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la ideología
en los textos
a r m a n d o c a s s íg o li c a rlo s v illa g rá n
prólogo de l u d o v i c o s i l v a .— .
MARCHA
EDITORES
ganz1912
PRIMERA EDICIÓN, 1983
III
.MARCHA
EDITORES
MÉXICO
Agradecernos a las siguientes editoriales el generoso pe^ rmiso que nos
concedieron para incluir en esta antología los textos que se mencio
nan a continuación: Cuadernos de Pasado y Presente (Althusser:
La filosofía como arma de la revolución); Siglo XXI Editores (Al
thusser: L<! revolución teórica de Marx; Poulantzas: Poder político
j' clases sociales en el estado .capitalista); Edima (Aron: Tres en
sayos sobre la era industrial); Editorial Tecnos (Bell: El fin de las
ideologías); A. Redondo, Editor (Schaff: en Sociología e ideología);
Anagrama Editorial (Enzensbcrger: Detalles); Biblioteca de la Uni
versidad Central de Venezuela (Silva: La plasvalia ideológica) ; Edi
torial Fontamara (Bahro: Por un comunismo democrático) y Tusqucts
Editor (Lefort: Un hombre que sobra: reflexiones sobre el archipié
lago Gulag).
ganz1912
IN D IC E
X. EL ESTRUCTURALISMO MARXISTA
L o u is A lth u s s e r , 1 3 ; N ic o s P o u la n tz a s , 32
<fn JP
.Durante los años sesenta se desarrolló en Francia una agu
da polémica en torno al estructuralismo, que arrojó resultados
interesantes pero que tenninó por convertirse en una moda.
K1 debate sobre la importancia del concepto de estructura
para el estudio de la totalidad social ya habla sido iniciado
con anterioridad; el propio .Marx le había dedicado una
atención especial a la relación entre factores dinámicos y
factores estructurales, al estudiar el problema de los modos
de producción. Pero aún en los casos en que Marx pone el
acento en la estructura —por ejemplo en la del modo de
producción feudal— jamás la encuentra realizada ni realiza
ble. La estructura del modo de producción es más bien una
abstracción en estado puro.
Han sido las investigaciones lingüísticas modernas, fun
damentalmente las de Ferdinand de Saussure y las de R o-
man Jakobson -las que han puesto el centro del interés en el
estudio de lo estructural sobre lo dinámico, de lo sincrónico
sobre lo diacrónico. Las investigaciones de Lévi-Straus sobre
las relaciones de parentesco, los trabajos de J. Lacan sobre
psicoanálisis, los estudios filosóficos de Foucault, entre otras
cosas, han formado todo un acervo científico edificado sobre
bases estructuralistas.
El debate sobre las potencialidades del enfoque estructural
llega a su punto máximo, cuando un grupo de marxistas fran
ceses intentan hacer una lectura estructuralista de Marx y
del mar a smo. Cansados del culto que la generación existen-
cialista había hecho —a juicio de estos autores— de la obra
del joven M arx, inician un estudio nuevo, intensivo y rigu
roso de la estructura general de la obra de Marx.
Consciente del carácter contradictorio e inhumano de la
existencia del hombre, el existencialismo había iniciado el
combate contra una sociedad que era el ejemplo mismo de
la deshwnanización. El existencialismo ateo de Sartre encon
tró en las obras de Marx —especialmente en sus obras de
juventud—, una orientación sobre la lucha contra la. aliena
ción y la reificación de la naturaleza humana. Sus relacio
nes con el marxismo —más específicamente con la. variante
9
stalinista— son ásperas y difíciles. Sartre ve en el comunis
mo el único movimiento capaz de hacer realidad algunas de
las premisas básicas del socialismo, pero se niega a aceptar
un marxismo dogmático, chato, que se limitaba a repetir me
cánicamente fórmulas vacías y retóricas que esc^ n oteaban
toda referencia al problema del individuo: “El objeto del
existencialismo —por la carencia de los marxistas— es el
hombre singular en el campo social, en su clase, en medio
de objetos colectivos y de los otros hombres singulares, es el
individuo alienado, reificado, objetivado, tal y como lo han
hecho la división del trabajo y la explotación, pero luchando
contra la alienación por medio de instrumento.s deformados,
y, a pesar de todo, g^ ^ n do terreno pacientemente.”
Si bien —para Sartre— el punto de partida de la refle
xión sobre el hombre es necesariamente marxista, es preciso
llenar las lagunas que el marxismo ha sido incapa;;: de cubrir.
“Estas consideraciones permiten comprender por qué podemos
declararnos a la vez completamente de acuerdo con la filo
sofía marxista y mantener provisionalmente la autonomía de
la ideología existencial. No hay duda, en efecto, de que el
marxismo aparece hoy como la única antropología posible
que deba ser a la vez histórica y estructural. Nadie puede
proponer otro punto de partida porque sería ofrecer otro
hombre como objeto de estudio. Es en el interior del movi
miento del pens^ n iento marxista donde encontramos una fa
lla, en la medida en que, a pesar de él mismo, el marxismo
tiende a eliminar al interrogador de su investigación y a
hacer del interrogado el objeto de un saber absoluto. Las
nociones que utiliza la investigación marxista para describir
nuestra sociedad histórica —explotación, alienación, fetichi-
zación, reificación, etc.— son precisamente las que remiten
más inmediatamente a las estructuras existenciales.”
Si se toma en consideración que Sartre había llegado al
marxismo, a través de un análisis de la existencia humana,
fundamentalmente del período traumático de la posguerra,
habrá que entender por qué el tema del humanismo se ubica
como preocupación básica de su pensamiento. Por otra parte,
es un hecho indubitable que el marxismo stalinista se había
demostrado absolutamente estéril a la hora de abordar prc-
l>)em;is como los señalados por Sartre.
I! 1
Independientemente del enfoque con que se quisiera- en
frentar la cuestión del humanismo, el desarrollo . del tema
hacía una referencia obligada a las obras de juventud de
Marx. Hasta el momento la obra de Marx había sido objeto
de innumerables interpretaciones, según Ia comprensión de
las diferentes realidades a las que- se había aplicado, pero
nadie se había aventurado a- afirmar la existencia de una
profunda ruptura .en la producción teórica del maestro. Es
la polémica sobre el humanismo, junto a la publicación de
los escritos tempranos de Marx, lo que separa por primera
vez el “M ^ x joven” del' “Marx viejo”.
Quienes se declaran defensores del “Marx joven” afirman
que es en las obras de juventud donde se puede encontrar-
una distinción filosófica de extraordinario valor, dimensión
que el propio Marx' abandonaría más tarde en sus obras de
madurez, sacrificando la filosofía en aras de la economía. Por
el. contrario, quienes valoraban las obras del “Marx viejo”.,
fundamentalmente El Capital, afirmaban que en Sus últi
mas obras donde se podía encontrar lo medular de su pen
samiento y que las obras de juventud son la manifestación
de la etapa “ideológica” de Marx, la que sus principales
conceptos están formulados en claves feuerbachianas o hege-
lianas.
Al margen del valor teórico que pudiera tener la polé-
rica sobre el humanismo, la cuestión había remitido al estu
dio crítico de la estructura total de la obra de Marx.
El antihumanísimo marxista
Es indudable que en 1932 los editores socialdemócratas
alemanes Landshut y Mayer, provocaron un verdadero acon
tecimiento con la publicación de los Manuscritos económico-
filosóficos de 1844 de Marx. Casi cincuenta años después de
la muerte del maestro y quince del triunfo de la Revolución
rusa, se daba a conocer al público occidental una obra de
juventud de Marx, en la que se podía encontrar un trata
miento filosófico de los problemas de la clase obrera. La idea
de que en los M anuscritos económico-filosóficos de 1844, se
podía encontrar un desarrollo filosófico sobre los problemas
que enfrenta la clase obrera se extendió con una rapidez ex
11
traordinaria. Como bien apunta Althu^ r , la publicación de
Ja obra de juventud de Marx sirvió de base para todo. tipo
de interpretaciones del pensamiento marxista, "interpretaciones
ora ética, ora antropológica, y hasta religiosa de M arx’’.
De alguna u otra forma, la publicación de los Manus
critos —con independencia de las diversas orientaciones y en
foques que provocó— significó en la práctica el inicio de una
profunda reflexión sobre el pensamiento marxista en general.-
Esta reflexión —que en muchos casos signific6 “revisión” de
Jos contenidos básicos del marxismo— tom 6 una fuerza inu
sitada a partir de la celebración del XX Congreso del Par
tido Comunista de la Unión Soviética, en el cual se dio ini
cio (al menos en las declaraciones) al p^ ^ ^ o de desestalí-
nizaci6n. .
Si la. construcción del s^ áslismo había permitido las de
formaciones que se denunciaban como propias del período
de Staiin, Ma lógico pensar que el m^ ^ arxismo requería de
una revisión crítica que permitiera encontrar la causa- de ta
les deformaciones. Era preciso, por- lo tanto, volver una vez
más a los orígenes. ¿En qué parte de la obra de Marx-Engels
se- podía ubicar el origen de las aberraciones del stalinismo?
¿ Qué interpretaciones podían justificar los crímenes que el
XX Congreso denunciaba? ¿Estaba el meollo de Ja cuestión'
en el llamado “culto a la personalidad” que Stalin había
desarrollado? '
El “retorno a los orígenes” dio comienzo a una largá
serie de disquisiciones sobre el espíritu y la letra en la obra
de Marx. Quienes buscaban una interpretación humanista de
Marx, es decir quienes tomaban al hombre y sus necesidades
como el fundamento objetivo, encontraron en los Manuscri
tos económico-filosóficos la justificación de sus planteamientos.
El camino correcto —según sus planteamientos— estaba en
entender la obra marxiana como un proceso en el cual los
primeros trabajos constituían los pilares sobre los que se le
vantarían las obras de madurez, en particular El Capital.
12
LOUIS ALTHUSSER
13
Politics and history, 1972.
Para una crítica de la práctica teórica (Respuesta a John LewU),
Buenos Aires, Siglo ^ XI, 1974.
Elementos de autocrítica, 1974.
Curso de filosofía para científicos, 1975.
Scis_ iniciativas ccmunistas, Madrid, Siglo ^ X I. 1977.
14
anarquista o utópica en sus inicios antes de convertirse gene
ralmente y enseguida en reformista, fue poco a^ poco trans
formada por la influencia y la acci6n de la terina marxista
en' wiá nueva•ideología; cuando decimos que hoy la ideolo
gía de amplias capas de la clase obrera sé ha convertido en
uha ideología de carácter marxista leninista; cuando decimos
que debemos llevar a cabo en las grandes masas no solamente
la lucha econ6nnca (por medio de los sindicatos) y la lucha
política (por medio del partido), sino también la: lucha ideo
lógica, es claro que proponemos, bajo el término de ideología,
una.noción que cuestiona realidades sociales que, awi tenien
do que ver con una cierta representación (con un ■cierto
“conocimiento”, por consiguiente) de lo real, desbordan muy
ampliamente, sin embargo, la simple cuestión del conocimien
to, para poner en juego una realidad y' una función propia
mente sociales.
Tenemos púas conciencia, en la utilización práctica que
hacemos de esta noción, de que la ideología implica una doble
relación: con el conocimiento por una parte,- con la. sociedad
por otra. La naturaleza de esta doble relación no es simple, y
requiere un esfuerzo definitorio. Este esfuerzo es indispensa
ble si es verdad, por una parte, como hemos visto; que inte
resa en primer lugar al marxismo definirse sin lugar a equi
vocación como una ciencia, es decir,' como una . realidad
absolutamente distinta de la ideología; y si es verdad, por
otra parte, que la acción de las- organizaciones revoluciona
rias fundadas . sobre la teoría . científica:. del marxismo debe
desarrollarse en fa sociedad en la que a cada .paso y a cada
instante de su lucha y- aun en la conciencia de la clase obrera,
chocan con la existencia social de la ideología; •. '
Para ver bien claro esta cuestión capital, aunque' difícil,
es indispensable retroceder algo y remontarse' a: los principios
de la teoría marxista de la i deología, que forma parte de- la
teoría m aarxista de la sociedad. '
Marx ha mostrado que toda formación ’social constituye
una “totalidad orgánica”, que comprende tres “niveles” esen
ciales: la economía, la política y la ideología o formas' de'la
conciencia social. El “nivel” ideológico representa pues' una
realidad objetiva, indispensable a la existencia de una' forma
ción social; realidad objetiva, es decir, independiente de' la
15
subjetividad de los individuos que le están' sometidos'—-siem
pre en lo que se refiere a los individuos mismos----y por lo
cual Marx emplea la expresión “formas de la conciencia so
cial” . ¿Cómo representarse la realidad objetiva y la función
social de la ideología?
En una sociedad dada. los hombres participan en la pro
ducción económica, cuyos mecanismos y efectos son determi
nados por la estructura de la.s" relaciones de producción; los
hombres participan en la actividad política, cuyos mecanis
mos y- efectos son regulados por la estructura de las relacio
nes de clase (la lucha de clases, el derecho y el estado). Los
mismos hombres párticipan en otras actividades, actividad re
ligiosa, moral, filosófica, etc., sea de una manera activa, por
medio de prácticas conscientes, sea de una manera pasiva y
mecánica, por reflejos, juicios, actitudes, etc. Estas últimas
actividades constituyen la actividad ideológica, y son sosteni
das por una adhesión, voluntaria o involuntaria, consciente
o1inconsciente, a un conjunto de representaciones y creencias
religiosas, morales, jurídicas, políticas, estéticas, filosóficas,
etcétera, que forman lo que se llama el nivel de la ideología.
Las representaciones de la ideología se refieren al mundo
mismo en el cual viven los hombres, la naturaleza y la so
ciedad, y a la vida de los hombres, a sus relaciones con la
naturaleza, con la sociedad, con el orden social, con los otros
hombres y con sus propias actividades, incluso a la práctica
económica y la práctica política. Sin embargo, estas repre
sentaciones no son conocimientos verdaderos del mundo que
representan. Pueden contener elementos de conocimientos,
pero siempre integrados y sometidos al sistema de conjunto
de estas representaciones, que es, en principio, un sistema
orientado y falseado, un sistema regido por una falsa con
cepción del mundo, o del dominio de los objetos considera
dos. En su práctica real, sea la práctica económica o la prác
tica política,los hombres son efectivamente determinados por
estructuras objetivas (relaciones de producción, relaciones
políticas de clase) : su práctica los convence de la existencia
de la realidad, les hace percibir ciertos efectos objetivos de
la acción de esas estructuras, pero les disimula la esencia
de éstas. No pueden llegar, por su simple práctica, al cono
cimiento verdadero de esas estructuras ni, por consiguiente,
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de la realidad objetiva ni de la realidad política, en el me
canismo de las cuales desempeñan sin embargo UI} _papel
definido. Este conocimiento del mecanismo de las estructuras
económica y política no puede ser sino el resultado de otra
práctica distinta de la práctica económica o política irane-
diata: la práctica científica. De la misma manera el conoci
miento de las leyes de la naturaleza no puede ser el producto
de la simple práctica técnica y de la percepción que no
proporcionan más que observaciones empíricas y recetas téc
nicas, sino que es al contrario el producto de prácticas espe
cíficas distintas de estas prácticas inmediatas: las prácticas
científicas. Sin embargo, los hombres que no tienen el cono
cimiento de las realidades políticas, económicas y sociales en
las que deben cumplir las tareas que les asigna la división
del trabajo, no pueden vivir sin guiarse por una cierta repre
sentación de su mundo y de sus relaciones con él. Esta represen
tación ellos se la encuentran primero dada al nacer, existiendo
en la sociedad misma, de igual manera que encuentran existen
tes antes que ellos las relaciones de producci6n y las relaciones
políticas en que deberán vivir. Al igual que nacen como "ani
males económicos” y “animales políticos” se puede decir que
Jos hombres nacen “animales ideológicos”. Todo sucede como
si para existir como seres sociales activos en la sociedad que
condiciona toda una existencia necesitaran disponer de cierta
representación de su mundo, la cual puede permanecer en gran
parte inconsciente y mecánica, o al contrario ser consciente
y reflexiva más o menos ampliamente. La ideología aparece
así como una cierta representación del mundo, que liga a los
hombres con sus condiciones de existencia y a los hombres
entre sí en la división de sus tareas, y la igualdad o desigual
dad de su suerte. Desde las sociedades primitivas, en las que
las; clases no existían, se comprueba ya la existencia de este
lazo, y no es por azar que podemos ver en la primera forma
general de la ideología, la religión, la realidad de ese lazo
(ésta es una de las etimologías posibles de la palabra reli
gión). En una sociedad de clases, la ideología sirve a los
hombres no solamente para vivir sus propias condiciones de
existencia, para ejecutar las tareas que les son asignadas, sino
también para “soportar" su estado, ya consista. éste en la mi
seria de la explotación de que son víctimas,- o en el privile
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gio exorbitante del poder y de la riqueza de que son bene
ficiarios.
Las representaciones de la ideología acompañan pues cons
ciente o inconscientemente, como tantas señales y vectores
cargados de prohibiciones, de permisos, de obligaciones, de
resignaciones y de esperanzas, todos los actos de los individuos,
toda su actividad, todas sus relaciones. Si nos representamos
la sociedad según la metáfora clásica de Marx, como un
edificio, una construcción o una superestructura jurídico-
política, elevada sobre la infraestructura de la base, sobre
fundamentos económicos, debemos dar a la ideología un lu
gar muy particular: para comprender su eficacia, es necesa
rio situarla en la superestructura, y darle una relativa auto
nomía con respecto al derecho y al estado. Pero al mismo
tiempo, para comprender su forma de presencia más general
hay que considerar que la ideología se introduce en todas -las
partes del edificio y que constituye ese cemento de naturaleza
particular que asegura el ajuste y la cohesión de los hombres
en sus roles, sus funciones y sus relaciones sociales.
De hecho la ideología impregna todas las actividades del
hombre, incluso su práctica económica y su práctica política;
está presente en las actitudes hacia el trabajo, hacia los agen
tes de Ja producción, hacia las restricciones de la producción,
en la idea que se hace el trabajador del mecanismo de la
producción; está presente en las actitudes y los juicios polí
ticos, el cinismo, la buena conciencia, la resignación o la
revuelta, etc.; gobierna las conductas familiares- de los indi
viduos y sus comportamientos hacia los hombres, su actitud
hacia la naturaleza, su juicio sobre el “sentido de la vida” en
general, sus diferentes cultos (Dios, el príncipe, el estado,
etcétera...) . La ideología está presente en todos !os actos y
gestos de los individuos hasta el punto de que es indiscerni
ble a partir de m “expericiencia vivida”, y que todo análisis
inmediato de lo “vivido” está profundamente marcado por
los temas de -la vivencia ideológica. Cuando el individuo (y
el filósofo empirista) cree tener que ver con la percepción
pura y desnuda de la realidad misma o con una práctica pura,
con lo que tiene que ver en realidad es con una percepción
y una práctica impuras, marcadas por las invisibles estruc
turas de la ideología; como no percibe la ideología, toma su
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percepción de las cosas y del mundo por la percepción de
las “cosas mismas”, sin ver que esta percepción no le es dada
sino bajo el velo de las formas insospechadas de la ideología,
sin ver que está de hecho recubiert:!l por la invisible percep
ción de las fonnas de la ideología.
Es aquí en efeto donde reside el primer carácter esencial
de la ideología: como todas las realidades sociales, sólo es
inteligible a través de su estructura. La ideología comporta
representaciones, imágenes, señales, etc., pero esos elementos
considerados cada uno aisladamente no hacen la ideología:
es su sistema, su modo de disponerse y combinarse los que les
dan su sentido; es su estructura la que los determina en su
sentido y función. En la misma medida en que la estructura
de las relaciones de producción y los mecanismos de la vida
económica producidos por los agentes de la producción no
son inmediatamente visibles para ellos, la estructura y los me
canismos de la ideología no lo son para los h^ n bres que les
están sometidos; no perciben la ideología de su representa
ción del mundo como ideología, no conocen ni su estructura
ni sus mecanismos; practican su ideología (como se dice de
un creyente que practica su religión), no la conocen. A causa
dr. estar determinada por su estructura, la ideología supera
como realidad todas las formas en las que es vivida subjetiva
mente por tal o cual individuo; es por esta razón que no se
reduce a las formas individuales en las que es vivida, es. por
fo que puede ser el objeto de un estudio objetivo. Es por esta
razón de principio que podemos hablar de la naturaleza y
li ilición de la ideología y estudiarla.
Ahora bien, su estudio nos revela caracteres notables:
19
que aparecieron paulatinamente.- Se debe prever que ciertas
regiones desaparecerán o se confundirán con otras en el curso
de la historia del socialismo o del comunismo, y que distintas
modificaciones intervendrán en las reparticiones interiores que
tengan en el dominio general de la ideología. Hay que seña
lar igualmente que según los períodos de la historia (es decir,
según los modos de producción) y en el interior de los mis
mos modos de producción, según las diferentes formaciones
sociales existentes y de la misma manera, como veremos, se
gún las diferentes clases sociales, es esta u otra región de la
ideología la que domina a las otras en el dominio general de
la ideología. Así se explican por ejemplo las observaciones
de Marx y Engels sobre la influencia dominante de la ideo
logía religiosa en todos los movimientos de revuelta campe
sina del siglo XIV al siglo x v iii y aun en ciertas formas pri
mitivas del movimiento obrero; o incluso la observación hecha
por Marx, que no es ciertamente humorística, al afirmar que
los franceses tienen cabeza política, los ingleses económica, los
alemanes filosófica. Ésta es una observación de gran impor
tancia para comprender ciertos problemas propios de las tra
diciones obreras en esos países. Se pueden hacer anotaciones
del mismo orden sobre la importancia de la religión en algu
nos' movimientos de liberación de los antiguos países colonia
les o en la resistencia de los negros al racismo blanco de los
Estados Unidos. El conocimiento de las diferentes regiones
existentes en la ideología, el conocimiento de la región ideo
lógica dominante (sea religiosa, política, jurídica, moral, etc.)
es de primera importancia política para la estrategia y la tác
tica de la lucha ideológica.I.
20
lo mismo con la ideología moral, política o estética: pueden
existir bajo una forma no teorizada, no sistematizada, bajo
la forma de costumbres, de tendencias, de gustos; o al con
trario, bajo una forma sistematizada y reflexiva: teoría ideo
lógica moral, teoría ideológica política, etc. La forma superior
de la teorización de la ideología es la filosofía, cuya gran
importancia radica en que constituye el laboratorio de la abs
tracción teórica proveniente de la ideología, pero tratada por
ella misma como teoría. Es como laboratorio de la teoría que
la ideología filosófica ha desempeñado y desempeña aún un
papel de gran importancia en el nacimiento de las ciencias
y en su desarrollo. Hemos visto que Marx no suprimió la fi
losofía: por medio de una revolución en ella transformó la
natm aleza de esta ciencia, la desembarazó de la herencia
ideol6gica que la trababa e hizo de la filosofía una disciplina
científica; así le proporcionó medios incomparables para de
sempeñar su papel de teoría de la práctica científica real.
De todos modos debemos saber que a excepción de la filoso
fía en sentido estricto, en cada uno de sus diferentes domi
nios la ideología no se reduce a su expresión teórica, la cual
no es generalmente accesible más que a un pequeño número
de hombres,' sino que existe en las grandes masas bajo una
forma no reflexionada teóricamente, que la extiende mucho
más allá de su forma teorizada.1
21
bres entre sí en el conjunto de las formas de su existencia,
la. relación de los individuos con las tareas que les fija la es
tructura social. En una sociedad de clases, esta función es
dominada por la forma que toma la división del trabajo en
Ja diferenciación de los hombres en clases .antagónicas. Nos
damos cuenta entonces que la ideología está destinada a ase
gurar la cohesión de las relaciones de los hombres entre sí
y- de los hombres con sus tareas en la estructura general de
explotación de clase, que las extiende entonces a todas las
otras relaciones. La ideología está pues destinada ante todo
a. asegurar la dominación de una clase sobre las otras y la
explotación económica que le asegura su preminencia, ha
ciendo a los explotados aceptar como fundada en la voluntad
de Dios, en la “naturaleza” o en el “deber” moral, etc., su
propia condición de explotados. Pero la ideología no es sola
mente un “bello engaño” inventado por los explotadores para
mantener a raya a los explotados y engañarlos: es útil tam
bién a los individuos de la clase dominante, para aceptar
romo “deseada por Dios’’, como fijada por la “naturaleza” o
incluso como asignada por un “deber” moral la dominación
que ellos ejercen sobre los explotados; les es útil pues, al
mismo tiempo y a ellos también, este lazo de cohesión social,
/jara comportarse como miembros de una clase, la clase de
los explotadores. El “bello engaño” de la ideología tiene un
doble uso: se ejerce sobre la conciencia de los explotados para
hacerles aceptar como “natural” su condición de tales; actúa
también sobre la conciencia ele los miembros de la clase do
minante para permitirles ejercer como “natural” su explota
ción y su dominación.IV .
22
tear también el problema de la función de la ideología en
una sociedad sin clases, y deberíamos resolverlo entonces mos
trando que la deformación de la ideología es socialmente
necesaria en función misma de la naturaleza del todo social,
muy precisamente en función de su determinación por su es
tructura, a la que hace, como todo social, opaca para los in
dividuos que ocupan en él un lugar determinado por esta
estructura. La opacidad de la estructura social hace necesa
riamente mítica la representación del mundo indispensable a
la cohesión social. En las sociedades de clases esta primera
función de la ideología subsiste, pero está dominada por la
nueva función social impuesta por la existencia de la divi-
ción en clases, que la extiende ampliamente a la función pre
cedente. Si queremos ser exhaustivos, si queremos tener en
cuenta estos dos principios de deformación necesaria, debe
mos decir que la ideología es, en una sociedad de clases, ne-
cesari^ ente defox^^nte y mistificadora, porque es produci
da a la vez como deformante por la opacidad de la deter
minación de la sociedad por la estructura y la existencia de
la división en clases. Es justamente aquí que hay que retro
ceder para comprender por qué, como representación del
mundo y de la sociedad, la ideología es necesariamente una
representación deformante y mistificadora de la realidad en
que deben vivir los hombres, una representación destinada a
hacerles aceptar en su conciencia y en su comportamiento
inmediatos, el lugar y el papel que les impone la estructura
de esta sociedad. Se comprende con esto que la representa
ción que la ideología da de la realidad sea una cierta “repre
sentación”, que la ideología en cierto. modo haga alusión. a
lo real, pero que al mismo tiempo lo que ofrezca de lo real
no sea más que una ilusión. Se comprende también que la
ideología dé a los hombres un cierto “conocimiento” de su
mundo —o mejor, al permitirles “reconocerse” en su mundo,
les proporcione un cierto " reconocimiento”— pero al mismo
liempo no los introduzca sino a su desconocimiento. Alusión-
ilusión o reconocimiento-desconocimiento: tal es pues, desde
d punto de vista de su relación con lo real, la ideología.
Se comprende también entonces que toda ciencia tenga
que romper, cuando nace, con la representación mistificada-
mistificadora de la ideología; que la ideología, en su función
23
alusina-ilusoria, pueda sobrevivir a la ciencia, dado que su
objeto no es el conocimiento, sino un desconocimiento social
y objetivo de lo real.
Se comprende tanbién que la ciencia no pueda, en su
función social, remplazar la ideología, como lo creían los
filósofos de la Ilustración, quienes no veían en la ideología
más que la ilusión (o error) sin ver en ella la alusión a lo
real, sin ver en ella la función social de esta unión —a pri
mera vista desconcertante, pero esencialmente la' ilusión y
de la alusión, del reconocimiento y del desconocimiento.
25
logia es un sistema (que posee su lógica y su rigor propios)
de representaciones (imágenes, mitos, ideas o conceptos se
gún los casos), dotados de una existencia y de un papel his
tóricos en el seno de una sociedad dada. Sin entrar en el
problema de las relaciones de una ciencia con su pasado
(ideológico), podemos decir que la ideología como sistema de
representaciones se distingue de la ciencia en que la función
práctico-social es más importante que la función teórica (o
de conocimiento) .
¿Cuál es la naturaleza de esta función social? Para com
prenderla es necesario referirse a la teoría marxista de la
historia. Los "sujetos” de la historia son las sociedades huma
nas dadas. Ellas se presentan como totalidades, cuya unidad
está constituida por un cierto tipo específico de complejidad,
que pone en juego instancias que pueden reducirse muy es
quemáticamente —siguiendo a Engels— a tres: la economía,
la política y la ideologfa.. En toda ■sociedad se observa, en
consecuencia, bajo formas a veces muy paradójicas, la exis
tencia de una actividad económica de base, de una organi
zación política y de formas “ideológicas” (religión, moral,
filosofía, etc.). Por lo tanto, /.a. ideología forma parte orgáni
camente, como tal, de toda totalidad social. Todo ocurre como
si las sociedades humanas no pudieran subsistir sin estas for
maciones específicas, estos sistemas de representaciones (a
diferentes niveles) que son las ideologías. Las sociedades
humanas secretan la ideología como el elemento y la atmós
fera núsma indispensable- a su respiración, a su vida histó
rica. Sólo una concepción ideológica del mundo pudo im a
ginar sociedades sin ideologías, y admitir la idea utópica de
un mundo en el que la ideología (y no una de sus formas
históricas) desaparecerá sin dejar huellas, para ser remplaza
da por la ciencia. Esta utopía se encuentra, por ejemplo, en
el origen de la idea de que la moral, ideológica en su esen
cia, podría ser remplazada por la ciencia o llegar a ser total
mente científica, o la religión disipada por la ciencia, la que
tomaría en cierto modo su lugar; que el arte podría confun
dirse con el conocimiento o llegar a ser “vida cotidiana”,
etcétera.
Y para no evitar el problema más candente, el materia
lismo histórico no puede concebir que una sociedad comunista
26
pueda prescindir jamás de la ideología, trátese de moral, de
arte o de “representación del mundo”. Sin dud.a se pueden
prever modificaciones importantes en las formai ideológicas
y en sus relaciones —por ejemplo, la desaparición.4e;.ciertas
formas existentes o la transferencia de su función a formas
vecinas— ; t^ bién se puede (basándose en premisas ya adqui
ridas a través de la experiencia) prever el desarrollo de nue
vas formas ideológicas— por ejemplo, las ideologías: “con
cepción científica del mundo”, “humanismo comunista”— ;
pem>, en el estado actual de la teoría marxista, tomada en
su rigor, no puede concebirse que el comunismo, nuevo inodo
de producción que implica fuerzas de producción y relacio
nes de producción determinadas, pueda prescindir de una
organización social de la producción y de las formas ideo
lógicas correspondientes.
La ideología no es, por lo tanto, una aberración o una
excrecencia contingente de la Historia: constituye una es
tructura esencial en la vida histórica de las sociedades. Por
lo demás, solamente la existencia y el reconocimiento de su
necesidad pueden permitir actuar sobre la ideología y trans
formarla en instnunento de acción reflexiva sobre la Historia.
Es común decir que la ideología pertenece a la región de
la "conciencia’’. Es necesario no dejarse engañar por esta
denominación que permanece contaminada por la problemá
tica idealista anterior a Marx. En realidad, la ideología tiene
muy poco que ver con la “conciencia”, si se supone que este
término tiene un sentido unívoco. Es profundamente incons
ciente, aun cuando se presenta bajo una forma reflexiva (como
en la filosofía prem^ a.ncista). La ideología es, sin duda, un sis
tema de representaciones, pero estas representaciones, la mayor
parte del tiempo, no tienen nada que ver con la “conciencia:”
son la mayor parte del tiempo imágenes, a veces conceptos,
pero, sobre todo, se imponen como estructuras a la inmensa
mayoría de los hombres, sin pasar por su “conciencia”. Son
objetos culturales percibidos-aceptados-soportados que actúan
funcionalmente sobre los hombres mediante un proceso que
se les escapa. Los hombres “viven” su ideología como el car
tesiano “Veía” o no veía (si no 1a fijaba) la luna a doscien
tos pasos: en absoluto como una forma de conciencia, sino
como un objeto de su "mundo” —como su "mundo” mismo.
27
¿Qué quiere decirse, sin embargo, cuando se dice que la
ideología concierne a la "conciencia” de los hombres? Pri
mero, que se distingue de las otras instancias sociales, pero,
también, que los hombres viven sus acciones, referidas co
múnmente por la tradición clásica a la libertad y a la “con
ciencia”, en la ideología, a través y por la ideología; en una
palabra, que la relación “vivida" de los hombres con el mun
do, comprendida en ella la Historia (en la acción o inacción
política), pasa por la ideología, más aún, es la ideología mis
ma. En este sentido decía Marx que, en la ideología (como
lugar de luchas políticas) , los hombres toman conciencia de
su lugar en el mundo y en la historia: en el seno de esta
inconciencia ideológica, los hombres llegan a modificar sus
relaciones “vividas” con el mundo y a adquirir esa nueva
forma de inconciencia especüica que se llama “conciencia”.
La ideología concierne, por lo tanto, a la relación vivida
de los hombres con su mundo. Esta relación que no aparece
como " consciente” sino a condición de ser inconsciente, de
la misma manera, da la impresión de no ser simple sino a
condición de ser compleja, de no ser una relación simple
sino una relación de relaciones, una relación de segundo gra
do. En la ideología, los hombres expresan, en efecto, no su
relación con sus condiciones de existencia, sino la manera
en que viven su relación con sus condiciones de existencia:
lo que supone a la vez una relación real y una relación “vi
vida”, o “imaginaria”. La ideología es, por lo tanto, la ex
presión de la relación de los hombres con su “mundo”, es
decir, la unidad (sobredetenninada) de su relación real y de
su relación imaginaria con sus condiciones de existencia rea
les. En la ideología, la relación real está inevitablemente
investida en la relación imaginaria: relación que expresa más
una voluntad (conservadora, conformista, reformista o revo
lucionaria) , una esperanza o una • nostalgia, que la descrip
ción de una realidad. '
En esta sobredeterminación .de. lo. real por lo imaginario
y de lo imaginario por lo real, la ideología es, por princi
pio, activa, y refuerza o modifica las relaciones de los hom
bres con sus condiciones de existencia, en esa misma relación
imaginaria. De ello se deriva que esta acción no puede ser
jamás puramente instrumental: los hombres que se sirven de
una ideología como un puro medio de acción, una herra
mienta, se encuentran prisioneros en ella y preocupados por
ella en el momento mismo en que la utilizan y se Creen sus
dueños.
Esto es perfectamente claro en una sociedad di: ''dases.
La ideología dominante es entonces la . ideología de la clase
dominante. Pero la clase dominante no mantiene con la ideo
logía dominante, que es su ideología, una relación exterior
y lúcida de utilidad o de astucia puras. Cuando la “clase
ascendente” burguesa desarrolla, en el curso del siglo xvin,
una ideología humanista de Ja igualdad, de la libertad y de
la razón, da a su propia reivindicación la forma de univer
salidad, como si quisiera, de esta manera, enrolar en sus
filas, formándolos con este fin, a los mismos hombres que no
liberará sino para explotar. He aquí el mito rousseauniano
del origen de la desigualdad: los ricos dirigen a los pobres
el “di^ u rso reflexivo” que jamás ha sido concebido,
para convencerlos de vivir su servidumbre como libertad. En
realidad, la burguesía debe creer en su mito antes de con
vencer a los otros, y no solamente para convencerlos, ya que
lo que ella vive en su ideología es esa relación imaginaria
I con sus condiciones de existencia, reales, que le permiten a
la vez actuar sobre si (darse la conciencia jurídica y moral
y las condiciones jurídicas y morales del liberalismo econó
mico) y sobre los otros (sus explotados o futuros explota
dos: los “trabajadores libres” ), a fin de asumir, cumplir y
soportar su papel histórico de clase dominante. En la ideo
logía de la libertad, la burguesía vive así muy exactamente
su relación con sus condiciones de existencia, es decir, su re
lación real (el derecho de la economía capitalista liberal)
fiero investida de una relación imaginaria (todos los hom
bres son libres, incluso los trabajadores libres) . Su ideología
consiste en ese juego de palabras sobre la libertad que revela
Unto la voluntad de la burguesía de mistificar a sus explo-
l:uioos (“ ¡libres!” ), para mantenerlos sometidos, a través del
ihantaje de la libertad, como la necesidad que tiene la bur
guesía de vivir su propia dominación de clase en función
dr. la libertad de sus propios explotados. Del mismo modo
que un pueblo que explota a otro no puede ser libre, una
29
clase que se sirve de una ideología, no puede sino estarle
sometida. Cuando se habla de la función de clase de una
ideología es n^ ^ a rio comprender que la ideología domi
nante es la ideología de la clase dominante, y que le sirve
no sólo para dominar a la clase explotada, sino también para
constituirse en la clase dominante misma, haciéndole aceptar
como ^ real y justificada su relación vivida ron el mundo.
Pero hay que ir más lejos y preguntarse lo que llega a
ser la ideología en una sociedad donde las clases han desa
parecido. Lo que acaba de decirse hace posible una res
puesta. Si toda la función soccial de la ideología se resumiera
en el cinismo de un mito (como las “bellas mentiras” de
Platón o las técnicas de 1a publicidad moderna), que la
clase dominante fabricaría y manipularía desde el exterior,
para' engañar a quienes explota, la ideología desaparecería
con las clases. Pero, como hemos visto, aun en el caso de
una sociedad de clases, la ideología tiene un- papel activo
sobre la clase dominante nnsma y contribuye a modelarla,
a modificar ssus actitudes para adaptarla a sus condiciones
reales de existencia (ejemplo: la libertad jurídica) —queda
claro que la ideología (como sistema de representaciones de
masa) es indispensable a toda sociedad para formar a los
hombres, transformarlos y ponerlos en estado de responder a
las exigencias de sus condiciones de existencia. Si la historia ■
en una sociedad socialista es, igualmente, como lo decía M^ arx
una perpetua transfonnación de las condiciones de existen
cia de los hombres, los hombres deben ser transformados para
que puedan adaptarse a estas condiciones; si esta “adapta
ción” no puede ser abandonada a la espontaneidad, sino que
debe ser . asumida, dominada, controlada, en la ideología se
eg re sa esta exigencia, se. mide esta distancia, se vive esta
contradicción y se realiza su resolución. En la ideología, la
sociedad sin clases vive la inadecuación-adecuación de su
relación con el mundo, en ella y por ella transforma la con
ciencia de los hombres, es decir, su actitud y su conducta,
para situarlos al nivel de sus tareas y de sus condiciones de
existencia.
En una sociedad de clases, la ideología es la tierra y el
elemento en los que la relación de los hombres con sus con-
30
* diciones de existencia se organiza en provecho de la d ase do-
^ minante. En una sociedad sin clases, la ideología es la tierra
y el elemento en los que la relación de los h^ b r ^ con sus
condiciones de existencia se vive en provecho de todos los
hombres. ..
31
NlCOS POULANTZAS
Obras:
Hegemonía y dominación en el estado moderno, Buenos Aires,
Cuadernos de Pasado y Presente núm. 48, 1975.
Poder político y clases sociales en el estado cafiitalista, México,
Siglo XXI, 1968.
Fascismo y dictadura, México, Siglo XXI, 1970.
Las clases sociales en el capitalismo actual, México, Siglo XXI,
1974.
La crisis de las dictaduras, México, Siglo XXI, 1975.
Para un análisis marxista del estado, Valencia, Pre-Textos, 1977.
Sobre el estado capitalista, Barcelona, Laia, 1977.
32
ligiosas, morales, estéticas, filosóficas.1 La ideología concierne
al mundo en que -viven los hombres, a sus relaciones con la
naturaleza, con la socidad, con los otros -hombres, con su
propia actividad, incluida su actividad ' económica y ' política.
El estatuto de lo ideológico depende del hecho de que refleja
la manera como los agentes de :una fonnación, portadores
de sus estructuras, viven sus condiciones de existencia, de la
relacióri “vivida" de los agentes con esas condiciones. La ideo-
Jogía está hasta ta l’punto presente en todas las actividades
de los agentes, que no puede diferenciarse de su experiencia
vivida. En esa medida, las ideologías fijan en un universo
relativamente coherente no sólo una relación real, sino' tam
bién uiia relación imaginaria, una^ relación real de los hom
bres con sus condiciones de existencia investida' en una rela-
ción imaginaria. Lo que quiere decir que las ideologías se
if refieren, en último análisis a lo vivido humano,' sin que por
1' eso se reduzcan a uná problemática del sujeto-conciencia. Eso
imaginario social, de función práctico-social' real, no es de
ningún modo reductible a la problemática de la enajenación,
| a Ja de' la- f^su conciencia. ' '
J De esto se sigue, por una parte, que la ideología, consti-
* tutiv^ amente inimbricada en el funcionamiento de lo imaginario
social, está- necesariamente fafseada. S u ' ^nición social no es
ofrecer a los agentes un conocimiento verdadero de la estruc
tura social, sino simplemente insertarlos' en cierto modo en sus
actividades prácticas que sostienen1 dicha estructura. Precisa
mente a causa de su determianción por su estn.ictura, el todo
social es un nivel delo vivido opaco para los agentes, opacidad
sobredeterminada en las sociedades divididas en clases, por
la explotación: de^ clase y las formas que esa explotación toma
a fin de poder funcionar en el todo social. Así la ideología,
aun cuando comprenda elementos de conocimiento, manifies
ta necesariamente una adecuación-inadecuación respecto de
lo real, lo que Maarx percibió bajo la forma de “inversión”.
Se sigue, por otra parte, que la ideología no es visible por
los agentes en su ordenación interna:' como todo nivel de la
realidad social, la' ideología está determinada por su propia
II
1 Véase a este respecto Althusscr: “Maraiwm y humanismo", su-
pra. .
33
estructura, que es opaca para los agentes en las relaciones
vividas.
. , t
35
ocurre con toda otra.instancia, la región de lo ideológico está
fijada, en sus límites, .por la estructura . global de un modo
de producción y de una- formación social..
36
"Cada cultura. nacional contiene elementos, aun no desarro
llados, de una cultura democrática y socialista. Perp en cada
nación existe igualmente una cultura burguesa.. ., no sólo
en el estado de 'elementos’, sino en la forma de cultqra,. do
minante".* Por lo demás, la ideología dominante no sólo
contiene, en el estado de “elementos” incorporados a su pro
pia. estructura, rasgos procedentes de otras ideologías que la
de la clase dominante, sino que también se pueden encon
trar en una formación capitalista verdaderos subconjuntos
ideológicos, que funcionan en unidad con una autonomía
relativa respecto de la ideología dominante: por ejemplo,
subconjuntos feudal, pequeñoburgués, etc. Éstos están domi
nados por las ideologías de las clases correspondientes —feu
dal, pequeñoburguesa—, en la medida, sin embargo, en que
esas ideologías que dominan a los subconjuntos ideológicos
están a su vez dominadas por la ideología dominante, a con
tinuación veremos en qué forma. Esos subconjuntos ideoló
gicos también contienen elementos procedentes de otras ideo-
logias que las que los dominan o que la ideología dominante
de una formación: es el caso característico de las relaciones
constantes entre la ideología pequeñoburguesa y la ideología
obrera.
37
AK at HN m LAS Y fit' cstriio*
o
Terminada la Segunda Guerra Mundial, el período de la
gtOTa fría, iniciado con el famoso discurso de Winstoh Chur-
chill en la Universidad de Fulton en 1946, significó una
agudización del enfrentamiento político en todo el mundo.
La finalización del conflicto implicó entre otras cosas la
expansión del campo socialista y la disolución de gran parte
de la estructura colonial. El mundo fue repartido en áreas de
influencia de los dos. grandes sistemas dominantes, quedando
pese a todo un considerable número de naciones que recha
zaban integrarse a una política de bloques.
En los países de occidente, el período posbélico registró
una creciente preocupación intelectual orientada hacia la
comprensión de la sociedad capitalista, recompuesta a duras
penas del doloroso trance de la guerra.
La apariencia irracional del conflicto requería a gritos la
recomposición de la racionalidad . capitalista y el desarro
llo de nuevos horizontes -teóricos que tocaran el problema de
la libertad del individuo frente -a los regímenes autoritarios.
El problema de la libertad que va a recoger valiosos apor
tes en el interior del m^ ^ ^ o y del existencialismo —para
citar solamente un par de casos— va a servir también de
plataforma de l^ ^ ^ iento a las más audaces y demagógi
c a teorías que intentan la recuperación de la ideología bur
guesa. .
