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ganzl912

la ideología
en los textos
arm ando cassígo li carlos v illa g rá n
prólogo de lu d ovico silva
I
MARCHA
EDITORES
Colección
CIENCIAS SOCIALES
ganzl912
p r im e r a e d ic ió n , 1982

© M ARCH A E D IT O R E S , S . A.
MEDICINA 56
M ÉXICO 20, D, r.

is b n 968-481-004-0

DERECHOS RESERVADOS C O N FO R M E A LA LEY


IM P R E S O Y H E C H O E N MEXICO
P R IN T E D A N D MADE IN M EX ICO' ■
ganzl912
ARMANDO C A SS1G O LI
CARLOS VILLAGRÁN
LA IDEOLOGÍA EN
SUS TEXTOS: ANTOLOGÍA
I
prefacio anti-ideológico de
LUDOVICO SILVA.

MARCHA
EDITORES
M ÉXICO
Agradecemos a las siguientes editoriales el generoso permiso que
nos concedieron para incluir en esta antología los textos que se men­
cionan a continuación: Editorial Losada, S. A., (Bacon: Novum
organum); Ed. Kier ÍHolbach, Ensayos sobre lar preocupaciones);
Ediciones Pueblos Unidos (Marx-Engels, La ideología alemana);
Cuadernos de Pasado y Presente (Bujarin, Teoría del materialismo
histórico) ; Ediciones de Cultura Popular (Yadov, La ideología como
forma de la actividad espiritual de la sociedad) ; Editorial Grijalbo
(Lukács, Historia y consciencia de clase); Juan Pablos Editor,
(Stamsci, El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce) ;
Ediciones Era (Korsch, Marxismo y filosofía).
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INDICE

PRÓLOGO PARA ESTU D IA N TES Y ESTUDIOSOS 7


P R E FA C IO A N TI-ID EO LÓ G ICO , PO R LUDOVICO SILVA
9

I, LOS PRECURSORES 21
Francis Bacon, Barón de Verulam , Vizconde
de St. Albans 28
Claude Adrien Helvetius 42
Paul Henri Dietrich, Barón de Holbach 47
Antoine Louis Claude Destutt de Tracy 56

IL E L M ARXISM O CLÁSICO 63
Karl M arx 73
Friedrich Engels 106

III, E L M A R X IS M O -L E N IN IS M O 135
Vladim ir Ilich Ulyanov 151
Nicolai I. Bujarin 163
V. A. Yadov 174

IV. E L H IS T O R IC IS M O M A RX ISTA lg i
G yorgy Lukács 212
Antonio Gramsci 233
Karl Korsch 257
\

I
)

*
PRÓLOGO
PARA ESTUDIANTES Y ESTUDIOSOS

Desde hace algún tiempo, el término ideología, con disr


tintas acepciones y connotaciones muy diversas, ha .invadido
los. discursos científicos —en especial los de las ciencias so­
ciales—, la literatura política e inclusive la difusión infor­
mativa.
Investigadores venidos desde. las niás distintas. especiali­
dades se han preocupado por el tema. Algunos, desde la filoso­
fía, la economía, la sociología, la psicología o la lingüística,
han indagado sus orígenes remotos;, otros se hari centrado en
la polémica de Napoleón Bonaparte con Destutt de Tracy;
muchos han restringido el problema a las obras clásicas de
Marx y Engels; hay quienes incluso han subsumido su campo
a la “sociología del conocimiento” ; existen también los que
reducen su campo, al área de la psicología y hasta encontra­
mos a quienes confunden el. concepto de ideología coíi ideario
político o religioso.’ ............. ........ ...........
El problema de la ideología, en. sus. más variadas confu­
siones e “ideologías”, es actualmente de gran importancia
para investigadores, académicos, estudiantes, estudiosos y
dirigentes políticos, pues replantea nada menos que los pro­
blemas del conocimiento . y su relación con la realidad, de
la teoría en relación con la materia.
Por lo anterior nació la idea de confeccionar esta cresto­
matía —antología auxiliar para la docencia— que, sin agotar
un tema de gran amplitud como éste, por lo menos intenta
introducir a las corrientes más- importantes de la problemáti­
ca, punto de partida para lecturas, investigaciones y estudios
ulteriores. No son otros .los. objetivos que nos hemos pro-,
puesto.
Corrientes muy. actuales como la francesa, checa, polaca,
alemana e italiana, por mencionar sólo algunas, han sido
apenas esbozadas.
Y en aras no de la brevedad sino de no caer en una ex­
tensión exagerada, tuvimos que dejar de lado a todos los

7
autores comprendidos en la “sociología del conocimiento” ;
a historiógrafos de la ideología como Horowitz, Cliford,
Naes y Lenk; a economistas como Joan Robinson, Lange,
Schumpeter y Meek; a Stalin y seguidores como Svertov; a
pensadores como Sartre y Gorz; a investigadores como Geiger,
Watkins, Tancier, Jakubowski, Mephan y Hirst. A unos los
omitimos por considerar que simplemente repetían a autores
anteriores, a otros —inclasificables— por cuanto simplemen­
te no aportaban nada fundamentalmente novedoso al proble­
ma de la ideología, y a unos menos por desarrollar el tema en
textos demasiado amplios. Nuestro problema fue más difícil
al eliminar que al recolectar. Es posible que hayamos come­
tido grandes “injusticias”, cosa insoslayable en cualquier an-
tología.
Inclusive al clasificar podemos haber cometido errores al
querer encasillar de manera demasiado estrecha a ciertos
autores que pueden ser ubicados en más de una corriente de
pensamiento. *
La creación y la publicación actuales sobre ideología, son
ingentes, no solo en Europa, Estados Unidos, América Latina,
sino en el mundo entero. Neomarxistas, semiotistas, estructu-
ral-funcionalistas y -teóricos del llamado “fin de las ideolo­
gías” acuden al tema privilegiándolo.
Nos hemos limitado a corrientes y autores que nos pare- 1
cieron fundamentales, revisando el escaso material que se |
dispone en nuestros medios y teniendo en cuenta la dificultad
de traducciones de idiomas poco accesibles.
Queremos manifestar nuestro agradecimiento al apoyo »
que hemos encontrado en la Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales y en el coordinador del Centro de Estudios* de la
Comunicación de la misma Facultad, doctor Carlos Quijano.
De igual modo reconocemos aquí la valiosa ayuda de Cynthia
Uribe y otros estudiantes en la confección de este trabajo.
Agradecemos al mismo tiempo las interesantes sugerencias y
aportaciones del profesor Juan Eduardo Esquivel.
Si este libro-antología incita a profundizar el tema, a es­
tudiar y replantear sus problemas, habrá cumplido el cometi­
do que se propusieron sus autores.
a . c? y c. v.

8
PREFACIO ANTI-IDEOLÓOICO

Resulta un poco extraño que se haya encomendado a un


poeta escribir el prefacio para una obra como ésta, tan per­
fectamente científica y, en apariencia, tan alejada de la poe­
sía. Pero tome el lector en broma lo anterior; en realidad,
yo soy un poeta que también se ha ocupado de escribir libros
de filosofía social, algunos de ellos sobre d tema específico del
concepto de ideología. Mas no quería dejar de mencionar la
condición poética, entre otras razones porque quienes me. han
invitado a escribir este prefacio, mis queridos amigos Carlos
Villagrán y Armando Cassígoli, son también, cada cual a su
modo, poetas. Además, está todavía por estudiarse en foima
sistemática cuál es el papel real y efectivo que cumplen la
4 poesía y el arte en general dentro de esa maraña filosófica
que es, históricamente, el concepto de ideología. Algo de esto
traté en un áddo libro titulado Anti-manual, cuyas ediciones
se agotaron rápidamente y que, por desgracia, no ha sido
reditado (ahora lo he enviado a México para probar for­
tuna). El arte y la literatura, ¿son lisa y llanamente “partes
* de la superestructura ideológica” , “reflejos de la estructura
material”, como dicen los manuales soviéticos? Para respon­
der a tonterías como ésas, que nada tienen que ver con Marx,
habría que escribir un bello libro, cuya primera proposición
*' debería ser: el arte, el verdadero arte, así como la verdadera
ciencia, no sólo no forman “parte” de la ideología, sino que
son profundamente anti-ideológtcos.
Sirva lo anterior como inquietante y heterodoxo comienzo
de unas palabras prológales que no pretenden añadir nada
sustancial al vasto contenido de esta investigación, pero que
sí tienen la evidente intención de sembrar de peligrosas pre­
guntas el ánimo del lector. Nunca he pensado que un prólogo
deba servir como simple resumen del contenido de un libro,
o de una mera exhortación a su -lectura. Un prólogo debe
entrar en complicidad con el libro al que antecede, para
hacer más imprescindible su lectura. Tenga en cuenta, ade­
más, el lector que aquí va a leer mis personales puntos de
vista, que muchas veces son distintos y contrapuestos a los

9
de la mayoría de los autores recogidos en esta antología. Es
un riesgo que sus autores han querido correr. Por lo demás,
en la antología, al final, figuro yo mismo, lo que me da
cierto derecho a expresarme de modo personal. Villagrán y
Cassígoli escogieron el capítulo final de mi libro La plus­
valía ideológica, donde diseño este concepto o “cpnstructo”
que tiene la pretensión de ser un aporte original al marxismo.
Por cierto que, con muy buen olfato, los autores lo coloca­
ron al final junto a un texto de mi amigo el poeta alemán
Hans Magnus Enzensberger, de cuyos textos teóricos obtuve
alguna inspiración para inventar el mencionado concepto.
Tal vez —no lo sé, en verdad:— habría sido más “pedagó­
gico” o didascálico incluir el capítulo inicial de mi libro
Teoría .y práctica de la ideología. Este libro, editado hace 1
años en México por Nuestro Tiempo, ha tenido un inespe­
rado éxito en sus sucesivas ediciones, y cuando fui a la
u n a m a comienzo de 1978 a- dictar una conferencia, pude
ver a muchísimos estudiantes con ese libro bajo el brazo. Su 1
primer capítulo es el sistemático dibujo de la teoría marxista
de la ideología; es decir, de lo que yo creo que es esa teoría,
que ha sido universalmente mal interpretada por toda clase
de marxistas, marxólogos y marxianos, para no hablar de los
“sociólogos” integrados a la ideología capitalista. Sin embar­
go, los autores de esta antología,- como buenos espíritus poér •
ticos, prefirieron un texto que, si bien más imperfecto, es
también más creador. En cierto modo, debo, tomarlo como
un reto para: escribir otra vez,. con mayores conocimientos y
formación, una formulación de- aquella intuición inicial de »
mi. primer libro teórico. ,
* * *

