
tas :—lo que impediría el proceso del conocimiento y su ne­
cesidad— ; en consecuencia, lleva consigo un tinte subjetivo
Si-hay una parcela de verdad en la afirmación muy convin­
cente y lógica, según la cual del sistema de la lengua con
la que pensamos depende la articulación del mundo y su
percepción —en este dominio disponemos incluso.de ciertas
pruebas que nos proporciona la etnolingüística, y la psicolin-

82
gíiística, aunque sus investigaciones sólo se encuentran en sus
Comienzos— la ciencia, evidentemente, no puede 5er un do­
minio “puramente” objetivo y el' límite entre la ciéncia' y l a
Ideología se esfuma. ='-
Claro está, todo esto sólo' es posible. si no admitimos' este
límite por definición, sino ■que constituye simplemente ' una
presuposición que debe ser demostrada. Es completamente
i factible si partimos de dcfinidones de la ciencia y de' la ideo-
I Jogía convenientemente construidas. Así es' cómo se ha proce­
dido generalmente-en las discusiones, en el transcurso de. estos.

I
óltimos' años. aunque después nos asombrár^ os de que no
Condujeren ■a nada; pero este resultado- era previsible por­
que- el punto de partida era falso.' Pero abandonemos "esta
m anera de hacer o ese malentendido y veremos' qué tan poco
fundado es.oponer enteramente la ciencia a Ja. ideología. como
intentar delimitarlas claramente. . ,,.
Puesto que,- si no. solamente las proposiciones de la ided-
Ijfigía sino- también las de ia ciencia, comprenden un factor
subjetivo-—k> comprenden, . al menos' en. la medida: en ' que
W aportado en el conocimiento, en' todo conocimiento, por
la lengua—, ¿qué diferencia —que no sea cualitativa— puede
■haber entre la ideología y la ciencia? — .- .
Al plantear la scuestión- de esta' manera, es evidente que
hny ciencias ideológicas e ideologías. científicas, lo que nos
ihuestra ' menos claramente todavía el límite entre estos con­
ceptos. • . ' t'
Por ciencias ideológicas entendemos disciplinas científicas
que, o-bien entran ■en la composición de la ideología; o bien
lo aportan elementos para su formación. Me refiero aquí a
dnmiiiios^ del conocimiento humano, como' la filosofía, la .eco­
nomía, la sociología, etc. Está:claroque partiendo del hecho
(Ib su función- creadora de ideología,' esos dominios del cono -
Cimiento ' están sometidos a presiones particulares por parte
fio intereses humanos generalmente portadores de conflictos y
f|uc expresan. su ideología y, en ese sentido, son igualmente
Ideológicos.. ■ ■ . . .
Por otra parte, podemos diferenciar las ideologías . cien­
tíficas de . las no científicas.: Las ideologíás, como' los siste-
inns de valores,. no provienen del Espíritu 1 Santo, no nacen
ito un inundo de valores autónomos.. Para pensarlo, es neCe­

83
sario ser místico y no científico. Si se estudia la cuestión
desde el ángulo genético, se puede constatar una variabilidad
histórica y social de la ideología y de los sistemas de valo­
res, lo cual indica el vínculo que hay entre una situación
social dada —-en la que se incluye el nivel del conocimiento
históricamente alcanzado— y la ideología dada. Es decir,
proceden una de otra, aunque sus relaciones no provengan
de la lógica formal sino, de la genética; Abordando la cues­
tión de esta manera, se puede comprender que la ideología
puede ser creada a partir de datos aportados por las cien­
cias del hombre y de la- sociedad -—de la misma manera que
ía terapéutica en medicina se funda. sobre la etiología- y el
diagnóstica ^ , pero puede ser creada igualmente a partir de
fuentes no científicas, e incluso anticientíficas.
Admitidas estas consideraciones, podemos pasar al cuar­
to problema que nos preocupa en este. contexto, a saber, lo
bien fundado de la tesis sobre. el fin del siglo de la ideolo­
gía, tesis avanzada estos últimos años por autores de la clase
de Raymond Aron, Daniel. Bell y otros. Yo les opongo la te­
sis siguiente: no solamente esta afinnación es errónea sino
que, por el contrarío, penetramos en este momento en unn
época de desarrollo y de influencia creciente de la ideología.
Al abordar esta divergencia, es necesario preguntarse en
primer lugar de qué ideología —es decir, en qué sentido se
emplea el término “ideología”— hablan los autores de la
tesis sobre el fin del siglo de la ideología.
Todo parece indicar que comprenden la .. “ideología"
—a dmitiendo la definición genética y estructural— como “la
conciencia falsa” . Pero, como hemos dicho ya, en esas con­
diciones es inútil. discutir, puesto que la cuestión ha sido re­
suelta por definición. Propongo que se discuta a partir de
la definición funcional que yo preconizo. La- discusión tiene
entonces un sentido, puesto que no se prejuzga de nada y
por definición, no hacemos más que describir el fenómeno
social que lleva el nombre de “ideología”. Aquí se plantea
una cuestión:. ¿Puede llegar el día en que desaparezcan de
la vida de los individuos y de las sociedades sistemas de opi­
nión que, fundados en un cierto sistema de valores admiti­
dos,. determinen los objetivos deseados del desarrollo social?
Yo afirmo que tal situación es imposible mientras haya una

84
vida social y una acción social de los hombres, mientras la
lengua humana transmita socialmente el conocimiento. afir­
mado filogenéticamente y los estereotipos que se han forma-

f
tlo, etc. Ello lleva consigo un problema. Pero la cuestión es
más simple por el hecho de que no se trata de la acepción
de ideología que adnuten los autores que defienden la tesis
iObre el fin del siglo de la ideología. Pero sería interesante
discutirla precisamente en el contexto de esta acepción.
En este contexto —lo he dicho más arriba'— afirmo que,
por el contrario, entramos en una época en que' el desarro­
llo y la influencia de la ideología crecen. • Esto constituye
| Igualmente un tema de reflexión política amplia y autóno-
. ma a propósito de la contemporaneidad, que únicamente
puedo señalar aquí para terminar.
Vivimos en la época de la coexistencia pacüica, es decir,
•ti una época- en que la relación de fuerzas en- el plan mun­
dial es' tal que hace falta renunciar a la guerra como medio
de saldar las diferencias entre las grandes potencias. Ello no
ilgnüica, sin embargo, la eliminación de las contradicciones
y de los litigios ni de su expresión ideológica. En otros tér­
minos, la coexistencia política no. significa' la ' coexistencia
Ideológica comprendida como desaparición de las diferencias
y litigios ideológicos entre los Estados y las sociedades con
estructuras socioeconómicas diferentes. ' "
En primer lugar, es necesario. constatatar que la 'coexisten­
cia pacífica, en el sentido en que hemos hablado más arriba,
Implica la oposición ideológica, incluso el antagonismo, en
las relaciones entre. los Estados que practican la política de'
la coexistencia' pacífica. En efecto, en condiciones dadas, se
pttede ya sea. renunciar al empleo de la fuerza e n ' las rela­
ciones con los otros Estados, ya sea verse obligado a ello por.
Ies condiciones ■objetivas —en particular por la técnica de ■la
guerra m o d e ra — ; pero no obstante, se puede ' continuar
existiendo como -Estado, sin perder los rasgos distintivos del
dilema al que' se pertenece. Por el contrario, es imposible,
mnunciar a su propia ideología sin perder su' propia “perso­
nalidad”, es decir, sin suprimir los rasgos característicos del
dilema al que se pertenece. ■ ■'
La relación de. las contradicciones ' y de los conflictos eco­
nómicos con la política' de coexistencia' pacífica no se mani-

85
fiesta únicamente en el hecho de que la coexistencia pacífica
implique esas diferencirui, de.que sin estas últimas no podrí a
existir coexistencia pacífica. entre .Estados con_ sistemas dife^
rentes,. sno ^ m bién en el hecho .de que la coexistencia pa­
cífica refuerza el rol y la importancia. de la ideología en 111
vida de las. sociedades. En. la concepción tradicional; los con­
flictos, de ■interesa y de . objetivos;de .los diferentes Estados
se reflejaban en su política extranjera igualmente y llegaban
i ncluso, hasta la guen:a. :En.- este. sentido, .Klausewitz decía
que la' guerra, es la^ prolongación de. la política ' extranjera
del Estado con otros medios. Nos encon^ tramos 'actualmente
en. un mundo .de “coex;istenela. pacífica”, practicada nó' por
amor de la. virtyd sino p p r -necesidad, es decir,. en un mundo
en el que las diferencias ylQs. conflictos de: -intereses no han
desaparecido: de ninguna manera, pero.en el que la tradicio­
nal prolongación de la-polític;a: extranjera con '‘otros-medios"
queda eliminada, o al menos se.hace-mucho más difícil. Este
estado de cosas tiene por. consecuencia. el desplazamiento de
la. discrepancia y del conflicto a otro. plano., En efecto, sería
inocen te Creer que el conflicto de; intereses existente objetiva­
mente desaparecería ,o que no ":se. manifestaría en otra forma
desde el momento en que. la técnica de- las armas modernas
de exterminaci6n.. masiva elimina la guerracom ó prolonga­
ción de la política. aWlque sin excluirla como' manifestaCÍú»
de demencia. La guerra ideológica es: una especie de crsatz de
la guerra en el sentido. físico. . ■ . . :
Si excluimos la posibilidad de recurrir a la guerra para re­
solver los conflictos originados en primer lugar por las diferen­
cias de, sistemas de los Estados; ¿no subsiste la lucha ideo­
lógica como- única posibilidad importante —una- lucha cuyo
objetivo es conquistar los espíritus y los corazones de los hom­
bres? T anto más por cuanto !'!Sta lucha se libra hoy día a
una. escala realmente mundial, que tiene por objetivo no
solamente‘las propias sociedades de los protagonistas princi­
pales' de la lucha, sino también el Tercer Mundo cuya im­
portancia es creciente. Evidentemente, más ■vale luchar c.on
palabras e id e^ que combatir con bombas atómicas,. pero,
en cierto. sentido, esta lucha ideológica es más encarnizada
y, en todo caso, más seria. Ya en la primera mitad del siglo
pasado, el jpven Marx' escribía a este propósito: “Estamos
profundamente convencidos de que' no son ! las tentativas
prácticas, sino la extensión teórica de las ideat comunistas
lo que constituye el verdadero peligro, porque es -posible re­
plicar por medio de cañones a . las tentativas prácticas, in- ■
cluso a las tentativas de masas cuando devienen peligrosas.
Sin embargo, . las ideas' -que se han apoderado . de' nuestro
csfúritu .y han ganado nuestros sentimientos, las ideas a las
que' nuestra conciencia se ha unido p o r 'medio de la‘ rarón
■-son. lazos que ho se pueden romper sin rom per'el coia-
j¡ón, sol) demonios sobre' los' que.:el 'hombre nópuede triun­
far más que sometiéndose a -ellos." . .■■■ -■■- ■ ■ ■ '
Los conflictos. ideológicos clel mundo ■actual sólo son' el
efecto de. l a . existencia : objetiva de .diferencias ideológicas,
CS decir, de diferentes sistemas de opiniones: referentes' a ■los
fines del desarrollo social; diferencias que,. en-. un sistema
dado de rglaciones.internacionales, desembocan en choques
y tensiones. . . .• : . ■
Una coexistencia .“verdadera”, en el sentido de- la: elil;ni-
nadón de diferencias ideológicas, . equivaldría ■a . la: supresión
(le las diferencias de. estructura que determinad las diferen­
cia.? ideológicas, estando ellas, mismas condicionadas y secun­
dadas por estas últimas. Soñar con un m undo. de estructura
uniforme, con un mundo eri el que desaparecerían las dife­
rencias entre partidarios y adversarios de la propiedad pri­
vada, las diferentes concepciones de la democracia y las di­
ferencias de puntos de vista a ese respecto, las diferencias
Ifitre partidarios y adversarios del colonialismo y del neoco-
lonialismo, así como algunas otras “bagatelas”' de este género
• indudablemente un sueño que puede parecer bello y ge­
neroso.
Pero no se puede confundir los sueños y las visiones del
porvenir con la realidad actual, pues correríamos ' el riesgo
de complicar un cuadro suficientemente confuso, de impedir
la práctica de úna política realista. En todo caso, un hom­
bre político no puede hacerlo.
¿Es necesario concluir que los conflictos ideológicos son
inevitables? ¿Es necesario concluir que la' política de coexis­
tencia pacífica, al reforzar el rol de la ideología en la vida
social conduce inevitablemente a la agravación de los con-
llictos ideológicos en el mundo contemporáneo, que a fin de

87
cuentas, son las implicaciones ideológicas de esta política?
Esta falsa impresión nace cuando se admite, por definición,
que la coexistencia real consiste en superar enteramente las
. relaciones entre los Estados, es decir, que consigue realizar
en las relaciones entre las sociedades lo que es imposible rea­
lizar, en el seno mismo de esas sociedades. Contra esta tesis
falsa, se hace resaltar los conflictos ideológicos de la situación
internacional actual, y, al mismo tiempo que se defiende la
_política de la coexistencia pacífica, se afirma que, en el do­
mino de la ideología, la . coexistencia- pacífica es imposible.
Formulada en términos tan generales, esta tesis es falsa a su
vez; en todo caso, puede inducir a error puesto que no pone
en evidencia las implicaciones ideológicas complejas de la
política de ^^xistencia pacífica.
Si' la tesis según ■Ja cuaJ “en el dominio de la ideología,
no hay coexistencia, no hay más' que lucha” debe ser com­
prendida como una protesta contra Ja tesis según la cual “la
coexistenciaverdadera consiste en' eliminar toda lucha, incluso
la lucha ideológica”., entonces es necesario suscribirla. Pero,
al mismo tiempo,. es necesario ver y'subrayar' los otros aspec­
tos de ese problema. En efecto,' la expresión “coexistencia
pacífica” posee al menos tres significados: el postulado for­
mulado por los partidarios de- la coexistencia llamada “ ver­
dadera”' de renunciar a las discrepancias ideológicas sólo es
una de ellas.
Sin embargo, al rechazar una de las acepciones posibles
de la expresión ‘‘coexistencia pacífica”, no debemos omitir
las os tras, tanto m áscuanto que esas otras acepciones designan
fenómenos que aparecen realmente en la vida y que son,
entre otros, uno de' los efectos de la política de la coexisten­
cia pacífica. ’
De lo que se trata en primer lugar, es de la tolerancia.
En este sentido, la “coexistencia pacífica” no significa abju­
rar de sus opiniones personales ni abandonar la lucha por
su victoria. Sé' trata de una cosa mucho más .modesta, pero
importante en su realismo -—se trata de admitir que no se
posee el monopolio de la verdad. El. reconocimiento de
este hecho lleva consigo consecuencias de mucha importan­
cia. En primer lugar, el deseo de comprender las opiniones

88
t!«l adversario, porque no. se presupone que sean falsas por la
ítnica razón de ser enunciadas por el adversario, En segun­
do lugar, el deseo de descubrir los problemas rehles en las
^[fópiniones expuestas^por el adversario, incluso si na, suscribi-
| unos la solución propuesta; en efecto, el descubrinúento de un
•^problema nuevo es a menudo, desde el. punto de vista cientí­
fico, no menos importante y estimulante que su solución par-
(¡iui. En tercer lugar, el deseo de descubrir una verdad parcial
en Ins opiniones del adver^ ^ o, s i es que ésta existe.
Todo esto parece muy modesto, y sin embargo son consi­
derables las consecuencias de una tolerancia así concebida
para las posibilidades de comunicación y de entendimiento'
nutre los hombres. En nuestra época, en que a los antagonis­
mos ideológicos agudizados se añaden • Jos factores emociona-'
les, Ja política de coexistencia pacífica reviste una importan-
cía decisiva para_ el desarrollo de la tolerancia. Aunque ello
no sea más que gracias a' la extensión de la cooperación en
el dominio de la ideología. Y a,quí penetrarnos en el domi­
nio de la tercera significación de la expresión “coexistencia
pacífica”.
Es significativo que los que proclaman que no puede haber
coexistencia en el dominio de la ideología' sean los adeptos
más fervientes de la cooperación en este mismo dominio; la
prueba está en la práctica de intercambios y de la coopera­
ción internacional en los diferentes dominios de la ciencia,
de la cultura y de las artes basadas en la ideología —como
Jas ciencias sociales, la ' literatura, etc. . Y sin. embargo, ello
implica una cierta contradicción: porque Ja cooperación es
más que la coexistencia, es decir la existencia de uno al lado
del otro. Así, el que se pronuncia contra la coexistencia al
mismo tiempo que practica una cooperación activa. se con-
tradice .a sí m smo, incluso si no tiene conciencia de ello. La
llave del misterio se encuentra en un malentendido semán­
tico, porque, especialmente, limitamos por definición. la sig­
nificación. de la expresión “coexistencia ideológica” a uno
tolo de sus sentidos posibles: al abandono, de la lucha por
JU propia ideología, lo que sólo es posible-cuando ^muncia-
mos a esta ideología. Pero ¿por' qué comportarse de una ma­
nera tan poco razonable? .

89
U na. de las consecuencias importantes . de la política di¡
coexistencia pacífica es la intensificación. de los contactos per»
sonales entre los. Creadores, y por tanto* de su cooperación.
Basta que esos intercambios y esta cooperación tomen. ampli­
tud para que los hombre5 .se. den cuenta, incluso en el caso
en. que había los .más grandes prejiúcios por una y otra par-
te,.de;. que no .solamente no tienen. cuernos, sino que tienen
más afinidades de las. que hubiera _podido. .suponerse. Y es
que, incluso .en dominios. donde asume un rol considerable,
la ideología no llena 1a ciencia y. el arte hasta el punto de
excluir todo. lo que no. es ella miSla. Incluso los dominios
más. ideológicos de la ciencia, y de las .artes poseen elemen-
tós comunes en ciertos momentos de . la historia, El descubri­
miento. y la comprensión. de « t e . hec-Oo. to na l,)a toma de
conciencia de sus consecuencias. prácticas. para los creadores,
es.el terreno f ^ i l para cl.d esarrolio de la .tolerancia.
Justamente sobre- ese plano Jos m ^ to s de la política de co­
existencia pacífica son inapreciables. . .
. La ■pase del diálogo ha sido creada, pues.
Este es uno de los términos nuevos, de los términos que
están de moda —diría yo— en. la . época.. de la co ^ ^ tencia
pacífica. La. palabra “diálogo”, tomada en su sentido tradi­
cional y banal, significa una conversación entre dos personas,
y en. su sentido cualificado la confrontación de opiniones
diferentes, incid o contradictorias. Hoy día, .ega palabra .ha
adquirido un sentido político: significa un . intercambio de
pareceres entre grupos, eventualmente entre campos,, que re­
presentan ideologías diferentes y que tratan de entender:;e. Por
“entenderse” no comprendemos necesariamente que se llegará
a una comunidad de puntos de vista universal, lo que es
muy a menudo imposible, pero sí al menos a una comprehen­
sión exacta de las posiciones representadas por las partes en
el diálogo, lo que permite encontrar eventuales puntos de
contacto entre las diferencias ideológicas. Porque tal es, a fin
de cuentas, el sentido y el objetivo del diálogo.
El diálogo implica entonces la’ existencia de diferencias,
al menos el diálogo en el sentido en que ei término es em­
pleado actualmente en la vida política e ideológica. Pero
aquéllos que consideren que el diálogo —en ese sentido pre­
cisamente— no puede abrirse más que allí donde existan

90
ciertos valores comunes, reconocidos por las partes en pre-
(Cncia, no se equivocan. En efecto, lo mismo que 'es impo-
lible mantener un diálogo —en el sentido que damos a ese
término— cuando hay una unaninúdad total, es imposible
también el iniciarlo cuando hay solamente diferencias y con­
tradicciones, mientras que nada vincula las dos partes.
Sobre este tono optimista terminamos nuestras reflexio­
nes conce b e ntes a la tesis sobre “el fin del siglo de la ideo­
logía”. Eran opuestas a esta tesis pero, al mismo tiempo per­
filaban una posibilidad, real a mi juicio, de evolución del
problema que se plantea en nuestra época.

,,,

91
*** j ,a t.tPKt:'.':':"'
HANS MAGNUS ENZENSBERGER

Nació el 11 de. noviembre de 1929 en Baviera, Alemania.


Realizó sus estudios en las universidades de Erlangen, Fri-
burgo-en-Brisgau, Hamburgo y París. Doctor en. filosofía, poe­
ta, ensayista y escritor. Fue director durante varios años de
te famosa revista Kursbuch.
Además de desempeñarse como poeta, filósofo y escritor,
Hans Magnus'Enzensberger ha realizado actividades diversas,
tales como interesantes series de programas como editor en
Radio Stuttgart entre los años 1955 y 1958. Ha sido. crítico
literario y últimamente documentalista cinematográfico.
Residió largo tiempo e n Berlín Oeste, Oslo, Estados Uni­
dos y Cuba. Escritor fecundo y polifacético, Enzensberger ha
publicado •numerosos libros sobre variados temas. Entre sus
Obras más importantes, traducidas al español, podemos men-
eionar:

Obras: ■. ■ ■ ■ .
Política y delito,.Barcelona, Seix Barral, .1968.
Poesías para los que no leen poesías, Barcelona, Barral, 1972.
Detalles, Barcelona, Anagrama, 1969. .. .
¡i! interrogatorio de La Habana: autorretrato' de la contrarrevolu­
ción y otros ensayos políticos, Barcelona, Anagrama, 1973.
Conversaciones■con M'arx-Engels (2 tomos), Barcelona, Anagrama,
< 1975. '. :
f¡l corto verano de la anarquía, México, Grijalbo, ,1977.
¡¡¡omentos para una teoría de los medios de Comunicación.

LA MANIPULACIÓN INDUSTRIAL DE LAS CONCIENCIAS *

Todo individuo, aun el que goza de menos autonomía, se


ínso soberano en los dominios de su conciencia. Desde que
M ha puesto de moda hablar del alma, tanto si se acude al
• Hans Magnus Enzensberger, Detalles, Barcelona, Anagrama,
]f>B0, pp. 7-17.
confesor como al psicoanalista, se considera a la cencienii.t
como el último de los reductos que el sujeto, ante un mundo
catastrófico, busca y cree hallar en sí mismo, como si fuera
un baluarte capaz de protegerlo del asedio cotidiano. Nadie,
ni siquiera el que está atrapado en la situación límite de un
poder totalitario, quiere confesarse a sí mismo que tal vrz
se trate de un baluarte caído tiempo ha .1 No existe ilusión
más tenazmente defendida; tan vasta y tan profunda resulta
ser la influencia de la filosofía, incluso' en aquellos que la
desprecian. Porque, en realidad, estai superstición, esta creen­
cia en que el individuo permanece dueño y señor, por lo me­
nos, de su propia conciencia, no es más que un producto di:
la filosofía que va de Descartes hasta Husserl, una filosofía
esencialmente burguesa, un idealismo casero, reducido a las
dimensiones de lo particular.
Por el contrario, en un viejo libro puede leerse: “la con­
ciencia fue, desde un principio, producto de la .sociedad y lo
seguirá siendo mientras existan hombres”.2 Sin embargo, ni
desde un principio ni en épocas posteriores apareció clara la
verdad de estas palabras. Es una frase que se fecha a s í mis­
ma. Desde la aparición de la división del trabajo se ha admi­
tido que unos pocos pensaran, juzgaran y decidieran por l<t;
demás; mientras esta mediación fue visible para todos, mien­
tras el' profesor intervino abiertamente ante el alumno y
el orador ante el auditorio, el maestro ante. el discípulo y el
sacerdote ante la comunidad, la conciencia mediatizada paso
desapercibida, como algo natural. Sólo es visible lo que no
es transparente: hasta que rio adquirió dimensiones indus­
triales, el fenómeno de la conciencia mediatizada y manipu­
lada no se convirtió en problema..
La industria de manipulación de las conciencias es una
creación de los últimos cien años. Su desarrollo ha sido tan
rápido, tan diversificado, que su existencia permanece toda­
vía hoy incomprendida y casi incomprensible. Nuestro tiempo

1 La "emigración interior” en la Alemania de Hitler ofrece ejem­


plos de esta ilusión. Una aguda exposición de fenómenos semejan­
tes, en. el mundo comunista, se encuentra en la obra de Czeslaw Mi-
losz, Verführtes Denken (La seducción del pensamiento), Colonia,
1953.
“ Karl Marx, La ideología alemana, la. parte (1845/46).

96
UStá inquieto, fascinado ante sus manifestaciones, pero no
parece que los debates en torno a ella estén a la altura del
Sujeto; puesto que no lo aprehenden como un todo. La apa-
ricián de cada una de sus ramas suscita nuevos debates y
nuevas críticas de base (piénsese en el cine hablado o en 1a
televisión) , como si, cada vez, apareciera algo esencialmente
lluevo. Sin embargo, la esencia de los llamados medios de
Comunicación de masas no se puede inferir de las condicio­
nes y los supuestos técnicos de los mismos.
La denominación general de “industria cultural’’, a la que
se ha recurrido hasta ahora, tampoco sirve. Es más bien fru-
lo de una ilusión óptica de sus mismos críticos, que aprue­
ban que la sociedad incluya, sin más ni más, esta industria
dn lo que viene llamándose vida cultural ; no sorprende nada
t|ue lleven el siniestro nombre de “críticos culturales”, y no
lin una cierta satisfacción, sin un cierto orgullo, ya que con
¿1 ven certificada su inocuidad y actividad. En
todo caso, la denominación apunta, aunque sea confusamen­
te, al origen de aquel “producto” de la sociedad antes citado,
es decir, la conciencia. Este origen está fuera de todo ámbito
industrial. El término “cultura”, impotente ya, querría su­
gerir que la conciencia, aun la falsa conciencia, no puede
ser producida industrialmente, sino sólo reproducida y
dirigida. ¿Cómo se produce entonces? Mediante el diálogo
de! individuo con el otro. El individuo actúa de ese modo
socialmente, pero ni la colectividad, ni un grupo, ni un equi-
j fio, ni mucho menos un proceso industrial, pueden substi-
¡ luirlo. Esta perogrullada pertenece a la esencia paradógica
(lo la industria manipuladora de las conciencias y es la causa,
en buena parte, de su difícil aprehensión. Es de naturaleza
monstruosa, ya que nunca le importa llegar a lo productivo,
1no sólo a lo intermedio, a las derivaciones secundarias .y
9
torciarias, a las verdades destiladas con cuentagotas, a la parte
fungible de lo que reproduce, de lo que multiplica y ofrece
al comprador. De esta manera convierte las melodías en can­
ciones de moda y el pensamiento de un Karl Marx en un
llogan que suena a latón. Sin embargo, esto mismo es lo que
pone de manifiesto su punto débil,' a despecho de su prepon­
derancia. No quiere saber nada de él. Filosofía, música, arte,
literatura, todas estas cosas de las que al fin y al cabo se

97
alimenta, las. pone aparte, “entre comillas”, y- les asigna 1111
lugar reservado donde estén encerradas y rojetas a vigilan
cia. El nombre de “industria cultural” acude en su auxilio
para reprimir aquello de que se nutre; el nombre hace ino.
fensiva la industria y encubre las' consecuencias sociales y po­
líticas que resultan de la mediatización y de la alteración
industriales de la conciencia. '
Inversamente, la crítica de las ideologías y la crítica de
la propaganda política no aprecian todo el alcance de la in­
dustria de manipulación de las conciencias porque conside­
ran sus efectos limitados. al campo de la teoría y de la prác­
tica políticas en sentido- estricto; como ■sí esta industria st’
limitara a transmitir consignas,- corno si fuera posible abs­
traer de la conciencia pública una conciencia privada, capaz
de extraer de sí misma ' juicios independientes.
Mientras - se discute con pasión ■y detalladamente acerca
de los nuevos instrumentos técnicos'—radio, cine, televisión,
disco— ; mientras. se estudia el poder de la propaganda, de
la publicidad y de' las ■public relations, la. industria de ma­
nipulación de las conciencias ■continúa sin ser considerad;!
en su conjunto, como un todo. Por ejemplo, apenas si" se^ ha­
bla del periodismo, siendo su-rama m á ' antigua. y en muchos
aspectos la más instructiva.: la tá.zón- deello es, probablemen­
te, que ya no puede pasar por novedad cultural ■ni causar
sensación en su aspecto técnico. Por otra parte, la moda. el
"‘estilismo”, la instracción religiosa y el turismo son otros tan­
tos sectores poco individuados y estudiados de la manipula­
ción industrial de las conciencias; también..está- por empezar
el estudio' de cómo es dirigida industrialmente la conciencia
“científica” en los campos de: la nueva física, del psicoaná­
lisis, de la sociología, de 1a demoscopia y . de otras disciplinas.
Peró lo más importante es que aún no nos hemos dado cuenta
suficieritemente de que la manipulación industrial de las con­
ciencias' no ha alcanzado todavía. su pleno desarrollo, no ha
podido hasta hoy adueñarse de su pieza esencial, la educa­
ción. La industrialización de la enseñanza no' ha empezado
hasta nuestros días; mientras estamos discutiendo planes de',
estudio, sistemas. de enseñanza, problemas de falta de profe­
sorado' y 'cuestiones de unidades didácticas, se van aprestan-

98
lio ya los. medios técnicos destinados a convertir en puro
anacronismo cualquier discusión sobre reformas escolares. •
La industria de manipulación de las conciencias nos va-á
Constreñir , en un futuro muv próximo, a que la considere-.
Ifyos como una potencia. radicalmente nueva, de desarrollo
Creciente, imposible de medir con sus patrones iniciales. Esta­
mos ante la industria clave del siglo xx. En nuestro tiempo,
siempre que se ocupa o se libera militarmente un país civi­
lizado, siempre que; se produce un golpe' de Estado, una re­
volución o una caída de régimen, lo primero que hace "el
nuevo poder .es apoderarse' no de la. calle ni de los centros
tic la industria pesada, sino de las emisoras, las rotativas y
los servicios de telecomunicaciones. Luego, los managers y di­
rectivos . de la . industria pesada y de . la industria de bienes
rio consumo, lo mismo que los de los servicios públicos, con­
servan ■en general sus puestos y sus cargos, mientras que los
funcionarios .de la industria de manipulación de las concien-’
filas son de inmediato substituidos. En estas situaciones extre­
mas se. hace patente la posición clave.de esta industria. ■
Un primer examen descubre cuatro condiciones indispen­
sables para su existencia. Resumidas, son las siguientes: - >*
1) El presupuesto filos6fico de toda industrialización de
In. opinión es el racionalismo, en el sentido amplio de la pa­
labra. ■Es una industria que no puede subsistir sin hombres
mayores de edad, ni siquiera cuando ejerce sobre ellos la tu­
tela propia de un menor- Su monopolio sólo puede.estable-
írjilo después de suprimir el de la teocracia, el de la creen-
rtk cn la revelación y.en Ja iluminaci6n ,e ld e l Espíritu Santo
transmitido por.el sacerdocio. Con la extinción, de la teocra­
cia tibetana se ha cumplido. ya en todo el mundo este pre­
supuesto filosófico. . . .
2) El presupuesto político de la manipulación industrial
(lt las mentes es la. proclamación .(no la . realización) de los
I rinrcchos.humanos, y. en particular de- los de igualdad y li-
hurtad. El modelo histórico de Europa. es la. Revolución fran­
Cesa; en los países comunistas es la Revolución de octubre
y para los países de América, Asia y Africa, es . la liberación
tlftl colonialismo. Sólo partiendo de. la ficción que consiste en
Muer que cada individuo tiene. el derechp de decidir sobre
ni propio destino y sobre el de la comunidad se puede con-

99
vertir en magnitud política la conciencia que el individuo
y la sociedad tienen de sí mismos; entonces, con la dirección
industrial de esta conciencia, están puestas la bases previiu
para cualquier dominio futuro.
3) Económicamentehablando, la acumulación primaria d«
capital precede al desarrollo de la industria manipulador»
, de las conciencias. En régimen de capitalismo incipiente (o
en un estadio equivalente a él) , es decir en tanto obreros y
campesinos no perciben del fruto de su trabajo más que un
mínimo para subsistir, tal industria no es posible, pero taim
poco necesaria. En esta fase, la necesidad económica en cs^
tado puro, sin paliativos. desvirtúa completamente la ficción
de que el proletariado pueda decidir sobre su propia condi­
ción; a la minoría en el poder le bastan, para conservar su»
posiciones, los procedimientos preindustriales de la mediati-
zación de conciencias. La industrialización del proceso media-
tizador puede tener lugar s6lo cuando ya se hayan consoli­
dado la industria de materias primas y la producción en
masa de bienes de consumo. El perfeccionamiento progresivo
de los sistemas de producci6n exige un grado de formación
cada vez más elevado, no s6lo de los grupos dirigentes sino
de la mayoría de ciudadanos. El aumento del nivel de vida
y la disminuci6n de las horas de trabajo les permiten tomar
conciencia de las cosas de una forma diferente, menos pa­
siva. Con ello se ponen en movimiento ciertas energías peli­
grosas para los detentadores del poder. Hoy en día, varios
de los países en vías de desarrollo han puesto ya en marcha
este proceso, después de superar el retraso artificial a que
estaban sometidos; para crear la industria de manipulaci-On
de las conciencias, les faltan las condiciones políticas —que
pueden llegar de un momento a otro—, pero no las eco­
nómicas.
4) El pr ^ ^ » económico de la industrialización trae con­
sigo el presupuesto, a saber, el tecnológico, para qui.:
la conciencia pueda ser manipulada industrialmente. Las' ba­
ses técnicas de la radio. del cine y de la televisión no se asen­
taron hasta fines del siglo XIXXIX, o sea, cuando ya hacía mucho
tiempo que la técnica de la electricidad había entrado en
fase de producción industrial. Antes que el amplificador y
la cámara existieron la dínamo y el motor eléctrico. Este
100
¡fBtraso histórico se debe al desarrollo ' económico. A pesar
de ello, no siempre ni en todas partes hay que conquistar,
Njemo si fueran algo nuevo cada vez, las condidonei -técnicas
(le la manipulación industrial de las conciencias, ya que exis-
!ID en todas partes, de una vez para siempre. '•■
En cambio, las plenas condiciones políticas y económicas
(ólo se dan, hasta el presente, en las partes más ricas del
undo. Sin embargo, están a punto de realizarse en toda 1a
agrafía del globo. Se trata de un proceso irreversible. De
nhi que resulte estéril y absurda toda crítica que exija la su-
resión de la industria de manipulación de las conciencias.
Equivale a exigir un suicidio: anular, liquidar la industria­
lización en general. El hecho de que a nuestra civilización
le sea técnicamente posible autoliquidarse proporciona una
macabra ironía a las propuestas de estos críticos reacciona­
rlos. Lo que ellos piden' no es esto; sólo tendrían que des­
aparecer la era moderna, el hombre-masa y la televisión. Ellos
I piensan sobrevivir.
Con todo, los efectos de la manipulación industrial de las
conciencias han sido descritos una y otra vez hasta en sus
menores detalles, y, a menudo, con suma agudeza. En el área
Üc los paísescapitalistas, la crítica se ha ocupado en par­
ticular de “los medios' de comunicación de masas” y de la
publicidad. Conservadores y marxistas han coincidido con
«xceáva facilidad en lamentar •su carácter •Ú>mercial. Estas
quejas no llegan al fondo de la cuestión. Dejando aparte que
ganar dinero reproduciendo sinfonías y noticias no es mucho
más inmoral que ganarlo' fabricando neumáticos, tales críti­
cas olvidan lo que precisamente distingue a la industria de
las conciencias de todas las demás. En efecto, sus sectores
más desarrollados ya no ofrecen sólo mercancías; los libros
y los periódicos, las' melodías y las imágenes no son más que
el substrato material de esta industria, un substrato' que la
creciente madurez técnica va volatilizando cada vez más y
que sólo en los sectores más antiguos, como el editorial, con-
ilJ"Va todavía una importancia económica digna' de tenerse
ID cuenta. La radiodifusión ya no tiene ni un solo punto de
i:omparación posible con una fábrica de cerillas. Sus produc­
tos son totalmente inmateriales. Lo que fabrica y distribuye
no son ya bienes, sino opiniones, juicios y prejuicios, conte-