En septiembre de 1955 en el Museo •Nacional de la Téc
nica y la Ciencia de Milán, u n ' n^ ^ ^ oso grupo de inte
lectuales occidentales se había dado cita para discutir el fu-
luro de la libertad en el mundo. Después de acaloradas
denuncia sobre el fana^ rno, el dogmatismo y el sectarismo
como factores restrictivos de la libertad —identificados todos
con la ideología— el congreso concluyó que la era de la ideo
logía había llegado a su fin.1
No dejan de ser curiosas las conclusiones del menciona
do congreso si se toman en consideración las circunstancias
1 Las vinculaciones entre los organizadores del Congreso por la
libertad de la cultura de y la cia serían comprobadas más
tarde y denunciadas por la revista Marcha en Uruguay.
41
histórico-políticas del momento. En septiembre de 1954 Es
tados Unidos, Inglaterra, Francia, Australia, Nueva Zelañ
dia, Tailandia, Filipinas y Pakistán suscribían el Tratado de
Defensa Colectiva del Asia Sudorienta! (sEATo) que tenía
como finalidad la defensa colectiva de los contratantes, fíente '
a las crecientes amenazas de los países comunistas.
Posteriormente en febrero de 1955 Estados Unidos se com
promete militarmente en Viet-Nam (con el respaldo de los"'
países fi^ ^ m tes del tratado) invocando la finalidad de pre
servar Ja libertad amenazada por el avance de la ideología
comunista en el sudeste asiático.
A pesar de estas evidencias históricas, imposibles de igno^
rar para la intelligentsia occidental reunida en Milán, el
■ Congreso por la libertad de la cultura concluía que las po
derosas ideologías que habían conducido a las masas durante
el siglo X XIX estaban agotados y su poder de movilización y
convencimiento se había extinguido. ' ,
“Los hechos que están tras ese importante cambio socio
lógico son complejos y variados —nos adelanta Daniel Bell—.
Una cadena la constituyen calamidades del tipo de los pro
cesos de Moscú, el pacto nazi-soviético y la represión ■de los
obreros húngaros; otra la constituyen cambios sociales del tipo
del capitalismo y los medios de bienestar social.” * En resumen,
la era' de la ideología sido sepultada —a juicio de los
congresistas de Milán— por. las atrocidades del comunismo
y por el progreso que prometía: el' capitalismo contemporáneo.
Sin embargo, a pesar del poderoso avance de las fuerzas
productivas capitalistas que habían' logrado reconvertir la in
dustria 'de. gueira- a la producción civil, iniciando la fase am
plia de expansión capitalista que se mantendrá hasta median
dos de .los sesenta (coincidiendo con avances tecnológicos y
organizativos.que permiten aumentar' la productividad del
trabajo) ; a pesar del aumento del ingreso y las medidas de
seguridad social, -gran parte de los intelectuales de occidente
adoptaba posturas extremadamente críticas para con sus de
mocracias y se sentía cada vez más atraída hacia el m aras
mo, que no' era otra cosa, seegún Bell, que la reasunción de
44
energía emocional de los hombres.’Al contrario de la religíón
que ^ p ^ m ía la energía emocion é y - castigaba la pasión, la
ideología se nutre.. de la emoción, la pasión y la parte .ira-
cional de la conciencia. De ahí la propensión al fanatismo '
ideol6gíco. . ’’... ■‘
5o. Toda ideología tiene úna' base real sobre la cual se
desarrolla. Las ideologías. decimonónicas fueron el resultado
de una época traumática de la historia de la humanidad y:
íu capacidad de' movilizaci6n fue gigantesca.' Surgidas como’
complemento de la Revolución Industrial “florecieron en un
período de reajuste radical, cua_ndo los hábitos de pens^ amien-
lo. y acción firmemente ^ ^ u gados se vieron compelidos a.
abrir paso a una’ veloz serie de acontecimientos económicos
y políticos sin precedentes; cuando" las •condiciones se volvie
ron ^ á s esl í es, aquellas-[las ideologías) empezaron a des-'
oparecer”.11 .
. 6o, En la actualidad, el poder de convencimiento y mo
vilización de la s : ideologías se ha- agotado; El rápido creci
miento económico,los enormes progresos de. la- ciencia. y la
tecnología, el dominio omniabarcante del hombre sobre la
naturaleza han sepultado para siempre la era de las ideo
logías. ’
Estos son —a juicio nuestro— los planteamientos básicos de
Iu teoría del fin de las ideologías. Es indudable que a pesar
do la’aparente objetividad y cientíi d dad de la que se rodea,.
til finalidad principal ha sido la de combatir el. pensamiento
mur:<ista. Al decretar el fin de la era ideológica se pretende
Npultar para siempre a -la más peligrosa y motivadora de
todas' las ideologías: el marxismo.
A pesar de la abundante bibliografía sobre el tema, los
lipürtes de los te 6ricos del fin de las ideologías han sido de
U&asa significación. La -razón de incluirlos en esta antología
ha. sido' precis^ ente la extraordinaria difusión de sus plan
e amientos. A finales de los cincuentas era difícil encontrar'
mi tratado de sociología que no dedicara por lo menos’ un
CApítulo a la mencionada teoría.
Creemos finahnente que la teoría del fin de las ideolo
gías empieza a perder su vigencia a pasos agigantados. Sur-
Jelila en los momentos de agudo enfrentamiento político de•
• Frcderick Watkins, op. cit., p. M9.
45
la guerra fría, empieza a declinar' con el período de la dis
tensión. El lenguaje. violento e intransigente de los primeros
teóricos del fin de fas ideológía.s será remplazado por' un
discurso aparentemente más sutil y conciliador. “Hoy em-.
pieza a predominar una orientación distinta —nos dice Zbig-
niew Brzezinskí—. Los problemas sociales se interpretan cada
ve-z menos como los frutos de úna maldad deliberada y cada
vez más como los neoproductos involuntarios de la comple
jidad y la ignorancia. ( . . . ) Además, las consecuencias impre
vistos de los descubrimientos científicos han generado, sobre
todo en los países avanzados, u n a "contienda de qque los
problemas básico^ con los que tropieza el hombre tienen i.lna
trascendencia común para la supervivencia humana, al mar
gen de' la diversidad doméstica in^ ternacional. El interés por
la ideología deja paso a la preocupación por la ecología." *
La tonalidad del discurso ha cambiado pero el meollo de
la cuestión sigue en pie: la era de la ideología ha llegado a
su fin. La humanidad se ha convertido en un tódo ■más in
tegrado y dinámico, que contempla vastas y entrelazadas for-
mmas de cooperación éntre los sistemas dominantes que con
ducen invariablemente hacia: “la disolución de las' lealtades
institucionales e ideológicas consagradas”.7
’ La teoría “del fin de las ideologías” ha sido criticada por
diferentes autores desde posidones diversas. Ludovico Silva
por ejemplo ■aborda la crítica del “fin de .. las ideologías” en
su libro Teorúz y práctica de-la ideología donde dice:
■ “En conclusión, la. tesis, ' larga. ya de varias décadas, del
‘fin de las ideologías’, nófas eoncret ^ ente otra cosa que. una
modalidad, la más reciente, de ■‘poner al día’ la ideología
del capitalismo avanzado. -Tiene la gran virtud de atraer a
muchos intelectuales deseosos de ver extinguirse toda:- ideolo
gía {todo marxismo) para dedicarse a la ‘ciencia pura’, que
no- es más que la ciencia castrada de todo compromiso con
la lucha por la desalienación. El ‘fin de las ideologías1 es
- es algo tan truculento' y misterioso como la alienación de la
alienación.” 8
° Zbigniew Brzcziniki, La. era tet;notrónica, Buenos Aires, Paid6s,
1970, p._ 108. .. _ _
i Zhigniew Bizezmcki, op. cit., p. 25.
s Ludovico Silva, Teoría práctica de la ideolo¡ía, Mé:dco, Nues
tro Tiempo, 1974, p. 122.
46
Hemos tratado de exponer los lineamientos fundamenta
les de la teoría del “fin de las ideologías”, pero creemos que
esta quedaría incompleta si no adelantamcñ algunas
de la! críticas de que ha sido objeto dicha teoría. Con esa
finalidad hemos incluido en este capítulo el artículo de
finición funcional de la ideología y el problema del fin de la
ideología” del filósofo polaco Adam Schaff. ■
47
RÁYMOND ARON
Obras:
I ntroducción a la filosofía de la historia, 1968.
La sociología alemana contemporánea, Buenos Aires, Paidós, 2a.
edición.
El gran sismo, 1948.
. Las guerras en cadena, 1951.
El opio de los intelectuales, Buenos Airc.s, Siglo 1955.
La Nagidia Argelina, 1957.
Paz y guerra entre las naciones, Madrid, Revista de Occidente,
1963.
Dieciocho lecciones sobre la sociedad industrial, Barcelona, Scix
Barral, 1965.
48
La lucha de clases, Barcelona, SeU: Barral, 1964.
Democracia y totalitarismo, Barcelona, Seix Barral, 1965.
Tres ensayos sobre la era industrial, Barcelona, Edima, 1967.
Las¡ etapas del pensamiento sociológico, Buenos Aires, Siglo ^ X,
1967.
La república imperial, Buenos Aires,. Emecé, 1974.
Historia y dialéctica de la violencia, 1973. '
Progreso y desilusión, Caracas, Monte Avila/ 1969.
De moda desde hace diez años, el tema del fin de las ideo-'
logias 1 es criticado hoy día (me felicito por ello) no sola
mente por sus detractores de siempre, los marxistas-leninistas,
sino también por algunos radicales (en el sentido americano
del vocablo) o ciertos ex o sraj^ imarxistas. Como prueba adu
ciré solamente dos artículos aparecidos en Commentary, uno
en abril de 1964, de H. D. Aiken, titulado The revolt against
flaology, y otro de George. Lichteím, titulado The •coid war
in perspective (junio de 1964) .
H. D. Aiken ataca simultáneamente, y en orden, a Camus,
n mí, a Daniel Bell y a otros profesores americanos. Al finál
clcscubre, lo que no es nada sorprendente, "que es imposible
de hecho discutir con ellos sin correr el riesgo de' cometer
* Rayinond Aron, Tres ensayos sobre la era industrial, Barcelo
na, Edima, 1967, pp. 147-159.
1 Yo había escrito entonces: “Fin de la era ideológica'’, y aña
dido después: “No somos tan inocentes como para esperar una paz
|>róxima: todavía reinan los conquistadores liquidados o venidos a
menos, los burócratas. Es posible que los occidentales sueñen con la
tolerancia política, de igual. manera que hace tres siglos se cansaion
ile las inútiles matanzas en nombre del mismo dios y por amor de
l:L verdadera iglesia. Pero al menos han comunicado a los otros pue
blos la fe en un porvenir radiante. En parte alguna de Asia o de
Africa ha extendido el Estado-providencia bastante felicidad como
para ahogar •los impulsos de la esperanza no-razonable.” Mi amigo
U. Shilz recogió la fórmula “Fin de las ideologías” como título de
1111 artículo donde se daba cuenta de un congreso organizado en
Milán, en 1955, por el Congreso para la Libertad de la Cultura.
IJamcl Bell dio a una recopilación de artículos este mismo título.
Recientemente, Seymour Martin Lipset ha publicado una bibliogra
fía de libros y artículos relativos al tema (Daedalus, 1964).
49"
en detrimento suyo una horrible injusticia”. Para evitar este
riesgo hubiera sido preferible no crear una escuela ficticia
de “antiideólogos”; mediante amalgama de Camus y de' mí,
entre los adversarios europeos de los maixistas y los sociólo
gos o pragmatistas americanos. Todos tenemos en común
nuestra oposición al marxismo-leninismo y al tipo de ideo
logía de la que éste es expresión acabada. Pero esta oposi
ción no parte necesariamente de la misma inspiración. Kan
tianos o pra^ n atistas son igualmente antiideólogos. El sentido
de su “revuelta contra la ideología” no es evidentemente el
mismo.
Un debate digno de este nombre exige que no nos enre
demos en juegos de palabras, en particular con una palabra
tan equívoca como “ideología”. Como se sabe, también el
marxismo fue en sus orígenes una- revuelta contra la ideolo
gía, en una época en que el concepto designaba la falsa con
ciencia o las deformaciones interesadas de lo real, y también
todo el conjunto de edificios intelectuales y morales existen
tes. Pero, al margen de que se retuviera la acepción amplia
o e s ^ ^ ha de ese concepto. los marxistas-leninistas "desen
mascaraban” sin contemplaciones las ideas de los demás como
si las suyas propias no pudieran ser sometidas al mismo tra-
t^ amiento. Su sistema tenía la. dignidad de una ciencia de la
historia, contraria a las ilusiones idealistas, o de una visión
total opuesta a las visiones particulares, y también de un
pensamiento orientado hacia el futuro por la esperanza y con
tra los pensamientos cristalizados en el conservadurismo por
miedo a lo desconocido.
A mi juicio, el stalinismo era la forma extrema y cari
caturesca de lo que yo llamaba ideología, a saber, una for-
malisación seudosistemática de una visión global del mundo
histórico, visión que da un sentido al pasado y al presente y
que obtiene el deber ser a partir del ser, el futuro previsto
o deseado a partir de la realidad actual. Con el nombre de
ideología yo apuntaba a lo que llamé entonces una religión
secular.2 No hay rastro de ideología (en el sentido concreto
que yo daba a este término) en las últimas líneas de E l opio
50-
de los intelectuales: “Si es cierto que la tolerancia nace de
Ja duda,. que se enseñe a dudar de los modelos y (de las uto
pías, a recusar a los profetas de la salvaci6n, a los ■anuncia
dores de catástrofes. Hacemos votos por la venida de los
escépticos a condición de que sea para la extinción de' los fa
náticos.” A este respecto, nuestro crítico comenta: “Seduc
tora retórica. Pero huele a ideología,' en el sentido que
la entiende el propio Aron. Porque la tolerancia también es
un' principio y un método. También ella' presenta peligros
reales.’’ Esta suerte de polémica, utilizada por un profesor
de filosofía de la Universidad de Harvard, me habría sor
prendido si pudiera haber algo en estas' materias que me sor
prendiera todavía. Si mi escepticismo se extendiera- a todos
los “principios” y a todos los “métodos”, no dejaría eviden
temente subsistir ninguna posibilidad de decisión razonable
o de -acción. Para toda persona dispuesta a 'leer El opio de
los intelectuales con un mínimo de buena fe, era evidente
que el escepticismo se refería a ‘‘los modelos y las utopías”,
el mercado ideal de los liberales y la total planificación de
los socialistas. Yo atacaba a “los profetas de. salvación y a
los anunciadores de catástrofes”, a todos aquéllos para quie
nes la primera etapa de la redención es el extemúnio de mi
llones de hombres. .
El opio de los intelectuales, libro esencialmente negativo,
apuntaba principalmente a los marxistas-lenmistas y más aaún
a los progresistas. Contra una intelectualidad que me exco
mulgaba porque yo denunciaba el stalinismo y me adhería
• la alianza atlántica, yo no experimentaba la necesidad de
buscar. los fundamentos de los valores que subscribía como
hacían los progresistas; yo no discutía ni con. los fascistas y
ni siquiera con los reaccionarios, sino con la izquierda, con
la familia intelectual de la que yo esa originario y .a l a que
acusaba de traición. Ni C ^ us ni yo teníamos la ^ ^ ^ ión
de cambiar de campo; denunciábamos a los usurpadores; el
ilalinismo se presentaba como heredero de la tradición de
ln Ilustración. Frente a una política derivada de la filosofía
de la historia, oponíamos una política ilustrada por el cono
cimiento empírico e inspirada por una voluntad moral.
Pero, aun eliminando los malentendidos, voluntarios o in
voluntarios, la crítica de la “revuelta contra la ideología” no
por ello deja de plantear algunos problemas que merecen
un examen atento. Los problemas, en lo esencial serían los
siguientes:
52
perioridad evidente ■(salvo para algunos intelectuales) sobre la
democracia llamada popular de tipo soviético. ¿Al qué viene
el partido único y el Estado totalitario si, de hecho, en me
dio del desorden y las querellas de la' libertad, las democra
cias liberales obtienen resultados cuando menos equivalentes?
En 1954-1955 veía cómo se disipaba la bruma que disimulaba
la realidad soviética; pensaba que la fe- en el magismo-leni
nismo quedaría, al menos, trastornada por el descubrimiento
de esta realidad ; y no veía una ideología que la substituyera.
¿ Por qué es tan difícil 1a elaboración de una ideología
entendida como sistema global de interpretación y de acción?
Para las sociedades- de. nuestro tiempo el progreso de la cien
cia y de la técnica se ha convertido en una especie de fata
lidad, un movimiento casi irresistible' que ningún gobierno
quiere detener ni frenar (la carrera del saber es una carrera
del poder) y que probablemente nadie consigue siquiera ca
nalizar (¿desean los. gobernantes que algún día los biólogos
Jcan capaces de manipular los patrimonios' hereditarios?) .
Progreso de la' ciencia- y crecimiento' de. la producción son
inseparables y crean un porvenir previsible en sus rasgos ma
yores a diez o veinte años vista y, a la vez," imprevisible a
plazo más largo en sus características humanas:
Ni la ciencia ni el crecimiento económico,- a partir de un
nivel detenninado " se ven afectadas . sensiblemrate por las
preferencias declaradas del partido en el poder. El problema
milenario de fa .desigualdad no se “resuelve” (suponiendo
que pueda serlo algún.día) sólo por- el..advenimiento de una
mciedad opulenta (opulenta. a medias),, pero no se plantea
tn los mismos términos. a.partir del monirato. én que, de año
rn año, aumentan los recursos colectivos y la masa de la po-
hlnci6n se beneficia de este aumento. De ' lá misma manera _
que el reino de los liberales (en los Estados Unidos) y el de
Jh izquierda (en Europa) no aceleran ni frenan necesaria
mente el crecimiento, tampoco influyen ni en un sentido ni
en otro sobre la desigualdád. del reparto. . '
¿Cómo reconstruir una nueva. ideología cuando falta el
l'ulpnblc (la propiedad privada. o el capitái.i5mo , responsa
ble de la. « plotación y de la miseria) c1 salvador (el pro
letariado, testigo de la sociedad inhumana y decidido a redi-
53
/
mirse) y la imagen de un porvenir radiante (se cree. saber
a qué se parecerá una sociedad opulenta siempre y cuando
el actual progreso de la economía se .prosiga a la misma ve
locidad durante medio siglo más y no se produzca ninguna
catástrofe) ? Las instituciones y. los mecanismos sociales . se
prestan :mal a la transfiguración, porque los regímenes son
cada vez .menos puros y toman de prestado de tipos ideales
distintos que. en abstracto son incompatibles. En fin, y sobre
todo, el actual curso de Ja historia ilustra el poder de la. téc
nica aplicada al . medio y la resistencia que la . naturaleza
humana y social opone a quienes tienen la ambición de “re
construir” el orden d e. las sociedades. Además, parece como
si los hombres sufriesen. tanto . más su ■historia cuanto mayor
es la. ilusión prometeica de hacerla. Por el contrario, los go
bernantes que abordan los problemas uno después del otro,
modesta,mente, tal y como se presentan' en cada caso, tienen
más posibilidades de obtener resultados conformes con sus
inteneiones. Este es el pragmatismo del ingeniera social, más
confonne .<;on. el espíritu del racionalismo y que da mejores
posibilidades a los hombres, no para convertirse en “dueños
y poseedores. de la naturaleza. social”, sino, para mejorarla
obedeciéndola. ., ^ .
En Europa' nadie se atreve a ' negar. ya el debilitamiento
de las “síntesis ideológicas”. Más bien, muchos observadores
parecen propensos a bautizar con el nombre de despolitiza
ción lo que sólo es indiferencia respecto de las ideologías tra
dicionales'. El campesino francés que ha tomado conciencia
del vínculo que hay entre la renta de su trabajo y el Mer
cado Común está en cierto .modo más “politizado”, más in
tegrado en el conjunto nacional y europeo que su padre, aun
en el caso de. que éste vote a los radicales y él, el moderno,
según las circunstancias y los programas de los candidatos,
tanto a la derecha como a la izquierda. La política ya no
se confunde con las querellas de las familias espirituales; el
centro de los debates ha. pasado a ser social y económico;
pero esto no significa todavía que el francés haya dejado
de ser un ciudadano, porque sigue siendo, en primer lugar,
ciudadano de una comunidad . de trabajo. Por lo demás, el
propio Aiken reconocía que “no hay duda ninguna de que
las viejas. ideologías de derechá y de izquierda han perdido
54
(u poder de persuasión; no hay duda ninguna, tampoco, que
tl intelectualismo^ y el radicalismo han de tomar hoy en todo el
mundo f o ^ ^ nunves”. En Alem^ ania,' Inglaterra y'-p^ses es
candinavos los “socialistas pragmáticos” se. oponen a los “con
servadores ilustrados”. En Italia y en Francia los partidos
«sornmiistas han conservado sus electores, cuadros y militan-
lls, pero no tienen su antigua rigidez ideológica. y tampoco
paseen el poder de seducir o fascinar a ■los. intelectuales.
¿La coyuntura de los Estados Unidos es diferente hoy de
la que yo analizaba hace diez años? La opción- de' Barry Gold-
water por el partido republicano y los libros o panfletos con
tra los “liberales” (el de Burnham por ■ejemplo) dan te ti-
monio de una vuelta a la querella entre “liberales” (equi
valente americanode laizquierda) y “conservadores”. Por otra
parte, el ‘‘liberalismo moderado” que domina tanto en las
universidades como en Washington y es atacado a SU izquier
da por los “radicales” o “paramarxistas”, y a su derecha por
los conservadores. ■ ' '
En sus orígenes, la antiideología de ■los autores ameri
canos tenía. un carácter diferente dé' la antüdeología de un
Camus, comunista en su juventud, y"de la mía propia, que
nunca he dejado de dialogar con el pensamiento hegeliano-
marxista. En los Estados Unidos, el "‘liberalismo” (es decir,
el pensamiento de.'la izquierda) no ha sufrido' mucha in
fluencia . del marxismo ; rara vez ha sido formalizado siste-
táticam entc o elaborado en una filosofía ' dé la historia. Des
pués de 1945 los “liberales” han sido, salvo muy pocas excep
ciones, firmemente anticomunistas. americanos no han
tenido ni el equivdiente de un conservadurismo a lo Burkeni
ni de un marxismo a lo Kautsky o a lo Lenin ni siquiera
de un progresismo a la Sartre. Su doctrina de la libre em
presa rara vez se ha expresado en una teoría al estilo de
Mises o de Hayek. De vuelta de la ideología, los antiideó
logos americanos no volvían de muy lejos; algunos volvían
simplemente de Europa. Y su retorno tenía por lo general
un significado diferente. En Europa algunos antiideólogos
denunciaban una filosofía de la historia enquistada en un
dogmatismo inh^ ano, y se decían partidarios de la moral
n de la sabiduría. En. los Estados Unidos el diálogo tradicio
nal discurre más bien entre el moralismo y el pragmatismo,
55
entre una política fundada en los principios y una política
dictada por consideraciones utilitarias o el saber- empírico.5
Es posible que las polémicas de los intelectuales- de dere
cha o de izquierda, de H. D. Aiken, G. Lichtheim, H. Mar-
cuse o-J. Bumham, ■anuncien una nueva era de debates. Los
resultados electorales de 1 ^ 4 confirman, si- es que hacía falta,
, que el "liberalismo moderado” en el poder no está amena
zado ni por su derecha ll.i por su izquierda. Lo que acabo
de llamar “liberaUsmo moderado”, según el vocabulario ame
ricano, equivale. a: lo que, en francés, se prefiere llamar la
ortodoxia democrático-liberal. En efecto, los regímenes de- los
países desarrollados de Occidente llevan hoy a la práctica un
compromiso aceptable entre los valores que son propios a las
tres escuelas más- en boga: liberalismo, democracia y socia
lismo.. L a . atenuación de las querellas ideo16gicas en Occi
dente- (que constatan todos los observadores, incluso los más
hostiles a -la f6rmula del fin de las- ideologías)- se debe pre
cisamente al triunfo, al menos provisional, del ■compromiso:
Las. libertades personales son preservadas a^ despecho de la
creciente inteivenci6n del Estado en la- vida. económica, a
despecho de las leyes -sociales y de: las- subvenciones- a la. agri
cultura. El pm ^ ^ e n ^ ram o y l ^ ¡ elecciones libres no impiden
u n ráp id o crecimiento de. la economía; la semiplanificación
no es contradictoria con las instituciones representativas. Reac
cionarios y revolucionarios, whigs y marxistas, atacan vana
m ente la fortaleza. de la .‘‘izquierda moderada”. (o del “con
servadurismo ilustrado” ). Los actuales detentadores del poder
en los Estados. Unidos expresan fielmente los sentimientos
de. la mayoría, aunqueles acusen unos de preparar el camino
al socialismo y. los orros de traicionar la tradición radical de
la . izquierda. Ciertamente, el “credo liberal”, tal y como se
expresa hoy a ambos lados. del Atlántico, toma más. cosas del
socialismo del siglo que del liber^km o del siglo Xxvm.
Teme" menos el fortalecimiento del Estado que Ja per sisten
cia de' las desigualdades o el poder de los capi'talista5 o de
las sociedades anónimas. En términos' abstractos le preocupa•
56
más la igualdad que la libertad. tal como la entendían los
pensadores del siglo x v n , es decir, las libertades individuales.
De entre los que dicen adherirse al mismo credo, linos están
dispuestos a sacrificar las libertades individuales a la democra
cia (gobierno salido del pueblo) y los otros, por el contr ario,
ponen' las libertades individuales por encima del modo de
designación de los gobernantes. De hecho, la mayoría de los
intelectuales de izquierda europeos son más socialistas que li
berales (en el sentido europeo del téimino), y, por esta ra
zón, siguen criticando la realidad: el reparto de las rentas
está muy alejado del ideal igualitario, y la semiplanificación
funciona - con el concurso de las grandes empresas, menos
amenazadas hoy que hace treinta años.
57
tros métodos fragmentarios. Las técnicas del .‘ingeniero social’
no responden en modo alguno a su problema. U na ‘inter
pretación global de la historia del .mundo’ constituye para
ellos una necesidad práctica urgente si quieren romper con
el pasado y remodelar sus culturas; éste es el precio de su
progreso material”. Estas frases comportan una partede ver
dad e ilustran uno de los últimos recursos del mai-x.ismo
arrepentido a medias. Recomiendan a los países subdesarro-
liados _la vía revolucionaria, por tanto un régimen autoritario
y. verosímilmente totalitario (porque un gobierno “animado
por una visión total de la historia” se reserva el monopolio
de -la ; verdad),L os portavooss de la mayoría de países sul>-
desarrollados ponen el crecimiento p o r encima de los valores
democrático-liberales o, al menos, justifican su poder por la
necesidad de. desarrollo. Pero; de hecho, la Indonesia de
Sukamo s!! interaa más por la ext ensión de su te.ritorio, en
Nueva. Guinea. y Malasia, que. por el progreso' económico y
el nivel de. vida de la población. Argelia y ".Marruecos se
querellan; a propósito de sus fronteras, y la Argelia de Ben
Bella, declarándose socialista, parece. aspirar. al poder- tanto
como . al bienestar.. Parece como ■si .en una gran parte del
tercer mundo, los pueblos que se baten por sobrevivir, corno
dice Lichtheim; .prefiriesen. la gloria o las ideas a la vida. La
absoluta prioridad dada al desarrollo es cosa de un intelec
tual europeo más.que de las élites de’Asia. o de^ África. Es
posible que la India, que ignora •las religiones seculares y la
“visión total del niundo histórico", que^ respeta las creencias
tradicionales y al mismó tiempo aspira a la modernidad, haya
tenido. después de su independencia uno de los gobiernos más
preocupados por el desarrollo. ■' . ■ '
Es seguro que alguien objetará que los resultados obteni
dos son mediocres y que el respeto "de los a l o res sagrados
o de los signos levantados en el camino de la modernización
suponen un obstáculo que la democracia parlamentaria no
logrará superar en mucho' tiempo. No tengo inconveniente en
asentir a esta objeción, pero si la negación del . despotismo
y de la violencia se pagan, también se pagan el despot^ n o y
la violencia, que cuestan a veces sudores, sufrimientos y lá
grimas sin que aporten siempre la contrapartida del desarro
llo. Fidel Castro tiene una visión global de la historia y, efec-
58
tivamente,_ ha conse^ ú do en pocos . años ' reducir la produc
ción de azúcar, no industrializar la isla y entrar en conflicto'
con todo el hemisferio occidental. No quería deperider de los
Estados Unidos; ahora depende de la ayuda soviética más de
lo que ayer dependía de los. intercambios con el cóñtihentc
vecino. Ha provocado la emigración de una importante frac
ción de las clases medias, profesores, .médicos, técnicos, indis
pensables para la modemizaci6n. En verdad, hay que ser un
conservador “con ^ una visión re s tringida de las cosas” para
no admirar una obra tan admirable.. .
¿Hay que decir que Indonesia, la Argelia de Ben Bella o
la Cuba de F ide} Castro carecen de una “interpretación glo
bal de la historia, mundial’.’ y ,que ésta es la causa principal ■
de sus fracasos?, ¿No habría, evitado un sentido más despier
to del social engineering faltas qui;! las “visiones globales” es
timulan, cuando no las provocan? ¿Hará. falta decir, en cam
bio, que sólo la interpretación marxista-leninista es . global y
eficaz? .- . . . . ■ ..
Deseamos que se nos. entienda. bien. :No pretendo- dictar
a los gobernantes de los países llamados subdesarrollados qué
jerarquía de valores difícilmente compatibles han de estable-.
cer durante las fases iniciales de. la. -industrialización.. -No
niego que ciertos regímenes autoritarios -puedan ser, bien in
evitables históricamente, o indispensables para la realización
de reformas. Pero me resisto a. ; aceptar el conformismo revo
lucionario al uso de los países subdesarroUádos, conformismo
al que se adhieren con tanta ligereza muchos intelectuales de
Occidente a falta de perspectivas revolucionarias en su patria.
Cierto que la modernidad no se logra nunca sin sufrimien
to: que exige una . conversión espiritual; consiento en que
una visión global de la historia pueda ■animar el esfuerzo
de ruptura con el pasado, pero me guardaré muy mucho de
predicar o de condenar los métodos violentos, el despotismo
ideológico y el desprecio por las creencias seculares (incluso
Ins que, eventualmente, frenen la modernización). Hay más
diversidad entre los países que se ha dado en llamar sub
desarrollados que entre los que pasan por desarrollados ; es
posible que algunos precisen una “intrepretacíón global de ■la
historia” ; todos necesitan ser iluminados por la competencia
del ingeniero social. Son las circunstancias nacionales las que
59
permiten determinar la técnica deseable, si bien esto no quiere
decir que tenga las máximas posibilidades de imponerse. El
castrismo era resultado lógico de las pasiones de Castro y de
una parte de los intelectuales cubanos; no era la técnica de
desarrollo mejor adaptada a la' coyuntura. Por lo demás,
cuando Lichtheim proclama la necesidad de una interpreta
ción total de la historia para los países subdesarrollados, a
quien hay que recurrir es a Sorel' y. no a Marx. Este último
creía en la verdad de ' su doctriria; pero quien justificaba los
mitos por su utilidad social es el autor de las Reflexiones
sobre la violencia. ^ ^ rge Lichtheim ni siquiera sugiere que
él esté en posesión de una interpretación global de la his
toria.' Confortablemente instalado en Gran Bretaña o en Es
tados Unidos, temé' que algunos gobiernos del tercer mundo
sean ganados a su vez por la “visión restringida de las cosas’’,
por la vía estrecha y' mediocre de la realidad a la que tan
propensos son- los occidentales para satisfacerse. Al menos en
los países donde no vive el intelectual de Occidente, las vi
siones gloriosas que animan las grandes matanzas han conser
vado su prestigio. La historia de Occidente no autoriza de
masiado a esperar o a: temer que los pueblos sean capaces
de hacer la economía de las revoluciones. Peró, si compara
mos la evolución de Gran' Bretaña hacia la democracia polí
tica con la' de Francia el siglo pasado, nos habremos de
conceder una buena dosis de- 'romanticismo para preferir ésta
o aquélla. Se considera esencialmente a la^ revolución bolche
vique como un modo de. industrialización;" peró hace falta
una buena dosis de pesimismo o. de ceguera para no percibir
otr o modo que habría sido menos costoso. -
Con o sin nuastra aprobación, •los- países en vías de desa
rrollo harán revoluciones.' Dejemos a las nuevas élites la
responsabilidad de la independencia .. que' han conquistado,
sin erigimos en jueces, sin dárnoslas de. profesores de' demo
cracia o de revolución. En verdad, la mayoría de los gober
nantes de los jóvenas Estados h a n .aprendido rápidamente el
arte.del poder absoluto y_la necesidad de las potencias. ¿A qué
viene cl. ayudarles a convencerse de que son los ejecutantes
de las obras supremas.. de. la, razón, histórica con el único
fin de que ignoren la duda y los escnípulos?
60
DANIEL BELL
61
En 1973 publica su libro más logrado: El advenimiento
de la sociedad posindustrial, que es un estudio sobre las
teorías del desarrollo en la sociedad industrial (M arx, Som-
bart, Weber, Schumpeter, R. Aron) y la conformación de la
nueva sociedad posindustrial.
Obras: .
El fin de las ideologías, Madrid, Tecnos, 1964.
El advenimiento de la sociedad posindustrial, Madrid, Alianza,
1976.
La reforma de la educación, México, Letras, 1970.
El nuevo derecho americano, 1955.
62
También esta época puede añadir citas adecuadas (y to
ñas retorcidas y amargadas hasta el máximo por el largo
período de luminosa esperanza que Ja precedió*)',.porque
líis dos décadas comprendidas entre 1930 y 1950 han te
nido una especial intensidad dentro de la historia escrita:
la depresión económica mundial y las agudas luchas de cia
to; la subida del fascismo y del imperialismo racial en un
‘rús que se había mantenido en un estadio avanzado de la
Cultura humana; la autoinmolación trágica de una genera
ción'revolucionaria que había proclamado los más puros idea
les del hombre; una guerra destructora de una amplitud y
agrado jam ás conocido hasta entonces; el asesinato burocra-
üzado de millones de seres humanos en los campos de con-
iCentración y en las cámaras de la muerte.
Para los intelectuales radicales que habían articulado los
im pulsos revolucionarios de los últimos ciento cincuenta años
todo esto ha significado el fin de ■las esperanzas milenarias,
del mesianismo, del pensamiento apocalíptico y de la ideolo
gía, Porque la ideología, que antes fue el camino de la acción,
ha venido a ser un término muerto.
Aunque sus orígenes se encuentren entre los philosophes
franceses, la ideología, como medio de traducir las ideas en
acción, recibió su expresión más penetrante de la izquierda
hegeliana, de Feuerbach y de Marx. Para ellos, la función
de la filosofía debía ser crítica, librar al presente del pasado
(“La tradición de todas las generaciones muertas grava como
una pesadilla sobre el cerebro de los vivos”, escribió Marx).
Feuerbach, el más radical de toda la izquierda hegeliana, se
llamó a sí mismo el segundo Lutero. El hombre sería libre,
si pudiéramos desmitificar la religión. La historia total
del pensamiento era la historia del' desencantamiento progre
sivo de la humanidad; con el cristianismo Dios se había trans-
fonnado finalmente, de una deidad local en una abstracción
universal; la función del criticismo era ahora (usando el de
cisivo instrumento de la alienación o autoenajenación) la
po corno crítico y al pasado como una edad dorada. Junto con las
citas de los papiros egipcios, al igual que la observación de TáUey-
rand, pueden encontrarse en su Man in the Modern Age (edición
revisada, Londres, 1951), cap. n. La cita de Gilbert Murray es de
Pire Stages of Greek Religión [2n. ed.,. Nueva York), cap. IV.
63
de remplazar la teología por la anu-opología, la de sustituir
a Dios por el Hombre. La filosofía debía enfocar la vida,
había de. librar al hombre del “espectro de las abstracciones”
y desembarazarle de las ataduras de lo sobrenatural. La reli
gión era únicamente capaz de crear una “conciencia falsa” .
La filosofía revelaría la “verdadera conciencia”. Y al colocar
al Hombre, en vez de Dios, en el centra de la conciencia,
Feuerbach trataba de “reducir lo infinito a lo finito ”.5
Si Feuerbach “descendía al mundo”, Marx trataba de
transformarlo. Y mientras Feuerbach proclamaba la antro
pología, Marx, vindicando una de las visiones radicales de
Hegel, ponía el acento en la Historia y en los contextos his
tóricos. El mundo no consistía en el Hombre genérico, sino
en los hombres, y entre los hombres, en las clases de hom
bres. Los hombres se diferenciaban por sus posiciones de clase.
Y las verdades eran verdades de clase. Así, todas las verda
des eran máscaras, o verdades parciales, pero 1a verdad real
era la verdad revolucionaria. Y esta verdad efectiva era ra
cional.
De esta manera, se introducía una dinámica en el aná
lisis de la ideología, y en la creación de una ideología nueva.
Al desmitificar. la religión se rescataba (de Dios y del peca
do) la potencialidad del hombre. Por el despliegue de la
Historia se revelaba la racionalidad. En la lucha de clases
se podía conseguir la verdadera conciencia en vez de la con
ciencia falsa. Ahora bien, si la verdad residía en la acción,
era preciso actuar. Los hegelianos de izquierda, decía Marx,
eran sólo littérafeurs (para ellos, una revista era “práctica”).
Para Marx la única acción real estaba en la política. Pero
la acción, la acción revolucionaria tal como la concebía Marx,
no se reducía al simple cambio social. A su manera era la
reasunción de todas las viejas ideas milenarias y mesiánicas
de los anabaptistas. En su visión nueva era una ideología
nueva. ■
65
dad, en el cielo y en el infierno, entonces cabía moderar o
controlar en parte el temor a la muerte; sin esa creencia, ln
único que hay es la. total aniquilación de uno mismo.-
Puede ser muy bien que con el declinar de la fe religiosa
en el siglo pasado, y posteriormente, este temor a la' muerte
como aniquilación .total; expresado inconscientemente, acasii
haya aumentado. Se puede adelantar 'la hipótesis, efectiva
mente, . de que en ello resida una causa de este abrirse
camino de lo irracional, que es un. rasgo tan marcado del
modificado temperamento moral de nuestro tiempo. Este .fa
natismo, violencia y crueldad no son, por supuesto, únicos
en la. historia humana. Pero había un tiempo en que'.talcs
extravíos y emociones .masivas podían desplazarse, simboli
zarse, apartarse y dispersarse por medio ele la devoción y la
práctica religiosa. Ahora solamente' existe ■esta vida, y la ' pro
pia afim iación sólo se hace posible ^ y para ■algunos incluso
necesaria— por la dominación sobre los demás.* Se puede
desafiar la muerte, acentuando ■la omnipotencia de un . mo
vimiento (como en el caso de la . victoria “inevitable” del
comunismo), o triunfar de ella (como lo hizo la “inmorta
lidad” del capitán Ahab) , ligando a los de™ás a la. propia
voluntad. Ambos caminos son seguidos, perq ■l?- política, gra
cias al hecho de que. puede institucionalizar el poder, de la
m im a inanera que. anteslo hiciera, la .religión, se convierte
en la avenida preparada para la dominación. El ..esfuerzo
moderno por'transformar-el mundo, principaj o;únical!lente
par inedio de la política (en contraste. con la transforma
ción religiosa del individuó),, ha implicado que' los restantes
medios .institucionales de movilizar la energía emocional ne-
66
Cosariamente se atrofiasen. Efectivamente, secta e iglesia se
lian convertido en partido y movimiento social. . ■
Un movimiento social es capaz de despertar a la gente
li,logra hacer tres cosas: simplificar las ideas, establecer una
reivindicación de la verdad y, junto con ambas, exigir- un
Compromiso para la acción. De este modo, la ideología no
10]amente transforma las ideas, sino que también transforma
n la gente. Las ideologías del siglo xix, al insistir en la ine
s tabilidad y al infundir la pasión . en sus seguidores, podían
'competir con la religión. Identificando la inevitabilidad con
til progreso, se asociaban a los valores positivos de la ciencia.
Pero, y esto es más importante,. estas ideologías estaban . liga
das también a la ascendente clase de los intelectuales- que
(ataba tratando de asegurarse. un lugar en la sociedad.
Las diferencias entre el intelectual y. el estudioso, sin ser
Odiosas, es importante comprenderlas. El estudioso (scholar).
tiene un campo de conocimiento 'limitado, una tradición, y
trata de encontrar su puesto en ella, añadiendo.; su conoci
miento al ya acumu lado y comprobado del pasado como a '
Un mosaico. El estudioso, por ser tal, está menos' ligado cof1
!U “individualidad”. El intelectual comienza con experien
cia, con sus percepciones individuales del mundo, con sus
privilegios y privaciones» y juzga al mundo ptir esta sensibi
lidad. Dado que su propia posición es 'de gran valor, sus.jui-
Gios sobre la sociedad reflej'an el tratamiento que se le ' dis
pensa. En la civilización mercantil -el intelectual sintió’ que
QFan honrados los valores erróneos y' rechazó tal sociedad.
Existía, pues; en la sociedad una fuerza inherente que im -'
pulsaba a los intelectuales; que se movían libremente,' haciá'
l" política. En consecuencia, las ideologías que surgieron ' del'
1^ 1° xix contaron con el. respaldo de. los intelectuales: Se
Aventuraron en lo. que William James ■llamaba -‘dá ruta'ale
lli fe”, que en su visión del futuro no es capaz 'ale discernir
In posibilidades de las probabilidades,. convirtiendo a ■estas
fillimas en certezas. ■ ■ ■ ■ '' "''
1-Ioy.estas ideologías están exhaustas. Los hechos que' están'
(luirás de este importante cambio sociol6gico son complejds ■
y variados. Una cadena la constituyen calamidades' del tipo
iiu los procesos de ' Moscú, el pacto, nazi-soviético, los cain-
]ii>ü de concentración y la represión de los obreros húngaros; ■
67
otra la constituyen cambios sociales del tipo de la modifica
ción del capitalismo y las medidas de bienestar social. En
filosofía puede seguirse el declinar de las creencias. raciona
listas y simplistas y la aparición de las nuevas concepciones
estoicoteológicas del hombre, como en Freud, Tillich, Jaspers,
etcétera. Esto no quiere decir que ideologías como el comu
nismo no tengan peso político en Francia o Italia, o que no
alcancen de otras fuentes un ímpetu conductor. Pero, aparte
todo esto, una cosa aparece clara: para la intelligentda ra
dical las viejas ideologías han perdido su “verdad” y su po
der de persuasión.
Pocas mentalidades^ serias creen todavía que puedan de
terminarse clichés, ni que, por medio de una “ingeniería so
cial”, quepa poner en marcha una nueva utopía de armonía
social. Concomitantemente, las viejas “anticreencias” han per
dido también su fuerza intelectual. Son pocos los liberales
“clásicos” que insisten en la absoluta no intervención del
Estado en la economía, y pocos los conservadores serios, al
menos en. Inglaterra y en el continente, que creen que el Es
tado social ^ un “camino de servidumbre”. En el mundo
occidental existe, por tanto, un acuerdo general respecto de
cuestiones políticas como la aceptación del Estado social, el
deseo de un poder descentralizado, el sistema de economía
mixta y el pluralismo político. También en este sentido la
era de las ideologías ha concluido.
Y, con todo esto, lo extraordinario es que, mientras las
viejas ideologías decimononas y los antiguos debates intelec
tuales se han agotado, los Estados nacientes de Asia y Africa
están forjando y actualizando, para sus propios pueblos, ideo
logías nuevas de atracción diversa. Son las ideologías de la
industrialización,' de la modernización, el panarabismo, el co
lor y el nacionalismo. Y en la diferencia distintiva entre las
dos especies de ideologías descansan los grandes problemas
políticos y sociales de la segunda mitad del siglo xx. Las
ideologías del siglo eran universalistas, h ^ n anistas y
actualizadas por los intelectuales. Las ideologías de masas de
Asia y Africa son limitadas, instrumentales y creadas por los
líderes políticos. Las fuerzas impulsoras- de las viejas ideo
logías eran la igualdad social y la libertad, en su acepción
68
jnás amplia. El impulso de las nuevas ideologías está en el
desarrollo económico y el poder nacional.