Hace- años,, preparé, en el Instituto de Filosofía de la


Universidad Central de Venezuela y. bajo la tutela del maes­
tro J. D. García Bacca, una gran antología de textos de
Marx y Engels sobre el problema de la ideología. Ese volu­
men ha corrido con muy mala suerte, hasta el punto de que
no se ha. podido publicar-todavía. Hace casi un. año lo
envié a México, pero los editores no me han- respondido
aún. E s, una lástima, porque habría podido servir como de
vasto prólogo a la antología que ahora presentan los profe-

10
sores Villagrán y Cassígoli, que no sólo contiene pasajes de
los clásicos del marxismo, sino de muchos autores más, que
van desde Bacon hasta Enzensberger. Digo que es una lásti:
ma, por las siguientes razones.
Siempre he sostenido la idea de que el núcleo conflictivo
de toda teoría de la ideología se encuentra en la teoría de
Marx, Paradójicamente,; esto es válido incluso para los que
hablaron o aludieron a ese concepto antes de M arx.. Los
pasajes de la teoría de los idola, de Francis Bacon, que se
suelen considerar como antecedentes, lo son porque los he­
mos visto a la luz de la teoría, de Marx. Prueba de esto es
que quien -primero mencionó a Bacon en este sentido fue
Karl Mannheim, en una lúcida nota al pie de su Ideología
y utopía, en 1929; y lo hizo para ilustrar la teoría de Marx
—o mejor dicho, lo que Mannheim creía que era la teoría dé
Marx, singularmente mal interpretada en ese libro (sobré
esto hay un ensayo en mi libro ya mencionado, Teoría y prác­
tica de la ideología). Todo esto tiene una razón de ser his­
tórica,: de la misma foT5h5^oTQ‘0‘ Marx"tuvo ”qüe enfrentarse
inicialmente a la pesada carga de la ideología alemana pa^a
desmitificarla, Bacon tomó para'si da gran tarea de adoptar
uha áctitúd destruios 'freritsf' a lv in m e p sa carga de.la ideo:
logia rtiedievah YJásLcaiño JJdfe^i'comó^óntrapariida, fuijdó
líC.iiueva ciencia experimental é inductiva —frente. ,tfl_dg^
áuctivismo puramente abstracto de , la Edad .Media—, l&fafx .
fundó .su teoría materialista de la historia, en oposición ^al
idealismo o ideplogismp dé Héggl y, sobre .todo,.de los neohe-
gelianos. Y así como Bacon, en su Novum Otganum, creó la
teoría de los ídolos, híarx creó' la teoría de la ideología; to­
mando este vocablo que en su época era ya de uso corriente
entre los filósofos. Por eso una vez sugerí la. idea de que, si
no hubiese existido ya el vocablo, “ideología” con el tinte
que le dio el emperador -Napoleón, seguramente Marx ha­
bría inventado una teoría de. la “ideología”, es decir, una
teoría de los ídolos; pues las “ideas” de la “ideología” (vo­
cablo hipcrfilosófico) no son tales ideas, y más se - parecen
a ídolos, o a “imágenes”, como se diría ^hablando de la carga
ideológica de las modernas comunicaciones.
También los. antecesores franceses del siglo, xvm deben
verse con la óptica de Marx. Holbach, Diderot y Helvetius
—sobre , todo este último— son a su, modo , los predecesores

11
de la teoría marxista de la ideología. Aunque sólo fuera en
nombre del sensualismo filosófico, estos autores llegaron a
formular claramente la necesidad de buscar las raíces mate­
riales de nuestras ideas. Es más: a ellos les interesaban no
todas las ideas, no todo el mundo espiritual, sino ciertas for­
maciones que ellos llamaron prejuicios, cuya misión era en­
torpecer el recto entendimiento de la realidad. El barón de
Holbach decía que “los prejuicios de los grandes son las leyes
de los pequeños”. ¿Se quiere una definición más clara de la
ideología de las clases dominantes? Y hay otras cosas curio­
sas, que aparecen si uno busca el artículo prejugé en la cele­
bérrima Enciclopedia; allí, los enciclopedistas (Diderot,
D’Alembert) recurren precisamente a Francis Bacon, a quien
llaman el padre de la teoría de los prejuicios. La palabra
“prejuicio” es particularmente nítida para diferenciar el
fetíSifleno que'después de M arx'se llamará ideológico, por­
que nos remite a una zona mental en la qué no se emiten
juicios claros y distintos, “ideas”, sino tan sólo eso que Ortega
llamaba “creencias”. De ahí a la consideración, que en mis
escritos he esbozado, de que la ideología tiene su lugar indi­
vidual en el preconsciente del hombre, no hay más que un
paso, que fue el que dio Marx. El genial Helvetius decía que
penser, c'est toujours sentir. Es lo mismo que decía Marx a
los ideólogos alemanes, cuandólés reprochaba no darse cuen­
ta de que tódSs 'SUsr “ideas” tenían una matriz sensible, con­
creta, material y alemana. Lo que pasaba es que “así como
los franceses t'ra'risformián sus ideas en sombreros, los ale­
manes transforman sus sombreros en ideas”, como decía Marx
en Miseria de la filosofía.
Y tuvo que ser el menos brillante, el más “cretinamente
burgués” (Marx dixit) de todos aquellos filósofos franceses
el que inventara la malhadada palabra; fue Dbstutt de Tracy,
quien figura en esta antología a título de pieza de museo^el
qué creó la palabra “ideología”. Para él ésta e ra '“ía ciencia
de las Jdeas”, una especie de “psicología ..científica” capaz
de estudiar laí-ideas en el cerebro dé l a .misma forma como
sé"estudia una planta en él invernadero. Suerte de conduc­
tiva ante litleram, Déstútt sólo pudo pasar a la historia-por
haber sido el jefe de unos renovadores universitarios'’ que se
enfrentaron a Napoleón: los llamados “ideólogos”. Y pa­
saron a la historia porque Napoleón, en un discurso ante el

12
Consejo de Estado en 1812, dijo estas palabras: “La ideolo­
gía, esa tenebrosa metafísica...” Aunque parezca mentira,
Napoleón Bonaparte fue el antecesor más directo de la teo­
ría mandsta de la ideología. Paradójicamente, el emperador
fue más revolucionario que aquellos “contestatarios” de la
universidad, porque señaló en ellos la inadecuación entre las
ideas y la historia real. Esta observación tiene que haber
sido recogida por M aix; de otro modo no se explica la for­
midable coincidencia con ella, patente en La ideología ale­
mana.
El tratamiento que le dio Marx, junto con Engels, en el
libro antes mencionado, fue totalmente creador; fue ni más
ni menos la creación de la teoría de la ideología, como sub­
conjunto dentro de la teoría general materialista de la histo­
ria. Por supuesto, no voy a entrar aquí en los detalles de la
teoría de Marx, que por lo demás el lector, encontrará debi­
damente expuesta por el propio Marx en esta antología.
Sólo haré hincapié en un hecho que se puede constatar em­
píricamente, a saber: todas las teorías modernas y contem­
poráneas de la ideología,"^pbFmuy disímiles que puedan ser,
hriancan de la teoría de Marx. Concretamente, se deriyan:
ele una cierta dicotomía que existe" en Marx con respecto a
éste" problema. Soy partidario dé considerar que, en el fondo,
no hay más qué"uria sola Formulación de Marx, un sentido
"ubiCo, que es el sentido estricto. Este sentido, como lo pude
comprobar numéricamente eñ mi antología aludida al co­
mienzo, constituye el 90 por ciento de los textos de Marx y
Engels. Pero no puede negarse la existencia de un 10 por cien­
to de textos en los que se formula ún sentido lato del término.
Por diversas razones —la más importante de las cuales, a mi
juicio, es el hecho de no haberse publicado el manuscrito de La
ideología alemana sino en 1932, ocho años después de la muer­
te de Lenin— el sentido lato ha prevalecido, con lo cual se-le
ha hecho un daño inmenso a la teoría marxista de la ideo­
logía, invalidándola prácticamente y reduciéndola a la famo­
sa, metafórica y vaga “superestructura”. En sentido lato, la
uña sociedad, la “conciencia social” de que habla Marx en
ideología es, sencillamente, todo el contenido espiritual de
su famoso Prólogo de 1859 a Zur Kritik der politischen
Oekonomie. Dentro de ese contenido espiritual amplio e in­

13
diferenciado, todo es ideológico,, tanto las representaciones
falsas como las verdaderas. En cambio, en el sentido estricto,
son ideológicas tan sólo las representaciones falsas, es decir,
aquéllas" que la propia sociedad ha producido con el fíri“ dfe
justificar y.ocultar* eh las cabezas de sus miembros, la situa­
ción de desigualdad y explotación que existe en la estructura"'
material de la sociedad. Por eso se ha llamado (fúé Engels
quien lo hizo, en una carta)~a“la ideología “conciencia falsa”,
expresión heg'eliana .que bien podría: matizarse con sfumature
ffeüdianás" tales como la preconciencia. Muchos autores han
tratado de definir lo que es esta conciencia falsa El que.
más recientemente he leído es un investigador hispano-pe-
ruano, vJosé Ignacio López Soria, quien en su libro El modo
de pro3üc¿Tári e'n~'¿l'Perú (Lima, 1977, p. 71) escribe: “Con-
ciencia falsa será aquella, que subjetivamente está justificada
en función. de la situación histórico-social pero que objetiva­
mente es., errónea en cuanto que no alcanza ni expresa ca­
balmente la esencia "de lá evolución histórica.” .
Mi posición personal es que la única teoría realmente
marxista es la que viene implícita en el sentido estricto' del
vocablo “ideología”. El sentido lato no sirve realmente de
nada, y no constituiría originalidad alguna por parte de Marx
el haberlo formulado. Si se puede hablar tranquilamente de
“contenido espiritual de la sociedad” o dé “conciencia social”
para designar todo el universo de las representaciones que
se hace el hombre de sí mismo y de su sociedad, ¿para qué
Afamar, a eso “ideología” ? El concepto sólo cobra vigor ,y
utilidad científica cuando sirve para, designar una región es­
pecifica de ese contenido" espiritual, que es la de Jas repre-
’sentáció'ñes falsas y justificadoras destinadas a apoyar»espiri-
tualmente el orden -material existente.' E s' lo que llamó
plusvalía ideólégicaf aunque esté ’c'óhcépfc» tiene otros matices
que podrá consultar el lector én la presente antología.
La mayoría de los autores, empezando por Lenin, han
optado por el sentido lato. Lo más que han hecho ha sido
especificarlo un poco diciendo que la ideología es una mani­
festación de las clases sociales; así, habría una “ideología
burguesa” y una “ideología revolucionaría” o “proletaria”.
Pero esto equivale a descaractérizar el concepto da- Marx.
¿No es preferible hablar de una ideología del modo de pro­
ducción capitalista (o cualquier otro sistema basado en la