101
nidos de conciencia de todo género. Cuando más se redui'I'
1"'1 base material de estos productos, más abstracta y más pura
es- su distribución, menos vive la industria de su venta. Si j I
comprar una revista ilustrada se paga ya sólo; una pequeña
parte de su precio real, las emisiones de radio y de telcvi*
sión, siendo muchísimo más caras, no cuestan apenas nada, <t
nada en absoluto; mejor dicho, son ellas las que piden ser
aceptadas gratis; y no digamos nada de la publicidad pura
o de la propaganda política, las cuales no tienen ninguna
forma de precio y escapan a toda noción de comercialidail
Toda crítica que se dirija exclusivamente a las variantes ca­
pitalistas de la manipulación industrial de las conciencia-t
apunta a un blanco demasiado cercano y no da en lo qu
propiamente constituye su esencia, en lo que tiene de radi­
calmente nuevo y característico. A este respecto, lo decisivo
o por lo menos lo decisivo en primer término, no es el sis
tema social que se sirve de ella, ni tampoco la dirección qui:
la controla, sea ésta privada. pública o estatal; lo decisivo
en su cometido social. Hoy en día, en todas partes, con miis
o menos exclusividad, es el mismo: perpetuar el status exis
■tente, sea cual sea su forma. Su única finalidad consiste en
imponer ciertas formas de. pensar. y explotarlas.' Nada más.
Es preciso aclarar la noción de explotación inmaterial
Durante el período de acumulación primaria de capital, la
explotación del proletariado ocupa el primer plano en todos
los países ; esto también es válido par a las sociedades comu
nistas, como. se desprende de los ejemplos de la Rusia ■stali
niana y de la China roja. Pero apenas este período toca a
su fin, se pone de manifiesto que la explotación no es' sim
plemente económica sino algo que atañe también a la con
ciencia. Decidir quién es señor y quién esclavo, no depende
solamente del hecho de disponer del capital, de las fábricas
y de los ejércitos, sino también —y cada día más inequívo
camente— de disponer de la. conciencia de los demás. Ape
nas la producción de bienes materiales se extiende lo sufi
ciente, aparecen de nuevo y con nueva fuerza las antiguas
' reivindicaciones que la coerción económica, la crisis y el
terror habían eclipsado durante largos años. Nada las puede
invalidar. Desde que fueron proclamadas, no hay poder que
se asiente sobre principios seguros, que no dependa del asen

102
litiiicnto de quienes constituyen su base, que no tenga que
■ipirar a este sentimiento y no tenga que justificarse ■a sí
Ujfoiuo sin descanso aun allí donde se sostiene con l i fuerza
<ln las armas.3 La explotación material tiene que encubrirse
luirás de la inmaterial y buscar' por otros medios el asenti­
miento de los dominados. La acumulación de poder político
Mipcra a la acumulación de riqueza económica. Lo que se
Mliunula ya no es fuerza de trabajo sino capacidad de ele­
gir y de pronunciarse. Lo que se suprime no es la explota­
ción sino la conciencia de ser explotado. Empieza entonces
Ifl eliminación de opciones y de alte r ativas a escala indus-
Irthl; por un lado, mediante prohibiciones, censura y mo­
nopolización estatal de todos los medios de producción de
t|tíe dispone la industria manipuladora de las conciencias;
¡IOt otro, mediante la “autodisciplina” y la presión econó­
mica . El pauperismo material es substituido por uno inma-
lrrial cuya manifestación más patente^ es la desaparición de
Id* facultades políticas del individuo: frente a una •masa de
Indigentes políticos por encima de los cuales. puede incluso
«*,r decidido el suicidio colectivo, está . una minoría cada vez
lilás reducida de políticos omnipotentes. Hacer que’ la ma­
yoría acepte y aguante voluntariamente esta- situación cons­
tituye el cometido y^ el resultado más importantes de la ma­
nipulación industrial de las conciencias.
Pero con- la enumeración de sus efectos presentes no se
describe todavía su esencia. Del mismo modo que no existe
Jleccsariaiiiente. una relación de dependencia entre la existen-
fin de una industria. textil o siderúrgica y el trabajo de los
tiíñO!I o la deportación, así el hecho. de que exista la mani­
pulación industrial de las conciencias no trae consigo, como
kl fuera una consecuencia inevitable, la explotación inma­
terial con la cual hóy nos las- tenemos que haber- en todas
ptirt.es. Esta explotación no sólo presupone que albedrío, jui-
rtlo y capacidad de elección son unos derechos abstractos y
teóricos inherentes a todo individuo, sino que también los
engendra sin cesar como negación de sí misma. Sólo se pue-

3 P.n ninguna parte se toma tan en serio como en los países co­
munistas la “educación de la conciencia", la “conciencia de las ma­
lí!" y cómo dirigirla.
den explotar las fuerzas que existen realmente; para que el
poder las pueda domesticar y servirse luego de ellas, antes
es preciso despertarlas. Se ha observado muchas veces que
era imposible hurtarse a la influencia de la industria mani­
puladora de las conciencias, interpretando el hecho como una
prueba de que tal industria era mala por naturaleza; pero
se ha olvidado que lograr que todos los individuos partici­
pen en la empresa común es un resultado que puede volverse
contra los mismos que lo explotan. Es una industria que no
puede detener su propio movimiento, y en él surgen, forzo­
samente, movimientos contrarios a su cometido actual de
estabilizar la relación de fuerzas existente. La naturaleza de
este movimiento es tal, q u e' la industria de las conciencias
no puede ser nunca totalmente controlada. Sólo al precio
de su propia muerte, es decir, sólo si se le arrebata la con­
ciencia de lo que ella misma es y si se prescinde de sus efec­
tos más profundos, se deja convertir en un sistema cerrado.
La ambigüedad inherente a esta industria consiste, pues,
en que previamente tiene que conceder ■a sus consumidores
aquello que quiere arrebatarles. Esta ambigüedad la halla­
mos también y, todavía más agudizada, si obse^ ^ os^ a los
productores de la industria, es decir, a los intelectuales..De
hecho, no. son ellos quienes disponen del aparato industrial,
sino que es más bien el aparato quien dispone de ellos; sin
embargo,. esta relación no deja tampoco1de ser equívoca. Con
bastante frecuencia se ha venido reprochando a la industria
de las conciencias el .proceder a la liquidación de los “valo­
res culturales”. Los acontecimientos demuestran hasta qué
punto esta industria está obligada a recurrir a las minorías
propiamiente productivas; mientras rechaza,.como incompa­
tible con su cometido político, la labor de estas minorías si
reflejan las realidades actuales, se ve obligada a. recurrir a
los servicios de intelectuales oportunistas, que se dedican a
readaptar lo viejo sin poder evitar que se les deshaga en las
manos! Los que dirigen la manipulación de las conciencias
sean quienes sean, ' son impotentes para comunicarle energía
auténtica; si la tiene, la debe precisamente a aquellas mi-

■ * Compárese, por ejemplo, con lo que en la Alemania del Eslr


se llama “salvaguardia de la herencia cultural de la nadión”.

1()4.
norias de' cuya eliminación está encargada esta misma indus­
tria: a aquellos creadores que desprecia y relega o bien petri­
fica en estatuas y cuya explotación condiciona la explotación
posterior de los consumidores. Lo que es válido para los con­
sumidores' de productos de esta industria con más rit76 n lo
es para sus productores: son al mismo tiempo colaboradores
y enemigos. Ocupada en fabricar y reproducir ciertas maneras
de pensar, reproduce y multiplica sus propias contradiccio­
nes y agranda la diferencia entre lo encomendado y lo real­
mente ■realizado.
Toda crítica que ignore esta ambigüedad de la industria
de las conciencias resulta estéril o peligrosa. La suma de es­
tupideces que entra en juego se deduce del mero hecho de
que la mayoría de los que hablan de esta industria no refle­
xionan sobre su propia posición; como si la crítica cultural
no fuera también parte integrante de lo que critica, como
si fuera posible de algún modo hacer crítica sin servirse de
la industria de las conciencias, mejor dicho, sin que esta in­
dustria misma no se sirva de la crítica que se le hace .0
Cualquier razonamiento no dialéctico queda eliminado;
todo retroceso, excluido. También está perdido quien por
sentir repugnancia hacia este aparato industrial, se retira a
un presunto refugio, ya que desde hace tiempo los modelos
industriales se han colado también en la organización y en
las reuniones de los conventículos. En resumen, es preciso
distinguir entre incorrupción y derrotismo. No se trata de
rechazar con un gesto de impotencia la manipulación indus­
trial de las conciencias, sino de arriesgarse en los peligros de
su juego. Para ello son necesarios conocimientos nuevos y
una atención vigilante ante cualquier forma de presión.
El rápido desarrollo de la manipulación de las concien­
cias y su ascenso a instancia-clave de la sociedad moderna
han cambiado la función social del intelctual. Se encuentra
expuesto a nuevos peligros y a nuevas incertidumbres. Tiene
quc afrontar nuevos y más sutiles intentos de corrupción y
de chantaj'e. Voluntaria o involuntariamente, a sabiendas o

g Ejemplos particularmente llamativos de este tipo de crítica no


ndlcxiva se encuentran en Friederich Georg Jünger, en Romano Guar-
dini y en Ma.x Picard.

105
ignorándolo, se convierte en cómplice de una industria cuya
.suerte depende de él tanto como él depende de la de ella,
y cuyo cometido actual,. cimentar el poder constituido, es in­
compatible con el suyo. Sea cual sea la actitud que adopte,
apuesta en el juego más de lo que personalmente le pertenece.

106
LUDOVICO SILVA

Nació en Caracas en 1937. Su verdadero nombre es Luis


Silva Michelena. Hizo estudios de filosofía en la Universi­
dad Central de Venezuela graduándose con la mención Suma
Cum Laude.
Ha destacado como ensayista, filósofo y poeta. Como co­
nocedor profundo de la obra de Marx, Ludovico Silva ha
abierto una línea de pensamiento que se caracteriza por sus
aspectos críticos e innovadores.
Entre los años 1954 y 1961 realizó viajes de estudios por
diversos países europeos y ■americanos. Publicó numerosos en­
sayos en diarios y revistas • especializadas. • .
Sus obras han tenido una amplia acogida en América La­
tina y varios de sus trabajos han sido traducidos al italiano
y al alemán.
Entre sus obras principales podemos destacar:

Obras: ■ .
Tenebra, 1964. '
Sobre el socialismo y los intelectuales, 1970.
Teoría y práctica de la ideología, México, Nuestro Tiempo, 1971.
'El estilo literario de Marx, México, Siglo XXI, 1971.
Vicente Gcrbósi y la modernidad poética, 1974.
Marx y la alienación, 1974. ’
De lo uno a lo otro, Caracas, Universidad Central de Venezuela,
1975.
Antimanual fiara. uso de marxistas,. marxólogos y marxianos, Ca­
racas, Monte Avila, 1975. • .
T.a plusvalía ideológica, Caracas, Biblioteca de la ucv, 1977.

107
LA PLUSVALÍA. ID EO L Ó G IC A *

l. In troducción
Ciertamente, está por elaborarse una teoría de la ideóla.
gía desde el punto de vista del marxismo. El punto de visl»
de un libro como el de Mannheim -—Ideología y Utopía
no es precisamente el mu iste y, en sus referencias al peiu
samiento de Marx sobre este tema, resulta insuficiente. Est;'m
lejos de haberse agotado todas las consecuencias teóricas quct
pueden- derivarse de una lectura rigurosa del libro de Marx
La iaeología alemana, lectura que no puede ni debe hacer­
se sino a partir de la totalidad teórica del pensamiento de
Marx. Mientras se entienda —como es el caso más frecucn-
te— a la ideología sólo como un conjunto de ideas con “inte­
reses”, no se estará tocando a la ideología misma, sino a In
s^ tro algunas de sus. consecuencias sociales. Entender a l:t
ideología como una formación social, esto es, como algo qur
ocupa un lugar preciso dentro de la sociedad' y que se de­
termina por la estructura material de esa sociedad, fue lo
que hizo Marx. Pero una lectura prejuiciada y superficial
de su obra ha tenido dos cosecuencias graves: por una parte
ha suscitado toda clase de esquematismos que pretenden ver
en la llamada “superestructura” una especie de añadido o
complemento más o menos mampuesto sobre la “estructura” :
interpretación rígida y decididamente absurda desde el punto
de vista genuinamente marxista. Pues, para ^ ^ r x , decir “su­
perestructura” no es denotar un “nivel” que esté “por enci­
ma” de la estructura social, sino más bien lo contrario: la
superestructura no es sino una continuación interna de la
estructura social. No hay que “salirse” del ámbito de la es­
tructura social para examinar la ideología; lo contrario es pre­
cisamente lo que hacen quienes pretenden, como decía
Marx, hacer “historia de las ideas" como si las ideas flotasen
por encima de la estructura social,. en ^ una especie de estruc­
tura aparte e independiente de aquélla. (La célebre Idcen-
geschichte.)
La otra consecuencia grave que ha suscitado cierta lec­
tura superficial de Marx ha consistido en creer —y hacer
* Ludovico Silva, La plusvalía ideológica, Caracas, Bibliotceca do
la ucv, 1977, pp. 185-237.

108
creer— que una obra como La ideología alemana se agota
en la crítica a la “ideología alemana”. El manuscrito de Marx
y Engels —que desgraciadamente fue entregado a: “la crí­
tica roedora de los ratones” durante demasiado tiempo-—■es
mucho más que eso: contiene, si bien imperfectamente,' los
pigmentos básicos de la teorfa general de la ideología desde
tt punto de vista del materialismo histórico.
Una pregunta interesante —y, que sepamos, no ha sido
tormulada hasta ahora— es la siguiente: ¿por qué razón
Marx no volvi6 nunca más a tratar sistemáticamente el tema
de la ideología? O si se quiere: ¿por qué el vocablo mis­
mo “ideología” desaparece ^ casi de las obras de des­
pués de escrita La ideología alemana? 1 A esto respon­
deríamos que el interés inmediato de M ^ x , después de li­
quidar algunas cuentas con la filosofía alemana, fue el de

1 En realidad, el vocablo “ideología” —y también "ideólogos”-—


aparece en las distintas épocas de la obra de Man:, pero sólo es tra­
tado sistemátic3iente
l el concepto en 1845. Es registrable, por ejem­
plo, aunque muy fugazmente, en Miseria de la Filosofía (II,5) cuando
so refiere a Proudhon como a un “ideólogo”; y ya sabemos que to-
du las referencias de Man: a Proudhon no son precisamente enco^
malticas. Miseria de la Filosofía es de 1847. Veinte años más tarde,
en el primer tomo de El Capital, aparece también el vocablo, com­
pletamente integrado a la teoría del materialismo histórico. En esta
ocasión, su sentido no añade nada fundamental al expuesto 22 años
antes de La ideología alemana. Refiriéndose a la idea —fecundísi­
ma, por cierta — de la posibilidad de elaborar una (hasta entonces
no existente) Histwria crítica de la tecnología, dice: “La tecnología
nos descubre la actitud del hombre ante la naturaleza, el proceso
directo de producción de su vida, y, por tanto, de las condiciones
de su vida social y de las ideas y representaciones espirituales que de
ollas se derivan. Ni siquiera una historia de las religiones que pres­
cinda de esta baso material puede ser considerada como una historia
Clrltica. En efecto, es mucho más fácil encontrar, mediante el análisis,
ti núcleo terrenal de las imágenes nebulosas de la religión que pro­
ceder al revés, partiendo de las condiciones de la vida real en cada
ép^^ para remontarse a sus fo^ rmas divinizadas. Este último método
» el único que puede considerarse como el método materialista, y,
por tanto, científico. Si nos fijamos en las representaciones abstrae-
las e ideológicas de sus portavoces tan pronto como se aventuran
fuera del campo de su especialidad, advertimos en seguida los vicios
do ese materialismo abstracto de los naturalistas que deja a un lado
11 proceso histórico.” (El Capital, i; México, fce, 1964, val. i,
p. 303, n.)

1
»
109

i
dedicar su tiempo y su trabajo al estudio de la estructura
material de' la sociedad, y, más concretamente, del capitali*
mo; pues, según su teoría, el estudio de esa estructura en
el estudio fundamental. No hubiera podido detenerse en l.i
elaboración de una teoría madura de la ideología sin anlr»
haber estudiado a fondo, como lo hizo en E l Capital- y cu
obras anteriores, la estructuraeconómíca. de la' sociedad. T:il
vez la razón sea la misma que explica -Ja no elaboración de
una dialéctica, Pero, así como ha dicho' Althusser que, aun
sin esa Dialéctica! es posible estudiar en E l Capital la prác­
tica. teórica de Marx, del mismo- modo puede afirmarse, sin
temor a errar, que es posible derivar de Ja descripción y aná ­
lisis de la estructura económica de la sociedad el papel con ­
creto de las formaciones' ideológicas. Pues el solo análisis clc
la estructura económica ya nos brinda el determinante funda­
mental de la ideología.
Lo que acabamos de decir no sería sino uno de los posi­
bles puntos de partida para -Ja elaboración de . la teoría ge­
neral de la ideología, desde el -punto de vista marxista. En
el capítulo- II de este libro se encuentran más indicaciones
y sugerencias, al contacto de u n ' primer análisis de textos de
Marx y Engels. . - :
Ahora nos introduciremos en la elaboración' de un con­
cepto.— el' de la plusvalía ideológica— que en rigor supon­
dría aquella teoría ya elaborada. Por eso decíamos que al
finál, de este libro íbamos a emprender un abrupto camino.
En efecto, liasta ahora nuestro, análisis ha sido más o menos
hermenéutico (o “heurístico", como gustaría de decir Sartre)
y básicamente no hemos hecho otra cosa que analizar y cr i­
ticar textos, o en su análisis -mismo, hemos ido' .deslizando
a lo n a s proposiciones que pod^ un constituir .un fundamento
de esa- teoría general de la ideología. A esas observaciones,
y a otras que surgirán en el presente capítulo, remitimos al
lector cuando éste se haga la' lógica pregunta: ¿cómo encaja
un concepto como el de plusvalía ideológica dentro de una
teoría general de la ideología desde- el punto de vista mar-
"Kista?•

! !() . •
2. El problema de la analogía y la hi pótesis inicial
Antes de entrar definitivamente en nuestro tema, se hacen
Imprescindibles algunas observaciones metódicas. '
Como puede el lector advertir tras una primera ojeada al
Gnnstructo conceptual que denominamos plusvalía ideológica,
lo primero que salta a la vista es la presencia de dos planos
0 zonas de significación. Por una parte, se trata de plusva-
i w o sea una realidad material, concreta y mensurable que
(Niulta, como explica Marx, de considerar a la fuerza de tra­
bajo como mercancía. Por otra parte, se trata de una' plus­
valía ideológica; se refiere a-la ideología, esto es, una realidad
tuir'jetiva, espiritual, cuyo lugar es la mente de los hombres,
aunque. socialmente pueda considerársela c o m o u n hecho
objetivo. Esto implica, por lo pronto, que nuestro constructo
llone una estructura analógica, se fundamenta aparentemente
en una analogía. En efecto, cuando tuvimos la primera' in-

3 No está de más aclarar, desde el comienzo, un punto relativo


Bl uso que en este .libro ■ —y en particular en el presente capituló—
hacemos del ténnino ‘plusvalía”. El que nosotros hacemos de
esto téérmino nuclear de la teoría marxista no pretende diferir, en
nada esencial, del uso practicado por M^ x en El Capital en' pasa­
jes como los que señalaremos a título de' ejemplo. Sin embargo,
utilizamos el vocablo en su sentido mds general' y amplio; indepen­
dizándolo de sus expresiones más concretas. Lo mismo .hacemos con
el té^ ruio “trabajo”. y con aspectos •del mismo como el “valor de
Ulo” y el “valor. de cambio”; y, en fin, también tomamos. a la re­
belón horiJbre-mercancía en toda su amplitud, lo cual creemos, nos
Hutoriza para descubrir esas relaciones, y el sentido de aquellos' tér-
ftiinos, en' .e$Ieras -distintas a las de la vida material, pero que no
IR veno son expresión de ésta, tal como la esfera ideológica.
Con esto no hacemos, en realidad, otra cosa que seguir los pro­
pios pasos de' M^ x en una dirección que éste no abordó sistemáti-
famcnte, pero que dejó claramente indicada. Véase, por -ejemplo,
•1 siguiente pasaje de una carta: “Lo mejor de mi libro •es: 1) (en
catoo descansa toda }a comprensión de los hechos) El doble' carácter
ritl trabajo, que se pone de relieve ya en el primer capítulo, según
l'fuc se exprese en valor de uso 9 en valor de cambio; 2 ) El estudio
i» la plusvalía independientemente de sus formas específicas, como
.on la ganancia, el interés,' la renta del suelo, etc. En el segundo
lomo es donde mejor se. revelará esto. El modo -como la.economía
cibica estudia las formas específicas confundiéndolas constantemente
ron la forma general, es una olla podrida” (cf. El Capital, ed. cit.,
YOI. 1, Apéndice, p. 688. El texto es de una carta a Engcls, del 24
de agosto de 1867).

111
tuición, cuando se nos ocurrió la expresión “plusvalía ideoló­
gica”, no hicimos otra cosa que establecer una analogía entre
cosas que ocurren en el plano material —eso que llama Marx
“el taller oculto de la' producción”— y cosas que ocurren
en el plano espiritual —eso que Marx llama “producción dr
la conciencia”.
M uy a grandes rasgos, nuestra hipótesis consistiría en pre­
guntarnos si no es posible, teniendo en cuenta la afirmación
de Marx de que las relaciones de producción se reproducen
en el plano de la ideología, pensar que, así como en el ta­
ller de la producción material capitalüta se produce como
ingrediente específico la plusvalía, • así también en el taller
de la producción espiritual dentro del capitalismo se produce,
una plusvalía ideológica, cuya finalidad es la de fortalecer y
enriquecer el capital ideológico del capitalismo; capital que,
a su vez, tiene como finalidad proteger y preservar el capital
material. Como se ve, la analogía se resuelve en una especie
de circularidad: las relaciones de producción capitalistas pro­
ducen una determinada ideología, y ésta a su vez preserva
a aquellas relaciones de producción. Nos interesa subrayar,
aunque sin detenernos ahora en ello, que todo comienza y
termina en las relaciones materiales de producción, que no
por azar son el determinante fundamental.
Como prueba de que Marx pensó que la producción ma­
terial se reproduce en la ideología, podemos citar dos tex­
tos suyos. El primero subraya el condicionamiento de un pla­
no por otro: “El régimen de producción de la vida material
condiciona todo el proceso de la vida social, política y espi­
ritual.” (Contribución a la crítica de la economía política,
citado por Marx en El Capital, ed. cit., vol. 1, p. 46 n.) El
segundo texto es más específico: “Las ideas dominantes no
son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones mate­
riales dominantes, las mismas relacicm.es materiales dominan­
tes concebidas como ideas” (La Ideología Alemana, ed. cit..
pp. 50-51). Sobre este último texto volveremos cuando trá­
tem e et punto de las ideas “dominantes” en cuanto tales.
Note el lector, de paso, una comprobación más de nuestra
tesis, sostenida en el capítulo n, de que mucho más impor­
tante que la analogía del “reflejo” es la tesis de que la ideo-
logia es expresión (Ausdruck) de las relaciones materiales.

112
Más adelante el lector hallará el desarrollo de esta hipó­
tesis general. Por ahora, nos detendremos en dos puntos : la
analogía en cuanto tal, por una parte, y por la otra, un
recuento de los rasgos principales de la teoría de la plusva­
lía material, expuesta en El Capital. '
Al comienzo de este libro, a propósito de la analogía del
"reflejo’’, recordamos unas palabras de . Aristóteles que, a
nuestro modo de ver, fijan sintéticamente el fundamento de
toda analogía: “La analogía es, pues, igualdad de relaciones”:
‘H y&p ávaA.oyÍa L O 'Ó íO"rl Xóywv (Aristóteles, Eth. Nich.,
1131 a 31). Una frase del mismo Aristóteles puede ilustrar
lal afirmación: “El movimiento' se hará analógicamente a la
naturaleza del medio resistente. . . Habrá una misma relación
entre las velocidades (de un móvil en el aire y en el agua)
entre el aire y el agua.” (Física, Delta, 215 b 6.) Igual­
mente, Ja relación que hay entre los pulmones y el aire será
In misma' relación que hay entre las branquias y el agua.
Y así podremos comenzar a metaforizar: “Las branquias son
los pulmones del agua”, saltándonos uno de los cuatro tér­
minos de la relación; o bien: “Los pulmones del agua”,
faltándonos dos términos; o bien, saltándonos tres: “Los pul­
mones (del pez)” . Pero no es cosa ahora de investigar a la
analogía como fundamento de la metáfora. Señalamos sólo
i¡ue la “plusvalía ideológica” se presenta, aparentemente, como
una metáfora en la que nos hemos. saltado dos términos; o
mejor dicho, nos hemos saltado sólo uno, pues se trataría de
una proporción continua, el tipo a : b : : b : c, donde el término
ti sería la plusvalía: la relación que hay entre la producción
material y la plusvalía se da como plusvalía ideológica en el
plnno de la producción espiritual. Como explica Aristóteles,
hny analogía cuando entre el segundo término y el primero
lilly la misma relación que entre el cuarto y el tercero. Su sen-
liilo matemático' se expresa sencillamente: 4 : 2: :"6: 3, donde
I" relación es exactamente la misma: 2. Este sentido ya ha-
hín. sido empleado por Platón (Timeo, 31-32). La explica-
1ión
\ aristotética se halla en la Ética Nicomaquea, en el punto
ptt que se fijan los caracteres de la justicia distributiva, y en
I" ¡‘oética, 1457 b 9.
Lo que. Marx nos indica expresamente es que las relacio­
na de producción que se dan en el plano de la producción

113
material son las mismas relaciones que se dan en el plano de
la producción ideológica. Ahora bien, como Marx señala, “l:i
producción ideológica de ' plusvalía o extracción de traba.jn
excedente constituye el contenido específico de la producción
capitalista” . (El Capital, ed. cit., vol. i, p. 237). Se sigue de
ello que ese contenido específico —la plusvalía— que se d;i
en las relaciones. materiales de producción, también habrá
de darse en las relaciones espirituales de producción, si es
cierto que estas relaciones son las mismas que aquéllas. Si
Ja esfera ideológica es expresión de la vida material, enton­
ces las relaciones materiales de producción capitalista ten­
drán su expresión ideológica; y estas relaciones que son ex­
presión de .. las relaciones materiales, son esencialmente las
mismas.. O dicho de otro modo, el dato específico de las re­
laciones materiales, la plusvalía, debe tener su expresión. ideo­
lógica. Volviendo al esquema analógico, diremos que lo que
se repite en ambas esferas —material e ideológica— no son
los términos mismos, pues cada cual pertenece a su esfera,
sino las relaciones que se dan entre cada conjunto de térmi­
nos. Lo que a l . trabajo . físico. es la plusvalía material, eso
mismo es al trabajo psíquico la plusvalía ideológica. (Lo que
entendemos aquí por “trabajo psíquico” y el modo- pomo de
éste puede extraerse plusvalía, es precisamente el objeto del
presente- capítulo.) .
La producción de plusvalía como verdadera diferencia
específica del modo de producción capitalista es un punto
sobre el cual vuelve una y otra vez Marx. en El Capital. Así,
por ejemplo, y de un modo inequívoco, en' el tomo tercero:
‘‘El proceso capitalista de producción consiste esencialmente
en la producción de plusvalía ( . . .) No olvidarse jamás que
la producción de esta plusvalía ( .. .) , es el fin directo y el
motivo determinante de la producción capitalista.” (£1 Ca­
pital, ed. cit., vol. iil, p. 242.)
El tema de las páginas que siguen puede ya adelantarse
intuitivamente mediante ■una cadena de preguntas: cómo
está constituida y cómo habrá de llamarse, en el capitalismo
actual, la expresión ideológica de la producción material de
plusvalía? Siendo ésta nada menos que la diferencia espe­
cífica de la producción capitalista, . ¿no ha de tener su jus­
tificación dentro del sistema? ¿Cómo procede concretamente

114
el capitalismo para justificarse a sí mismo' e n las mentes de
los hombres? ¿Con argumentos racionales quizá,. o más bien
mediante presiones dirigidas a capas mentales no conscientes,
terreno abonado para crear la ilusión. de ser el. hombre quien
justifica .al sistema, y no el sistema el que se justifica'- a' sí
mismo desde dentro del hombre? ¿Q uéy cómo ocurre en la
mente de los hombres al llegar verdaderamente a interiorizar
la creencia, específicamente ideológica, de . que el mundo es
un mercado de mercancías o ,.parodiando a Hobbes, de que
homo homini mercator?
Se comienza ahora a comprender por qué llamó podero­
samente nuestra atención una frase de Maurice Clavel leída
al pasar en Le Nouuel Observateur, que citamos en el capí­
tulo anterior: “El hecho es que quisiéramos saber en qué
te convierte, por ejemplo, la plusvalía en nuestro mundo de
esclavos sin amos”. Lo que ocuu r en el siglo xx es que se
ha patentizado el hecho que, según: la teoría de, Marx, ha­
bía de darse, a saber: que.las relaciones de producción ma­
teriales son las mismas en el plano ideológico. Nosotros1soste­
nemos que así como en el plano material la plusvalía descrita
por Marx ha conservado sus rasgos esenciales en el capita­
lismo imperialista de nuestro siglo, en el plano ideológico . se
produce hoy una^ plusvalía que conserva los mismos carac­
teres escabrosos que tenía la plusvalía: material cuando la jor­
nada de trabajo era de catorce horas. Ya Marx, a propósito
del nacimiento de la Gran Industria; avizoró la importan­
cia que tendría la expansión.creciente de los medios de co-
murncación; pero si hubiera podido tener conocimiento de
los inmensas posibilidades . de conn;ol ■ideológico que repre­
sentan hoy. medios como la radio y la televisión, sin duda
habría formulado una tesis sobre este tema, que. presumible­
mente habría .tendido a la elaboración de un concepto como
el de plusvalía ideológica, que nosotros proponemos como1 un
Instrumento intelectual imprescindible para poder ■realizar
verdaderamente un análisis ■marxista ■del capitalismo actual y
del desarrollo en especial. " .
Volvamos sobre la analogía como tal. Si insistimos en ello
U porque estarnos conscientes —cómo ya lo dijimos en el
Oftpítulo n—• de qué, si bien el razonamiento por' analogía
lki deja de ser un razonamiento (útil, por lo demás, para

115
la ciencia) , también es cierto, como dice Reichenbach, que
una analogía no constituye una explicación científica. En la
analogía se establece comparación entré dos órdenes de rea­
lidades; pero el hecho de que puedan compararse esos. órde­
nes, porque en ellos se dan relaciones iguales, no implica
necesariamente una comunicación entre esos dos órdenes de
realidades. La relación entre la vida y la vejez puede ser
la misma que hay entre el día y el atardecer, y sin duda un
poeta podrá llamar a la vejez “atardecer de la vida”, pero
eso no implica en modo alguno que entre ambos órdenes de
realidades exista alguna relación, sea de tipo causal, o mecá­
nico, o estadístico,. o dialéctico.
-El hecho de que dos órdenes puedan compararse no im­
plica interdeterminación entre esos órdenes. Por eso se dice
que la analogía no constituye p ro p ín en te una explicación
científica, ya que eí supuesto filosófico de toda ciencia es el
principio de determinación, que se formula así: “ Todo es
detemünado según leyes por alguna otra cosa” (cf. Mario
Bunge, Causalidad, p. 38) . ,'
Sin embargo, nuestra analogía puede concebirse como
algo más que una- analogía. Lo verdaderamente importante
de este caso es que entre la realidad material y la realidad
espiritual que decimos análogas sí existe una determinación
pues la realidad material, que se explicita como estructura
social, determina dialécticamente a las formaciones •ideoló­
gicas. En efecto, se establece Un diálogo entre ambas ■reali­
dades, una interdeteiminación, pues la ideología puede, a su
vez, incidir decisivamente sobre la estructura social. De modo,
pues, que nuestro concepto implica algo más que una ana­
logía ; está basado en el diagnóstico científico que da Marx
de la sociedad capitalista, en cuya estructura^ tienen lugar
unas determinadas relaciones de producción cuyo ingrediente
básico es la plusvalía, y que se reproducen en la ideología,
donde, a su vez, hay producción de plusvalía ideológica.
Establezcamos una nueva analogía. La Concepción del
hombre que se desprende de la obra de Marx, y particular­
mente de La ideología alemana, según la cual el hombre
(y su conciencia) son determinados fundamentalmente por
la totalidad social, puede analogarse a la concepción lingüís­
tica de Ferdinand de Saussure, según la cual el valor lío-

116
güístico de una palabra viene determinado por el conjunto
de las otras palabras, o sea, el contexto: la estrodtura lin­
güística determina el valor de 'los signos, que funcionan como
articulaciones de la estructura. Valor, en Saussure, es^"!la" re­
lación del signo con los otros signos”. “L a lengua —dice—
es un sistema en donde todos los: términos son solidarios y
donde el valor de cada uno no resulta mas que de la pre­
tend a simultánea de los otros” (Curso de lingüística gene­
ral, ed. Losada, Buenos Aires, trad. de Ornado Alonso. 1959,
165). Es un error entender al lenguaje como un conjunto
de nomenclaturas independientes. Los signos, por sí mismos
y aisladamente, son arbitrarios '(bosque, Wald, bois.. .), y
»ólo puede analizarse su valor dentro de un conjunto o
estructura. Esta concepción es estructural (dejemos lo de “es-
Iructuralista” para la moda francesa) , pues e n ' ella el deter­
minante fundamental es la estructura. De igual modo, la con­
cepción de Marx es ■estructural, porque en ella el determi-
I nante fundamental es la estructura social. Persiguiendo la
| analogía, podemos hablar de la sociedad como un contexto
lingüístico (semióticamente lo es) y de los hombres (y sus
(jSOnciencias) como palabras' cuyo valor es determinado por
Ila estructura social. La sociedad es una estructura significa­
tivo (para usar la f^la expresión de Lukács); y esa estructura
es fundamentalmente económica:,, pues su constituyente básico
|fm las relaciones de producción que se dan entre los hom­
bres. Ella determina el valor y el contenido social de la con­
ciencia de los hombres. Y así como para analizar un texto
Üngístico es preciso formalizarlo y patentizar un conjunto
de relaciones: ' implicación, conjunción, disyunción, etc., del
mismo modo, para analizar el contexto' social es preciso des­
cubrir sus relaciones estructurales, atender' a la estructura,
lio a la apariencia, traspasar el ámbito de las “relaciones
Míibles” (Godelier): Late aquí el viejísimo problema de la
VtJidad y la Apariencia, pero solucionado de forma distinta
K la tradicional: la verdad oculta tras las apariencias de los
tintes no es algo que esté en el interior 'de esos entes, sino
i{tíu se revela como el conjunto de relaciones que tienen ios
Oiltcs entre sí. Tal vez por esto se ha llamado a Marx' “re­
lativista”. Podemos formalizar la analogía de esta manera;
la ijue es la- palabra en relación a la estructura lingüística,

117
eso mismo . es el hombre individual (con su ideología) cii
relación a la estructura social. Así como un discurso no t'»
un .agregado de palabras (porque entonces sería discurm
cualquier agregado de palabras irracionalmente dispuesto),
tampoco una sociedad es un agregado de hombres, sino qiw
es una totalidad. A horabien, ¿en qué sentido dice Marx
que “el ser social determina a la conciencia”? ¿Cómo es esa
determinación? La respuesta ya la dimos anteriormente. I a
forma de determinación se explica diciendo que las relaciu
nes materiales de producción se reproducen en la ideología
de los hombres y son aquellas mismas relaciones, pero repro­
ducidas ' idealmente. Pero si son las mismas, ■entonces dche
haber también. en ellas^ una plusvalía, ideológica. Así como d
trabajo material es un valor del cual puede extraerse, dentro
de las relaciones capitalistas de producción, un plusvalor u
pluvalía, del mismo modo, en la “producción de la concien­
cia” (Marx) funcionan valores de los. cuales es posible extraer
plusvalor o plusvalía. El capitalista se apodera de una parlo
del valor de la fuerza de trabajo que en realidad pertenerr
al dueño de la fuerza de trabajo; del mismo modo, el capi­
talismo —a través del control de las comunicaciones masivas
y de la “industria cultural”— se apodera de una buena parte
de la ment.alidad de los hombres, pues inserta en ella toda
clase de mensajes que tienden a preservar el capitalismo.