Y los modelos de este atractivo han llegado a ser "Rusia
y China. La fascinación que ejercen estos países no estriba
ya en la pasada idea de la sociedad libre, sino en la nueva
dei crecimiento económico. Y aunque esto implica la coer
ción general de la población y el ascenso de élites nuevas a
Id dirección del pueblo, las represiones nuevas se justifican
Dn el supuesto base de que sin esas coerciones el p r o ^ ^ o
económico no podría tener lugar con la rapidez suficiente.
Incluso para algunos liberales occidentales el “desarrollo eco
nómico” se ha transformado en una ideología nueva que
purifica el recuerdo de las viejas desilusiones.
Es difícil polemizar con la atracción del rápido creci
miento económico y la modernización, y pocos serán quienes
«taquen esta meta, como pocos pudieron jamás ' atacar la
llamada en pro de la. igualdad y la libertad. Sin embargo,
on este poderoso surgir, cuya celeridad es verdaderamente
(orprendente, todo movimiento. que instaura ese tipo de me-
las corre el riesgo de sacrificar a la generación presente en
beneficio de. un futuro que pudiera ser únicamente una nueva
explotación por una -nueva élite. Para las naciones recién
surgidas la cuestión a debatir no se basa en los méritos del
comunismo, cuyo contenido doctrinal ha sido olvidado tanto
por los partidarios como por los adversarios. La cuestión
M antigua: se trata de ver si las sociedades nuevas pueden
crecer edificando instituciones democráticas^ y permitiendo al
pueblo que haga sus elecciones (y sus sacrificios) volunta
riamente, o si las élites, impacientes con el poder, impon
drán medios totalitarios para transformar sus países. Induda-
i.lcmente, en estas viejas y tradicionales sociedades colonia
les, donde las masas son manejadas fácil y apáticamente, la
respuesta se encuentra en ' las clases intelectuales y en sas
concepciones acerca del futuro.V
69
misma buscando nuevos propósitos dentro de la estructura
de una sociedad política que ha rechazado, intelectualmentr
hablando, las viejas visiones apocalípticas y milenarias. En
esta búsqueda de una “causa” hay una angustia profunda,
desesperada y casi patética. Este es el tema de .un libro no
table, Convicciones, obra de una docena de los más agudos
intelectuales jóvenes del alá izquierda británica. No pueden
definir el contenido de -la: “causa” que buscan, pero el anhe
lo es patente. También en los Estados Unidos se- busca in
cansablemente un intelectualismo radical nuevo. Richard
Case, en su considerada valoración de la sociedad p eli
cana, La perspectiva democrática, insiste en que la grandeza
de los Estados Unidos del siglo se basaba, para el' resto
del mundo, en su visión radical del- hombre (al estilo de
Whitman), y aboga por un nuevo criticismo radical del hoy.
Pero el -problema está en que el viejo radicalismo político
económico (preocupado por asuntos: como la socialización de
la industria) ha perdido su significación, mientras que los
aspectos embrutecedores de Ja-cultura contemporánea ■(como
la televisión) no pueden revestirse de términos políticos. Al
mismo tiempo, ja cultura americana ha aceptado casi' com
pletamente la- vanguardia, particulamiente en arte,' y se han
arrinconado casi totalmente los estilos académicos antiguos.
Para colino, la ironía que se cierne sobre los buscadores de:
“causas” c,stá en que los trabajadores, cuyos agravios- consti
tuyeron antes la energía conductora del cambi.o social, se en
cuentran más satisfechos que los intelectuales con la ■socie
dad. Los trabajadores no han conseguido la utopía, pero sus
esperanzas eran menores que las de los intelectuales, y las
ganancias correspondientes mayores. •
Los jóvenes intelectuales no son felices porque el '‘camino
medio” está bien para los- hombres de edad media, pero no
para ellos; carece de pasión y de brillo. La ideología, que
por esencia es una cuestión de todo o nada y por tempera
mento es lo que desean estos intelectuales jóvenes, se encuen
tra intelectualmente desvitalizada, y ya muy pocos problemas
pueden tener una formulación intelectual ideológica. Las ener
gías y las necesidades emocionales .existen; y el problema de
cómo movilizarlas es muy difícil. La política ofrece poca exci
tación. Algunos de los intelectuales más jóvenes han encon-
70
trtulo una salida en las tareas' y metas universitarias 'y cientí-
lien*) pero, frecuentemente, a expensas de limitar su.. talento
Moramente a la técnica; otros han buscado la propia,:expre-
ilín cn las artes, pero, en general, la falta de contenido ha
equivalido, también,"■a la ausencia de la tensión" necesaria
pnm crear las nuevas fonnas y los nuevos estilos.
Que los intelectuales occidentales-puedan' apasionarse por
IgO fuera de la política es cuestión discutible. Desgraciada
mente, Ja reforma social no tiene ningún atractivo unificador
ji! ofrece a Ia, joven generación la salida de “autoexpresión”
y "autodefinición” que quiere. La trayectoria del entusiasmo
Kt lia dirigido' hacia^ el Este, donde en el nuevo éxtasis por
lftJutopía económica, el “futuro” es todo lo que cuenta .5
Y si la historia intelectual de los últimos cien años en
gorra algún significado —y .alguna lección— es el de reafir
mar la sabiduría de Jefferson .(dirigida"'-a: remover- la mano
muerta- del pasado, pero también capaz' de •se^ rvir de aviso
Contra la pesada mano del futuro) de que “el presente -per
tenece a. los vivos’1. , Esta es la sabiduría-que los revolucio
narios, viejos y nuevos, que son sensibles al destino de sus
Congéneres, redescubren en cada generación. “Nunca créeré
>dice el protagonista de un diálogo- mordaz escrito por el
valeroso filósofo polaco Leszeck Kolakowski— que la vida
moral e intelectual de la. humanidad ,siga la ley económica
(lo que" ahorrando hoy podremos tener más mañana, que de
liemos usar vidas para que triunfe la verdad o que debemos
»ncar provecho del crimen para abrir el can lino a _la d ig-
tildad.” - . '
Estas palabras, escritas durante el “deshielo” polaco, cuan
do los intelectuales habían afirmado, de su experiencia con
el “futuro”, las exigencias del humanismo, ■hacen eco a la
irtilesta del escritor ruso Alexander Herzen, que, en un diá
logo de. hace cien años, reprochaba a uno de los prisioneros
revolucionarios, que -quería- sacrificar a la hutoanidad pre
sente por un mañana de promisión: “¿Deseas realmente con
denar a todos los seres humanos hoy vivientes al triste papel
A Raymond Aron, The Opium of the Intellectuals (Nueva York,
llOH) ¡ Edwards Shils, "Ideología y civilidad”,- en Sewanec Revew,
wL J.xvi, núm. 3, verano 1958, y “Los intelectuales y los poderes”,
fl Com.parative Studies in Socicty and History, vol. 1, núm. 1, octu-
IJfr' 1058. '
7-1
de cariátides.. . sosteniendo un piso sobre el que bailarán
otros algún día?.. • Esto sólo debe servirle de aviso al pue-
' blo: un fin que está infinitamente remoto no es un fin, sino,
si así les gusta, una trampa; el fin debe ser más próximo;
como mínimo, debe ser el salario o el placer del trabajador
por la obra hecha. Toda época, toda generación, toda vida,
tiene su propia plenitud...” B
c Ver la Historia como los cambios en las sensbilidades y en el
estilo o, más aún, como la fo^ rma en que las düerentes clases y pue
blos movilizaban sus energías emocionales y adoptaban posturas mo
rales diversas, es algo relativamente nuevo; pero, en mi opinión, In
historia del temperamento.moral es uno de los medios más impor
tantes de comprensión del cambio social, y, especialmente, las fuer
zas irracionales operantes en los hombres. El gran modelo para uu
determinado periodo cultural es La decadencia de la Edad Media,
de' J. H. Huizinga, con su estudio de las actitudes mudadas respec
to de la muerte, '1a crueldad y el amor. Lucien Febvre, el gran histo
riador francés, expresó hace tiempo la urgencia de escribir una his
toria en t^amnos de las diferentes sensibilidades,' y su estudio de
Rabelais y del problema de las creencias ocultas (Le problime de
l’incroyance du XVIime siicle) constituye uno de los mayores hitos
de este enfoque. La mayoría de los historiadores de los movimientos
sociales han sido excesivamente “intelectualistas” en . el sentido de
que se ha subrayado sobre todo1 la doctrina y la técnica de organi
zación, y menos los estilos emotivos.. Es probable que el Estudio del
bolchevismo, de Nathan Leites, sea, en definitiva, más importante
por su tratamiento del mudado temperamento moral de la intelli-
gentsia rusa que por el estudio fo^ rmal de la conducta bolchevique.
Las novelas y la autobiografía de Arthur K.oestler son. un espejo
brillante de las mutaciones en las creencias del intelectual europeo.
El estudio de Herbert Let.ithy sobre el dramaturgo Bertolt Brccht
(Encounter, julio de 1956) es ^ una joya por su análisis sutil de los
cambios de criterio moral creados por la aceptación de la imagen
de “el- bolchevique’’. La carrera de Georg Lukács, el marxista hún
garo, resulta instructiva respecto de un intelectual que ha aceptado
la disciplina militar de la ética comunista; hecha excepción de al
gunas observaciones, breves pero penetrantes, de Franz Borkenaii
(véase ro World Communism [Nueva York, 1939], pp. 172-175), y
los artíctilos. de .Morris Watnick (Soviet Survey [Londres, 1958],
núms. 23-25), muy poco se ha escrito acerca de este hombre extra
ordinario. La obra de Ignazio Silone, La elección de los camaradas
(reeditada en Voices of Dissent [Nueva York, 1959]) es un reflejo
sensible de las experiencias positivas del radicalismo. The Pursuit o/
the Millenium, de Nor:man Cohn, es una historia interesante de lo!
movimientos milenaristas. Desde el punto de vista catóhesi, el estu
dio del padre Ronald Knox, Enthusiasm, trata de los movimicntrn
"extáticos” de la historia cristiana.
72
ADAM SCHAFF
73
O bras:
74
En esas condiciones, ante toda discusión, es- necesario pre
cisar el- sentido de que se dará a los términos empleados y,
en particular, al término “ideología”. •
Si .ordenamos las significaciones y las definiciones, que se
presentan tan diversas, del término “ideología”, podemos di
vidirlas, a grosso modo, en tres gnipos, .subrayando, que se
-trata de tipos ideales en el sentido de Weber pero. que, en
el uso corriente, esas definiciones contienen generalmente ele
mentos diversos, ' es decir, que no son “puras”. Esos grupos
Son los siguientes: las definiciones genéticas, estructurales y
funcionales.
La definición genética de la ideología parte de las con
diciones que la han engendrado 0 que han acompañado su
nacimiento. Bajo el ángulo de la estructura se define la ideo
logía partiendo de lo que distingue —desde el punto de vista
lógico o del conocimiento— las frases que componen- la ideo
logía de las. que componen la ciencia, por ejemplo. Las de
finiciones funcionales subrayan las funciones desempeñadas
por la ideología a propósito de la sociedad, de grupos socia
les y de. individuos.
Incluso esta manera esquemática ■—y como lo habíamos
previsto simplista, puesto que en realidad es raro encontrar
definiciones tan “puras”— prueba muy bien que, incluso em
pleando el mismo término .“ideología”, podemos conferirle
significaciones que no solamente difieren sino que también
se encuentran en planos diversos del conocimiento. Al riesgo
de malentendidos, por el hecho de la ambigüedad del térmi
no, se añade el de acepciones diferentes sin que por ello sean
contradictorias. Se trata simplemente de aspectos diversos de
un problema complejo y de cuestiones diversas relacionadas
ion él. .
Además, y por el hecho de la multiplicidad de las acep
ciones y de las definiciones del término “ideología”, que le
conciernen, puede ser que una cierta elección ..de definiciones
prejuzgue la suerte de la controversia sobre el sujeto que nos
preocupa. Por ejemplo, si admitimos la definición según la
Cual ideología equivale a falsa conciencia, se' resuelve por de
finición la controversia existente sobre la oposición de la
ciencia y de la ideología. ■Pero eso no tiene, sentido alguno.
Primeramente, porque admitimos sin-prueba aquello que pide
75
i
ser demostrado; y además, porque cedemos a la ilusión dr
que una definición dada se atribuya carácter definitivo, en
tanto que hay otras concurrentes.
Es por lo que, partiendo del análisis semántico del uso
corriente de expresiones tales como "ideología burguesa” t'
"ideología proletaria”, "ideología cat6lica”, "ideología laica”,
etcétera, yo propongo partir de la definición funcional de la
ideología. Es la más descriptiva y la más neutra, es. decir
la más aceptable por diversos puntos de vista, sobre todo, eii
cuanto a la génesis y a la estructura de la ideología. En el
curso de mi razonamiento, utilizaré la definición siguiente
de ideología: La ideología es un sistema de opiniones que,
fundándose en un sistema de valores admitidos, determina las
actitudes y los comportamientos de los hombres en relación
con los objetivos deseados del desarrollo de la sociedad, del
grupo social o del individuo.
Es cierto que esta acepción es, no solamente la descrip
ción fiel de un determinado fen6meno social —si pensamos
en el contenido de expresiones tales como "ideología burgue
sa” e “ideología proletaria”—, sino que también al mismo
tiempo ésta es “abierta” y .“'neutra” en el sentido de que
no prejuzga en nada la actitud a propósito de la génesis ele
la ideología ni de su estructura.
Pasemos al punto 2).. Cuando oponemos la ideología a
la ciencia, partimos generalmente de uno de los dos princi
pios siguientes: ,
a) De la definici6n que se apoya en las tradiciones del
joven M^ x y según la cual la ideología es una conciencia
falsa. De esta manera prejuzgamos la cuestión de su oposi
ción a la ciencia, que es por definición la conciencia verda
dera. Ese razonamiento lleva consigo sin embargo un error
incurable, .puesto que la cuestión se reduce a . la definición
y lo que está por demostrar es admitido por definición. Es
suficiente, en efecto, poner en cuestión la definición por la
cual la ideología es una conciencia falsa —y en tanto que
definición, esta concepción que se concentra sobre la defor
mación del conocimiento, característica no solamente de la
ideología, es ciertamente parcial y por lo tanto errónea—
para que todo el razonamiento se derra be.
b) O bien fundándose sobre la distinción de la estructura
76
tic las proposiciones características de la ciencia y de aqué
llas, al parecer, propias de la ideología. La cuestión se limi
taría a que Ja ciencia se compone únicamente de pf.oposi-
■tíones afirmativas, con derecho a ser calificadas de verda
deras. '
La ideología, por el contrario, se compone sobre todo de
posiciones evaluativas y normativas. Puesto que en el ra-
amiento lógico no hay paso de las proposiciones afirma
tivas a las proposiciones normativas y evaluativas, la. ciencia
y la ideología constituyen dos mundos diferentes hermética
mente aislados entre sí. Ese razonamiento se funda en dos
resuposiciones, a mi juicio, falsas: .
— En primer lugar, porque parte de la afirmación de que
al paso de las proposiciones afirmativas a las normativas y
C
aluativas consiste' en una consecuencia lógica normal;
— En segundo Jugar porque declara que la ciencia se
mpone únicamente de proposiciones afirmativas, y la ideo
logía sobre todo de proposiciones evaluativas y normativas.
i Si se trata del primer problema, no hay duda que, en el
(Silogismo clásico, a partir de presuposiciones bajo la forma de
iJtroposíciones afirmativas no se puede obtener en la conclu
sión prob a ciones evaluativas o normativas. Tal paso no exis
to cn realidad. Pero no es verdad que sea el único tipo de
Consecuencia que nos interese en el análisis. Al contrario, es
un caso más bien banal, y desde el punto de vista del cono
cimiento, la consecuencia genética es mucho más interesante.
Aquí, no se trata de saber a partir de qué proposiciones, te
niendo en cuenta las reglas de la transformación, se puede
Concluir en proposiciones evaluativas o normativas, sino de
la génesis. de estas últimas. Se trata de saber cumo^ la huma
nidad llega a juicios evaluativos y a sistemas de valores da
dos, por qué esos juicios difieren según las épocas y según
los medios en la misma época, etc. Ese grupo de cuestiones
no es trivial y es importante no solamente desde el punto de
vista del conocimiento; en ese dominio nos encontramos ne-
•m cnte ante una consecuencia genética de juicios evaluati-
WOI y de normas del conocimiento humano bajo la forma de
proposiciones afirmativas.
Sin embargo esta parte formal de la cuestión es más bien
WCundaria, lo que importa. es el segundo problema: ¿existe
un criterio de estructura que pennita distinguir la ciencia cil
la ideología partiendo del hecho de que la primera se com
pone de proposiciones. normativas y evaluativas? A mi pare
cer tal criterio no existe y la división efectuada de esta ma
nera es errónea.
Es necesario tener en cuenta, sobre todo, que hay un cier
to número de disciplinas que se refieren a la ciencia en el
sentido amplio del término y que son por excelencia axioló-
gicas y normativas. Tomemos por ejemplo la estética, la'ética,
y también la. pedagogía, etcétera. > ■' ■.
i n embargo el problema es mucho más profundo a pesar
de que la operación que consiste en separar de la ciencia las
disciplinas antes mencionadas sea suficientemente dolorosa.
En efecto, la mayor. parte de las disciplinas científicas, en- pri
mer lugar aquéllas que son neutras, como. la técnicá' y la
medicina, no se componen de proposiciones- normativas e in
cluso- evaluativas. Es asombroso. que no discernamos la ana
logía entre el estatuto de proposiciones.normativas en .el con
tenido social —que entran en la ideología— y el estatuto' de
las proposiciones normativas que . tratan .de la naturaleza
—que se encuentran p o r- ejemplo en- el dominio de la téc
nica o de la medicina—.■El tipo de derivabilidad de ^ " ‘pro
posiciones normativas, que' concierne por ejemplo a l a .ma
nera de . cuidar la septicemia; de p^ roposiciones descriptivas
relativas' a la acción de: los ■microbios, la estructura de la
sangre,.etc., etc;, es el mismo que el tipo de derivabilidad
de- las proposiciones normativas relativas-'a la- abolición. del
capitalismo,.por la vía de la revolución y a ,la -instauración
del socialismo, partiendo. de,las proposiciones descriptivas re
lativas a las leyes del- valor, de la plusvalía, de la acwnula-
ción del capital, etc. Es fácil ver las. dificultades puestas en
evidencia por esta yuxtaposición. Nadie se inquietará' cuando
se dice- que el razonamiento. sobre la necesidad de la revo-
lución.socialista proviene. de la. ideología. Pero esta consta
tación sólo- tiene como fundamento la existencia, en este caso,
de proposiciones normativas;' ¿Qué hay que.:hacer entonces
con la medicina y sus recomendaciones en cuanto a la ma
nera, por ejemplo, de curar la septicemia o con la ingenie
ría y sus recomendaciones de cómo- construir puentes col
gantes? ¿Encontraríamos a alguien para decir que esas. fra-
78'
ICE pertenecen a la ideología o son. de tipo ideológico? Y sin
(tmbargo. no podemos aceptar una discriminación de los pro
blemas sociales, si el criterio admitido efectivamente es el
tipo dE) las proposiciones que componen el. discurso dado.
Asi esta oposición —característica de. las tendencias posi
tivas—. no es defendible. Y en ese ■caso. desaparece el único
factor que opone ideología a la- ciencia, a partir del mo
mento en que ; hemos puesto en cuestión la tesis según la
cual las ■frases que componen la ■ciencia tienen un carácter
“j uramente” objetivo,. .d iferente al de la s ' frases que com
ponen la ideología .. y que comportan un “rasgo” al menos
fie factor subjetivo.. .
Este problema.. será objeto de nuestro razonamiento ul
terior. . . . ■
. Llegamos. ahora al tercer- punto. La construcción que, en
ese caso igualmente, ha surgido del pensamiento •positivista
es la •siguiente:. por:, el hecho de. componerse de .proposicio
nes afirmativas, que en ese caso pueden ser- calificadas. de
verdad, la ciencia representa el conocimiento objetivo; . en
cuanto a la ideología,- dado el carácter de. proposiciones que
la componen, representa,-, el conocimiento subjetivo. ; ■ ■
. Empecemos nuestras reflexiones .constatando que esta te-
lis es simplemente falsa: no es. cierto que la ciencia repre
sente un.. tipo de conocimiento. “puramente” objetivo, de la
misma forma. que la- ideología tampoco es al- contrario “pura
mente"’... subjetiva.. Y precisamente porque esta -oposición es
fqka, podemos hablar de ciencias .ideológicas. e ideologías
Científicas. .Lo cual. h.abía que demostrar. ■ .
Fr a ileramente, nos .es necesario explicar lo que entende
mos al decir que el conocimiento es objetivo o subjetivo, en
particular cuando decimos que es; “puramente” . objetivo o
Subjetivo. Este problema está estrictamente ligado a. la teoría
!í de la verdad.. en gnoseología y por ello, sin pretender entrar
In detaUes, nos es ■necesario tocar aquí ese punto. Cuando
decimos ' que el carácter del -conocimiento es objetivo, . deci
mos que, el conocimiento es verdadero ; ■ tiene en sí el ca
rácter de una verdad objetiva. Entendemos con ello una
relación particular entre el objeto y el sujeto del conocimien
to, relación que consiste en. decir que . ello es así y que es
cfectivamente así -— --daequatio reí et intellectus para Aris-
79
tóteles, para Lenin “reflejo” de la realidad en el conocimien
to. La verdad —en el sentido de un juicio o una proposición
verdadera— es siempre, en ese caso, una verdad objetiva, y
añadir entonces la palabra “objetivo” es un pleonasmo. Re
conocer la verdad de un juicio dado no prejuzga el carácter
de esta verdad: la verdad puede ser absoluta o relativa, es
decir, puede aparecer como un conocimiento absoluto, y,
entonces, definitivo e inmutable —es el carácter por exce
lencia, de todas las tautologías— o bien únic^ ente como
un conocimiento parcial ligado al sistema al que se refiere,
y en consecuencia variable. Dado que, por diversas razones,
el conocimiento se compone precisamente de verdades rela
tivas, constituye un proceso infinito. La infinitud de ese pro
ceso, determinado en primer lugar- por el carácter infinito
del objeto del conocimiento que además, está continuamente
en movimiento, no está en contradicción con la tesis según
la cual, durante ese proceso, se produce una acumulación del
conocimiento objetivo, aunque nunca sea absoluto, defini
tivo. Sin embargo, la conclusión siguiente procede del plano
epistemológico: todo conocimiento objetivo —verdadero—
lleva consigo, al mismo tiempo, un factor subjetivo. Lejos de
excluirse, las características “objetivas” y “subjetivas” son
complementarias. ,
Cuando hablamos' del factor subjetivo en el conocimien
to, pensamos — grosso modo— en Jo que el sujeto aporta al
conocimiento. En otros términos, hablamos del rol activo re
presentado por el sujeto en el proceso del conocimiento.
Puede tratarse de cuestiones muy diversas: de la influencia
de la estructura psico-física en tanto que influencia de fac
tores “ puramente” subjetivos sobre el conocimiento, de la
influencia de los condicionamientos especiales —por ejem
plo, del interés de los gru^M— sobre el comportamiento del
individuo en cuanto al conocimiento; de la influencia del
lenguaje sobre la articulación del mundo por el individuo
que piensa en esa lengua, etcétera, etcétera.
“El factor subjetivo” puede ser comprendido entonces de
<los maneras al menos:
En tanto que influencia de factores “puramente” subje
tivos sobre el conocimiento. En ese sentido, la literatura clá-
,'iva del sujeto concebía esta cuestión reduciendo el problc-
80
ma al subjetivismo, es decir, a una actitud conforme a la
Cual el espíritu que toma conocimiento, “crea” el objeto del
conocimiento y este objeto es el producto o la construcción
del subjetivismo “puro”.
Sin embargo, igualmente, podemos entender por ‘f a ctor
lubjetivo” el condicionamiento del conocimiento del indivi
duo por medio de factores sociales tales como los intereses
de grupos, la lengua, etc., que forman la actitud del sujeto
en cuanto al conocimiento. En ese caso, el sujeto que adquiere
el conocimiento juega un rol activo con relación al conoci
miento, aportándole sus predilecciones y sus prevenciones, su
articulación del mundo, su manera de percibir, etc., que re
sultan de influencias sociales determinadas. La subjetividad
Mtá. ligada a.Si a un rol activo del sujeto, pero esta “subje
tividad”, a pesar de que sea tomada en un sentido amplio
del ténnino, es de un tipo diferente ■a la del primer caso:
está ligada al rol del sujeto en el proceso del conocimiento,
^ r o tiene fuentes sociales y precisamente por ello es carac
terística no solamente para un individuo dado, sino también
para los .miembros de grupos sociales enteros —clase social,
grupo étnico hablando una lengua determinada, etcétera.
La cuestión no se limita simplemente a una diferencia-
0i6n formal de los diversos sentidos del término “subjetivo”,
lino que- conduce a la convicción de que fo que llamamos la
subjetividad “pura” es tina ficción. Más todavía, los limites
tntre lo que es subjetivo y lo que es objetivo desaparecen.
Puesto que “el factor subjetivo” es claramente de origen so
cial y “exterior”, por tanto, en relación' al individuo, obje
tivo; por el contrario, el condicionamiento social objetivo
aparece. siempre como la componente de los comportamien
tos individuales, es decir, como subjetivo.
Todo esto se revela más profundo todavía si considera
mos la tesis, banal desde el punto de vista del marxismo, pero
de una gran trascendencia científica, a saber que el indivi
duo, es decir, el sujeto que adquiere el conocimiento, es un
producto social. Vemos entonces, bajo otro ángulo todavía,
que lo que es subjetivo es objetivo al mismo tiempo. Vol
vamos, sin embargo, después de una digresión a la teoría
del conocimiento, al problema que nos interesa, el de la cien
cia y el de la ideología. Su oposición aguda se tambalea
81
aunque sólo sea a. la luz de lo que la sociología del conoci
miento y el relativismo lingüístico tienen que '.decir sobre r.1
factor objetivo y subjetivo en el sistema de la ciencia. Eno
pecemos por la mitificación del tipo ideal de la ciencia qur
no se compondría más que de frases “puramente objetivas”.
Pero sabemos simplemente que no es verdad. Puesto que si
parecemos evitar las pretensiones de la sociología del cono^
cimiento, que demuestra cómo e l. condicionamiento del co
nocimiento por los intereses de los grupos plantea el proble
ma. de su objetividad “pura”, al declarar que los dominios
del conocimiento sometidos a ese condicionamiento no son
ciencias, ello es imposible a . propósito ■de. las pretensiones
universalistas.del análisis ■de la lengua. No podemos ocupar
nos, en efecto, de un dominio cualquiera de la reflexión cien
tífica fuera del campo de la lengua y sin la lengua. ■Y In
lengua aporta el condicionamiento social del conocimiento,
de una manera distinta, es verdad, de como lo hacen los in
tereses de los grupos- sociales, aunque, al fin y al' cabo, pa
recida,. En el conocimiento, si le quitamos los zapatos a una
lengua, como ha dicho con mucha imaginación uno de los
representantes de la teoría del campo, "es absolutamente ne
cesario ponerse los zapatos de otra lengua puesto que, en ese
campo no es . posible avanzar sin zapatos. De esta manera,
la cuestión queda- liquidada/ Pues si hoy en día- es posible
discutir el alcance y el carácter del condicionamiento y del
conocimiento por la-. lengua, por su aparato conceptual, es
imposible negar simplemente el rol' activo de la, lengua en
el conocimiento. Ello .equivaldría a la ignorancia.
Aunque sólo-fuera por esta razón, pues, aunque sólo fuera
a . la luz del análisis de la lengua, el mito de la. objetividad
“pura” .de las frases de' la ciencia se. derrumba. Y el cono
cimiento científico es un conocimiento humano, imperfecto
por consecuencia, que no utiliza únicamente verdades absolu
tas :—lo que impediría el proceso del conocimiento y su ne
cesidad— ; en consecuencia, lleva consigo un tinte subjetivo
Si-hay una parcela de verdad en la afirmación muy convin
cente y lógica, según la cual del sistema de la lengua con
la que pensamos depende la articulación del mundo y su
percepción —en este dominio disponemos incluso.de ciertas
pruebas que nos proporciona la etnolingüística, y la psicolin-
82
gíiística, aunque sus investigaciones sólo se encuentran en sus
Comienzos— la ciencia, evidentemente, no puede 5er un do
minio “puramente” objetivo y el' límite entre la ciéncia' y l a
Ideología se esfuma. ='-
Claro está, todo esto sólo' es posible. si no admitimos' este
límite por definición, sino ■que constituye simplemente ' una
presuposición que debe ser demostrada. Es completamente
i factible si partimos de dcfinidones de la ciencia y de' la ideo-
I Jogía convenientemente construidas. Así es' cómo se ha proce
dido generalmente-en las discusiones, en el transcurso de. estos.
I
óltimos' años. aunque después nos asombrár^ os de que no
Condujeren ■a nada; pero este resultado- era previsible por
que- el punto de partida era falso.' Pero abandonemos "esta
m anera de hacer o ese malentendido y veremos' qué tan poco
fundado es.oponer enteramente la ciencia a Ja. ideología. como
intentar delimitarlas claramente. . ,,.
Puesto que,- si no. solamente las proposiciones de la ided-
Ijfigía sino- también las de ia ciencia, comprenden un factor
subjetivo-—k> comprenden, . al menos' en. la medida: en ' que
W aportado en el conocimiento, en' todo conocimiento, por
la lengua—, ¿qué diferencia —que no sea cualitativa— puede
■haber entre la ideología y la ciencia? — .- .
Al plantear la scuestión- de esta' manera, es evidente que
hny ciencias ideológicas e ideologías. científicas, lo que nos
ihuestra ' menos claramente todavía el límite entre estos con
ceptos. • . ' t'
Por ciencias ideológicas entendemos disciplinas científicas
que, o-bien entran ■en la composición de la ideología; o bien
lo aportan elementos para su formación. Me refiero aquí a
dnmiiiios^ del conocimiento humano, como' la filosofía, la .eco
nomía, la sociología, etc. Está:claroque partiendo del hecho
(Ib su función- creadora de ideología,' esos dominios del cono -
Cimiento ' están sometidos a presiones particulares por parte
fio intereses humanos generalmente portadores de conflictos y
f|uc expresan. su ideología y, en ese sentido, son igualmente
Ideológicos.. ■ ■ . . .
Por otra parte, podemos diferenciar las ideologías . cien
tíficas de . las no científicas.: Las ideologíás, como' los siste-
inns de valores,. no provienen del Espíritu 1 Santo, no nacen
ito un inundo de valores autónomos.. Para pensarlo, es neCe
83
sario ser místico y no científico. Si se estudia la cuestión
desde el ángulo genético, se puede constatar una variabilidad
histórica y social de la ideología y de los sistemas de valo
res, lo cual indica el vínculo que hay entre una situación
social dada —-en la que se incluye el nivel del conocimiento
históricamente alcanzado— y la ideología dada. Es decir,
proceden una de otra, aunque sus relaciones no provengan
de la lógica formal sino, de la genética; Abordando la cues
tión de esta manera, se puede comprender que la ideología
puede ser creada a partir de datos aportados por las cien
cias del hombre y de la- sociedad -—de la misma manera que
ía terapéutica en medicina se funda. sobre la etiología- y el
diagnóstica ^ , pero puede ser creada igualmente a partir de
fuentes no científicas, e incluso anticientíficas.
Admitidas estas consideraciones, podemos pasar al cuar
to problema que nos preocupa en este. contexto, a saber, lo
bien fundado de la tesis sobre. el fin del siglo de la ideolo
gía, tesis avanzada estos últimos años por autores de la clase
de Raymond Aron, Daniel. Bell y otros. Yo les opongo la te
sis siguiente: no solamente esta afinnación es errónea sino
que, por el contrarío, penetramos en este momento en unn
época de desarrollo y de influencia creciente de la ideología.
Al abordar esta divergencia, es necesario preguntarse en
primer lugar de qué ideología —es decir, en qué sentido se
emplea el término “ideología”— hablan los autores de la
tesis sobre el fin del siglo de la ideología.
Todo parece indicar que comprenden la .. “ideología"
—a dmitiendo la definición genética y estructural— como “la
conciencia falsa” . Pero, como hemos dicho ya, en esas con
diciones es inútil. discutir, puesto que la cuestión ha sido re
suelta por definición. Propongo que se discuta a partir de
la definición funcional que yo preconizo. La- discusión tiene
entonces un sentido, puesto que no se prejuzga de nada y
por definición, no hacemos más que describir el fenómeno
social que lleva el nombre de “ideología”. Aquí se plantea
una cuestión:. ¿Puede llegar el día en que desaparezcan de
la vida de los individuos y de las sociedades sistemas de opi
nión que, fundados en un cierto sistema de valores admiti
dos,. determinen los objetivos deseados del desarrollo social?
Yo afirmo que tal situación es imposible mientras haya una
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vida social y una acción social de los hombres, mientras la
lengua humana transmita socialmente el conocimiento. afir
mado filogenéticamente y los estereotipos que se han forma-
f
tlo, etc. Ello lleva consigo un problema. Pero la cuestión es
más simple por el hecho de que no se trata de la acepción
de ideología que adnuten los autores que defienden la tesis
iObre el fin del siglo de la ideología. Pero sería interesante
discutirla precisamente en el contexto de esta acepción.
En este contexto —lo he dicho más arriba'— afirmo que,
por el contrario, entramos en una época en que' el desarro
llo y la influencia de la ideología crecen. • Esto constituye
| Igualmente un tema de reflexión política amplia y autóno-
. ma a propósito de la contemporaneidad, que únicamente
puedo señalar aquí para terminar.
Vivimos en la época de la coexistencia pacüica, es decir,
•ti una época- en que la relación de fuerzas en- el plan mun
dial es' tal que hace falta renunciar a la guerra como medio
de saldar las diferencias entre las grandes potencias. Ello no
ilgnüica, sin embargo, la eliminación de las contradicciones
y de los litigios ni de su expresión ideológica. En otros tér
minos, la coexistencia política no. significa' la ' coexistencia
Ideológica comprendida como desaparición de las diferencias
y litigios ideológicos entre los Estados y las sociedades con
estructuras socioeconómicas diferentes. ' "
En primer lugar, es necesario. constatatar que la 'coexisten
cia pacífica, en el sentido en que hemos hablado más arriba,
Implica la oposición ideológica, incluso el antagonismo, en
las relaciones entre. los Estados que practican la política de'
la coexistencia' pacífica. En efecto, en condiciones dadas, se
pttede ya sea. renunciar al empleo de la fuerza e n ' las rela
ciones con los otros Estados, ya sea verse obligado a ello por.
Ies condiciones ■objetivas —en particular por la técnica de ■la
guerra m o d e ra — ; pero no obstante, se puede ' continuar
existiendo como -Estado, sin perder los rasgos distintivos del
dilema al que' se pertenece. Por el contrario, es imposible,
mnunciar a su propia ideología sin perder su' propia “perso
nalidad”, es decir, sin suprimir los rasgos característicos del
dilema al que se pertenece. ■ ■'
La relación de. las contradicciones ' y de los conflictos eco
nómicos con la política' de coexistencia' pacífica no se mani-
85
fiesta únicamente en el hecho de que la coexistencia pacífica
implique esas diferencirui, de.que sin estas últimas no podrí a
existir coexistencia pacífica. entre .Estados con_ sistemas dife^
rentes,. sno ^ m bién en el hecho .de que la coexistencia pa
cífica refuerza el rol y la importancia. de la ideología en 111
vida de las. sociedades. En. la concepción tradicional; los con
flictos, de ■interesa y de . objetivos;de .los diferentes Estados
se reflejaban en su política extranjera igualmente y llegaban
i ncluso, hasta la guen:a. :En.- este. sentido, .Klausewitz decía
que la' guerra, es la^ prolongación de. la política ' extranjera
del Estado con otros medios. Nos encon^ tramos 'actualmente
en. un mundo .de “coex;istenela. pacífica”, practicada nó' por
amor de la. virtyd sino p p r -necesidad, es decir,. en un mundo
en el que las diferencias ylQs. conflictos de: -intereses no han
desaparecido: de ninguna manera, pero.en el que la tradicio
nal prolongación de la-polític;a: extranjera con '‘otros-medios"
queda eliminada, o al menos se.hace-mucho más difícil. Este
estado de cosas tiene por. consecuencia. el desplazamiento de
la. discrepancia y del conflicto a otro. plano., En efecto, sería
inocen te Creer que el conflicto de; intereses existente objetiva
mente desaparecería ,o que no ":se. manifestaría en otra forma
desde el momento en que. la técnica de- las armas modernas
de exterminaci6n.. masiva elimina la guerracom ó prolonga
ción de la política. aWlque sin excluirla como' manifestaCÍú»
de demencia. La guerra ideológica es: una especie de crsatz de
la guerra en el sentido. físico. . ■ . . :
Si excluimos la posibilidad de recurrir a la guerra para re
solver los conflictos originados en primer lugar por las diferen
cias de, sistemas de los Estados; ¿no subsiste la lucha ideo
lógica como- única posibilidad importante —una- lucha cuyo
objetivo es conquistar los espíritus y los corazones de los hom
bres? T anto más por cuanto !'!Sta lucha se libra hoy día a
una. escala realmente mundial, que tiene por objetivo no
solamente‘las propias sociedades de los protagonistas princi
pales' de la lucha, sino también el Tercer Mundo cuya im
portancia es creciente. Evidentemente, más ■vale luchar c.on
palabras e id e^ que combatir con bombas atómicas,. pero,
en cierto. sentido, esta lucha ideológica es más encarnizada
y, en todo caso, más seria. Ya en la primera mitad del siglo
pasado, el jpven Marx' escribía a este propósito: “Estamos
profundamente convencidos de que' no son ! las tentativas
prácticas, sino la extensión teórica de las ideat comunistas
lo que constituye el verdadero peligro, porque es -posible re
plicar por medio de cañones a . las tentativas prácticas, in- ■
cluso a las tentativas de masas cuando devienen peligrosas.
Sin embargo, . las ideas' -que se han apoderado . de' nuestro
csfúritu .y han ganado nuestros sentimientos, las ideas a las
que' nuestra conciencia se ha unido p o r 'medio de la‘ rarón
■-son. lazos que ho se pueden romper sin rom per'el coia-
j¡ón, sol) demonios sobre' los' que.:el 'hombre nópuede triun
far más que sometiéndose a -ellos." . .■■■ -■■- ■ ■ ■ '
Los conflictos. ideológicos clel mundo ■actual sólo son' el
efecto de. l a . existencia : objetiva de .diferencias ideológicas,
CS decir, de diferentes sistemas de opiniones: referentes' a ■los
fines del desarrollo social; diferencias que,. en-. un sistema
dado de rglaciones.internacionales, desembocan en choques
y tensiones. . . .• : . ■
Una coexistencia .“verdadera”, en el sentido de- la: elil;ni-
nadón de diferencias ideológicas, . equivaldría ■a . la: supresión
(le las diferencias de. estructura que determinad las diferen
cia.? ideológicas, estando ellas, mismas condicionadas y secun
dadas por estas últimas. Soñar con un m undo. de estructura
uniforme, con un mundo eri el que desaparecerían las dife
rencias entre partidarios y adversarios de la propiedad pri
vada, las diferentes concepciones de la democracia y las di
ferencias de puntos de vista a ese respecto, las diferencias
Ifitre partidarios y adversarios del colonialismo y del neoco-
lonialismo, así como algunas otras “bagatelas”' de este género
• indudablemente un sueño que puede parecer bello y ge
neroso.
Pero no se puede confundir los sueños y las visiones del
porvenir con la realidad actual, pues correríamos ' el riesgo
de complicar un cuadro suficientemente confuso, de impedir
la práctica de úna política realista. En todo caso, un hom
bre político no puede hacerlo.
¿Es necesario concluir que los conflictos ideológicos son
inevitables? ¿Es necesario concluir que la' política de coexis
tencia pacífica, al reforzar el rol de la ideología en la vida
social conduce inevitablemente a la agravación de los con-
llictos ideológicos en el mundo contemporáneo, que a fin de
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cuentas, son las implicaciones ideológicas de esta política?
Esta falsa impresión nace cuando se admite, por definición,
que la coexistencia real consiste en superar enteramente las
. relaciones entre los Estados, es decir, que consigue realizar
en las relaciones entre las sociedades lo que es imposible rea
lizar, en el seno mismo de esas sociedades. Contra esta tesis
falsa, se hace resaltar los conflictos ideológicos de la situación
internacional actual, y, al mismo tiempo que se defiende la
_política de la coexistencia pacífica, se afirma que, en el do
mino de la ideología, la . coexistencia- pacífica es imposible.
Formulada en términos tan generales, esta tesis es falsa a su
vez; en todo caso, puede inducir a error puesto que no pone
en evidencia las implicaciones ideológicas complejas de la
política de ^^xistencia pacífica.
Si' la tesis según ■Ja cuaJ “en el dominio de la ideología,
no hay coexistencia, no hay más' que lucha” debe ser com
prendida como una protesta contra Ja tesis según la cual “la
coexistenciaverdadera consiste en' eliminar toda lucha, incluso
la lucha ideológica”., entonces es necesario suscribirla. Pero,
al mismo tiempo,. es necesario ver y'subrayar' los otros aspec
tos de ese problema. En efecto,' la expresión “coexistencia
pacífica” posee al menos tres significados: el postulado for
mulado por los partidarios de- la coexistencia llamada “ ver
dadera”' de renunciar a las discrepancias ideológicas sólo es
una de ellas.
Sin embargo, al rechazar una de las acepciones posibles
de la expresión ‘‘coexistencia pacífica”, no debemos omitir
las os tras, tanto m áscuanto que esas otras acepciones designan
fenómenos que aparecen realmente en la vida y que son,
entre otros, uno de' los efectos de la política de la coexisten
cia pacífica. ’
De lo que se trata en primer lugar, es de la tolerancia.
En este sentido, la “coexistencia pacífica” no significa abju
rar de sus opiniones personales ni abandonar la lucha por
su victoria. Sé' trata de una cosa mucho más .modesta, pero
importante en su realismo -—se trata de admitir que no se
posee el monopolio de la verdad. El. reconocimiento de
este hecho lleva consigo consecuencias de mucha importan
cia. En primer lugar, el deseo de comprender las opiniones
88
t!«l adversario, porque no. se presupone que sean falsas por la
ítnica razón de ser enunciadas por el adversario, En segun
do lugar, el deseo de descubrir los problemas rehles en las
^[fópiniones expuestas^por el adversario, incluso si na, suscribi-
| unos la solución propuesta; en efecto, el descubrinúento de un
•^problema nuevo es a menudo, desde el. punto de vista cientí
fico, no menos importante y estimulante que su solución par-
(¡iui. En tercer lugar, el deseo de descubrir una verdad parcial
en Ins opiniones del adver^ ^ o, s i es que ésta existe.
Todo esto parece muy modesto, y sin embargo son consi
derables las consecuencias de una tolerancia así concebida
para las posibilidades de comunicación y de entendimiento'
nutre los hombres. En nuestra época, en que a los antagonis
mos ideológicos agudizados se añaden • Jos factores emociona-'
les, Ja política de coexistencia pacífica reviste una importan-
cía decisiva para_ el desarrollo de la tolerancia. Aunque ello
no sea más que gracias a' la extensión de la cooperación en
el dominio de la ideología. Y a,quí penetrarnos en el domi
nio de la tercera significación de la expresión “coexistencia
pacífica”.
Es significativo que los que proclaman que no puede haber
coexistencia en el dominio de la ideología' sean los adeptos
más fervientes de la cooperación en este mismo dominio; la
prueba está en la práctica de intercambios y de la coopera
ción internacional en los diferentes dominios de la ciencia,
de la cultura y de las artes basadas en la ideología —como
Jas ciencias sociales, la ' literatura, etc. . Y sin. embargo, ello
implica una cierta contradicción: porque Ja cooperación es
más que la coexistencia, es decir la existencia de uno al lado
del otro. Así, el que se pronuncia contra la coexistencia al
mismo tiempo que practica una cooperación activa. se con-
tradice .a sí m smo, incluso si no tiene conciencia de ello. La
llave del misterio se encuentra en un malentendido semán
tico, porque, especialmente, limitamos por definición. la sig
nificación. de la expresión “coexistencia ideológica” a uno
tolo de sus sentidos posibles: al abandono, de la lucha por
JU propia ideología, lo que sólo es posible-cuando ^muncia-
mos a esta ideología. Pero ¿por' qué comportarse de una ma
nera tan poco razonable? .