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explotación), perteneciente por igual a burgueses y proleta­
rios? Por el sólo hecho de .pertenecer a una clase, el prole-
tririo ño~W a tener "un modo específico de representarse el
mundo; lo má3 probable es’ que viva dentro de la ideología
filial del sistema, como bien , lo ha indicado Marcuse; y ¿n
«fio de reaccionar conscientemente contra esa ideología im­
puesta, aflorará en él lo que Marx llamaba' “conciencia de
i"liar” , que es precisamente él opuesto dialéctico dé la “ideo­
logía”.
La enorme utilidad de una antología como la que han
elaborado Villagrán y Cassígoli reside en poner de manifiesto
la prodigiosa multiplicidad de sentidos que ha adquirido la
palabra “ideología” entre marxistas:y no marxistas,: por no
lubcr podido superar la dicotomía antes señalada. En esto se
ir velan muchas cosas, muchos intereses, pero sobre todo se re­
vela el profundo desconocimiento que la mayoría de los tra­
tadistas tiene dé la obra de Marx. Bastaría leer primera La
ideología alemana y pasar, luego a El capital, para compro-
Imr cómo fue siempre fiel "Marx al sentido estricto de la ideo­
logía. Uno de los pocos autores qué ha comprendido esto es
Mnximilien Rubel, en su maixológica edición francesa de
lux obras económicas de Marx. Allí puede rastrearse la evo­
lución del concepto de ideología en. El capital, independien­
temente de. que se mencione o no explícitamente el vocablo.
I ¡ualquier ojo adiestrado en la lectura de Marx puede
«divinar la presencia constante_de la, división entre estructura
social {StrufcxrY 'i “formas ele aparición” (ErscKéinungsfor­
inen) de esa estructural Li. plusvalía está en la estructura so-
rinl, penTfcS "aparece” como garcainmi.Es.decir, la ganancia
rs"*)a forma ideológicaáz la plusvalía,.la forma que.sirve al
capitalista para engañarse a sí mismo y engañar-a los demás
i on el cuento de qué el dinero produce dinero espontánea-
monte, milagrosamente, como por tina propiedad suya . mate­
rial do reproducirse. Y es que el dinero, que ideológicamente
un aparece como una ñora, es en su estructura uná'relación
tocia! de producción.- La mercancía, que en su. estructura
íuliiua es trabajo, se aparece 13éol5gicamente como “ valor-”i
«ni valor que pareciera pértenecerle á la mercancía por sus
meras cualidades materiales. Y . así sucesivamente.
l’.n casi todos los autores es siempre posible encontrar
mi nllthft de verdad. Pero, para mi gusto, son realmente pocos

15
los que dan con el centro de la idea de Marx. Entre los relati­
vistas, Mannheim acertó en algunas cosas, sobre todo en la
contraposición de ideología y utopía (en el sentido de utopía
concreta); pero desvirtuó totalmente la tesis oiiginal de
Marx, tal vez porque cuando publicó su libro (1929) aún
no se conocía La ideología alemana. Los estructural-funcio-
nalistas, como. Merton y Parsons, construyen úna teoría ad
hoc para justificar su “sistema social” ; o dicho de otra ma­
nera, hacen una formulación ideológica de la ideología. Los
marxistas-leninistas, en su afán apologético y catequístico, no
sólo se aferran a la metafórica y vaga “superestructura ideo­
lógica” y a la infeliz noción de la ideología como “reflejo”,
sino que, lisa y llanamente, convierten en sus manuales toda
la ciencia de M arx en un pura ideología, un catecismo “ma­
terialista dialéctico”. Entre los estructuralistas, un Poúlan-
tzas o un Althusser han hecho importantes contribuciones,
pero todas dominadas por lo que una vez llamé “el morbo
althusseriano”, a saber: la pretensión de conciliar el sentido
lato y el estricto del concepto. Para Althusser la ideología es
ciertamente una conciencia falsa, una inconciencia; pero tam­
bién para Althusser en una sociedad comunista desarrollada
“no puede no haber ideología”. Uno se pregunta: si la ideo­
logía es una foimación propia de las sociedades de explota­
ción de una clase, por otra, cuando desaparezcan las clases
¿qué papel puede desempeñar la ideología? ¿Tendrá alguna
justificación histórica su existencia? El contenido espiritual
dé la sociedad, ¿necesitará de representaciones falsas para
ocultar y justificar una situación material de explotación? Por
supuesto, no pienso que en ninguna sociedad, por más que
sé tratase de la “fase, superior del comunismo”, dejará de
h^aber“ r^ré'séntaciones falsas.. Pero á afirmo que en una
sociedad realmente comunista esas representaciones no cons­
tituirán un Poder en él mismo sentido en que lo constituyen
en las sociedades actuales, del Este y del Oeste.^Precisamente
el" desarrollo extraordinario de la conciencia impedirá esa
“alienación universal” [állseitige Entausscrung) de que ha­
blaba Marx en sus Grundrisse.
Igual podría decirse de los semiotistas, y de algunos “freu-
do-mairxistas”, si hacemos la gloriosa excepción del genial
Wilhelm Reich, quien profundizó de una manera extraordi­
naria en el concepto marxista de conciencia y, ayudándose de

16
tUM hiidar. interpretación del instrumental freudiano, elaboró
Uhn íiiric tic ideas que bien podrían haber tenido en cuenta
ll* niiwhicionarios de todo el.mundo, para no caer en tantas
¡HutnuÜCCiones con su pfopia conducta revolucionaria. Pero
ft Ksl'llí lo guiaba sobre todo una formidable intuición. En
ftiitiliin, a los representantes de la Escuela de Frankfurt
ti»or!ft critica de la sociedad o pensamiento negativo—
Im guió mi profundo y sereno estudio de la obra de Marx.
IW # n filósofos como Máróuse,. Adorno y (Hórkt>eimer'son
tiiileni l, ¡i ini juicio, se han'acercado más a Iá elaboración y
del concepto marxista estricto de ideología. En
K1 hombre unidimensional o en Dialéctica del Iluminismo el
i*oji4rptu de ideología está manejado exclusiva y rigurosa-
lilllilr en esc sentido estricto de que he Hablado, En cuánto
fc Ion liistoricistas marxistas,' cuyo paradigma es Lukács, a
tic sus brillantes atisbos y desarrollos, caen en lo que
rnyfi el primer Lukács: en proposiciones tales como que la
'•lítiinción objetiva” del proletariado crea la “necesidad ob­
lativa” de una “ideología revolucionaria". Esta proposición
llcilr la ventaja de combatir el malhadado “voluntarismo”,
tlt* ciertos partidos comunistas, pero cae en el más rancio:
hogrlianismo, al dejar a la Historia, y no a los hombres que
la hacen, la tarea de crear la conciencia revolucionaria. Por lo
iImiiÓs, siguen la idea leninista de que puede haber una
"hlmlogía revolucionaria”, expresión que, para mi gusto,
r» una eontradictio in adjecto, .
Luego figuran los representantes del llamado “fin de las.
Mitologías”, que forman una fauna bastante ambigua, pero
qur ha gozado de cierto renombre publicitario. Ciertamente,'
turna muy bonito proclamar apocalípticamente el fin de las
Itlmilogins, y hacerlo en nombre de la ciencia. Parecería algo
mi como una profecía de Marx. Pero lamentablemente, estos
UnlnriM, ruando dicen “el fin de la ideología” lo que quieren
ilm'lr rn “el fin del marxismo” . Esta observación la hizo hace
nfti» rl norteamericano Michael Harrington en uno de sus
vnlirtilri ensayos. El “fin de las ideologías”_nq pasa de_ ser,
[iiivUmnrnte, una ideología más, Tanto Raymond Aron como
Rtlwnnl Shils y Daniel Bell no son más que unos vergonzan­
te* antimarxistas. ¡Si tan sólo se ocuparan de refutar a
Marxl IVro no, su plato favorito es el “marxismo” en sus
ilUlintn* versiones contemporáneas. Y se presentan como los

17
redentores científicos y tecnológicos de una humanidad lar­
gamente dominada por religiones y política. Lo que los hace
ideológicos es justamente el ignorar que sus proposiciones
están al servicio del sistema político-económico que mayor
carga ideológica h a tenido en toda la historia. Decretar, en
nombre del capitalismo, el fin de las ideologías, es algo así
como decretar la desaparición del Himalaya.
La antología se cierra con el texto mío antes citado y
con un bello y penetrante ensayo de Hans Magnus Enzens-
berger titulado La manipulación industrial de las conciencias.
Recomiendo vivamente al lector este ensayo, porque en él
se condensan toda la sabia herencia de la Escuela de Frank-
furt y una cuidadosa lectura de Marx. Una lectura creadora,
que usa del instrumento marxista para analizar fenómenos que
rjp "conoció y ápenas previo Marx, tales como la industria
de la conciencia, que Adorno y Horkheimer llamaban indus-.
tria cultural y que yo prefiero llamar industria ideológica.
Pues se han producido numerosos y penetrantes estudios
—como los de Vanee Packard— sobre la “manipulación de
las profundidades”, pero casi nunca se ha dicho que esa
manipulación es la forma específica contemporánea en que
actúa la ideología.
. ' ■*■**

Debo ya finalizar. Tan sólo he tratado de incitar al lec­


tor corriente y al especializado a. entregarse al estudio, de
esta antología, pues en ella se discute el principal problema
de la conciencia del hombre contemporáneo. Sus autores,
Carlos Villagrán y Armando Cassígoli, son unos profesores
chilenos que la mueca fascista ha obligado al exilio, y que
la Universidad Nacional Autónoma de México ha acogido
en un gesto muy mexicano y niuy digno. Ellos están en el
Centro de Estudios de la Comunicación, y como buenos in­
vestigadores, se dieron cuenta rápidamente de que la prin­
cipal tarea de un Centro semejante es estudiar a fondo el
problema de la ideología.
El lector deberá excusar el tono bastante personal que
he querido imprimirle a este Prefacio antiideológicó. Pero
sólo a través del individuo se llega al universo. ,No importa
silos lectores se muestran en desacuerdo con mi tono y mis

18
proposiciones: lo importante es que, irritados, se lancen a la
¡H’tura de este libro. Mi única defensa es el verso de Rim-
lum d:

l'l j’ai vu quclquefois ce que Vhommc a cru voir!