3. Sobre la teoría marxista de la plusvalía.


Las " relaciones de destrucción”
Ahora que nos hemos acercado un poco. más a nuestra
concepto, conviene dedicar algunos párrafos a recordar las
características fundamentales de la teoría marxista de la plus­
valía material, expuesta en El Capital.
En primer lugar, “la producción de plusvalía o extrac­
ción de trabajo excedente constituye el contenido cspecífioi
de la producción capitalista, cualesquiera que sean las trans .
formaciones del régimen mismo de producción que puedan
brotar de la supeditación del trabajo al capital” (i, p. 237).
Es aquí donde surge la tentación historicista de considerar
a la plusvalía como una categoría,• pero esta palabra encierra
muchos peligros filosóficos. Creemos que puede llamársela

118
Categoría, pero advirtiendo que. no es una categoría “origi­
naria” de Ja humanidad, una especie de a priori, sino que
es un concreto producto histórico que funciona como una
categoría mientras exista el régimen capitalista de produc­
ción, sean cuales fueren sus transformaciones: cambios en la
jomada de trabajo, aumento de salarios, sindicalización, etcé­
tera. Ei capitalismo en cuanto tal es esencialmente produc­
tor de miseria y explotador de plusvalía. ■
En una carta a Engels que se inserta en todas las edicio­
nes de El Capital, explica Marx su teoría en términos eco-
n6micos: “Como sabes, yo distingo en el- capital dos partes:
ut capital constante (materias. primas, matieres instrumenta­
les, maquinaria, etc.), cuyo valor reaparece simplemente en
ti valor del producto, y el capital varii.ible, es decir, el capital
invertido en salarios que contiene menos -trabajo material^
ta do que el que el obrero devuelve a cambio de él. Por- ejem­
plo, si el salario diario = 10 horas y el. obrero trabaja 12,
repondrá el capital variable más 1/5 de él (2 horas). Este
último remanente es el que yo llamo plusvalía (surplus va-
lue). Supón que la cuota de plusvalía (o sea, la duración de
la jornada-de trabajo y el .remanente del. trabajo sobrante
¡ubre el trabajo necesario que el obrero rinde. para repro­
ducir el salario) sea un factor dado, por ejemplo = 50 por
100. En este caso, el obrero, con una jornada de trabajo
de 1 2 horas, trabajaría' por ejemplo --8 horas para sí mismo
4- horas. (8/2) para el patrono. Supón además que esto
acurra en todas las ramas industriales. . . ” (El Capital, cd.
cit., v. m , pp. 824-825) .
Tal explicación no necesita de comentarios, pues ella mis­
mo es suficientemente explícita. Por otra parte quisiéramos,
ctt la explicación de esta teoría, dejarle todo el tiempo po-
í iiile la palabra al propio M arx, u n a ' de cuyas virtudes es
In claridad y la precisión.
Una parte importante de la teoría de la plusvalía —y que
para nuestros fines es altamente significativa— es aquella
donde Marx insiste en las relaciones entre valor de uso y
titilar de cambio. Lucien Goldmann ha mostrado, en litera­
tura, la fecundidad de la aplicación de esos conceptos fuera
tlr su ámbito estrictamente económico; y Henri Lefebvre ha
mostrado su utilidad para el análisis' sociológico. No olvide

11
el lector, por otra parte, que nuestro interés apunta a un
nivel distinto del propiamente económico, pero en el cual
se reproducen las relaciones del nivel económico: el nivel
ideológico. Un paso como la “enajenación del valor de uso
en el valor de cambio” y la consecuente enajenación del tra­
bajador, también se dará en el nivel de la ideología. Vea­
mos, a través de tres fragmentos de El Capital que citare­
mos in extenso, el proceso mismo de producción de la plus­
valía, con todos sus ingredientes fundamentales:

“ l) Y a sabemos cómo se determina el valor que el po­


seedor del dinero paga al poseedor de esta característica mer­
cancía que es. la fuerza de trabajo. Qué valor de uso obtiene
aquél a cambio del dinero que abona es lo que ha de re­
velar el consumo efectivo de la mercancía, el proceso de con­
sumo de la fuerza de trabajo. El poseedor del dinero compra
en el mercado de mercancías y paga todo lo que valen los
objetos necesarios para este proceso, las materias primas, etcé­
tera. El. proceso de consumo de la fuerza de trabajo es, al
mismo tiempo, el proceso de producción de la. mercancía y
de la plusvalía. El consumo de la fuerza de trabajo, al igual
que el consumo de cualquier otra mercancía, se opera al mar­
gen del mercado o de la órbita de la circulación. Por eso,
ahora, hemos de abandonar esta rnidosa escena, situada en
la superficie y a la vista de todos, para trasladarnos, siguien­
do los pasos del poseedor del dinero y del poseedor de ];i
fuerza de trabajo, al taller oculto de la producción, en cuya
puerta hay un cartel que dice: ‘No admittance except 011
business.' Aquí, en este taller, veremos no sólo cómo el ca­
pital produce, sino también cómo se produce él mismo,
capital. Y se' nos revelará definitivamente el secreto de la pro­
ducción de la plusvalía (t, p. 128) .

”2) El valor.de la fuerza de trabajo y su valorización cu


el proceso de trabajo son, por tanto, dos factores completa­
mente distintos. Al comprar la fuerza de trabajo, el capita­
lista no. perdía. de vista esa diferencia de valor. El carácter
útil de la fuerza de. trabajo, en. cuanto apta. para fabricai
hilado . o botas, es conditio sine qua non, cada vez que d
trabajo para poder crear valor, ha de invertirse siempre cii

120
forma útil. Pero el factor decisivo es el valor de uso especí­
fico de esta mercancía, que le permite ser fuente de valor,
y de más valor que el que ella núsma tiene. He aquí el ser­
vicio específico que de ella espera el capitalista. Y, al hacer­
lo, éste no se desvía ní un ápice de las leyes eternas del ^ cam­
bio de mercancías. En efecto, el vendedor de la fuerza de
trabajo, al igual que el de cualquier otra mercancía, realiza
su valor de cambio y enajena su valor de uso.3 No puede
obtener el primero sin desprenderse del segundo. El valor de
uso de la fuerza de trabajo, o sea, el trabajo mismo, deja
de pertenecer a su vendedor,. ni más ni menos que al acei-
lero deja de pertenecerle el valor de uso del aceite que vende
(t, pp. 144-145).

”3) . El producto —propiedad del capitalista— es un va­


lor de uso: hilado, botas, etc. Pero, aunque las botas, por
ejemplo, formen en cierto modo la base del progreso social
y nuestro capitalista sea un hombre progresivo como el que
más, no fabrica las botas por amor al arte de producir cal-
3 Marx dice exactamente: “In der Tat, dcr Vcrkliufer der Ar-
beitskraft, wie der Verkaufer jeder andren Warc, realiaiert ihren
Tauschwert und.veriiussert ihren Gebrauchswert." (Marx-Engels Wer-
k>1, ed. cit., band 23, p. 208.) ..
Nos interesa notar el verbo veraussern (enajenar), ' de : donde
deriva el sustantivo Verausserung (enajenación, en el sentido de
“ccsi6n” o “venta” ). Como se sabe, es éste uno de los tres .voca­
blos (los otros dos son Entfremdung y Entiiusserung) que ..empleó
Marx en 1844-1845 (Manuscritos, La ideología alemana) para de-
•ignar las variantes del concepto de alienación. A menudo se quiere
relacionar la “alienación" con el alejamiento del hombre de una
Jupuesta “esencia humana” . suya; pero el sentido definitivo es -algo
cmPíricamr.nte regístrable y mensurable, y es éste que vemos apa­
recer, en forma totalmente madura y dcshegelianizada, en El Capi­
tal. Nótese, finalmente,. que esta alienación del valor de uso se aplica
l11mbién a la esfera ideológica, en la que, como veremos (véase
in/ra) se produce también una plusvalía. Cualquier producto cul­
tural, en tanto valor de uso, puede ser enajenado (lo que implica
enajenación' del productor) ; puede convertirse en mercancía y rea­
liar as.í, en él mismo, un valor de cambio,
Como una prueba, entre las más elocuentes, que puede citarse
para probar que Marx rechazaba la supuesta "esencia h^Mna”
(»(mwcAiiches Wcsen), puede consultarse La ideología alemana, cd.
c«p. cit., pp. 211-212, o bien Marx-Engels. Wcrke, ed. cit., band. 3,
,,, 167. . .

121
zado. El valor de uso no es precisamente, en la producción
de mercancías, la cosa qu’on aime pour lui mSme. En la pro­
ducción de mercancías. los valores de uso se producen: pura
y simplemente porque son y en cuanto ■son la encarnación
material, el soporte del valor de cambio. Y nuestro capita­
lista persigue dos objetivos. En primer lugar, producir un
valor de uso que tenga un valor de cambio, producir un ar­
tículo destinado a la venta, una mercancía. En segundo lu­
gar, producir una mercancía cuyo valor cubra y rebase la
suma d e . valores de las mercancías invertidas en su produc­
ción, es decir, de los medios de producción, y de la fuerza de
trabajo, por' los que adelantó su buen dinero en el mercado
de mercancías. No le bastó con producir un valor de uso;
no, él quiere producir una mercancía; no sólo un valor ele
uso, sino un valor, y tampoco se contenta cbn un valor puro
y simple, sino que aspira' a, una plusvalía, a un valor mayor”
(i, p: 138). '

Los fragmentos citados son de una riqueza conceptual in­


valorable para nuestro tema. En esas pocas palabras Mar:;
describe- con gran precisión el componente específico del ca­
pitalismo, y no sólo nos da una teoría económica, sino cjiir
nos proporciona la. clave para comprender numerosos fenó­
menos del w pitalismo. Sintéticamente expresado, el- proceso
es el siguiente: 1) El proceso de producción de la plusva­
lía no es algo que ocurra en la zona de las relaciones apa­
rentes; se trata de un proceso oculto, secreto, que tiene lugar
fuera de la órbita de la circulación, en “el taller oculto de
la producción” : es un proceso de orden estructural. 2 ) Fin
las relaciones de producción capitalistas, la fuerza de trabojo
se convierte en una mercancía; la mercancía, dice Marx :il
comienzo de El Capital, es la forma elemental o célula eco­
nómica del capitalismo. 3) Al vender esa especial mercan­
cía al capitalista, el dueño de la fuerza de trabajo “realiza
su valor de cambio y enajena su valor. de uso”. 4) Con esta
operación, el valor de uso de aquella fuerza, que no es otrn
que el trabajo mismo, deja de pertenecer a su real dueño:
el trabajador. Se ha producido un valor de uso con valor de
cambio, o sea, vendible; y el valor de esta mercancía cubre

122
todos los gastos hechos por el capitalista en su inversión, y,
además, los rebasa: he aquí la plusvalía. ■
Lo que ha ocurrido en este proceso de producción' de la
plusvalía no es otra cosa, pues, -que la enajenación del valor
de uso, o sea, la enajenación del trabajo. He- aquí cómo, des­
pués de décadas de investigación, retoma Marx en El Cajñ-
tal aquella proposición fundamental de sus Manuscritos de
1884 sobre el entfremdete Arbeit o trabajo enajenado; la
retoma —obsérvese bien— en su .justo. lugar de análisis: en
ni paso del valor de uso al valor de cambio, términos (de
origen aristotélico) que, por cierto, no .deberían nunca set.
entendidos como meramente ■económicos.
Conversión del trabajo ^ mercancía cuyo dueño" es un
extraño,, un ser ajeno. Su propio trabajo se le 'convierte^ al
trabajador en algo extraño, hostil. ¿"Dónde está la' hostilidad?
En las relaciones de producción capitalistas. Destruyen como
hombre al dueño de la fuerza de- trabajo al convertir su prin­
cipal fuerza, su energía humana, su fuerza de trabajo (ya
veremos que se trata también del trabajo- espiritual); en una
mercancía. Por esta razón proponernos englobar . todo este
complejo fenómeno bajo el nombre —que en modo alguno
pretende ser meramente “literario'1— de relaciones de des­
trucción. La “producción” capitalista> tal como la descrita
Marx, ¿no implica su contrario: la “destrucción” ? El. tér­
mino “producci6n", aunque hablemos de producción capita­
lista, parecería siempre^ designar algo positivo, una creación,
un poiein, un hacer, un progreso; en efecto, hay el capita­
lista “progresivo” (así traduce Wenceslao Roces), o “progre­
sista”, del que habla irónicamente el mismo Marx. Pero si
se quiere designar de una manera directa la raíz última
oculta de la.r relaciones de producción capitalistas, habrá que
hablar de relaciones de destrucción._. ¿De destrucción de•

• Tiempo después de escritas estas páginas, donde señalamos que


• verdadero carácter de las relaciones de producción capitalista
puede enunciarse diciendo' que son esencialmente relaciones de des-
trucdón, nos topamos con la siguiente frase de Marx:, que viene a
comprobar literalmente nuestra hip6tesis: "Estas fuerzas producti­
vas, bajo el régimen de la propiedad privada, sólo experimentan un
dcmrrailo unilateral, se convierten para . la mayoría en fuerzas des­
Iluctivas y gran cantidad de ellas ni siquiera pueden llegar a apli-
I
123
quién? Pues de ese ente concreto del cual parte y hacia el
cual va todo el inmenso aparato analítico de Marx: el hom­
bre. Por otra parte, el término “relaciones de destrucción”
agudiza verbalmente el conflicto planteado por Marx, con lo
que se adapta convenientemente a la agudización real de ese
conflicto que tiene lugar en la sociedad industrial avanza­
da, la sociedad represiva y terrorista de que hablan, preci­
samente, autores que, como Marcuse y Lefebvre, contribuyen
actualmente a un desarrollo efectivodel pensamiento mar-
xista. ¿Cómo llamar a las relaciones de producción que con­
tribuyen hoy en tantas partes del mundo, por obra y gracia
de la etapa imperialista del capitalismo, a la fabricación de
un tipo de ser humano enfermo, reprimido, aplastado por un
peso ideológico que desconoce, esclavizado por una turba
de objetos que consume irracionalmente, vorazmente? Todo
podría describirse como una. órbita que va desde la rabia
con que los luddita del siglo pasado (según cuenta Marx,
El Capital, v. 1, p. 355) destruían a hachazos las máquinas
que los. remplazaban como fuerzas productivas, hasta la rabia
inconsciente con que hoy el sujeto de clase media en la so­

carse, con la propiedad privada. La gran indwtria crea- por doquier,


en general, las mismu relaciones entre las clases de la sociedad,
destruyendo con ello el carácter propio y peculiar de las distintas
nacionalidades. Finalmente. mientras la burguesía de cada nación
sigue manteniendo sus intereses nacionales aparte, la gran industria
ha creado una clase que . en todas las naciones se mueve por el
mismo interés y en la que ha quedado ya destruida toda naciona­
lidad. .', (La ideología alemana, cd. cit., p. 69). (Las cursivas son
nuestras.)
Más claramente aún, con ocasión de presentar un resumen de su
concepción de la historia, escribe como primer punto de tal rc.su-
mej): “ 1) Er. el desarrollo de las fuerzas productivas, se llega a una
en la que surgen fuerzas productivas' y medios de intercambio que,
bajo las relaciones existentes, sólo pueden ser fuente de males, que no
son ya tales fuerzas de producción, st.no más bien fuerzas de destruc­
ción (maquinaria y dinero).” (!bid, p. 81.) La fórmula empleada
por Marx es: "(. . .) kcine Produktionskrafte mchr sind, sondern
Destruktionshrafte (Mafx-Engels Werke, ed. cit., band 3, p. 69).
Se trata, como señalaremos más adelante, de una' constante" es­
tilística ■(en ia que se expresa una categoría dialéctica) que aparece
siempre- en -Marx. cuando describe el desarrollo del-' capitalismo: la
celebré coincidcntia oppositorum o encuentro de los opuestos. ■Así,
en el capitalismo, producción implica realmente destrucción.
dedad industrial se come esas máquinas' y sus productos, las
digiere y las integra a su ser como si fueran fuente nutricia.
¿Cómo llamar a tales relaciones de producción sino' relacio­
nes de destrucción? ¿Cómo llamar también a la peculiar
alienación que de sus fuerzas productivas sufren los países
en dependencia económica del “desarrollo” imperialista? Esas
son también relaciones de destrucción del hombre, y la única
manera de combatirlas, en ciertos casos, es, por cierto, el
humanismo armado.
Hemos visto cómo, el Marx .maduro de El Capital,• al rea­
lizar el hallazgo de la plusvalía, concluye en que la produc­
ción de ésta es proporcional a la alienación del trabajo.
Hemos visto también cómo aparece— sin perder su valor
primitivo, pero integrada definitivamente a^ un vasto análisis
económico del capitalismo— la noción, vieja en Marx, de
“trabajo alienado”, identificada esta vez como el momento
en que el trabajador aliena su valor de al vender s u fenrza
de trabajo. Marx vio muy claro, desde el principio, el hueso
del problema. '
Compárense los fragmentos antes citados con estos otros,
pertenecientes a los Manuscritos del 44 :'

“El trabajador se convierte en una mercancía tanto más


barata cuantas más mercancías produce. La desvalorización
del mundo hwnano crece en ^ razón directa de la, valoriza­
ción del mundo de las cosas. .

”Esta realización del trabajo en el estadio de la Econo­


mía Política como desrealización del trabajador, la objetiva­
ción como pérdida del objeto y servidumbre a él, la apropla-
ción como extrañamiento, como enajenación.

”Es más, el trabajo mismo se convierte en un objeto del


que el trabajador sólo puede apoderarse con el mayor es­
fuerzo y las más extraordinarias interrupciones. La apropia­
ción del objeto aparece en tal medida como extrañamiento,
i|ue cuantos más objetos produce el trabajador, tantos menos
nlcanza a poseer y tanto más sujeto queda a la dominación
de su producto, es decir, del capital.” (Manuscritos econó-

125
nuco-filosóficos, trad. de F .' Rubio Llórente, Alianza Editii
fiál, Madrid, 1968, ler. manusc., XXII, pp. 105-106.)

U na observación estilística' (que en el fondo no es pura


mente estilística, por supuesto) nos permite dar mayor fuer/,
a nuestraconcepción de las “relaciones de destrucción”. M an
emplea la forma de la oposición contradictoria, a base d<
conceptos cuyos contenidos reales implican.' su contrario, o
sea: realización implica desrealización, objetivación implic
pérdida' del objeto, apropiación implica alienación.. . Usando
esta misma forma, podemos decir: “Relaciones de produi:
ción”v en el capitalismo, implican “relaciones de destrucción’
Reproducidas' idealmente en la ideología, tales relaciones en
gendran ese fenómeno. que. es la:. alienación ideológica, qur
no es otra cosa que la. pertenencia ideológica, no consciente
a,.intereses que no sólo. no son los propios, sino. que están
en contra 9.e Jos propiQs, En este contexto es donde. aparee
lo que llamamos. plusvalía ideológica, que es un product
necesario de la alienación ideológica, La mente del hombre
tal . como llega a configurarla el capitalismo mediante, su
arm as de comunicación diaria, esta repleta de valores.de cam
bio: la fuerza de trabajo espiritual se ha mercantilizado, st
ha hecho mercancía; y el hombre medio del capitalsimo no
ve .en su fuerza espiritual de trabajo propiamente un valor
de uso, sino' un valor de cambio. Sólo así puede compren
derse el fenomeno de irracionalidad capitalista, tan aguda
mente descrito por Paul Baran, según la cual, por ejemplo
enormes cantidades de fuerza de trabajo espiritual se gastan
diariamente en tareas tan “provechosas” como producir un
nueva marca de jabón. o simplemente en pensar un slogan
publicitario. Conocemos a varios artistas que trabajan ocho
horas diarias en una compañía publicitaria pensando o disc
ñando slogans para vender más y mejor cosas como aceite
refrescos, etc. ¿Qué producen esos artistas sino pluvalía ideo
lógica en beneficio del capitalismo?4

4. Incursión en lo "preconsciente“. Nueva formulaci ón-


de la plusvalía ideológica
. A lo largo de las páginas anteriores del presente capítulo
hemos ido deslizando algunos datos .y observaciones básico

126
Jifum la elaboración del concepto de plusvalía ideológica. Poco
p poco el concepto se ha venido haciendo operatorio, y lo
tpic al comienzo se presentaba como una mera analogía, ha
Comenzado a convertirse en una explicación de un fenóme­
no objetivo. Pues es un hecho objetivo que existe una ideo­
logía de la sociedad capitalista; y tratamos de presentar como
trn hecho objetivo también la producción de plusvalía ideo­
lógica. Pero, así como hemos notado' que .el proceso de pro­
flucción de la plusvalía material es un proceso oculto; estruc­
turalmente, que necesita ser develado y denunciado, del mismo
:piodo el proceso de producción de la plusvalía ideológica es
lambién algo' que ocurre por debajo de las apariencias. Desde
al punto de vista del individuo humano, tal análisis no puede
|'lincerse sino con ayuda ■de una ■teoría psicológica. Por eso
dedicaremos aquí algunos párrafos a la teoría freudiana de la
''preconciencia”... Nuestra. tesis de la ideología supone una
tcoría; psicológica.. ..
El mismo año en que Freud : realizó su descubrimiento,
Engels hablaba —lo que hemos'- visto en el capítulo n— . de
falsa conciencia, es decir, de que “las verdaderas fuerzas pro­
pulsoras” que mueven a la conciencia del pensador penna-
nccenignoradas. por él, pues “de otro modo no-sería tal pro­
coso ideológico”. Ese mismo año de 1893, Freud logró fijar
lew! lineamientos fundamentales' de su doctrina psicoanalítica.
En realidad, pese a sus irreconciliables diferencias, todas
lns teorías psicológicas contemporáneas coinciden en que la
Conciencia es: siempre algo determinado por otra cosa. Otra
r,osa que, por. supuesto, no es conciencia. La pista para ello
]n constituyó la teoría freudiana, que se diferencia de las
Otras en que fue propiamente creadora, descubridora de un
mundo nuevo e inexplorado: el mundo del psiquismo no-
tlOnsciente.
“La diferenciación de' lo psíquico —escribe Freud— en
consciente e ' inconsciente es la premisa fundamental del psi­
coanálisis. .. El psicoanálisis no ve en la conciencia la esen­
cia de lo psíquico, sino tan sólo una cualidad de lo psíquico,
que puede sumarse a otras o faltar en absoluto” (Obras com­
platas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1948, v. t, p. 1213).
Freud tuvo que luchar, cuando lanzó su teoría, contra
Indas aquellas personas de “cultura filosófica” —son sus pa­
labras ■en El Y o y el Ello— para quienes la idea de un psi-
quismo no-consciente resultaba inconcebible, prácticamente
impensable, y la rechazaban “tachándola de absurda e iló­
gica” (loe. cit.). “Procede esto —explica Freud— ■de que
tales personas no^ han estudiado nunca aquellos fenómenos
de la hipnosis y del sueño que, aparte de ■otros muchos de
naturaleza patológica, nos impone una ■tal concepción. En
cambio, la psicología de nuestros contradictores es absolu­
tamente incapaz de solucionar los .problemas que tales fenó­
menos nos plantean.” (Ibid.)
Según Freud, la discusión se plantea en dos niveles: un
nivel puramente verbal, descriptivo, y otro nivel más impor­
tante, que. es el de la dinámica psíquica. El primer nivel
podemos explicitarlo de esta manera:
“Ser consciente es, en primer lugar, un tén_nino puramen­
te descriptivo, que se basa en la percepción más inmediata
y segura (.. .) . La conciencia es un estado eminentemente
transitorio. ■Una representación consciente en un momento
dado, no lo es ya en el inmediatamente ulterior, aunque pueda
volver a serlo ( .. .) en el intervalo hubo algo que ignora­
mos. Podemos decir que era latente, significando con ello que
era en todo momento de tal intervalo capaz de conciencia.
Mas también. cuando decimos que era inconsciente, d^ os
una descripción correcta. Los términos ‘inconsciente’, ‘la­
tente’, .‘capaz de conciencia’ son, en este caso, coincidentes.
Los filósofos nos objetarían que el término ‘inconsciente’
carece aquí de aplicación, pues mientras que la representa­
ción permanece latente no es nada psíquico. Si comenzáse­
mos ya aquí a oponer nuestros argumentos a esta objeción,
entraríamos en una. discusión meramente verbal e infructuosa
por completo.” (Ibid., pp. 1213-14.)
Pero Freud rechaza este nivel, que considera improce­
dente para la discusión. Igual ocurre con quienes se empe­
ñan en identificar “ideología” y “conciencia”. Desde el punto
de vista de la totalidad social, puede ser que la ideología fun­
cione como una “conciencia” de la sociedad; pero para ello
se necesita, ante todo, que esa ideología sea, en los individuos,
latente y no consciente. No otro era el sentido de aquellas
palabras de Marx en las que hablaba de que en la ideología
se daban ciertas formas de “conciencia social”. Conciencia

128
que es, claro está, falsa, porque cree autodetenninar y, sin
embargo, está determinada por algo que no es ella misma.
Hay muchos “marxismos” que han fracasado por quedarse
en ese nivel de que habla Freud.: el meramente verbal, des­
criptivo, estático. Comprenderemos mejor esto si pasamos
—siempre con el vocabulario mismo de Freud— el segundo
nivel. Recordemos que, por el momento, el eje del razona­
miento lo constituye específicamente lo “inconsciente”.
“Mas, por nuestra parte, hemos llegado al concepto de
lo inconsciente por un camino muy distinto, esto es, por la
elaboración de una cierta experiencia en la que interviene
la dinámica psíquica. Nos hemos visto obligados a aceptar
que existen procesos o representaciones anímicas de gran
energía que, sin llegar a ser conscientes, pueden provocar en
la vida anímica las más diversas consecuencias, algunas de las
cuales llegan a hacerse conscientes como nuevas representa­
ciones ( ...) . En este punto comienza la teoría psicoanalítica,
afirmando que tales representaciones no pueden llegar a ser
conscientes por oponerse a ello una cierta energía, sin la cual
adquirirían completa conciencia y. se vería entonces cuán poco
se diferenciaban de otros elementos reconocidos como' psí­
quicos. Esta teoría queda irrebatiblemente demostrada por
la técnica. psicoanalítica, con cuyo auxilio resulta posible su­
primir tal energía y hacer conscientes dichas representacio­
nes. El estado en que estas representaciones se hallaban antes
de hacerse conscientes es el que conocemos con el nombre de
represión.. .” (p. 1214).
El concepto de inconsciente tiene, pues, como punto ■de
partida, la teoría de la represión; lo reprimido es, para Freud,
d prototipo de lo inconsciente. En sentido descriptivo, hay
dos clases de inconsciente: lo inconsciente latente ^ --capaz de
conciencia—, y lo inconsciente reprimido, que es incapaz
de conciencia por sí mismo. “A lo latente que sólo es incons­
ciente en un sentido descriptivo y no en un sentido dinámico,
lo denominamos preconsciente, y reservamos el nombre de
inconsciente para lo reprimido, dinámicamente inconsciente.”
(Freud hará una precisión más tarde : “Todo lo reprimido
es inconsciente, pero no todo lo inconsciente es reprimido” .)
Aquí viene un punto del mayor interé.s para nosotros.
¿Qué es lo que diferencia una representación inconsciente

129
de una representación preconsciente? “La verdadera diferen­
cia’’, responde Freud, “consiste en .que el material de la pri­
m era (Inc.) permanece oculto, mientras que la segunda
(Prec.) se nuestra enlazada con representaciones verbales”
(p. 1216).
Algo se hace preconsciente por su enlace con ¡as repre­
sentaciones verbales correspondientes. “Estas representaciones
verbales son restos mnémicos. Fueron en un momento dado
percepciones, y pueden volver a ser conscientes, como todos los
restos mnémicos” (ibid.). Sólo puede hacerse consciente —ad­
vierte Freud— . lo que- ya fue alguna vez percepción cons­
ciente.5 ' ■ .
¿Y qué son esos restos verbales? Proceden esencialmente
de percepciones acústicas, circunstancias que adscribe al sis­
tema preconsciente un origen sensorial especial. “Al principio
—añade— podemos dejar a un ■lado como secundarios los
componentes. visuales de la representación verbal adquiridos
en la lectura, e igualmente sus componentes de movimiento,
los cuales desempeñan tan sólo —salvo. para el .sordomudo—
el papel de signos auxiliares. La palabra es, pues, esencial­
mente el resto mnémico de la palabra oída” (ibid).
. Si Freud hubiese podido prever el colosal avance de los
medios audiovisuales de comunicación, tal vez habría hecho
igual énfasis en las percepciones visuales que, junto con las
acústicas, ioim an esos restos. mnémicos que constituyen el ma­
terial del preconsciente..
Nuestra tesis es que la base de sustentación ideológica del
capitalismo imperialista se encuentra en forma preconsciente
en el. honibre m edio de esta sociedad, y que todos los restos
mnémicos que componen ese preconsciente se han formado
al contacto diario y permanente con p ercepciones acústicas
y visuales suministradas por los medios de comunicación;
decimos ,que ellos constituyen la base de sustentación ideo­
lógica. d(!l capitalismo, no sólo en el sentido descriptivo de
que “la ideología se forma a través de los medios de comu-

5 En su ensayo sobre “Merleau-Ponty vivant” (Tcmps moder­


nos, núm. 184-185), Sartre cita una frase de Lacan que conviene
consignar aquí : “Por ^ razón, Merleau se inclinaba al final de. su
vida a conceder un lugar cada vez rnás importante al inconsciente.

130
ideación” — noción que por sí misma sería insuficiente— , sino
en el sentido más preciso y dinámico de que el capitalismo
no suministra .a sus hombres cualquier ideología, sqo, concre­
tamente aquella que tiende a preservarlo, justificarlo y pre­
sentarlo como el mejor de los sistemas posibles. Habría que
añadir que lo forma como el capitalismo suministra esa ideo­
logía es pocas veces la de mensajes explícitos doctrinales, en
comparación con la abrumadora mayoría de mensajes ocul­
tos, disfrazados de miles de apariencias y ante los cuales sólo
puede reaccionar en contra, con plena conciencia, la mente
lúcidamente entrenada para la revolución espiritual perma­
nente. Y no sólo el hombre medio, sin conciencia revolucio­
naria, vive inconscientemente infiltra.jo de ideología, sino
también todos aquellos revolucionarios que, como decía Le-
nin, se quedan en las consignas•o en el activismo irracional,
pues tienen falsa conciencia, están entregados ideológicamen­
te al capitalismo sin saber que lo están; la razón por la cual
todos estos revolucionarios se precipitan en el dogmatismo es
precisamente stt falta de entrenamiento teórico para la revo­
lución interior permanente. Todo aquel que, en su taller in­
terior de trabajo espiritual, obedezca a una conciencia falsa,
ilusoria, ideológica, y no a una conciencia real y verdadera,
será eso que llamamos uii productor típico de plusvalía ideo•
lógica pri-ra el sistema capitalista. Y tanta más plusvalía ideoló­
gica producirá cuanto más revolttcionario sea, si lo es sólo en
apariencia.
Este es el punto en que habíamos de encontrarnos —se­
gún prometimos— con la teoría de la comunicación y, en
particular, con la “industria cultural”. Nosotros sostenemos
—y no somos los únicos— que sin la teoría de la comunicación
es imposible elaborar una teoría. de la ideología del mundo
capitalista-imperialista, desde el punto de vista del marxis­
mo.e Cipamente se ve aquí que' eso que se ha llamado “ci.csa-
Aprobaba sin duda la fórmula de Lacan: el inconsciente está estruc­
turado .como un lenguaje”..
o Sobre teoría de la comunicación mucho se ha escrito, y hay
loda una metafísica sutil —por no decir: craso funcionalismo, con
muy pocas excepciones— que ha logrado tejer muy fino en este
campo. Pero a casi nadie se le ha ocurrido, por. ejemplo, analizar
id imperio de la tv norteamericana (CDs, nbc, Time-Life, etc.) en
r,ai.inoaméricn como en el. modo de 'producción ideológico que sirve

131
cralización de los textos” clásicos del marxismo no puede
consistir en traicionar aquellos textos, sino en todo lo con­
’ trario: completarlos con todo aquello que no pudieron Mane
y Engels conocer, aunque sí avizorar. Genialmente avizoró
Engels —lo hemos visto con detalle— que la conciencia ideo­
lógica es “falsa”. (falsches Bewusztsein) precisamente porque
no es verdadera conciencia, ' está determinada por otra cosa
distinta de ella misma: la ideología. Sí hubiese tenido cono­
cimiento de la teoría de Freud, sin duda habría adoptado
el preconsciente como “lugar” dinámico de la ideología. ¿Por
qué decimos esto? P o ^ u e, a nuestro juicio, no puede situarse
a la ideología —al menos sus representaciones fundamenta­
les— en el inconsciente, sino en el preconsciente, ya que este
último es capaz de conciencia. Y así como el preconsciente,
al convertirse en conciencia, deja de ser lo que era y de actuar
como actuaba, también la ideología, al hacerse c o ^ i ^ te,
deja de ser ideología. Sí la ideología fuese algo pura o prefe­
rentemente inconsciente, nadie podría arribar a la conciencia
revolucionaria por sus propias fuerzas, sino que necesitaría de
algo así como lo que se ha llamado “psicoanálisis dialéc­
tico”.7 Esto nos recuerda —precisamente para confirmación
de sustento y lealtad hacia el sistema que engendra el subdesarrollo.
Sólo ahora se cornea» a hacerlo.
También hay muchos estudios —algunos excelent—— sobre las
“motivaciones inconscientes” de la propaganda comercial capitalista.
Valga como ejemplo el útilísimo libro de Vanee Packard The Hid-
dcn Persuaders (1957), traducido al castellano como Las formas
ocultas de la propaganda (Buenos Aires, 1959). En este libro, a tra­
vés de numerosos ejemplos, se desmonta todo el escalofriante apa­
rato de la llamada “investigación motivacional”, o sea, la ciencia
puesta directamente al servicio de int^ ereses comerciales empeñados
en presentar el mundo como “un arsenal de mercancías”, que diría
Marx. Lo malo es que Packard, como casi todos cuantos tocan este
tema, se queda en la descripción y el análisis "funcional” del fe­
nómeno, sin ligarlo a una teoría interpretativa del mismo. Esa teoría
no puede ser otra que la expuesta en los tres primeros capítulos de
El Capital, donde se analiza la forma mercancía hasta llegar a la
forma dinero, pasando por el “fetichi5ol ”. Pues la famosa "crea­
ción de imágenes y símbolos” de que hablan los investigadores mo-
tivacionales no es otra cosa que la fetichización absoluta del arse­
nal capitalista de roerrcade^u.
De ahí nuestro empeño en presentar como plusvalía ideológica
fenómenos que ya han sido estudiados desde el punto de vista opuesto.
7 Las relaciones entre dialéctica y psicoanálisis han sido explica-

132
de este orden de ideas— una expresión de Leo Lowenthal,
citada por Adorno, según la cual . la misión de la televisión
puede definirse como un ‘psicoanálisis al revés” . (Adorno, Te­
levisión y cultura de ma.ms, Eudecor, Córdoba, 1%6, p. ^3).
No obstante, si algu,ien nos p reguntase de pronto cuál debe
1er , esencialmente, la misión de un intelectual dentro del ca­
pitalismo y. contra él, responderíamos: hacer psicoanálisis co­
lectivo, elevar a la conciencia de los hombres el pantano ideo­
lógico en el cual es^ n atrapados sin saberlo.
Algo que, por su parte, avizoró Marx fue lo que ya hici­
mos notar en el capítulo n y que encuentra plena confirma­
ción a la luz de la teoría de Freud, a saber: la interpretación
de la ideología, no como un “reflejo” — metáfora pasajera'
en M^ ^ —, sino como expresión (Ausdruck) de las relacio­
nes de producción materiales. ¿Cómo podría ser la ideología
“expresión de' algo si no fuese ella misma un lenguaje, o me­
jor, si —como el preconsciente freudian^ — no estuviese cons­
tituida por restos mnémicos, restos de representaciones ver­
bales y acústicas venidas de la lectUra. de la educación, de las
percepciones que tiene ei individuo en sociedad? Asi como,
1e^ n dice- Sartre, la realidad material del col^ ^ ^ smo es
presentada por los colonizadores a los colonizados como- una

das con bastante claridad por. Igor Caruso: “. . .es aquí precisamente
donde se halla la diferencia de principio entre la dialéctica, .de ^ una
parte, y la metafísica y el positivismo, de otra: los métodos esencia-
llsta (propios tanto de la metafüica como del positivismo) cont^ -
plan al hombre desde fuera y buscan establecer su constitución! esen­
cia) o su carácter estático; por el contrario, la dialéctica es necesaria
y conscientemente una práctica, puesto que se admite que la concien­
cia modifica al mundo y que el mundo modifica a la conciencia. Es,
pues, absolutamente legítimo hablar de dialéctica, al menos latente,
del psicoanálisis, aun del más ortodoxo, puesto que le es propio el
^^futer más fundamental de ^ toda dialéctica, a saber: ser. necesaria­
mente una práctica que modifica las relaciones reciprocas de sujeto y
objeto en ur:a perspectiva histórica y totalizadora. Como toda dialéc­
tica., el psicoanálisis es el paso constante y fluido de una detennina-
clón a otra, de un término de la relación al. otro; en cada nivel de esta
upiral se superan las contradicciones y son nuevamente integradas. .
Existe siempre reciprocidad entre el hombre y el mundo (pues el
mundo del hombre es ante todo los otros hohombres) y no casualidad
lineal, unilateral de la metafísica y del positivismo mecanicista”
(cf. Psicoanálisis para la persona, ed. Sebe Barral, Barcelona, España,
19G5, pp. 157-158).