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U na. de las consecuencias importantes . de la política di¡
coexistencia pacífica es la intensificación. de los contactos per»
sonales entre los. Creadores, y por tanto* de su cooperación.
Basta que esos intercambios y esta cooperación tomen. ampli
tud para que los hombre5 .se. den cuenta, incluso en el caso
en. que había los .más grandes prejiúcios por una y otra par-
te,.de;. que no .solamente no tienen. cuernos, sino que tienen
más afinidades de las. que hubiera _podido. .suponerse. Y es
que, incluso .en dominios. donde asume un rol considerable,
la ideología no llena 1a ciencia y. el arte hasta el punto de
excluir todo. lo que no. es ella miSla. Incluso los dominios
más. ideológicos de la ciencia, y de las .artes poseen elemen-
tós comunes en ciertos momentos de . la historia, El descubri
miento. y la comprensión. de « t e . hec-Oo. to na l,)a toma de
conciencia de sus consecuencias. prácticas. para los creadores,
es.el terreno f ^ i l para cl.d esarrolio de la .tolerancia.
Justamente sobre- ese plano Jos m ^ to s de la política de co
existencia pacífica son inapreciables. . .
. La ■pase del diálogo ha sido creada, pues.
Este es uno de los términos nuevos, de los términos que
están de moda —diría yo— en. la . época.. de la co ^ ^ tencia
pacífica. La. palabra “diálogo”, tomada en su sentido tradi
cional y banal, significa una conversación entre dos personas,
y en. su sentido cualificado la confrontación de opiniones
diferentes, incid o contradictorias. Hoy día, .ega palabra .ha
adquirido un sentido político: significa un . intercambio de
pareceres entre grupos, eventualmente entre campos,, que re
presentan ideologías diferentes y que tratan de entender:;e. Por
“entenderse” no comprendemos necesariamente que se llegará
a una comunidad de puntos de vista universal, lo que es
muy a menudo imposible, pero sí al menos a una comprehen
sión exacta de las posiciones representadas por las partes en
el diálogo, lo que permite encontrar eventuales puntos de
contacto entre las diferencias ideológicas. Porque tal es, a fin
de cuentas, el sentido y el objetivo del diálogo.
El diálogo implica entonces la’ existencia de diferencias,
al menos el diálogo en el sentido en que ei término es em
pleado actualmente en la vida política e ideológica. Pero
aquéllos que consideren que el diálogo —en ese sentido pre
cisamente— no puede abrirse más que allí donde existan
90
ciertos valores comunes, reconocidos por las partes en pre-
(Cncia, no se equivocan. En efecto, lo mismo que 'es impo-
lible mantener un diálogo —en el sentido que damos a ese
término— cuando hay una unaninúdad total, es imposible
también el iniciarlo cuando hay solamente diferencias y con
tradicciones, mientras que nada vincula las dos partes.
Sobre este tono optimista terminamos nuestras reflexio
nes conce b e ntes a la tesis sobre “el fin del siglo de la ideo
logía”. Eran opuestas a esta tesis pero, al mismo tiempo per
filaban una posibilidad, real a mi juicio, de evolución del
problema que se plantea en nuestra época.
,,,
91
*** j ,a t.tPKt:'.':':"'
HANS MAGNUS ENZENSBERGER
Obras: ■. ■ ■ ■ .
Política y delito,.Barcelona, Seix Barral, .1968.
Poesías para los que no leen poesías, Barcelona, Barral, 1972.
Detalles, Barcelona, Anagrama, 1969. .. .
¡i! interrogatorio de La Habana: autorretrato' de la contrarrevolu
ción y otros ensayos políticos, Barcelona, Anagrama, 1973.
Conversaciones■con M'arx-Engels (2 tomos), Barcelona, Anagrama,
< 1975. '. :
f¡l corto verano de la anarquía, México, Grijalbo, ,1977.
¡¡¡omentos para una teoría de los medios de Comunicación.
96
UStá inquieto, fascinado ante sus manifestaciones, pero no
parece que los debates en torno a ella estén a la altura del
Sujeto; puesto que no lo aprehenden como un todo. La apa-
ricián de cada una de sus ramas suscita nuevos debates y
nuevas críticas de base (piénsese en el cine hablado o en 1a
televisión) , como si, cada vez, apareciera algo esencialmente
lluevo. Sin embargo, la esencia de los llamados medios de
Comunicación de masas no se puede inferir de las condicio
nes y los supuestos técnicos de los mismos.
La denominación general de “industria cultural’’, a la que
se ha recurrido hasta ahora, tampoco sirve. Es más bien fru-
lo de una ilusión óptica de sus mismos críticos, que aprue
ban que la sociedad incluya, sin más ni más, esta industria
dn lo que viene llamándose vida cultural ; no sorprende nada
t|ue lleven el siniestro nombre de “críticos culturales”, y no
lin una cierta satisfacción, sin un cierto orgullo, ya que con
¿1 ven certificada su inocuidad y actividad. En
todo caso, la denominación apunta, aunque sea confusamen
te, al origen de aquel “producto” de la sociedad antes citado,
es decir, la conciencia. Este origen está fuera de todo ámbito
industrial. El término “cultura”, impotente ya, querría su
gerir que la conciencia, aun la falsa conciencia, no puede
ser producida industrialmente, sino sólo reproducida y
dirigida. ¿Cómo se produce entonces? Mediante el diálogo
de! individuo con el otro. El individuo actúa de ese modo
socialmente, pero ni la colectividad, ni un grupo, ni un equi-
j fio, ni mucho menos un proceso industrial, pueden substi-
¡ luirlo. Esta perogrullada pertenece a la esencia paradógica
(lo la industria manipuladora de las conciencias y es la causa,
en buena parte, de su difícil aprehensión. Es de naturaleza
monstruosa, ya que nunca le importa llegar a lo productivo,
1no sólo a lo intermedio, a las derivaciones secundarias .y
9
torciarias, a las verdades destiladas con cuentagotas, a la parte
fungible de lo que reproduce, de lo que multiplica y ofrece
al comprador. De esta manera convierte las melodías en can
ciones de moda y el pensamiento de un Karl Marx en un
llogan que suena a latón. Sin embargo, esto mismo es lo que
pone de manifiesto su punto débil,' a despecho de su prepon
derancia. No quiere saber nada de él. Filosofía, música, arte,
literatura, todas estas cosas de las que al fin y al cabo se
97
alimenta, las. pone aparte, “entre comillas”, y- les asigna 1111
lugar reservado donde estén encerradas y rojetas a vigilan
cia. El nombre de “industria cultural” acude en su auxilio
para reprimir aquello de que se nutre; el nombre hace ino.
fensiva la industria y encubre las' consecuencias sociales y po
líticas que resultan de la mediatización y de la alteración
industriales de la conciencia. '
Inversamente, la crítica de las ideologías y la crítica de
la propaganda política no aprecian todo el alcance de la in
dustria de manipulación de las conciencias porque conside
ran sus efectos limitados. al campo de la teoría y de la prác
tica políticas en sentido- estricto; como ■sí esta industria st’
limitara a transmitir consignas,- corno si fuera posible abs
traer de la conciencia pública una conciencia privada, capaz
de extraer de sí misma ' juicios independientes.
Mientras - se discute con pasión ■y detalladamente acerca
de los nuevos instrumentos técnicos'—radio, cine, televisión,
disco— ; mientras. se estudia el poder de la propaganda, de
la publicidad y de' las ■public relations, la. industria de ma
nipulación de las conciencias ■continúa sin ser considerad;!
en su conjunto, como un todo. Por ejemplo, apenas si" se^ ha
bla del periodismo, siendo su-rama m á ' antigua. y en muchos
aspectos la más instructiva.: la tá.zón- deello es, probablemen
te, que ya no puede pasar por novedad cultural ■ni causar
sensación en su aspecto técnico. Por otra parte, la moda. el
"‘estilismo”, la instracción religiosa y el turismo son otros tan
tos sectores poco individuados y estudiados de la manipula
ción industrial de las conciencias; también..está- por empezar
el estudio' de cómo es dirigida industrialmente la conciencia
“científica” en los campos de: la nueva física, del psicoaná
lisis, de la sociología, de 1a demoscopia y . de otras disciplinas.
Peró lo más importante es que aún no nos hemos dado cuenta
suficieritemente de que la manipulación industrial de las con
ciencias' no ha alcanzado todavía. su pleno desarrollo, no ha
podido hasta hoy adueñarse de su pieza esencial, la educa
ción. La industrialización de la enseñanza no' ha empezado
hasta nuestros días; mientras estamos discutiendo planes de',
estudio, sistemas. de enseñanza, problemas de falta de profe
sorado' y 'cuestiones de unidades didácticas, se van aprestan-
98
lio ya los. medios técnicos destinados a convertir en puro
anacronismo cualquier discusión sobre reformas escolares. •
La industria de manipulación de las conciencias nos va-á
Constreñir , en un futuro muv próximo, a que la considere-.
Ifyos como una potencia. radicalmente nueva, de desarrollo
Creciente, imposible de medir con sus patrones iniciales. Esta
mos ante la industria clave del siglo xx. En nuestro tiempo,
siempre que se ocupa o se libera militarmente un país civi
lizado, siempre que; se produce un golpe' de Estado, una re
volución o una caída de régimen, lo primero que hace "el
nuevo poder .es apoderarse' no de la. calle ni de los centros
tic la industria pesada, sino de las emisoras, las rotativas y
los servicios de telecomunicaciones. Luego, los managers y di
rectivos . de la . industria pesada y de . la industria de bienes
rio consumo, lo mismo que los de los servicios públicos, con
servan ■en general sus puestos y sus cargos, mientras que los
funcionarios .de la industria de manipulación de las concien-’
filas son de inmediato substituidos. En estas situaciones extre
mas se. hace patente la posición clave.de esta industria. ■
Un primer examen descubre cuatro condiciones indispen
sables para su existencia. Resumidas, son las siguientes: - >*
1) El presupuesto filos6fico de toda industrialización de
In. opinión es el racionalismo, en el sentido amplio de la pa
labra. ■Es una industria que no puede subsistir sin hombres
mayores de edad, ni siquiera cuando ejerce sobre ellos la tu
tela propia de un menor- Su monopolio sólo puede.estable-
írjilo después de suprimir el de la teocracia, el de la creen-
rtk cn la revelación y.en Ja iluminaci6n ,e ld e l Espíritu Santo
transmitido por.el sacerdocio. Con la extinción, de la teocra
cia tibetana se ha cumplido. ya en todo el mundo este pre
supuesto filosófico. . . .
2) El presupuesto político de la manipulación industrial
(lt las mentes es la. proclamación .(no la . realización) de los
I rinrcchos.humanos, y. en particular de- los de igualdad y li-
hurtad. El modelo histórico de Europa. es la. Revolución fran
Cesa; en los países comunistas es la Revolución de octubre
y para los países de América, Asia y Africa, es . la liberación
tlftl colonialismo. Sólo partiendo de. la ficción que consiste en
Muer que cada individuo tiene. el derechp de decidir sobre
ni propio destino y sobre el de la comunidad se puede con-
99
vertir en magnitud política la conciencia que el individuo
y la sociedad tienen de sí mismos; entonces, con la dirección
industrial de esta conciencia, están puestas la bases previiu
para cualquier dominio futuro.
3) Económicamentehablando, la acumulación primaria d«
capital precede al desarrollo de la industria manipulador»
, de las conciencias. En régimen de capitalismo incipiente (o
en un estadio equivalente a él) , es decir en tanto obreros y
campesinos no perciben del fruto de su trabajo más que un
mínimo para subsistir, tal industria no es posible, pero taim
poco necesaria. En esta fase, la necesidad económica en cs^
tado puro, sin paliativos. desvirtúa completamente la ficción
de que el proletariado pueda decidir sobre su propia condi
ción; a la minoría en el poder le bastan, para conservar su»
posiciones, los procedimientos preindustriales de la mediati-
zación de conciencias. La industrialización del proceso media-
tizador puede tener lugar s6lo cuando ya se hayan consoli
dado la industria de materias primas y la producción en
masa de bienes de consumo. El perfeccionamiento progresivo
de los sistemas de producci6n exige un grado de formación
cada vez más elevado, no s6lo de los grupos dirigentes sino
de la mayoría de ciudadanos. El aumento del nivel de vida
y la disminuci6n de las horas de trabajo les permiten tomar
conciencia de las cosas de una forma diferente, menos pa
siva. Con ello se ponen en movimiento ciertas energías peli
grosas para los detentadores del poder. Hoy en día, varios
de los países en vías de desarrollo han puesto ya en marcha
este proceso, después de superar el retraso artificial a que
estaban sometidos; para crear la industria de manipulaci-On
de las conciencias, les faltan las condiciones políticas —que
pueden llegar de un momento a otro—, pero no las eco
nómicas.
4) El pr ^ ^ » económico de la industrialización trae con
sigo el presupuesto, a saber, el tecnológico, para qui.:
la conciencia pueda ser manipulada industrialmente. Las' ba
ses técnicas de la radio. del cine y de la televisión no se asen
taron hasta fines del siglo XIXXIX, o sea, cuando ya hacía mucho
tiempo que la técnica de la electricidad había entrado en
fase de producción industrial. Antes que el amplificador y
la cámara existieron la dínamo y el motor eléctrico. Este
100
¡fBtraso histórico se debe al desarrollo ' económico. A pesar
de ello, no siempre ni en todas partes hay que conquistar,
Njemo si fueran algo nuevo cada vez, las condidonei -técnicas
(le la manipulación industrial de las conciencias, ya que exis-
!ID en todas partes, de una vez para siempre. '•■
En cambio, las plenas condiciones políticas y económicas
(ólo se dan, hasta el presente, en las partes más ricas del
undo. Sin embargo, están a punto de realizarse en toda 1a
agrafía del globo. Se trata de un proceso irreversible. De
nhi que resulte estéril y absurda toda crítica que exija la su-
resión de la industria de manipulación de las conciencias.
Equivale a exigir un suicidio: anular, liquidar la industria
lización en general. El hecho de que a nuestra civilización
le sea técnicamente posible autoliquidarse proporciona una
macabra ironía a las propuestas de estos críticos reacciona
rlos. Lo que ellos piden' no es esto; sólo tendrían que des
aparecer la era moderna, el hombre-masa y la televisión. Ellos
I piensan sobrevivir.
Con todo, los efectos de la manipulación industrial de las
conciencias han sido descritos una y otra vez hasta en sus
menores detalles, y, a menudo, con suma agudeza. En el área
Üc los paísescapitalistas, la crítica se ha ocupado en par
ticular de “los medios' de comunicación de masas” y de la
publicidad. Conservadores y marxistas han coincidido con
«xceáva facilidad en lamentar •su carácter •Ú>mercial. Estas
quejas no llegan al fondo de la cuestión. Dejando aparte que
ganar dinero reproduciendo sinfonías y noticias no es mucho
más inmoral que ganarlo' fabricando neumáticos, tales críti
cas olvidan lo que precisamente distingue a la industria de
las conciencias de todas las demás. En efecto, sus sectores
más desarrollados ya no ofrecen sólo mercancías; los libros
y los periódicos, las' melodías y las imágenes no son más que
el substrato material de esta industria, un substrato' que la
creciente madurez técnica va volatilizando cada vez más y
que sólo en los sectores más antiguos, como el editorial, con-
ilJ"Va todavía una importancia económica digna' de tenerse
ID cuenta. La radiodifusión ya no tiene ni un solo punto de
i:omparación posible con una fábrica de cerillas. Sus produc
tos son totalmente inmateriales. Lo que fabrica y distribuye
no son ya bienes, sino opiniones, juicios y prejuicios, conte-
101
nidos de conciencia de todo género. Cuando más se redui'I'
1"'1 base material de estos productos, más abstracta y más pura
es- su distribución, menos vive la industria de su venta. Si j I
comprar una revista ilustrada se paga ya sólo; una pequeña
parte de su precio real, las emisiones de radio y de telcvi*
sión, siendo muchísimo más caras, no cuestan apenas nada, <t
nada en absoluto; mejor dicho, son ellas las que piden ser
aceptadas gratis; y no digamos nada de la publicidad pura
o de la propaganda política, las cuales no tienen ninguna
forma de precio y escapan a toda noción de comercialidail
Toda crítica que se dirija exclusivamente a las variantes ca
pitalistas de la manipulación industrial de las conciencia-t
apunta a un blanco demasiado cercano y no da en lo qu
propiamente constituye su esencia, en lo que tiene de radi
calmente nuevo y característico. A este respecto, lo decisivo
o por lo menos lo decisivo en primer término, no es el sis
tema social que se sirve de ella, ni tampoco la dirección qui:
la controla, sea ésta privada. pública o estatal; lo decisivo
en su cometido social. Hoy en día, en todas partes, con miis
o menos exclusividad, es el mismo: perpetuar el status exis
■tente, sea cual sea su forma. Su única finalidad consiste en
imponer ciertas formas de. pensar. y explotarlas.' Nada más.
Es preciso aclarar la noción de explotación inmaterial
Durante el período de acumulación primaria de capital, la
explotación del proletariado ocupa el primer plano en todos
los países ; esto también es válido par a las sociedades comu
nistas, como. se desprende de los ejemplos de la Rusia ■stali
niana y de la China roja. Pero apenas este período toca a
su fin, se pone de manifiesto que la explotación no es' sim
plemente económica sino algo que atañe también a la con
ciencia. Decidir quién es señor y quién esclavo, no depende
solamente del hecho de disponer del capital, de las fábricas
y de los ejércitos, sino también —y cada día más inequívo
camente— de disponer de la. conciencia de los demás. Ape
nas la producción de bienes materiales se extiende lo sufi
ciente, aparecen de nuevo y con nueva fuerza las antiguas
' reivindicaciones que la coerción económica, la crisis y el
terror habían eclipsado durante largos años. Nada las puede
invalidar. Desde que fueron proclamadas, no hay poder que
se asiente sobre principios seguros, que no dependa del asen
102
litiiicnto de quienes constituyen su base, que no tenga que
■ipirar a este sentimiento y no tenga que justificarse ■a sí
Ujfoiuo sin descanso aun allí donde se sostiene con l i fuerza
<ln las armas.3 La explotación material tiene que encubrirse
luirás de la inmaterial y buscar' por otros medios el asenti
miento de los dominados. La acumulación de poder político
Mipcra a la acumulación de riqueza económica. Lo que se
Mliunula ya no es fuerza de trabajo sino capacidad de ele
gir y de pronunciarse. Lo que se suprime no es la explota
ción sino la conciencia de ser explotado. Empieza entonces
Ifl eliminación de opciones y de alte r ativas a escala indus-
Irthl; por un lado, mediante prohibiciones, censura y mo
nopolización estatal de todos los medios de producción de
t|tíe dispone la industria manipuladora de las conciencias;
¡IOt otro, mediante la “autodisciplina” y la presión econó
mica . El pauperismo material es substituido por uno inma-
lrrial cuya manifestación más patente^ es la desaparición de
Id* facultades políticas del individuo: frente a una •masa de
Indigentes políticos por encima de los cuales. puede incluso
«*,r decidido el suicidio colectivo, está . una minoría cada vez
lilás reducida de políticos omnipotentes. Hacer que’ la ma
yoría acepte y aguante voluntariamente esta- situación cons
tituye el cometido y^ el resultado más importantes de la ma
nipulación industrial de las conciencias.
Pero con- la enumeración de sus efectos presentes no se
describe todavía su esencia. Del mismo modo que no existe
Jleccsariaiiiente. una relación de dependencia entre la existen-
fin de una industria. textil o siderúrgica y el trabajo de los
tiíñO!I o la deportación, así el hecho. de que exista la mani
pulación industrial de las conciencias no trae consigo, como
kl fuera una consecuencia inevitable, la explotación inma
terial con la cual hóy nos las- tenemos que haber- en todas
ptirt.es. Esta explotación no sólo presupone que albedrío, jui-
rtlo y capacidad de elección son unos derechos abstractos y
teóricos inherentes a todo individuo, sino que también los
engendra sin cesar como negación de sí misma. Sólo se pue-
3 P.n ninguna parte se toma tan en serio como en los países co
munistas la “educación de la conciencia", la “conciencia de las ma
lí!" y cómo dirigirla.
den explotar las fuerzas que existen realmente; para que el
poder las pueda domesticar y servirse luego de ellas, antes
es preciso despertarlas. Se ha observado muchas veces que
era imposible hurtarse a la influencia de la industria mani
puladora de las conciencias, interpretando el hecho como una
prueba de que tal industria era mala por naturaleza; pero
se ha olvidado que lograr que todos los individuos partici
pen en la empresa común es un resultado que puede volverse
contra los mismos que lo explotan. Es una industria que no
puede detener su propio movimiento, y en él surgen, forzo
samente, movimientos contrarios a su cometido actual de
estabilizar la relación de fuerzas existente. La naturaleza de
este movimiento es tal, q u e' la industria de las conciencias
no puede ser nunca totalmente controlada. Sólo al precio
de su propia muerte, es decir, sólo si se le arrebata la con
ciencia de lo que ella misma es y si se prescinde de sus efec
tos más profundos, se deja convertir en un sistema cerrado.
La ambigüedad inherente a esta industria consiste, pues,
en que previamente tiene que conceder ■a sus consumidores
aquello que quiere arrebatarles. Esta ambigüedad la halla
mos también y, todavía más agudizada, si obse^ ^ os^ a los
productores de la industria, es decir, a los intelectuales..De
hecho, no. son ellos quienes disponen del aparato industrial,
sino que es más bien el aparato quien dispone de ellos; sin
embargo,. esta relación no deja tampoco1de ser equívoca. Con
bastante frecuencia se ha venido reprochando a la industria
de las conciencias el .proceder a la liquidación de los “valo
res culturales”. Los acontecimientos demuestran hasta qué
punto esta industria está obligada a recurrir a las minorías
propiamiente productivas; mientras rechaza,.como incompa
tible con su cometido político, la labor de estas minorías si
reflejan las realidades actuales, se ve obligada a. recurrir a
los servicios de intelectuales oportunistas, que se dedican a
readaptar lo viejo sin poder evitar que se les deshaga en las
manos! Los que dirigen la manipulación de las conciencias
sean quienes sean, ' son impotentes para comunicarle energía
auténtica; si la tiene, la debe precisamente a aquellas mi-
1()4.
norias de' cuya eliminación está encargada esta misma indus
tria: a aquellos creadores que desprecia y relega o bien petri
fica en estatuas y cuya explotación condiciona la explotación
posterior de los consumidores. Lo que es válido para los con
sumidores' de productos de esta industria con más rit76 n lo
es para sus productores: son al mismo tiempo colaboradores
y enemigos. Ocupada en fabricar y reproducir ciertas maneras
de pensar, reproduce y multiplica sus propias contradiccio
nes y agranda la diferencia entre lo encomendado y lo real
mente ■realizado.
Toda crítica que ignore esta ambigüedad de la industria
de las conciencias resulta estéril o peligrosa. La suma de es
tupideces que entra en juego se deduce del mero hecho de
que la mayoría de los que hablan de esta industria no refle
xionan sobre su propia posición; como si la crítica cultural
no fuera también parte integrante de lo que critica, como
si fuera posible de algún modo hacer crítica sin servirse de
la industria de las conciencias, mejor dicho, sin que esta in
dustria misma no se sirva de la crítica que se le hace .0
Cualquier razonamiento no dialéctico queda eliminado;
todo retroceso, excluido. También está perdido quien por
sentir repugnancia hacia este aparato industrial, se retira a
un presunto refugio, ya que desde hace tiempo los modelos
industriales se han colado también en la organización y en
las reuniones de los conventículos. En resumen, es preciso
distinguir entre incorrupción y derrotismo. No se trata de
rechazar con un gesto de impotencia la manipulación indus
trial de las conciencias, sino de arriesgarse en los peligros de
su juego. Para ello son necesarios conocimientos nuevos y
una atención vigilante ante cualquier forma de presión.
El rápido desarrollo de la manipulación de las concien
cias y su ascenso a instancia-clave de la sociedad moderna
han cambiado la función social del intelctual. Se encuentra
expuesto a nuevos peligros y a nuevas incertidumbres. Tiene
quc afrontar nuevos y más sutiles intentos de corrupción y
de chantaj'e. Voluntaria o involuntariamente, a sabiendas o
105
ignorándolo, se convierte en cómplice de una industria cuya
.suerte depende de él tanto como él depende de la de ella,
y cuyo cometido actual,. cimentar el poder constituido, es in
compatible con el suyo. Sea cual sea la actitud que adopte,
apuesta en el juego más de lo que personalmente le pertenece.
106
LUDOVICO SILVA
Obras: ■ .
Tenebra, 1964. '
Sobre el socialismo y los intelectuales, 1970.
Teoría y práctica de la ideología, México, Nuestro Tiempo, 1971.
'El estilo literario de Marx, México, Siglo XXI, 1971.
Vicente Gcrbósi y la modernidad poética, 1974.
Marx y la alienación, 1974. ’
De lo uno a lo otro, Caracas, Universidad Central de Venezuela,
1975.
Antimanual fiara. uso de marxistas,. marxólogos y marxianos, Ca
racas, Monte Avila, 1975. • .
T.a plusvalía ideológica, Caracas, Biblioteca de la ucv, 1977.
107
LA PLUSVALÍA. ID EO L Ó G IC A *
l. In troducción
Ciertamente, está por elaborarse una teoría de la ideóla.
gía desde el punto de vista del marxismo. El punto de visl»
de un libro como el de Mannheim -—Ideología y Utopía
no es precisamente el mu iste y, en sus referencias al peiu
samiento de Marx sobre este tema, resulta insuficiente. Est;'m
lejos de haberse agotado todas las consecuencias teóricas quct
pueden- derivarse de una lectura rigurosa del libro de Marx
La iaeología alemana, lectura que no puede ni debe hacer
se sino a partir de la totalidad teórica del pensamiento de
Marx. Mientras se entienda —como es el caso más frecucn-
te— a la ideología sólo como un conjunto de ideas con “inte
reses”, no se estará tocando a la ideología misma, sino a In
s^ tro algunas de sus. consecuencias sociales. Entender a l:t
ideología como una formación social, esto es, como algo qur
ocupa un lugar preciso dentro de la sociedad' y que se de
termina por la estructura material de esa sociedad, fue lo
que hizo Marx. Pero una lectura prejuiciada y superficial
de su obra ha tenido dos cosecuencias graves: por una parte
ha suscitado toda clase de esquematismos que pretenden ver
en la llamada “superestructura” una especie de añadido o
complemento más o menos mampuesto sobre la “estructura” :
interpretación rígida y decididamente absurda desde el punto
de vista genuinamente marxista. Pues, para ^ ^ r x , decir “su
perestructura” no es denotar un “nivel” que esté “por enci
ma” de la estructura social, sino más bien lo contrario: la
superestructura no es sino una continuación interna de la
estructura social. No hay que “salirse” del ámbito de la es
tructura social para examinar la ideología; lo contrario es pre
cisamente lo que hacen quienes pretenden, como decía
Marx, hacer “historia de las ideas" como si las ideas flotasen
por encima de la estructura social,. en ^ una especie de estruc
tura aparte e independiente de aquélla. (La célebre Idcen-
geschichte.)
La otra consecuencia grave que ha suscitado cierta lec
tura superficial de Marx ha consistido en creer —y hacer
* Ludovico Silva, La plusvalía ideológica, Caracas, Bibliotceca do
la ucv, 1977, pp. 185-237.
108
creer— que una obra como La ideología alemana se agota
en la crítica a la “ideología alemana”. El manuscrito de Marx
y Engels —que desgraciadamente fue entregado a: “la crí
tica roedora de los ratones” durante demasiado tiempo-—■es
mucho más que eso: contiene, si bien imperfectamente,' los
pigmentos básicos de la teorfa general de la ideología desde
tt punto de vista del materialismo histórico.
Una pregunta interesante —y, que sepamos, no ha sido
tormulada hasta ahora— es la siguiente: ¿por qué razón
Marx no volvi6 nunca más a tratar sistemáticamente el tema
de la ideología? O si se quiere: ¿por qué el vocablo mis
mo “ideología” desaparece ^ casi de las obras de des
pués de escrita La ideología alemana? 1 A esto respon
deríamos que el interés inmediato de M ^ x , después de li
quidar algunas cuentas con la filosofía alemana, fue el de
1
»
109
i
dedicar su tiempo y su trabajo al estudio de la estructura
material de' la sociedad, y, más concretamente, del capitali*
mo; pues, según su teoría, el estudio de esa estructura en
el estudio fundamental. No hubiera podido detenerse en l.i
elaboración de una teoría madura de la ideología sin anlr»
haber estudiado a fondo, como lo hizo en E l Capital- y cu
obras anteriores, la estructuraeconómíca. de la' sociedad. T:il
vez la razón sea la misma que explica -Ja no elaboración de
una dialéctica, Pero, así como ha dicho' Althusser que, aun
sin esa Dialéctica! es posible estudiar en E l Capital la prác
tica. teórica de Marx, del mismo- modo puede afirmarse, sin
temor a errar, que es posible derivar de Ja descripción y aná
lisis de la estructura económica de la sociedad el papel con
creto de las formaciones' ideológicas. Pues el solo análisis clc
la estructura económica ya nos brinda el determinante funda
mental de la ideología.
Lo que acabamos de decir no sería sino uno de los posi
bles puntos de partida para -Ja elaboración de . la teoría ge
neral de la ideología, desde el -punto de vista marxista. En
el capítulo- II de este libro se encuentran más indicaciones
y sugerencias, al contacto de u n ' primer análisis de textos de
Marx y Engels. . - :
Ahora nos introduciremos en la elaboración' de un con
cepto.— el' de la plusvalía ideológica— que en rigor supon
dría aquella teoría ya elaborada. Por eso decíamos que al
finál, de este libro íbamos a emprender un abrupto camino.
En efecto, liasta ahora nuestro, análisis ha sido más o menos
hermenéutico (o “heurístico", como gustaría de decir Sartre)
y básicamente no hemos hecho otra cosa que analizar y cr i
ticar textos, o en su análisis -mismo, hemos ido' .deslizando
a lo n a s proposiciones que pod^ un constituir .un fundamento
de esa- teoría general de la ideología. A esas observaciones,
y a otras que surgirán en el presente capítulo, remitimos al
lector cuando éste se haga la' lógica pregunta: ¿cómo encaja
un concepto como el de plusvalía ideológica dentro de una
teoría general de la ideología desde- el punto de vista mar-
"Kista?•
! !() . •
2. El problema de la analogía y la hi pótesis inicial
Antes de entrar definitivamente en nuestro tema, se hacen
Imprescindibles algunas observaciones metódicas. '
Como puede el lector advertir tras una primera ojeada al
Gnnstructo conceptual que denominamos plusvalía ideológica,
lo primero que salta a la vista es la presencia de dos planos
0 zonas de significación. Por una parte, se trata de plusva-
i w o sea una realidad material, concreta y mensurable que
(Niulta, como explica Marx, de considerar a la fuerza de tra
bajo como mercancía. Por otra parte, se trata de una' plus
valía ideológica; se refiere a-la ideología, esto es, una realidad
tuir'jetiva, espiritual, cuyo lugar es la mente de los hombres,
aunque. socialmente pueda considerársela c o m o u n hecho
objetivo. Esto implica, por lo pronto, que nuestro constructo
llone una estructura analógica, se fundamenta aparentemente
en una analogía. En efecto, cuando tuvimos la primera' in-
111
tuición, cuando se nos ocurrió la expresión “plusvalía ideoló
gica”, no hicimos otra cosa que establecer una analogía entre
cosas que ocurren en el plano material —eso que llama Marx
“el taller oculto de la' producción”— y cosas que ocurren
en el plano espiritual —eso que Marx llama “producción dr
la conciencia”.
M uy a grandes rasgos, nuestra hipótesis consistiría en pre
guntarnos si no es posible, teniendo en cuenta la afirmación
de Marx de que las relaciones de producción se reproducen
en el plano de la ideología, pensar que, así como en el ta
ller de la producción material capitalüta se produce como
ingrediente específico la plusvalía, • así también en el taller
de la producción espiritual dentro del capitalismo se produce,
una plusvalía ideológica, cuya finalidad es la de fortalecer y
enriquecer el capital ideológico del capitalismo; capital que,
a su vez, tiene como finalidad proteger y preservar el capital
material. Como se ve, la analogía se resuelve en una especie
de circularidad: las relaciones de producción capitalistas pro
ducen una determinada ideología, y ésta a su vez preserva
a aquellas relaciones de producción. Nos interesa subrayar,
aunque sin detenernos ahora en ello, que todo comienza y
termina en las relaciones materiales de producción, que no
por azar son el determinante fundamental.
Como prueba de que Marx pensó que la producción ma
terial se reproduce en la ideología, podemos citar dos tex
tos suyos. El primero subraya el condicionamiento de un pla
no por otro: “El régimen de producción de la vida material
condiciona todo el proceso de la vida social, política y espi
ritual.” (Contribución a la crítica de la economía política,
citado por Marx en El Capital, ed. cit., vol. 1, p. 46 n.) El
segundo texto es más específico: “Las ideas dominantes no
son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones mate
riales dominantes, las mismas relacicm.es materiales dominan
tes concebidas como ideas” (La Ideología Alemana, ed. cit..
pp. 50-51). Sobre este último texto volveremos cuando trá
tem e et punto de las ideas “dominantes” en cuanto tales.
Note el lector, de paso, una comprobación más de nuestra
tesis, sostenida en el capítulo n, de que mucho más impor
tante que la analogía del “reflejo” es la tesis de que la ideo-
logia es expresión (Ausdruck) de las relaciones materiales.
112
Más adelante el lector hallará el desarrollo de esta hipó
tesis general. Por ahora, nos detendremos en dos puntos : la
analogía en cuanto tal, por una parte, y por la otra, un
recuento de los rasgos principales de la teoría de la plusva
lía material, expuesta en El Capital. '
Al comienzo de este libro, a propósito de la analogía del
"reflejo’’, recordamos unas palabras de . Aristóteles que, a
nuestro modo de ver, fijan sintéticamente el fundamento de
toda analogía: “La analogía es, pues, igualdad de relaciones”:
‘H y&p ávaA.oyÍa L O 'Ó íO"rl Xóywv (Aristóteles, Eth. Nich.,
1131 a 31). Una frase del mismo Aristóteles puede ilustrar
lal afirmación: “El movimiento' se hará analógicamente a la
naturaleza del medio resistente. . . Habrá una misma relación
entre las velocidades (de un móvil en el aire y en el agua)
entre el aire y el agua.” (Física, Delta, 215 b 6.) Igual
mente, Ja relación que hay entre los pulmones y el aire será
In misma' relación que hay entre las branquias y el agua.
Y así podremos comenzar a metaforizar: “Las branquias son
los pulmones del agua”, saltándonos uno de los cuatro tér
minos de la relación; o bien: “Los pulmones del agua”,
faltándonos dos términos; o bien, saltándonos tres: “Los pul
mones (del pez)” . Pero no es cosa ahora de investigar a la
analogía como fundamento de la metáfora. Señalamos sólo
i¡ue la “plusvalía ideológica” se presenta, aparentemente, como
una metáfora en la que nos hemos. saltado dos términos; o
mejor dicho, nos hemos saltado sólo uno, pues se trataría de
una proporción continua, el tipo a : b : : b : c, donde el término
ti sería la plusvalía: la relación que hay entre la producción
material y la plusvalía se da como plusvalía ideológica en el
plnno de la producción espiritual. Como explica Aristóteles,
hny analogía cuando entre el segundo término y el primero
lilly la misma relación que entre el cuarto y el tercero. Su sen-
liilo matemático' se expresa sencillamente: 4 : 2: :"6: 3, donde
I" relación es exactamente la misma: 2. Este sentido ya ha-
hín. sido empleado por Platón (Timeo, 31-32). La explica-
1ión
\ aristotética se halla en la Ética Nicomaquea, en el punto
ptt que se fijan los caracteres de la justicia distributiva, y en
I" ¡‘oética, 1457 b 9.
Lo que. Marx nos indica expresamente es que las relacio
na de producción que se dan en el plano de la producción
113
material son las mismas relaciones que se dan en el plano de
la producción ideológica. Ahora bien, como Marx señala, “l:i
producción ideológica de ' plusvalía o extracción de traba.jn
excedente constituye el contenido específico de la producción
capitalista” . (El Capital, ed. cit., vol. i, p. 237). Se sigue de
ello que ese contenido específico —la plusvalía— que se d;i
en las relaciones. materiales de producción, también habrá
de darse en las relaciones espirituales de producción, si es
cierto que estas relaciones son las mismas que aquéllas. Si
Ja esfera ideológica es expresión de la vida material, enton
ces las relaciones materiales de producción capitalista ten
drán su expresión ideológica; y estas relaciones que son ex
presión de .. las relaciones materiales, son esencialmente las
mismas.. O dicho de otro modo, el dato específico de las re
laciones materiales, la plusvalía, debe tener su expresión. ideo
lógica. Volviendo al esquema analógico, diremos que lo que
se repite en ambas esferas —material e ideológica— no son
los términos mismos, pues cada cual pertenece a su esfera,
sino las relaciones que se dan entre cada conjunto de térmi
nos. Lo que a l . trabajo . físico. es la plusvalía material, eso
mismo es al trabajo psíquico la plusvalía ideológica. (Lo que
entendemos aquí por “trabajo psíquico” y el modo- pomo de
éste puede extraerse plusvalía, es precisamente el objeto del
presente- capítulo.) .
La producción de plusvalía como verdadera diferencia
específica del modo de producción capitalista es un punto
sobre el cual vuelve una y otra vez Marx. en El Capital. Así,
por ejemplo, y de un modo inequívoco, en' el tomo tercero:
‘‘El proceso capitalista de producción consiste esencialmente
en la producción de plusvalía ( . . .) No olvidarse jamás que
la producción de esta plusvalía ( .. .) , es el fin directo y el
motivo determinante de la producción capitalista.” (£1 Ca
pital, ed. cit., vol. iil, p. 242.)
El tema de las páginas que siguen puede ya adelantarse
intuitivamente mediante ■una cadena de preguntas: cómo
está constituida y cómo habrá de llamarse, en el capitalismo
actual, la expresión ideológica de la producción material de
plusvalía? Siendo ésta nada menos que la diferencia espe
cífica de la producción capitalista, . ¿no ha de tener su jus
tificación dentro del sistema? ¿Cómo procede concretamente
114
el capitalismo para justificarse a sí mismo' e n las mentes de
los hombres? ¿Con argumentos racionales quizá,. o más bien
mediante presiones dirigidas a capas mentales no conscientes,
terreno abonado para crear la ilusión. de ser el. hombre quien
justifica .al sistema, y no el sistema el que se justifica'- a' sí
mismo desde dentro del hombre? ¿Q uéy cómo ocurre en la
mente de los hombres al llegar verdaderamente a interiorizar
la creencia, específicamente ideológica, de . que el mundo es
un mercado de mercancías o ,.parodiando a Hobbes, de que
homo homini mercator?
Se comienza ahora a comprender por qué llamó podero
samente nuestra atención una frase de Maurice Clavel leída
al pasar en Le Nouuel Observateur, que citamos en el capí
tulo anterior: “El hecho es que quisiéramos saber en qué
te convierte, por ejemplo, la plusvalía en nuestro mundo de
esclavos sin amos”. Lo que ocuu r en el siglo xx es que se
ha patentizado el hecho que, según: la teoría de, Marx, ha
bía de darse, a saber: que.las relaciones de producción ma
teriales son las mismas en el plano ideológico. Nosotros1soste
nemos que así como en el plano material la plusvalía descrita
por Marx ha conservado sus rasgos esenciales en el capita
lismo imperialista de nuestro siglo, en el plano ideológico . se
produce hoy una^ plusvalía que conserva los mismos carac
teres escabrosos que tenía la plusvalía: material cuando la jor
nada de trabajo era de catorce horas. Ya Marx, a propósito
del nacimiento de la Gran Industria; avizoró la importan
cia que tendría la expansión.creciente de los medios de co-
murncación; pero si hubiera podido tener conocimiento de
los inmensas posibilidades . de conn;ol ■ideológico que repre
sentan hoy. medios como la radio y la televisión, sin duda
habría formulado una tesis sobre este tema, que. presumible
mente habría .tendido a la elaboración de un concepto como
el de plusvalía ideológica, que nosotros proponemos como1 un
Instrumento intelectual imprescindible para poder ■realizar
verdaderamente un análisis ■marxista ■del capitalismo actual y
del desarrollo en especial. " .
Volvamos sobre la analogía como tal. Si insistimos en ello
U porque estarnos conscientes —cómo ya lo dijimos en el
Oftpítulo n—• de qué, si bien el razonamiento por' analogía
lki deja de ser un razonamiento (útil, por lo demás, para
115
la ciencia) , también es cierto, como dice Reichenbach, que
una analogía no constituye una explicación científica. En la
analogía se establece comparación entré dos órdenes de rea
lidades; pero el hecho de que puedan compararse esos. órde
nes, porque en ellos se dan relaciones iguales, no implica
necesariamente una comunicación entre esos dos órdenes de
realidades. La relación entre la vida y la vejez puede ser
la misma que hay entre el día y el atardecer, y sin duda un
poeta podrá llamar a la vejez “atardecer de la vida”, pero
eso no implica en modo alguno que entre ambos órdenes de
realidades exista alguna relación, sea de tipo causal, o mecá
nico, o estadístico,. o dialéctico.
-El hecho de que dos órdenes puedan compararse no im
plica interdeterminación entre esos órdenes. Por eso se dice
que la analogía no constituye p ro p ín en te una explicación
científica, ya que eí supuesto filosófico de toda ciencia es el
principio de determinación, que se formula así: “ Todo es
detemünado según leyes por alguna otra cosa” (cf. Mario
Bunge, Causalidad, p. 38) . ,'
Sin embargo, nuestra analogía puede concebirse como
algo más que una- analogía. Lo verdaderamente importante
de este caso es que entre la realidad material y la realidad
espiritual que decimos análogas sí existe una determinación
pues la realidad material, que se explicita como estructura
social, determina dialécticamente a las formaciones •ideoló
gicas. En efecto, se establece Un diálogo entre ambas ■reali
dades, una interdeteiminación, pues la ideología puede, a su
vez, incidir decisivamente sobre la estructura social. De modo,
pues, que nuestro concepto implica algo más que una ana
logía ; está basado en el diagnóstico científico que da Marx
de la sociedad capitalista, en cuya estructura^ tienen lugar
unas determinadas relaciones de producción cuyo ingrediente
básico es la plusvalía, y que se reproducen en la ideología,
donde, a su vez, hay producción de plusvalía ideológica.