LUDO VICO SILVA


Universidad Central de Venezuela

19
I. LOS PRECURSORES
El quae volumus, ea credimus liberanter escrito por el
emperador romano Julio César; aquello de que ‘lo que es
verdad a un lado de los Pirineos, es error del otro lado” que
expresó Blas Pascal; eso de que “a menudo entre el palacio
y la plaza pública hay una niebla tan densa y un muro tan
grueso que no pueden ser penetrados por los ojos de los
hombres. Tanto sabe el pueblo de lo que hace quien gobierna y
de las razones por qué lo hace, como de las cosas de la In ­
dia”, que publicara el contemporáneo de Macchiavelli, Fran­
cesco Guicciardini; la teoría de los idola de Francis Bacon,
conde de Varulam, o la teoría de los prejuicios de un Hol-
bach o un Helvetius, expresan similares observaciones acerca
de las relaciones entre el conocimiento y la realidad. Estas
distintas visiones de lo real que tienen los hombres ubicados
en diversos contextos políticos, económicos y sociales, evi­
dencian el problema de la determinación social de las ideas.
Sin embargo, el término ideología, que podría aplicarse a
las precedentes opiniones y teorías, emana recién de la re-,
volución francesa y con una connotación, en su autor, muy
diferente.
Quien acuña prácticamente el vocablo es el conde L.ouis
Claude Ántoine Destutt de T ra ty (1754-1836) en su obra
Élcinents d’idéologie publicada en París en 1801, en donde
teoriza acerca del origen y formación de las ideas, expresan­
do que está nueva disciplina —la ideología— es una parte
de la zoología y emana de lasi investigaciones de John Locke
y CondiílaC.
Los ideólogos, o discípulos de Destutt de Tracy, se ubi­
caron fundamentalmente en el Instituí National y su núme­
ro fue tan crecido, que en la Asamblea de los Quinientos
tuvieron casi doscientos diputados. Su intención era influir
en la vida política a través de la educación. ~~ "
De esta suerte, “la ideología no posee solamente impor­
tancia teórica, sino cfiIe7_desd'e~úri'‘piihrcipio~tÍeh'eJ3m“ 'agñí-
íicaSb "^práctico, pues' únicamente ella ofrece uná' sólida base
n ¿ s ciencias políticas, morales, y ' 'pe¡dag5gtcasT Lo mismo
qué el 'conocimiento de' la n a m ra ¡e ^ a ^ ’dél''hqmbre^la''Téo:'
ifu dé' la" educación, la economía y la ciencia del Estado

23
necesitan de la ideología, que investiga cómo se origina, se
forma y desarrolla la expresión de las ideas mediante el
lenguaje’’.1,
La ciencia del hombre que pensaba constituir Destutt de
Tracy a-partir de sus Élémehts debía constituir la base para
nada menos que la vida política y económica de la Francia
revolucionaria: o por lo menos heredera de la mejor tradi­
ción de la revolución francesa. Esto no hubiera importado
si lo expuesto por Destutt hubiese quedado simplemente en
el plano doxístico, de mera opinión. Pero los “ideólogos”
tenían además fuerza política para llevar a cabo sus doctrinas
en el plano de la actividad práctica.
Lo anterior llevó a los ideólogos a “un inevitable conflic­
to con Bonaparte, quien sacrificaba la libertad política a sus
tendencias autocráticas, despóticas e imperialistas”.2 Y el
conflicto estalló en 1803 cuando Napoleón hizo cerrar la
cátfedra de Giencias Morales y Políticas del Institut National,
al que una vez él mismo se preciara de pertenecer, y en
donde se concentraba parte importante de los ideólogos. El
23 de enero de 1803, Napoleón creó una tradición que subsis­
te hasta nuestros días: lo primero^ que hacen las dictaduras
ep cuanto a lo académicoTés''tratar de acabar con las cien­
cias sociales.
La fe que los “ideólogos” , tenían eri la razón era un peli­
gro para "esa Francia de la Restauración, que estaba más
cerca de la tierra del Imperio de San Luis Rey, que de Ro-
bespíerre. ■
En boca de Napoleón Bonaparte, de Chateaubriand,3 y

1 Hans Barth, Verdad e ideología, México, f c e , 1951, p* 11.


• 3 Jbid.
S1 Franfois Rene, vizconde de Chateaubriand. Nació en Saint Malo,
Francia, en 1768. Soldado, escritor y diplomático; en 1791 visita
los Estados Unidos- de América. De regreso a Europa lucha en
Thicnvilíe al lado de los realistas en contra de la revolución, resul­
tando herido. En 1799, publica en Inglaterra su primera obra
Bssdi sur les rívolutions en la que adopta una postura 'intermedia
entre la:, monarquía y la. revolución. Posteriormente reniega de su
obra y, regresa a Francia en 1800. En 1801 publica Atala; Reni,
.1802».y Les Natchez, 1826; todos relatos descriptivos impregnados de
un elevado rom,-unicismo. L a mayoría de sus relatos. estaban influidos
por su estancia en América. Sus obras pasaron a la historia de la
literatura como de las más representativas del género romántico. En

24
más tarde en De Bonald, el término ideología adquiere una
cOTnotacióñ' peyorativa, "casi análoga a la del término revo­
lución.' ■ ■
Para los tres nombrados,, revolución era “crimen” en Eu­
ropa, y“ los ideólogos, los portadores de ese crimen, de esa
“tenebrosa metafísica”, opuesta a los valores de la iglesia
católica a la que pertenecen Napoleón, Chateaubriand y De
Boñáldj en una linea directa en Francia que, pasando por
Maurras, desemboca en el obispo Lefebvre.
El uso peyorativo del término o su interpretación técnica
neutral se han dado a través de la historia según sea, la rela­
ción política del autor frente a la revolución francesa. Con
respecto a la línea italiana, no peyorativa del concepto des-
tuttiano de ideología, Barth* señala a los siguientes: Pásquale
Gallupi (Elementi di filosofía, 1820), para el cual la' ideolo­
gía era “la^oencíalfél ÓngeiL.y de Iá generación de las ideas"-
GfiíjV (I d e o lo g ía 1822) ; d’Aquisto (Trattato d’ideología,
1858).-En España, asilo empleó Jaime Balmes en su Füosofia
fundamental. Y en Inglaterra Jeremy Bentham en una carta
fechada en mayo de 1802 citada por Naess.5 El uso peyora­
tivo, por su parte, como ya vimos, emana de Napoleón, pasa
por tóelo’el pensamiento reaccionario francés y parádójícamen-
teÜíarsc y'Engels retoman el sentido “peyorativo” del término
corno “falsa conciencia”, como determinación clasista de las.
ideas: las ideas dominantes son las ideas dé la clase domi­
nante.
’ Sin embargo, de Napoleón, los fundadores del materia-
su Génie du christianisme (1802), defendió el catolicismo, dejando
una honda huella en las letras francesas.. De regreso del Oriente M e­
dio (1806) publica en Francia, Les maHyrs (1809 }.• Inspirado en la
caída de Napoleón Bonaparte escribe De Bonaparte et des Boúrbons,
especie de opúsculo del que Luis X V afirmó que Había 'prestado a
la causa realista la ayuda de un ejército entejo. Después de haber
desempeñado los cargos de embajador, en Inglatena (1828) y mi­
nistro de asuntos exteriores (1823-1824), se retira a la vida privada
donde escribe sus M imoires d’outretombe, la cual vio la luz después
de su muerte (1848). Chateaubriand estuvo influido por J. ' J.
Rousseau y por el enciclopedismo.- Su obía literaria influye ’ en el
exotismo poético de la prosa francesa subsiguiente.
‘ Ibii-
5 Ame Naess, Historia ¿el término ideología desde Destutt de
Tracy hasta Kart Marx (en I. L* Horowitz, fíistoriá y' elementos de
la sociología del conocimiento, Buenos Aires, í?aidós).

25
lismo histórico solamente toman lo que hemos denominado
el sentido “peyorativo” del término. La base critica emana,
en primera instancia, de Francis Bacon y su teoría de los
idola, y en segundo término, pero de manera más directa, de
la crítica a los prejuicios, realizada por los filósofos materia­
listas franceses del siglo xvm Helvetius y Holbach.
Francis Bacon, cuya obra se desarrolla a fines del siglo
xvi y a comienzos del x v ii , fue fundamentalmente un político,
un hombre de estado que incursionó también en los campos
de Iá ciencia y del conocimiento científico, motivos que se
encuentran en casi toda su obra, incluyendo la Nueva Attán-
tida, utopía que lo emparienta con Campanella y Moro.
El 'empirismo baconiano y el racionalismo cartesiano, por
otra parte, fueron las dos escuelas de pensamiento que, con­
jugadas, expresaron las necesidades de la burguesía en as­
censo que necesitó de una nueva metodología para cimentar
su expansión. Ambos fueron parte de un mismo proceso de
lucha antiescolástica, dé repudio a la metodologia caracte­
rística del feudalismo. Bacon encarna esa ciencia empírica
que finalmente desembocó en la revolución industrial de
fines del siglo venidero.
La crítica de los 'idolaes la primera sistematización de
las “nociones falsas que han invadido la humana inteligencia”
y que impiden o dificultan el conocimiento verdadero: edu­
cación, lecturas, lenguaje, tradición, sistemas filosóficos, etc.
En otros términos, la crítica de los idola es el antecedente más
fundamental de lo que a partir de Marx llamaremos la
ideología: lajnfluencia, la relación entre el pensamiento y el
entorno social, entre historia, sociedad e ideas, e n t^ clase
ídc5r"y "conocimiento, entre teoría y praxis.
Sin embargo, es a partir de la crítica social de los mate-
jrialistas franceses del siglo xvur, Helvetius y Holbach, del
análisis de los prejuicios, de los juicios previos a todo conoci:
inientb introducidos fundamentalmente por la iglesia en J a
mente de los hombres para seguirlos dominando, que se va
desarrollando el concepto de ideología o falsa conciencia
desarrollados más tarde por Marx y Engels.
Para Helvetius, son las pasiones, la ignorancia y el abuso
de las palabras los que originan en nosotros nuestros juicios
falsos y errores.