133
verdad eterna, del mismo modo las relaciones de producción
en que entran obreros .y capitalistas son presentadas por los
dueños del capital (por tanto, de la plusvalía) corno verda­
des, hechos, fata que es preciso aceptar. He aquí el modo
como se va conformando la ideología del hombre bajo el
capitalismo, como un conjunto de ideas, creencias, ilusiones,
valores, representaciones en general que son falsas (falsas por­
que no es cierto que el mundo mejor sea aquel en que se
produce plusvalía y la riqueza esté distribuida como en el
capitalismo) , pero que son presentadas como hechos incon­
trovertibles, como algo que es conveniente aceptar. Por eso
nada hay tan subversivo, a los ojos del capitalista, como In
toma de conciencia del engaño, el desenmascaramiento de
. la ideología. El instrumento más poderoso para suscitar esa
subversión y esa conciencia es la teoría marxista. Ella desen­
mascara el lenguaje que el hombre habla sin saberlo: el
lenguaje de su preconciencia ideológica, y lo hace hablar
un lenguaje consciente, que es el lenguaje subversivo, revo­
lucionario. De ahí la insistencia de Lenin, el gran hombre
práctico del marxismo, en la revolución pedagógica, que con­
siste en educar a los hombres para la conciencia, darles vo­
cación de lucidez permanente, y evitar que se rindan ante
la facilidad de las consignas, aunque éstas puedan ser revo­
lucionarias. Lenin fue el primer crítico acerbo que tuvieron
los manualistas. soviéticos, con los cuales desgraciadamente
no pudo acabar, a esos distribuidores de pura ideología y no
de teoría revolucionaria llamaba Lenin “esclavos ideológi­
cos de la burguesía”, y de sus manuales escribió cosas como
éstas, que hoy cobran su actualidad: “Las publicaciones agi­
das y amenas de los viejos ateos del siglo xvm escritas coii
talento, que atacan ingeniosa y abiertamente al oscurantismo
clerical dominante, resultarán, a cada paso, mil veces más
adecuadas para despertar a la gente del letargo religioso que
las exposiciones aburridas del marxismo, secas, no ilustradas
casi' con ningún hecho bien seleccionado, exposiciones que
prevalecen en nuestra literatura y que, con frecuencia (hay
que confesarlo), tergiversan el marxismo” (Lenin, Sobre d
significado del marxismo militante [1922], en Obras Escogi­
das, ed. Progreso, Moscú, 1969, p. 689).

134
5. L{J. ideología dentro del modo de producción
capitali sta. Industria cultural • y plusvalía ideológica
En la sección anterior identificamos el “lugar” d&° la ideo­
logía —y por tanto, de ' la plusvalía ideológica— desde un
punto de vista psicológico, es decir, haciendo hincapié eri el
individuo, como portador de la ideología. Pero hace falta
—y es lo más importante para nosotros— insistir ahora' en
la forma cómo esa ideología llega al individuo, cómo le es
suministrada, esto es: el aspecto propiamente social de la
cuestión. Pero no olvidemos que no se trata de dos "planos”
diferentes, sino de una unidad dinámica": fo ideología .que
porta individualmente un hombre —digamos, en su precon­
ciencia—- es precisamente “ideología” porque es social, es un
lenguaje,- es un elemento que, aunque esté. concretado en in­
dividuos (pues no se trata de una vaga entidad ideal aparte
de la" historia humana) , . representa en ellos a la sociedad;
reproduce en e l. interior de cada individuo las relaciones de
producción materiales que se dan en un determinado modo
de producción.8. Pero, por razones de método, puede sepa­
rarse el estudio del problema en dos planos que en realidad
sen aparentes, pues constituyen una unidad dinámica. Es un
error craso separar ambos planos radicalmente..Era precisa­
mente la crítica que hacía Marx a los ideólogos: creer que
el estudio de las “ideas” que se tienen en un período histó­
rico puede realizarse separadamente del estudio de la historia
material de ese período. Marx insiste en que se trata de. un
error interesado, como cuando escribe: ‘Y cuando la teoría se
decide siquiera por una vez a tratar temas realmente históri­
8 Como dice Marx, el lenguaje es tan viejo como la conciencia,
y la. conciencia no es sino. un producto social: Así lo expresa etl La
i'tología alemana, en un fragmento ya citado en el cap. n de nues­
tro ensayo. “El lenguaje es tan viejo como la conciencia (Die Spra-
t'" ist so alt wie das Bewusztsein) ; el lenguaje es la conciencia
práctica, la conciencia, real, que existe también para los otros hom­
bres y que, por tanto, comienza a existir también. para mí mismo;
y ul lenguaje nace, como la conciencia fy las representaciones píás-
liras, acústicas y verbales de la preconciencia, L.S."[, de la necesi­
dad, de los apremios del intercambio (Verkehr) con los demás hom­
bres (...). La conciencia; por tanto, es ya de antemano un producto
ICICial. . . (ein gesellschaftliches Produkt).“ •
Véase La ideología alemana, ed. esp. cit. p. 31; texto original
Marx-Engcls Werke, band 3, pp. 30-31.

135
cos, por ejemplo del siglo xvm, se limita a ofrecernos- la histo-
ría de las ideas, (Ideengeschichte), desconectada de los hechos
y los desarrollos prácticos que les sirven de base, y también
en esto los mueve el exclusivo propósito de presentar esta
época como el preámbulo imperfecto, como el antecesor to­
davía incipiente de la verdadera época histórica, es decir, del
período de la lucha entre filósofos alemanes” (La ideología
alemana, i, A. 2;.ed. esp. cit., p. 44).
Hag^ os notar, antes de entrar en la nueva fase de nues­
tra investigación, algo más sobre las posibilidades de acudir:
a la teoría psicológica. A nosotros nos parece el descubrimien­
to freudiano, y sus formulaciones concretas sobre •la dinámica
psíquica, el instrumento intelectual decisivo para nuestro asun­
to. Freud fue el descubridor del nuevo mundo, y sean cuales
fueren las diferencias que se tengan con el freudismo, hay
que comenzar por reconocer ese descubrimiento. Si hemos
apelado a Freud no es porque neguemos la utilidad de otras
teorías psicológicas, aunque ninguna nos parezca tan propia­
mente dinámica, dialéctica, como la de Freud. En una psi­
cología de tipo reflexológico pavloviano, o en todas aquellas
basadas en el esquema Estímulo-Respuesta, que buscan basar
su objetividad científica en el examen de los datos objetivos
del comportamiento o conducta (be havior), funciona un pre­
supuesto : las “respuestas”. A muchos no les interesará de
dónde vienen esas respuestas, pues se dirá que vienen de una
zona que' no se puede analizar por sí misma objetivamente,
científicamente, sino a base de cosas tan vagas como la in­
trospección. Freud habría rechazado esta objeción, pues para
él los sueños, por ejemplo, eran datos objetivos, datos ana­
lizables e interpretables, como, por lo demás, lo son cuales­
quiera de los datos que pueda obtener el psicólogo más “cien­
tífico’’. Y es que los sueños son también una “respuesta” a
un estímuJo, que procede de una zona del psiquismo.
Para que haya una respuesta, tiene que haber algo en al­
guien que responda. Si con la psicología se buscan cosas coma
condicionar, p. ej\ , la educación, la psicología no puede aca­
bar en eso: no puede desentenderse del estudio del psiquismo
humano (no del “alma’’, sino del psiquismo), es decir, no
puede desentenderse del preconsciente o del inconsciente como

136
ai se tratara de- puras vaguedades especulativas. Todos criti­
can vaguedades al freudismo, pero todos se aprovechan
de Freud y de su descubrimiento. Jean-Fraagois R,evei ha
expresado esto de modo tan contundente que vale la pena
citarlo: . .
“Freud, por su parte, ha hecho realmente progresar la
psicología, ha añadido realmente algo más radical y cientí­
fico a lo. que acerca del hombre pudieron decir Séneca o
Montaigne. Por eso, los psicólogos, en lugar de regañarle y
reprenderle, deberían más bien observar cómo lo ha hecho.
En lugar de continuar imperturbablemente ‘haciendo psicolo­
gía’ y acomodando a su manera los. resultados del psicoanáli­
sis, deberían más bien considerar más atentamente la actitud
intelectual de Freud en sus principios. Esa actitud es la in­
versa de la que pasa por ser la actitud filosófica ( ...) . La
psicología académica evoca mi país en el que hubiera miles
de obras teóricas sobre la pintura y ni un solo pintor. Si surge
alguno que pinta de verdad, que de verdad cuenta lo que
sucede, un Rousseau o un Proust, los psicólogos lo rechazan
entre los frívolos y la gente divertida, sencillamente porque
no ha tomado el rábano por las hojas ( ...) .” (¿Para qué.
filósofos?, Ed. de la Biblioteca de la Universidad Central,
trad. de Juan Nuño, Caracas, 1952, capítulo.)
Sentado esto, reconozcamos la utilidad que podría tener
para nuestra teoría una noción como- la de “reflejo’’, en
Pavlov. Según Pavlov, el reflejo condicionado es producto de
un “estímulo condicional” después que éste ha sido asociado
a menudo al “estímulo normal” o -incondicional. La aplica­
ción repetida de ambos estímulos asociados se llama “condi­
cionamiento”, y a- la inversa: se llama “descondicionamien­
to” a la aplicación repetida del estímulo condicionado sin
acompañarlo del estímulo normal: el condicionamiento se
“extingue”. En cambio, con la aplicación repetida muy a
menudo de ambos estímulos simultáneamente, se logra “re-
fo^ rzar"’ el condicionamiento. Este concepto ha sido denomi­
nado por Richet “reflejo psíquico”.
Un reflejo psíquico es, pues, una respuesta a un estímu­
lo, un condicionamiento. ¿Por qué no pensar que la ideolo­
gía es un reflejo psíquico condicionado por la estructura

137
■social? s No se nos dirá que no hay condicionamiento cons­
tantemente “reforzado” : junto al estímulo normal que es la
vida social, la sociedad ha creado una sqpervida, un condi­
cionamiento artificial' que opera en los individuos como 1111
condicionamiento constante, aplicado junto con los estímu­
los sociales normales. Ese condicionamiento adicional se tr;i.
duce en el siglo xx como un verdadero “refuerzo”, qur
funciona a través de los medios de comunicación: verda­
deros medios estimuladores, constantes, cuya presencia diaria
y universal podría hacer pensar que ya se trata de un “es­
tímulo normal”, si no fuera porque sabemos que detrás de
ese estímulo “normal”, que quiere presentarse a sí mismo
como "normal” con su cúmulo de propaganda y mercancías,
funciona,. al modo de científicos en un gigantesco laboratorio
psicológico, un conjunto de hombres que maneja según su.s
intereses esos condicionamientos. Son los suministradores de
ideología, los creadores en la psique humana de todo un sis­
tema preconsciente de representaciones y valores que tiendci t
a preservar y defender el capitalismo. ¿Cómo se llama la in­
dustria nacida en nuestro siglo y destinada a la acumulación
de capital ideológico? Se llama —la llamó así Adorno— in­
dustria cultural, que también hubiera podido ser llamad»,
acaso con mayor propiedad, industria ideológica. Industria
en la que, por cierto, son grandes servidores los psicólogos.
Adorno ha establecido el concepto de industria cultural, en
el que, de una manera o de otra, se trata de cosas relacio­
nadas, más o menos,. con eso que se suele llamar “cultura”.
Nosotros proponemos ampliar y, al mismo tiempo, especifi­
car más ese concepto, y para ello proponemos hablar de
industria ideológica. La razón es la siguiente. En primer
lugar, lo que menos se produce en la “industria cultural”
es propiamente cultura: se produce ideología. Eso, si guarda­
mos algún significado noble para la palabra “cultura”, que
indique conciencia de las formas estéticas y las formas huma­
nas en general; pero si pensamos en la cultura como real­
mente piensan los dueños de la industria “cultural’’, no nos
o Los llamados "analistas motivacionales”, o burócratas cientí­
fico-comerciales, han acudido con frecuencia a la Teoría de Pavlov;
pero en sus estudios, por supuesto, no se dice (ni se piensa) que el
efecto del condicionamiento es ideologia.

138
queda sino la idea del hombre como caldo de culti v o y la
Cultura se convierte . en algo así como horticultura, o sea:
Cultivo ideológico del hombre. Pues cultura. también implica
los valores y normas generales que se imponen en una socie­
dad. Pero, en segundo lugar, aun cuando admitamos que la
industria “cultural” se ocupa de la “cultura”, no- queda otro
remedio que admitir que más allá de. la “cultura” hay nu­
merosos campos susceptibles de convertirse en suministrado­
res de ideología. Aunque 110 sea '"cultural”, una empresa
publicitaria cualquiera, por el solo hecho de dedicarse dia-
rútmente a presentar el mundo como un mercado de mer­
cancías, es eminentemente una empresa suministradora de
ideología. No en vano trabajan en esas empresas. psicólogos
y literatos, “trabajadores intelectuales" dedicados a irracio­
nalidades’tales como buscar los “resortes psíquicos-" de las ma­
sas, para convencerlas de que si fuman' determinado cigarrillo
pertenecerán a “clase aparte”, o cosas^ por el estilo, tendientes
todas a presentar el mercado de mercancías como un verda­
dero mercado persa lleno de- felicidad-y de lámparas de Ala­
dino que ejecutan el milagro de sacar a un individuo de su
clase social, por mugrienta y desarrapada que sea, por el solo
acto de fumar “tal” cigarrillo. El lema de una firma publi­
citaria venezolana es sumamente expresivo: “Permítanos pen­
sar por usted” . O sea: permítanos convertirlo -en un esclavo
de Ja ideología capitalista. Permítanos —en suma— ayudarlo
a enajenar su energía .mental' como valor de uso, y conver­
tirla a ella - y a usted mismo— en una mercancía. Permí­
tanos —diría Marx— enajenar su valor y realizar su valor de
cambio.
Ahora, detengámonos en el concepto de industria cultural,
tal como lo ha diseñado Teodoro Adorno. Y hagámoslo, dicho
sea de paso, a manera de homenaje a la memoria del gran
pensador, que ha muerto mientras escribimos estas páginas.
El concepto es importante para nosotros por una razón que
podemos adelantar a manera de hipótesis. Y es que el con­
cepto de industria cultural, ampliado —como proponemos—
n industria ideológica, es el lugar social de producción de la
plusvalía ideológica. Ya hemos situado el lugar psicológico in­
dividual ; ahora nos faltaba el lugar social, siempre advirtiendo
enérgicamente que no se. trata de dos '“planos" distintos entre

139
sí, sino más bien de dos perspectivas para obseI"Var el mis­
mo asunto.
. El término “industria cultural” fue empleado por primera
vez en el libro de Adorno y Horkheimer Dialektik der Auf-
klárung, publicado en Amsterd^ en 1947. Hay en ese libro
un vasto y fascinante capítulo así llamado: “La industria cul­
tural”. En' el prólogo, advierten los autores que ese capítulo
esbastante “fragmentario” (Dialéctica del iluminismo, ed. Sur,
Buenos Aires, 1969, p. 13). Tal vez por esa característica de­
cidió posteriormente Adorno relaborar la tesis en una confe­
rencia, pronunciada en 1962 y publicada por la revista Com­
munications en su número 3 (París, 1964). La verdad es que
el capítulo de-1947 no es tan “fragmentario” ; pero es cierto
que en la conferencia de 1962, pese a' su mayor brevedad,
Adorno logró mayor profundidad y precisión. Comenzaremos
por citar algunas de las ideas expuestas en el primero.
Desde el primer momento, la industria cultural se revela
como el típico lugar social de la ideología. (Digamos al pasar
que, para nuestro gustó, Adorno es el autor contemporáneo
que utiliza con mayor propiedad el vocablo “ideología”.)
Pues se trata, en primer lugar, de una industria: industria ma­
terial, como cualquier otra industria capitalista, con sus re­
laciones de producción y su plusvalía material: una de las
r^ as industriales del capitalismo contemporáneo. Pero, ade­
más, es cultural : se dedica a la producción de toda suerte
de valores y representaciones (“imágenes”) destinadas al con­
sumo masivo, o sea: es una industria ideológica, productora
de ideología en sentido estricto, destinada a formar ideoló­
gicamente a las masas: dotarlas de “imágenes”, valores, ído­
los, fetiches, creencias, representaciones, etc., que tienden a
preservar al capitalismo. Advirtamos una vez más que, a pesar
de su tipicidad, no sólo la industria cultural es productora
de ideología: todo el aparato económico del capitalismo, aun
cuando se dedique a cosas tan poco “culturales” como la
producción de tomillos o refrescos, es productor de ideolo­
gía. Aunque sólo fuese . porque para vender esas mercancías
deberá realizar campañas publicitarias, y en estas campañas,
presentar al mundo como un mercado de mercancías. De ahí
el lema publicitario que quisimos poner irónicamente al fron­
tis de este libro: “Si el mundo es su mercado, déjenos ma­

140
nejar el globo”, frase cruda y casi descarada, que hemos leído
en un anuncio a página entera en T h e ' Economist, revista
que se difunde mucho en América, Latina. Recuérdese la
tesis general de Marx, según la cual la ideología es expre­
sión de la totalidad de la estructura socioeconómica (y no
sólo de una parte de ella, como es la industria cultural).
Cuando, como apunta Adorno, los jefes de la ■industria cul­
tural se defienden diciendo que lo suyo es un negocio y s6lo
eso, y que todo debe adaptarse a ese negocio, no hacen sino
subrayar que se trata de una industria como cualquier 'otra,
y patentizar su pertenencia a la estructura económica gene­
ral del capitalismo en su fase industrial avanzada.
Algunos de los contenidos decisivos del concepto de “in­
dustria cultural” son expresados sintéticamente desde el pró­
logo de Dialéctica del Iluminismo: .
“El capítulo sobre Ja industria cultural muestra la regre­
sión del iluminismo a la ideología que tiene su canónica ex*
presi ón en el cine y en la radio [no se olvide que estamos en
los años 40: Adorno insistirá años más tarde en la televisión.
L.S.], donde el iluminismo reside sobre todo en el cálculo del
efecto y en la técnica de producción y difusión ; la ideolo­
gía, en cuanto a aquello que es su verdadero contenido, se
agota en la fetichización de lo existente y del poder que con­
trola la técnica. En el análisis de esta contradicci6n la in­
dustria cultural es tomada con más seriedad que lo que ella .
misma querría. Pues dado que sus continuas declaraciones
respecto a su carácter comercial y a su naturaleza de ver­
dad reducida' se han convertido desde hace tiempo en una
excusa para sustraerse a la responsabilidad de la mentira,
nuestro análisis se atiene a la pretensión objetivamente inhe­
rente a sus productos de. ser creaciones estéticas y de ser, por
lo tanto, verdad representada. En la inconsistencia de tal
pretensión se desenmascara la vacuidad social de tal indus­
tria.” (Dialéctica del Iluminismo, Prólogo a la primera ed.
alemana, p. 13.) (Las cursivas son nuestras.)
Regresión del iluminismo a la ideología significa, en
Adorno y Horkheimer, casi tanto como un regreso contem­
poráneo al mito, a una nueva y sutil forma de concepción
mágica del mundo, que coexiste actualmente con la mas
desaforada carrera científica y tecnológica. Esta regresión.

141
que se ha presentado de modo aparentemente . sorpresivo,
tiene su expresión (de nuevo’y no por azar nos encontramos
con Ausdruck, el vocablo que hemos destacado en la teoría
marxista de la ideología) típica en los medios de comunica­
ción de .masas. La regresión al mito consiste, hoy, en la feti-
chización de todo lo existente, dicen los autores. ¿Qué es,
en realidad, para el capitalismo “todo lo existente”? No es
otra cosa que un ‘‘inmenso arsenal de. mercancías”, como
decía Marx. La fetichización de que' hablan estos autores es
la misma de que habló M arx-en.su capítulo sobre el fetichis­
mo de la mercancía,; la sacralización de esa forma elemental
del capitalismo,. que lo define y lo llena de contenido. Por
otra parte, Adorno y Horkheimer. anotan un detalle impor­
tante: el' aspecto artístico de la industriacultural, y su in­
congruencia con el aspecto comercial. La verdad es que “film
y radio no tienen ya más necesidad de hacerse pasar por arte.
La verdaid- de que nb son más que negocios les sirve de ideo­
logía, que debería legitimar los rechazos que practican deli­
beradamente. Se autodefinen como industrias y las cifras
publicadas de las rentas de sus directores generales quitan
toda duda respecto a la necesidad social .de sus productos”
(ibid, p.; 147). Una vez que- la industria. cultural- se auto-
define como negocio industrial, justifica en términos tecno­
lógicos todos sus intereses. Una de las primeras 'Cosas que se
justifican es la superproducción de clisés, argumentando que
“el público los exige”, sin advertir que son' ellos quienes los
están imponiendo al. público, hasta tal punto que éste llega
a necesitarlos. Es lo que Marx decía en su Contribución a la
crítica ..de la economía política: la producción capitalista no
está, en principio, destinada a satisfacer necesidades, sino a
crearlas en- beneficio de la producción. La producción no es
ya —decía M aix— el fin del hombre, sino el hombre el fin
de la producción. No en balde el hombre medio norteame­
ricano. es un consumidor excepcional: su preconciencia, ts'-
íiida de la ideología del consumo, está llena de una cantidad
de necesidades creadas para dispararse automáticamente,
como un mecanismo seguro,. ante el mercado de mercancías.
O tra nota distintiva de la industria cultural es su depen­
dencia de los otros. sectores industriales más poderosos: “Si
la tendencia social objetiva de la época se encarna en las

142
intenciones subjetivas de los dirigentes supremos, éstos per­
tenecen por su origen a los sectores más poderosos de la in­
dustria. Los monopolios culturales son, en. relación c()n ellos,
débiles y dependientes.” (Ibid, p. 149.) Y al ser dependien­
tes de los más poderosos, ios monopolios culturales dependen
eo ipso de la dirección política, que en el llamado capita­
lismo de Estado depende de las juntas directivas de las gran­
des corporaciones, corno ía. S tandard. Oíl o la General M o­
tors, por ejemplo. Todo forma así un engranaje homogéneo
en la producción capitalista, La' sociedad de radiofonía de­
pende de la industria eléctrica; la del cine depende de las
construcciones navales, y así sucesivamente. Por esto deci­
mos que el estudio del lugar de producción de la ideología
no puede limitarse a la consideración de la industria cultu­
ral. Aun sin la ayuda de los medios de comunicación actua­
les, el capitalismo segregaría su ideología. Marx lo notó hace
más de un siglo. Pero los medios de comunicación actuales
son tan ingentes que se han convertido en el vehículo ma­
terial específico que le faltaba al capitalismo para crear la
industria ideológica, dentro de la cual los datos^ centrales si­
guen siendo: alienación y plusvalía. En esa industria no sólo
le gana dinero y se acumula capital como en cualquier otra
industria: se produce, además, un ingrediente específico: la
filusvalía ideológica. Al obrero descrito por Marx en El Ca­
pital le era sustraída la plusvalía material ocultamente, sin
ijuc él lo, percibiera; del mismo me>do, al hombre medio del
gapitalismo le es extraída de su psique la plm valía ideoló­
gica., que se traduce como esclavitud inconsciente al sistema.
Todas las lealtades que hacia el mercado de mercancías — y
por tanto, hacia, la política capitalista— logra crear la in­
dustria ideológica, son pura y llana plusvalía ideológica. Y no
es consciente por doble motivo: por ser plusvalía, y por ser
ideológica. Se trata, e n . suma, de un excedente de energía
mental del cual se apropia. el capitalismo.10 .
10 No es de extrañar que el ensayista venezolano, que se ha acer­
rado más hondamente al concepto global que denominamos plusva­
lía ideológica, sea también quien ha dedicado scl'ios ensayos ai aná­
lisis de la industria ideológica .por excelencia: la televisión. Nos
referimos a Antonio Pasquali, en cuyas obras Comunicación y cul­
tura de. masas (uov, Caracas, 1964) y- El aparato singular (ucv,
Harneas, 1967) hay dos cilcrnentos analíticos necesarios para una

143
Como se ve, el concepto de .industria cultural, con todo*
los retoques y comentarios que le venimos haciendo, se re­
vela como un instrumento indispensable (y perfectamente
complementario) para la elaboración de nüestra tesis de ];t
plusvalía ideológica. Tesis que, a su vez, supone. el concepto
de alienación ideológica, que aquí no tocaremos para no ex­
tralimitarnos; aunque, esquemáticamente, podemos decir qun
consiste en la obediencia, . sumisión y esclavitud del hombre
a otro que no es él y que está, sin embargo; instalado den­
tro de él mismo, en zonas no conscientes. Por eso, el opuesto
de alienación ideológica no puede ser otra cosa que la con­
ciencia revolucionaria, pues ese “otro” que esclaviza. subjeti­
vamente al hombre se traduce objetivamente en la domina­
ción capitalista. Y decimos “revolucionaria”, porque no basta
una conciencia crítica, ya que, como decía M arx, las forma­
ciones ideológicas “sólo pueden disolverse por el derrocamien tr>
práctico de las relaciones sociales reales” ; “el instrumento
—añade— no es la crítica, sino la revolución” [La ideología
alemana, ed. cit., p. 40).
Característico de la mentalidad esclavizada es la pasivi­
dad. Pues bien: otra. faceta típica de la industria cultural es
su efectividad para lograr crear hombres como receptores-

aplicación del' concepto de plusvalía ideológica a un medio suí>~


desarrollado como Venezuela. Hay un párrafo del Aparato singular
"(pp. 28-29) que podría pasar por una síntesis de nuestra teoría:
“Tras descomponer el mensaje de nuestra TV (‘un fenómeno dr
naturaleza. esencial y exclusivamente comercial’) en sus componen­
tes básicos, veremos cómo ese imposible matrimonio (entre el nr-
cocio y el bien común) concluye en el proxenetismo y la alienación,
Una ‘cultura' degradada, manipulada y. envilecida es exhibida para
que produzca DIVIDENDOS a su explotador. Por lo cual, el significado
empírico o inmediato que el ténnino ‘televisión’ tiene para nos­
otros, incluye al menos los siguientes elementos: 1) La subordina­
ción de toda pauta programática a los requerimientos formales r
ideológicos (próximos o remotos) del mensaje comercial; 2) T.a
distribución irracional del medio a las áreas más explotables comn-
cialmente, con la capital como centro básico de producción en rl
país; 3) La conversión de la audiencia o universo de receptores
en una mai;a. despersonalizada de la cual sólo se suponen, alimm
tan y dirigen los estímulos mercantiles y genéricamente irracionales."
El todo está en concebir la existencia objetiva de dividendm
ideológicos, de un negocio ideológico que sirve de sustento del grnii
negocio capitalista.