Establezcamos una nueva analogía. La Concepción del
hombre que se desprende de la obra de Marx, y particular
mente de La ideología alemana, según la cual el hombre
(y su conciencia) son determinados fundamentalmente por
la totalidad social, puede analogarse a la concepción lingüís
tica de Ferdinand de Saussure, según la cual el valor lío-
116
güístico de una palabra viene determinado por el conjunto
de las otras palabras, o sea, el contexto: la estrodtura lin
güística determina el valor de 'los signos, que funcionan como
articulaciones de la estructura. Valor, en Saussure, es^"!la" re
lación del signo con los otros signos”. “L a lengua —dice—
es un sistema en donde todos los: términos son solidarios y
donde el valor de cada uno no resulta mas que de la pre
tend a simultánea de los otros” (Curso de lingüística gene
ral, ed. Losada, Buenos Aires, trad. de Ornado Alonso. 1959,
165). Es un error entender al lenguaje como un conjunto
de nomenclaturas independientes. Los signos, por sí mismos
y aisladamente, son arbitrarios '(bosque, Wald, bois.. .), y
»ólo puede analizarse su valor dentro de un conjunto o
estructura. Esta concepción es estructural (dejemos lo de “es-
Iructuralista” para la moda francesa) , pues e n ' ella el deter
minante fundamental es la estructura. De igual modo, la con
cepción de Marx es ■estructural, porque en ella el determi-
I nante fundamental es la estructura social. Persiguiendo la
| analogía, podemos hablar de la sociedad como un contexto
lingüístico (semióticamente lo es) y de los hombres (y sus
(jSOnciencias) como palabras' cuyo valor es determinado por
Ila estructura social. La sociedad es una estructura significa
tivo (para usar la f^la expresión de Lukács); y esa estructura
es fundamentalmente económica:,, pues su constituyente básico
|fm las relaciones de producción que se dan entre los hom
bres. Ella determina el valor y el contenido social de la con
ciencia de los hombres. Y así como para analizar un texto
Üngístico es preciso formalizarlo y patentizar un conjunto
de relaciones: ' implicación, conjunción, disyunción, etc., del
mismo modo, para analizar el contexto' social es preciso des
cubrir sus relaciones estructurales, atender' a la estructura,
lio a la apariencia, traspasar el ámbito de las “relaciones
Míibles” (Godelier): Late aquí el viejísimo problema de la
VtJidad y la Apariencia, pero solucionado de forma distinta
K la tradicional: la verdad oculta tras las apariencias de los
tintes no es algo que esté en el interior 'de esos entes, sino
i{tíu se revela como el conjunto de relaciones que tienen ios
Oiltcs entre sí. Tal vez por esto se ha llamado a Marx' “re
lativista”. Podemos formalizar la analogía de esta manera;
la ijue es la- palabra en relación a la estructura lingüística,
117
eso mismo . es el hombre individual (con su ideología) cii
relación a la estructura social. Así como un discurso no t'»
un .agregado de palabras (porque entonces sería discurm
cualquier agregado de palabras irracionalmente dispuesto),
tampoco una sociedad es un agregado de hombres, sino qiw
es una totalidad. A horabien, ¿en qué sentido dice Marx
que “el ser social determina a la conciencia”? ¿Cómo es esa
determinación? La respuesta ya la dimos anteriormente. I a
forma de determinación se explica diciendo que las relaciu
nes materiales de producción se reproducen en la ideología
de los hombres y son aquellas mismas relaciones, pero repro
ducidas ' idealmente. Pero si son las mismas, ■entonces dche
haber también. en ellas^ una plusvalía, ideológica. Así como d
trabajo material es un valor del cual puede extraerse, dentro
de las relaciones capitalistas de producción, un plusvalor u
pluvalía, del mismo modo, en la “producción de la concien
cia” (Marx) funcionan valores de los. cuales es posible extraer
plusvalor o plusvalía. El capitalista se apodera de una parlo
del valor de la fuerza de trabajo que en realidad pertenerr
al dueño de la fuerza de trabajo; del mismo modo, el capi
talismo —a través del control de las comunicaciones masivas
y de la “industria cultural”— se apodera de una buena parte
de la ment.alidad de los hombres, pues inserta en ella toda
clase de mensajes que tienden a preservar el capitalismo.
118
Categoría, pero advirtiendo que. no es una categoría “origi
naria” de Ja humanidad, una especie de a priori, sino que
es un concreto producto histórico que funciona como una
categoría mientras exista el régimen capitalista de produc
ción, sean cuales fueren sus transformaciones: cambios en la
jomada de trabajo, aumento de salarios, sindicalización, etcé
tera. Ei capitalismo en cuanto tal es esencialmente produc
tor de miseria y explotador de plusvalía. ■
En una carta a Engels que se inserta en todas las edicio
nes de El Capital, explica Marx su teoría en términos eco-
n6micos: “Como sabes, yo distingo en el- capital dos partes:
ut capital constante (materias. primas, matieres instrumenta
les, maquinaria, etc.), cuyo valor reaparece simplemente en
ti valor del producto, y el capital varii.ible, es decir, el capital
invertido en salarios que contiene menos -trabajo material^
ta do que el que el obrero devuelve a cambio de él. Por- ejem
plo, si el salario diario = 10 horas y el. obrero trabaja 12,
repondrá el capital variable más 1/5 de él (2 horas). Este
último remanente es el que yo llamo plusvalía (surplus va-
lue). Supón que la cuota de plusvalía (o sea, la duración de
la jornada-de trabajo y el .remanente del. trabajo sobrante
¡ubre el trabajo necesario que el obrero rinde. para repro
ducir el salario) sea un factor dado, por ejemplo = 50 por
100. En este caso, el obrero, con una jornada de trabajo
de 1 2 horas, trabajaría' por ejemplo --8 horas para sí mismo
4- horas. (8/2) para el patrono. Supón además que esto
acurra en todas las ramas industriales. . . ” (El Capital, cd.
cit., v. m , pp. 824-825) .
Tal explicación no necesita de comentarios, pues ella mis
mo es suficientemente explícita. Por otra parte quisiéramos,
ctt la explicación de esta teoría, dejarle todo el tiempo po-
í iiile la palabra al propio M arx, u n a ' de cuyas virtudes es
In claridad y la precisión.
Una parte importante de la teoría de la plusvalía —y que
para nuestros fines es altamente significativa— es aquella
donde Marx insiste en las relaciones entre valor de uso y
titilar de cambio. Lucien Goldmann ha mostrado, en litera
tura, la fecundidad de la aplicación de esos conceptos fuera
tlr su ámbito estrictamente económico; y Henri Lefebvre ha
mostrado su utilidad para el análisis' sociológico. No olvide
11
el lector, por otra parte, que nuestro interés apunta a un
nivel distinto del propiamente económico, pero en el cual
se reproducen las relaciones del nivel económico: el nivel
ideológico. Un paso como la “enajenación del valor de uso
en el valor de cambio” y la consecuente enajenación del tra
bajador, también se dará en el nivel de la ideología. Vea
mos, a través de tres fragmentos de El Capital que citare
mos in extenso, el proceso mismo de producción de la plus
valía, con todos sus ingredientes fundamentales:
120
forma útil. Pero el factor decisivo es el valor de uso especí
fico de esta mercancía, que le permite ser fuente de valor,
y de más valor que el que ella núsma tiene. He aquí el ser
vicio específico que de ella espera el capitalista. Y, al hacer
lo, éste no se desvía ní un ápice de las leyes eternas del ^ cam
bio de mercancías. En efecto, el vendedor de la fuerza de
trabajo, al igual que el de cualquier otra mercancía, realiza
su valor de cambio y enajena su valor de uso.3 No puede
obtener el primero sin desprenderse del segundo. El valor de
uso de la fuerza de trabajo, o sea, el trabajo mismo, deja
de pertenecer a su vendedor,. ni más ni menos que al acei-
lero deja de pertenecerle el valor de uso del aceite que vende
(t, pp. 144-145).
121
zado. El valor de uso no es precisamente, en la producción
de mercancías, la cosa qu’on aime pour lui mSme. En la pro
ducción de mercancías. los valores de uso se producen: pura
y simplemente porque son y en cuanto ■son la encarnación
material, el soporte del valor de cambio. Y nuestro capita
lista persigue dos objetivos. En primer lugar, producir un
valor de uso que tenga un valor de cambio, producir un ar
tículo destinado a la venta, una mercancía. En segundo lu
gar, producir una mercancía cuyo valor cubra y rebase la
suma d e . valores de las mercancías invertidas en su produc
ción, es decir, de los medios de producción, y de la fuerza de
trabajo, por' los que adelantó su buen dinero en el mercado
de mercancías. No le bastó con producir un valor de uso;
no, él quiere producir una mercancía; no sólo un valor ele
uso, sino un valor, y tampoco se contenta cbn un valor puro
y simple, sino que aspira' a, una plusvalía, a un valor mayor”
(i, p: 138). '
122
todos los gastos hechos por el capitalista en su inversión, y,
además, los rebasa: he aquí la plusvalía. ■
Lo que ha ocurrido en este proceso de producción' de la
plusvalía no es otra cosa, pues, -que la enajenación del valor
de uso, o sea, la enajenación del trabajo. He- aquí cómo, des
pués de décadas de investigación, retoma Marx en El Cajñ-
tal aquella proposición fundamental de sus Manuscritos de
1884 sobre el entfremdete Arbeit o trabajo enajenado; la
retoma —obsérvese bien— en su .justo. lugar de análisis: en
ni paso del valor de uso al valor de cambio, términos (de
origen aristotélico) que, por cierto, no .deberían nunca set.
entendidos como meramente ■económicos.
Conversión del trabajo ^ mercancía cuyo dueño" es un
extraño,, un ser ajeno. Su propio trabajo se le 'convierte^ al
trabajador en algo extraño, hostil. ¿"Dónde está la' hostilidad?
En las relaciones de producción capitalistas. Destruyen como
hombre al dueño de la fuerza de- trabajo al convertir su prin
cipal fuerza, su energía humana, su fuerza de trabajo (ya
veremos que se trata también del trabajo- espiritual); en una
mercancía. Por esta razón proponernos englobar . todo este
complejo fenómeno bajo el nombre —que en modo alguno
pretende ser meramente “literario'1— de relaciones de des
trucción. La “producción” capitalista> tal como la descrita
Marx, ¿no implica su contrario: la “destrucción” ? El. tér
mino “producci6n", aunque hablemos de producción capita
lista, parecería siempre^ designar algo positivo, una creación,
un poiein, un hacer, un progreso; en efecto, hay el capita
lista “progresivo” (así traduce Wenceslao Roces), o “progre
sista”, del que habla irónicamente el mismo Marx. Pero si
se quiere designar de una manera directa la raíz última
oculta de la.r relaciones de producción capitalistas, habrá que
hablar de relaciones de destrucción._. ¿De destrucción de•
125
nuco-filosóficos, trad. de F .' Rubio Llórente, Alianza Editii
fiál, Madrid, 1968, ler. manusc., XXII, pp. 105-106.)
126
Jifum la elaboración del concepto de plusvalía ideológica. Poco
p poco el concepto se ha venido haciendo operatorio, y lo
tpic al comienzo se presentaba como una mera analogía, ha
Comenzado a convertirse en una explicación de un fenóme
no objetivo. Pues es un hecho objetivo que existe una ideo
logía de la sociedad capitalista; y tratamos de presentar como
trn hecho objetivo también la producción de plusvalía ideo
lógica. Pero, así como hemos notado' que .el proceso de pro
flucción de la plusvalía material es un proceso oculto; estruc
turalmente, que necesita ser develado y denunciado, del mismo
:piodo el proceso de producción de la plusvalía ideológica es
lambién algo' que ocurre por debajo de las apariencias. Desde
al punto de vista del individuo humano, tal análisis no puede
|'lincerse sino con ayuda ■de una ■teoría psicológica. Por eso
dedicaremos aquí algunos párrafos a la teoría freudiana de la
''preconciencia”... Nuestra. tesis de la ideología supone una
tcoría; psicológica.. ..
El mismo año en que Freud : realizó su descubrimiento,
Engels hablaba —lo que hemos'- visto en el capítulo n— . de
falsa conciencia, es decir, de que “las verdaderas fuerzas pro
pulsoras” que mueven a la conciencia del pensador penna-
nccenignoradas. por él, pues “de otro modo no-sería tal pro
coso ideológico”. Ese mismo año de 1893, Freud logró fijar
lew! lineamientos fundamentales' de su doctrina psicoanalítica.
En realidad, pese a sus irreconciliables diferencias, todas
lns teorías psicológicas contemporáneas coinciden en que la
Conciencia es: siempre algo determinado por otra cosa. Otra
r,osa que, por. supuesto, no es conciencia. La pista para ello
]n constituyó la teoría freudiana, que se diferencia de las
Otras en que fue propiamente creadora, descubridora de un
mundo nuevo e inexplorado: el mundo del psiquismo no-
tlOnsciente.
“La diferenciación de' lo psíquico —escribe Freud— en
consciente e ' inconsciente es la premisa fundamental del psi
coanálisis. .. El psicoanálisis no ve en la conciencia la esen
cia de lo psíquico, sino tan sólo una cualidad de lo psíquico,
que puede sumarse a otras o faltar en absoluto” (Obras com
platas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1948, v. t, p. 1213).
Freud tuvo que luchar, cuando lanzó su teoría, contra
Indas aquellas personas de “cultura filosófica” —son sus pa
labras ■en El Y o y el Ello— para quienes la idea de un psi-
quismo no-consciente resultaba inconcebible, prácticamente
impensable, y la rechazaban “tachándola de absurda e iló
gica” (loe. cit.). “Procede esto —explica Freud— ■de que
tales personas no^ han estudiado nunca aquellos fenómenos
de la hipnosis y del sueño que, aparte de ■otros muchos de
naturaleza patológica, nos impone una ■tal concepción. En
cambio, la psicología de nuestros contradictores es absolu
tamente incapaz de solucionar los .problemas que tales fenó
menos nos plantean.” (Ibid.)
Según Freud, la discusión se plantea en dos niveles: un
nivel puramente verbal, descriptivo, y otro nivel más impor
tante, que. es el de la dinámica psíquica. El primer nivel
podemos explicitarlo de esta manera:
“Ser consciente es, en primer lugar, un tén_nino puramen
te descriptivo, que se basa en la percepción más inmediata
y segura (.. .) . La conciencia es un estado eminentemente
transitorio. ■Una representación consciente en un momento
dado, no lo es ya en el inmediatamente ulterior, aunque pueda
volver a serlo ( .. .) en el intervalo hubo algo que ignora
mos. Podemos decir que era latente, significando con ello que
era en todo momento de tal intervalo capaz de conciencia.
Mas también. cuando decimos que era inconsciente, d^ os
una descripción correcta. Los términos ‘inconsciente’, ‘la
tente’, .‘capaz de conciencia’ son, en este caso, coincidentes.
Los filósofos nos objetarían que el término ‘inconsciente’
carece aquí de aplicación, pues mientras que la representa
ción permanece latente no es nada psíquico. Si comenzáse
mos ya aquí a oponer nuestros argumentos a esta objeción,
entraríamos en una. discusión meramente verbal e infructuosa
por completo.” (Ibid., pp. 1213-14.)
Pero Freud rechaza este nivel, que considera improce
dente para la discusión. Igual ocurre con quienes se empe
ñan en identificar “ideología” y “conciencia”. Desde el punto
de vista de la totalidad social, puede ser que la ideología fun
cione como una “conciencia” de la sociedad; pero para ello
se necesita, ante todo, que esa ideología sea, en los individuos,
latente y no consciente. No otro era el sentido de aquellas
palabras de Marx en las que hablaba de que en la ideología
se daban ciertas formas de “conciencia social”. Conciencia
128
que es, claro está, falsa, porque cree autodetenninar y, sin
embargo, está determinada por algo que no es ella misma.
Hay muchos “marxismos” que han fracasado por quedarse
en ese nivel de que habla Freud.: el meramente verbal, des
criptivo, estático. Comprenderemos mejor esto si pasamos
—siempre con el vocabulario mismo de Freud— el segundo
nivel. Recordemos que, por el momento, el eje del razona
miento lo constituye específicamente lo “inconsciente”.
“Mas, por nuestra parte, hemos llegado al concepto de
lo inconsciente por un camino muy distinto, esto es, por la
elaboración de una cierta experiencia en la que interviene
la dinámica psíquica. Nos hemos visto obligados a aceptar
que existen procesos o representaciones anímicas de gran
energía que, sin llegar a ser conscientes, pueden provocar en
la vida anímica las más diversas consecuencias, algunas de las
cuales llegan a hacerse conscientes como nuevas representa
ciones ( ...) . En este punto comienza la teoría psicoanalítica,
afirmando que tales representaciones no pueden llegar a ser
conscientes por oponerse a ello una cierta energía, sin la cual
adquirirían completa conciencia y. se vería entonces cuán poco
se diferenciaban de otros elementos reconocidos como' psí
quicos. Esta teoría queda irrebatiblemente demostrada por
la técnica. psicoanalítica, con cuyo auxilio resulta posible su
primir tal energía y hacer conscientes dichas representacio
nes. El estado en que estas representaciones se hallaban antes
de hacerse conscientes es el que conocemos con el nombre de
represión.. .” (p. 1214).
El concepto de inconsciente tiene, pues, como punto ■de
partida, la teoría de la represión; lo reprimido es, para Freud,
d prototipo de lo inconsciente. En sentido descriptivo, hay
dos clases de inconsciente: lo inconsciente latente ^ --capaz de
conciencia—, y lo inconsciente reprimido, que es incapaz
de conciencia por sí mismo. “A lo latente que sólo es incons
ciente en un sentido descriptivo y no en un sentido dinámico,
lo denominamos preconsciente, y reservamos el nombre de
inconsciente para lo reprimido, dinámicamente inconsciente.”
(Freud hará una precisión más tarde : “Todo lo reprimido
es inconsciente, pero no todo lo inconsciente es reprimido” .)
Aquí viene un punto del mayor interé.s para nosotros.
¿Qué es lo que diferencia una representación inconsciente
129
de una representación preconsciente? “La verdadera diferen
cia’’, responde Freud, “consiste en .que el material de la pri
m era (Inc.) permanece oculto, mientras que la segunda
(Prec.) se nuestra enlazada con representaciones verbales”
(p. 1216).
Algo se hace preconsciente por su enlace con ¡as repre
sentaciones verbales correspondientes. “Estas representaciones
verbales son restos mnémicos. Fueron en un momento dado
percepciones, y pueden volver a ser conscientes, como todos los
restos mnémicos” (ibid.). Sólo puede hacerse consciente —ad
vierte Freud— . lo que- ya fue alguna vez percepción cons
ciente.5 ' ■ .
¿Y qué son esos restos verbales? Proceden esencialmente
de percepciones acústicas, circunstancias que adscribe al sis
tema preconsciente un origen sensorial especial. “Al principio
—añade— podemos dejar a un ■lado como secundarios los
componentes. visuales de la representación verbal adquiridos
en la lectura, e igualmente sus componentes de movimiento,
los cuales desempeñan tan sólo —salvo. para el .sordomudo—
el papel de signos auxiliares. La palabra es, pues, esencial
mente el resto mnémico de la palabra oída” (ibid).
. Si Freud hubiese podido prever el colosal avance de los
medios audiovisuales de comunicación, tal vez habría hecho
igual énfasis en las percepciones visuales que, junto con las
acústicas, ioim an esos restos. mnémicos que constituyen el ma
terial del preconsciente..
Nuestra tesis es que la base de sustentación ideológica del
capitalismo imperialista se encuentra en forma preconsciente
en el. honibre m edio de esta sociedad, y que todos los restos
mnémicos que componen ese preconsciente se han formado
al contacto diario y permanente con p ercepciones acústicas
y visuales suministradas por los medios de comunicación;
decimos ,que ellos constituyen la base de sustentación ideo
lógica. d(!l capitalismo, no sólo en el sentido descriptivo de
que “la ideología se forma a través de los medios de comu-
130
ideación” — noción que por sí misma sería insuficiente— , sino
en el sentido más preciso y dinámico de que el capitalismo
no suministra .a sus hombres cualquier ideología, sqo, concre
tamente aquella que tiende a preservarlo, justificarlo y pre
sentarlo como el mejor de los sistemas posibles. Habría que
añadir que lo forma como el capitalismo suministra esa ideo
logía es pocas veces la de mensajes explícitos doctrinales, en
comparación con la abrumadora mayoría de mensajes ocul
tos, disfrazados de miles de apariencias y ante los cuales sólo
puede reaccionar en contra, con plena conciencia, la mente
lúcidamente entrenada para la revolución espiritual perma
nente. Y no sólo el hombre medio, sin conciencia revolucio
naria, vive inconscientemente infiltra.jo de ideología, sino
también todos aquellos revolucionarios que, como decía Le-
nin, se quedan en las consignas•o en el activismo irracional,
pues tienen falsa conciencia, están entregados ideológicamen
te al capitalismo sin saber que lo están; la razón por la cual
todos estos revolucionarios se precipitan en el dogmatismo es
precisamente stt falta de entrenamiento teórico para la revo
lución interior permanente. Todo aquel que, en su taller in
terior de trabajo espiritual, obedezca a una conciencia falsa,
ilusoria, ideológica, y no a una conciencia real y verdadera,
será eso que llamamos uii productor típico de plusvalía ideo•
lógica pri-ra el sistema capitalista. Y tanta más plusvalía ideoló
gica producirá cuanto más revolttcionario sea, si lo es sólo en
apariencia.
Este es el punto en que habíamos de encontrarnos —se
gún prometimos— con la teoría de la comunicación y, en
particular, con la “industria cultural”. Nosotros sostenemos
—y no somos los únicos— que sin la teoría de la comunicación
es imposible elaborar una teoría. de la ideología del mundo
capitalista-imperialista, desde el punto de vista del marxis
mo.e Cipamente se ve aquí que' eso que se ha llamado “ci.csa-
Aprobaba sin duda la fórmula de Lacan: el inconsciente está estruc
turado .como un lenguaje”..
o Sobre teoría de la comunicación mucho se ha escrito, y hay
loda una metafísica sutil —por no decir: craso funcionalismo, con
muy pocas excepciones— que ha logrado tejer muy fino en este
campo. Pero a casi nadie se le ha ocurrido, por. ejemplo, analizar
id imperio de la tv norteamericana (CDs, nbc, Time-Life, etc.) en
r,ai.inoaméricn como en el. modo de 'producción ideológico que sirve
131
cralización de los textos” clásicos del marxismo no puede
consistir en traicionar aquellos textos, sino en todo lo con
’ trario: completarlos con todo aquello que no pudieron Mane
y Engels conocer, aunque sí avizorar. Genialmente avizoró
Engels —lo hemos visto con detalle— que la conciencia ideo
lógica es “falsa”. (falsches Bewusztsein) precisamente porque
no es verdadera conciencia, ' está determinada por otra cosa
distinta de ella misma: la ideología. Sí hubiese tenido cono
cimiento de la teoría de Freud, sin duda habría adoptado
el preconsciente como “lugar” dinámico de la ideología. ¿Por
qué decimos esto? P o ^ u e, a nuestro juicio, no puede situarse
a la ideología —al menos sus representaciones fundamenta
les— en el inconsciente, sino en el preconsciente, ya que este
último es capaz de conciencia. Y así como el preconsciente,
al convertirse en conciencia, deja de ser lo que era y de actuar
como actuaba, también la ideología, al hacerse c o ^ i ^ te,
deja de ser ideología. Sí la ideología fuese algo pura o prefe
rentemente inconsciente, nadie podría arribar a la conciencia
revolucionaria por sus propias fuerzas, sino que necesitaría de
algo así como lo que se ha llamado “psicoanálisis dialéc
tico”.7 Esto nos recuerda —precisamente para confirmación
de sustento y lealtad hacia el sistema que engendra el subdesarrollo.
Sólo ahora se cornea» a hacerlo.
También hay muchos estudios —algunos excelent—— sobre las
“motivaciones inconscientes” de la propaganda comercial capitalista.
Valga como ejemplo el útilísimo libro de Vanee Packard The Hid-
dcn Persuaders (1957), traducido al castellano como Las formas
ocultas de la propaganda (Buenos Aires, 1959). En este libro, a tra
vés de numerosos ejemplos, se desmonta todo el escalofriante apa
rato de la llamada “investigación motivacional”, o sea, la ciencia
puesta directamente al servicio de int^ ereses comerciales empeñados
en presentar el mundo como “un arsenal de mercancías”, que diría
Marx. Lo malo es que Packard, como casi todos cuantos tocan este
tema, se queda en la descripción y el análisis "funcional” del fe
nómeno, sin ligarlo a una teoría interpretativa del mismo. Esa teoría
no puede ser otra que la expuesta en los tres primeros capítulos de
El Capital, donde se analiza la forma mercancía hasta llegar a la
forma dinero, pasando por el “fetichi5ol ”. Pues la famosa "crea
ción de imágenes y símbolos” de que hablan los investigadores mo-
tivacionales no es otra cosa que la fetichización absoluta del arse
nal capitalista de roerrcade^u.
De ahí nuestro empeño en presentar como plusvalía ideológica
fenómenos que ya han sido estudiados desde el punto de vista opuesto.
7 Las relaciones entre dialéctica y psicoanálisis han sido explica-
132
de este orden de ideas— una expresión de Leo Lowenthal,
citada por Adorno, según la cual . la misión de la televisión
puede definirse como un ‘psicoanálisis al revés” . (Adorno, Te
levisión y cultura de ma.ms, Eudecor, Córdoba, 1%6, p. ^3).
No obstante, si algu,ien nos p reguntase de pronto cuál debe
1er , esencialmente, la misión de un intelectual dentro del ca
pitalismo y. contra él, responderíamos: hacer psicoanálisis co
lectivo, elevar a la conciencia de los hombres el pantano ideo
lógico en el cual es^ n atrapados sin saberlo.
Algo que, por su parte, avizoró Marx fue lo que ya hici
mos notar en el capítulo n y que encuentra plena confirma
ción a la luz de la teoría de Freud, a saber: la interpretación
de la ideología, no como un “reflejo” — metáfora pasajera'
en M^ ^ —, sino como expresión (Ausdruck) de las relacio
nes de producción materiales. ¿Cómo podría ser la ideología
“expresión de' algo si no fuese ella misma un lenguaje, o me
jor, si —como el preconsciente freudian^ — no estuviese cons
tituida por restos mnémicos, restos de representaciones ver
bales y acústicas venidas de la lectUra. de la educación, de las
percepciones que tiene ei individuo en sociedad? Asi como,
1e^ n dice- Sartre, la realidad material del col^ ^ ^ smo es
presentada por los colonizadores a los colonizados como- una
das con bastante claridad por. Igor Caruso: “. . .es aquí precisamente
donde se halla la diferencia de principio entre la dialéctica, .de ^ una
parte, y la metafísica y el positivismo, de otra: los métodos esencia-
llsta (propios tanto de la metafüica como del positivismo) cont^ -
plan al hombre desde fuera y buscan establecer su constitución! esen
cia) o su carácter estático; por el contrario, la dialéctica es necesaria
y conscientemente una práctica, puesto que se admite que la concien
cia modifica al mundo y que el mundo modifica a la conciencia. Es,
pues, absolutamente legítimo hablar de dialéctica, al menos latente,
del psicoanálisis, aun del más ortodoxo, puesto que le es propio el
^^futer más fundamental de ^ toda dialéctica, a saber: ser. necesaria
mente una práctica que modifica las relaciones reciprocas de sujeto y
objeto en ur:a perspectiva histórica y totalizadora. Como toda dialéc
tica., el psicoanálisis es el paso constante y fluido de una detennina-
clón a otra, de un término de la relación al. otro; en cada nivel de esta
upiral se superan las contradicciones y son nuevamente integradas. .
Existe siempre reciprocidad entre el hombre y el mundo (pues el
mundo del hombre es ante todo los otros hohombres) y no casualidad
lineal, unilateral de la metafísica y del positivismo mecanicista”
(cf. Psicoanálisis para la persona, ed. Sebe Barral, Barcelona, España,
19G5, pp. 157-158).
133
verdad eterna, del mismo modo las relaciones de producción
en que entran obreros .y capitalistas son presentadas por los
dueños del capital (por tanto, de la plusvalía) corno verda
des, hechos, fata que es preciso aceptar. He aquí el modo
como se va conformando la ideología del hombre bajo el
capitalismo, como un conjunto de ideas, creencias, ilusiones,
valores, representaciones en general que son falsas (falsas por
que no es cierto que el mundo mejor sea aquel en que se
produce plusvalía y la riqueza esté distribuida como en el
capitalismo) , pero que son presentadas como hechos incon
trovertibles, como algo que es conveniente aceptar. Por eso
nada hay tan subversivo, a los ojos del capitalista, como In
toma de conciencia del engaño, el desenmascaramiento de
. la ideología. El instrumento más poderoso para suscitar esa
subversión y esa conciencia es la teoría marxista. Ella desen
mascara el lenguaje que el hombre habla sin saberlo: el
lenguaje de su preconciencia ideológica, y lo hace hablar
un lenguaje consciente, que es el lenguaje subversivo, revo
lucionario. De ahí la insistencia de Lenin, el gran hombre
práctico del marxismo, en la revolución pedagógica, que con
siste en educar a los hombres para la conciencia, darles vo
cación de lucidez permanente, y evitar que se rindan ante
la facilidad de las consignas, aunque éstas puedan ser revo
lucionarias. Lenin fue el primer crítico acerbo que tuvieron
los manualistas. soviéticos, con los cuales desgraciadamente
no pudo acabar, a esos distribuidores de pura ideología y no
de teoría revolucionaria llamaba Lenin “esclavos ideológi
cos de la burguesía”, y de sus manuales escribió cosas como
éstas, que hoy cobran su actualidad: “Las publicaciones agi
das y amenas de los viejos ateos del siglo xvm escritas coii
talento, que atacan ingeniosa y abiertamente al oscurantismo
clerical dominante, resultarán, a cada paso, mil veces más
adecuadas para despertar a la gente del letargo religioso que
las exposiciones aburridas del marxismo, secas, no ilustradas
casi' con ningún hecho bien seleccionado, exposiciones que
prevalecen en nuestra literatura y que, con frecuencia (hay
que confesarlo), tergiversan el marxismo” (Lenin, Sobre d
significado del marxismo militante [1922], en Obras Escogi
das, ed. Progreso, Moscú, 1969, p. 689).
134
5. L{J. ideología dentro del modo de producción
capitali sta. Industria cultural • y plusvalía ideológica
En la sección anterior identificamos el “lugar” d&° la ideo
logía —y por tanto, de ' la plusvalía ideológica— desde un
punto de vista psicológico, es decir, haciendo hincapié eri el
individuo, como portador de la ideología. Pero hace falta
—y es lo más importante para nosotros— insistir ahora' en
la forma cómo esa ideología llega al individuo, cómo le es
suministrada, esto es: el aspecto propiamente social de la
cuestión. Pero no olvidemos que no se trata de dos "planos”
diferentes, sino de una unidad dinámica": fo ideología .que
porta individualmente un hombre —digamos, en su precon
ciencia—- es precisamente “ideología” porque es social, es un
lenguaje,- es un elemento que, aunque esté. concretado en in
dividuos (pues no se trata de una vaga entidad ideal aparte
de la" historia humana) , . representa en ellos a la sociedad;
reproduce en e l. interior de cada individuo las relaciones de
producción materiales que se dan en un determinado modo
de producción.8. Pero, por razones de método, puede sepa
rarse el estudio del problema en dos planos que en realidad
sen aparentes, pues constituyen una unidad dinámica. Es un
error craso separar ambos planos radicalmente..Era precisa
mente la crítica que hacía Marx a los ideólogos: creer que
el estudio de las “ideas” que se tienen en un período histó
rico puede realizarse separadamente del estudio de la historia
material de ese período. Marx insiste en que se trata de. un
error interesado, como cuando escribe: ‘Y cuando la teoría se
decide siquiera por una vez a tratar temas realmente históri
8 Como dice Marx, el lenguaje es tan viejo como la conciencia,
y la. conciencia no es sino. un producto social: Así lo expresa etl La
i'tología alemana, en un fragmento ya citado en el cap. n de nues
tro ensayo. “El lenguaje es tan viejo como la conciencia (Die Spra-
t'" ist so alt wie das Bewusztsein) ; el lenguaje es la conciencia
práctica, la conciencia, real, que existe también para los otros hom
bres y que, por tanto, comienza a existir también. para mí mismo;
y ul lenguaje nace, como la conciencia fy las representaciones píás-
liras, acústicas y verbales de la preconciencia, L.S."[, de la necesi
dad, de los apremios del intercambio (Verkehr) con los demás hom
bres (...). La conciencia; por tanto, es ya de antemano un producto
ICICial. . . (ein gesellschaftliches Produkt).“ •
Véase La ideología alemana, ed. esp. cit. p. 31; texto original
Marx-Engcls Werke, band 3, pp. 30-31.
135
cos, por ejemplo del siglo xvm, se limita a ofrecernos- la histo-
ría de las ideas, (Ideengeschichte), desconectada de los hechos
y los desarrollos prácticos que les sirven de base, y también
en esto los mueve el exclusivo propósito de presentar esta
época como el preámbulo imperfecto, como el antecesor to
davía incipiente de la verdadera época histórica, es decir, del
período de la lucha entre filósofos alemanes” (La ideología
alemana, i, A. 2;.ed. esp. cit., p. 44).
Hag^ os notar, antes de entrar en la nueva fase de nues
tra investigación, algo más sobre las posibilidades de acudir:
a la teoría psicológica. A nosotros nos parece el descubrimien
to freudiano, y sus formulaciones concretas sobre •la dinámica
psíquica, el instrumento intelectual decisivo para nuestro asun
to. Freud fue el descubridor del nuevo mundo, y sean cuales
fueren las diferencias que se tengan con el freudismo, hay
que comenzar por reconocer ese descubrimiento. Si hemos
apelado a Freud no es porque neguemos la utilidad de otras
teorías psicológicas, aunque ninguna nos parezca tan propia
mente dinámica, dialéctica, como la de Freud. En una psi
cología de tipo reflexológico pavloviano, o en todas aquellas
basadas en el esquema Estímulo-Respuesta, que buscan basar
su objetividad científica en el examen de los datos objetivos
del comportamiento o conducta (be havior), funciona un pre
supuesto : las “respuestas”. A muchos no les interesará de
dónde vienen esas respuestas, pues se dirá que vienen de una
zona que' no se puede analizar por sí misma objetivamente,
científicamente, sino a base de cosas tan vagas como la in
trospección. Freud habría rechazado esta objeción, pues para
él los sueños, por ejemplo, eran datos objetivos, datos ana
lizables e interpretables, como, por lo demás, lo son cuales
quiera de los datos que pueda obtener el psicólogo más “cien
tífico’’. Y es que los sueños son también una “respuesta” a
un estímuJo, que procede de una zona del psiquismo.
Para que haya una respuesta, tiene que haber algo en al
guien que responda. Si con la psicología se buscan cosas coma
condicionar, p. ej\ , la educación, la psicología no puede aca
bar en eso: no puede desentenderse del estudio del psiquismo
humano (no del “alma’’, sino del psiquismo), es decir, no
puede desentenderse del preconsciente o del inconsciente como
136
ai se tratara de- puras vaguedades especulativas. Todos criti
can vaguedades al freudismo, pero todos se aprovechan
de Freud y de su descubrimiento. Jean-Fraagois R,evei ha
expresado esto de modo tan contundente que vale la pena
citarlo: . .
“Freud, por su parte, ha hecho realmente progresar la
psicología, ha añadido realmente algo más radical y cientí
fico a lo. que acerca del hombre pudieron decir Séneca o
Montaigne. Por eso, los psicólogos, en lugar de regañarle y
reprenderle, deberían más bien observar cómo lo ha hecho.
En lugar de continuar imperturbablemente ‘haciendo psicolo
gía’ y acomodando a su manera los. resultados del psicoanáli
sis, deberían más bien considerar más atentamente la actitud
intelectual de Freud en sus principios. Esa actitud es la in
versa de la que pasa por ser la actitud filosófica ( ...) . La
psicología académica evoca mi país en el que hubiera miles
de obras teóricas sobre la pintura y ni un solo pintor. Si surge
alguno que pinta de verdad, que de verdad cuenta lo que
sucede, un Rousseau o un Proust, los psicólogos lo rechazan
entre los frívolos y la gente divertida, sencillamente porque
no ha tomado el rábano por las hojas ( ...) .” (¿Para qué.
filósofos?, Ed. de la Biblioteca de la Universidad Central,
trad. de Juan Nuño, Caracas, 1952, capítulo.)
Sentado esto, reconozcamos la utilidad que podría tener
para nuestra teoría una noción como- la de “reflejo’’, en
Pavlov. Según Pavlov, el reflejo condicionado es producto de
un “estímulo condicional” después que éste ha sido asociado
a menudo al “estímulo normal” o -incondicional. La aplica
ción repetida de ambos estímulos asociados se llama “condi
cionamiento”, y a- la inversa: se llama “descondicionamien
to” a la aplicación repetida del estímulo condicionado sin
acompañarlo del estímulo normal: el condicionamiento se
“extingue”. En cambio, con la aplicación repetida muy a
menudo de ambos estímulos simultáneamente, se logra “re-
fo^ rzar"’ el condicionamiento. Este concepto ha sido denomi
nado por Richet “reflejo psíquico”.
Un reflejo psíquico es, pues, una respuesta a un estímu
lo, un condicionamiento. ¿Por qué no pensar que la ideolo
gía es un reflejo psíquico condicionado por la estructura
137
■social? s No se nos dirá que no hay condicionamiento cons
tantemente “reforzado” : junto al estímulo normal que es la
vida social, la sociedad ha creado una sqpervida, un condi
cionamiento artificial' que opera en los individuos como 1111
condicionamiento constante, aplicado junto con los estímu
los sociales normales. Ese condicionamiento adicional se tr;i.
duce en el siglo xx como un verdadero “refuerzo”, qur
funciona a través de los medios de comunicación: verda
deros medios estimuladores, constantes, cuya presencia diaria
y universal podría hacer pensar que ya se trata de un “es
tímulo normal”, si no fuera porque sabemos que detrás de
ese estímulo “normal”, que quiere presentarse a sí mismo
como "normal” con su cúmulo de propaganda y mercancías,
funciona,. al modo de científicos en un gigantesco laboratorio
psicológico, un conjunto de hombres que maneja según su.s
intereses esos condicionamientos. Son los suministradores de
ideología, los creadores en la psique humana de todo un sis
tema preconsciente de representaciones y valores que tiendci t
a preservar y defender el capitalismo. ¿Cómo se llama la in
dustria nacida en nuestro siglo y destinada a la acumulación
de capital ideológico? Se llama —la llamó así Adorno— in
dustria cultural, que también hubiera podido ser llamad»,
acaso con mayor propiedad, industria ideológica. Industria
en la que, por cierto, son grandes servidores los psicólogos.
Adorno ha establecido el concepto de industria cultural, en
el que, de una manera o de otra, se trata de cosas relacio
nadas, más o menos,. con eso que se suele llamar “cultura”.
Nosotros proponemos ampliar y, al mismo tiempo, especifi
car más ese concepto, y para ello proponemos hablar de
industria ideológica. La razón es la siguiente. En primer
lugar, lo que menos se produce en la “industria cultural”
es propiamente cultura: se produce ideología. Eso, si guarda
mos algún significado noble para la palabra “cultura”, que
indique conciencia de las formas estéticas y las formas huma
nas en general; pero si pensamos en la cultura como real
mente piensan los dueños de la industria “cultural’’, no nos
o Los llamados "analistas motivacionales”, o burócratas cientí
fico-comerciales, han acudido con frecuencia a la Teoría de Pavlov;
pero en sus estudios, por supuesto, no se dice (ni se piensa) que el
efecto del condicionamiento es ideologia.
138
queda sino la idea del hombre como caldo de culti v o y la
Cultura se convierte . en algo así como horticultura, o sea:
Cultivo ideológico del hombre. Pues cultura. también implica
los valores y normas generales que se imponen en una socie
dad. Pero, en segundo lugar, aun cuando admitamos que la
industria “cultural” se ocupa de la “cultura”, no- queda otro
remedio que admitir que más allá de. la “cultura” hay nu
merosos campos susceptibles de convertirse en suministrado
res de ideología. Aunque 110 sea '"cultural”, una empresa
publicitaria cualquiera, por el solo hecho de dedicarse dia-
rútmente a presentar el mundo como un mercado de mer
cancías, es eminentemente una empresa suministradora de
ideología. No en vano trabajan en esas empresas. psicólogos
y literatos, “trabajadores intelectuales" dedicados a irracio
nalidades’tales como buscar los “resortes psíquicos-" de las ma
sas, para convencerlas de que si fuman' determinado cigarrillo
pertenecerán a “clase aparte”, o cosas^ por el estilo, tendientes
todas a presentar el mercado de mercancías como un verda
dero mercado persa lleno de- felicidad-y de lámparas de Ala
dino que ejecutan el milagro de sacar a un individuo de su
clase social, por mugrienta y desarrapada que sea, por el solo
acto de fumar “tal” cigarrillo. El lema de una firma publi
citaria venezolana es sumamente expresivo: “Permítanos pen
sar por usted” . O sea: permítanos convertirlo -en un esclavo
de Ja ideología capitalista. Permítanos —en suma— ayudarlo
a enajenar su energía .mental' como valor de uso, y conver
tirla a ella - y a usted mismo— en una mercancía. Permí
tanos —diría Marx— enajenar su valor y realizar su valor de
cambio.
Ahora, detengámonos en el concepto de industria cultural,
tal como lo ha diseñado Teodoro Adorno. Y hagámoslo, dicho
sea de paso, a manera de homenaje a la memoria del gran
pensador, que ha muerto mientras escribimos estas páginas.
El concepto es importante para nosotros por una razón que
podemos adelantar a manera de hipótesis. Y es que el con
cepto de industria cultural, ampliado —como proponemos—
n industria ideológica, es el lugar social de producción de la
plusvalía ideológica. Ya hemos situado el lugar psicológico in
dividual ; ahora nos faltaba el lugar social, siempre advirtiendo
enérgicamente que no se. trata de dos '“planos" distintos entre
139
sí, sino más bien de dos perspectivas para obseI"Var el mis
mo asunto.
. El término “industria cultural” fue empleado por primera
vez en el libro de Adorno y Horkheimer Dialektik der Auf-
klárung, publicado en Amsterd^ en 1947. Hay en ese libro
un vasto y fascinante capítulo así llamado: “La industria cul
tural”. En' el prólogo, advierten los autores que ese capítulo
esbastante “fragmentario” (Dialéctica del iluminismo, ed. Sur,
Buenos Aires, 1969, p. 13). Tal vez por esa característica de
cidió posteriormente Adorno relaborar la tesis en una confe
rencia, pronunciada en 1962 y publicada por la revista Com
munications en su número 3 (París, 1964). La verdad es que
el capítulo de-1947 no es tan “fragmentario” ; pero es cierto
que en la conferencia de 1962, pese a' su mayor brevedad,
Adorno logró mayor profundidad y precisión. Comenzaremos
por citar algunas de las ideas expuestas en el primero.
Desde el primer momento, la industria cultural se revela
como el típico lugar social de la ideología. (Digamos al pasar
que, para nuestro gustó, Adorno es el autor contemporáneo
que utiliza con mayor propiedad el vocablo “ideología”.)
Pues se trata, en primer lugar, de una industria: industria ma
terial, como cualquier otra industria capitalista, con sus re
laciones de producción y su plusvalía material: una de las
r^ as industriales del capitalismo contemporáneo. Pero, ade
más, es cultural : se dedica a la producción de toda suerte
de valores y representaciones (“imágenes”) destinadas al con
sumo masivo, o sea: es una industria ideológica, productora
de ideología en sentido estricto, destinada a formar ideoló
gicamente a las masas: dotarlas de “imágenes”, valores, ído
los, fetiches, creencias, representaciones, etc., que tienden a
preservar al capitalismo. Advirtamos una vez más que, a pesar
de su tipicidad, no sólo la industria cultural es productora
de ideología: todo el aparato económico del capitalismo, aun
cuando se dedique a cosas tan poco “culturales” como la
producción de tomillos o refrescos, es productor de ideolo
gía. Aunque sólo fuese . porque para vender esas mercancías
deberá realizar campañas publicitarias, y en estas campañas,
presentar al mundo como un mercado de mercancías. De ahí
el lema publicitario que quisimos poner irónicamente al fron
tis de este libro: “Si el mundo es su mercado, déjenos ma
140
nejar el globo”, frase cruda y casi descarada, que hemos leído
en un anuncio a página entera en T h e ' Economist, revista
que se difunde mucho en América, Latina. Recuérdese la
tesis general de Marx, según la cual la ideología es expre
sión de la totalidad de la estructura socioeconómica (y no
sólo de una parte de ella, como es la industria cultural).
Cuando, como apunta Adorno, los jefes de la ■industria cul
tural se defienden diciendo que lo suyo es un negocio y s6lo
eso, y que todo debe adaptarse a ese negocio, no hacen sino
subrayar que se trata de una industria como cualquier 'otra,
y patentizar su pertenencia a la estructura económica gene
ral del capitalismo en su fase industrial avanzada.
Algunos de los contenidos decisivos del concepto de “in
dustria cultural” son expresados sintéticamente desde el pró
logo de Dialéctica del Iluminismo: .
“El capítulo sobre Ja industria cultural muestra la regre
sión del iluminismo a la ideología que tiene su canónica ex*
presi ón en el cine y en la radio [no se olvide que estamos en
los años 40: Adorno insistirá años más tarde en la televisión.