26
^ ; ; f - * t { j

r/ ■ ■ ■■ : C.^
Para Holbach, la fuente_ del error debe buscarse, en ...el
.fanatísinOj en los juicios precipitados, los prejuicios, la su­
perstición, los hábitps maquinales, diseminados pór los minis­
tros de la religión, que “han jurado, un odio eterno a la ra­
zón,’ a la ciencia, y a la verdad”.
Todo lo anterior es recogido luego por Marx que, a pesar
de conocer la obra de Destutt de Tracy (varias veces citada
en El capital) desdeña la noción destuttiana de ideología y
usa el concepto en un sentido que viene de Bacon a los mate­
rialistas franceses del siglo xvni.
Para ellos, a los juicios que debiéramos obtener por la
razón o la experiencia, oponemos juicios previos a la razón
o la experiencia; los juicios previos o prejuicios que la socie­
dad nos inculca expre san los íntere ses de los grupos podero-
sosTde la sociedad, entre otros de los ministros de la religión,
qué inás tarde el marxismo englobará dentro de la clase
dominante.
De hecho tanto Holbach como Helvetius plantean los
aspectos axiológicos de la ciencia y el conocimiento, y por
lo tanto la inexistencia de un saber neutral, al que por otra
parte aspiran. Su crítica a los prejuicios, esos modernos idóla,
los convierte en precursores de la teoría de la ideología que
más tarde elaboran los fundadores del materialismo histórico,
teoría de la ideología que no ha dejado de estar presente en
toda la historia del pensamiento posterior sobre la ideología
o sobre la “sociología del conocimiento”.
A.C.

'V

27
FRANCIS BACONj BARON DE VERULAMj VIZCONDE
DE ST. ALBANS

Nació en Londres el 22 de enero de 1561 y murió en su


tierra natal el 9 de abril de 1626.
Abogado, cortesano, hombre de estado, filósofo y maes­
tro de la lengua inglesa, asiste al Trinity College de Cam­
bridge y se recibe de abogado en 1582. Luego ingresa al Par­
lamento en 1584. Bajo el patrocinio de Robert Devereux,
conde de Essex, favorito de la reina Isabel, llega a ser conse­
jero real. Más tarde en 1602 acusa a Essex de traidor.
En 1603 sube al trono Jacobo I. A través de sucesivos
manejos cortesanos es nombrado Lord, Canciller y conde de
Vcrulam. En 1620 obtiene el título de vizconde de St. Albans.
Sin embargo, en 1621 se inicia un juicio contra él por so­
borno y es condenado. Termina sus días escribiendo sus más
importantes obras.
Padre del empirismo inglés, considera que las ciencias
naturales son la verdadera ciencia, así como que la física
experimental es la disciplina más importante de la.s ciencias
naturales. Elevando como primados del conocimiento a los
sentidos, sostiene que éstos son infalibles y qué el conoci­
miento científico se basa en la experiencia. Sólo al aplicar
vrTyñétodo racional a lo dado por los sentidos 'es' que sé
podrá obtener el conocimiento. Igualmente señala que la
inducción,-el'análisis, la comparación, la observación y la ex­
perimentación son las condiciones fundamentales del método
racional.
Su insistencia en el método inductivo — reacción en contra
del abuso de la deducción escolástica— a través de sus reglas
o " tablas de presencia, ausencia y grados", lo sitúan, junto a
Galileo Galilei (1564-1642), entre los representantes más va­
liosos del pensamiento de la burguesía renacentista que ve en
la técnica una posibilidad efectiva para el desarrollo de la
sociedad. Lo anterior es planteado en su utopia Nueva Atlán-
tida en donde describe lo que más tarde será la Royal So-
ciety.

28
Su Novum Organum es una revisión del “Organon” aris'-
tótélico y'una. 'polémica en contra del estagirita. Sus juicios
ántidfistátélicos van dirigidos fundamentalmente contra Santo
‘FdriL'ás de Aquino (que dristotelizó al cristianismo o cristiani-
ztí-el^drut'ótelisTnoJ y que representaba la culminación del
sistema^ escplástic o de la época feudal. Los textos que a con­
tinuación publicamos, extraídos del Novum Organum, se re­
fieren a la teoría de los ídolos (idola) \ nociones falsas que
han invadido la Humana inteligencia1>limitando su capacidad,
de lograr la verdad. En otros términos,, la relación de .la
realidad social con el cono cimiento que es, latamente, el pro-,
bléma de la ideología. .
Obras:
N ovum organum, Buenos Aires, Losada, 1949 (la. ed. inglesa: Novum
organvm scientiarum, 1609).
Nueva Atlántida, México, Fondo de' Cultura Económica, en Las uto­
pias del Renacimiento (la. ed. inglesa: New Atlantis, 1627 - pos­
terior).

NOVUM ORGANUM*- •

xsxviii. . . .

I^os ídolos y nociones falsas que están en posesión del en-


tend^ienfo'^uiálinó' y .' hondamente .afirmados en él, no
solamente lo llenan de tal modo que es difícil abrir paso a
la verdad, sino que aún después de haber cedido el paso
hacia ella, se pondrán delante otra vei y le servirán de estor­
bó én la renovación misma de las ciencias, a menos que el
hombre,'" advertido contra ellos, se. haga tan fuerte como
le sea posible.

xxxix

Cuatro son las clases de ídolos que tienen .posesión .del


entendimiento humano. Para mejor distinguirlas les he pues-
fó'nombré: a la primera, ídolos de la tribu [Ídolo tribus) ;
a la segunda, ídolos de la.A verna..(idola' specusj; a l a tér-
* Fmncis Bacon¿.Novum organum, Buenos Aires, Losada,. 1949.

29
cera, ídolos,, del foro (idola fori), y a la cuarta, ídolos
del.teatro {idola theatri),

xl

' La formación de nociones y axiomas por medio de una


inducción legítima es seguramente el medio apropiado para
apartar y alejar los ídolos; sin embargo, es también de gran
provecho indicar estos ídolos, pues la doctrina de los ídolos
es, respecto a la interpretación de la naturaleza, lo que la
doctrina de los elencos sofísticos respecto a la dialéctica
vulgar.

xli

Los ídolos de la tribu tienen su fundamento en. la mis­


ma naturaleza humana, y en la tribu o estirpe 'misma de
los hombres, pues se afirma erróneamente que los sentidos
del hombre son la medida' de las cosas; más bien al contra­
rio, todas las percepciones tanto de los sentidos como de la
mente, están en analogía con el hombre, no con el universo.
El entendimiento humano es como un espejo desigual res­
pecto a los rayos de los objetos y mezcla su propia natura­
leza con la de aquéllos, contrahaciéndola y deformándola.

xlii «

Los ídolos de la caverna son los del hombre individual,


pues cada hombre tiene (además de las aberraciones comu­
nes a la naturaleza humana en general) un antro o caverna
individual donde se quiebra y desbarata la luz de la natu­
raleza: o por el temperamento propio y singular de cada
uno, o por la educación y comercio con otros, o a consecuen­
cia de la lectura de libros o de la autoridad de aquellos que
cada uno respeta y admira, o motivado por la diversidad de
impresiones, según que. éstas tropiecen con un espíritu pre­
dispuesto y dominado por las preocupaciones o con un es­
píritu ecuánime y reposado, o cosas por el estilo. De modo

30
que el espíritu humano (tal como se dispone en cada uno
de los hombres), es una cosa variable, sujeta a toda clase de
perturbaciones y casi a merced del momento. Por eso dijo
con razón Heráclito que los hombres buscan las ciencias en
sus mundos menores privados y no en el Mundo mayor y
.universal.

xliii

Hay también otros ídolos provenientes, por decirlo así,


del pacto y asociación del género humano entre sí, a los
cuales llamo yo ídolos del joro a causa del comercio y con­
sorcio de los hombres. Ahora bien, los hombres se asocian
mediante la palabra, y como las palabras están' impuestas
según la concepción del vulgo, de ahí que esta falsa e impro­
pia imposición de las palabras viene a destruir de mil ma­
neras el entendimiento, y las definiciones y explicaciones,
con las que los sabios acostumbran a veces a defenderse y
resguardarse, no vuelven las cosas a su lugar, ni mucho
menos. Ahora bien, las palabras fuerzan el entendimiento
y lo perturban todo, y llevan por ende a los hombres a mil
controversias, y fantasías sin contenido alguno.

xliv
Hay, en fin, ídolos que han inmigrado en el espíritu de
los hombres partiendo de diversos dogmas filosóficos y
tic malas reglas de demostración a los cuales llamo yo ídolos
del teatro, porque creo que todos los sistemas filosóficos "in­
ventados y propagados hasta ahora son otras tantas comedias
n impuestas y representadas que contienen mundos ficticios
y teatrales. Y no hablo solamente de los sistemas hoy en
Imgrt ni de los sistemas y sectas antiguos, pues fábulas por el
estilo pueden todavía componerse y producirse en gran nú­
mero, dado que errores muy diversos pueden proceder, no
'tintante, de causas casi comunes. Por otra parte -con esto
II" tnc refiero solamente a sistemas universales sino también
a numerosos principios y axiomas de las ciencias que han
venido a prevalecer gracias a la tradición, la credulidad y la

31
negligencia. Pero de cada una-de estas clases de ídolos tene­
mos que hablar más detenida y explícitamente para que el
espíritu humano esté prevenido.

xlv

El espíritu humano, por su modo mismo de ser, tiende


a suponer en las cosas un orden y uniformidad mayor que el
que encuentra en ellas realmente; y mientras que la natura­
leza presenta muchas cosas monádicas y llenas de dispari­
dades, aquél forja para ellas cosas paralelas, correspondientes
y relacionadas entre sí que no existen. De ahí el error de
que ”los cuerpos celestes todos, se mueven en círculos per­
fectos”, rechazando por entero (excepto en el nombre) líneas
espirales y sinuosas (draconibus). De ahí también el elemento
del fuego con su órbita introducido para completar el cua-
temio con los otros tres elementos que. están al alcance de
los sentidos. De ahí también el atribuir arbitrariamente a los
llamados elementos una proporción creciente décuple, en su
densidad respectiva; y otros, sueños por el estilo, pues esta
inanidad es la que predomina no sólo en las proposiciones
dogmáticas sino también en las nociones simples.