]4V
pasivos de ideología. “Para el consumidor —escribe Ador­
no— no hay nada por clasificar que no haya sido ya anti­
cipado en el esquematismo de la producción.” ( Op. cit, p.
151.) ¿Quién hay que no ceda a la perfecta comodidad o
confort que significa una película de vaqueros bien hecha téc­
nicamente, con la seguridad absoluta de que todo irá bien y
de acuerdo a un esquema ya conocido? A' veces, para rom­
per la monotonía del film detectivesco, aparece algún mis­
terioso chino que inmediatamente es clasificado como “fuer­
za del mal”. ¿Qué hay detrás del clisé? Adorno lo ha expresado
con toda precisión en un ensayo de 1954, Teleuision and the
patterns of mass culture:
“Cuanto más se cosifican y endurecen los clisés en la actual
organización de la industria cultural, tanto menos es' proba-'
ble que las personas cambien sus ideas preconcebidas [es
decir, su ideología, L.S.] con el progreso de su experiencia.
Más opaca y compleja se vuelve la vida moderna y más se
siente tentada la gente a aferrarse desesperadamente a cli­
sés que parecen poner algún orden en lo que de otro modo
resulta incomprensible. De este modo, los seres humanos no
sólo pierden su auténtica capacidad de comprensión de la rea­
lidad, sino que también, en última instancia, su misma capa­
cidad para experimentar la vida puede embotarse mediante
el uso constante de anteojos azules y rosados.” (Televisión
y cultura de masas, ed. cit., p. 33.)
Late en Ja industria cultural, corno criterio último de la
producción, un supuesto que no deja de tener su efectivi­
dad, a saber: “Hacer creer que el mundo exterior es la sim­
ple prolongación del que se presenta en el film " (Dialécti­
ca. .., p. 153.) La pretensión ostensible de esa industria es
una especie de “realismo” que consistiría, programáticamen-
1c, en la reproducción en la imagen de los datos empíricos.
l'ero ¿qué ocurre? Lo que tenía que ocurrir allí donde hay
intereses comerciales; que se le presenta al espectador corno
“copia” de la realidad lo que no puede ser sino una inter­
pretación de la misma. En esto, ia industria cultural no se
diferencia en principio del verdadero arte, ya que éste no
rs un mero “reflejo” de lo real. Sin embargo, carece de toda
la belleza del arte y se. queda tan sólo con una determinada
y aberrante interpretación de la vida. En el verdadero arte
hay a menudo una representación o interpretación falsa de
la vida material de los hombres: la belleza del arte griego
nada tiene que ver con la miseria y la esclavitud que exis­
tía en las ciudades griegas; pero era un falseamiento ideo­
lógico hasta cierto punto excusable, como decía M ^ ^ , por
sus propósitos estéticos: el arte se conservaba' dentro del reino
de los valores de uso; era una “distorsión positiva” de la
realidad. Pero cuando nos entregan una interpretación falsa.
ideológica, de nuestra vida material, para no sólo engañar­
nos, sino, además, hacernos pagar, sin la compensación es­
tética, estamos dentro del reino de los valores de cambio: no
vemos arte, vemos mercancías; y no sólo las vemos, sino que
ellas influyen subliminalmente en nosotros y conforman nues­
tra actitud hacia el mundo. La industria cultural, por eso,
se diferencia en principio de todo arte, aunque pueda par­
ticipar de algunos elementos artísticos; ella nos presenta el
mundo, no en su faz real, sino como si el mundo tuviera
que ser fatalmente un mercado de mercancías. En la indus­
tria cultural propiamente dicha ello viene presentado en ca­
lidad de lo que Adorno llama “mensaje oculto” ; en la in­
dustria ideológica en general —por ejemplo, en la industria
publicitaria— ya no se trata de nadá oculto: abiertamente
se presenta el mundo como un mercado: “Si el mundo es
su mercado, déjenos manejar el globo.” Jamás pensó el psi­
cólogo del Banco de California que nos iba a proporcionar
tan exacta descripción del capitalismo.
Veamos cómo se revela la médula de nuestro asunto:
“La violencia de la sociedad industrial obra sobre los hom­
bres de una vez por todas. Los productos de la industria cul­
tural pueden ser consumidos rápidamente, incluso en estado
de distracción. Pero cada uno de ellos es un modelo del gi­
gantesco mecanismo económico que mantiene a todos bajo
presión desde el comienzo, en el trabajo, y en el descanso
que se le asemeja ( . . .). Inevitablemente, cada manifesta­
ción aislada de la industria cultural reproduce a los hombres
tal como aquello en que ya los ha convertido la entera in­
dustria cultural’’ (ibid, p. 154, las cursivas son nuestras).
He aquí cómo funciona, en el siglo xx, la tesis marxiste
de que en la ideología se reproducen, en forma ideal, las-
mismas relaciones de producción que tienen lugar en el plano

146
material. Y no se reproducen de cualquier modo, especifi­
caba Marx. sino de acuerdo a la clase dominante, que en
este caso es la de los dueños de las grandes corporaciones
de las cuales depende, entre otras muchas cosas, la industria
cultural. Es hora aquí de confrontar un texto de Marx 'que
habíamos ya citado parciahnentc al comienzo del presente
capítulo, y que resulta quizá la proposición del materialismo
histórico que más directamente nos autoriza a elaborar el
concepto de plusvalía ideológica:
“Las ideas de la clase dominante son las ideas dominan­
tes de cada época; o, dicho en otros términos, la clase que
ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mis­
mo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene
a su disposición los medios para la producción material dis­
pone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la pro­
ducción espiritual, lo que hace ■que se le sometan, al propio
tiempo, por término inedio, las ideas de quienes carecen de
los medios necesarios para producir espirituabnente. Las ideas
dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las
relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones ma­
teriales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las
relaciones que hacen de una determinada clase la clase- do­
minante son también las que confieren el papel dominan­
te a sus ideas. Los individuos que forman la clase domi­
nante tienen también, entre otras cosas, la conciencia de
ello y piensan a tono con ello; por eso, en cuanto domi­
nan como clase y en cuanto determinan todo el Unbito de
una época histórica, se comprende de suyo que lo hagan en
toda su extensión y, por tanto, entre otras cosas, t^ bién
como pensadores, como productores de ideas, que regulen la
producción y distribución de las ideas de su tiempo; y que
sus ideas sean, por ello mismo, las ideas dominantes de la
época.” (La ideología alemana, ed. cit., pp. 50-51.}
Se comprende ahora mejor el sentido profundo de aque­
llas palabras de Marx, que por lo demás son en si mismas de
una claridad y penetración definitivas. Pero M arx no hizo sino
formular una^ teoría general para la sociedad de clases, y más
específicamente para el capitalismo; sus ejemplos son, obvia­
mente, del siglo hacia atrás. Por eso es de tanta urgen­
cia confrontar los lineamientos generales de la tesis de Marx

147
con la realidad aplastante del capitalismo contemporáneo.
Si Marx hubiese tenido la posibilidad de comprobar con sus
ojos el nacimiento, casi mitológico, del inmenso imperio de
la industria cultural, y más aún: el crecimiento acelerado y
vertiginoso de la maquinaria de propaganda y publicidad a
través de los medios masivos de comunicación, sin duda' ha­
bría dedicado una obra particular a este fenómeno, que es
hoy de primera importancia dentro del capitalismo. Vería,
entre otras cosas, cómo su propio descubrimiento —el mate­
rialismo histórico— y sus consecuencias revolucionarias en el
siglo xx, han sido acaso el factor más poderoso para que
el capitalismo comprendiese la necesidad de crearse ^ una su­
perestructura ideológica ad hoc, además de la que necesaria­
mente tiene todo capitalismo. Como diría Lukács, al capita­
lismo, al entrar en su fase imperialista, empezó a "interesarle”
la ideología (cf. Existentialisme ou Marxisme?, ed. cit., ca­
pítulo m ).
Si M arx vio tan claramente cómo,. en el plano espiritual,
se dan las mismas relaciones de producción que en el plano
material (con la cual forma un todo dinámico) , ¿por qué
no habría de haber pensado en algo como la plusvalía ideo­
lógica? Tanto más si hubiese estado frente a fenómenos como
una industria cultural, en la que no sólo se produce la plus­
valía de los trabajadores de esa industria, que es en símisma
material, sino, además, se produce la plusvalía de todos aque­
llos que reciben, en su taller de taabajo espiritual, la ince­
sante descarga ideológica producida por aquella industria y,
en general, por toda la industria ideológica del capitalismo.
Pues se trata siempre de explotación del hombre por el
hombre; sólo que la industria ideológica esclaviza al. hom­
bre en cuanto hombre, no en cuanto dueño de una fuerza
de trabajo. La fuerza de trabajo del hombre es una entre
otras fuerzas productivas; pero lo propio de ella es que es
una fuerza productiva con conciencia de serlo. La industria
ideológica explota al hombre en aquello que es específica­
mente suyo: la conciencia. Y lo explota colocando debajo de
esta conciencia una ideología que no es la de ese hombre,
sino la del capitalismo, y que por ello constituye una alie-
nacion (ideológica). La plusvalía ideológica viene a.sí dada
por el grado de adhesión inconsciente de cada hombre al

148
capitalismo. Este grado de adhesión es realmente un exce­
dente de su trabajo espiritual; es una porción de su trabajo
espiritual que deja de pertenecerle y que pasa .a engrosar el
capital ideológico del capitalismo, cuya finalidad no es Otra
cosa que preservar las relaciones de producción materiales
que originan el capital material. La plusvalía ideológica, ori­
ginariamente producida y determinada, dialécticamente por
la plusvalía material, se convierte así no sólo en su expre­
sión ideal, sino además en su guardiana y protectora desde
el interior mismo de cada hombre.
¿Y por qué tiene esa función la ideología? ¿A qué se
debe ello? Ello se debe a lo que ya hemos apuntado: a que
el contenido mismo de la ideología, sus imágenes del mundo,
sus representaciones, sus creencias y, en suma, sus valores,
son valores de cambio. Que la fuerza de trabajo humana se
vuelve una mercancía, eso ya lo estableció claramente Marx
—lo hemos visto con sus palabras— cuando describió a la
fuerza de trabajo, dentro del capitalismo, como una mer­
cancía en la que el trabajador “enajena su valor de uso y
realiza su valor de cambio”. Faltaba decir que la fuerza de
trabajo espiritual también se vuelve una mercancía bajo el
capitalismo: a cambio de esa especie de salario espiritual
que es la “seguridad” de no tener que pensar por cuenta
propia, el hombre explotado por la industria ideológica vende
su fuerza de trabajo espiritual y produce un excedente ideo­
lógico; o mejor dicho, compra su “seguridad” a cambio de
su conciencia. El fenómeno, en cuanto compra, es lo habi­
tual; pero en el caso de los artistas e intelectuales que sir­
ven a los intereses ideológicos del capitalismo, se trata de
venta de fuerza espiritual de trabajo. En ambos casos hay
plusvalía ideológica.

149
.xcl ím ou**!* m, MXfeUjftMn i v a l
A simple vista parecería lógico finalizar este trabajo con el
•capítulo titulado E l fin de las ideologías. No lo'hemos hecho
así, porque el ordenamiento de la obra tiene una coherencia
que habría sido rota de haber seguido ese camino. Los que
profetizaban que la era de las ideologías había llegado a su
fin, no fueron capaces de enseñar otra cosa, más que las evi­
dencias de sus propios ropajes ideológicos.
Hemos preferido concluir esta investigación con el tema
“la ideología en el socialismo real”, porque creemos que
corresponde a una problemática insoslayable, que cada día
cobra mayor actualidad y que sin duda requiere uná reflexión
seria y sistemática.
¿Cuál es el carácter de las formaciones supraestructura-
les en las sociedades poscapitalistas? ¿Cuál es- la función que
cumple la ideología en ese tipo de sociedades? Ya habíamos
analizado en un capítulo anterior * el proceso de formación
de la ideología marxista leninista, tratando de marcar la pro­
fundidad de los cambios que se habían operado en tomo al
concepto, desde los avances logrados por Maix-Engels hasta
la conformación del leninismo como doctrina. En esa opor­
tunidad nos ocupábamos de registrar la influencia que los su­
cesos económicos,' sociales y políticos, habían ejercido sobre
la incipiente teoría de las ideologías, desde la muerte de los
creadores del marxismo hasta el advenimiento de la revolu­
ción rusa. Ahora bien, si en el transcurso de las dos décadas
que van de la muerte de Engels en 1895 al octubre rojo de
1917 se produjeron cambios sustanciales en la conceptualiza-
ción del proceso ideológico, ¿cómo no atreverse a suponer que
después de más de sesenta años de revolución, la magnitud
de las transformaciones ocurridas también sean considerables?
Es indudable que desde la muerte de Lenin en 1923, han
ocurrido alteraciones sociales más amplias y profundas, que
las que mediaron en su momento entre Marx y Lenin. De
acuerdo con esto .—y con el más estrecho apego al pensa­
miento ' de Marx— ¿no resultaría evidente que la transfor­
mación práctica del mundo que arrañca de la obra de Lenin
* La ideolologúz en los textos, tomo i, cap. m.

153
fuera capaz de rebasar los límites de su propia teoría e in­
cluso en algunos tópicos la rompiese violentamente? ¿Qué
otra cosa podría mostrar con mayor énfasis su fuerza crea­
tiva —que ha marcado al historia— sino este resultado, que
es por lo demás tan característico de la gloria póstuma de
todos los grandes transformadores?” 1
Desde 1917 la historia de la humanidad ha sido testigo
del nacimiento de un mundo nuevo cuyas características es­
capan' a las tradicionales definiciones de socialismo o comu­
nismo marcadas —con el paso de los años— por la impronta
de la ambigüedad y Ja polivalencia. Como bien apunta Pet-
koff: “la palabra comunismo cubre al movinúento y a los
partidos de ese nombre, incluyendo a partidos comunistas
que gobiernan en países que, a su vez, se dicen socialistas.
Por su parte, el término socialismo, que supuestamente define
al. sistema existente en países como URSS, China, Yugosla­
via o Cuba, también connota a un país como Suecia”. No
obstante la ^ bigüedad en las definiciones, la existencia de
un campo socialista con características propias que en su con­
junto. mantiene importantes diferencias con el mundo capi­
talista es una verdad que nadie pensaría desconocer.
Por otra parte, la construcción de la nueva sociedad ha
seguido un camino no exento de contradicciones graves, las
cuales ímn llegado a ser tan insalvables que hay quienes cues­
tionan la validez completa de la experiencia. A juicio de
Rudolf Bahro, “El proceso revolucionario iniciado en 1917
ha originado un orden social completamente distinto * del
esperado por sus pioneros. Se trata de algo sabido por todos
aquellos que viven bajo ese orden. Si hubiera que recurrir a
las viejas categorías marxistas para describir nuestra situa­
ción, bien podría decirse que ella tiene que ver desde hace
mucho con la hipocresía deliberada, con la consciente pro­
ducción de falsa conciencia.” 5
Bahro termina con la tradicional distinción entre •socia-12*

1 Rudolf Bahro, La alternativa (contribución a la crítica del so­


cialismo realmente existente), Madrid, Editorial Alianza-Materiales,
1980, p. 9.
* Cursivas del original. . .
2 Rudolf Bahro, Por un comunismo democrático, Barcelona, Edi­
torial Fontam^a, 1981, p. 22.

154'
lismo y comunismo, que sin duda tenía sus raíces en los bre­
vísimos textos en los que Marx hace alusión al problema de
la sociedad comunista. Efectivamente, M^ ^ trata del socia­
lismo en la Critica del Programa de Gotha, señalando que
éste constituye una primera fase en la construcción de la
futura sociedad comunista, pero lo hace de manera sumaria
y sin ninguna intención de agotar el tema. Como apunta
Marcuse —quien consideraba la obra. de Rudolf Bahro como
la contribución a la teoría y a la crítica marxistas más im­
portantes de los últimos decenios—, para Bahro el socialismo
es comurusmo desde un comienzo; y a la. inversa. La esencia
y el fin de la sociedad socialista, es decir, ■el "individuo inte­
gral”, los progresos del reino de la libertad sobre el reino de
la necesidad, deben y pueden constituir de inmediato la tarea
y el hilo conductor-de una política y de una estrategia comu­
nista radical. . . .
. En esa misma línea de pensamiento ^ Ag:t¡.es Heller combate
a las concepciones economicistas que ven en el ^enunismo
sólo' un nuevo orden económico y político — o “a las concep­
ciones- escatológicas transcendentales que presentan el comu­
nismo como un secularizado y seráfico. reino. de la resurrec­
ción que ac^ di sfruten nuestros - descendientes dentro de
muchos siglos,, o incluso como la meta a la que se tiende sin
alcanzarla jamáS, al modo del conejo que persigue el ham,
briento galgo’’.’ Para Heller la' revolución no debe afectar
solamente a la base social, sino también y muy especialmente
a las fonnas y contenidos de la vida cotidiana, vale decir
‘ccrevreiurión de las relaciones entre los sexos, entre padres e
hijos, revolución del. trabajo. y de su contraposición el ocio,
revolución de las formas generales de existencia comunitaria;
creación, en definitiva de nueva cultwa en la que el
hombre sea ya para siempre un fin para otro hombre. Comu­
nismo, pues, es abolición positiva de Ja propiedad. privada,
esto es, desarrollo ilimitado de las capacidades esenciales de
los hombres (reino de los fines, de la libertad) y, por consi­
guiente, un estado que. comiste en el proceso de abolición de
la alienación, tanto de la escisión de la esencia y existencia3

3 Eric Pera. Nadal, y Gerard Vilar, La repolución de la vída


cotidiana (cambiar. el mundo es cambiar .la vida), Barcelona, Edi­
torial Materialea, 1979, p. 29. ■

155
humana como de la escisión entre el género y el individuo.
-La revolución es un hecho y un proceso total ■que afecta a
todos los órdenes de la existencia h^ umana hasta los más ín­
timos y privados”.4
A juicio de los autores que hemos seleccionado para este
capítulo y de una importante corriente intelectual crítica que
engloba tanto a representantes del mundo occidental (Cor-
nelius Castoriadis, Paul Mattich, • Claude Lefort, Rossana
Rossanda, Lucio Magri, K. S. Karol, etc.), como a destaca­
dos miembros de la mtelligentsia de los países del Este (Leo-
nidas Pliutch, Agnes Heller, Leskec Kolakow8ki, Rudolf Bahro,
Wolfang Harich, Gyorgy Markus, Mihaly Vajda, etc.), ya
no es posible seguir sosteniendo la teoría de la desviación del
socialismo. Las hipótesis que intentaban comprender la socie­
dad surgida de la revolución, como producto de “deforma­
ciones” en el proceso mismo, o como resultado de traiciones
de parte de las vanguardias, han terminado por transformar­
se en simple ideología. Es imposible seguir manteniendo vviva
la esperanza de una transformación' política que surja como
iniciativa de la propia maquinaria burocrática que dirige y
controla el estado. “Si se reduce el drama histórico a un ^ o -
blema de mala realización se arranca ya de unos supuestos
irreales y se lleva directamente al error al pensamiento teó-
rico-político. Cierto: se puéde contrastar la práctica del socia­
lismo real con la teoría clásica, y se puede proceder así con
la intención de preservar frente a ella la substancia de las
ideas socialistas. Pero hay que explicad esa práctica a partir
de su propia legaliformidad. • Pues ella nada tiene que ver
con algo conscientemente producido o permitido por alguna
debilidad. Ella tiene unos ■fundamentos completamente dis­
tintos de los originalmente imaginados. Por eso no requiere
justificación, apología o embellecimiento alguno, sino más
bien descripción y veraces.” 8
Con el ánimo de romper la idea —tan fácilmente acep­
tada —de que por haber sido^ realizadas en nombre del pen­
samiento de M am, las revoluciones socialistas han creado paí­
ses socialistas o si se quiere países comunistas, Bahro decidió•
• Eric Pérez Nada!, y Gerard Vilar, op. cit., p. 19.
5 Rudolf 'Bahro, Por un •comunismo democrático, Barcelona, Edi­
torial Fontamara, 1981, p. 25. '

156
acuñar el término socialismo realmente existente para desig­
nar a las formaciones sociales poscapitaJista.s.
En opinión de Rudolf Bahro, “quienes más debían valorar
su distanciamiento del empleo acrítico del concepto socialis­
mo, deberían ser todos aquellos interesados en realizar una
auténtica revolución socialista-comunista en el sentido origi­
nario de Marx. Porque debe quedar claro: la idea de revo­
lución que impregnaba el universo marciano nunca se limitó
a una revolución meramente económica, sino que más bien
estaba orientada hacia la creación de una civilización distinta
que sentara las bases de una emancipación humana de ca­
rácter universal. En ese sentido, los valores fundamentales
que la sociedad comunista debía desarrollar eran para Marx:
el crecimiento infinito de la riqueza material y espiritual de
la sociedad, la posibilidad de su apropiación por parte de to­
dos los individuos, la superación de la división social del
trabajo —junto a l a superación de la división del trabajo
físico y espiritual y de todas las relaciones de subordinación
y sobreordenación—, el dominio de la humanidad sobre su
propio proceso social de vida, el desarrollo universal de las
capacidades creadoras de todos los hombres; en síntesis: una
sociedad dinámica sin alienación”.6 '
A diferencia de los objetivos fundamentales que se pro­
ponía la transformación socialista, el socialismo realmente
existente se caracteriza por:
1. Persistencia del trabajó asalariado, producción de mer­
cancías y dinero;
2. Racionalización de la antigua división social del tra­
bajo;
3. Cultivo de las desigualdades sociales más allá del espec­
tro de los ingresos económicos;
4. Existencia de corporaciones oficiales para el ordena­
miento y el tutelaje de la población; ■
5. Liquidación de las libertades conquistadas por las ma­
sas durante la revolución burguesa;
6. Existencia de funcionarios de carrera, un ejército y una
policía que enfrentan responsabilidades sólo ante una supe­
rioridad jerárquica;
0 Agnes Hellcr, Movimiento radical y utopía radical, Barcelona,
Editorial Materiales, 1979, p. 29.

157
7. La duplicación de la despro^Mcionada máquina esta­
tal en un aparato de estado y partido;
8. Su aislamiento dentro de las fronteras estatales.
El analizar cada uno de los puntos propuestos por Balan
para caracterizar el socialismo realmente existente, escapa a
las limitaciones de este prólogo. M al podríamos analizar aquí
una cuestión tan polémica. No obstante, nos hemos preocu­
parlo de elegir un texto del -autor en el cual estas inquietu­
des están ampliamente d^ rrollaadas.
Como nos interesa centramos en el problema de la ideo­
logía, retomamos entonces la pregunta inicial: ¿cuál es la
fund ón que cumple la ideología en las sociedades poscapi­
talistas? No olvidemos que “en toda sociedad de clases la
ideología es una representación de lo real, pero necesaria­
mente falseada,* dado que es necesariamente orientada y
tendenciosa; y es tendenciosa porque su fin no es el dar a
los hombres el conocimiento objetivo * del siste^^. social cii
que viven, sino por el contrario ofrrcerles una representación
mistificada de este . sistema social, para mantenerlos en su
lugar en el sistema de . explotación de clase”.7 Cuando el
Althusser del mayo francés se preocupaba de definir el ca­
rácter de la ideología, tenia mucho cuidado de advertir que
en una sociedad sin clases el problema sería por completo
diferente. Allí deberíamos' —proponía Althusser— resolver la
cuestión demostrando que la deformación de la ideología es
socialmente necesaria' en función misma de la naturaleza del
todo social, muy precisamente en función de su determina­
ción por la estructura, a la que hace, como todo social, opaca
para los individuos que ocupan en él un lugar determinado
por la estructura. Pero la sociedad sin clases, se parece mu­
cho a la linea del horizonte, de la cual uno se aleja paula­
tinamente a medida que se va acercando. Es un hecho qui­
las sociedades del socialismo real presentan un carácter de
clase con marcadas diferencias jerárquicas. La jerarquía en
este caso se caracteriza por una organizaci6n gradual y seg­
mentada de las relaciones de dominio y explotación, una rle
cuyas resultantes es necesariamente la jerarquía de salarios.
* Cursivas del original.
' Louis Althusser, La filosofía como arma de la revolución, Cór­
doba, Argentina, Cuadernos de Pasado y Presente, 1974, p. 53.

158
Claude Lefort es meridionalmente claro, cuando señala
que la definición del discurso ideológico en las sociedades de
clase es perfectamente aplicable al mundo del socialismo real:
"En cierto sentido, la definición del discurso ideológico, como
discurso de clase engañoso se aplica rigurosamente al régimen
Soviético. La burocracia oculta su situación dominante, inclu­
so con mayor eficacia que la burguesía, puesto que no aparece
como una clase, ya que tras la fachada de la dictadura del
proletariado, como tras la de la colectivización de los medios
de producción, disimula su función política y su función eco­
nómica.” * La propia colectivización de los medios de produc­
ción, que ha sido esgrimida como una de las conquistas fun­
damentales frente al capitalismo, ha sido cumplida mucho
mmás como estatización que como proceso de socialización de
los mismos. La abolición de la propiedad privada de los me­
dios de producción, por de pronto, no ha significado en abso­
luto su transformación en propiedad popular. Antes bien —nos
advierte Bahro— “la sociedad en su conjunto se encuentra
frente a su máquina estatal, privada de cualquier propiedad.
La disposición monopolista sobre el aparato productivo, so­
bre la parte del león del plusproducto, sobre las proporcio­
nes del proceso de reproducción, sobre la distribución y el
consumo, ha conducido a un mecanismo burocrático que
tiende a m atar cualquier iniciativa subjetiva o a privatizarla.
La envejecida organización política de la nueva sociedad, que
incide en profundidad en el proceso económico, decapita a
lus fuerzas sociales motrices”.®
En la conformación de este orden de cosas la ideología
cumple un papel fundamental. Su función como pilar básico
del orden jerárquico, su influencia en los mecanismos de
diferenciación de las capas sociales, basado en la subordina­
ción de los hombres de acuerdo con los distintos niveles fun­
cionales del trabajo, han transfo^ ado a la ideología en un
instrumento de dominación al igual que en las formaciones
sociales precedentes.
Tomando en cuenta estas consideraciones, Bahro se niega
a insistir en las denominaciones socialista o comunista para

a Claude Lefort, Un hombre que sobra (reflexiones sobre el ar-


thipiélago Gulag), Barcelona, Editorial Tusquets, 1980, p. 175.
o Rudoíf Bahro, La alternativa. . ., op. cit., p. 11.

159
hacer referencia a las sociedades poscapitalistas. “Llamar al
nuevo orden social, o a su sobreestructura, socialista o comu­
nista, constituiría un malentendido monstruoso. Jamás ha
sido, ni en sus comienzos, un sistema de igualdad y libertad
reales. No puede serlo nunca. Reproduce de modo legalifor-
me y constante las barreras que obstaculizan el libre desa­
rrollo de la subjetividad autoconsciente y el camino de la
autonomía individual. D a cuerpo a todas las condiciones es­
tructurales de la subalternidad individual. Tal es su dilema
regular, pues la subalternidad, esto es, la mentalidad y el
comportamiento de la ‘gente menuda’ dependiente y aliena­
da respecto de la globalidad, no puede ser superada en el
marco de esta estructura, sino sólo a través de la disolución
de ella.” 10
Pero ¿de dónde provendrán las fuerzas sociales capaces de
orientar las sociedades poscapitalistas hacia un auténtico so­
cialismo, meta que Bahro no olvida en ningún momento?
La alternativa de cambio social propuesta por Bahro se orienta
hacia una. profunda revolución cultural que tenga como base
el desarrollo de la “conciencia excedente”, es decir el aumen­
to siempre creciente de la cantidad de energía social, no
sujeta ya al trabajo necesario y al saber jerárquico. Por con­
traposición a la “conciencia absorbida”, es decir, aquellas for­
mas de conciencia que se orientan a la liberación de energía
psicosocial empleada en funciones jerárquicas y de dirección
por un lado, y en las actividades rutinarias del proceso de
producción por otro; la conciencia excedente esto es la capa­
cidad psíquica libre, ya no absorbida por la lucha por la vida,
debe y puede transformarse en práctica revolucionaria.
Pero si el peso de la ideología es omniabarcante en los
países del socialismo real, ¿dónde encontrar la base social
para el cambio . revolucionario? Al concebir la idea de un
excedente de conciencia dotado de fuerza y capacidad trans­
formadora revolucionaria, es preciso entender que éste tiene
su base material en el modo de producción científico-tecno­
lógico y su base social en ese estadio estará conformada en
las capas intelectualizadas del trabajador colectivo. Por otra
parte, este excedente de conciencia se encuentra tambiéii,

i0 Rudolf Bahro, Por un comunismo democrático, op. cit., p. 7Y

160
aunque petrificado e inactivo, en todas las capais de la po­
blación asalariada, se manifiesta en el sentimiento difuso de
quelas cosas pueden cambiarse, de que existe una alternativa.
Rudolf Bahro, al igual que Wolfang Harich, Agnes Heller,
Gyorgy Markus y muchos otros intelectuales revolucionarios
formados en el seno del socialismo real, proponen una alter­
nativa comunista radical que sea capaz de realizar las aspi­
raciones de Marx cuando decía:
“En la fase superior de la sociedad comunista, cuando
haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los in­
dividuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición
entre el trabajo intelectual y el trabaj’o manual; cuando el
trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera
necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos
en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas producti­
vas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza
colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totahnente el estrecho
horizonte del derecho burgués, y 1a sociedad podrá escribir
en su bandera de cada cual, según su CAPACIDAD; a c\90J,\
CUAL, SEGÚN sus NECESIDADES." 11

Karl Marx, Crítica del programa de Gotha, en Obras com-


.lrtas.
RUDOLF BAHRO

Intelectual alemán, residente hasta 1979 en la República


Democrática Alemana. En 1977 presenta su tesis de doctorado
en la Universidad de Leuna-Merseburft (RDA), la cual es re­
chazada por problemas políticos. Con motivo de la publica­
ción de los resultados de sus investigaciones, Rudolf Bahro
fue detenido por la policía de Seguridad del estado y acu­
sado de "espionaje". Fue juzgado en el mes de julio de 1978
y condenado a ocho años de prisión. La aceptación de su
tesis en la Repiíblica Federal Alemana, la publicación poste­
rior del escrito con el nombre de La alternativa (contribución
a la crítica del socialismo realmente existente), dan a cono­
cer el nombre de Bahro- en Europa y los Estados Unidos.
■ La realización de una intensa campaña de solidaridad in­
ternacional permite a Bahro acogerse a una amnistía procla­
mada en la República Democrática Alemana con motivo de
la celebración del aniversario de su fundación. Emigra
a la República Federal Alemana y comienza a realizar tareas
de investigación en la Universidad de Bremen y en la Uni­
versidad Libre de Berlín.
La Alternativa ha provocado agudas polémicas en los cen­
tros intelectuales. A juicio de Marcuse, se trata de la mayor
contribución a la teoría y a la crítica marxistas de los últi­
mos veinte años.

CONTRWUCIÓN A LA CRÍTICA DEI. SOCIALISMO REAL *

I •

Quiero empezar discutiendo el punto de partida y el pro­


pósito de mi libro. ** Su título originario —acaso algo pasa­

'* Rudolf Bahro, Por un comunismo democrático, Barcelona, Edi­


torial Fontamara, 1981, pp. 21-48.
Rudolf Bahro se refiere a Die Altcrnative, libro publicado en

162
do de moda— era Contribución a la crítica del socialismo
real, aunque este rótulo se ha convertido al final en subtítulo.
Con él se intenta evocar deliberadamente el celebrado aná­
lisis marciano de las formaciones sodales, señaladamente el
estudio preliminar de El Capital titulado Contribución a la
crítica de la economía política ( 1859). Durante diez años he
dedicado todo mi tiempo libre al análisis del socialismo real
como formación social específica. El presente resultado del
cual está lejos del grado de completud alcanzado por Marx
en su crítica de la sociedad burguesa. Pero el texto será de.
utilidad a la opinión pública, y evidentemente no sólo a la
opinión pública occidental, sino también a Ja europeo-orien­
tal, a la opinión pública de la ^ RDA, a pesar de las. dificul­
tades que aquí se pongan para su difusión. Por lo demás, me
resolví ya de entrada a fir^ r con mi nombre. Un desafío
directo —tal es el objetivo de este libro—^ exige dar la cara,
y no sólo por motivos morales, sino también políticos.

Una alternativa comunista radical


El proceso revolucionario iniciado en 1917 ha originado
un orden social completamente distinto del esperado por sus
pioneros. Se trata de algo sabido por todos aquellos que vi­
ven bajo ese nuevo orden. Si hubiera que recurrir a. las yiejas
categorías marxistas para describir nuestra situación, bien po­
dría decirse que ella ' tiene que ver desde hace mucho' con la
hipocresía deliberada, con la consciente producción de falsa
conciencia. Mi crítica del socialismo "real intenta fundamen-
mentai' úna alternativa comunista radical (esto es, que lle­
gue 'hasta las raíces económicas) la dictadura político-
burocrática que encadena nuestros procesos sociales de trabajo
y de vida. H ago propuestas programáticas para la.nueva Liga
de los Comunistas que, según mi convicción, debe ser creada
para preparar la ruptura con el socialismo “real” y el adve­
nimiento del socialismo genuino. En mi' análisis no se con­
templa la posibilidad de una perspectiva que no sea socialista,
comunista. En la medida en que tal alternativa no' afecta a
cuestiones-particulares sino a la' subversión del entero' marco
edición castellana por Editorial Materiales con el título de Por un
comunismo democrático. La alternativa [n].

163
social —esto es, a la disolución de una formación social^,
tiene que ser cuando menos delineada en toda su compleji­
dad. aunque no pueda ser completada en detalle.
El socialismo de las expectativas de M aix y de Engels, el
socialismo que sin lugar a dudas han esperado Lenin y sus
camaradas también para Rusia, llegará. Hay que luchar por
él porque es la única alternativa a una catástrofe civüizato-
ria global. Pero en ninguna parte del mundo se han hecho
hasta ahora más que los primeros tanteos en esa dirección.
(En Yugoslavia, por ejemplo, aunque apenas se encuentran
en otros países este-europeos.)
Lo que Marx entendía por socialismo y comunismo es hoy
poco familiar a los comunistas, incluso a 'los auténticos comu­
nistas. Pero resulta de toda evidencia que la sociedad sovié­
tica y, en general, las sociedades del este de Europa son in­
compatibles con la representación marxista de sus objetivos
finales. El socialismo" re!l —prescindiendo de varias conquis­
tas— se caracteriza básicamente por:
— la persistencia del trabajo asalariado, la producción de
mercancías y el dinero;
— la racionalización de la vieja división del trabajo;
— el cultivo de las desigualdades sociales mucho más allá
del espectro de los ingresos económicos;
— corporaciones oficiales para la ordenación y el tutelaje de
la población;
— la liquidación de las libertades conquistadas por las ma­
sas en la era burguesa en vez di; su preservación y reali­
zación (considérese sólo la omniabarcadora censura y' la
acentuada formalidad y fáctica irrealidad de la llamada
democracia socialista).
El sociaJismo real está además caracterizado /por:
— un equipo de funcionarios de carrera, un ejército y una
policía que sólo tienen responsabilidades de cara la supe­
rioridad ;
— la duplicación de la desproporcionada máquina estatal en
un aparato de estado y de partido;
— su aislamiento dentro. de las fronteras estatales.
Contentémonos ' de momento con este inventario desci'lp-

164
tivo. Los elementos son, por lo demás, suficientemente cono­
cidos. Menos conocida es, en cambio, su íntima, genéticamente
condicionada conexión. Pero nos ocuparemos luego de ello.
En los países más desarrollados, particularmente, un sis­
tema. de tales características no lleva a las masas por el ca­
mino de su libertad. Las lleva más bien a una dependencia
distinta de lo. antigua dependencia respecto del capital. Las
relaciones de extrañamiento y subalterhidad han cobrado
simplemente otra apariencia; pero perviven en una nueva
etapa. Y en la medida en que muchas conquistas positivas
logradas en épocas anteriores han sido perdidas por el cami­
no, 1a nueva dependencia se ha hecho en varios respectos más
opresiva que la vieja. En su actual constitución, el presente
orden no puede esperar fundadamente ganar para sí la
aquiescencia de los hombres. Dada la absoluta concentración
del poder social se hace aún más visible y más general la
completa irrelevancia del individuo que en el' juego de acci­
dentes y probabilidades de la tornasolada superficie del pro­
ceso de reproducción capitalista.
El- coloso llamado entre nosotros “Partido-y-Gobierno”,
que evidentemente incluye a los sindicatos, etc., “representa”
la libre asociación a la que aspiraban los clásicos de las ideas
socialistas igual que el Estado representaba en los estadios
tempranos de las civilizaciones —especialmente en las más
antiguas— a la sociedad. Contamos con una máquina estatal
como aquella que Marx y Engels querían destruir' con la
Revolución proletaria para no dejarla emerger de nuevo de
ninguna forma y bajo ningún pretexto. Esto aparece de ma­
nera irrebatible en sus escritos sobre la Comuna de París. El
Estado es contemplado por ellos —y se trata en lo que sigue
de expresiones originales suyas— como una excrecencia para­
sitaria, un monstruo, una boa constrictor que- envuelve opresi­
vamente a la vida social, un aborto sobrenatural, una horren­
da maquinaria de dominación social. Todo eso y más. En la
Ideología alemana (1845-1846) se dice ya que: “Los prole­
tarios deben destruir el Estado para realizar su personalidad.”
En sus escritos sobre la Comuna Marx anticipó lo que
para nosotros es hoy lección de cada día: “Todo interés ais­
lado restringido, surgido de las relaciones entre los grupos
sociales... [se] separa por sí mismo de la ■sociedad... opo-

165
niéndosele.. . en forma de interés estatal administrado por
sacerdotes del Estado con funciones jerárquicas perfectamente
determinadas.” Jamás habían imaginado los clásicos un socia­
lismo de este estilo. En. Yugoslavia, país en el que la Liga de
los Comunistas no acaba de reconciliarse con este fenómeno,
han acuñado el galicismo “estatismo” para referirse al prin­
cipio básico de. la' dictadura burocrático-centralista.