L.S.], donde el iluminismo reside sobre todo en el cálculo del
efecto y en la técnica de producción y difusión ; la ideolo
gía, en cuanto a aquello que es su verdadero contenido, se
agota en la fetichización de lo existente y del poder que con
trola la técnica. En el análisis de esta contradicci6n la in
dustria cultural es tomada con más seriedad que lo que ella .
misma querría. Pues dado que sus continuas declaraciones
respecto a su carácter comercial y a su naturaleza de ver
dad reducida' se han convertido desde hace tiempo en una
excusa para sustraerse a la responsabilidad de la mentira,
nuestro análisis se atiene a la pretensión objetivamente inhe
rente a sus productos de. ser creaciones estéticas y de ser, por
lo tanto, verdad representada. En la inconsistencia de tal
pretensión se desenmascara la vacuidad social de tal indus
tria.” (Dialéctica del Iluminismo, Prólogo a la primera ed.
alemana, p. 13.) (Las cursivas son nuestras.)
Regresión del iluminismo a la ideología significa, en
Adorno y Horkheimer, casi tanto como un regreso contem
poráneo al mito, a una nueva y sutil forma de concepción
mágica del mundo, que coexiste actualmente con la mas
desaforada carrera científica y tecnológica. Esta regresión.
141
que se ha presentado de modo aparentemente . sorpresivo,
tiene su expresión (de nuevo’y no por azar nos encontramos
con Ausdruck, el vocablo que hemos destacado en la teoría
marxista de la ideología) típica en los medios de comunica
ción de .masas. La regresión al mito consiste, hoy, en la feti-
chización de todo lo existente, dicen los autores. ¿Qué es,
en realidad, para el capitalismo “todo lo existente”? No es
otra cosa que un ‘‘inmenso arsenal de. mercancías”, como
decía Marx. La fetichización de que' hablan estos autores es
la misma de que habló M arx-en.su capítulo sobre el fetichis
mo de la mercancía,; la sacralización de esa forma elemental
del capitalismo,. que lo define y lo llena de contenido. Por
otra parte, Adorno y Horkheimer. anotan un detalle impor
tante: el' aspecto artístico de la industriacultural, y su in
congruencia con el aspecto comercial. La verdad es que “film
y radio no tienen ya más necesidad de hacerse pasar por arte.
La verdaid- de que nb son más que negocios les sirve de ideo
logía, que debería legitimar los rechazos que practican deli
beradamente. Se autodefinen como industrias y las cifras
publicadas de las rentas de sus directores generales quitan
toda duda respecto a la necesidad social .de sus productos”
(ibid, p.; 147). Una vez que- la industria. cultural- se auto-
define como negocio industrial, justifica en términos tecno
lógicos todos sus intereses. Una de las primeras 'Cosas que se
justifican es la superproducción de clisés, argumentando que
“el público los exige”, sin advertir que son' ellos quienes los
están imponiendo al. público, hasta tal punto que éste llega
a necesitarlos. Es lo que Marx decía en su Contribución a la
crítica ..de la economía política: la producción capitalista no
está, en principio, destinada a satisfacer necesidades, sino a
crearlas en- beneficio de la producción. La producción no es
ya —decía M aix— el fin del hombre, sino el hombre el fin
de la producción. No en balde el hombre medio norteame
ricano. es un consumidor excepcional: su preconciencia, ts'-
íiida de la ideología del consumo, está llena de una cantidad
de necesidades creadas para dispararse automáticamente,
como un mecanismo seguro,. ante el mercado de mercancías.
O tra nota distintiva de la industria cultural es su depen
dencia de los otros. sectores industriales más poderosos: “Si
la tendencia social objetiva de la época se encarna en las
142
intenciones subjetivas de los dirigentes supremos, éstos per
tenecen por su origen a los sectores más poderosos de la in
dustria. Los monopolios culturales son, en. relación c()n ellos,
débiles y dependientes.” (Ibid, p. 149.) Y al ser dependien
tes de los más poderosos, ios monopolios culturales dependen
eo ipso de la dirección política, que en el llamado capita
lismo de Estado depende de las juntas directivas de las gran
des corporaciones, corno ía. S tandard. Oíl o la General M o
tors, por ejemplo. Todo forma así un engranaje homogéneo
en la producción capitalista, La' sociedad de radiofonía de
pende de la industria eléctrica; la del cine depende de las
construcciones navales, y así sucesivamente. Por esto deci
mos que el estudio del lugar de producción de la ideología
no puede limitarse a la consideración de la industria cultu
ral. Aun sin la ayuda de los medios de comunicación actua
les, el capitalismo segregaría su ideología. Marx lo notó hace
más de un siglo. Pero los medios de comunicación actuales
son tan ingentes que se han convertido en el vehículo ma
terial específico que le faltaba al capitalismo para crear la
industria ideológica, dentro de la cual los datos^ centrales si
guen siendo: alienación y plusvalía. En esa industria no sólo
le gana dinero y se acumula capital como en cualquier otra
industria: se produce, además, un ingrediente específico: la
filusvalía ideológica. Al obrero descrito por Marx en El Ca
pital le era sustraída la plusvalía material ocultamente, sin
ijuc él lo, percibiera; del mismo me>do, al hombre medio del
gapitalismo le es extraída de su psique la plm valía ideoló
gica., que se traduce como esclavitud inconsciente al sistema.
Todas las lealtades que hacia el mercado de mercancías — y
por tanto, hacia, la política capitalista— logra crear la in
dustria ideológica, son pura y llana plusvalía ideológica. Y no
es consciente por doble motivo: por ser plusvalía, y por ser
ideológica. Se trata, e n . suma, de un excedente de energía
mental del cual se apropia. el capitalismo.10 .
10 No es de extrañar que el ensayista venezolano, que se ha acer
rado más hondamente al concepto global que denominamos plusva
lía ideológica, sea también quien ha dedicado scl'ios ensayos ai aná
lisis de la industria ideológica .por excelencia: la televisión. Nos
referimos a Antonio Pasquali, en cuyas obras Comunicación y cul
tura de. masas (uov, Caracas, 1964) y- El aparato singular (ucv,
Harneas, 1967) hay dos cilcrnentos analíticos necesarios para una
143
Como se ve, el concepto de .industria cultural, con todo*
los retoques y comentarios que le venimos haciendo, se re
vela como un instrumento indispensable (y perfectamente
complementario) para la elaboración de nüestra tesis de ];t
plusvalía ideológica. Tesis que, a su vez, supone. el concepto
de alienación ideológica, que aquí no tocaremos para no ex
tralimitarnos; aunque, esquemáticamente, podemos decir qun
consiste en la obediencia, . sumisión y esclavitud del hombre
a otro que no es él y que está, sin embargo; instalado den
tro de él mismo, en zonas no conscientes. Por eso, el opuesto
de alienación ideológica no puede ser otra cosa que la con
ciencia revolucionaria, pues ese “otro” que esclaviza. subjeti
vamente al hombre se traduce objetivamente en la domina
ción capitalista. Y decimos “revolucionaria”, porque no basta
una conciencia crítica, ya que, como decía M arx, las forma
ciones ideológicas “sólo pueden disolverse por el derrocamien tr>
práctico de las relaciones sociales reales” ; “el instrumento
—añade— no es la crítica, sino la revolución” [La ideología
alemana, ed. cit., p. 40).
Característico de la mentalidad esclavizada es la pasivi
dad. Pues bien: otra. faceta típica de la industria cultural es
su efectividad para lograr crear hombres como receptores-
]4V
pasivos de ideología. “Para el consumidor —escribe Ador
no— no hay nada por clasificar que no haya sido ya anti
cipado en el esquematismo de la producción.” ( Op. cit, p.
151.) ¿Quién hay que no ceda a la perfecta comodidad o
confort que significa una película de vaqueros bien hecha téc
nicamente, con la seguridad absoluta de que todo irá bien y
de acuerdo a un esquema ya conocido? A' veces, para rom
per la monotonía del film detectivesco, aparece algún mis
terioso chino que inmediatamente es clasificado como “fuer
za del mal”. ¿Qué hay detrás del clisé? Adorno lo ha expresado
con toda precisión en un ensayo de 1954, Teleuision and the
patterns of mass culture:
“Cuanto más se cosifican y endurecen los clisés en la actual
organización de la industria cultural, tanto menos es' proba-'
ble que las personas cambien sus ideas preconcebidas [es
decir, su ideología, L.S.] con el progreso de su experiencia.
Más opaca y compleja se vuelve la vida moderna y más se
siente tentada la gente a aferrarse desesperadamente a cli
sés que parecen poner algún orden en lo que de otro modo
resulta incomprensible. De este modo, los seres humanos no
sólo pierden su auténtica capacidad de comprensión de la rea
lidad, sino que también, en última instancia, su misma capa
cidad para experimentar la vida puede embotarse mediante
el uso constante de anteojos azules y rosados.” (Televisión
y cultura de masas, ed. cit., p. 33.)
Late en Ja industria cultural, corno criterio último de la
producción, un supuesto que no deja de tener su efectivi
dad, a saber: “Hacer creer que el mundo exterior es la sim
ple prolongación del que se presenta en el film " (Dialécti
ca. .., p. 153.) La pretensión ostensible de esa industria es
una especie de “realismo” que consistiría, programáticamen-
1c, en la reproducción en la imagen de los datos empíricos.
l'ero ¿qué ocurre? Lo que tenía que ocurrir allí donde hay
intereses comerciales; que se le presenta al espectador corno
“copia” de la realidad lo que no puede ser sino una inter
pretación de la misma. En esto, ia industria cultural no se
diferencia en principio del verdadero arte, ya que éste no
rs un mero “reflejo” de lo real. Sin embargo, carece de toda
la belleza del arte y se. queda tan sólo con una determinada
y aberrante interpretación de la vida. En el verdadero arte
hay a menudo una representación o interpretación falsa de
la vida material de los hombres: la belleza del arte griego
nada tiene que ver con la miseria y la esclavitud que exis
tía en las ciudades griegas; pero era un falseamiento ideo
lógico hasta cierto punto excusable, como decía M ^ ^ , por
sus propósitos estéticos: el arte se conservaba' dentro del reino
de los valores de uso; era una “distorsión positiva” de la
realidad. Pero cuando nos entregan una interpretación falsa.
ideológica, de nuestra vida material, para no sólo engañar
nos, sino, además, hacernos pagar, sin la compensación es
tética, estamos dentro del reino de los valores de cambio: no
vemos arte, vemos mercancías; y no sólo las vemos, sino que
ellas influyen subliminalmente en nosotros y conforman nues
tra actitud hacia el mundo. La industria cultural, por eso,
se diferencia en principio de todo arte, aunque pueda par
ticipar de algunos elementos artísticos; ella nos presenta el
mundo, no en su faz real, sino como si el mundo tuviera
que ser fatalmente un mercado de mercancías. En la indus
tria cultural propiamente dicha ello viene presentado en ca
lidad de lo que Adorno llama “mensaje oculto” ; en la in
dustria ideológica en general —por ejemplo, en la industria
publicitaria— ya no se trata de nadá oculto: abiertamente
se presenta el mundo como un mercado: “Si el mundo es
su mercado, déjenos manejar el globo.” Jamás pensó el psi
cólogo del Banco de California que nos iba a proporcionar
tan exacta descripción del capitalismo.
Veamos cómo se revela la médula de nuestro asunto:
“La violencia de la sociedad industrial obra sobre los hom
bres de una vez por todas. Los productos de la industria cul
tural pueden ser consumidos rápidamente, incluso en estado
de distracción. Pero cada uno de ellos es un modelo del gi
gantesco mecanismo económico que mantiene a todos bajo
presión desde el comienzo, en el trabajo, y en el descanso
que se le asemeja ( . . .). Inevitablemente, cada manifesta
ción aislada de la industria cultural reproduce a los hombres
tal como aquello en que ya los ha convertido la entera in
dustria cultural’’ (ibid, p. 154, las cursivas son nuestras).
He aquí cómo funciona, en el siglo xx, la tesis marxiste
de que en la ideología se reproducen, en forma ideal, las-
mismas relaciones de producción que tienen lugar en el plano
146
material. Y no se reproducen de cualquier modo, especifi
caba Marx. sino de acuerdo a la clase dominante, que en
este caso es la de los dueños de las grandes corporaciones
de las cuales depende, entre otras muchas cosas, la industria
cultural. Es hora aquí de confrontar un texto de Marx 'que
habíamos ya citado parciahnentc al comienzo del presente
capítulo, y que resulta quizá la proposición del materialismo
histórico que más directamente nos autoriza a elaborar el
concepto de plusvalía ideológica:
“Las ideas de la clase dominante son las ideas dominan
tes de cada época; o, dicho en otros términos, la clase que
ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mis
mo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene
a su disposición los medios para la producción material dis
pone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la pro
ducción espiritual, lo que hace ■que se le sometan, al propio
tiempo, por término inedio, las ideas de quienes carecen de
los medios necesarios para producir espirituabnente. Las ideas
dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las
relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones ma
teriales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las
relaciones que hacen de una determinada clase la clase- do
minante son también las que confieren el papel dominan
te a sus ideas. Los individuos que forman la clase domi
nante tienen también, entre otras cosas, la conciencia de
ello y piensan a tono con ello; por eso, en cuanto domi
nan como clase y en cuanto determinan todo el Unbito de
una época histórica, se comprende de suyo que lo hagan en
toda su extensión y, por tanto, entre otras cosas, t^ bién
como pensadores, como productores de ideas, que regulen la
producción y distribución de las ideas de su tiempo; y que
sus ideas sean, por ello mismo, las ideas dominantes de la
época.” (La ideología alemana, ed. cit., pp. 50-51.}
Se comprende ahora mejor el sentido profundo de aque
llas palabras de Marx, que por lo demás son en si mismas de
una claridad y penetración definitivas. Pero M arx no hizo sino
formular una^ teoría general para la sociedad de clases, y más
específicamente para el capitalismo; sus ejemplos son, obvia
mente, del siglo hacia atrás. Por eso es de tanta urgen
cia confrontar los lineamientos generales de la tesis de Marx
147
con la realidad aplastante del capitalismo contemporáneo.
Si Marx hubiese tenido la posibilidad de comprobar con sus
ojos el nacimiento, casi mitológico, del inmenso imperio de
la industria cultural, y más aún: el crecimiento acelerado y
vertiginoso de la maquinaria de propaganda y publicidad a
través de los medios masivos de comunicación, sin duda' ha
bría dedicado una obra particular a este fenómeno, que es
hoy de primera importancia dentro del capitalismo. Vería,
entre otras cosas, cómo su propio descubrimiento —el mate
rialismo histórico— y sus consecuencias revolucionarias en el
siglo xx, han sido acaso el factor más poderoso para que
el capitalismo comprendiese la necesidad de crearse ^ una su
perestructura ideológica ad hoc, además de la que necesaria
mente tiene todo capitalismo. Como diría Lukács, al capita
lismo, al entrar en su fase imperialista, empezó a "interesarle”
la ideología (cf. Existentialisme ou Marxisme?, ed. cit., ca
pítulo m ).
Si M arx vio tan claramente cómo,. en el plano espiritual,
se dan las mismas relaciones de producción que en el plano
material (con la cual forma un todo dinámico) , ¿por qué
no habría de haber pensado en algo como la plusvalía ideo
lógica? Tanto más si hubiese estado frente a fenómenos como
una industria cultural, en la que no sólo se produce la plus
valía de los trabajadores de esa industria, que es en símisma
material, sino, además, se produce la plusvalía de todos aque
llos que reciben, en su taller de taabajo espiritual, la ince
sante descarga ideológica producida por aquella industria y,
en general, por toda la industria ideológica del capitalismo.
Pues se trata siempre de explotación del hombre por el
hombre; sólo que la industria ideológica esclaviza al. hom
bre en cuanto hombre, no en cuanto dueño de una fuerza
de trabajo. La fuerza de trabajo del hombre es una entre
otras fuerzas productivas; pero lo propio de ella es que es
una fuerza productiva con conciencia de serlo. La industria
ideológica explota al hombre en aquello que es específica
mente suyo: la conciencia. Y lo explota colocando debajo de
esta conciencia una ideología que no es la de ese hombre,
sino la del capitalismo, y que por ello constituye una alie-
nacion (ideológica). La plusvalía ideológica viene a.sí dada
por el grado de adhesión inconsciente de cada hombre al
148
capitalismo. Este grado de adhesión es realmente un exce
dente de su trabajo espiritual; es una porción de su trabajo
espiritual que deja de pertenecerle y que pasa .a engrosar el
capital ideológico del capitalismo, cuya finalidad no es Otra
cosa que preservar las relaciones de producción materiales
que originan el capital material. La plusvalía ideológica, ori
ginariamente producida y determinada, dialécticamente por
la plusvalía material, se convierte así no sólo en su expre
sión ideal, sino además en su guardiana y protectora desde
el interior mismo de cada hombre.
¿Y por qué tiene esa función la ideología? ¿A qué se
debe ello? Ello se debe a lo que ya hemos apuntado: a que
el contenido mismo de la ideología, sus imágenes del mundo,
sus representaciones, sus creencias y, en suma, sus valores,
son valores de cambio. Que la fuerza de trabajo humana se
vuelve una mercancía, eso ya lo estableció claramente Marx
—lo hemos visto con sus palabras— cuando describió a la
fuerza de trabajo, dentro del capitalismo, como una mer
cancía en la que el trabajador “enajena su valor de uso y
realiza su valor de cambio”. Faltaba decir que la fuerza de
trabajo espiritual también se vuelve una mercancía bajo el
capitalismo: a cambio de esa especie de salario espiritual
que es la “seguridad” de no tener que pensar por cuenta
propia, el hombre explotado por la industria ideológica vende
su fuerza de trabajo espiritual y produce un excedente ideo
lógico; o mejor dicho, compra su “seguridad” a cambio de
su conciencia. El fenómeno, en cuanto compra, es lo habi
tual; pero en el caso de los artistas e intelectuales que sir
ven a los intereses ideológicos del capitalismo, se trata de
venta de fuerza espiritual de trabajo. En ambos casos hay
plusvalía ideológica.
149
.xcl ím ou**!* m, MXfeUjftMn i v a l
A simple vista parecería lógico finalizar este trabajo con el
•capítulo titulado E l fin de las ideologías. No lo'hemos hecho
así, porque el ordenamiento de la obra tiene una coherencia
que habría sido rota de haber seguido ese camino. Los que
profetizaban que la era de las ideologías había llegado a su
fin, no fueron capaces de enseñar otra cosa, más que las evi
dencias de sus propios ropajes ideológicos.
Hemos preferido concluir esta investigación con el tema
“la ideología en el socialismo real”, porque creemos que
corresponde a una problemática insoslayable, que cada día
cobra mayor actualidad y que sin duda requiere uná reflexión
seria y sistemática.
¿Cuál es el carácter de las formaciones supraestructura-
les en las sociedades poscapitalistas? ¿Cuál es- la función que
cumple la ideología en ese tipo de sociedades? Ya habíamos
analizado en un capítulo anterior * el proceso de formación
de la ideología marxista leninista, tratando de marcar la pro
fundidad de los cambios que se habían operado en tomo al
concepto, desde los avances logrados por Maix-Engels hasta
la conformación del leninismo como doctrina. En esa opor
tunidad nos ocupábamos de registrar la influencia que los su
cesos económicos,' sociales y políticos, habían ejercido sobre
la incipiente teoría de las ideologías, desde la muerte de los
creadores del marxismo hasta el advenimiento de la revolu
ción rusa. Ahora bien, si en el transcurso de las dos décadas
que van de la muerte de Engels en 1895 al octubre rojo de
1917 se produjeron cambios sustanciales en la conceptualiza-
ción del proceso ideológico, ¿cómo no atreverse a suponer que
después de más de sesenta años de revolución, la magnitud
de las transformaciones ocurridas también sean considerables?
Es indudable que desde la muerte de Lenin en 1923, han
ocurrido alteraciones sociales más amplias y profundas, que
las que mediaron en su momento entre Marx y Lenin. De
acuerdo con esto .—y con el más estrecho apego al pensa
miento ' de Marx— ¿no resultaría evidente que la transfor
mación práctica del mundo que arrañca de la obra de Lenin
* La ideolologúz en los textos, tomo i, cap. m.
153
fuera capaz de rebasar los límites de su propia teoría e in
cluso en algunos tópicos la rompiese violentamente? ¿Qué
otra cosa podría mostrar con mayor énfasis su fuerza crea
tiva —que ha marcado al historia— sino este resultado, que
es por lo demás tan característico de la gloria póstuma de
todos los grandes transformadores?” 1
Desde 1917 la historia de la humanidad ha sido testigo
del nacimiento de un mundo nuevo cuyas características es
capan' a las tradicionales definiciones de socialismo o comu
nismo marcadas —con el paso de los años— por la impronta
de la ambigüedad y Ja polivalencia. Como bien apunta Pet-
koff: “la palabra comunismo cubre al movinúento y a los
partidos de ese nombre, incluyendo a partidos comunistas
que gobiernan en países que, a su vez, se dicen socialistas.
Por su parte, el término socialismo, que supuestamente define
al. sistema existente en países como URSS, China, Yugosla
via o Cuba, también connota a un país como Suecia”. No
obstante la ^ bigüedad en las definiciones, la existencia de
un campo socialista con características propias que en su con
junto. mantiene importantes diferencias con el mundo capi
talista es una verdad que nadie pensaría desconocer.
Por otra parte, la construcción de la nueva sociedad ha
seguido un camino no exento de contradicciones graves, las
cuales ímn llegado a ser tan insalvables que hay quienes cues
tionan la validez completa de la experiencia. A juicio de
Rudolf Bahro, “El proceso revolucionario iniciado en 1917
ha originado un orden social completamente distinto * del
esperado por sus pioneros. Se trata de algo sabido por todos
aquellos que viven bajo ese orden. Si hubiera que recurrir a
las viejas categorías marxistas para describir nuestra situa
ción, bien podría decirse que ella tiene que ver desde hace
mucho con la hipocresía deliberada, con la consciente pro
ducción de falsa conciencia.” 5
Bahro termina con la tradicional distinción entre •socia-12*
154'
lismo y comunismo, que sin duda tenía sus raíces en los bre
vísimos textos en los que Marx hace alusión al problema de
la sociedad comunista. Efectivamente, M^ ^ trata del socia
lismo en la Critica del Programa de Gotha, señalando que
éste constituye una primera fase en la construcción de la
futura sociedad comunista, pero lo hace de manera sumaria
y sin ninguna intención de agotar el tema. Como apunta
Marcuse —quien consideraba la obra. de Rudolf Bahro como
la contribución a la teoría y a la crítica marxistas más im
portantes de los últimos decenios—, para Bahro el socialismo
es comurusmo desde un comienzo; y a la. inversa. La esencia
y el fin de la sociedad socialista, es decir, ■el "individuo inte
gral”, los progresos del reino de la libertad sobre el reino de
la necesidad, deben y pueden constituir de inmediato la tarea
y el hilo conductor-de una política y de una estrategia comu
nista radical. . . .
. En esa misma línea de pensamiento ^ Ag:t¡.es Heller combate
a las concepciones economicistas que ven en el ^enunismo
sólo' un nuevo orden económico y político — o “a las concep
ciones- escatológicas transcendentales que presentan el comu
nismo como un secularizado y seráfico. reino. de la resurrec
ción que ac^ di sfruten nuestros - descendientes dentro de
muchos siglos,, o incluso como la meta a la que se tiende sin
alcanzarla jamáS, al modo del conejo que persigue el ham,
briento galgo’’.’ Para Heller la' revolución no debe afectar
solamente a la base social, sino también y muy especialmente
a las fonnas y contenidos de la vida cotidiana, vale decir
‘ccrevreiurión de las relaciones entre los sexos, entre padres e
hijos, revolución del. trabajo. y de su contraposición el ocio,
revolución de las formas generales de existencia comunitaria;
creación, en definitiva de nueva cultwa en la que el
hombre sea ya para siempre un fin para otro hombre. Comu
nismo, pues, es abolición positiva de Ja propiedad. privada,
esto es, desarrollo ilimitado de las capacidades esenciales de
los hombres (reino de los fines, de la libertad) y, por consi
guiente, un estado que. comiste en el proceso de abolición de
la alienación, tanto de la escisión de la esencia y existencia3
155
humana como de la escisión entre el género y el individuo.
-La revolución es un hecho y un proceso total ■que afecta a
todos los órdenes de la existencia h^ umana hasta los más ín
timos y privados”.4
A juicio de los autores que hemos seleccionado para este
capítulo y de una importante corriente intelectual crítica que
engloba tanto a representantes del mundo occidental (Cor-
nelius Castoriadis, Paul Mattich, • Claude Lefort, Rossana
Rossanda, Lucio Magri, K. S. Karol, etc.), como a destaca
dos miembros de la mtelligentsia de los países del Este (Leo-
nidas Pliutch, Agnes Heller, Leskec Kolakow8ki, Rudolf Bahro,
Wolfang Harich, Gyorgy Markus, Mihaly Vajda, etc.), ya
no es posible seguir sosteniendo la teoría de la desviación del
socialismo. Las hipótesis que intentaban comprender la socie
dad surgida de la revolución, como producto de “deforma
ciones” en el proceso mismo, o como resultado de traiciones
de parte de las vanguardias, han terminado por transformar
se en simple ideología. Es imposible seguir manteniendo vviva
la esperanza de una transformación' política que surja como
iniciativa de la propia maquinaria burocrática que dirige y
controla el estado. “Si se reduce el drama histórico a un ^ o -
blema de mala realización se arranca ya de unos supuestos
irreales y se lleva directamente al error al pensamiento teó-
rico-político. Cierto: se puéde contrastar la práctica del socia
lismo real con la teoría clásica, y se puede proceder así con
la intención de preservar frente a ella la substancia de las
ideas socialistas. Pero hay que explicad esa práctica a partir
de su propia legaliformidad. • Pues ella nada tiene que ver
con algo conscientemente producido o permitido por alguna
debilidad. Ella tiene unos ■fundamentos completamente dis
tintos de los originalmente imaginados. Por eso no requiere
justificación, apología o embellecimiento alguno, sino más
bien descripción y veraces.” 8
Con el ánimo de romper la idea —tan fácilmente acep
tada —de que por haber sido^ realizadas en nombre del pen
samiento de M am, las revoluciones socialistas han creado paí
ses socialistas o si se quiere países comunistas, Bahro decidió•
• Eric Pérez Nada!, y Gerard Vilar, op. cit., p. 19.
5 Rudolf 'Bahro, Por un •comunismo democrático, Barcelona, Edi
torial Fontamara, 1981, p. 25. '
156
acuñar el término socialismo realmente existente para desig
nar a las formaciones sociales poscapitaJista.s.
En opinión de Rudolf Bahro, “quienes más debían valorar
su distanciamiento del empleo acrítico del concepto socialis
mo, deberían ser todos aquellos interesados en realizar una
auténtica revolución socialista-comunista en el sentido origi
nario de Marx. Porque debe quedar claro: la idea de revo
lución que impregnaba el universo marciano nunca se limitó
a una revolución meramente económica, sino que más bien
estaba orientada hacia la creación de una civilización distinta
que sentara las bases de una emancipación humana de ca
rácter universal. En ese sentido, los valores fundamentales
que la sociedad comunista debía desarrollar eran para Marx:
el crecimiento infinito de la riqueza material y espiritual de
la sociedad, la posibilidad de su apropiación por parte de to
dos los individuos, la superación de la división social del
trabajo —junto a l a superación de la división del trabajo
físico y espiritual y de todas las relaciones de subordinación
y sobreordenación—, el dominio de la humanidad sobre su
propio proceso social de vida, el desarrollo universal de las
capacidades creadoras de todos los hombres; en síntesis: una
sociedad dinámica sin alienación”.6 '
A diferencia de los objetivos fundamentales que se pro
ponía la transformación socialista, el socialismo realmente
existente se caracteriza por:
1. Persistencia del trabajó asalariado, producción de mer
cancías y dinero;
2. Racionalización de la antigua división social del tra
bajo;
3. Cultivo de las desigualdades sociales más allá del espec
tro de los ingresos económicos;
4. Existencia de corporaciones oficiales para el ordena
miento y el tutelaje de la población; ■
5. Liquidación de las libertades conquistadas por las ma
sas durante la revolución burguesa;
6. Existencia de funcionarios de carrera, un ejército y una
policía que enfrentan responsabilidades sólo ante una supe
rioridad jerárquica;
0 Agnes Hellcr, Movimiento radical y utopía radical, Barcelona,
Editorial Materiales, 1979, p. 29.
157
7. La duplicación de la despro^Mcionada máquina esta
tal en un aparato de estado y partido;
8. Su aislamiento dentro de las fronteras estatales.
El analizar cada uno de los puntos propuestos por Balan
para caracterizar el socialismo realmente existente, escapa a
las limitaciones de este prólogo. M al podríamos analizar aquí
una cuestión tan polémica. No obstante, nos hemos preocu
parlo de elegir un texto del -autor en el cual estas inquietu
des están ampliamente d^ rrollaadas.
Como nos interesa centramos en el problema de la ideo
logía, retomamos entonces la pregunta inicial: ¿cuál es la
fund ón que cumple la ideología en las sociedades poscapi
talistas? No olvidemos que “en toda sociedad de clases la
ideología es una representación de lo real, pero necesaria
mente falseada,* dado que es necesariamente orientada y
tendenciosa; y es tendenciosa porque su fin no es el dar a
los hombres el conocimiento objetivo * del siste^^. social cii
que viven, sino por el contrario ofrrcerles una representación
mistificada de este . sistema social, para mantenerlos en su
lugar en el sistema de . explotación de clase”.7 Cuando el
Althusser del mayo francés se preocupaba de definir el ca
rácter de la ideología, tenia mucho cuidado de advertir que
en una sociedad sin clases el problema sería por completo
diferente. Allí deberíamos' —proponía Althusser— resolver la
cuestión demostrando que la deformación de la ideología es
socialmente necesaria' en función misma de la naturaleza del
todo social, muy precisamente en función de su determina
ción por la estructura, a la que hace, como todo social, opaca
para los individuos que ocupan en él un lugar determinado
por la estructura. Pero la sociedad sin clases, se parece mu
cho a la linea del horizonte, de la cual uno se aleja paula
tinamente a medida que se va acercando. Es un hecho qui
las sociedades del socialismo real presentan un carácter de
clase con marcadas diferencias jerárquicas. La jerarquía en
este caso se caracteriza por una organizaci6n gradual y seg
mentada de las relaciones de dominio y explotación, una rle
cuyas resultantes es necesariamente la jerarquía de salarios.
* Cursivas del original.
' Louis Althusser, La filosofía como arma de la revolución, Cór
doba, Argentina, Cuadernos de Pasado y Presente, 1974, p. 53.
158
Claude Lefort es meridionalmente claro, cuando señala
que la definición del discurso ideológico en las sociedades de
clase es perfectamente aplicable al mundo del socialismo real:
"En cierto sentido, la definición del discurso ideológico, como
discurso de clase engañoso se aplica rigurosamente al régimen
Soviético. La burocracia oculta su situación dominante, inclu
so con mayor eficacia que la burguesía, puesto que no aparece
como una clase, ya que tras la fachada de la dictadura del
proletariado, como tras la de la colectivización de los medios
de producción, disimula su función política y su función eco
nómica.” * La propia colectivización de los medios de produc
ción, que ha sido esgrimida como una de las conquistas fun
damentales frente al capitalismo, ha sido cumplida mucho
mmás como estatización que como proceso de socialización de
los mismos. La abolición de la propiedad privada de los me
dios de producción, por de pronto, no ha significado en abso
luto su transformación en propiedad popular. Antes bien —nos
advierte Bahro— “la sociedad en su conjunto se encuentra
frente a su máquina estatal, privada de cualquier propiedad.
La disposición monopolista sobre el aparato productivo, so
bre la parte del león del plusproducto, sobre las proporcio
nes del proceso de reproducción, sobre la distribución y el
consumo, ha conducido a un mecanismo burocrático que
tiende a m atar cualquier iniciativa subjetiva o a privatizarla.
La envejecida organización política de la nueva sociedad, que
incide en profundidad en el proceso económico, decapita a
lus fuerzas sociales motrices”.®
En la conformación de este orden de cosas la ideología
cumple un papel fundamental. Su función como pilar básico
del orden jerárquico, su influencia en los mecanismos de
diferenciación de las capas sociales, basado en la subordina
ción de los hombres de acuerdo con los distintos niveles fun
cionales del trabajo, han transfo^ ado a la ideología en un
instrumento de dominación al igual que en las formaciones
sociales precedentes.
Tomando en cuenta estas consideraciones, Bahro se niega
a insistir en las denominaciones socialista o comunista para
159
hacer referencia a las sociedades poscapitalistas. “Llamar al
nuevo orden social, o a su sobreestructura, socialista o comu
nista, constituiría un malentendido monstruoso. Jamás ha
sido, ni en sus comienzos, un sistema de igualdad y libertad
reales. No puede serlo nunca. Reproduce de modo legalifor-
me y constante las barreras que obstaculizan el libre desa
rrollo de la subjetividad autoconsciente y el camino de la
autonomía individual. D a cuerpo a todas las condiciones es
tructurales de la subalternidad individual. Tal es su dilema
regular, pues la subalternidad, esto es, la mentalidad y el
comportamiento de la ‘gente menuda’ dependiente y aliena
da respecto de la globalidad, no puede ser superada en el
marco de esta estructura, sino sólo a través de la disolución
de ella.” 10
Pero ¿de dónde provendrán las fuerzas sociales capaces de
orientar las sociedades poscapitalistas hacia un auténtico so
cialismo, meta que Bahro no olvida en ningún momento?
La alternativa de cambio social propuesta por Bahro se orienta
hacia una. profunda revolución cultural que tenga como base
el desarrollo de la “conciencia excedente”, es decir el aumen
to siempre creciente de la cantidad de energía social, no
sujeta ya al trabajo necesario y al saber jerárquico. Por con
traposición a la “conciencia absorbida”, es decir, aquellas for
mas de conciencia que se orientan a la liberación de energía
psicosocial empleada en funciones jerárquicas y de dirección
por un lado, y en las actividades rutinarias del proceso de
producción por otro; la conciencia excedente esto es la capa
cidad psíquica libre, ya no absorbida por la lucha por la vida,
debe y puede transformarse en práctica revolucionaria.
Pero si el peso de la ideología es omniabarcante en los
países del socialismo real, ¿dónde encontrar la base social
para el cambio . revolucionario? Al concebir la idea de un
excedente de conciencia dotado de fuerza y capacidad trans
formadora revolucionaria, es preciso entender que éste tiene
su base material en el modo de producción científico-tecno
lógico y su base social en ese estadio estará conformada en
las capas intelectualizadas del trabajador colectivo. Por otra
parte, este excedente de conciencia se encuentra tambiéii,
160
aunque petrificado e inactivo, en todas las capais de la po
blación asalariada, se manifiesta en el sentimiento difuso de
quelas cosas pueden cambiarse, de que existe una alternativa.
Rudolf Bahro, al igual que Wolfang Harich, Agnes Heller,
Gyorgy Markus y muchos otros intelectuales revolucionarios
formados en el seno del socialismo real, proponen una alter
nativa comunista radical que sea capaz de realizar las aspi
raciones de Marx cuando decía:
“En la fase superior de la sociedad comunista, cuando
haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los in
dividuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición
entre el trabajo intelectual y el trabaj’o manual; cuando el
trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera
necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos
en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas producti
vas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza
colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totahnente el estrecho
horizonte del derecho burgués, y 1a sociedad podrá escribir
en su bandera de cada cual, según su CAPACIDAD; a c\90J,\
CUAL, SEGÚN sus NECESIDADES." 11
I •
162
do de moda— era Contribución a la crítica del socialismo
real, aunque este rótulo se ha convertido al final en subtítulo.
Con él se intenta evocar deliberadamente el celebrado aná
lisis marciano de las formaciones sodales, señaladamente el
estudio preliminar de El Capital titulado Contribución a la
crítica de la economía política ( 1859). Durante diez años he
dedicado todo mi tiempo libre al análisis del socialismo real
como formación social específica. El presente resultado del
cual está lejos del grado de completud alcanzado por Marx
en su crítica de la sociedad burguesa. Pero el texto será de.
utilidad a la opinión pública, y evidentemente no sólo a la
opinión pública occidental, sino también a Ja europeo-orien
tal, a la opinión pública de la ^ RDA, a pesar de las. dificul
tades que aquí se pongan para su difusión. Por lo demás, me
resolví ya de entrada a fir^ r con mi nombre. Un desafío
directo —tal es el objetivo de este libro—^ exige dar la cara,
y no sólo por motivos morales, sino también políticos.
163
social —esto es, a la disolución de una formación social^,
tiene que ser cuando menos delineada en toda su compleji
dad. aunque no pueda ser completada en detalle.
El socialismo de las expectativas de M aix y de Engels, el
socialismo que sin lugar a dudas han esperado Lenin y sus
camaradas también para Rusia, llegará. Hay que luchar por
él porque es la única alternativa a una catástrofe civüizato-
ria global. Pero en ninguna parte del mundo se han hecho
hasta ahora más que los primeros tanteos en esa dirección.
(En Yugoslavia, por ejemplo, aunque apenas se encuentran
en otros países este-europeos.)
Lo que Marx entendía por socialismo y comunismo es hoy
poco familiar a los comunistas, incluso a 'los auténticos comu
nistas. Pero resulta de toda evidencia que la sociedad sovié
tica y, en general, las sociedades del este de Europa son in
compatibles con la representación marxista de sus objetivos
finales. El socialismo" re!l —prescindiendo de varias conquis
tas— se caracteriza básicamente por:
— la persistencia del trabajo asalariado, la producción de
mercancías y el dinero;
— la racionalización de la vieja división del trabajo;
— el cultivo de las desigualdades sociales mucho más allá
del espectro de los ingresos económicos;
— corporaciones oficiales para la ordenación y el tutelaje de
la población;
— la liquidación de las libertades conquistadas por las ma
sas en la era burguesa en vez di; su preservación y reali
zación (considérese sólo la omniabarcadora censura y' la
acentuada formalidad y fáctica irrealidad de la llamada
democracia socialista).
El sociaJismo real está además caracterizado /por:
— un equipo de funcionarios de carrera, un ejército y una
policía que sólo tienen responsabilidades de cara la supe
rioridad ;
— la duplicación de la desproporcionada máquina estatal en
un aparato de estado y de partido;
— su aislamiento dentro. de las fronteras estatales.
Contentémonos ' de momento con este inventario desci'lp-
164
tivo. Los elementos son, por lo demás, suficientemente cono
cidos. Menos conocida es, en cambio, su íntima, genéticamente
condicionada conexión. Pero nos ocuparemos luego de ello.
En los países más desarrollados, particularmente, un sis
tema. de tales características no lleva a las masas por el ca
mino de su libertad. Las lleva más bien a una dependencia
distinta de lo. antigua dependencia respecto del capital. Las
relaciones de extrañamiento y subalterhidad han cobrado
simplemente otra apariencia; pero perviven en una nueva
etapa. Y en la medida en que muchas conquistas positivas
logradas en épocas anteriores han sido perdidas por el cami
no, 1a nueva dependencia se ha hecho en varios respectos más
opresiva que la vieja. En su actual constitución, el presente
orden no puede esperar fundadamente ganar para sí la
aquiescencia de los hombres. Dada la absoluta concentración
del poder social se hace aún más visible y más general la
completa irrelevancia del individuo que en el' juego de acci
dentes y probabilidades de la tornasolada superficie del pro
ceso de reproducción capitalista.
El- coloso llamado entre nosotros “Partido-y-Gobierno”,
que evidentemente incluye a los sindicatos, etc., “representa”
la libre asociación a la que aspiraban los clásicos de las ideas
socialistas igual que el Estado representaba en los estadios
tempranos de las civilizaciones —especialmente en las más
antiguas— a la sociedad. Contamos con una máquina estatal
como aquella que Marx y Engels querían destruir' con la
Revolución proletaria para no dejarla emerger de nuevo de
ninguna forma y bajo ningún pretexto. Esto aparece de ma
nera irrebatible en sus escritos sobre la Comuna de París. El
Estado es contemplado por ellos —y se trata en lo que sigue
de expresiones originales suyas— como una excrecencia para
sitaria, un monstruo, una boa constrictor que- envuelve opresi
vamente a la vida social, un aborto sobrenatural, una horren
da maquinaria de dominación social. Todo eso y más. En la
Ideología alemana (1845-1846) se dice ya que: “Los prole
tarios deben destruir el Estado para realizar su personalidad.”
En sus escritos sobre la Comuna Marx anticipó lo que
para nosotros es hoy lección de cada día: “Todo interés ais
lado restringido, surgido de las relaciones entre los grupos
sociales... [se] separa por sí mismo de la ■sociedad... opo-
165
niéndosele.. . en forma de interés estatal administrado por
sacerdotes del Estado con funciones jerárquicas perfectamente
determinadas.” Jamás habían imaginado los clásicos un socia
lismo de este estilo. En. Yugoslavia, país en el que la Liga de
los Comunistas no acaba de reconciliarse con este fenómeno,
han acuñado el galicismo “estatismo” para referirse al prin
cipio básico de. la' dictadura burocrático-centralista.
167
países del esti;: de Europa el hecho de que, desde la opera
ción policiaca de 1a invasión militar de Checoslovaquia en
agosto de 1968, la mayor parte de los elementos de oposición
se encontraran conjuntados por vez primera sobre la base de
reivindicaciones puramente democrático-liberales, de campadas
en favor de los derechos humanos, sobre la base,. esto es, de
una posición tan amplia como chata, tan constructiva como
vacía. Las violaciones justificadamente denunciadas sólo pue
den desaparecer con la entera sobreestructura política que
tiene necesidad de ellas. No deja de ser una desgracia —en
la que el presente régimen ha swnido a nuestra entera socie-
fo d— el que el sector más destacado de la oposición interna
busque la ayuda y el consejo del presidente de los Estados
Unidos. Derechos humanos y democracia política — ¡de ver
dad!—. Lo que está faltando en los países del este europeo,
y en primer lugar en la Unión Soviética, es una lucha orga
nizada, a largo plazo, por . un marco político completa
mente distinto. Esta lucha ha de ser preparada fundamental
mente y ante todo por un amplio movimiento de ilustración
que ayude a .comprender el contexto del que surgieron las
presentes condiciones, y la lógica internade éstas, como con
dición ineludible de su superación.
Falta, por el momento, aquella comprensión para el mo
vimiento histórico global que Marx y Engels alcanzaron en
su tiempo. Una de las causas principales de ello radica en
la subyugante experiencia de la Revolución rusa y en sus con
secuencias. También irritante pérdida de perspectiva his
tórica —y no sólo la amenazante opresión— explica la difu
sión de concepciones pesimistas y derrotistas, incluso entre
hombres que serían de por sí espléndidos candidatos poten
ciales para una oposición revolucionaria, comunista. Los co
munistas deben convencerse de que. son los herederos de la
teoría y del método científico-sociales más desarrollados co
nocidos y contrastados hasta la fecha. Eso basta ya para
suponer razonablemente que esta teoría y ese método consti
tuyen un instrumento ádecuado para descubrir el punto de
partida alternativo a y en la actual realidad.
168
Por un.a revolución cultural
■ El socialismo significa, ante todo, promesa de creación de
una civilización distinta, superior, para resolver. los proble
mas básicos de la Humanidad de un modo que satisfaga y
libere a la vez al individuo. En los albores del movimiento
se hablaba de emancipación humana universal, y no sólo de
ese moderado y estéril bienestar con el que intentamos sobre
pujar al capitalismo tardío. .Así, los comunistas parecen ha
ber llegado al poder para continuar la vieja civilización sobre
la base de un ritmo más acelerado. En un sentido omniabar-
cador, .esto es,. no meramente político, sino cultural, bien
puede decirse que los países de socialismo real están, de al
guna manera, “prosiguiendo compulsivamente el camino ca
pitalista”. En lo que hace al modo humano de vida, a pro
blemas existenciales' de los individuos, lallam ada construcción
socialista, manifiestamente reactiva en su comportanúento, es
-poco autónoma, poco distinta, precisamente en su calidad de
vía no capitalista.