xlvi

El entendimiento huinano una vez que ha dado su con­


formidad a algo (ya por ser opinión aceptada y admitida,
ya porque le resulta grato), trata de arrastrar el resto en
apoyo y en acuerdo con ellos, y aunque sea mayor el número
y fuerza de los ejemplos en contrario, aquél o los pasa in­
advertidos o los menosprecia o los aparta y rechaza por
medio de distingos, todo por la grave y dañosa preocupa­
ción de que quede inviolable la autoridad de aquéllas sus
primeras silepsis. Por eso estuvo muy acertada la respuesta
de aquel a quien estaban enseñando un cuadro, colgado en
un templo, de uno que lo había donado como ex voto por
haber escapado con vida del peligro de un naufragio; pues
bien, aquél, como le apremiasen preguntándole si no reco­
nocía allí bien claro el poder de los dioses preguntó a su

32
vez: ¿Ya, pero dónde están pintados los que perecieron a
pesar de sus votos? Este también es el procedimiento d e toda
clase de supersticionés~cómo la ástrología, interpretación, de
sueños, presagios, sortilegios, etc., en los cuales, como ¡os
hombres se complacen en tales vaciedades, hacen resaltar
los sucesos cuando se cumplen, pero en d caso de que fallen,
áunque sea mucho más frecuente, los pasan por alto y los
olvidan. Pero este mal se desliza mucho más sutilmente en
la filosofía y en las ciencias, en las cuales aquello a que
se ha dado primero la conformidad, vicia y acomoda a su
manera todo el resto (aunque éste sea más sólido é impor­
tante) . Además, aun cuando no existiera esa vanidad y com­
placencia de que hemos hablado, g¡s errar propio y perpetuo
dél entendimiento humano el de moverse y estipularse más
por los hechos positivos que por los negativos cuando propia
“y regularmente debiera mantenerse tan dispuesto a los unos
como a los otros; es más, en la constitución acertada de un
axioma tiene más fuerza el hecho negativo. ■■

xlvii

El entendimiento humano se mueve principalmente por


nquellas cosas que lo sorprenden súbita y simultáneamente,
las cuales llenan e hinchan la' fantasía y entonces, aunque
inconscientemente, supone e imagina que el resto se com­
porta como aquellos pocos hechos que lo embargan; por el
contrario, el entendimiento es de por sí pesado y torpe para
pasar de un vuelo o los hechos remotos y heterogéneos' por
medio de los cuales- se prueban lós axiomas como el fuego,
n menos que se le obligue a ello con leyes rígidas y. una au­
toridad violenta.

xiviii

El entendimiento humano es voraz y no es capaz de


pausa ni reposos;- pretende ir más y más allá, pero en vano.
I’or eso nos resulta inconcebible que pueda haber extremo
alguno y límite máximo del 'hrundo, antes. se presenta siem­
pre como una necesidad el que haya algo m ás allá. A su vez

3.1
tampoco puede concebirse cómo ha trascurrido Ja eternidad
hasta' el día de hoy; pues esa distinción que suele hacerse- de
iníinito de antes (infinitum a parte ante) e infinito de d e s ­
pués (infinitum a parte-, pcst) , no puede quedar en pie en
modo alguno, puesto que habría que- deducir que hay u n
infinito mayor que otro infinito, y que el infinito tiene
término y se acerca al finito. Una sutileza por el estilo es
aquella de la divisibilidad de las líneas hasta el infinito, q u e
procede de la impotencia de nuestra mente. Pero esta impo­
tencia mental interviene aún más desastrosamente en la in-
"vestigación de las. causas, pues aunque -los principios m ás
universales de la naturaleza, tal como se encuentran en el
estado actual, tienen que ser convencionales por naturaleza
y por tanto no pueden ser realmente causantes, sin embargo
el entendimiento humano, incapaz de reposo, exige todavía
leyes más generales. Y entonces pretendiendo remontarse más
allá acaba por caer más- cerca como es en las causas finales
que arrancan más bien de la naturaleza del hombre, qué de
la del universo corrompiendo con ello de mil modos la filo­
sofía. De otro lado el buscar las causas en los hechos más
universales nos revela tanta impericia y ligereza filosófica
como el no perseguirlas en los subordinados y subalternos.

xlix

El entendimiento..-hyma.no no es de luz seca, sino que


recibe la .infusión de su..voluntad, y de sus afectos' lo cual
engendra ciencias1 caprichosas y arbitrarias, (scientias ad
quod vult), pues el hombre cree verdadero lo que preferiría
61 que lo fuera. Así rechaza lo difícil por su impaciencia
en la investigación, las opiniones moderadas porque restrin­
gen sus esperanzas, las cosas profundas de la naturaleza por
superstición, la luz de la experiencia por arrogancia y so­
berbia no sea que su inteligencia parezca ocuparse de cosas
vile y fugitivas, lo paradójico para no ir contra la opinión
del vulgo; innumerables son las maneras y a veces imper­
ceptibles como las aficiones penetran e infectan el enten­
dimiento.

34
I

; Pero el máximo estorbo y desviación del entendimiento


humano proviene de la torpeza, incompetencia y engaños
de los sentidos en cuanto que las cosas que hieren a los sen­
tidos tienen mayor preponderancia . ..que las que no los
hieren inmediatamente aunque éstas sean más importantes.
Por eso, la atención cesa casi juntamente con la vista, hasta
el punto de que la observación' de lo invisible es muy re­
ducida o casi nula. De aquí proviene el .que. se oculten y
escapen a los hombres las operaciones .todas de los espíritus
encerrados en los cuerpos tangibles. Igualmente desconocida
les es toda transformación o -metasqueimtismo Sutil de las
jnrtes en los cuerpos más densos (alteración se le llama'
vulgarmente, cuando en realidad se trata de un movimiento
a través de espacios mínimos, un cambio en su disposición};
y sin embargo, hasta tanto que estas dos cosas. .. opera­
ciones y cambios de disposición. . . no hayan sido estudiadas
y sacadas a luz, nada importante puede llevarse a cabo con
respecto a la producción. Del mismo modo nos es descono­
cida en sí misma la naturaleza del aire común y de los cuer-
]Kis todos (y éstos son muchísimos) cuya densidad es menor
que la del aire. Pues .los sentidos de por ,sb son cosa muy
flébil y sujeta a error, ni sirven de mucho los instrumentos
destinados a complementar y aguzar los sentidos. Pero toda
interpretaciónverdadera de la naturaleza se realiza a Dase
ilttT observaciones y experimentos seguros, y apropiados en
Ins cuales los sentidos juagan, solamente del experimentó y,
file 3e )a naturaleza y del objeto que se estudia. ■

ii

Bl entendimiento humano por su propia, naturaleza deri-


t ft luida la abstracción y se imagina que es constante aquello
qije rs fugaz y transitorio. En verdad, es mejor fraccionar
l»t naturaleza que abstraería; esto es lo que hizo la escuela
el’ iVmócrito que penetró en la naturaleza, más que ninguna
lili 4, f,o que hay que considerar principalmente es la ma-
M¡;t di si, sus' config^rámoñ^s .(s'chemátisrni) y "cámbiós'He
ftiiirii'.iirnción (mcta-schematisrrti), el acto puro y" la ley ¿el

35
acto o del movimiento, pues las formas no son más que fic ­
ciones de la mente humana a menos que llamemos formas
a aquellas leyes activas.

lii

Tales son pues los ídolos que nosotros llamamos ídolos


de la tribu (idola tribus), los cuales tienen su origen en la
uniformidad sustancial del espíritu humano o en sus prejui­
cios, o en limitación, o en' su inquieto movimiento conti­
nuo, o en la infusión de sus afectos, o en la incompetencia
de sus sentidos, o en la manera de lá impresión.

' ' liii

Los ídolos de la caverna^ [idola spccus) tienen su origen


en la naturaleza propia-de^ cada uno, tanto del alma como
del cuerpo; y no poco también en la educación, hábitos y
circunstancias. Aunque este linaje dé ídolos es múltiple y va­
riado, yo señalaré sólo aquellos en los que se requiere rt»-ypr
cautela y que tienen mayor poder para contaminar la pureza
del entendimiento.

liv

Los hombres. sienten especial inclinación hacia las cien­


cias y especulaciones en las que ellos se figuran áfer autores”
e inventores o en las que pusieron mayor esfuerzo y* adqui­
rieron más familiaridad. Pues bien, cuando estas gentes
vuelven su atención a la filosofía y a los tópicos universales,
los deforman y falsean conforme a sus fantasías anteriores.
Ésto. se ve con lá mayor claridad en Alistó teles qúien'con- ‘
virtió la filosofía natural en _esclava absoluta de su lógica
hasta el -punto de hacer de ella uña ciencia íitigíosa^y""pp'co
menos que inútil." Así'también 'lá progenie de los alquimia
tas, dé unos pocos experimentos de su hornillo elaboraron
una filosofía fantástica y con relación a muy pocas cosas.
l^Ljnismo Gilbert después de haberse dedicado Con gran

36
esfuerzo al estudio^ del imán compuso inmediatamente un
sistema filosófico acorde cón ¡ü asunto favorito.

lv

La diferencia más importante y como radical eiitre los


ingenios en lo que respecta a la filosofía, y á las ciencias
es ésta: que unos son más poderosos y aptos para apreciar
las diferencias’ de las cosas y otros sus semejantes. Los in­
genios constantes y agudos pueden concentrar y sostener su
atención y detenerse y fijarse en. las diferencias más sutiles;
por su parte los talentos elevados y discursivos reconocen y
asocian las semejanzas más ligeras y generales de las cosas;
pero lo mismo unos que otros dan fácilmente en el exceso
aferrándose a la graduación de las cosas (gradus rerum) o
a las sombra de ellas respectivamente.

Ivi

Hay espíritus (ingenia) entregados por entero a la admi-


racióndtTTa ántiguedad.y otros al entusiasmo y apetito de
«feas nuevas, pero son escasos los de temperamento' táí que
sfim capaces de' mantener la justa medida y que ni den por
tierra con b que los antiguos construyeron acertadamente
ni desdeñen las aportaciones acertadas de los modernos. Esto
rnusá grave péijuicio a las ciencias y a la filosofía ya que
flan en partidismos más que en criterios de lo antiguo o de
lo moderno. La. verdad ha de buscarse, no en privilegios
«le época alguna, que es cosa variable, sino en la luz de la
naturaleza y de la experiencia que es cosa eterna. Por tanto
deben rechazarse tales parcialidades y cuidar de que éstas
no arrastren. al entendimiento a dar su consenso.