Una definición de las sociedades poscapitalistas


No es posible seguir usando el concepto de “socialismo”
para llamar por su nombre a las relaciones existentes. Por
otro lado, el concepto de estatismo, si bien no deja de ser
adecuado para captar un determinado aspecto, me parece
demasiado estrecho. Por eso he titubeado bastante en la elec­
ción del rótulo. La descripción que de sí mismo da. el actual
sistema como “socialismo real”, reluctantemente reproducida
aquí, admite por. lo‘ menos que hay una diferencia entre lo
que la tradición socialista ha manifiestamente sostenido y Ja
realidad de la nueva sociedad. De modo que al final he acep­
tado la . fórmula, abando^ nando las comillas, con la intención
de trabajar en- esa diferencia de la manera más inequívoca
posible.
Eso no. representa de ningún modo sma carga de partida
para cualesquiera principios sagrados. El único propósito de
la polémica ■es desmantelar las falsas apariencias. Estoy fir-
. memente convencido de que, hoy, abandonar todas las teo­
rías de la “deformación”, abandonar la vieja .sublevación
■frente al socialismo deformado, “traicionado”, es una nece­
sidad de la máxima urgencia para los revolucionarios marxis-
tas. Si se reduce el drama histórico a un problema de mala
realización, se arranca ya.de unos supuestos irreales y se lleva
directamente al error al pensamiento teórico-político. Cierto:
se puede contrastar la práctica del socialismo real con la teo­
ría clásica, y se puede proceder así con la intención de pre­
servar frente a ella la substancia de las ideas socialistas.
Pero hay que explicar esa práctica a partir de su propia
legaliformidad. Pues ella nada tiene que ver con algo cons­
cientemente producido o “permitido" por alguna debilidad.
Ella tiene unos fundamentos completamente distintos de los
originariamente imaginados. Por eso no requiere justificación,
apología o embellecimiento algunos, sino más bien descrip­
ción y ■análisis veraces. ■ ,
Quisiera caracterizar brevemente la posición básica por
la que me he guiado en este asunto. Es incontestable que. !a
revolución ha representado por lo general, para los pueblos
en ella envueltos, un progreso considerable, tanto material­
mente como en términos de cultura de masas. En muchos
casos ha conservado o reestablecido su existencia nacional y
su especifico carácter frente a la influencia disolvente y des­
tructiva ■del industrialismo capitalista. Se puede decir con
certeza que este proceso, que se continúa actualmente en
Africa y en A sia,allí donde resulta más adecuado, corres­
ponde a una necesidad histórica. Pero los comunistas han de
saber' que' el proceso en el que están participando no tícne
una perspectiva socialista, comunista, ninguna perspectiva cfo
emancipación general. El nuevo orden debería llamarse fjro-
tosocialista, esto es, socialismo en estado larvado, preparación
del socialismo, pero en el mismo sentido; si bien con distintos
acentos, en el que el capitalismo tardío se concibe' desde hace
tiempo como protosocialista, corno socialismo en estado lar­
vado, como preparación del socialiSIo. Y' en la medida en
que los comunistas ejercen en esas sociedades su influencia
en favor del poder establecido, en vez de luchar por 1a supe­
ración del estado actual de cosas, -deben saber que están' par­
ticipando de un nuevo ' y distinto. dominio, de los hombres
sobre los hombres, de un nuevo sistema. de^ opresión y de
explotación; sí, también de explotación. El funcionario so­
cialista real, el superior, el nachalnik, y no sólo los dignata­
rios político-burocráticos de cúspide, sino el mero funcionario
del Partido, del Estado y de la economía, representa el.más
moderno tipo de señor. Yo mismo he desempeñado y he ex­
perimentado este papel durante años.
El aparato de dominio establecido se identifica, aparen­
temente avalado por la Historia, con la idea nianista, con
les ideales de la. Comuna. Con ello ha convertido las viejas
esperanzas socialistas en objeto de ludibrio de las masas. Des­
de el Elba hasta el Amur alimenta diariamente la nostal­
gia de la restauración de cualesquiera condiciones pasadas.
Es característico de la rápida decadencia ideológica de los

167
países del esti;: de Europa el hecho de que, desde la opera­
ción policiaca de 1a invasión militar de Checoslovaquia en
agosto de 1968, la mayor parte de los elementos de oposición
se encontraran conjuntados por vez primera sobre la base de
reivindicaciones puramente democrático-liberales, de campadas
en favor de los derechos humanos, sobre la base,. esto es, de
una posición tan amplia como chata, tan constructiva como
vacía. Las violaciones justificadamente denunciadas sólo pue­
den desaparecer con la entera sobreestructura política que
tiene necesidad de ellas. No deja de ser una desgracia —en
la que el presente régimen ha swnido a nuestra entera socie-
fo d— el que el sector más destacado de la oposición interna
busque la ayuda y el consejo del presidente de los Estados
Unidos. Derechos humanos y democracia política — ¡de ver­
dad!—. Lo que está faltando en los países del este europeo,
y en primer lugar en la Unión Soviética, es una lucha orga­
nizada, a largo plazo, por . un marco político completa­
mente distinto. Esta lucha ha de ser preparada fundamental­
mente y ante todo por un amplio movimiento de ilustración
que ayude a .comprender el contexto del que surgieron las
presentes condiciones, y la lógica internade éstas, como con­
dición ineludible de su superación.
Falta, por el momento, aquella comprensión para el mo­
vimiento histórico global que Marx y Engels alcanzaron en
su tiempo. Una de las causas principales de ello radica en
la subyugante experiencia de la Revolución rusa y en sus con­
secuencias. También irritante pérdida de perspectiva his­
tórica —y no sólo la amenazante opresión— explica la difu­
sión de concepciones pesimistas y derrotistas, incluso entre
hombres que serían de por sí espléndidos candidatos poten­
ciales para una oposición revolucionaria, comunista. Los co­
munistas deben convencerse de que. son los herederos de la
teoría y del método científico-sociales más desarrollados co­
nocidos y contrastados hasta la fecha. Eso basta ya para
suponer razonablemente que esta teoría y ese método consti­
tuyen un instrumento ádecuado para descubrir el punto de
partida alternativo a y en la actual realidad.

168
Por un.a revolución cultural
■ El socialismo significa, ante todo, promesa de creación de
una civilización distinta, superior, para resolver. los proble­
mas básicos de la Humanidad de un modo que satisfaga y
libere a la vez al individuo. En los albores del movimiento
se hablaba de emancipación humana universal, y no sólo de
ese moderado y estéril bienestar con el que intentamos sobre­
pujar al capitalismo tardío. .Así, los comunistas parecen ha­
ber llegado al poder para continuar la vieja civilización sobre
la base de un ritmo más acelerado. En un sentido omniabar-
cador, .esto es,. no meramente político, sino cultural, bien
puede decirse que los países de socialismo real están, de al­
guna manera, “prosiguiendo compulsivamente el camino ca­
pitalista”. En lo que hace al modo humano de vida, a pro­
blemas existenciales' de los individuos, lallam ada construcción
socialista, manifiestamente reactiva en su comportanúento, es
-poco autónoma, poco distinta, precisamente en su calidad de
vía no capitalista.
En la concurrencia por la elevación del nivel de produc­
ción de mercancías y de productividad adquirimos brutal­
mente todos los males que a toda costa habíamos querido
evitar. Ni siquiera es públicamente sostenible .el que la diná­
mica de crecimiento típicamente capitalista, determinada por
nuestro plan, es imparable económica, política y psicológica­
mente en un período histórico relativamente corto. La con­
ciencia de los hombres es sistemáticamente provincializada y
unilateralmente arrojada a- las necesidades privadas, • todo lo
cual en un momento en el que la movilización de la razón
y del buen sentido es de la mayor urgencia. Los problemas
del medio ambiente y de los recursos son el resultado de no
más de doscientos años de progreso industrial emprendido
por una pequeña fracción de la Humanidad. Una vez univer-
salizado, y extendido hacia el futuro, este. modelo es la vía
más segura hacia la catástrofe. El ritmo de cambio del mun­
do es más un motivo de desánimo que de entusiasmo en tanto
el proceso global siga un curso espontáneo, no consciente­
mente querido por nadie. Y el proceso económico en los paí­
ses de socialismo real participa de esa corriente —consciente
y deliberadamente en e! detalle, ciegamente a gran escala.
La alternativa comunista no puede limitarse ni a una lla-

169
mada a las necesidades inmediatas, • ni. a los comprensibles
resentimientos a que dan lugar las formas fenoménicas de
nuestras condiciones políticas. La disolución de la dictadura
político-burocrática está solicitada por una necesidad mucho
más profunda. Los intereses^ de poder dominantes dificultan
a la población de' nuestros países la' torna de posición pro­
gresiva respecto de problemas suscitados por la actual situa­
ción mundial. Mucha gente sospecha, a nivel individual, que
la idea de progreso ha de entenderse •de un modo bastante
distinto de como ha sido habitualmente concebida hasta ahora.
Pero sus condiciones sociales alienadas, imperantes bajo unas
instituciones de funcionamiento mecánico e irracional, les im­
piden vivir de acuerdo con una mejor comprensión de la
realidad, y por eso no les es en' absoluto posible el desarro­
llar su formación hasta colmarla.
Mi proyecto no está dirigido’ a una secla de criptocornu-
nistas, sino a todos aquellos que, independientemente de su
posición oficial y de. la imagen oficial que han arrojado hasta
el presenté, esperan una emancipación de la moderna escla­
vitud respecto de las cosas materiales y del Estado. La pers­
pectiva comunista no puede ser un monopolio partidista, y
de esta constatación hay que partir para imaginarse lo que
será la nueva Liga de los Comunistas: ningún monopolio, en
efecto, de ninguna clase definida por una estrecha visión del
mundo y de la política.' Al contrario. Como puede verse, la
dinámica de la evolución social se desplaza paulatinamente
de la expansión material al desarrollo de la subjetividad
humana, esto es , -de las grandes necesidades de tener y lucir
a una vida orientada' a la profundización del saber, del sen­
tir y del ser humanos. De ahí arranca la posibilidad de una
gran alianza de todas las fuerzas y corrientes empeñadas en
sacar a los hombres de su encarcelamiento en unas compul­
siones cósicas que ellos mismos han creado.
. Así, los comunistas deben, por ejemplo, contar en lo que
hace a esta cuestión, con las últimas evoluciones del movi­
miento cristiano. Se va generalizando la idea entre los inte­
lectuales cristianos de que el materialismo histórico de Marx
resulta un instrumento imprescindible para posibilitar una
transformación profunda de los modos de conducta. A su vez,
los marxistas captan la relevancia actual del principio ético

170
motivador contenido en el sermón de la montaña de Jesu­
cristo.
■La nueva revolución político-social que se requiere se in-
cardina en los estratos más profundos de nuestra civilización.
Hablo de una revolución cultural, en el sentido más amplio
del ténninó, de una revolución —substancialmente no vio­
lenta, dicho sea de pasada— de la entera forma de vida sub­
jetiva de las masas. Ella deberá realizarse evidentemente ■a
través de la voluntad consciente de los individuos, pasando,
también, empero, por su sensibilidad inconsciente. He aquí
su objetivo; crear el marco social necesario para el libre desa­
rrollo de cada uno,. lo cual, según el Manifieno Comunista,
constituye la condición del libre desarrollo de todos. El .éo-
munismo no puede avanzar contrastándose y probándose
a sí mismo en relación con el hombre, con su visible y per­
ceptible ascenso hacia la libertad, y esto significa también,' y
ante todo, ascenso de la más externa a la más interna liber­
tad. En este respecto, la Historia nos encara con . una . exi­
gencia ineludible. La expansión de nuestra civilización h a
llegado a un punto límite en el que la libertad interna dcl
individuo aparece como condición de supervivencia. Ella
simpl^ ente el presupuesto de ^ una renuncia colectiva racio­
nal a una expansión material continuada que es tan desa.s-
trosa objetivamente como falta de finalidades subjetivamente.
La emancipación universal se ha convertido en una necesi­
dad histórica absoluta. ■

Una industrialización no capitalista


Cuando, c()IDo acabamos^ de hacer, se proclama la l i ^ ’-
tad del individuo como una necesidad absoluta, como una
condición de supervivencia, se e t á cerca del salto a la utopía
del viejo estilo, de la última construcción ideal de la socie­
dad que verosímilmente producirá estos hombres libres. Tal
cortocircuito debe ser evitado. La alternativa sólo puede fun­
damentarse a partir de la crítica del socialismo real. A par­
tir, empero, de una crítica tal que se concentre en los actuales
obstáculos con que se enfrenta la emancipación, en las causas
de la falta de libertad, de una crítica, esto es, que los descu-

171
bra y los comprenda. Y esa comprensión s6lo puede pro­
porcionarla la Historia. . '
La primera cuestión que hay que abordar reza así: ¿cómo
ha tenido lugar el socialismo real? Para —y sobre todo
para Lenin— el socialismo debía surgir de fa superación de
la propiedad privada capitalista plenamente desarrollada.
Debía realizarse a través de la apropiación positiva de ■la
riqueza social producida bajo el capital. Y la revolución que
eso requería debía ser la acción simultánea de los pueblos
más progresados de la tierra.
.. ¿Cae la Revolución rusa en esa perspectiva? ¿Era el an­
tiguo imperio ^ ruso, que debía dar lugar a la Unión Soviética,
un país capitalista de modo, general, aunque fuera de capi­
talismo subdesarrollado? Ya en el año 1881 Marx y Engels
no consideraban a Rusia ni siquiera como un país feudal. Lo
conceptuaban como semiasiático, lo que no era- una caracteri­
zación geográfica, sino una precisa conceptu.alización de eco­
nomía política. La mera superación de la propiedad privada
cápi^ sta. no tenía para Rusia una importancia demasiado
grande, puesto que había poca propiedad privada capita­
lista y puesto que la vida económica rusa apenas comenzaba
por entonces a entrar en contacto con ella, y s6lo' en algu­
nos puntos. La tragedia de la vanguardia socialista ^ rusa ra­
dica en que tuvieron que realizar una tarea completamente
distinta de aquella a la que, bajo la influencia del modelo
europeo-occidental, se habían convocado . •La Revolución de
octubre inició un proceso totalmente diferente del que hu-
. hiera abierto la esperada revolución socialista pn Europa occi­
dental. '
El papel pionero de la Rusia de 1917, bajo la .particular:
carga de la Guerra Mundial, fue manifiestamente inducido
mucho por las contradicciones externas del imperialismo
mundial que por las "normales” contradicciones capitalistas
internas. En la medida en que el capitalismo moderno, con su
expansión tecnO-económica y con los efectos de escisión carac­
terísticos de su civilización, destruye el modo de vida tradi­
cional de todos los pueblos organizados de otra manera, les
fuerza a reformar su estructura socioeconómica y a condu­
cirla por otras vías nuevas. Allí donde tienen fuerza, y la
constelación política mundial lo pennite, ellos recobran su

172
autonomía frente al capitalismo. Ese es el fenómeno de la
via no capitalista a la sociedad industrial que yo investigo
en la primera parte de mi libro. No es casual que esa vía haya
sido emprendida con p^ alcular éxito allí donde la vanguar­
dia se ha organizado de acuerdo con los principios que Stn.lín
canonizó como m^ ^ isrno-leninismo.
Los países del este europeo en general, Checoslovaquia
y la RDA' en' particular, no constituyen naturalmente casos
característicos de esa vía no capitalista, de la que, desde 1945,
son compañeros de viaje. El socialismo real es el orden bajo
el' que los países de fomiación social precapitalista elaboran
autónomamente los presupuestos del socialismo, y es la pre­
sión de ■las fuerzas productivas resultantes del capitalismo
lo que da a ese proceso su impulso principal. En Asia y en
África, y . también en aquellos países latinoamericanos que
cuentan aún con un subproletariado indio itnportante, fue
preeminentemente demolido por el colonialismo capitalista,
lo que Marx llamó modo asiático de producción. Va de suyo
que el nuevo orden no puede dar lugar a . un período de
transición entre el capitalismo y el comunismo, ni siquiera en
el caso ideal de que logre sortear al capitalismo. Su lugar
en la Historia está determinado por el hecho de que, al igual
que el capitalismo, sitúa las fuerzas productivas en el umbrai
de su reestructuración socialista, pero de un modo completa-
• mente distinto en lo que hace a la formación social.
Esa es la razón por la que todo intento de buscar deter­
minadas analogías entre la esencia económica del sorialismn
real y el capitalismo de Estado fracasa por completo. Es in­
dudable que la centralización estatal desempeña un papel
decisivo en nuestras sociedades, y resulta evidente. que ella
no conlleva, sin embargo, la apropiación popular de las con­
diciones de producción. La estatalización —no la socializa­
ción— es, en efecto, la característica sobresaliente. Pero no
puede hablarse aquí del capitalismo de Estado más que de
graneros de faraones. Evoco precisamente el antiguo Egipto
porque el fenómeno de la vía no capitalista echa sus raíces
históricas y estructurales aquí, esto es, en el comienzo a gran
eicala de las sociedades de clase como despotismo económico.
El Estado, como un aparato corporativo es, históricamen­
te hablando, el expropiador originario de la sociedad. Y ahora

173
es la última instancia que escatima a la sociedad su propie­
dad, incluso luego de haber caldo la propiedad privada. Por
lo demás, esta tendencia se aprecia también en el capitalis­
mo tardío. Eso significa, para el orden político de los- países
no capitalistas, la transición de un despotismo estancado y
agrario- a un despotismo dinámico e industrializados En b
cúspide del aparato de Estado por él creado, el partido bol­
chevique de Lenin se convirtió en el compromisario extraor­
dinario (sin-llegar a substituirla o a ocupar su plaza) de la
clase explotadora capitalista 'expropiada, clase que no había
conseguido aún arraigar demasiado profundamente en la
semiasiática vida económica de un gigantesco país cam­
pesino.
Llamar al nuevo orden social, o a su sobreestructura, so­
cialista o comunista, constituiría un maltentendido monstruo­
so. Jamás ha sido, ni en' sus comienzos, un sistema de igual­
dad y libertad reales. Ni puede serlo nunca. Reproduce' de
modo legaliforme- y constante las barreras que obstaculizan
el libre desarrollo de la subjetividad autoconsciente y el ca­
mino de la autonomía individual. Da cuerpo a todas las con­
diciones estructurales de la subalternidad individual. Tal es
su dilema regular, pues la subalternidad, esto es, la mentali­
dad y el comportamiento' de la. “gente. menuda” dependiente
y alienada respecto de la globalidad, no puede ser. superada
en el marco de esta estructura, sino sólo a través de la di­
solución de ella. . . .

El problema. de. la subalternidad ■


. Lá entera segunda parte de mi libro responde. a la cues­
tión siguiente.: .¿Sobre •qué fundamentos '.'generales persiste en
nuestras sociedades el dominio de los hombres sobre los hom­
bres y cómo funciona nuestra estructura socioeconómica de
modo que. dé curso a este efecto sociopsicológico opresivo?
El problema. de la, subalternidad es el punto de mira de mi
concepción alternativa. Pues, desde el punto de vista práctico-
políti co de las barreras que hay que atacar, el movimiento
deemancipación universal tiene. planteada la tarea-de liqui­
dar .aquellas condiciones que; en ve;; de hombres libres, en-

174
gendran individuos subalternos, una especie de hormigas pen­
santes.
El ccncepto de subalternidad remite a una esthictura
objetiva que produce esa mentalidad masivamente y que,
además, tiene el.poder de o ^ ^ ni^ r íntimamente al hombre
libre como fonnalmente subalterno, y no de tratarlo formal­
mente como tal. Ante todo, un subalterno es un individuo
cualquiera situado por debajo de otro en lo que hace a ran­
go, y que no puede actuar independientemente o tomar de­
cisiones independientemente más allá . de una cierta esfera
de competencia definida desde arriba. Tal es la primera pie­
dra de toda jerarquía. Sin embargo, a pesar de que este
papel define la conducta social global de los individuos que
lo desempeñan, aunque su entero proceso de vida se desarro­
lla principalmente bajo el signo de varias funciones parciales
subordinadas a una totalidad incontrolable, esa subalterni­
dad no es meramente una propiedad de la función subordi­
nada, sino que se convierte en una propiedad del individuo
encargado de su ejecución. Domina la conducta subjetiva,
lo que conlleva automáticamente la incapacidad para ser
responsable de contextos más generales. Toda sociedad de
clase, toda relación de dominio, produce subalternidad. Pero,
a excepción de' la sociedad basada én el modo' asiático de
producción, ninguna' ha subalternizado a las grandes masas
de sus miembros libres de manera ni lejanamente análoga a
como lo há' hecho él" socialismo ' real. El socialismo real es
un sistema dé subalternidad —como estableció Andras Hege-
düs hace años—, y, en consecuencia, un sistema de irrespon­
sabilidad organizada.
¿A qué ' hay que atribuir este hecho? ■Para clarificar. esto
analizo en detalle: ’
— la organización jerárquica del trabajo en la sociedad in­
dustrial no capitalista, que' reproduce el despotismo fabril
a escala social global, ry sus reglas en todas las ramas de
la ..actividad social; „
— su estructura social y. el mecanismo ' de. diferenciación en
, capas sociales, que tiene que ver con la subordinación de
los hombres de acuerdo con distintos niveles funcionales
del trabajo y con competencias jerárquicas de ejecucinn;
— la marcada impotencia de -los productores' directos a los

175
que ya- no resulta aplicable el concepto de clase obrera, y
— las inhibiciones que el sistema produce en las fuerzas so­
ciales más vitales.
En la medida en que la literatura imaginativa propor­
ciona información sociológica allí donde la ciencia social
oficial encubre o calla, he docwnentado los efectos subjeti­
vos procedentes de esta situación recurriendo a la literatura
soviética de los años sesenta. Muchos libros son testimonio de
la infructuosidad de la reglamentación gubernamental, en lo
que hace al presente nivel de desarrollo de las fuerzas pro­
ductivas. Ellos denuncian las restricciones de la iniciativa y
la decadencia de la individualidad en manos del autoritaris­
mo omniabarcador. Y descubren — lo que es muy importan­
te— la formación patriarcal primitiva en las más nuevas con­
diciones de dominación. .
Los factores que acabamos de enumerar, sin embargo, '
constituyen simplemente las causas más visibles y superficia­
les del fenómeno de la subalternidad ..Se puede reconocer:
así es. Pero ¿se puede cambiar? Según todas las apariencias,
por ejemplo, la organización jerárquica del trabajo está obje­
tivamente condicionada, a su vez, por las leyes de procesa­
miento y recolección de información, sin que ello propor­
cione a nuestras sociedades altamente complejas ningún tipo
de dirección o regulación. Según las apariencias, la diferen­
ciación social refleja, más allá de la división tradicional en
clases, la diferenciación de las funciones del trabajo mismo,
etcétera. A este mvel de análisis, las exigencias de superar la
subalternidad pueden ser fácilmente rechazadas como irrea­
listas. Mucha gente, incluidos varios que se consideran mar-
xistas, caen en la vieja falacia ideológica de considerar la
subalternidad y la inferioridad de los individuos como la causa
originaria de que prevalezcan las relaciones de dominación,
en vez de ver en ellos su consecuencia.
Para hallar una conjetura adecuada a. la alternativa que-
buscamos, debemos -llevar el análisis a un nivel más profundo.
Hay que investigar la relación social de producción general
que da al socialismo real su carácter de formación social'
y que aparece como común denominador de varios factores -
que dan lugar a la subalternidad. Esa relación de producción
subyacente es la organización de toda /a sociedad sobre la

176
base de la división tradicional del trabajo. Sobre esta base
sólo puede desarrollarse una organización estatal global, lo
que, para ser más exactos, podemos llamar relaciones de
la división tradicional del trabajo con el Estado en el socia­
lismo real.

La división del trabajo


Concibiendo así las cosas, pongo el acento en la “divi­
sión tradicional del trabajo”. Con esta noción, al igual que
l\farx, no me refiero a un tipo de especialización tal como
concentración en esas u otras actividades, sino más bien a
la anteriormente mencionada subordinación de los individuos
y de su entero proceso de vida a funciones parciales espe­
cializadas. Es esa subordinación la responsable de que los in­
dividuos aparezcan tan raramente como entes sociales, y aún
y así meramente como vendedoras, chóferes, maestros, inge­
nieros, políticos, generales, etc. El dilema de la división tra­
dicional del trabajo comienza ya con las distinciones que
operan al mismo nivel de actividad, entre el cerrajero y el
albañil, el economista y el físico, puesto que la remisión a
meras competencias especializadas no da lugar a ninguna re­
lación de poder entre ellos, sino a una peculiar instancia que
está fior encima de ellos y que les abarca. Lo que, "sin embar­
go, es decisivo para la desigualdad social es la división ver­
tical del trabajo según funciones que requieren varios niveles
de destreza y conocimiento de acuerdo con varios niveles de
educación, y, no en. último lugar, de acuerdo con una pirá­
mide jerárquica de poderes de dirección.
Como la psicología ha mostrado claramente, las distin­
ciones que afectan a las capacidades humanas dependen de
las actividades ejecutadas. Quien realiza primordialmente tra­
bajos que no desarrollan su capacidad de juicio y de abs­
tracción, queda excluido de la posibilidad de participar en
• decisiones que afectan a asuntos generales. En el socialismo
real democracia significa participación del pueblo en el tra­
bajo, la planificación y el gobierno de acuerdo con su com­
petencia. La mujer de la limpieza es competencia en lo que
hace a su rodillo de fregar, y el miembro del politburó en
lo que hace a la preparación de la guerra y de la paz.
Esta división tradicional del trabajo crea la base princi-

177
pal de la subalternidad en la medida en que excluye al pue­
blo, de maneras variadas pero siempre definitiva y decisiva­
mente, de funciones omniabarcadoras y de la formación de
la voluntad general. El comportamiento subalterno surge de la
impotencia social y política..
La raíz histórica que, a pesar de varias modificaciones,
sigue actuando, es la contraposición entre el trabajo predo­
minantemente manual o ejecutor y el trabajo predominante­
mente intelectual —trabajo de ' planificación y dirección—.
“Aquellos que trabajan con las manos llevan a otros; aque­
llos que trabajan con la cabeza son llevados por otros”, en­
señaba hace ya un p ar de milenios el filósofo chino Meng
Tse. La división vertical del trabajo penetra sin necesidad de
intermediarios en el Estado.
En el despotismo económico arcaico la función del Esta­
do es idéntica a la dirección de la cooperación a gran escala
y de la vida social en su globalidad. Marx calificó en El
Capital a la vieja casta. sacerdotal egipcia como directores
de la agricultura. Es sabido que la burocracia estatal y la
teocracia orientales, con o sin un gran rey en su cúspide, no
tenían tierras ni trabajadores en calidad de propiedad priva­
da. Esa casta, “sólo” como corporación, esto es, como aparato
administrativo e ideológico de Estado, tenía el poder de dis­
poner de los excedentes del producto social y de la fuerza
de trabajo. El tipo general de relación de dominación que
allí se daba es el mismo que el que se da en el socialismo
real, y lo que está implicado aquí no es una simple analo­
gía, sino más bien una afinidad substancial en la estructura
básica de las relaciones de producción.
Eso puede maravillar de entrada, dada la gran distancia
temporal e histórica y la manifiesta diferencia de la base
técnica. Quiero, empero, recordar la conocida idea de Marx
según la cual el comunismo moderno sería una especie de
regreso al comunismo primitivo en un nivel más elevado. En
esta perspectiva, la sociedad de clases temprana y la tardía
se aproximan lógicamente en su. calidad de' período de tran­
sición; como entrada, en un caso, y como salida, en el otro,
a y de las sociedades de clase.
■ Hay que recordar también que Marx representó el desa­
rrollo de los modos de producción, y no de manera secun-

178
daría, utilizando el modelo geotectónico, esto es, como un
proceso de sobreposición de capas. La comunidad primitiva
fue para él la formación primaría. Sobre ella se depositan
formaciones sociales secundarias y terciarias. En este sentido,
las relaciones de la división tradicional del trabajo y el Es­
tado constituyen una formación secundaria. Ellos representan
la más arcaica, la más fundamental y la más general rela­
ción de producción de la sociedad de clases. Y esto persiste
como el soporte original y básico de toda opresión, de toda
alienación del individuo respecto de ' la totalidad, desde la
decadencia de la comunidad primitiva hasta nuestros propios
días.' Es sólo sobre este estrato que las sociedades de clases
específicamente desarrolladas de la formación social tercia­
ria se levantan, dominando en ellas 1a propiedad privada de
los medios de producción: esclavismo, feudalismo y capita­
lismo.

Un error crucial
Los viejos socialistas no extrajeron todas las consecuencias
de la visible deformación del capitalismo esperando que, con
su disolución, podría colmarse de golpe toda la emancipa­
ción. Bien sabían ellos que sin abolir fa división tradicional
del trabajo y el Estado no podía darse justicia social alguna,
ninguna libertad real, nada de igualdad, ni de fraternidad.
Pero no parecía haber aquí ningún- problema particular,
puesto que este . proceso tenía que ser ' sip.crónico respecto
de la abolición de la propiedad capitalista de los medios de
producción. Entretanto se ha hecho evidente que liquidar la
propiedad privada es sólo desplazar a la formación tercia­
ria, mientras que los fundamentos comunes de todas' las re­
laciones de dominación constituyen un problema que hace
época por sí. solo.
EI núcleo económico del dominio de clase, su consecuen­
cia para la posición de los individuos en la sociedad, perma­
necen inmutados: el propio plusproducto de los individuos,
comenzando por su propio plustrabajo, escapa de su control
y de su capacidad para disponer de él, y se concentra en
manos ajenas como medio del poder que se les enfrenta. La
esencia específica del socialismo real como formación social

179
es precisamente el regreso a esa esencia universal de todo
dominio de clase.
Las relaciones de la propiedad privada marginan paula­
tinamente a la fundón estatal del proceso económico. Parti­
cularmente, el Estado burgués clásico era —como el joven
Marx había dicho— sólo “Estado político”, esto es un recu­
brimiento adicional de las relaciones de producción, a fin
de cuentas superfluo económicamente. Por otra parte, en el
socialismo real el Estado recobra su originaria multilaterali-
dad en una escala ampliada. Lo que tenemos aquí es socia­
lización del proceso de reproducción y de su función direc­
tiva en la forma alienada de una estaialización universal. El
aparato de Estado no capitalista es sobreestructura adminis­
trativa. y expresión política de la división tradicional del
trabajo; aparece como el señor absoluto del trabajo de la
sociedad. Funciona igual que el “papado de la producción”
con el que Marx en su tiempo calificó al banco universal
de los saintsimonianos. Tal orden de cosas no puede por me­
nos de sugerirnos las palabras de Mefistófeles, tomadas como
lema de 1a subalternidad: “Creé a la gente de mi condición:
este todo está hecho exclusivamente a la medida de un dios.”
Por lo demás, la experiencia muestra que t^ poco en los
países capitalistas desarrollados, aunque tengan aspiraciones
socialistas, la estatalización significa sin más un progreso en
la dirección de la emancipación humana. El burocratismo
como forma política de dominio es el desafío decisivo de toda
sociedad no y también postcapitalista. ■
La propiedad estatal representa, tal como se da en forma
pura en el socialismo real, una relación de producción en­
teramente propia, particular. No sólo el analista, sino tam­
bién las masas, perciben espontáneamente el surgimiento de
una polarización determinada de 1a sociedad, que tiene que
ver con el poder de disponer del producto social. El cuerpo
de funcionarios (y a él pertenecen la entera pirámide de
dirección estatal, la superioridad militar, policiaca e ideoló­
gica, y también el fundonariado económico) es tendencial-
mente antagónico respecto de las masas. “Para el bien del
pueblo” —como el aparato no se cansa de repetir desde los
sucesos de Polonia de 1970— se decide en la cúspide de la
pirámide acerca de objetivos en los que ha de invertirse el

180
excedente. Como en la sociedad temprana, la reproducción
—constante, y, si es posible ampliada— de su monopolio se
introduce en el cálculo global del desarrollo social. Las ma­
sas no tienen acceso alguno a los puestos desde los que se
manejan los hilos. De modo que esta sociedad de socialismo
real se halla desposeída frente a su máquina estatal.
Si esto es así, entonces la próx^ ^ tarea de las fuerzas
sociales consiste evidentemente en cambiar las relaciones de
poder en el conjunto del sistema, de manera que se pueda
llegar a controlar al poder en vez de que éste lo controle
todo. Tienen que conseguir que el aparato deje de tener a
la sociedad para que la sociedad tenga al aparato. Entonces,
en vez de Plan estatal de conjunto tendremos Plan social de
conjunto, y eso sería el comienzo del autogobierno socialista.
De este análisis resulta que se requiere más que una Re­
volución política. Se necesita, esto es, una subversión de los
fundamentos económicos de las relaciones existentes, una
subversión de la división tradicional del trabajo, y, no en
último lugar, una subversión de la sistemática reproducción
de esa arcaica división a través del actual sistema educativo.
Y eso conlleva la cuestión de quién ha de ser portador de
tamaña subversión.

Potencial revolucionario y partido


El análisis del socialismo real como formación social lleva
a la necesidad de una renovada revolución, de una revolu­
ción cultural contra el dominio de la división tradicional del
trabajo y contra el dominio del Estado. La tarea, sin em­
bargo, consiste en descubrir en las presentes relaciones socia­
les la fuente del movimiento capaz de abolir las condiciones
existentes. ¿ Qué fuerzas pueden comprometerse a ello? ¿ Exis­
ten en general? Es verdad que hasta ahora no han apareci­
do de un modo clamoroso. La gran excepción la constituyó
la Checoslovaquia de 1968. Pero. volveré sobre este caso.
Por el momento me interesa tan sólo que se reconozca lo si­
guiente. En aquella época se vio perfectamente no sólo que
el potencial existía, sino que también apareció con claridad el
factor que generalmente bloquea a este potencial. Se hizo
1 visible tal factor precisamente al desaparecer al cabo de unos

181
pocos meses. Y ese factor no era otro que el papel desempe­
ñado por el partido que originariamente se cubría con un
programa emancipatorio universal, pero que representa actual­
mente el centro de toda la opresión en nuestras sociedades.
Ese partido, con su aparato, ocupa el verdadero lugar que le
correspondería de derecho a una vanguardia que luchara por
la emancipación. En el momento en que el Partido Comunista
Checoslovaco pareció que recuperaba su originaria función
emancipatoria, todas las puntas de esperanza social comenza­
ron a orientarse hacia él y a arrimarse en su tomo. .
Con ello podemos ver, a un nivel empírico, hasta qué
punto el problema, del potencial revolucionario en el socia­
lismo real está relacionado con el problema del partido.
Ambos problemas pertenecen al ámbito del análisis de las
actuales relaciones de producción. Los dos coinciden con el
aspecto más decisivo, dinámico, de esas relaciones, vista la
cosa desde una perspectiva transformadora. Por de pronto,
ambos problemas pueden ser caracterizados de manera más
precisa. En primer lugar, hay una producción masiva de excé­
dante. de conciencia por el proceso actual de reproducción
vigente en el social^ isrno real. En segundo lugar, puede ha­
blarse del papel dirigente del partido como de una realidad
sociológica. Ambos son factores constitutivos de nuestras re­
laciones de producción. El primer factor ha sido ahora reco­
nocido apenas como un dato político-económico, el segundo
ha sido sólo raramente clasificado teóricamente de una ma­
nera consecuente en la medida en que era practicado en la
dominación política. Ambos factores, para anticipar ya algo
de lo que pienso, están actualmente actuando el uno contra
el otro. Tal es el dilema en el que se _ha estancado el socia-
mo real después de un período preliminar de acumulación,
período en el que el excedente de conciencia producido era
más bien pequeño.
Si, en la investigación del sujeto del cambio, prestamos
atención a ese excedente de conciencia, si vemos. en é-l el po­
tencial, la reserva, a partir de los cuales puede ser reclutado
aquel sujeto, entonces nos apartamos de vieja costumbre
teórica que ha sido injustamente equiparada al materialismo
histórico. De ordinario, se habría echado un vistazo alrede­
dor en busca de una determinada clase o capa social dispuesta

182
a desempeñar el papel histórico que le correspondiera. La
intelectualidad, por ejemplo. Eso tendría un núcleo racional,
pero conllevaría un error de salidá. La estructura social de
la sociedad de clases tardía —de la sociedad de clases en pro­
ceso de disolución— sólo puede describirse con esas catego­
rías retroactivamente, mirando hacia atrás.
El concepto de clase obrera se ha hecho particularmente
inservible. Más allá del capitalismo, ese concepto sólo sirve al
encubrimiento y a la seudolegitimación del poder. No puede
ni hablarse de un dominio de la clase obrera, y aún menos
se podrá en el futuro. No sólo el aparato no domina para ella,
sino que domina sobre ella. Los trabajadores pueden decir al
Estado que toma su nombre poco más o menos lo que los
soldados al ejército regular. ‘
Pero la contradicción que se da entre el pueblo y los fun­
cionarios, o, mejor dicho, entre las masas y el aparato, con­
tradicción constatada por nuestro análisis, no puede funda-
damentar ninguna esperanza. Se trata aquí precisamente de
una contradicción en la que se mueve el socialismo real igual
que la sociedad burguesa clásica se mueve en la contradicción
entre capital y trabajo —sin que los ciclos resultantes la ha­
gan perecer—. Cierto: hay crisis y momentos culminantes. Pero
siempre dan lugar, por lo menos, a compromisos parciahnente
regeneradores. Como en Polonia en 1970, cuándo Edward
Gierek utilizó la siguiente fórmula para dirigirse a los tra­
bajadores: “Vosotros' trabajad bien' y nosotros gobernaremos
bien.” Con ello comienza un nuevo ciclo del dilema estable­
cido. Por su verdadera naturaleza, la contradicción entre ' la
masa y el aparato, no nos llevará más allá del actual dilema.