En la concurrencia por la elevación del nivel de produc
ción de mercancías y de productividad adquirimos brutal
mente todos los males que a toda costa habíamos querido
evitar. Ni siquiera es públicamente sostenible .el que la diná
mica de crecimiento típicamente capitalista, determinada por
nuestro plan, es imparable económica, política y psicológica
mente en un período histórico relativamente corto. La con
ciencia de los hombres es sistemáticamente provincializada y
unilateralmente arrojada a- las necesidades privadas, • todo lo
cual en un momento en el que la movilización de la razón
y del buen sentido es de la mayor urgencia. Los problemas
del medio ambiente y de los recursos son el resultado de no
más de doscientos años de progreso industrial emprendido
por una pequeña fracción de la Humanidad. Una vez univer-
salizado, y extendido hacia el futuro, este. modelo es la vía
más segura hacia la catástrofe. El ritmo de cambio del mun
do es más un motivo de desánimo que de entusiasmo en tanto
el proceso global siga un curso espontáneo, no consciente
mente querido por nadie. Y el proceso económico en los paí
ses de socialismo real participa de esa corriente —consciente
y deliberadamente en e! detalle, ciegamente a gran escala.
La alternativa comunista no puede limitarse ni a una lla-
169
mada a las necesidades inmediatas, • ni. a los comprensibles
resentimientos a que dan lugar las formas fenoménicas de
nuestras condiciones políticas. La disolución de la dictadura
político-burocrática está solicitada por una necesidad mucho
más profunda. Los intereses^ de poder dominantes dificultan
a la población de' nuestros países la' torna de posición pro
gresiva respecto de problemas suscitados por la actual situa
ción mundial. Mucha gente sospecha, a nivel individual, que
la idea de progreso ha de entenderse •de un modo bastante
distinto de como ha sido habitualmente concebida hasta ahora.
Pero sus condiciones sociales alienadas, imperantes bajo unas
instituciones de funcionamiento mecánico e irracional, les im
piden vivir de acuerdo con una mejor comprensión de la
realidad, y por eso no les es en' absoluto posible el desarro
llar su formación hasta colmarla.
Mi proyecto no está dirigido’ a una secla de criptocornu-
nistas, sino a todos aquellos que, independientemente de su
posición oficial y de. la imagen oficial que han arrojado hasta
el presenté, esperan una emancipación de la moderna escla
vitud respecto de las cosas materiales y del Estado. La pers
pectiva comunista no puede ser un monopolio partidista, y
de esta constatación hay que partir para imaginarse lo que
será la nueva Liga de los Comunistas: ningún monopolio, en
efecto, de ninguna clase definida por una estrecha visión del
mundo y de la política.' Al contrario. Como puede verse, la
dinámica de la evolución social se desplaza paulatinamente
de la expansión material al desarrollo de la subjetividad
humana, esto es , -de las grandes necesidades de tener y lucir
a una vida orientada' a la profundización del saber, del sen
tir y del ser humanos. De ahí arranca la posibilidad de una
gran alianza de todas las fuerzas y corrientes empeñadas en
sacar a los hombres de su encarcelamiento en unas compul
siones cósicas que ellos mismos han creado.
. Así, los comunistas deben, por ejemplo, contar en lo que
hace a esta cuestión, con las últimas evoluciones del movi
miento cristiano. Se va generalizando la idea entre los inte
lectuales cristianos de que el materialismo histórico de Marx
resulta un instrumento imprescindible para posibilitar una
transformación profunda de los modos de conducta. A su vez,
los marxistas captan la relevancia actual del principio ético
170
motivador contenido en el sermón de la montaña de Jesu
cristo.
■La nueva revolución político-social que se requiere se in-
cardina en los estratos más profundos de nuestra civilización.
Hablo de una revolución cultural, en el sentido más amplio
del ténninó, de una revolución —substancialmente no vio
lenta, dicho sea de pasada— de la entera forma de vida sub
jetiva de las masas. Ella deberá realizarse evidentemente ■a
través de la voluntad consciente de los individuos, pasando,
también, empero, por su sensibilidad inconsciente. He aquí
su objetivo; crear el marco social necesario para el libre desa
rrollo de cada uno,. lo cual, según el Manifieno Comunista,
constituye la condición del libre desarrollo de todos. El .éo-
munismo no puede avanzar contrastándose y probándose
a sí mismo en relación con el hombre, con su visible y per
ceptible ascenso hacia la libertad, y esto significa también,' y
ante todo, ascenso de la más externa a la más interna liber
tad. En este respecto, la Historia nos encara con . una . exi
gencia ineludible. La expansión de nuestra civilización h a
llegado a un punto límite en el que la libertad interna dcl
individuo aparece como condición de supervivencia. Ella
simpl^ ente el presupuesto de ^ una renuncia colectiva racio
nal a una expansión material continuada que es tan desa.s-
trosa objetivamente como falta de finalidades subjetivamente.
La emancipación universal se ha convertido en una necesi
dad histórica absoluta. ■
171
bra y los comprenda. Y esa comprensión s6lo puede pro
porcionarla la Historia. . '
La primera cuestión que hay que abordar reza así: ¿cómo
ha tenido lugar el socialismo real? Para —y sobre todo
para Lenin— el socialismo debía surgir de fa superación de
la propiedad privada capitalista plenamente desarrollada.
Debía realizarse a través de la apropiación positiva de ■la
riqueza social producida bajo el capital. Y la revolución que
eso requería debía ser la acción simultánea de los pueblos
más progresados de la tierra.
.. ¿Cae la Revolución rusa en esa perspectiva? ¿Era el an
tiguo imperio ^ ruso, que debía dar lugar a la Unión Soviética,
un país capitalista de modo, general, aunque fuera de capi
talismo subdesarrollado? Ya en el año 1881 Marx y Engels
no consideraban a Rusia ni siquiera como un país feudal. Lo
conceptuaban como semiasiático, lo que no era- una caracteri
zación geográfica, sino una precisa conceptu.alización de eco
nomía política. La mera superación de la propiedad privada
cápi^ sta. no tenía para Rusia una importancia demasiado
grande, puesto que había poca propiedad privada capita
lista y puesto que la vida económica rusa apenas comenzaba
por entonces a entrar en contacto con ella, y s6lo' en algu
nos puntos. La tragedia de la vanguardia socialista ^ rusa ra
dica en que tuvieron que realizar una tarea completamente
distinta de aquella a la que, bajo la influencia del modelo
europeo-occidental, se habían convocado . •La Revolución de
octubre inició un proceso totalmente diferente del que hu-
. hiera abierto la esperada revolución socialista pn Europa occi
dental. '
El papel pionero de la Rusia de 1917, bajo la .particular:
carga de la Guerra Mundial, fue manifiestamente inducido
mucho por las contradicciones externas del imperialismo
mundial que por las "normales” contradicciones capitalistas
internas. En la medida en que el capitalismo moderno, con su
expansión tecnO-económica y con los efectos de escisión carac
terísticos de su civilización, destruye el modo de vida tradi
cional de todos los pueblos organizados de otra manera, les
fuerza a reformar su estructura socioeconómica y a condu
cirla por otras vías nuevas. Allí donde tienen fuerza, y la
constelación política mundial lo pennite, ellos recobran su
172
autonomía frente al capitalismo. Ese es el fenómeno de la
via no capitalista a la sociedad industrial que yo investigo
en la primera parte de mi libro. No es casual que esa vía haya
sido emprendida con p^ alcular éxito allí donde la vanguar
dia se ha organizado de acuerdo con los principios que Stn.lín
canonizó como m^ ^ isrno-leninismo.
Los países del este europeo en general, Checoslovaquia
y la RDA' en' particular, no constituyen naturalmente casos
característicos de esa vía no capitalista, de la que, desde 1945,
son compañeros de viaje. El socialismo real es el orden bajo
el' que los países de fomiación social precapitalista elaboran
autónomamente los presupuestos del socialismo, y es la pre
sión de ■las fuerzas productivas resultantes del capitalismo
lo que da a ese proceso su impulso principal. En Asia y en
África, y . también en aquellos países latinoamericanos que
cuentan aún con un subproletariado indio itnportante, fue
preeminentemente demolido por el colonialismo capitalista,
lo que Marx llamó modo asiático de producción. Va de suyo
que el nuevo orden no puede dar lugar a . un período de
transición entre el capitalismo y el comunismo, ni siquiera en
el caso ideal de que logre sortear al capitalismo. Su lugar
en la Historia está determinado por el hecho de que, al igual
que el capitalismo, sitúa las fuerzas productivas en el umbrai
de su reestructuración socialista, pero de un modo completa-
• mente distinto en lo que hace a la formación social.
Esa es la razón por la que todo intento de buscar deter
minadas analogías entre la esencia económica del sorialismn
real y el capitalismo de Estado fracasa por completo. Es in
dudable que la centralización estatal desempeña un papel
decisivo en nuestras sociedades, y resulta evidente. que ella
no conlleva, sin embargo, la apropiación popular de las con
diciones de producción. La estatalización —no la socializa
ción— es, en efecto, la característica sobresaliente. Pero no
puede hablarse aquí del capitalismo de Estado más que de
graneros de faraones. Evoco precisamente el antiguo Egipto
porque el fenómeno de la vía no capitalista echa sus raíces
históricas y estructurales aquí, esto es, en el comienzo a gran
eicala de las sociedades de clase como despotismo económico.
El Estado, como un aparato corporativo es, históricamen
te hablando, el expropiador originario de la sociedad. Y ahora
173
es la última instancia que escatima a la sociedad su propie
dad, incluso luego de haber caldo la propiedad privada. Por
lo demás, esta tendencia se aprecia también en el capitalis
mo tardío. Eso significa, para el orden político de los- países
no capitalistas, la transición de un despotismo estancado y
agrario- a un despotismo dinámico e industrializados En b
cúspide del aparato de Estado por él creado, el partido bol
chevique de Lenin se convirtió en el compromisario extraor
dinario (sin-llegar a substituirla o a ocupar su plaza) de la
clase explotadora capitalista 'expropiada, clase que no había
conseguido aún arraigar demasiado profundamente en la
semiasiática vida económica de un gigantesco país cam
pesino.
Llamar al nuevo orden social, o a su sobreestructura, so
cialista o comunista, constituiría un maltentendido monstruo
so. Jamás ha sido, ni en' sus comienzos, un sistema de igual
dad y libertad reales. Ni puede serlo nunca. Reproduce' de
modo legaliforme- y constante las barreras que obstaculizan
el libre desarrollo de la subjetividad autoconsciente y el ca
mino de la autonomía individual. Da cuerpo a todas las con
diciones estructurales de la subalternidad individual. Tal es
su dilema regular, pues la subalternidad, esto es, la mentali
dad y el comportamiento' de la. “gente. menuda” dependiente
y alienada respecto de la globalidad, no puede ser. superada
en el marco de esta estructura, sino sólo a través de la di
solución de ella. . . .
174
gendran individuos subalternos, una especie de hormigas pen
santes.
El ccncepto de subalternidad remite a una esthictura
objetiva que produce esa mentalidad masivamente y que,
además, tiene el.poder de o ^ ^ ni^ r íntimamente al hombre
libre como fonnalmente subalterno, y no de tratarlo formal
mente como tal. Ante todo, un subalterno es un individuo
cualquiera situado por debajo de otro en lo que hace a ran
go, y que no puede actuar independientemente o tomar de
cisiones independientemente más allá . de una cierta esfera
de competencia definida desde arriba. Tal es la primera pie
dra de toda jerarquía. Sin embargo, a pesar de que este
papel define la conducta social global de los individuos que
lo desempeñan, aunque su entero proceso de vida se desarro
lla principalmente bajo el signo de varias funciones parciales
subordinadas a una totalidad incontrolable, esa subalterni
dad no es meramente una propiedad de la función subordi
nada, sino que se convierte en una propiedad del individuo
encargado de su ejecución. Domina la conducta subjetiva,
lo que conlleva automáticamente la incapacidad para ser
responsable de contextos más generales. Toda sociedad de
clase, toda relación de dominio, produce subalternidad. Pero,
a excepción de' la sociedad basada én el modo' asiático de
producción, ninguna' ha subalternizado a las grandes masas
de sus miembros libres de manera ni lejanamente análoga a
como lo há' hecho él" socialismo ' real. El socialismo real es
un sistema dé subalternidad —como estableció Andras Hege-
düs hace años—, y, en consecuencia, un sistema de irrespon
sabilidad organizada.
¿A qué ' hay que atribuir este hecho? ■Para clarificar. esto
analizo en detalle: ’
— la organización jerárquica del trabajo en la sociedad in
dustrial no capitalista, que' reproduce el despotismo fabril
a escala social global, ry sus reglas en todas las ramas de
la ..actividad social; „
— su estructura social y. el mecanismo ' de. diferenciación en
, capas sociales, que tiene que ver con la subordinación de
los hombres de acuerdo con distintos niveles funcionales
del trabajo y con competencias jerárquicas de ejecucinn;
— la marcada impotencia de -los productores' directos a los
175
que ya- no resulta aplicable el concepto de clase obrera, y
— las inhibiciones que el sistema produce en las fuerzas so
ciales más vitales.
En la medida en que la literatura imaginativa propor
ciona información sociológica allí donde la ciencia social
oficial encubre o calla, he docwnentado los efectos subjeti
vos procedentes de esta situación recurriendo a la literatura
soviética de los años sesenta. Muchos libros son testimonio de
la infructuosidad de la reglamentación gubernamental, en lo
que hace al presente nivel de desarrollo de las fuerzas pro
ductivas. Ellos denuncian las restricciones de la iniciativa y
la decadencia de la individualidad en manos del autoritaris
mo omniabarcador. Y descubren — lo que es muy importan
te— la formación patriarcal primitiva en las más nuevas con
diciones de dominación. .
Los factores que acabamos de enumerar, sin embargo, '
constituyen simplemente las causas más visibles y superficia
les del fenómeno de la subalternidad ..Se puede reconocer:
así es. Pero ¿se puede cambiar? Según todas las apariencias,
por ejemplo, la organización jerárquica del trabajo está obje
tivamente condicionada, a su vez, por las leyes de procesa
miento y recolección de información, sin que ello propor
cione a nuestras sociedades altamente complejas ningún tipo
de dirección o regulación. Según las apariencias, la diferen
ciación social refleja, más allá de la división tradicional en
clases, la diferenciación de las funciones del trabajo mismo,
etcétera. A este mvel de análisis, las exigencias de superar la
subalternidad pueden ser fácilmente rechazadas como irrea
listas. Mucha gente, incluidos varios que se consideran mar-
xistas, caen en la vieja falacia ideológica de considerar la
subalternidad y la inferioridad de los individuos como la causa
originaria de que prevalezcan las relaciones de dominación,
en vez de ver en ellos su consecuencia.
Para hallar una conjetura adecuada a. la alternativa que-
buscamos, debemos -llevar el análisis a un nivel más profundo.
Hay que investigar la relación social de producción general
que da al socialismo real su carácter de formación social'
y que aparece como común denominador de varios factores -
que dan lugar a la subalternidad. Esa relación de producción
subyacente es la organización de toda /a sociedad sobre la
176
base de la división tradicional del trabajo. Sobre esta base
sólo puede desarrollarse una organización estatal global, lo
que, para ser más exactos, podemos llamar relaciones de
la división tradicional del trabajo con el Estado en el socia
lismo real.
177
pal de la subalternidad en la medida en que excluye al pue
blo, de maneras variadas pero siempre definitiva y decisiva
mente, de funciones omniabarcadoras y de la formación de
la voluntad general. El comportamiento subalterno surge de la
impotencia social y política..
La raíz histórica que, a pesar de varias modificaciones,
sigue actuando, es la contraposición entre el trabajo predo
minantemente manual o ejecutor y el trabajo predominante
mente intelectual —trabajo de ' planificación y dirección—.
“Aquellos que trabajan con las manos llevan a otros; aque
llos que trabajan con la cabeza son llevados por otros”, en
señaba hace ya un p ar de milenios el filósofo chino Meng
Tse. La división vertical del trabajo penetra sin necesidad de
intermediarios en el Estado.
En el despotismo económico arcaico la función del Esta
do es idéntica a la dirección de la cooperación a gran escala
y de la vida social en su globalidad. Marx calificó en El
Capital a la vieja casta. sacerdotal egipcia como directores
de la agricultura. Es sabido que la burocracia estatal y la
teocracia orientales, con o sin un gran rey en su cúspide, no
tenían tierras ni trabajadores en calidad de propiedad priva
da. Esa casta, “sólo” como corporación, esto es, como aparato
administrativo e ideológico de Estado, tenía el poder de dis
poner de los excedentes del producto social y de la fuerza
de trabajo. El tipo general de relación de dominación que
allí se daba es el mismo que el que se da en el socialismo
real, y lo que está implicado aquí no es una simple analo
gía, sino más bien una afinidad substancial en la estructura
básica de las relaciones de producción.
Eso puede maravillar de entrada, dada la gran distancia
temporal e histórica y la manifiesta diferencia de la base
técnica. Quiero, empero, recordar la conocida idea de Marx
según la cual el comunismo moderno sería una especie de
regreso al comunismo primitivo en un nivel más elevado. En
esta perspectiva, la sociedad de clases temprana y la tardía
se aproximan lógicamente en su. calidad de' período de tran
sición; como entrada, en un caso, y como salida, en el otro,
a y de las sociedades de clase.
■ Hay que recordar también que Marx representó el desa
rrollo de los modos de producción, y no de manera secun-
178
daría, utilizando el modelo geotectónico, esto es, como un
proceso de sobreposición de capas. La comunidad primitiva
fue para él la formación primaría. Sobre ella se depositan
formaciones sociales secundarias y terciarias. En este sentido,
las relaciones de la división tradicional del trabajo y el Es
tado constituyen una formación secundaria. Ellos representan
la más arcaica, la más fundamental y la más general rela
ción de producción de la sociedad de clases. Y esto persiste
como el soporte original y básico de toda opresión, de toda
alienación del individuo respecto de ' la totalidad, desde la
decadencia de la comunidad primitiva hasta nuestros propios
días.' Es sólo sobre este estrato que las sociedades de clases
específicamente desarrolladas de la formación social tercia
ria se levantan, dominando en ellas 1a propiedad privada de
los medios de producción: esclavismo, feudalismo y capita
lismo.
Un error crucial
Los viejos socialistas no extrajeron todas las consecuencias
de la visible deformación del capitalismo esperando que, con
su disolución, podría colmarse de golpe toda la emancipa
ción. Bien sabían ellos que sin abolir fa división tradicional
del trabajo y el Estado no podía darse justicia social alguna,
ninguna libertad real, nada de igualdad, ni de fraternidad.
Pero no parecía haber aquí ningún- problema particular,
puesto que este . proceso tenía que ser ' sip.crónico respecto
de la abolición de la propiedad capitalista de los medios de
producción. Entretanto se ha hecho evidente que liquidar la
propiedad privada es sólo desplazar a la formación tercia
ria, mientras que los fundamentos comunes de todas' las re
laciones de dominación constituyen un problema que hace
época por sí. solo.
EI núcleo económico del dominio de clase, su consecuen
cia para la posición de los individuos en la sociedad, perma
necen inmutados: el propio plusproducto de los individuos,
comenzando por su propio plustrabajo, escapa de su control
y de su capacidad para disponer de él, y se concentra en
manos ajenas como medio del poder que se les enfrenta. La
esencia específica del socialismo real como formación social
179
es precisamente el regreso a esa esencia universal de todo
dominio de clase.
Las relaciones de la propiedad privada marginan paula
tinamente a la fundón estatal del proceso económico. Parti
cularmente, el Estado burgués clásico era —como el joven
Marx había dicho— sólo “Estado político”, esto es un recu
brimiento adicional de las relaciones de producción, a fin
de cuentas superfluo económicamente. Por otra parte, en el
socialismo real el Estado recobra su originaria multilaterali-
dad en una escala ampliada. Lo que tenemos aquí es socia
lización del proceso de reproducción y de su función direc
tiva en la forma alienada de una estaialización universal. El
aparato de Estado no capitalista es sobreestructura adminis
trativa. y expresión política de la división tradicional del
trabajo; aparece como el señor absoluto del trabajo de la
sociedad. Funciona igual que el “papado de la producción”
con el que Marx en su tiempo calificó al banco universal
de los saintsimonianos. Tal orden de cosas no puede por me
nos de sugerirnos las palabras de Mefistófeles, tomadas como
lema de 1a subalternidad: “Creé a la gente de mi condición:
este todo está hecho exclusivamente a la medida de un dios.”
Por lo demás, la experiencia muestra que t^ poco en los
países capitalistas desarrollados, aunque tengan aspiraciones
socialistas, la estatalización significa sin más un progreso en
la dirección de la emancipación humana. El burocratismo
como forma política de dominio es el desafío decisivo de toda
sociedad no y también postcapitalista. ■
La propiedad estatal representa, tal como se da en forma
pura en el socialismo real, una relación de producción en
teramente propia, particular. No sólo el analista, sino tam
bién las masas, perciben espontáneamente el surgimiento de
una polarización determinada de 1a sociedad, que tiene que
ver con el poder de disponer del producto social. El cuerpo
de funcionarios (y a él pertenecen la entera pirámide de
dirección estatal, la superioridad militar, policiaca e ideoló
gica, y también el fundonariado económico) es tendencial-
mente antagónico respecto de las masas. “Para el bien del
pueblo” —como el aparato no se cansa de repetir desde los
sucesos de Polonia de 1970— se decide en la cúspide de la
pirámide acerca de objetivos en los que ha de invertirse el
180
excedente. Como en la sociedad temprana, la reproducción
—constante, y, si es posible ampliada— de su monopolio se
introduce en el cálculo global del desarrollo social. Las ma
sas no tienen acceso alguno a los puestos desde los que se
manejan los hilos. De modo que esta sociedad de socialismo
real se halla desposeída frente a su máquina estatal.
Si esto es así, entonces la próx^ ^ tarea de las fuerzas
sociales consiste evidentemente en cambiar las relaciones de
poder en el conjunto del sistema, de manera que se pueda
llegar a controlar al poder en vez de que éste lo controle
todo. Tienen que conseguir que el aparato deje de tener a
la sociedad para que la sociedad tenga al aparato. Entonces,
en vez de Plan estatal de conjunto tendremos Plan social de
conjunto, y eso sería el comienzo del autogobierno socialista.
De este análisis resulta que se requiere más que una Re
volución política. Se necesita, esto es, una subversión de los
fundamentos económicos de las relaciones existentes, una
subversión de la división tradicional del trabajo, y, no en
último lugar, una subversión de la sistemática reproducción
de esa arcaica división a través del actual sistema educativo.
Y eso conlleva la cuestión de quién ha de ser portador de
tamaña subversión.
181
pocos meses. Y ese factor no era otro que el papel desempe
ñado por el partido que originariamente se cubría con un
programa emancipatorio universal, pero que representa actual
mente el centro de toda la opresión en nuestras sociedades.
Ese partido, con su aparato, ocupa el verdadero lugar que le
correspondería de derecho a una vanguardia que luchara por
la emancipación. En el momento en que el Partido Comunista
Checoslovaco pareció que recuperaba su originaria función
emancipatoria, todas las puntas de esperanza social comenza
ron a orientarse hacia él y a arrimarse en su tomo. .
Con ello podemos ver, a un nivel empírico, hasta qué
punto el problema, del potencial revolucionario en el socia
lismo real está relacionado con el problema del partido.
Ambos problemas pertenecen al ámbito del análisis de las
actuales relaciones de producción. Los dos coinciden con el
aspecto más decisivo, dinámico, de esas relaciones, vista la
cosa desde una perspectiva transformadora. Por de pronto,
ambos problemas pueden ser caracterizados de manera más
precisa. En primer lugar, hay una producción masiva de excé
dante. de conciencia por el proceso actual de reproducción
vigente en el social^ isrno real. En segundo lugar, puede ha
blarse del papel dirigente del partido como de una realidad
sociológica. Ambos son factores constitutivos de nuestras re
laciones de producción. El primer factor ha sido ahora reco
nocido apenas como un dato político-económico, el segundo
ha sido sólo raramente clasificado teóricamente de una ma
nera consecuente en la medida en que era practicado en la
dominación política. Ambos factores, para anticipar ya algo
de lo que pienso, están actualmente actuando el uno contra
el otro. Tal es el dilema en el que se _ha estancado el socia-
mo real después de un período preliminar de acumulación,
período en el que el excedente de conciencia producido era
más bien pequeño.
Si, en la investigación del sujeto del cambio, prestamos
atención a ese excedente de conciencia, si vemos. en é-l el po
tencial, la reserva, a partir de los cuales puede ser reclutado
aquel sujeto, entonces nos apartamos de vieja costumbre
teórica que ha sido injustamente equiparada al materialismo
histórico. De ordinario, se habría echado un vistazo alrede
dor en busca de una determinada clase o capa social dispuesta
182
a desempeñar el papel histórico que le correspondiera. La
intelectualidad, por ejemplo. Eso tendría un núcleo racional,
pero conllevaría un error de salidá. La estructura social de
la sociedad de clases tardía —de la sociedad de clases en pro
ceso de disolución— sólo puede describirse con esas catego
rías retroactivamente, mirando hacia atrás.
El concepto de clase obrera se ha hecho particularmente
inservible. Más allá del capitalismo, ese concepto sólo sirve al
encubrimiento y a la seudolegitimación del poder. No puede
ni hablarse de un dominio de la clase obrera, y aún menos
se podrá en el futuro. No sólo el aparato no domina para ella,
sino que domina sobre ella. Los trabajadores pueden decir al
Estado que toma su nombre poco más o menos lo que los
soldados al ejército regular. ‘
Pero la contradicción que se da entre el pueblo y los fun
cionarios, o, mejor dicho, entre las masas y el aparato, con
tradicción constatada por nuestro análisis, no puede funda-
damentar ninguna esperanza. Se trata aquí precisamente de
una contradicción en la que se mueve el socialismo real igual
que la sociedad burguesa clásica se mueve en la contradicción
entre capital y trabajo —sin que los ciclos resultantes la ha
gan perecer—. Cierto: hay crisis y momentos culminantes. Pero
siempre dan lugar, por lo menos, a compromisos parciahnente
regeneradores. Como en Polonia en 1970, cuándo Edward
Gierek utilizó la siguiente fórmula para dirigirse a los tra
bajadores: “Vosotros' trabajad bien' y nosotros gobernaremos
bien.” Con ello comienza un nuevo ciclo del dilema estable
cido. Por su verdadera naturaleza, la contradicción entre ' la
masa y el aparato, no nos llevará más allá del actual dilema.
Un modelo inadecuado
Considerando mejor la cosa, la razón de todo ello está en
que esta contradicción capta la situación global de la socie
dad de un modo demasiado estrecho, unilateral, a saber:
desde la perspectiva del aparato. Con relación al aparato, y
definidas desde su punto de vista, las masas representan
sobre todo la masa de la subalternidad, que es el resultado
y el reverso de la medalla de la concentración de todo co
nocimiento oficialmente reconocido y de todo el poder de
decisión en una jerarquía burocrática. Un lado de la con
tradicción principal, que contribuye a nuestra evolución po
lítica, a saber, el dominio del aparato,' está en esa contra
posición adecuada y plenamente representado.- El concepto
de aparato, como polo a atacar, es suficientemente preciso
para nuestros objetivos estratégicos. Romper su dominación
—que no es exactamente la misma cosa que aboliría— es la
tarea histórica que tenemos por delante. Pero. no son “las
masas” el sujeto que ha de cumplir esa tarea. Salvo que el
concepto de masas se extendiera del mismo modo en que
entendió en su época el concepto de proletariado al
adscribirle una misión histórico-universal. Pero yo creo que
está claro hoy en día que eso era una mistificación, aunque
no dejara de tener base y de ser fecunda. Reflejaba el papel
de 1a intelectualidad revolucionaria que, se suponía, había de
introducir la “conciencia” en lo que, considerado en sí mis
mo, era una clase subalterna, para tomar su liderazgo. Pre
cisamente por este camino se prefiguró el actual aparato de
dominio no poscapitalista en las organizaciones obreras pre
revolucionarias.
La inadecuación del modelo de aparato y masas (tomadas
éstas tal como realmente son, esto es, sin misión alguna que
cumplir) deriva sobre todo de que se mueve por completo
en el ámbito de la conciencia “alienada”, absorbida por el
trabajo necesario y por su reglamentación, y de que deja
fuera de consideración a la conciencia excedente. Sin em
bargo,. esto es introducir en la teoría el punto de vista del
aparato mismo, que no utiliza para nada ese excedente, sino
que lo teme. Llamo conciencia absorbida a la liberación de
energía psicosocial gastada en funciones jerárquicas y de direc
ción, por un lado, y en actividades rutinarias y en el proceso
de reproducción por el otro. Con lo que tenemos una con
traposición entre: 1) el conocimiento burocrático organiza
do para dirigir el proceso de trabajo y de vida en general,
que se expresa políticamente en los intereses del aparato,. en
el altanero ejercicio provocador del poder, y 2) el trabajo
abstracto y alienado en la producción, en los servicios y en
la administración, que se expresa en reacciones y modos de
conducta subalternos, en la miseria de la dirección y en la
hipocresía, •en la. falta de interés y en la indiferencia resP!'!cto
184
de los asuntos públicos. En pocas palabras: se trata de las
dos caras de la misma medalla; y, en tanto esas fuerzas per
sistan . al nivel de este modelo, tendremos una constelación
en definitiva estéril. El aparato burocrático y las masas sub
alternas se valorizan mutuamente.
Conciencia excedente .
Pero, precisamente lo que cae fuera de esa contraposición,
esto es, la conciencia excedente, constituye el potencial deci
sivo del cambio social. La conciencia excedente es la cre
ciente cantidad de energía social libre no sujeta ya al tra
bajo necesario y al saber jerárquico.
En cierta medida esta energía ha existido siempre. Cons
tituye una característica de la especie humana el que la ener
gía social no se consuma nunca completamente en las condi
ciones restrictivas impuestas por el marco necesario y oficial
de la sociedad. En otros tiempos, fas religiones desempeñaban
este papel impulsor de la transcendencia de las capacidades
esenciales humanas. En tanto la sociedad produce poca cua-
lificación para una pequeña élite, el aparato absorbe la mayor
parte de la energía psíquica y de la capacidad liberadas por
la producción directa. La forma del antiguo despotismo eco
nómico tenía que ver decisivamente con la magnitud —de
hecho, con la pequeña m a ^ itu d — de la élite . disponible,
con su cualificación y con las leyes. de su reproducción. En
aquella época, el nivel de cualificación estaba determinado
simplemente por los requisitos de la reproducción simple de
las relaciones de dominación. Y en la producción material
apenas había necesidad de trabajo intelectual.
En nuestros dúu estamos abocados a una intelectualiza-
ción radical de las fuerzas productivas subjetivas; A pesar de
- Ja carga que el. aparato representa para su desarrollo, la so
ciedad produce una determinada medida de capacidad gene
ral, de cualificación humana en abstracto que no pueden ser
directasnente empleadas por el aparato. De ah ilo s firmes in
tentos del aparato de dispersar en parte el excedente no gas
tado de conciencia en ocupaciones improductivas, en parte
de paralizarlo con el terror, y sobre tedo de distraerlo con
satisfacciones digresorias. Este último es, dicho sea de pa-
185
sada, el verdadero propósito político de la cacareada
“unidad de las políticas económica y social”.
En eí socialismo real, este excedente de conciencia gana
fuerza irruptiva adicional al enfrentarse - a las barreras que
están específicamente levantadas contra él, al enfrentarse al
celo preventivo que el monopolio burocrático del. poder es
incapaz de contener. Ese excedente pone sistemáticamente en
cuestión Ja cualidad real de la burocracia, su potencial corno
fuerza productiva, su competencia en el conocimiento social
y en toma de decisiones. El aparato se comporta en los tér
minos de referencia de su usurpación, como si fuera repre
sentativo de toda- la conciencia significativa. ¿A dónde- iría
mos a parar si alguien supiera más y mejor que la burocra
cia política? En verdad todos deben subordinar su buen sen
tido, deben aguardar modesta y pacientemente para ver si sus
propuestas son ‘‘viables”, esto es, si pueden ser asimiladas por
la .maquinaria o no. Todo ha de ser adaptado al objetivo
final de la-estabilidad de la burocracia. Las artes y las cien
cias han de contribuir, ante todo, a la preservación de ese
poder. Cualquier cosa que rebase :al universo oficial, y par
ticularmente que constituya la' esencia del excedente de con
ciencia, es bloqueada o marginada a la esfera de los asuntos
privados, convenientemente aislados unos de otros.
El trabajo alienado' y la presión del aparato determinan,
por de pronto, el que una determinada cantidad de exce
dente de conciencia use' su tiempo libre en cómodas satis
facciones digresorias, facilitadas tanto como es posible. Las
circunstancias limitan e impiden el desarrollo, la evolución
v la autoconfirmación' de un sinnúmero de personas desde
su más temprana juventud. Ellos se ven obligados a buscar
compensación en el consumo material, en -la diversión pasiva
y en actitudes gobernadas por el prestigio y el poder. En eso
se basan los intereses compensatorios. Este concepto es para
mí muy importante; me referiré luego a cómo la revolución
cultural debería reaccionar frente a él. Pues la substancia
propia, la más íntima tendencia de la conciencia excedente
se expresa en intereses emancípatenos, no en intereses com
pensatorios. Los intereses emancipatorios están orientados al
desarrollo del hombre como una personalidad, a la diferen
ciación y autorrealización de la individualidad en todas sus
186
dimensiones de actividad social. Y requieren sobre todo la
apropiación de la cultura —que es potencialmente omniabar-
cadora—, que ciertamente tiene que ver con las cosas que
se pueden usar, pero que se dirige principalmente a lo si-
gillente: a las potencialidades de la esencia humana que' están
realizadas en otros individuos, en objetos, en modos de con-
ducta,.en relaciones y también en instituciones. El objetivo
más elevado de esa apropiación es la liberación de toda limi-
tabilidad, y de toda subaltemidad del pensamiento, de la
sensibilidad y del comportamiento; es la elevación del indi
viduo al plano de la vida comunitaria de la sociedad. "De
lo que le está deparado a la entera Humanidad quiero gozar
con lo más íntimo de mí”, dice Goethe. En su forma cons
ciente, los intereses emancipatorios son revolucionarios, y su
programa político se convierte en la lucha por las condiciones
de Ja emancipación universal.
187
.Atendiendo a estas consideraciones he distinguido las cua
tro fracciones de conciencia social que he mencionado breve
mente más arriba, dos de ellas correspondientes a la con
ciencia absorbida, y otras dos al excedente de conciencia.
Por lo que hace a la conciencia absorbida, como hemos
visto, los intereses del apu n to burocrático y .las reacciones
subalternas de las masas están en oposición, en tanto que en
la conciencia excedente los intereses compensatorios están
en antagonismo con los intereses emancipatorios. Esos cuatro
factores, que surgen regular e inevitablemente de las respues
tas que los hombres dan a las contradicciones del modo de
producción vigente en el socialismo real, constituyen el cam
po de acción política de fuerzas características de nuestras
relaciones sociales.
El problema aquí no consiste —o consiste sólo excepcio
nalmente— en reducir los individuos particulares a fraccio
nes particulares de conciencia tal como la hemos definido.
En general, podemos partir del supuesto de que cada indivi
duo participa en una medida mayor o menor de todas las
fracciones. La cuestión es simplemente qué orientación de
intereses prevalece momentáneamente en su estructura de mo
tivaciones y, a. través de ésta, en su conducta. Esto es lo que
divide al espíritu popular. Hay hombres que están burocra-
to.ados —de manera subjetiva, o por identificación con el
aparato— que .se les puede reducir a su papel oficial. Esa
minoría es el aparato del partido en el sentido restricto del
término, el partido de la reacción político-burocrática contra
el que deben concentrarse los ataques.
Este ataque sólo puede ser llevado a cabo por intereses
emancipatorios. Entre esos dos polos se da una batalla ideo
lógica por la influencia sobre las ¡:nasas del potencial psico-
social retenido por el trabajo necesario y por las satisfaccio
nes compensatorias. En tanto el aparato domina, los intereses
emancipatorios, que están, por así decirlo, sociológicamente
atomizados, se ven confrontados a una tendencia de conducta
determinada de las demás fracciones de la conciencia —ten
dencia que, bajo estas circunstancias, es predominantemente
subalterna,. puesto que el aparato suboi'c;lina a esas fracciones
de : conciencia a . través del ejercicio del poder político-—.
En la revolución cultural, empero, . cuyos presupuestos están
188
madurando, se aislará al aparato del partido, y los indivi
duos aprenderán a comportarse integralmente precisamente a
partir de su trabajo necesario y de sus actividades libres
o diversiones. Es decir, aprenderán a comportarse de una ma
nera orientada a la inserción inteligente en la totalidad.
Los intereses emancipatorios proporcionan la substancia
sobre la base de la cual el sujeto de las transformaciones que
se avecinan deberá articularse y organizarse. Desde un punto
de vista puramente empírico, este sujeto consiste en todos los
elementos creativos y enérgicos de todas las capas y áreas de
la sociedad, en toda la gente en cuya individualidad predo
minen los intereses emancipatorios, o desempeñen el papel
principal en lo que hace a la influencia sobre su conducta.
Tarea de un verdadero Partido Comunista en el socialismo
real es formar esta fuerza, dotarla de la organización política
convergente que necesita para luchar contra el aparato de
dominio y para mantener la propia identidad frente a todas
las influencias de una conducta meramente subalterna y com
pensatoria.
Los partidos dominantes en el socialismo real no consti
tuyen evidentemente base de partida alguna para esta tarea.
Su “papel dirigente” tiene un contenido completamente dis
tinto, cada vez más represivo. Se han vendido completamente
a los intereses del aparato. Más aún: constituyen su cúspide
militante. Son los celosos guardianes de la autoridad estatal.
Por eso dejan el espacio libre para una nueva Liga de los
Comunistas que ofrezca soporte solidario a las necesidades
emancipatorias y garantice una autoridad política y moral
mente ' más elevada que la de cualquier aparato. El movi
miento comunista debe ser creado de nuevo, y ha de ser un
movimiento que inscriba de nuevo bien claramente en sus
banderas la emancipación humana y que transforme la vida
humana sobre esta base.
189
CLil.UDE LEFORT
190
cumplir una función en el seno de' un sistema de dominio;
en fin, que Marx no constituye más que un objeto —sin duda
privilegiado— de la operación ideológica. hi, '
De hecho, defiéndase a Marx o se le procese, se sigue de
pendiendo -de la representación acreditada por el sistema' so
viético. Si lo vemos erigido en padre fundador, si sus ideas
parecen estar reconocidas, si bajo su autoridad se desarrolla
el discurso oficial que proclama la abolición de la explota
ción con la propiedad privada, Ja ruptura revolucionaria del
socialismo en el capitalismo, la dictadura del proletariado,
el advenimiento de una sociedad sin clases, nos creemos en el
deber ya sea de imputarle la responsabilidad de la actual
mentira, ya sea de denunciar ladeformación de su teoría por
parte de los herederos degenerados. Pero, en ambos casos, no
deja de ser menos grave el desconocimiento del problema de
la ideología. Los adversarios, en busca de la filiación o de la
defonn ación de las ideas, siguen obnubilados por una historia
de ideas —aun cuando la reduzcan a un juego de circuns
tancias—, sin cuestionarse siquiera acerca de la relación que
mantiene un discurso dominante, .y, en la URSS en particu
lar, un discurso proferido por el Poder, con el orden social
que debería nombrar. Las ideas de M arx se extraen de su
obra como si, condensadas en una fórmula, adquir ieran. todo
su sentido; si,. de hecho, conformaban las articulaciones de
un pensamiento; ahora se borra pura y simplemente, de éste,
el tr^ a.o. . .
■Por ejemplo, la idea de la dictadura del proletariado; es
considerada positiva en su totalidad, omitiendo la crítica de
la burocracia de Estado que Marx sostuvo durante toda su
vida y que aún amortaja el nuevo Régimen. Lo mismo ocurre
con la idea de la abolición de la propiedad privada; se ' la
separa de la -crítica del modo de producción que revelaba
la concentración creciente del capital, y que todavía afecta
al sistema soviético. Se limitan o bien a evidenciar el anti
burocratismo de Marx, el anticapitalismo de Estado, o bien a
rehabilitar a un ;\1arx humanista, antiautoritario, para oponer
lo a Stalin. Ahora bien, los sucesores de Marx no han ni segui
do ni alterado su enseñanza. Han inventado la “ciencia mar-
xista” cuyo origen no se encuentra en la obra de Marx, como
tampoco se encuentra en -Ja de Rousseau -la del discurso de-
191
mocrático burgués del siglo Y, aun cuando haya tomado
de Marx el vocabulario, gran parte de su eficacia consiste
en acallar la voz de Marx con palabras. En cuanto a esta
invención, si bien no se la puede desvincular de la acción de
los hombres en el poder —tampoco sale de su cabeza—, o
sea del cerebro de los marxistas pervertidos; acompaña la for
mación de nuevas relaciones de opresión y explotación o,
mejor aún, forma parte de ellas. La representación de una
sociedad que avanza hacia el comunismo, incapaz por esen
cia de engendrar un antagonismo de clase, dirigida por los
mismos trabajadores, no nace de la mente de un pensador,
sino en determinadas condiciones que esta representación
a la vez disimula y transpone idealmente desplazando los
términos de la división social.
Recordemos, por ejemplo, la fórmula de Stalin en 1934
que Soljenitsin revela con habilidad: la decadencia del Es
tado se produciría por medio de un máximo refuerzo del po
der estatal. ¿Para qué preguntarse si se trata de una inter
pretación fiel, errónea o engañosa de Marx? Son preguntas
vanas. Stalin disfraza, encubre y expresa, con palabras que
parecen sacadas de Marx, la realidad del totalitarismo, que
conjuga el proceso de concentración del poder, en virtud del
cual el Órgano indigente de la burocracia, y muy especial
mente el Egócrata, deciden el destino de todos, con el pro
ceso de difusión del poder en la sociedad civil (a través del
Partido) , gracias al cual esta sociedad queda prácticamente
absorbida en el Estado que, por lo tanto, a su vez, se vuelve
invisible. ¿Qué se intenta disimular entonces? El antagonis
mo que divide totalmente a la sociedad, que requiere la más
formidable violencia estatal —la represión contra los campe
sinos, los obreros, los grupos nacionales esclavizados, los in
telectuales o los artistas, todos los elementos que imaginarse
pueda, cuyas normas de actividades, económica, jurídica,
médica o pedagógica, determinan sus conductas independien
temente de las consignas del poder— y, en fin, la represión
contra los cuadros mismos de la burocracia, cuya cohesión
supone una total sumisión a la autoridad del amo en la que
se encarna. ¿Y qué es lo que simultáneamente salta a la
vista? La disolución efectiva (o, más bien, efectivamente pro
vocada) de toda forma de socialización autónoma, bajo la
192
acción de! poder de! Estado. ¿Qué se desprende de esesas pa
labras? Que el poder no será invisible más que a, con&ción
de ser omnipresente. He aquí uno de los ejemplos’*más edi
ficantes del discurso ideológico que, a través de sus e nuncia
dos aparentemente contradictorios, brinda la “solución” ima
ginaria (si bien no falta de efectos en lo real) de los con
flictos que se engendran en lo social. ••
193
no habían. temido•abrir los ojos ante el stalinismo, e incluso
ante e1 leninismo, y consideran intolerable poner en cuestión
la responsabilidad d é, Marx en el curso de la..contrarrcvolu-
tjón rma — hasta. el punto de que,' según creo, incluso para
ellos se corrió como una pantalla ante la obra de Soljenitsin.
Se impone una primera obseriración.. El escritor que com
bina por lo general con tanto éxito la interpretación y la
polémica, falsea a veces la primera por exceso de la segunda.
.De hecho,. si seguimos los textos de Marx al pie de la. letra,
y ^ o s que no ha escrito en ninguna parte que la creación
de un nuevo sistema de . represión seguiría a la destrucción
del viejo. Desde el 18 de Brumario afirmó la necesidad de
destruir el aparato del Estado sin precisar el carácter de lo
que él llama la dictadura del proletariado. E n La Guerra
civil en Francia,. por el contrario, no sólo demostró. en qué
consistía la destt^seión. del aparato —suprimir la policía, el
ejército permanente y, en general, la burocracia permanente—
sino que, el ..presentar la Comuna. como- “la' forma política
por fin encontrada”, y, en otro pasaje del libro, corno “la
antítesis del Imperio" (expresión acabada del Estado' bur
gués, según él), definió, al mismo tiempo, su obra sin equí-
A'9C?S: la instauración ■en todos los sectores, incluidos los de
, la represión, de delegados' elegidos por l s colectividades, res
. ponsables ante ellas, revocables a corto pl^ y con' el mismo
. salario que un obrero medio. Respecto a Lenin, merece des
tacarse que en su gran obra teórica, El Estado y la revolu
ción_—escrita, como todos saben, durante los- meses que pre
cedieron a la toma del poder por parte .de los bolcheviques^,
, sus planteamientos no^ distan mucho de los de^ Marx a quien,
junto .. a Engels, no deja de citar y parafrasear.. Salvo que
escribe (una sola, vez) en esta obra:: • “El aparato especial, el
.sistema especial de represión del Estado es todavía necesa
rio. ..” He aquí. una propuesta que Marx no formuló jamás,
convencido de que la represión era' cosa del pueblo en' lucha
y de que íro podía centrarse en . una institución permanente.