Ivii •

lia contemplación de la gaturaleza y d e los cuerpos en


ni forma simple (in simplicitate sua) quebranta y fracciona
rl entendimiento y asimismo la contemplación de la natu-

37
raleza y de los cuerpos en su composición y configuración
pasma y enerva el entendimiento. Esto se ve clarísiraamente
comparando la escuela de Leucipo y Demóciito con los d e­
más sistemas filosóficos, pues aquélla se ocupa de tal modo
de las partículas de los cuerpos que casi olvida su estructura;
las demás contemplan tan atónitas la estructura que no
penetran en Jos elementos simples de la naturaleza (simplici-
tatem .naturae). Así pues hay que alternar estos dos métodos
de contemplación y adoptarlos sucesivamente, para que el
entendimiento se haga a la vez penetrante y capaz de evitar
así los inconvenientes de que hemos hablado y los ¡dolos? que
de ellos provienen.

Iviii

Tal sea pues nuestra prudencia en la contemplación


{prudencia contemplativa) para apartar y mantener aleja­
dos los ¡dolor de la caverna, los cuales se originan principal­
mente del predominio de un objeto o del exceso de síntesis
( compositionif) o división, o de simpatías hacia épocas de­
terminadas, .o de la amplitud o limitación en el estudio de los
objetos. Por regla general todo aquel que estudia la natura­
leza de las cosas ha de tener por sospechoso todo aquello
que prende. y detiene •con más fuerza su entendimiento, y
en estas cosas de .su mayor gusto es donde ha de guardar
tanta mayor cautela, para preservar la pureza e imparciali­
dad de su: entendimiento. .
■*»

• • lix .

Pero los ídolos más importunos son los del foro; deslí-
zanse éstos en el entendimiento por la asociaci6 n.de palabras
y nombres, ya que los hombres se imaginan que la razón
ejerce dominio sobre las palabras; pero sucede a veces que
las palabras devuelven y reflejan también su fuerza sobre el
entendimiento. Esto es lo que ha convertido en sofísticas e
inactivas a la filosofía y a las ciencias, pues las palabras
toman forma, las más de las veces, a medida de la capacidad
del vulgo, y dividen las cosas siguiendo las líneas que resultan

38
/

más visibles a la percepción de aquél. Y cuando un entendi­


miento más ¡agudo o una observación más atenta quiere
cambiar esas líneas para acomodarlas más conforme a. la
realidad de la naturaleza, las palabras se rebelan. De ahí'
proviene que discusiones importantes y serias de hombres
muy doctos 'degeneren con frecuencia en disputas de pala­
bras y nombres; más razonable sería empezar por ellas (como
es costumbre prudente de los matemáticos) y poner orden
en ellas por medio de definiciones. Sin embargo estas mismas
definiciones, cuando se trata de cosas materiales y de la
naturaleza no pueden remediar el mal ya que las definicio­
nes mismas están hechas de palabra y las palabras' engen­
dran palabras: de modo que es necesario recurrir a las ob­
servaciones particulares y a sus series y órdenes, como luego
diremos, cuando lleguemos a tratar del método y disposición
para la formación de nociones y axiomas.

Los ídolos que se imponen al entendimiento por .las pala­


bras son de dos clases; o bien .nombres, de cosas inexistentes
(pues del mismo modo que hay cosas que carecen de nom­
bre por falta de observación, así. también hay nombres, que
carecen de cosas reales, producto, de suposiciones imagina-,
rins) o bien nombres de cosas reales, pero confusos y mal
definidos, sacados de la realidad de un modo -precipitado e
incompleto. Al primer tipo pertenecen las expresiones fortu­
na, primer móvil, órbitas de los planetas, elemento del fuego
y otras invenciones por el estilo que tienen su origen en teo­
rías falsas y vanas. Pero este género de ídolos es más fácil de
desterrar ya que se le puede destruir con sólo desechar sis­
temáticamente las teorías y darlas por anticuadas. Pero el
otro género o sea el provocado por una abstracción viciosa
y torpe, es muy complejo .y está profundamente arraigado.
Tomemos, si os parece bien, una palabra cualquiera, húme­
do, por ejemplo, y veamos cómo concuerdan las significa­
ciones de esta palabra: encontraremos que esta ‘palabra
húmedo, no es más que un signo confuso, de acciones muy
diversas que no permiten acuerdo (constantiam) ni reduc­
ción, pues significa tanto aquello que se derram a fácilmente

39
en torno a otro cuerpo, como aquello que de por si es inde­
terminable e inconsistente (nec consistere potest) o lo que
cede fácilmente en cualquier dirección o que se divide y
esparce fácilmente; aquello que se junta y recoge con facili­
dad o' lo que fluye y se pone fácilmente en movimiento o
que se adhiere fácilmente a otro cuerpo o lo m oja o se funde
fácilmente en líquido, si antes aparecía como sólido. D e
donde si nos ponemos a publicar y aplicar este nombre, si
b tomamos en .un sentido, resulta que la llama es húmeda,
en otro que el aire no es húmedo, en otro que el polvillo
fino es húmedo, y en otro que el vidrio es húmedo también,
de donde se echa a ver claramente que esta noción ha sido
abstraída precipitadamente^ sin tener en cuenta más que el
agua y algunos otros líquidos vulgares y comunes sin las
debidas comprobaciones.
En las palabras hay cierta gradación de impropiedad y
error. U n género menos vicioso es el de los nombres de una
sustancia cualquiera, principalmente de especies inferiores
y bien derivados, pues las nociones de creta y lodo son bue­
nas, desacertada la de tierra; más imperfecta es la clase de
nombres de acción tales como engendrar, corromper, alterar:
la peor es. la de cualidades (excepto los objetos inmediatos
de los sentidos), tales como las de pesado, ligero, denso, etc.
Y sin .embargo, en todas ellas no puede por menos de haber
uñas algo mejores que otras en proporción a la extensión
de la experiencia de los objetos (rerum copia) .

bá *
' Por su parte, los ídolos del teatro no son innatos en
nosotros, ni se han deslizado clandestinamente en nuestro
entendimiento, sino que han sido impuestos y acatados abier­
tamente partiendo de los libritos de teorías y d e. las leyes
corrompidas de demostración. Pero intentar y acometer su
refutación estaría en pleno desacuerdo con lo que llevamos
dicho hasta aquí, pues como no estamos de acuerdo ni en
los principios ni en las demostraciones, estaría demás toda .
argumentación. Lo cual es una suerte después de todo, pues
así a los antiguos les queda intacta su gloria, ya que no-se
les resta nada puesto que la cuestión es puramente de método.

40
Gomo suele decirse, CLaudus in vía antevirút cursarem extra
viam (el cojo dentro del camino adelanta al corredor fuera
de él). Y también es claro y manifiesto que el que corre
fuera del buen camino tanto más se desvía cuanto más hábil
y veloz es. Nuestro método de investigación, de las ciencias
es tal que no deja mucho lugar a la agudeza, y vigor de la
inteligencia sino más bien pone a los talentos e ingenios
a un igual. Pues así como para trazar una linea recta o des­
cribir un círculo perfecto importa mucho la firmeza y en­
trenamiento del pulso si se hace sólo por medio de la mano,
pero poco o nada si se emplea una regla o un compás, lo
mismo sucede con nuestro método. Aunque el empleo de
refutaciones particulares sea inútil, sin embargo hay que
decir algo de las varias sectas y de los géneros de esta clase
de teorías, así como también de los signos exteriores por los
que se reconoce que son erróneos; finalmente de las causas
de tan gran infecundidad y de tan duradero y unánime
acuerdo en el error, para que así, el paso a la verdad sea
menos difícil y para hacer que el entendimiento humano se
preste con más gusto a su purificación y desdeñe los Ídolos.

íl

41
CLAUDE ADRIEN H E L V E T IU S

Nació en P.arís el 26 de enero de 1715. .y murió el 26 de


diciembre de 1771 en la finca de Voré en las colinas de Per­
ches.
. Integrante del grupo de. filósofos franceses de la Ilustra­
ción, en sus teorías. insiste éii el énfasis hedonista de la sen­
sación, su ataque, a los fundamentos religiosos de la ética ~y
sus concepciones pedagógicas. En 1738 es designado recau­
dador general, de contribuciones, y más tarde camarlengo de
la. reina. .
Amigo de Marivaux, Fontenelle y Montesquieu, es famosa
su correspondencia con Voltaire.
Se. casa en 1751 y se retira a su hacienda de Voré donde
se dedica a las labores ,del campo. Ahí escribe su poema
Le bonheur, publicado postumamente con notas sobre su
vida y sus obras por el marqués de Saint-Lambert en .1772,
y . su célebre obra filosófica De l’esprit publicada en. 1758.
Rivalizando con El espíritu de las leyes de Montesquieu, la
obra de Helvetius llegó a ser notoria. Por su asiduo ataque
a la moral que parte de la religión, encontró gran oposición,
sobre todo en el hijo del rey Luis X V , el delfín Luit. Sin
embargo, su obra fue publicada bajo la protección del pri­
vilegio real. Condenada su obra por la Sorbonne, quien orde­
nó quemarla en público, sus juicios suscitaron la critica de
amigos y filósofos; entre ellos Voltaire, quien la acusó de tri­
vial, oscura y errónea. Igualmente J. J. Rousseau declaró
sobre la benevolencia del autor con respecto a las falsedades.
Requerido a retractarse públicamente, Helvetius accedió rei­
teradamente a ello. El proyecto de la publicación de la
Enciclopedia fue suspendido y las obras de otros, incluyendo
a Voltaire, también fueron quemadas.
Habiendo viajado en 1764 a Inglaterra, por invitación
de Federico II, el Grande, visita en 1765 Berlín, para luego
regresar a Francia y retirarse a su hacienda de Voré.
Los siguientes textos son párrafos seleccionados de los
cuatro capítulos del primer discurso del libro De l’esprit
traducidos por los autores, en donde se plantea que los erro­
res y juicios falsos emanan de las pasiones, Ja ignorancia y

42
¡ f

el abuso de las palabras, circunstancias “no. adscritas jx„la


naturaleza del espíritu humano” sitio a causal accidentales . de
carácter social. . -

I ,■ : ■ ’

DEL E S P ÍR IT U * .