Un modelo inadecuado
Considerando mejor la cosa, la razón de todo ello está en
que esta contradicción capta la situación global de la socie­
dad de un modo demasiado estrecho, unilateral, a saber:
desde la perspectiva del aparato. Con relación al aparato, y
definidas desde su punto de vista, las masas representan
sobre todo la masa de la subalternidad, que es el resultado
y el reverso de la medalla de la concentración de todo co­
nocimiento oficialmente reconocido y de todo el poder de
decisión en una jerarquía burocrática. Un lado de la con­
tradicción principal, que contribuye a nuestra evolución po­
lítica, a saber, el dominio del aparato,' está en esa contra­
posición adecuada y plenamente representado.- El concepto
de aparato, como polo a atacar, es suficientemente preciso
para nuestros objetivos estratégicos. Romper su dominación
—que no es exactamente la misma cosa que aboliría— es la
tarea histórica que tenemos por delante. Pero. no son “las
masas” el sujeto que ha de cumplir esa tarea. Salvo que el
concepto de masas se extendiera del mismo modo en que
entendió en su época el concepto de proletariado al
adscribirle una misión histórico-universal. Pero yo creo que
está claro hoy en día que eso era una mistificación, aunque
no dejara de tener base y de ser fecunda. Reflejaba el papel
de 1a intelectualidad revolucionaria que, se suponía, había de
introducir la “conciencia” en lo que, considerado en sí mis­
mo, era una clase subalterna, para tomar su liderazgo. Pre­
cisamente por este camino se prefiguró el actual aparato de
dominio no poscapitalista en las organizaciones obreras pre­
revolucionarias.
La inadecuación del modelo de aparato y masas (tomadas
éstas tal como realmente son, esto es, sin misión alguna que
cumplir) deriva sobre todo de que se mueve por completo
en el ámbito de la conciencia “alienada”, absorbida por el
trabajo necesario y por su reglamentación, y de que deja
fuera de consideración a la conciencia excedente. Sin em­
bargo,. esto es introducir en la teoría el punto de vista del
aparato mismo, que no utiliza para nada ese excedente, sino
que lo teme. Llamo conciencia absorbida a la liberación de
energía psicosocial gastada en funciones jerárquicas y de direc­
ción, por un lado, y en actividades rutinarias y en el proceso
de reproducción por el otro. Con lo que tenemos una con­
traposición entre: 1) el conocimiento burocrático organiza­
do para dirigir el proceso de trabajo y de vida en general,
que se expresa políticamente en los intereses del aparato,. en
el altanero ejercicio provocador del poder, y 2) el trabajo
abstracto y alienado en la producción, en los servicios y en
la administración, que se expresa en reacciones y modos de
conducta subalternos, en la miseria de la dirección y en la
hipocresía, •en la. falta de interés y en la indiferencia resP!'!cto

184
de los asuntos públicos. En pocas palabras: se trata de las
dos caras de la misma medalla; y, en tanto esas fuerzas per­
sistan . al nivel de este modelo, tendremos una constelación
en definitiva estéril. El aparato burocrático y las masas sub­
alternas se valorizan mutuamente.

Conciencia excedente .
Pero, precisamente lo que cae fuera de esa contraposición,
esto es, la conciencia excedente, constituye el potencial deci­
sivo del cambio social. La conciencia excedente es la cre­
ciente cantidad de energía social libre no sujeta ya al tra­
bajo necesario y al saber jerárquico.
En cierta medida esta energía ha existido siempre. Cons­
tituye una característica de la especie humana el que la ener­
gía social no se consuma nunca completamente en las condi­
ciones restrictivas impuestas por el marco necesario y oficial
de la sociedad. En otros tiempos, fas religiones desempeñaban
este papel impulsor de la transcendencia de las capacidades
esenciales humanas. En tanto la sociedad produce poca cua-
lificación para una pequeña élite, el aparato absorbe la mayor
parte de la energía psíquica y de la capacidad liberadas por
la producción directa. La forma del antiguo despotismo eco­
nómico tenía que ver decisivamente con la magnitud —de
hecho, con la pequeña m a ^ itu d — de la élite . disponible,
con su cualificación y con las leyes. de su reproducción. En
aquella época, el nivel de cualificación estaba determinado
simplemente por los requisitos de la reproducción simple de
las relaciones de dominación. Y en la producción material
apenas había necesidad de trabajo intelectual.
En nuestros dúu estamos abocados a una intelectualiza-
ción radical de las fuerzas productivas subjetivas; A pesar de
- Ja carga que el. aparato representa para su desarrollo, la so­
ciedad produce una determinada medida de capacidad gene­
ral, de cualificación humana en abstracto que no pueden ser
directasnente empleadas por el aparato. De ah ilo s firmes in­
tentos del aparato de dispersar en parte el excedente no gas­
tado de conciencia en ocupaciones improductivas, en parte
de paralizarlo con el terror, y sobre tedo de distraerlo con
satisfacciones digresorias. Este último es, dicho sea de pa-

185
sada, el verdadero propósito político de la cacareada
“unidad de las políticas económica y social”.
En eí socialismo real, este excedente de conciencia gana
fuerza irruptiva adicional al enfrentarse - a las barreras que
están específicamente levantadas contra él, al enfrentarse al
celo preventivo que el monopolio burocrático del. poder es
incapaz de contener. Ese excedente pone sistemáticamente en
cuestión Ja cualidad real de la burocracia, su potencial corno
fuerza productiva, su competencia en el conocimiento social
y en toma de decisiones. El aparato se comporta en los tér­
minos de referencia de su usurpación, como si fuera repre­
sentativo de toda- la conciencia significativa. ¿A dónde- iría­
mos a parar si alguien supiera más y mejor que la burocra­
cia política? En verdad todos deben subordinar su buen sen­
tido, deben aguardar modesta y pacientemente para ver si sus
propuestas son ‘‘viables”, esto es, si pueden ser asimiladas por
la .maquinaria o no. Todo ha de ser adaptado al objetivo
final de la-estabilidad de la burocracia. Las artes y las cien­
cias han de contribuir, ante todo, a la preservación de ese
poder. Cualquier cosa que rebase :al universo oficial, y par­
ticularmente que constituya la' esencia del excedente de con­
ciencia, es bloqueada o marginada a la esfera de los asuntos
privados, convenientemente aislados unos de otros.
El trabajo alienado' y la presión del aparato determinan,
por de pronto, el que una determinada cantidad de exce­
dente de conciencia use' su tiempo libre en cómodas satis­
facciones digresorias, facilitadas tanto como es posible. Las
circunstancias limitan e impiden el desarrollo, la evolución
v la autoconfirmación' de un sinnúmero de personas desde
su más temprana juventud. Ellos se ven obligados a buscar
compensación en el consumo material, en -la diversión pasiva
y en actitudes gobernadas por el prestigio y el poder. En eso
se basan los intereses compensatorios. Este concepto es para
mí muy importante; me referiré luego a cómo la revolución
cultural debería reaccionar frente a él. Pues la substancia
propia, la más íntima tendencia de la conciencia excedente
se expresa en intereses emancípatenos, no en intereses com­
pensatorios. Los intereses emancipatorios están orientados al
desarrollo del hombre como una personalidad, a la diferen­
ciación y autorrealización de la individualidad en todas sus

186
dimensiones de actividad social. Y requieren sobre todo la
apropiación de la cultura —que es potencialmente omniabar-
cadora—, que ciertamente tiene que ver con las cosas que
se pueden usar, pero que se dirige principalmente a lo si-
gillente: a las potencialidades de la esencia humana que' están
realizadas en otros individuos, en objetos, en modos de con-
ducta,.en relaciones y también en instituciones. El objetivo
más elevado de esa apropiación es la liberación de toda limi-
tabilidad, y de toda subaltemidad del pensamiento, de la
sensibilidad y del comportamiento; es la elevación del indi­
viduo al plano de la vida comunitaria de la sociedad. "De
lo que le está deparado a la entera Humanidad quiero gozar
con lo más íntimo de mí”, dice Goethe. En su forma cons­
ciente, los intereses emancipatorios son revolucionarios, y su
programa político se convierte en la lucha por las condiciones
de Ja emancipación universal.

Los obstáculos de la revolución cultural'


Para descubrir el potencial para la revolución que se anun­
cia he intentado un análisis estructural de la conciencia social
a la que considero por entero como una realidad material,
socioeconómica. El aparato, el Estado mismo, es evidente­
mente una “sobreestructura ideológica”, y es substancialmente
conciencia alienada con la función de dominar. Toda la vida
intelectual de la sociedad es el campo de batalla de la revo­
lución cultural que se avecina —entendiendo esa •vida inte­
lectual no como un opuesto de la existencia material, sino
precisamente como el centro de gravedad de la información
y la decisión en el proceso de reproducción y en sus objeti­
vos—. Lo que está en juego es un nuevo tipo de regulación
de toda Ja vida social, y un nuevo orden para el trabajo
científico y su marco institucional.
Se sigue de ello que ■una estrategia revolucionaria ha de
asentarse sobre una relación de fuerzas totalmente específicas
en el marco de la conciencia social. En otras palabras: sobre
una relación de fuerzas en el marco del reclutamiento de cua-
lificación de toda clase, de fuerza productiva subjetiva. Ha
de asentarse sobre la estructura de la transformación y libe­
ración de la energía intelectual social.

187
.Atendiendo a estas consideraciones he distinguido las cua­
tro fracciones de conciencia social que he mencionado breve­
mente más arriba, dos de ellas correspondientes a la con­
ciencia absorbida, y otras dos al excedente de conciencia.
Por lo que hace a la conciencia absorbida, como hemos
visto, los intereses del apu n to burocrático y .las reacciones
subalternas de las masas están en oposición, en tanto que en
la conciencia excedente los intereses compensatorios están
en antagonismo con los intereses emancipatorios. Esos cuatro
factores, que surgen regular e inevitablemente de las respues­
tas que los hombres dan a las contradicciones del modo de
producción vigente en el socialismo real, constituyen el cam­
po de acción política de fuerzas características de nuestras
relaciones sociales.
El problema aquí no consiste —o consiste sólo excepcio­
nalmente— en reducir los individuos particulares a fraccio­
nes particulares de conciencia tal como la hemos definido.
En general, podemos partir del supuesto de que cada indivi­
duo participa en una medida mayor o menor de todas las
fracciones. La cuestión es simplemente qué orientación de
intereses prevalece momentáneamente en su estructura de mo­
tivaciones y, a. través de ésta, en su conducta. Esto es lo que
divide al espíritu popular. Hay hombres que están burocra-
to.ados —de manera subjetiva, o por identificación con el
aparato— que .se les puede reducir a su papel oficial. Esa
minoría es el aparato del partido en el sentido restricto del
término, el partido de la reacción político-burocrática contra
el que deben concentrarse los ataques.
Este ataque sólo puede ser llevado a cabo por intereses
emancipatorios. Entre esos dos polos se da una batalla ideo­
lógica por la influencia sobre las ¡:nasas del potencial psico-
social retenido por el trabajo necesario y por las satisfaccio­
nes compensatorias. En tanto el aparato domina, los intereses
emancipatorios, que están, por así decirlo, sociológicamente
atomizados, se ven confrontados a una tendencia de conducta
determinada de las demás fracciones de la conciencia —ten­
dencia que, bajo estas circunstancias, es predominantemente
subalterna,. puesto que el aparato suboi'c;lina a esas fracciones
de : conciencia a . través del ejercicio del poder político-—.
En la revolución cultural, empero, . cuyos presupuestos están

188
madurando, se aislará al aparato del partido, y los indivi­
duos aprenderán a comportarse integralmente precisamente a
partir de su trabajo necesario y de sus actividades libres
o diversiones. Es decir, aprenderán a comportarse de una ma­
nera orientada a la inserción inteligente en la totalidad.
Los intereses emancipatorios proporcionan la substancia
sobre la base de la cual el sujeto de las transformaciones que
se avecinan deberá articularse y organizarse. Desde un punto
de vista puramente empírico, este sujeto consiste en todos los
elementos creativos y enérgicos de todas las capas y áreas de
la sociedad, en toda la gente en cuya individualidad predo­
minen los intereses emancipatorios, o desempeñen el papel
principal en lo que hace a la influencia sobre su conducta.
Tarea de un verdadero Partido Comunista en el socialismo
real es formar esta fuerza, dotarla de la organización política
convergente que necesita para luchar contra el aparato de
dominio y para mantener la propia identidad frente a todas
las influencias de una conducta meramente subalterna y com­
pensatoria.
Los partidos dominantes en el socialismo real no consti­
tuyen evidentemente base de partida alguna para esta tarea.
Su “papel dirigente” tiene un contenido completamente dis­
tinto, cada vez más represivo. Se han vendido completamente
a los intereses del aparato. Más aún: constituyen su cúspide
militante. Son los celosos guardianes de la autoridad estatal.
Por eso dejan el espacio libre para una nueva Liga de los
Comunistas que ofrezca soporte solidario a las necesidades
emancipatorias y garantice una autoridad política y moral­
mente ' más elevada que la de cualquier aparato. El movi­
miento comunista debe ser creado de nuevo, y ha de ser un
movimiento que inscriba de nuevo bien claramente en sus
banderas la emancipación humana y que transforme la vida
humana sobre esta base.

189
CLil.UDE LEFORT

Intelectual francés, profesor de sociología de la Facultad


de Caen, Francia. Fue un asiduo colaborador de la revista
Les Temps Modernes, hasta que una violenta polémica con
Sartre, sobre la naturaleza del PC francés, le hizo abando­
nar la publicación. Junto con Cornelius Castoriadis fue fun­
dador y uno de los principales animadores del grupo y la
revista Socialisme ou Barbarie.
Es autor de muchos artículos sobre problemas de socio­
logía y filosofía política; ha publicado también numerosos
ensayos entre los que se puede mencionar: Sociétés sans his-
toire et historicité (1952); La alienación'como concepto socio­
lógico (1965); Réflexions sociologiques sur Machiavel et
Marx: la politigue et le réel (1960); La politique et la pen-
sée de la politique (1962); Mayo 68: la brecha (1968); Ele­
mentos para una crítica’ de la burocracia: (1970); Un hom­
bre que sobra (reflexiones sobre el Archipiélago Gulag)
(1976); L'invention démocratique (les limites de la domina­
r on ■totalitaire) (1981). '

UN HOMBRE QUE SOBRJ\ *

¿De qué sirve, pues, discutir el papel de Marx en la for­


mación de la ideología granítica? El debate no tiene sentido.
Querer defender a M arx es ya prestarse a la .trampa de la
ideología, que se hace pasar por ciencia; es dejar suponer
que consiste en “ideas” que se encadenan de acuerdo con un
deseo de saber, es otorgar a esas ideas socialmente dominan­
tes el status que tienen en una obra de pensamiento, es no
comprender que su alcance en cuanto a ideas, consiste en

* Un hombre que sobra (reflexiones sobre el archijñélago Gulag),


Barcelona, Editorial Tusquets, 1980, pp. 155-178.

190
cumplir una función en el seno de' un sistema de dominio;
en fin, que Marx no constituye más que un objeto —sin duda
privilegiado— de la operación ideológica. hi, '
De hecho, defiéndase a Marx o se le procese, se sigue de­
pendiendo -de la representación acreditada por el sistema' so­
viético. Si lo vemos erigido en padre fundador, si sus ideas
parecen estar reconocidas, si bajo su autoridad se desarrolla
el discurso oficial que proclama la abolición de la explota­
ción con la propiedad privada, Ja ruptura revolucionaria del
socialismo en el capitalismo, la dictadura del proletariado,
el advenimiento de una sociedad sin clases, nos creemos en el
deber ya sea de imputarle la responsabilidad de la actual
mentira, ya sea de denunciar ladeformación de su teoría por
parte de los herederos degenerados. Pero, en ambos casos, no
deja de ser menos grave el desconocimiento del problema de
la ideología. Los adversarios, en busca de la filiación o de la
defonn ación de las ideas, siguen obnubilados por una historia
de ideas —aun cuando la reduzcan a un juego de circuns­
tancias—, sin cuestionarse siquiera acerca de la relación que
mantiene un discurso dominante, .y, en la URSS en particu­
lar, un discurso proferido por el Poder, con el orden social
que debería nombrar. Las ideas de M arx se extraen de su
obra como si, condensadas en una fórmula, adquir ieran. todo
su sentido; si,. de hecho, conformaban las articulaciones de
un pensamiento; ahora se borra pura y simplemente, de éste,
el tr^ a.o. . .
■Por ejemplo, la idea de la dictadura del proletariado; es
considerada positiva en su totalidad, omitiendo la crítica de
la burocracia de Estado que Marx sostuvo durante toda su
vida y que aún amortaja el nuevo Régimen. Lo mismo ocurre
con la idea de la abolición de la propiedad privada; se ' la
separa de la -crítica del modo de producción que revelaba
la concentración creciente del capital, y que todavía afecta
al sistema soviético. Se limitan o bien a evidenciar el anti­
burocratismo de Marx, el anticapitalismo de Estado, o bien a
rehabilitar a un ;\1arx humanista, antiautoritario, para oponer­
lo a Stalin. Ahora bien, los sucesores de Marx no han ni segui­
do ni alterado su enseñanza. Han inventado la “ciencia mar-
xista” cuyo origen no se encuentra en la obra de Marx, como
tampoco se encuentra en -Ja de Rousseau -la del discurso de-

191
mocrático burgués del siglo Y, aun cuando haya tomado
de Marx el vocabulario, gran parte de su eficacia consiste
en acallar la voz de Marx con palabras. En cuanto a esta
invención, si bien no se la puede desvincular de la acción de
los hombres en el poder —tampoco sale de su cabeza—, o
sea del cerebro de los marxistas pervertidos; acompaña la for­
mación de nuevas relaciones de opresión y explotación o,
mejor aún, forma parte de ellas. La representación de una
sociedad que avanza hacia el comunismo, incapaz por esen­
cia de engendrar un antagonismo de clase, dirigida por los
mismos trabajadores, no nace de la mente de un pensador,
sino en determinadas condiciones que esta representación
a la vez disimula y transpone idealmente desplazando los
términos de la división social.
Recordemos, por ejemplo, la fórmula de Stalin en 1934
que Soljenitsin revela con habilidad: la decadencia del Es­
tado se produciría por medio de un máximo refuerzo del po­
der estatal. ¿Para qué preguntarse si se trata de una inter­
pretación fiel, errónea o engañosa de Marx? Son preguntas
vanas. Stalin disfraza, encubre y expresa, con palabras que
parecen sacadas de Marx, la realidad del totalitarismo, que
conjuga el proceso de concentración del poder, en virtud del
cual el Órgano indigente de la burocracia, y muy especial­
mente el Egócrata, deciden el destino de todos, con el pro­
ceso de difusión del poder en la sociedad civil (a través del
Partido) , gracias al cual esta sociedad queda prácticamente
absorbida en el Estado que, por lo tanto, a su vez, se vuelve
invisible. ¿Qué se intenta disimular entonces? El antagonis­
mo que divide totalmente a la sociedad, que requiere la más
formidable violencia estatal —la represión contra los campe­
sinos, los obreros, los grupos nacionales esclavizados, los in­
telectuales o los artistas, todos los elementos que imaginarse
pueda, cuyas normas de actividades, económica, jurídica,
médica o pedagógica, determinan sus conductas independien­
temente de las consignas del poder— y, en fin, la represión
contra los cuadros mismos de la burocracia, cuya cohesión
supone una total sumisión a la autoridad del amo en la que
se encarna. ¿Y qué es lo que simultáneamente salta a la
vista? La disolución efectiva (o, más bien, efectivamente pro­
vocada) de toda forma de socialización autónoma, bajo la

192
acción de! poder de! Estado. ¿Qué se desprende de esesas pa­
labras? Que el poder no será invisible más que a, con&ción
de ser omnipresente. He aquí uno de los ejemplos’*más edi­
ficantes del discurso ideológico que, a través de sus e nuncia­
dos aparentemente contradictorios, brinda la “solución” ima­
ginaria (si bien no falta de efectos en lo real) de los con­
flictos que se engendran en lo social. ••

Pero, se me' objetará,' su análisis . difiere deh de Soljenit-


sin. Considérese el primer capítulo ' del segundo volwnen:
“Los dedos de la Aurora”.' El autor ironiza sobre quienes
descubren con ■estupefacción la existencia de los campos de
concentración en 1921. En' aquella:' época,' dice, “ya' iban a
toda^ marcha (.. .) . Mucho más justo sería afirmar que el
Archipiélago nació ■al sol de los cañones de la Aurora”. No
cabe' duda de que, para él, la Revolución coincide c0n el
desencadenamiento de la violencia-.estatal Ahora bien, si
existe tal coincidencia, ¿acaso no hay una relación de casua­
lidad.? Y, si ésta es su opinión, ¿acaso'n.o debemos deducir
que vi teórico de la Revolución es también el d e .Ja violen­
cia estatal? Además, sígase leyendo: Soljenitsin continúa' di­
ciendo : ‘‘¿ Es que acaso podía haber sido ■de otra^ manerá?
Reflexionemos sobre este punto. ¿No^ enseñaban Marx y Le-
nin' que era necesario destruir el viejo sistema burgués • de
represión y remplazarlo de inmediato por otro nuevo?” [El
subrayado es de A S.] Ahora bien, añade sustancialmente, el
sistema de represión comprende el ejército, los tribunales y
las prisiones. Y estas' tres instituciones fueron. inmediatamente
reconstituidas. Y tres páginas más adelante, tras señalar que
la depuraci6n de los Soviets por Ios bólcheviques fue la con­
dición de la reorganización del viejo sistema penitenciario y
de la creación del Archipiélago, pone de nuevo a Marx en
cuestión: “.. .En cuanto al carácter de esa anhelada reorga­
nización, hada tiempo que estaba prácticamente decidida. En
su Critica del programa de Gotha, Marx afirmaba ya que el
único medio para corregir a los reclusos era el trabajo pro­
ductivo” ( II, 10).
Estas dos referencias a Marx merecen efectivamente una
reflexión. Y con mayor motivo puesto que han parecido es­
cabrosas al reducido sector de lectores quienes, sin embargo,

193
no habían. temido•abrir los ojos ante el stalinismo, e incluso
ante e1 leninismo, y consideran intolerable poner en cuestión
la responsabilidad d é, Marx en el curso de la..contrarrcvolu-
tjón rma — hasta. el punto de que,' según creo, incluso para
ellos se corrió como una pantalla ante la obra de Soljenitsin.
Se impone una primera obseriración.. El escritor que com­
bina por lo general con tanto éxito la interpretación y la
polémica, falsea a veces la primera por exceso de la segunda.
.De hecho,. si seguimos los textos de Marx al pie de la. letra,
y ^ o s que no ha escrito en ninguna parte que la creación
de un nuevo sistema de . represión seguiría a la destrucción
del viejo. Desde el 18 de Brumario afirmó la necesidad de
destruir el aparato del Estado sin precisar el carácter de lo
que él llama la dictadura del proletariado. E n La Guerra
civil en Francia,. por el contrario, no sólo demostró. en qué
consistía la destt^seión. del aparato —suprimir la policía, el
ejército permanente y, en general, la burocracia permanente—
sino que, el ..presentar la Comuna. como- “la' forma política
por fin encontrada”, y, en otro pasaje del libro, corno “la
antítesis del Imperio" (expresión acabada del Estado' bur­
gués, según él), definió, al mismo tiempo, su obra sin equí-
A'9C?S: la instauración ■en todos los sectores, incluidos los de
, la represión, de delegados' elegidos por l s colectividades, res­
. ponsables ante ellas, revocables a corto pl^ y con' el mismo
. salario que un obrero medio. Respecto a Lenin, merece des­
tacarse que en su gran obra teórica, El Estado y la revolu­
ción_—escrita, como todos saben, durante los- meses que pre­
cedieron a la toma del poder por parte .de los bolcheviques^,
, sus planteamientos no^ distan mucho de los de^ Marx a quien,
junto .. a Engels, no deja de citar y parafrasear.. Salvo que
escribe (una sola, vez) en esta obra:: • “El aparato especial, el
.sistema especial de represión del Estado es todavía necesa­
rio. ..” He aquí. una propuesta que Marx no formuló jamás,
convencido de que la represión era' cosa del pueblo en' lucha
y de que íro podía centrarse en . una institución permanente.
El mismo Lenin corregiría su peligrosa.. fórmula:' “Los ex­
plotadores, añade, no están naturalmente en condiciones de
reprimir. al. pueblo sin un sistema muy complicado" ( ...) ,
, mientras qu(! el pueblo puede reprimir a los explotadores
incluso mediante un sistema muy simple,- casi sin aparato,

19 4
por la mera organización de las masas armadas (como, dire-'
mos anticipándonos, los Soviets de diputados, de. obreros y
de campesinos) .”
Además, puede consultarse la Critica del programa de
Gotha; su penúltUno párrafo concierne a uno de los puntos
mencionados por sus autores: “reglamentación del trabajo
en la prisiones”. He aquí el comentario de Marx que ocupa
pocas líneas: “Reivindicación mezquina en un programa ge­
neral obrero. Sea1 lo que fuere, debería decirse claramente
que no pretendemos que los criminales de derecho común,
por temor a su influencia, sean tratados como ganado y que
no tenemos la intención de privarles de fa única posibilidad
de la que disponen para enmendarse, el trabajo productivo.
Era lo menos que cabía esperar de los socialistas.”
Al considerar esas apreciaciones en el contexto general de
una crítica que denuncia constantemente el compromiso teó­
rico del Partido obrero alemán ccon la existencia y los valores
del ■Estado burgués, puede suponerse ■que, si Ja reivindica­
ción de un reglamento de trabajo en las prisiones es califi­
cada de mezquina, no lo es porque concierne a una catego­
ría social despreciable, sino porque' afecta hasta el engranaje■
mismo del sistema de represión en lugar de denunciar el
principio mismo de la prisión. Sea como sea, este pasaje sólo
intenta defender a los prisioneros contra las medidas que, con
el pretexto de proteger a los trabajadores' libres de la con­
currencia de su trabajo penitenciario, los dejaría sin recur-'
sos. Es cierto, Marx pronuncia 1a- palabra “enmsindarse” :
palabra equívoca de' la que resulta difícil precisar si tiene
un alcance general, al vincular la idea del trabajo a la de
la reeducación, o si sólo se refiere a una situación particular,
la de los detenidos cuya única oportunidad de reincorpo­
rarse a la vida social es el trabajo productivo.
Les mego disculpen esta precisión algo pedante. Estaba
sólo destinada a apoyar el siguiente comentario: Soljenitsin
compromete a Marx en el proceso del leninismo y del stali-
nismo mediante un argumento bastante dudoso y precario.
Pero, dicho esto, antes que indignarse porque el escritor se
contenta con estas dos alusiones por lo demás poco acertadas.
Por mi parte, consideroque dice demasiado y a la vez, de­
masiado poco. Demasiado: acabo de señalarlo, el comentario

195
excede su motivo. Demasiado poco: porque deja entrever
una crítica a Ia filosofía de Marx que, en ■cambio, no se
manifiesta. En cierto sentido, esta ambigüedad es compren­
sible. El análisis de los campos de concentración y del régi­
men que los engendra, del Partido y de la ideología, no tiene
por qué aplicarse a una crítica de M aix; no puede aplicarse
más que al marxismo intituido que, señalémoslo, engulle a
Marx. Y, simultáneamente, este análisis, en la medida en que
supera con mucho la simple observación empírica, que pone
en juego una interpretación de la realidad soviética, de la
realidad social en general, que no puede ignorar la de Marx
—y con mayor razón cuando la crítica que éste h a hecho de
los valores . de la sociedad burguesa y del funcionamiento
del modo de producción capitalista se pone a prueba en el
fenómeno soviético..
No debería escapar al lector el procedimiento por el que
Soljenitsin resuelve en 1a mayoría de los casos la dificultad.
Aprovecha y a la vez critica de una manera indirecta la en­
señanza de Marx. Su arma eficaz es la parálisis irónica.
Recordemos entre otros este ejemplo ya mencionado: cita
un pasaje del Manifierto Comunista: “La burguesía despojó
de su aureola a todas las profesiones que . hasta entonces
habían pasado por venerables y. eran consideradas con santo
respeto. Al médico, jurista, al cura, al poeta, al sabio, los
convirtió en asalariados.” La cita adquiere valor de provoca­
ción al relacionarla con la obra de la burocracia en los cam­
pos de concentración. Apenas necesita añadir. “Pero, ¡ algo
era que fu^ eran asalarsados! ¡Hasta se Ies ^ b ía dejado tra­
bajar en su especialidad! ¿Y si los hubiera incluido en Ios
trabajos generales? ¡ A talar árboles y sin salario! ¡Y sin ali­
mentarlos!”
La provocación es eficaz porque tiene varios sentidos. Al
mismo tiempo que el marxismo institucionalizado pierde su
razón de ser, plantea una pregunta que, a la vez, quebranta
e introduce de nuevo la crítica de Marx. Se insinúa que ésta
es a la vez verdadera y falsa; no dice, ciertamente, que sien­
do falsa al aplicarse a la burguesía, pasaría a ser verdadera
frente a la burocracia; pero tampoco que estaría falta de
toda verdad, pues a ■fin de cuentas, éste es el hecho puesto
en evidencia: la desacralización de todas las profesiones que

196
hasta entonces pasaban . por venerables. Así se cond^ ^ an
admirablemente la idea de una discontinuidad entre la socie­
dad burguesa y la sociedad burocrática —en la ,:¡ue. Marx
no permite pensar puesto que descubre en la p e rneen el tér­
mino de un proceso que no existe en ella— y la idear e-una
continuidad de una a otra, puesto que lo que se había dicho
anteriormente de aquélla puede repetirse de ésta. Que el lec­
tor, pues, empiece a interrogarse.. •
Por el contrario, las dos frases que conciernen directa­
mente a Marx —si no me. equivoco, sólo existen en el Archi-
piétego las que he ^ ^ crito— sun de ^ una n a t^ a l^ a dis­
tinta y las únicas contestables, puesto que le atribuyen tesis
que ¿1 no ha sostenido.
Pero ya es hora de completar nuestro propio comentario.
No porque Soljenitsin no ha elegido el blanco adecuado, ha
dejado de levantar a la vez una cuestión que nuestros teó­
ricos, sumergidos en la “ciencia matxista”, son incapaces de
descubrir., De acuerdo, se equivoca al pretender que Marx
imaginaba remplazar un sistema de represión por otro: para
éste, la dictadura del proletariado no debía q e a r aparatos
especiales, militares, judiciales, policiales, órganos permanen­
tes de la burocracia. Sin embargo, tenemos el derecho de
preguntar si la idea de una sociedad' que se autoorganizara'
y no tuviera que defenderse más que contra la minoría de
enemigos ocupados en reinstaurar las condiciones de la ex­
plotación, no implica, a espaldas de su autor, que exista la
representación de un centro único de donde emanarían las
misnias formas de organización. Debe subrayarse de una vez
que Marx rechaza expresamente la noción de un poder de.
Estado análogo al del poder burgués. Pero, en su discurso,
como. en todos Ios discursos, lo implícito no es menos (si no
se demuestra lo contrario) determinante que lo enunciado.
En este caso, e.1 discurso de Marx tiene un c^ á cter singular,
pretende abarcar la sociedad en su totalidad, convencido de
que el capitalismo, al instituir un modo de producción uni­
versal —y, por lo. tanto, de intercambio universal—, ha crea­
do las condiciones no sólo de una unificación, sino también
de una homogeoci^mión del campo social; de que, en con­
secuencia, existe un saber de derecho sobre la organización
social global destinado a convertirse en un saber de hecho, en

197
saber del proletariado sobre el socialismo o, en última ins­
tancia, un saber de 'la sociedad sobre ella miaña. Ahora bien,
cabe preguntarse con más precisión si la referencia este
saber global no remite a la de un poder global, a una ins­
tancia capaz de concebir, y a la vez de controlar, detallada­
mente, la vida social. El que Marst eluda esta amena.Za pro­
viene de su concepción del trabajo como.proceso fundamental
de su socialización. Para no existe el. nesgo de un ale­
jamiento del poder de Estado, una vez abolida la propiedad
privada de ios medios de producción, sur1duda porque las
relaciones sociales, que se crean en la producción, pueden
pasar a ser transparentes para sus agentes a partir del. mo­
mento en que las condiciones les hacen reconocer la identidad
del trabajo social. ' .
Sin embargo, esta concepción nos remite a la segunda
alusión sarcástica de Soljenitsin y permite ponderar mejor
su alcance. Marx, pese a definir el comu:nismo como el reino
de la libertad, sociedad en Ja que se afirma el principio de
la satisfacción de las necesidades, liberada de la representa­
ción burguesa de su subordinación al trabajo, funda el. mo­
delo del socialismo, período' de transición, sobre una noción
del trabajo que recoge del capitalismo al que. ha condenado.1
Pero, ¿cómo no advertir los efectos implícitos de esta hipó­
tesis? Una vez demostrado que las relaciones instituidas en el
trabajo productivo son transparentes para sus agentes, se de­
duce no sólo que el problema del Poder queda suprimido
sino también el del Derecho. Entendemos que no sólo' el
aparato especializado de la justicia, asociado' a una capa
permanente de burócratas, nq cabría en la dictadura del
proletariado, sino que la distancia entre la Ley y la colec­
tividad desopa r ^ ^ a. O, mejor dicho, desde eeste punto' de
vista, la' colectividad entera legisla, juzga. y castiga a los
miembros que se sustraen a Su actividad de producción
—aquéllos que no se dejan integrar en las relaciones trans­
parentes que exige su asignación a la función de agentes del
'trabajo general— ya sea, puede' suponerse, que eludan' las
1 Acerca del papel que Marx otorga a la noción de trabajo, tal
como la extrae de su análisis del capitalismo, en la construcción del'
socialismo, véase la critica de. Cornelius Castoriadis, en particular en
■Valeur, égalité, justice, politique: de Marx a Aristote et d’Aristote d
nous, “Textures”, 12-13, 1976.

198
obligaciones comunes de la producción, viviendo incluso en
el ocio, ya sea' que sus^ delitos fuera del lugar de :aroducción
los designe como desa m ados según las normas d d socialismo.
¿Acaso no sigue siendo una pregunta pleenammente;, legíti­
ma? La tentación de Marx de reducir la actividad social, en
su realidad, a la actividad productiva, la relación social en su
realidad a la relación creada en la actividad de producción,
¿ no tendría acaso, entre otros, el efecto de prohibir _el pen­
sar en la distinción entre lo individual y lo colectivo, lo pri­
vado y lo público? La tentación de red'l.lcir la diferenciación
de lo económico, -lo político y lo jurídico (así como de todos
los demás sectores, por ejemplo, la pedagogía, la estética) a
una ca¡acterística más del modo "de producción capitalista,
¿acaso no le impide pensar en. las articulaciones de lo social,
en la multiplicidad de los nú cíeos a partir de los cuales se
instituyen las coodiciones del intercambio, o conio él mismo
dice, del reconocimiento del hombre por el hombre? El hecho
es que Marx no ha elaborado, jamás una teoría de lo sim­
bólico, ocupado como es^ taba en denunciar la función que
des^ ^ peña la Insti tud ón —el gobierno y el parí amento por
ejemplo, pero también la institución judicial, o la ^ u e la ,
o Iá familia, o los sectores de la actividad, filosófica, . litera­
ria y artística— al servicio de la conservación de la clase
dominante, o, .en el mejor de los casos,. en desoubrir la homo­
logía de los fenómenos relacionadoscon la actividad supuesta '
de la infraestructura y conl a actividad supuesta de' la super­
estructura. Esta laguna —que en vano se •negaría , frnidán-
dose en las enriquecedoras pero breves sugerencias de los
Mamtscritos del —, ¿acaso n,o es lo bastante •profonda
como para reflejar el pensamiento de una' sociedad absoluta­
mente positiva y como. concentrada en un poder. fantástico
de afirmación de sí misma a expensas de sus rnie.mbros, en­
contrándose cada uno convertido en hombre social total, sin
determinación. .. ■o en parásito? . . .. .
He aquí, dirán a l a nos, un recorrido que conduce de nue­
vo a la condena de Marx, he aquí que de nuevo se sugiere
que él debería asumir la paternidad . de la ideología totali­
taria. Hace poco usted lo defendía contra Soljenitsin y, ahora,
se apropia de' las acusaciones de éste. ¡Como si se tratara de
tomar partido en favor de uno o de otro! ..