El mismo Lenin corregiría su peligrosa.. fórmula:' “Los ex
plotadores, añade, no están naturalmente en condiciones de
reprimir. al. pueblo sin un sistema muy complicado" ( ...) ,
, mientras qu(! el pueblo puede reprimir a los explotadores
incluso mediante un sistema muy simple,- casi sin aparato,
19 4
por la mera organización de las masas armadas (como, dire-'
mos anticipándonos, los Soviets de diputados, de. obreros y
de campesinos) .”
Además, puede consultarse la Critica del programa de
Gotha; su penúltUno párrafo concierne a uno de los puntos
mencionados por sus autores: “reglamentación del trabajo
en la prisiones”. He aquí el comentario de Marx que ocupa
pocas líneas: “Reivindicación mezquina en un programa ge
neral obrero. Sea1 lo que fuere, debería decirse claramente
que no pretendemos que los criminales de derecho común,
por temor a su influencia, sean tratados como ganado y que
no tenemos la intención de privarles de fa única posibilidad
de la que disponen para enmendarse, el trabajo productivo.
Era lo menos que cabía esperar de los socialistas.”
Al considerar esas apreciaciones en el contexto general de
una crítica que denuncia constantemente el compromiso teó
rico del Partido obrero alemán ccon la existencia y los valores
del ■Estado burgués, puede suponerse ■que, si Ja reivindica
ción de un reglamento de trabajo en las prisiones es califi
cada de mezquina, no lo es porque concierne a una catego
ría social despreciable, sino porque' afecta hasta el engranaje■
mismo del sistema de represión en lugar de denunciar el
principio mismo de la prisión. Sea como sea, este pasaje sólo
intenta defender a los prisioneros contra las medidas que, con
el pretexto de proteger a los trabajadores' libres de la con
currencia de su trabajo penitenciario, los dejaría sin recur-'
sos. Es cierto, Marx pronuncia 1a- palabra “enmsindarse” :
palabra equívoca de' la que resulta difícil precisar si tiene
un alcance general, al vincular la idea del trabajo a la de
la reeducación, o si sólo se refiere a una situación particular,
la de los detenidos cuya única oportunidad de reincorpo
rarse a la vida social es el trabajo productivo.
Les mego disculpen esta precisión algo pedante. Estaba
sólo destinada a apoyar el siguiente comentario: Soljenitsin
compromete a Marx en el proceso del leninismo y del stali-
nismo mediante un argumento bastante dudoso y precario.
Pero, dicho esto, antes que indignarse porque el escritor se
contenta con estas dos alusiones por lo demás poco acertadas.
Por mi parte, consideroque dice demasiado y a la vez, de
masiado poco. Demasiado: acabo de señalarlo, el comentario
195
excede su motivo. Demasiado poco: porque deja entrever
una crítica a Ia filosofía de Marx que, en ■cambio, no se
manifiesta. En cierto sentido, esta ambigüedad es compren
sible. El análisis de los campos de concentración y del régi
men que los engendra, del Partido y de la ideología, no tiene
por qué aplicarse a una crítica de M aix; no puede aplicarse
más que al marxismo intituido que, señalémoslo, engulle a
Marx. Y, simultáneamente, este análisis, en la medida en que
supera con mucho la simple observación empírica, que pone
en juego una interpretación de la realidad soviética, de la
realidad social en general, que no puede ignorar la de Marx
—y con mayor razón cuando la crítica que éste h a hecho de
los valores . de la sociedad burguesa y del funcionamiento
del modo de producción capitalista se pone a prueba en el
fenómeno soviético..
No debería escapar al lector el procedimiento por el que
Soljenitsin resuelve en 1a mayoría de los casos la dificultad.
Aprovecha y a la vez critica de una manera indirecta la en
señanza de Marx. Su arma eficaz es la parálisis irónica.
Recordemos entre otros este ejemplo ya mencionado: cita
un pasaje del Manifierto Comunista: “La burguesía despojó
de su aureola a todas las profesiones que . hasta entonces
habían pasado por venerables y. eran consideradas con santo
respeto. Al médico, jurista, al cura, al poeta, al sabio, los
convirtió en asalariados.” La cita adquiere valor de provoca
ción al relacionarla con la obra de la burocracia en los cam
pos de concentración. Apenas necesita añadir. “Pero, ¡ algo
era que fu^ eran asalarsados! ¡Hasta se Ies ^ b ía dejado tra
bajar en su especialidad! ¿Y si los hubiera incluido en Ios
trabajos generales? ¡ A talar árboles y sin salario! ¡Y sin ali
mentarlos!”
La provocación es eficaz porque tiene varios sentidos. Al
mismo tiempo que el marxismo institucionalizado pierde su
razón de ser, plantea una pregunta que, a la vez, quebranta
e introduce de nuevo la crítica de Marx. Se insinúa que ésta
es a la vez verdadera y falsa; no dice, ciertamente, que sien
do falsa al aplicarse a la burguesía, pasaría a ser verdadera
frente a la burocracia; pero tampoco que estaría falta de
toda verdad, pues a ■fin de cuentas, éste es el hecho puesto
en evidencia: la desacralización de todas las profesiones que
196
hasta entonces pasaban . por venerables. Así se cond^ ^ an
admirablemente la idea de una discontinuidad entre la socie
dad burguesa y la sociedad burocrática —en la ,:¡ue. Marx
no permite pensar puesto que descubre en la p e rneen el tér
mino de un proceso que no existe en ella— y la idear e-una
continuidad de una a otra, puesto que lo que se había dicho
anteriormente de aquélla puede repetirse de ésta. Que el lec
tor, pues, empiece a interrogarse.. •
Por el contrario, las dos frases que conciernen directa
mente a Marx —si no me. equivoco, sólo existen en el Archi-
piétego las que he ^ ^ crito— sun de ^ una n a t^ a l^ a dis
tinta y las únicas contestables, puesto que le atribuyen tesis
que ¿1 no ha sostenido.
Pero ya es hora de completar nuestro propio comentario.
No porque Soljenitsin no ha elegido el blanco adecuado, ha
dejado de levantar a la vez una cuestión que nuestros teó
ricos, sumergidos en la “ciencia matxista”, son incapaces de
descubrir., De acuerdo, se equivoca al pretender que Marx
imaginaba remplazar un sistema de represión por otro: para
éste, la dictadura del proletariado no debía q e a r aparatos
especiales, militares, judiciales, policiales, órganos permanen
tes de la burocracia. Sin embargo, tenemos el derecho de
preguntar si la idea de una sociedad' que se autoorganizara'
y no tuviera que defenderse más que contra la minoría de
enemigos ocupados en reinstaurar las condiciones de la ex
plotación, no implica, a espaldas de su autor, que exista la
representación de un centro único de donde emanarían las
misnias formas de organización. Debe subrayarse de una vez
que Marx rechaza expresamente la noción de un poder de.
Estado análogo al del poder burgués. Pero, en su discurso,
como. en todos Ios discursos, lo implícito no es menos (si no
se demuestra lo contrario) determinante que lo enunciado.
En este caso, e.1 discurso de Marx tiene un c^ á cter singular,
pretende abarcar la sociedad en su totalidad, convencido de
que el capitalismo, al instituir un modo de producción uni
versal —y, por lo. tanto, de intercambio universal—, ha crea
do las condiciones no sólo de una unificación, sino también
de una homogeoci^mión del campo social; de que, en con
secuencia, existe un saber de derecho sobre la organización
social global destinado a convertirse en un saber de hecho, en
197
saber del proletariado sobre el socialismo o, en última ins
tancia, un saber de 'la sociedad sobre ella miaña. Ahora bien,
cabe preguntarse con más precisión si la referencia este
saber global no remite a la de un poder global, a una ins
tancia capaz de concebir, y a la vez de controlar, detallada
mente, la vida social. El que Marst eluda esta amena.Za pro
viene de su concepción del trabajo como.proceso fundamental
de su socialización. Para no existe el. nesgo de un ale
jamiento del poder de Estado, una vez abolida la propiedad
privada de ios medios de producción, sur1duda porque las
relaciones sociales, que se crean en la producción, pueden
pasar a ser transparentes para sus agentes a partir del. mo
mento en que las condiciones les hacen reconocer la identidad
del trabajo social. ' .
Sin embargo, esta concepción nos remite a la segunda
alusión sarcástica de Soljenitsin y permite ponderar mejor
su alcance. Marx, pese a definir el comu:nismo como el reino
de la libertad, sociedad en Ja que se afirma el principio de
la satisfacción de las necesidades, liberada de la representa
ción burguesa de su subordinación al trabajo, funda el. mo
delo del socialismo, período' de transición, sobre una noción
del trabajo que recoge del capitalismo al que. ha condenado.1
Pero, ¿cómo no advertir los efectos implícitos de esta hipó
tesis? Una vez demostrado que las relaciones instituidas en el
trabajo productivo son transparentes para sus agentes, se de
duce no sólo que el problema del Poder queda suprimido
sino también el del Derecho. Entendemos que no sólo' el
aparato especializado de la justicia, asociado' a una capa
permanente de burócratas, nq cabría en la dictadura del
proletariado, sino que la distancia entre la Ley y la colec
tividad desopa r ^ ^ a. O, mejor dicho, desde eeste punto' de
vista, la' colectividad entera legisla, juzga. y castiga a los
miembros que se sustraen a Su actividad de producción
—aquéllos que no se dejan integrar en las relaciones trans
parentes que exige su asignación a la función de agentes del
'trabajo general— ya sea, puede' suponerse, que eludan' las
1 Acerca del papel que Marx otorga a la noción de trabajo, tal
como la extrae de su análisis del capitalismo, en la construcción del'
socialismo, véase la critica de. Cornelius Castoriadis, en particular en
■Valeur, égalité, justice, politique: de Marx a Aristote et d’Aristote d
nous, “Textures”, 12-13, 1976.
198
obligaciones comunes de la producción, viviendo incluso en
el ocio, ya sea' que sus^ delitos fuera del lugar de :aroducción
los designe como desa m ados según las normas d d socialismo.
¿Acaso no sigue siendo una pregunta pleenammente;, legíti
ma? La tentación de Marx de reducir la actividad social, en
su realidad, a la actividad productiva, la relación social en su
realidad a la relación creada en la actividad de producción,
¿ no tendría acaso, entre otros, el efecto de prohibir _el pen
sar en la distinción entre lo individual y lo colectivo, lo pri
vado y lo público? La tentación de red'l.lcir la diferenciación
de lo económico, -lo político y lo jurídico (así como de todos
los demás sectores, por ejemplo, la pedagogía, la estética) a
una ca¡acterística más del modo "de producción capitalista,
¿acaso no le impide pensar en. las articulaciones de lo social,
en la multiplicidad de los nú cíeos a partir de los cuales se
instituyen las coodiciones del intercambio, o conio él mismo
dice, del reconocimiento del hombre por el hombre? El hecho
es que Marx no ha elaborado, jamás una teoría de lo sim
bólico, ocupado como es^ taba en denunciar la función que
des^ ^ peña la Insti tud ón —el gobierno y el parí amento por
ejemplo, pero también la institución judicial, o la ^ u e la ,
o Iá familia, o los sectores de la actividad, filosófica, . litera
ria y artística— al servicio de la conservación de la clase
dominante, o, .en el mejor de los casos,. en desoubrir la homo
logía de los fenómenos relacionadoscon la actividad supuesta '
de la infraestructura y conl a actividad supuesta de' la super
estructura. Esta laguna —que en vano se •negaría , frnidán-
dose en las enriquecedoras pero breves sugerencias de los
Mamtscritos del —, ¿acaso n,o es lo bastante •profonda
como para reflejar el pensamiento de una' sociedad absoluta
mente positiva y como. concentrada en un poder. fantástico
de afirmación de sí misma a expensas de sus rnie.mbros, en
contrándose cada uno convertido en hombre social total, sin
determinación. .. ■o en parásito? . . .. .
He aquí, dirán a l a nos, un recorrido que conduce de nue
vo a la condena de Marx, he aquí que de nuevo se sugiere
que él debería asumir la paternidad . de la ideología totali
taria. Hace poco usted lo defendía contra Soljenitsin y, ahora,
se apropia de' las acusaciones de éste. ¡Como si se tratara de
tomar partido en favor de uno o de otro! ..
199
Respecto de lo que Soljenitsin pueda pensar de Marc, es
asunto suyo.' Quizás un día' lo explique. Yo me limito a co
mentar este libro: El arch.ipiélago Oulag, y reconozco' que
plantea problemas que sería vano silenciar. Y que me sor
prende que ' lectores bastante lucidos pasa aceptar Su de.scrip-
ción: de las orgías del stalinismo, y hasta de las del leninis
mo, se ofusquen por un ataque a 'la soberanía de Mani:. ¡ Qué
mojigatería, me digo, la de esos “revolucionarios” que atri-
yen al conser:-Vadurismo de Soljenitsin ideas que armarían la
gorda e n s u propio pensamiento! ¡ Qué apego a la Tradición,
qué respeto a la autoridad en el momento en que se pone
en cuestión las enseñanzas del Maestro! ¿Acaso no compren
den que' brindan su apoyo a la ideología que creen combatir
al someterse' a un' buen marxismo' que, purificado del stali
nismo y del leninismo, emanaría sólo de Marx (acompañado
o no, según los gustos, por Engels). ? ' ' _
" ' Por mi parte, al afinnar que Marx no está exento de crí
tica, quiero' sugerir que su obra se presta, en ciertos aspectos,
al discurso que se abate hoy sobre'ell.a para desactivar' la crí
tica que contiene. ¿Tan difícil resulta hacer' comprender a los
superdialécticoi> qque la “ideologizaCión” de —como la
de la realidad — implica el disimulo y la expresión:
que el' disimulo sólo es posible gracias a una explotación de
ciert05 signos que la favore^m ? Ha sido disimulada,' en par
ticular, aquella parte de su obra que revela las raíces de la
explotación capitalista, la escisión de los trabaja dores y de
los medios de producción, los estragos provocados por la
acumulación y la concentración del capital en términos que
siguen aplicándose al sistema edificado sobre las ruinas de
la revolución rusa. Disimulado también en general el es
fuerzo incesante de Marx para demostrar que la emancipa
ción de los trabajadores no debería ser más que la obra de
ellos mismos. Se ha utilizado, por el contrario, con suma
eficacia, la creencia. de que la destrucción del capitalismo
coincidiría con la abolición de la propiedad privada, o de
que la dictadura del proletariado, al sustituir a la de la
burguesía, coincidiría con la implantación del socialismo. No
podemos dudar de que no se trata de una simple relaboración
de los temas del discurso de Marx en la “ciencia m^adsta”,
si observamos que todo en el primero, hasta las contradiccio-
200
I
201
un saber global sobre la. sociedad lleva en sí el punto de vista
de' un poder global —según el cual la representación de una
comunidad transparente para sí misma, en favor de la uni
ficación de todos los trabajos particulares en el modo. de
producción, remite a la de un núcleo de organización con
sumiendo todos los gérmenes de desviación— ¿cómo lo for
mularía si el totalitarismo no hubiera revelado, en la reali
dad, a un Partido y a un Estado omniscentes y todopodero
sos, así como al reino de la organización edificado sobre el
aniquilamiento de los parásitos?
Así también este totalitarismo abre una doble perspecti
va sobre la obra de Marx. Nos enseña a leer en él una in
terpretación de las relaciones de explotación y de dominio.
más allá de su. objeto —el capitalismo industrial moderno
y -la sociedad burguesa—, revela aún con mayor eficacia su
propia naturaleza. Y, a la vez, proporciona los medios para
detectar en ella todo aquello que, surgido de la crítica de un
sistema social determinado y concebido en el pensamiento de
su caída, señala su dependencia respecto del modelo derrwn-
bado. Sobre la base de esta experiencia, entrevemos que fa
simple invenión de los signos, la operación de la negatividad
-,-Ia Revolución— no nos libera de los efectos de la división
social; que es pura ficción el querer reducirla al antagonis
mo entre dos. clases realmente separadas, una de las cuales
aniquilando a la otra, sup r ^ m a la vez las condicio
nes de la. dominación; que la. destrucción del aparato de
Estado burgués - .la del sistema de represión y -la de los órga
nos representativos—, que la expropiación.de los detentores
privados de. los medios de producción, que todas las accio
nes llevadas en contra de las instituciones o agentes reales,
en los que se materializa manifiestamente el poder, pueden
no sólo dejar intacto el sistema de dominación —del que no
eran más que fi^ ^ ^ particulares, históricamente determina
das—, sino reforzarlo abriendo un vacío en el que se pre
cipita una fuerza desmesurada de coerción y explotación.
En fin, a la vista de todas las variantes del totalitaris
mo, se deja descubrir una verdad de la democracia que Marx
no percibió, no porque la confundiera totalmente con la de
mocracia burguesa, sino' porque la denuncia de ésta como
democracia formal. movilizó su crítica hasta el punto de
202
hacerle desconocer lo que, en ella misma, excedía los lími
tes de sus instituciones. Esta es sin duda la lecci6n que debe-
ríaafectar más a quienes, en las sociedades occidentales, rei
vindican la herencia del pensamiento revolucionario de Marx.
Resulta imposible ahora ya contentarse con la imagen que
éste forjó del proceso revolucionario posterior a la Comuna;
imposible ver en esta última, siguiendo las fórmulas que re
cordábamos, la “forma política por fin encontrada” y “la
antítesis del Imperio" (la del Estado burocrático), o bien
convertir a los Soviets en la versión más elaborada de esta
invención. Después del stalinismo, y a la vista de los regí
menes totalitarios que aún sobreviven y conservan sus prin
cipales rasgos pese' a la eliminación de sus excesos, nos halla
mos frente a la experiencia de la burocracia como cuerpo
social del Estado, como clase y como modelo, que pide llue
vas respuestas políticas. Y' sólo al examinar los levantamien
tos que han jalonado la historia de su dominio en Europa
oriental, durante los veinte últimos años, en participar en
Polonia, Hungría y Checoslovaquia, y al caer en la cuenta
de que los. intentos de formación de consejos se han com
binado con un amplio movimiento democrático para restau
rar el derecho a la asociación, el derecho de expresión, el
derecho de huelga, la libre circulaci6n de los hombres, de las
ideas y de la informaci6n, el respeto a las creencias religio-'
sas, en fin las garantías fundamentales de la ley para el con-'
junto de los ciudadanos (y ello sin que jamás se haya de
seado la vuelta al antiguo régimen de propiedad) —sólo
con esta única condición podríamos volver a formular los
principios de una lucha contra la opresión. y la explotación
en el interior. del mismo mundo occidental.
Entre tanto,' ¿acaso la imagen marxiste de la democra
cia burguesa no sirve doblemente para encubrir la cuestión
de la democracia? Pues no sólo ha sido sepultada por los
que, sordos a las voces de los opositores del Este, sospechan
la nostalgia del capitalismo en el deseo de libertad. La acti
tud .de varios de nuestros conservadores modernos merece
destacarse; dicen lo que nunca se hubieran atrevido a decir
en tiempos de M arx y lo que en realidad extraen de su en
señanza (muchas veces por haberlo venerado en su juven
tud) : sí, la democracia burguesa se nutre de la desigualdad,
de la injusticia y del dominio de una minoría poseedora de
la riqueza y del poder sobre la masa, pero, cómo no ver el
otro término de la alternativa: trabajadores amordazados,
con residencia fija asignada por el poder, millones de hom
bres en las prisiones o en los campos de concentraci6n, jue
ces poliías, una prensa a sus órdenes, un poder sin control y
sin freno. Amemos, pues, nuestros propios vicios.
Así, por un lado, la democracia burguesa es objeto de
una cínica que apoya fa condena de todo movimien
to susceptible de quebrantar el orden establecido en nuestras
sociedades, sea cual fuere el marco en el que se desarrollara,
el de la producción, de la justicia o de la educación. Por el
otro, el terror de ver explotar, en provecho del conservadu
rismo, la condena dirigida al sistema Comunista por aquellos
hombres que son sus víctimas directas (y, de hecho, se sabe
cuán hábiles son nuestros conservadores a la hora de saber
utilizar a Soljenitsin) prohíbe revalorar la dem^ o<:.racia y
aclarar cómo sería de desear los equívocos de Marx.
Hasta dónde se arraigan éstos, ya lo he sugerido. Marx
—quien tanto há hecho para acabar con la abstracción His
toria o la abstracción Sociedad— tiende no obstante a pro
yectar, en un campo objetivo, abierto. a la descripción cien
tífica, oposiciones simbólicas, a relacionarlas con conflictos
empíricos a los que se les podría asignar un origen, un desa
rrollo y un fin. Tiende igualmente a reducir la relación con
el Poder al que mantienen, en condiciones realmente deter
minadas, los dominados con un órgano que materializa la
fuerza de dominación del Estado, como si el Poder se defi
niera por sus funciones -— la de la coerción y la de la unifi
cación imaginaria' de una sociedad de hecho dividida—. Va
incluso a reducir la relación con la Ley al' sistema de obliga
ciones que resulta de las necesidades empíricas de la división
del trabajo y de fa división de clase, y fija los estatutos y los
roles en un marco sustraído a las fluctuaciones de las fuer
zas. Es más, tiende a rebajar los discursos sociales, religiosos,
místicos, ideológicos al plano de una interpretación general
de las relaciones del hombre con fa naturaleza, o de las re
laciones del hombre con el hombre, estrechamente dirigida
por la idealización de las condiciones sociales particulares.
En fin, la división social, desde la que considera la más ele-
mental, como la división sexual vinculada a la reproducción
del gupo humano, hasta las formas más desarrolladas, se
limita, para Marx, al desarrollo de la división dtl trabajo,
como si la asimetría de las parejas sociales, sea cual fuera,
la configuración de la organización considerada, no fuera
más que un hecho empírico, históricamente realizado. Son
equívocos, diríamos, pues el. análisis de M arx es fecundo en
cuanto que revela la ilusión de un Poder, de una Ley, de
una Ciencia universal y de un antagonismo de dase inscrito
en la naturaleza; pero, a través de una crítica, esta ilusión
cmgendra un nuevo proceso de ocultación de lo social, bajo
el signo de una vuelta a lo supuesto real, a la muda praxis
dd trabajo.' :. .
Ahora bien, nada evidencia mejor las consecuencias de
su proyección “realista” que la representación de una demo
cracia como régimen político, como conjunto de institucio
nes asignadas a fundones especiales: de organizar específi
camente el reino de la burguesía, es decir, de conseguir con
el mínimo desgaste la obediencia de los dominados conven
ciéndoles de que disponen de una parcela de poder al igual
que los .dominadores, que se benefician de un modo gene
ral de los mismos derechos y gozan de la misma libertad. Tan
atento estaba por alcanzar su objetivo, que este análisis en
mascara la. ruptura que se produce con la aparición de la
democracia. en la .Europa moderna, cuyo alcance no puede
medirse únic^ n ente por sus efectos, que se ^ manifiestan en el
marco de lo institucional y en provecho de una clase. Un»
ruptura tal es, en efecto, mucho más que política en sentido
estricto, hoy convencional del término; y sólo es posible apre
ciarla reconociendo la dimensión simbólica de lo social.
. Sin duda, hay .que señalar ante todo que, en la democra
cia, el poder se establece de tal manera que no puede ser
acaparado por quien o quienes lo ejercen, que no pertenece
a nadie.. Este principio supone que vuelva a ser cuestionado
periódicamente, según los procedimientos sociahnente fijados
y admitidos como legítimos (cualesquiera que sean los meca
nismos del cuestionamiento, los límites y las disposiciones del
sufragio)-. Pero, ¿qué supone este desfase entre el poder y su
(o sus) ocupantes de hecho? Esencialmente, que el cuerpo
social ya no se encarna en- el cuerpo del soberano.
205
Cambio de considerable alcance, si lo comparamos no sólo
a los Estados despóticos, en los que el príncipe se halla in
serto en las fuerzas instauridoras o reguladoras del orden del
mundo —pues en un modelo así no cabe hablar de un orden
social determinado, autónomo, visible, y las jerarquías huma
nas parecen inscritas en un univereo natural— sino, sobre
todo,' a los Estados monárquicos modernos en los que, aun
reclamando para sí el derecho divino de gobernar a los hom
bres, el príncipe devuelve a la sociedad la imagen de una uni
dad y, ante todo, de una realidad puramente social que,
pese a la multiplicidad de los gnipos que la dividen, quiere
aparecer como un cuerpo. Lo cierto es que esta nueva estruc
tura del poder democrático sería desconocida si imaginára
mos que éste se reduce a una mera función instrumental, que
ha pasad o a ser una pieza de una organización empírica cuya
acción sería la de dirigir el conjunto de sus articulaciones.
En cierto sentido, el poder conserva su trascendencia. Ade
más, es sabido que sigue marcada por emblemas destinados a
inspirar un respeto generalizado. Pero esta trascendencia ya
no queda determinada por la representación de un trascen
dente, garantía del orden d d mundo o del orden social, y,
al mismo tiempo, la sociedad como tal aparece en una inde
terminación última, ensimismada y a la vez inscrita en una
identidad nacional, pero ya no orgánica, sino convertida en
núcleo generador de relaciones múltiples cuya finalidad no se
manifiesta por ninguna parte. Desde este punto de vista, es
notable la operación del sufragjo que, por muy trucado que
e.sté para asegurar la victoria de un partido o de una coali
ción dados, posee una eficacia simbólica. Diríase un escena
rio, en cierta forma decorado, donde se encuentran repre
sentadas la disolución del poder y, junto a ella, la casi diso
lución de todas las relaciones sociales particulares, tanto la
de la substancia social como la de su restauración. El hecho
implica que tanto el poder como la sociedad no están orgá
nicamente constituidos, o en posesión de una identidad na
tural; sensibiliza el fenómeno de la institución de lo social.
Experiencia decisiva cuyo alcance no podemos reconocer si
no comprendemos que allí donde aparece la dimensión de
la institución surge una indeterminación, una pregunta sus
ceptible de formularse en los términos más diversos, sobre: la
26
legitimidad del orden social, o, mejor dicho, sobre la natu
raleza misma de la sociedad —al comprender que es ahí
donde emergen las condiciones de conflictos manifiestos entre
las perspectivas de agentes colectivos (grupos, clases) o indi
viduales, conflictos cuyo alcance no es sólo político sino ge
neral.
Sin embargo, no es menos importante detectar los efec
tos de la disyunción producida en la democracia entre el
Poder, la Ley y el Conocimiento. Disyunción que sólo pode
mos volver a apreciar en comparación con los sistemas en
Jos que la autoridad soberana o bien procede de un único
foco de poderío, de organización del mundo y de conocimien
to, o bien concentra en sí misma, aun siendo limitada, todas
las virtudes de la institución, gracias a su eficacia para ga
rantizar fa integridad de un cuerp o social. El poder, cuando
se concibe como fundador del orden social y como un pro
ducto engendrado desde el espacio que él ordena, se con
vierte en algo ílocalizable. Desde cierto punto de vista, es
como un órgano a distancia, por encima de la sociedad, abas
tándola toda, representando la generalidad de lo social; y,
desde otro punto de vista, está circunscrito en la sociedad,
asociado a la práctica de una actividad particular asumida
por los hombres que, por principio, cambian. A partir de
entonces es cuando ' la política se define como campo de
acción y cuando, a la vez, lo no-político se ve liberado y se
configura como multiplicidad de relaciones dedicadas a orga
nizarse según sus propias normas, inteligibles por sí solas. No
basta con decir que el polo de la Ley y el polo del Saber
se hallan desligados del polo del Poder; se abre una experien
cia social en la que hasta la Ley se hace ilocalizable, a la vez
referencia universal y trascendente para todas las relaciones
particulares, incluidas las que proceden del Poder (que cae
t^ n bién a su vez bajo el punto de vista de la Ley), y pro
ducto que nace del juego de estas relaciones ; en ella, el
Saber asimismo escapa a toda determinación destinado corno
está a ejercer sobre todas las cosas, Poder incluido, su nati-
raleza, sus funciones y, simultáneamente, aprehendido en el
movimiento de su génesis a partir de lo real. Por la misma
razón se crea un desfase entre el Poder y su representante;
asimismo sigue dándose la posibilidad tanto de un cueslio-
207
namiento como de una contestación, o, de un modo más
general, de una reinterpretación de los enunciados políticos,
jurídicos, teóricos dominantes. Teniendo en cuenta esta ex
periencia, propia de la democracia, es como podemos conce
bir el principio de diferenciación de los cambios de actividad
y de relaciones que se desarrollan en su escenario. La auto
nomía jurídica,. pedagógica, científica, de los distintos núcleos
del conocimiento y de la estética, así como de los distintos
núcleos de la creación literaria y artística sólo es posible. en
una sociedad donde el Poder, la Ley, el Saber no estén con
jugados; donde, en la indeterminación que se produce a raíz
de su disociación, lo r e a ' se abra aquí y allá, se experimente
en la práctica y permanezca abierto, es decir, se .convierta
en núcleo -de una Historia. ■
. Qué reductores son pues nuestros sociólogos marxfitas : o
neomarxistas, quienes sólo ven en cada uno de estos ámbi
tos de actividad un dispositivo de reproducción del ■modelo
capitalista, en su diferenciación sólo el efecto de un disimulo
de. la dominación de clase (que alcanzaría su plena, eficacia
difundiéndose en las instituciones aparentemente autónomas).
Esta, reproducción existe, y es preciso desmontar los meca
nismos que aseguran, incluso en los campos científico y es
tético, a la vez. la .selección de los agentes y la -selección de
los productos en función de los intereses de los grupos domi
nantes y,de las nonnas del mercado capitalista. Sin embargo,
el análisis sigue bajo el signo de la impostura mientras lo
que la sostenga sea, en realidad, la negación de la diferencia,
mientras no se plantee la cuestión que hace posible la demo
cracia: la de una. sociedad que asuma el conflicto de clases,
la. fragmentación de las'. experiencias.del mundo, la hetero
geneidad de las culturas. y. las costumbres,' la coexistencia de
las normas y de los valores irreductibles.
, . Nada en mi comentario incita a olvidar' que .la historia
de Ja democrada bur^iesa revela continuos y repetidos^ in
tentos para anular Jos efectos de esta cuestión.. Si,' :por un
lado, asume. el conflicto, por' otro, crea desde el inicio una
■organización casi m ilitar del proletariado en el marco de la
industria; si. asum,e la : heterogeneidad cultural, la variedad
de creenci3.$ y de costumbres, se con el colonialis
m o y. el r acismo; d admite una fragmentación de las expe-
riend as del mundo, se combina asimismo con un discurso
ideológico que tiende a erigir como modelo la representación
burguesa de lo verdadero, lo hermoso, lo bueno y lo real.
Convendría al menos reconocer que su tarea és doble. O más
nos valdría, al detectar las ambigüedades que le son propias,
renunciar: al concepto de democracia burguesa y distinguir
entre lo que se desprende de la lógica democrática y lo que
se desprende de la lógica de la dominación; pues ésta sigue
ejerciéndose cuando la estructura simbólica de lo social se
t^ n balea, y sigue desarrollando sus consecuencias: el ■aca
paramiento del poder parte de grupos que subordinan
su ejercicio a los intereses de una clase, la segregacón de
hecho de esta clase en la sociedad, la representación de una
división entre superiores e inferiores basada en la naturaleza,
e incluso de la exclusión, en nombre de una idea del hom
bre universal, de cualquier categoría de oprimidos ■relegada
al rango de subhumanidad. Este es, en efecto, el- equívoco
del concepto que induce a pensar no sólo que la clase bur
guesa habría inventado la democracia, sino que sería fa Dueña
del proceso, y que se habría elaborado un sistema capaz de
funcionar sin -contratiempos, a favor de una coerción siem
pre más astuta y más amplia. Ahora bien, mejor sería decir
que esta clase, cuya form ación por lo demás ■es muy ante
rior a la de la democracia, sufre los efectos tanto como los
explota; que ésta supone la acción de los dominados, el peso
constante de sus reivindicaciones sobre los poseedores del po
der, así como las iniciativas de los grupos y de los individuos
que, sea -cual sea su campo de acción, sacude a las autori
dades, la legitimidad de las-normas, la valideZ de .los -cono
cimientos establecidos. ¿Cómo engendraría el proyecto de
dominación la representación de la diferencia? Se ejerce en
contra suya, lo. cual es -muy diferente. Tiende a afirmarse en
cada espacio institucional, es ■cierto; pero, mientras la dife
rencia ■se haga sentir y mientras se reconozca el lugar del
otro, la lógica de la democracia hace que el Poder, la Ley,
el Saber no puedan fundirse en. una organización. social de
hecho, presentarse como modelo universal, ni, simultánea
mente, consolidarse en -la forma de un Estado totalitario.
Reconocer lo que está en juego en la democracia nos
aleja del análisis de M^ x , pero es lo único que. nospenníte
209
concebir el totalitarismo. No se trata de rehabilitar prácticas
o instituciones particulares —por ejemplo, los partidos polí
ticos, o el parl^ e n to, tal como se define por su modo de
elección y de funcionanúento— o de fijar las garantías obje
tivas de un régimen democrático (no existen) contra un
poder autoritario, sino de que descubramos que la aventura
del stalinismo. —y, no nos cansaremos de repetirlo, y la del
leninismo— tenía como finalidad, más allá de la destrucción
de la democracia burguesa, la supresión de la diferencia que
da vida a la trama social —al menos en nuestra época, cuando
esta trama se desgarra de esa otra trama del mundo tejida
por los mitos y la religión.
Muchos son los que persisten. en no querer saber qué es
el totalitarismo, hasta en grupos que condenan el stalinis
mo y. el leninismo (pero no el maoísmo, recordémoslo). Este
concepto, tachado de escabroso, les haría perder el hilo de
la Historia. Prefieren, pues, imaginar una evolución deter
minada de la concentración del capital, o más bien, un re
fuerzo continuo del poder coercitivo inscrito en la naturaleza
del Estado centralizador. ¿No les valdría más, en lugar de
los preciosos esquemas elaborados a partir de Marx o bien
a partir de su inversión, pensar — ¡vaya esfuerzo!— a la vez
en la continuidad y la discontinuidad histórica? ¿No de
berían admitir — ¡qué peligro!— que la sociedad en que
vivimos está organizada de un modo muy distinto a la so
ciedad soviética y sus variantes: o también que no existe
sólo una diferencia de' régimen político, sino diferencia de
estructura, no sólo diferencia de grado en la opresión y la
explotación sino diferencia de naturaleza?
¡ Paciencia! Puesto que el problema del Poder, al pa
recer, se plantea actualmente en círculos cada vez más am
plios (evidentemente, sólo me refiero a círculos izquierdis
tas), el problema de la Ley acaparará pronto la atención, y,
de repente, quizás adviertan que e.xiste un nivel simbólico
de lo social (lo cual cada uno está, por lo demás, dispuesto
a aceptar núentras ello no le obligue a asumir consecuen
cias en el análisis de las sociedades actuales) y que hay que
replantearse el Poder en su articulación con la L ey.. .
210
do de ■mi propósito inicial? No, pues no podemos conce
biría más que en su vinculación con la ideología burguesa
—la que se produce al conjurar la indeterminatión propia
de la experiencia de la democracia_:_ y a condición de com
prender cómo, por una parte,. representa un hecho cumplido
y,' por. otra, se separa de ella. Ahora bien, hay que señalar
ante todo que este vínculo no aparece más que porque Marx
supo revelar el fenómeno ideológico. Esto, creo, debería hacer
que los críticos izquierdistas de fueran más cautelosos.
Es también en su obra donde descubrimos, si no una teoría
de la ideología —--él nunca la elaboró—, sí al menos el rei
terado e incesante intento (desde la Crítica de la filosofía
del derecho de Hegel hasta El Capital) de aclarar la fun
ción de un discurso social dominante que, ya vigente en la
práctica de la producción y del intercambio, así como en
la práctica política, en una elaboración cada vez más sutil
incluso en los sistemas filosóficos, sostiene una certidumbre
generalizada sobre la esencia de Ja Sociedad, de la Historia,
del Hombre, sobre la Naturaleza o sobre la Razón. Cuales
quiera que sean en este sentido las ambigüedades del pensa
miento de Marx (la menor de ellas no es la de dejar fluc-
tuante la distinción entre un discurso ideológico y un dis
curso creativo, como lo demuestra la doble apreciación de
Hegel), sigue instruyéndono.s;
En cierto sentido, la definición del discurso ideológico
como discurso de clase engañoso se aplica rigurosamente al
régimen soviético. La Burocracia oculta' su situación domi
nante, incluso con mayor eficacia que la burguesía, puesto
que no ap^ arece como una clase, ya que tras la fachada de
la dictadura del proletariado como tras de la colectiviza
ción de los medios de producción, disimula su función polí
tica v ,su función económica. También en cierto sentido el
análisis que, más allá del p^ eso de simulación, revelaba la
.división entre el mundo de las ideas y el mundo real y mos
traba que esta división social, sigue siendo pertinente. La
ideología totalitaria no puede entenderse únicamente como
mentira. Se alimenta de una ilusión que envuelve a los ^ L -
mos burócratas, que procede y es testigo de la imposibilidad
de abarcar y negar a la vez la sociedad. Así pues, la trascen
dencia de las ideas llega al paroxismo. El “comunismo", en
211
cua nto idea, resume en sí todas las determinaciones burgue
sas de lo universal. Y nos atreveríamos a afirmar que el
principio filosófico que, en la descripción de- Marx, no carac
terizaba más que un discurso particular, que pretendía al
canzar una elaboración -definitiva del ^ saber, pero de h ^ h o
escindido de Jos' demás discursos •—político, económico, jurí
dico—, se encuentra ahora, mediante el estatuto conferido a
la “ciencia maixista”, gobernando sobe!'anamente d proceso
ideológico. ■
Pero tan pronto como advertimos esta afinidad entre dos
tipos de ideología, topamos con su oposición. Pues la ideo
logía "burguesa se caracteriza por la dispersión de los discur
sos sociales dominantes. Cierto, cumplen una misma función,
pero se alimentan de núcleos- distintos; no- hay por qué sor
prenderse: se forman en función de la diferenciación de los
campos -de acción y de las relaciones que ya advertimos en
el examen de, la democracia. M arx, al fin y al cabo, ya la
había observado en la Ideología alemana: “Juristas, políticos
{hombres de Estado en general), moralistas, religiosos. Para
esta subdivisión ideológica, en una clase, autonomía de la
ocupación mediante la división del trabajo; cada uno con
sidera su oficio como el . verdadero.” Y comenta en otro
párrafo: “Cada uno exige que se le respete su mercancía,
puesto que su ocupación lo pone- en relación. con la univer
salidad.” Sólo en la mente de los marxistas primarios cabe
el hecho de que la burguesía- se define como; ««• discurso, un
encadenamiento de enunciados- coherentes al -servicio de una
representación del orden -b arurgués. Sólo -la representación de
los esquemas de argumentación explotados aquí y allá, la
de las figuras que representan el dominante y el dominado,
así como la- idealización de su '-relación, permite esbozar un
perfil general de la ideología. Recordemos 'aún una' cita de
Marx* esta vez-extraída de los Manuscritos del 44: “Es pro
pio de la naturaleza de la alienación —escribía— el que toda
esfera aplique una norma. -distí-nta y contraria porque cada
alienación es' una alienación determinada- del hombre y cada
una se aliena frente a la otral” :
■ Póco importa, repitámoslo, el marco de su interpretación.
Al-menos ha sabido descifrar con perspicacia no sólo- la di
versidad, . sino también' lós .antagonismos internos de la ideo-
logia burguesa. Ahora bien, eso es lo que origina su fuerza,
en la medida en que esta obra puede efectuarse lejos del
l ugar del poder, y lejos del lugar de explotación. Pero tam
bién lo que simultáne^ ente conforma su fragilidad, en la
medida en que es impotente para dar una respuesta global
a los problemas que se plantean a partir del desarrollo del
capitalismo, de las crisis y de las guerras y, más general
mente, de los conflictos específicos de la sociedad moderna
—sociedad histórica, continuamente enfrentada a los efectos
de la transformación de las técnicas y de los conocimien
tos, de las costumbres y de las rupturas entre generaciones.
En cuanto a esta ideología, que acompaña al totalitaris
mo, supone a la inversa que toda esfera aplica una única y
misma norma; nace del intento de reunir en un mismo dis
curso, de condensar en una misma representación los ele
mentos diseminados de la certidumbre burguesa. Unificación
y condensación que cambian la certidumbre, la vuelven in
destructible, “imperforable”, fuera de alcance de lo real. ¿Se
entiende, pues, por qué es de granito? U na operación de
este calibre reduce el proceso ideológico a un núcleo único,
tiende a hacer coincidir el discurso social dominante con el
discurso del poder, fenómeno que jamás hasta ahora se había
producido.
Pero aún nos equivocaríamos respecto de la naturaleza del
cambio si pensáramos que el Poder, o, mejor dicho, los hom
bres que lo detentan, se convierten en los amos de la ideo
logía. Significarla reducir de nuevo la ideología a una fun
ción instrumental. La verdad es más bien que el punto de
vista del poder del Estado tiende a fusionarse con el punto
de certidumbre sobre la esencia de la sociedad, que el Poder
se halla atrapado en la ideología mientras ésta se aferra a
su posición.
Ahora bien, ésta es la doble consecuencia de este hecho:
un discurso que, a partir de ahora, se expresará en términos
políticos, cualquiera que sea el terreno donde penetre, no
cesará de remitirse al polo de la dictadura del proletariado;
y un Poder que, desde ahora, se diluirá en un discurso ge
neral donde se enuncian la racionalidad, la legitimidad, la
evidencia natural del socialismo. Ya hemos designado la forma
social de este intercambio : el Partido —una élite del cono-
cuiento, un cuerpo ideal al que, por ejemplo, no afectan
sus miembros caídos en desgracia, humillados, casi aniquila
dos en los campos de concentración stalinistas, un aparato
activo, todopoderoso, que rige, bajo la dirección de un hom
bre o de un reducido número de hombres, la sociedad en
tera. De modo que debemos corregir la segunda analogía
que señalábamos entre la ideología burguesa y la ideología
totalitaria. Es ésta: la “trascendencia de las ideas1’ no se lleva
a cabo como en la otra. Se condensan las ideas en un dis
curso único, y éste ya. no se mantiene a distancia de la socie
dad a la que se supone que designa, se en^ carna en ella hasta
ignorar su estatuto de discurso; ya no dictamina la verdad
desde. arriba, como el discurso burgués, ya no es discurso
sobre lo social, sino. discurso social.
Así es como se fabrica el granito de la ideología..
este libro se terminó de imprimir
el 15 de abril de 1983
en los talleres gráficos victoria, s. a.
privada de Zaragoza 18 bis, méxico 3, d. f.
y se compuso en tipos baskerville de 8 y 10 puntos
se imprimieron tres mil ejemplares
y sobrantes para reposición
en papel ediciones crema de 60 gramos
de la fábrica de papel san juan
L ía e n o r m e u tilid a d de u n a a n to lo g ía com o la q u e
h a n e la b o r a d o V ílla g r á n y C a ssíg o li r e s id e e n p o n e r
de m a n if ie s to l a p r o d ig io s a m u ltip lic id a d de
s e n tid o s q u e h a a d q u ir id o la p a la b r a " id e o lo g ía ”
e n tr e m a r x i s t a s y n o m a r x i s t a s , p o r n o h a b e r
p o d id o s u p e r a r la d ic o to m ía a n te s s e ñ a la d a . E n e sto
se r e v e la n m u c h a s c o s a s , m u c h o s in te r e s e s , p e ro
s o b re to d o se r e v e la el p r e f u n d o d e s c o n o c im ie n to
qu.e la m a y o r ía de lo s t r a t a d i s t a s tie n e de la. obra. de
M a rx .
L u d o v ic o Silva