199
Respecto de lo que Soljenitsin pueda pensar de Marc, es
asunto suyo.' Quizás un día' lo explique. Yo me limito a co­
mentar este libro: El arch.ipiélago Oulag, y reconozco' que
plantea problemas que sería vano silenciar. Y que me sor­
prende que ' lectores bastante lucidos pasa aceptar Su de.scrip-
ción: de las orgías del stalinismo, y hasta de las del leninis­
mo, se ofusquen por un ataque a 'la soberanía de Mani:. ¡ Qué
mojigatería, me digo, la de esos “revolucionarios” que atri-
yen al conser:-Vadurismo de Soljenitsin ideas que armarían la
gorda e n s u propio pensamiento! ¡ Qué apego a la Tradición,
qué respeto a la autoridad en el momento en que se pone
en cuestión las enseñanzas del Maestro! ¿Acaso no compren­
den que' brindan su apoyo a la ideología que creen combatir
al someterse' a un' buen marxismo' que, purificado del stali­
nismo y del leninismo, emanaría sólo de Marx (acompañado
o no, según los gustos, por Engels). ? ' ' _
" ' Por mi parte, al afinnar que Marx no está exento de crí­
tica, quiero' sugerir que su obra se presta, en ciertos aspectos,
al discurso que se abate hoy sobre'ell.a para desactivar' la crí­
tica que contiene. ¿Tan difícil resulta hacer' comprender a los
superdialécticoi> qque la “ideologizaCión” de —como la
de la realidad — implica el disimulo y la expresión:
que el' disimulo sólo es posible gracias a una explotación de
ciert05 signos que la favore^m ? Ha sido disimulada,' en par­
ticular, aquella parte de su obra que revela las raíces de la
explotación capitalista, la escisión de los trabaja dores y de
los medios de producción, los estragos provocados por la
acumulación y la concentración del capital en términos que
siguen aplicándose al sistema edificado sobre las ruinas de
la revolución rusa. Disimulado también en general el es­
fuerzo incesante de Marx para demostrar que la emancipa­
ción de los trabajadores no debería ser más que la obra de
ellos mismos. Se ha utilizado, por el contrario, con suma
eficacia, la creencia. de que la destrucción del capitalismo
coincidiría con la abolición de la propiedad privada, o de
que la dictadura del proletariado, al sustituir a la de la
burguesía, coincidiría con la implantación del socialismo. No
podemos dudar de que no se trata de una simple relaboración
de los temas del discurso de Marx en la “ciencia m^adsta”,
si observamos que todo en el primero, hasta las contradiccio-

200
I

nes y la ficción, está dirigido por la crítica, el desciframiento


de una práctica social y de sus conflictos, así como por la exi­
gencia de desmantelar las representaciones que simulan un
orden históricamente realizado y convertido en orden natu­
ral, mientras que todo en la segunda está al servicio de la
preservación del' nuevo orden establecido, de la ocultación
de todos los modos de la división social y de la integridad de
una representación de la historia como ya realizada.
Existe, pues, una ruptura entre la obra de Marx y la
“ciencia marxista”, y es de tal calibre que no se podría con­
cebir como el efecto de una desviación o de la perversión de
una^enseñanza primitiva, pues tiende a un cambio de régi­
men del discurso. Uno, el de Marx', acompaña la concepción
de un pensamiento que deshace las determinaciones mani­
fiestas del supuesto real; va, sin duda, en busca de su cohe­
rencia; pero, al querer abarcar también )o desconocido, lo
que se niega en la experiencia del mundo,' y experimentando
así él mismo Ia diferencia del alejamiento y la pérdida del
sentido, se muestra histórico (en la acepción ^ á s rotunda'
del término), es decir, instituyente.. El otro se rige . por el
principio de ■repetición; sea cual sea la diversidad de ' sus
enunciados, dedica aconjurar la amena.za de lo indetermi­
nado,. de lo nuevo, a anular los efectos del acontecimiento
que lo cuestionarla, es ahistórico. ¿Y por qué? Porque, a
diferencia del primero, que' sólo aparece por el hecho de' ex­
traerse, como palabra singular, de una representación colec­
tiva, éste está hecho para soldar a los que' lo . hablan unos a
otros, para amarrados al punto imagínario de la dominación
social. • ,
Sin embargo, poner en evidencia esta ruptura no impide,
sino, todo lo contrario, nos conmina a' volver a cuestionar
a Marx a la luz del discurso comunista socialmente insti­
tuido, y, de un modo más general, de la práctica donde
éste encuentra su fundamento (y ' al que sirve también de
fundamento) . Ya que eso sí nos revela las posibles conse­
cuencias de tal o cual pensamiento que habitaba en la obra
de M arx y que, al cruzarse con otros, no dejaba entrever
sus peligros. Sin el desarrollo del leninismo y, más aún, del
stalinismo, el equívoco permanecería. Este mismo comen­
tario, apuntado un poco antes, se^ in el" cual el proyecto de

201
un saber global sobre la. sociedad lleva en sí el punto de vista
de' un poder global —según el cual la representación de una
comunidad transparente para sí misma, en favor de la uni­
ficación de todos los trabajos particulares en el modo. de
producción, remite a la de un núcleo de organización con­
sumiendo todos los gérmenes de desviación— ¿cómo lo for­
mularía si el totalitarismo no hubiera revelado, en la reali­
dad, a un Partido y a un Estado omniscentes y todopodero­
sos, así como al reino de la organización edificado sobre el
aniquilamiento de los parásitos?
Así también este totalitarismo abre una doble perspecti­
va sobre la obra de Marx. Nos enseña a leer en él una in­
terpretación de las relaciones de explotación y de dominio.
más allá de su. objeto —el capitalismo industrial moderno
y -la sociedad burguesa—, revela aún con mayor eficacia su
propia naturaleza. Y, a la vez, proporciona los medios para
detectar en ella todo aquello que, surgido de la crítica de un
sistema social determinado y concebido en el pensamiento de
su caída, señala su dependencia respecto del modelo derrwn-
bado. Sobre la base de esta experiencia, entrevemos que fa
simple invenión de los signos, la operación de la negatividad
-,-Ia Revolución— no nos libera de los efectos de la división
social; que es pura ficción el querer reducirla al antagonis­
mo entre dos. clases realmente separadas, una de las cuales
aniquilando a la otra, sup r ^ m a la vez las condicio­
nes de la. dominación; que la. destrucción del aparato de
Estado burgués - .la del sistema de represión y -la de los órga­
nos representativos—, que la expropiación.de los detentores
privados de. los medios de producción, que todas las accio­
nes llevadas en contra de las instituciones o agentes reales,
en los que se materializa manifiestamente el poder, pueden
no sólo dejar intacto el sistema de dominación —del que no
eran más que fi^ ^ ^ particulares, históricamente determina­
das—, sino reforzarlo abriendo un vacío en el que se pre­
cipita una fuerza desmesurada de coerción y explotación.
En fin, a la vista de todas las variantes del totalitaris­
mo, se deja descubrir una verdad de la democracia que Marx
no percibió, no porque la confundiera totalmente con la de­
mocracia burguesa, sino' porque la denuncia de ésta como
democracia formal. movilizó su crítica hasta el punto de

202
hacerle desconocer lo que, en ella misma, excedía los lími­
tes de sus instituciones. Esta es sin duda la lecci6n que debe-
ríaafectar más a quienes, en las sociedades occidentales, rei­
vindican la herencia del pensamiento revolucionario de Marx.
Resulta imposible ahora ya contentarse con la imagen que
éste forjó del proceso revolucionario posterior a la Comuna;
imposible ver en esta última, siguiendo las fórmulas que re­
cordábamos, la “forma política por fin encontrada” y “la
antítesis del Imperio" (la del Estado burocrático), o bien
convertir a los Soviets en la versión más elaborada de esta
invención. Después del stalinismo, y a la vista de los regí­
menes totalitarios que aún sobreviven y conservan sus prin­
cipales rasgos pese' a la eliminación de sus excesos, nos halla­
mos frente a la experiencia de la burocracia como cuerpo
social del Estado, como clase y como modelo, que pide llue­
vas respuestas políticas. Y' sólo al examinar los levantamien­
tos que han jalonado la historia de su dominio en Europa
oriental, durante los veinte últimos años, en participar en
Polonia, Hungría y Checoslovaquia, y al caer en la cuenta
de que los. intentos de formación de consejos se han com­
binado con un amplio movimiento democrático para restau­
rar el derecho a la asociación, el derecho de expresión, el
derecho de huelga, la libre circulaci6n de los hombres, de las
ideas y de la informaci6n, el respeto a las creencias religio-'
sas, en fin las garantías fundamentales de la ley para el con-'
junto de los ciudadanos (y ello sin que jamás se haya de­
seado la vuelta al antiguo régimen de propiedad) —sólo
con esta única condición podríamos volver a formular los
principios de una lucha contra la opresión. y la explotación
en el interior. del mismo mundo occidental.
Entre tanto,' ¿acaso la imagen marxiste de la democra­
cia burguesa no sirve doblemente para encubrir la cuestión
de la democracia? Pues no sólo ha sido sepultada por los
que, sordos a las voces de los opositores del Este, sospechan
la nostalgia del capitalismo en el deseo de libertad. La acti­
tud .de varios de nuestros conservadores modernos merece
destacarse; dicen lo que nunca se hubieran atrevido a decir
en tiempos de M arx y lo que en realidad extraen de su en­
señanza (muchas veces por haberlo venerado en su juven­
tud) : sí, la democracia burguesa se nutre de la desigualdad,
de la injusticia y del dominio de una minoría poseedora de
la riqueza y del poder sobre la masa, pero, cómo no ver el
otro término de la alternativa: trabajadores amordazados,
con residencia fija asignada por el poder, millones de hom­
bres en las prisiones o en los campos de concentraci6n, jue­
ces poliías, una prensa a sus órdenes, un poder sin control y
sin freno. Amemos, pues, nuestros propios vicios.
Así, por un lado, la democracia burguesa es objeto de
una cínica que apoya fa condena de todo movimien­
to susceptible de quebrantar el orden establecido en nuestras
sociedades, sea cual fuere el marco en el que se desarrollara,
el de la producción, de la justicia o de la educación. Por el
otro, el terror de ver explotar, en provecho del conservadu­
rismo, la condena dirigida al sistema Comunista por aquellos
hombres que son sus víctimas directas (y, de hecho, se sabe
cuán hábiles son nuestros conservadores a la hora de saber
utilizar a Soljenitsin) prohíbe revalorar la dem^ o<:.racia y
aclarar cómo sería de desear los equívocos de Marx.
Hasta dónde se arraigan éstos, ya lo he sugerido. Marx
—quien tanto há hecho para acabar con la abstracción His­
toria o la abstracción Sociedad— tiende no obstante a pro­
yectar, en un campo objetivo, abierto. a la descripción cien­
tífica, oposiciones simbólicas, a relacionarlas con conflictos
empíricos a los que se les podría asignar un origen, un desa­
rrollo y un fin. Tiende igualmente a reducir la relación con
el Poder al que mantienen, en condiciones realmente deter­
minadas, los dominados con un órgano que materializa la
fuerza de dominación del Estado, como si el Poder se defi­
niera por sus funciones -— la de la coerción y la de la unifi­
cación imaginaria' de una sociedad de hecho dividida—. Va
incluso a reducir la relación con la Ley al' sistema de obliga­
ciones que resulta de las necesidades empíricas de la división
del trabajo y de fa división de clase, y fija los estatutos y los
roles en un marco sustraído a las fluctuaciones de las fuer­
zas. Es más, tiende a rebajar los discursos sociales, religiosos,
místicos, ideológicos al plano de una interpretación general
de las relaciones del hombre con fa naturaleza, o de las re­
laciones del hombre con el hombre, estrechamente dirigida
por la idealización de las condiciones sociales particulares.
En fin, la división social, desde la que considera la más ele-
mental, como la división sexual vinculada a la reproducción
del gupo humano, hasta las formas más desarrolladas, se
limita, para Marx, al desarrollo de la división dtl trabajo,
como si la asimetría de las parejas sociales, sea cual fuera,
la configuración de la organización considerada, no fuera
más que un hecho empírico, históricamente realizado. Son
equívocos, diríamos, pues el. análisis de M arx es fecundo en
cuanto que revela la ilusión de un Poder, de una Ley, de
una Ciencia universal y de un antagonismo de dase inscrito
en la naturaleza; pero, a través de una crítica, esta ilusión
cmgendra un nuevo proceso de ocultación de lo social, bajo
el signo de una vuelta a lo supuesto real, a la muda praxis
dd trabajo.' :. .
Ahora bien, nada evidencia mejor las consecuencias de
su proyección “realista” que la representación de una demo­
cracia como régimen político, como conjunto de institucio­
nes asignadas a fundones especiales: de organizar específi­
camente el reino de la burguesía, es decir, de conseguir con
el mínimo desgaste la obediencia de los dominados conven­
ciéndoles de que disponen de una parcela de poder al igual
que los .dominadores, que se benefician de un modo gene­
ral de los mismos derechos y gozan de la misma libertad. Tan
atento estaba por alcanzar su objetivo, que este análisis en­
mascara la. ruptura que se produce con la aparición de la
democracia. en la .Europa moderna, cuyo alcance no puede
medirse únic^ n ente por sus efectos, que se ^ manifiestan en el
marco de lo institucional y en provecho de una clase. Un»
ruptura tal es, en efecto, mucho más que política en sentido
estricto, hoy convencional del término; y sólo es posible apre­
ciarla reconociendo la dimensión simbólica de lo social.
. Sin duda, hay .que señalar ante todo que, en la democra­
cia, el poder se establece de tal manera que no puede ser
acaparado por quien o quienes lo ejercen, que no pertenece
a nadie.. Este principio supone que vuelva a ser cuestionado
periódicamente, según los procedimientos sociahnente fijados
y admitidos como legítimos (cualesquiera que sean los meca­
nismos del cuestionamiento, los límites y las disposiciones del
sufragio)-. Pero, ¿qué supone este desfase entre el poder y su
(o sus) ocupantes de hecho? Esencialmente, que el cuerpo
social ya no se encarna en- el cuerpo del soberano.

205
Cambio de considerable alcance, si lo comparamos no sólo
a los Estados despóticos, en los que el príncipe se halla in­
serto en las fuerzas instauridoras o reguladoras del orden del
mundo —pues en un modelo así no cabe hablar de un orden
social determinado, autónomo, visible, y las jerarquías huma­
nas parecen inscritas en un univereo natural— sino, sobre
todo,' a los Estados monárquicos modernos en los que, aun
reclamando para sí el derecho divino de gobernar a los hom­
bres, el príncipe devuelve a la sociedad la imagen de una uni­
dad y, ante todo, de una realidad puramente social que,
pese a la multiplicidad de los gnipos que la dividen, quiere
aparecer como un cuerpo. Lo cierto es que esta nueva estruc­
tura del poder democrático sería desconocida si imaginára­
mos que éste se reduce a una mera función instrumental, que
ha pasad o a ser una pieza de una organización empírica cuya
acción sería la de dirigir el conjunto de sus articulaciones.
En cierto sentido, el poder conserva su trascendencia. Ade­
más, es sabido que sigue marcada por emblemas destinados a
inspirar un respeto generalizado. Pero esta trascendencia ya
no queda determinada por la representación de un trascen­
dente, garantía del orden d d mundo o del orden social, y,
al mismo tiempo, la sociedad como tal aparece en una inde­
terminación última, ensimismada y a la vez inscrita en una
identidad nacional, pero ya no orgánica, sino convertida en
núcleo generador de relaciones múltiples cuya finalidad no se
manifiesta por ninguna parte. Desde este punto de vista, es
notable la operación del sufragjo que, por muy trucado que
e.sté para asegurar la victoria de un partido o de una coali­
ción dados, posee una eficacia simbólica. Diríase un escena­
rio, en cierta forma decorado, donde se encuentran repre­
sentadas la disolución del poder y, junto a ella, la casi diso­
lución de todas las relaciones sociales particulares, tanto la
de la substancia social como la de su restauración. El hecho
implica que tanto el poder como la sociedad no están orgá­
nicamente constituidos, o en posesión de una identidad na­
tural; sensibiliza el fenómeno de la institución de lo social.
Experiencia decisiva cuyo alcance no podemos reconocer si
no comprendemos que allí donde aparece la dimensión de
la institución surge una indeterminación, una pregunta sus­
ceptible de formularse en los términos más diversos, sobre: la

26
legitimidad del orden social, o, mejor dicho, sobre la natu­
raleza misma de la sociedad —al comprender que es ahí
donde emergen las condiciones de conflictos manifiestos entre
las perspectivas de agentes colectivos (grupos, clases) o indi­
viduales, conflictos cuyo alcance no es sólo político sino ge­
neral.
Sin embargo, no es menos importante detectar los efec­
tos de la disyunción producida en la democracia entre el
Poder, la Ley y el Conocimiento. Disyunción que sólo pode­
mos volver a apreciar en comparación con los sistemas en
Jos que la autoridad soberana o bien procede de un único
foco de poderío, de organización del mundo y de conocimien­
to, o bien concentra en sí misma, aun siendo limitada, todas
las virtudes de la institución, gracias a su eficacia para ga­
rantizar fa integridad de un cuerp o social. El poder, cuando
se concibe como fundador del orden social y como un pro­
ducto engendrado desde el espacio que él ordena, se con­
vierte en algo ílocalizable. Desde cierto punto de vista, es
como un órgano a distancia, por encima de la sociedad, abas­
tándola toda, representando la generalidad de lo social; y,
desde otro punto de vista, está circunscrito en la sociedad,
asociado a la práctica de una actividad particular asumida
por los hombres que, por principio, cambian. A partir de
entonces es cuando ' la política se define como campo de
acción y cuando, a la vez, lo no-político se ve liberado y se
configura como multiplicidad de relaciones dedicadas a orga­
nizarse según sus propias normas, inteligibles por sí solas. No
basta con decir que el polo de la Ley y el polo del Saber
se hallan desligados del polo del Poder; se abre una experien­
cia social en la que hasta la Ley se hace ilocalizable, a la vez
referencia universal y trascendente para todas las relaciones
particulares, incluidas las que proceden del Poder (que cae
t^ n bién a su vez bajo el punto de vista de la Ley), y pro­
ducto que nace del juego de estas relaciones ; en ella, el
Saber asimismo escapa a toda determinación destinado corno
está a ejercer sobre todas las cosas, Poder incluido, su nati-
raleza, sus funciones y, simultáneamente, aprehendido en el
movimiento de su génesis a partir de lo real. Por la misma
razón se crea un desfase entre el Poder y su representante;
asimismo sigue dándose la posibilidad tanto de un cueslio-

207
namiento como de una contestación, o, de un modo más
general, de una reinterpretación de los enunciados políticos,
jurídicos, teóricos dominantes. Teniendo en cuenta esta ex­
periencia, propia de la democracia, es como podemos conce­
bir el principio de diferenciación de los cambios de actividad
y de relaciones que se desarrollan en su escenario. La auto­
nomía jurídica,. pedagógica, científica, de los distintos núcleos
del conocimiento y de la estética, así como de los distintos
núcleos de la creación literaria y artística sólo es posible. en
una sociedad donde el Poder, la Ley, el Saber no estén con­
jugados; donde, en la indeterminación que se produce a raíz
de su disociación, lo r e a ' se abra aquí y allá, se experimente
en la práctica y permanezca abierto, es decir, se .convierta
en núcleo -de una Historia. ■
. Qué reductores son pues nuestros sociólogos marxfitas : o
neomarxistas, quienes sólo ven en cada uno de estos ámbi­
tos de actividad un dispositivo de reproducción del ■modelo
capitalista, en su diferenciación sólo el efecto de un disimulo
de. la dominación de clase (que alcanzaría su plena, eficacia
difundiéndose en las instituciones aparentemente autónomas).
Esta, reproducción existe, y es preciso desmontar los meca­
nismos que aseguran, incluso en los campos científico y es­
tético, a la vez. la .selección de los agentes y la -selección de
los productos en función de los intereses de los grupos domi­
nantes y,de las nonnas del mercado capitalista. Sin embargo,
el análisis sigue bajo el signo de la impostura mientras lo
que la sostenga sea, en realidad, la negación de la diferencia,
mientras no se plantee la cuestión que hace posible la demo­
cracia: la de una. sociedad que asuma el conflicto de clases,
la. fragmentación de las'. experiencias.del mundo, la hetero­
geneidad de las culturas. y. las costumbres,' la coexistencia de
las normas y de los valores irreductibles.
, . Nada en mi comentario incita a olvidar' que .la historia
de Ja democrada bur^iesa revela continuos y repetidos^ in­
tentos para anular Jos efectos de esta cuestión.. Si,' :por un
lado, asume. el conflicto, por' otro, crea desde el inicio una
■organización casi m ilitar del proletariado en el marco de la
industria; si. asum,e la : heterogeneidad cultural, la variedad
de creenci3.$ y de costumbres, se con el colonialis­
m o y. el r acismo; d admite una fragmentación de las expe-
riend as del mundo, se combina asimismo con un discurso
ideológico que tiende a erigir como modelo la representación
burguesa de lo verdadero, lo hermoso, lo bueno y lo real.
Convendría al menos reconocer que su tarea és doble. O más
nos valdría, al detectar las ambigüedades que le son propias,
renunciar: al concepto de democracia burguesa y distinguir
entre lo que se desprende de la lógica democrática y lo que
se desprende de la lógica de la dominación; pues ésta sigue
ejerciéndose cuando la estructura simbólica de lo social se
t^ n balea, y sigue desarrollando sus consecuencias: el ■aca­
paramiento del poder parte de grupos que subordinan
su ejercicio a los intereses de una clase, la segregacón de
hecho de esta clase en la sociedad, la representación de una
división entre superiores e inferiores basada en la naturaleza,
e incluso de la exclusión, en nombre de una idea del hom­
bre universal, de cualquier categoría de oprimidos ■relegada
al rango de subhumanidad. Este es, en efecto, el- equívoco
del concepto que induce a pensar no sólo que la clase bur­
guesa habría inventado la democracia, sino que sería fa Dueña
del proceso, y que se habría elaborado un sistema capaz de
funcionar sin -contratiempos, a favor de una coerción siem­
pre más astuta y más amplia. Ahora bien, mejor sería decir
que esta clase, cuya form ación por lo demás ■es muy ante­
rior a la de la democracia, sufre los efectos tanto como los
explota; que ésta supone la acción de los dominados, el peso
constante de sus reivindicaciones sobre los poseedores del po­
der, así como las iniciativas de los grupos y de los individuos
que, sea -cual sea su campo de acción, sacude a las autori­
dades, la legitimidad de las-normas, la valideZ de .los -cono­
cimientos establecidos. ¿Cómo engendraría el proyecto de
dominación la representación de la diferencia? Se ejerce en
contra suya, lo. cual es -muy diferente. Tiende a afirmarse en
cada espacio institucional, es ■cierto; pero, mientras la dife­
rencia ■se haga sentir y mientras se reconozca el lugar del
otro, la lógica de la democracia hace que el Poder, la Ley,
el Saber no puedan fundirse en. una organización. social de
hecho, presentarse como modelo universal, ni, simultánea­
mente, consolidarse en -la forma de un Estado totalitario.
Reconocer lo que está en juego en la democracia nos
aleja del análisis de M^ x , pero es lo único que. nospenníte

209
concebir el totalitarismo. No se trata de rehabilitar prácticas
o instituciones particulares —por ejemplo, los partidos polí­
ticos, o el parl^ e n to, tal como se define por su modo de
elección y de funcionanúento— o de fijar las garantías obje­
tivas de un régimen democrático (no existen) contra un
poder autoritario, sino de que descubramos que la aventura
del stalinismo. —y, no nos cansaremos de repetirlo, y la del
leninismo— tenía como finalidad, más allá de la destrucción
de la democracia burguesa, la supresión de la diferencia que
da vida a la trama social —al menos en nuestra época, cuando
esta trama se desgarra de esa otra trama del mundo tejida
por los mitos y la religión.
Muchos son los que persisten. en no querer saber qué es
el totalitarismo, hasta en grupos que condenan el stalinis­
mo y. el leninismo (pero no el maoísmo, recordémoslo). Este
concepto, tachado de escabroso, les haría perder el hilo de
la Historia. Prefieren, pues, imaginar una evolución deter­
minada de la concentración del capital, o más bien, un re­
fuerzo continuo del poder coercitivo inscrito en la naturaleza
del Estado centralizador. ¿No les valdría más, en lugar de
los preciosos esquemas elaborados a partir de Marx o bien
a partir de su inversión, pensar — ¡vaya esfuerzo!— a la vez
en la continuidad y la discontinuidad histórica? ¿No de­
berían admitir — ¡qué peligro!— que la sociedad en que
vivimos está organizada de un modo muy distinto a la so­
ciedad soviética y sus variantes: o también que no existe
sólo una diferencia de' régimen político, sino diferencia de
estructura, no sólo diferencia de grado en la opresión y la
explotación sino diferencia de naturaleza?
¡ Paciencia! Puesto que el problema del Poder, al pa­
recer, se plantea actualmente en círculos cada vez más am­
plios (evidentemente, sólo me refiero a círculos izquierdis­
tas), el problema de la Ley acaparará pronto la atención, y,
de repente, quizás adviertan que e.xiste un nivel simbólico
de lo social (lo cual cada uno está, por lo demás, dispuesto
a aceptar núentras ello no le obligue a asumir consecuen­
cias en el análisis de las sociedades actuales) y que hay que
replantearse el Poder en su articulación con la L ey.. .

Hablaba de la ideología de granito. ¿Me habré dcsvia-

210
do de ■mi propósito inicial? No, pues no podemos conce­
biría más que en su vinculación con la ideología burguesa
—la que se produce al conjurar la indeterminatión propia
de la experiencia de la democracia_:_ y a condición de com ­
prender cómo, por una parte,. representa un hecho cumplido
y,' por. otra, se separa de ella. Ahora bien, hay que señalar
ante todo que este vínculo no aparece más que porque Marx
supo revelar el fenómeno ideológico. Esto, creo, debería hacer
que los críticos izquierdistas de fueran más cautelosos.
Es también en su obra donde descubrimos, si no una teoría
de la ideología —--él nunca la elaboró—, sí al menos el rei­
terado e incesante intento (desde la Crítica de la filosofía
del derecho de Hegel hasta El Capital) de aclarar la fun­
ción de un discurso social dominante que, ya vigente en la
práctica de la producción y del intercambio, así como en
la práctica política, en una elaboración cada vez más sutil
incluso en los sistemas filosóficos, sostiene una certidumbre
generalizada sobre la esencia de Ja Sociedad, de la Historia,
del Hombre, sobre la Naturaleza o sobre la Razón. Cuales­
quiera que sean en este sentido las ambigüedades del pensa­
miento de Marx (la menor de ellas no es la de dejar fluc-
tuante la distinción entre un discurso ideológico y un dis­
curso creativo, como lo demuestra la doble apreciación de
Hegel), sigue instruyéndono.s;
En cierto sentido, la definición del discurso ideológico
como discurso de clase engañoso se aplica rigurosamente al
régimen soviético. La Burocracia oculta' su situación domi­
nante, incluso con mayor eficacia que la burguesía, puesto
que no ap^ arece como una clase, ya que tras la fachada de
la dictadura del proletariado como tras de la colectiviza­
ción de los medios de producción, disimula su función polí­
tica v ,su función económica. También en cierto sentido el
análisis que, más allá del p^ eso de simulación, revelaba la
.división entre el mundo de las ideas y el mundo real y mos­
traba que esta división social, sigue siendo pertinente. La
ideología totalitaria no puede entenderse únicamente como
mentira. Se alimenta de una ilusión que envuelve a los ^ L -
mos burócratas, que procede y es testigo de la imposibilidad
de abarcar y negar a la vez la sociedad. Así pues, la trascen­
dencia de las ideas llega al paroxismo. El “comunismo", en

211
cua nto idea, resume en sí todas las determinaciones burgue­
sas de lo universal. Y nos atreveríamos a afirmar que el
principio filosófico que, en la descripción de- Marx, no carac­
terizaba más que un discurso particular, que pretendía al­
canzar una elaboración -definitiva del ^ saber, pero de h ^ h o
escindido de Jos' demás discursos •—político, económico, jurí­
dico—, se encuentra ahora, mediante el estatuto conferido a
la “ciencia maixista”, gobernando sobe!'anamente d proceso
ideológico. ■
Pero tan pronto como advertimos esta afinidad entre dos
tipos de ideología, topamos con su oposición. Pues la ideo­
logía "burguesa se caracteriza por la dispersión de los discur­
sos sociales dominantes. Cierto, cumplen una misma función,
pero se alimentan de núcleos- distintos; no- hay por qué sor­
prenderse: se forman en función de la diferenciación de los
campos -de acción y de las relaciones que ya advertimos en
el examen de, la democracia. M arx, al fin y al cabo, ya la
había observado en la Ideología alemana: “Juristas, políticos
{hombres de Estado en general), moralistas, religiosos. Para
esta subdivisión ideológica, en una clase, autonomía de la
ocupación mediante la división del trabajo; cada uno con­
sidera su oficio como el . verdadero.” Y comenta en otro
párrafo: “Cada uno exige que se le respete su mercancía,
puesto que su ocupación lo pone- en relación. con la univer­
salidad.” Sólo en la mente de los marxistas primarios cabe
el hecho de que la burguesía- se define como; ««• discurso, un
encadenamiento de enunciados- coherentes al -servicio de una
representación del orden -b arurgués. Sólo -la representación de
los esquemas de argumentación explotados aquí y allá, la
de las figuras que representan el dominante y el dominado,
así como la- idealización de su '-relación, permite esbozar un
perfil general de la ideología. Recordemos 'aún una' cita de
Marx* esta vez-extraída de los Manuscritos del 44: “Es pro­
pio de la naturaleza de la alienación —escribía— el que toda
esfera aplique una norma. -distí-nta y contraria porque cada
alienación es' una alienación determinada- del hombre y cada
una se aliena frente a la otral” :
■ Póco importa, repitámoslo, el marco de su interpretación.
Al-menos ha sabido descifrar con perspicacia no sólo- la di­
versidad, . sino también' lós .antagonismos internos de la ideo-
logia burguesa. Ahora bien, eso es lo que origina su fuerza,
en la medida en que esta obra puede efectuarse lejos del
l ugar del poder, y lejos del lugar de explotación. Pero tam­
bién lo que simultáne^ ente conforma su fragilidad, en la
medida en que es impotente para dar una respuesta global
a los problemas que se plantean a partir del desarrollo del
capitalismo, de las crisis y de las guerras y, más general­
mente, de los conflictos específicos de la sociedad moderna
—sociedad histórica, continuamente enfrentada a los efectos
de la transformación de las técnicas y de los conocimien­
tos, de las costumbres y de las rupturas entre generaciones.
En cuanto a esta ideología, que acompaña al totalitaris­
mo, supone a la inversa que toda esfera aplica una única y
misma norma; nace del intento de reunir en un mismo dis­
curso, de condensar en una misma representación los ele­
mentos diseminados de la certidumbre burguesa. Unificación
y condensación que cambian la certidumbre, la vuelven in­
destructible, “imperforable”, fuera de alcance de lo real. ¿Se
entiende, pues, por qué es de granito? U na operación de
este calibre reduce el proceso ideológico a un núcleo único,
tiende a hacer coincidir el discurso social dominante con el
discurso del poder, fenómeno que jamás hasta ahora se había
producido.
Pero aún nos equivocaríamos respecto de la naturaleza del
cambio si pensáramos que el Poder, o, mejor dicho, los hom­
bres que lo detentan, se convierten en los amos de la ideo­
logía. Significarla reducir de nuevo la ideología a una fun­
ción instrumental. La verdad es más bien que el punto de
vista del poder del Estado tiende a fusionarse con el punto
de certidumbre sobre la esencia de la sociedad, que el Poder
se halla atrapado en la ideología mientras ésta se aferra a
su posición.
Ahora bien, ésta es la doble consecuencia de este hecho:
un discurso que, a partir de ahora, se expresará en términos
políticos, cualquiera que sea el terreno donde penetre, no
cesará de remitirse al polo de la dictadura del proletariado;
y un Poder que, desde ahora, se diluirá en un discurso ge­
neral donde se enuncian la racionalidad, la legitimidad, la
evidencia natural del socialismo. Ya hemos designado la forma
social de este intercambio : el Partido —una élite del cono-
cuiento, un cuerpo ideal al que, por ejemplo, no afectan
sus miembros caídos en desgracia, humillados, casi aniquila­
dos en los campos de concentración stalinistas, un aparato
activo, todopoderoso, que rige, bajo la dirección de un hom­
bre o de un reducido número de hombres, la sociedad en­
tera. De modo que debemos corregir la segunda analogía
que señalábamos entre la ideología burguesa y la ideología
totalitaria. Es ésta: la “trascendencia de las ideas1’ no se lleva
a cabo como en la otra. Se condensan las ideas en un dis­
curso único, y éste ya. no se mantiene a distancia de la socie­
dad a la que se supone que designa, se en^ carna en ella hasta
ignorar su estatuto de discurso; ya no dictamina la verdad
desde. arriba, como el discurso burgués, ya no es discurso
sobre lo social, sino. discurso social.
Así es como se fabrica el granito de la ideología..
este libro se terminó de imprimir
el 15 de abril de 1983
en los talleres gráficos victoria, s. a.
privada de Zaragoza 18 bis, méxico 3, d. f.
y se compuso en tipos baskerville de 8 y 10 puntos
se imprimieron tres mil ejemplares
y sobrantes para reposición
en papel ediciones crema de 60 gramos
de la fábrica de papel san juan
L ía e n o r m e u tilid a d de u n a a n to lo g ía com o la q u e
h a n e la b o r a d o V ílla g r á n y C a ssíg o li r e s id e e n p o n e r
de m a n if ie s to l a p r o d ig io s a m u ltip lic id a d de
s e n tid o s q u e h a a d q u ir id o la p a la b r a " id e o lo g ía ”
e n tr e m a r x i s t a s y n o m a r x i s t a s , p o r n o h a b e r
p o d id o s u p e r a r la d ic o to m ía a n te s s e ñ a la d a . E n e sto
se r e v e la n m u c h a s c o s a s , m u c h o s in te r e s e s , p e ro
s o b re to d o se r e v e la el p r e f u n d o d e s c o n o c im ie n to
qu.e la m a y o r ía de lo s t r a t a d i s t a s tie n e de la. obra. de
M a rx .

L u d o v ic o Silva

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