Primer discurso:

CapUulo I . . . .
Del espíritu en sí mismo
[ . . . ] voy a mostrar en loscapítulos siguientes, que todos
nuestros juicios falsos y todos nu^tr os errores‘sédeben i
<^s causas que no suponen en nosotros;imás. qué la ¡facultad
de sentir. Sería por consecuencia inútil y .al mismo tiempo
absurdo admitir en nosotros úna facultad de juzgar que no
explicara nada que no sé pudiese explicar, sin ella. Entro
pues en materia y digo que no h a y fabios juicios qué “no
&5!r efectos ó dé nuestras' paaonésí o Jdé nuestra ignorancia.

Capitulo 11
De los errores ocasionados por nuestras pasiones , '
Las pasiones nos inducen a error, porque ellas hacen fijar
toda nuestra' atención sobré'una'parte' del'objeto que., nos
presentan y no nos permiten considerarlo eii su totalidad. ..
nosotrós percibimos eil las cosas más a menudo aque­
llo que deseamos encontrar en ellas [ ...]
Lia ilusión es un efecto necesario de las pasiones, cuya
íuti^aj, casi, siempre, se mide por d grado de. ceguera, en el
que ellas nos sumergen [ ...]
Finalmente esas mismas pasiones, que debemos mirar
como el germen de una infinidad de errores, son también
Ift fuente de nuestras luces [.. .]

* Clacde A drien Helvetius, De l'esprit, B elgjque, Maraboute


Itnivarsité, 1973, pp. 27-49.

43
Capítulo-III
De la ignorancia
No nos equivoquemos cuando, arrastrados por una p a ­
sión y fijando toda nuestra atención sobre una parte de un
objeto en su totalidad. No nos equivoquemos tampoco cuan­
do, estableciendo juicios sobre una materia, nuestra memo­
ria no posee todos los aspectos de comparación de los cuales
depende en este género la justeza de nuestras decisiones.
Esto no significa que cada uno de nosotros no tenga un es­
píritu justo: cada cual ve lo que ve, pero ninguno desconfía
totalmente de su ignorancia,' pues cree demasiado fácilmente
que'aquello que ve en un objeto es todo lo que se puede
yer_en él.
En las cuestiones más difíciles, la ignorancia debe ser
vista como la causa principal de nuestros errores.
[ ...] cuán fácil es, ilusionarse a sí mismo y cómo sacando
. consecuencias siempre justas de sus principios los hombres
llegan a resultados totalmente contradictorios [ . . . ]
La conclusión de lo que acabo de mencionar es que los
hombres, viendo bien lo que ven, sacando consecuencias muy
justas de sus principios, llegan entre tanto a resultados a
menudo contradictorios, ya que no tienen en la memoria
todos los objetos de la comparación de la que debería resultar
la verdad que buscan [....]
[ . . . ] solamente he .querido probar a través de este.ejem­
plo que en las cuestiones complicadas y sobre las cuales se
juzga sin p'asión, nadie se equivoca jamás sino por la igno­
rancia, es decir imaginando qué la par te qué se ve del objeto
gs todo lo que hay que ver en él. ■*

Capítulo IV
Del abuso de las palabras
Otra causa de error que se mantiene paralelamente a la
ignorancia es el abuso de las palabras y las ideas poco níti­
das que se le agregan. Locke ha tratado muy felizmente este
problema cuyo examen me permito únicamente para ahorrar
a los lectores el trabajo de investigación ya que no todos tie­
nen la obra de este filósofo igualmente presente en el es­
píritu.
J
Descartes había dicho antes que Locke que los peripaté­
ticos, atrincherados detrás de la' oscuridad de las palabras,
se parecían mucho a los ciegos que para lograr un combate
igual atraían a un hombre clarividente a una caverna oscu­
ra. Si este hombre —agregaba él— supiera iluminar como
el día a la caverna, forzara a los peripatéticos a agregar ideas
nítidas a las palabras de las que se siiven, su triunfo estaría
asegurado.
De acuerdo con'Descartes'y Locke voy por lo tanto a
probar que en metafísica y en moral, el abuso de las pala­
bras y la ignorancia de sus verdaderos significados es, si
pudiera decirse, un laberinto donde los más. grandes genios
algunas veces se han perdido; Y o tomaría por ejemplo algu­
nas de esas palabras que han producido las más largas y
vivas disputas entre los filósofos. Tales son, e n metafísica, las
palabras materia, espacio e infinito.
[ ...] Es a la falsa filosofía de los siglos precedentes que
se debe atribuir la ignorancia grosera en la que estamos con
respecto a la verdadera significación de las palabras. Esta
filosofía consistía casi enteramente en el arte de abusar de
ellas. Este arte, que hizo toda la ciencia escolástica, confun­
día todas las ideas y la oscuridad que ianzaba sobre todas
las expresiones se propagaba generalmente sobre la moral [. . .]
Si, como lo ha probado Locke, nosotros somo?_dis.-
típulos de amigos, de nuestros padres, dé lecturas, en_fin,_de_
tóaos los objetos que ríos rodean, es necesario que todos .nu£s-
T?d5 péhsaihientos y nuestras voluntades sean efectos inme­
diatos, consecuencias necesarias de las impresiones que hemos
recibido [. -.]
[ ...] vemos que el germen eterno de las disputas y de las
calamidades encierra a menudo la ignorancia de la verda­
dera significación de las palabras.
Sin hablar de la sangre derramada por los odios y las
disputas teológicas, disputas casi todas fundadas sobre el
abuso de las palabras. ¡ Qué otras desgracias producirá aún
esta ignorancia y a qué errores no ha lanzado a tal punto a
los naciones! [ . . . ]
[ ...] En consecuencia, primeramente se h a n agregado al­
gunas falsas ideas a ciertas paláhf¿ 57”eñsegí^ida'se han com-
paiScfiTy "cbniBinado éstas palabras y estas ideas entre ellas;
fada nueva combinación Ha producido-un nuevo error; estos

45
errores se han multiplicado y al multiplicarse se han compli­
cado a tal punto que sería ahora imposible, sin pena ni
trabajo infinito, seguir y descubrir la fuente [ .. . ]
yo he mostrado las verdaderas causas de nuestros
juicios falsos. He hecho ver que todos los errores del espíritu
tienen su fuente o en las pasiones o en la ignorancia, ya sea
de ciertos hechos, ya sea •de la- verdadera significación de
ciertas palabras. El error no está pues esencialmente adscrito
a la naturaleza del espíritu humano. Nuestros falsos juicios
son pues el efecto de causas accidénteles* que no suponen
para nada en nosotros una, facultad de juzgar distinta de„la
facultad de sentir. El error no es más que un accidente de
dónde se sigue que todos los hombres tienen esencialmente
el espíritu justo.

46
T
PAUL H EN RI DIETRICHj BARÓN DE HOLBACH

.Nació en diciembre de 1723 en Edelsheim, P alatinad o ,, y


murió el 21 de junio de. 1789' en París.
Enciclopedista, filósofo. El más importante, expolíente, dpi
aleísmo y del materialismo'francés del sigla Xviii, En su cas-
i m de' Grandval reúne a come sales como Rousseau, ‘Dide-
rot, D’Alambert y Helvetius. Colaboró en la Enciclopedia
iton 376 artículos (traducidos del alemán) ¡obre química,
farmacología, fisiología, medicina y otros temas científicos.
Su obra más irnporlantej^SysthxQ^ dd.Ia.na(u3 (1770), P.u:
hijeada con el nombre de.J. B. M irabe.au, jdaca cáustica-
mente a la religión y expone los fundamentardel ateísmo y
Ifti^mdtetialismo filosóficos,
3 En su libro Le christianisme dévoilé (1773) ubica a la
moral y a la política en un armazón'utilitarista. Esta obra
titulada también Ensayo sobre los prejuicios fue condenada
a la hoguera en. 1776.
Benevolente por naturaleza, Holbach ofreció su casa en
1762 a los jesuítas exiliados. .
fo t p ert.ns que a continuación presentamos pertenecen
íínsayÓ .sobre, los. .prejuicios, ¡jJEl cristianismo desenmascarado
y «¿fSistema de la nátiirálézíCjEn ellos sé plantea el proble ma
de los juicios previos, a la experiencia, los prejuicios. Estos
prejuicios, según él, son introducidos en la concienciad por
tos ministros de la religión, quienes así ayudan , a los gober­
nantes a mantener al puéblo en la ignorancia, facilitando su
dominación.
Luchador incansable, Holbach es uno de los más impor­
tantes precursores de la revolución burguesa de 1789, la cual
Va alcanzó a ver ni en sus inicios. t? - .
El texto que a continuación reproducimos está constitui­
rlo por algunos fragmentos del capítulo primero del Essa sur
lus préjugés escrito en 1770 traducido malamente por el señor
¡iros Nicola Siri para la editorial argentina K ie r en 1944. No
sabemos por qué razón se eligió traducir el término francés
préjugés por la acepción castellana "preocupación” en lugar
da la más adecuada que es la de ”p r e ju ic io s P o r esta razón

47
nos hemos permitido cambiar en la traducción original la
palabra “preocupación” por “prejuicio”, dejando el resto del
texto invariable.

ENSAYO SOBRE LOS PREJU ICIOS*

Capítulo primero
La opinión es la reina del mundo
“Nuestras voluntades —agrega el. mismo Hobbes—
van en. pos de nuestras opiniones, y nuestras acciones en pos
de nuestras voluntades: así es como la opinión gobierna al
mundo”, pero la opinión no es más que la verdad o la false­
dad establecida'sin examen en el espíritu de los mortales. Las
opinidnes universales son'las que se hallan generalmente ad­
mitidas por los hombres de todos ios países: las opiniones
nacionales son las adoptadas por cada nación. ¿Cómo será
posible distinguir entre las verdaderas y laá falsas? Recu­
rriendo a la experiencia y a la razón, que es su fruto; exami­
nando si estas opiniones son real y constantemente ventajosas
en gran número- comparando sus ventajas con sus inconve­
nientes; considerando los efectos necesarios-que producen "en
los que las han abrazado y en los que viven en sociedad con
ellos. ..
De modo que sólo con la experiencia podemos descubrir
la verdad. Pero: ; qué es la verdad?. El conocimiento de las
relaciones que subsisten entre aquellos seres que obran recí­
procamente unos en otros, o más bien, la conformidad que
hay entre los juicios que formamos de los seres y las cualida­
des que estos seres poseen realmente. Cuando digo que el
fanatismo es un mal digo la verdad confirmada por la expe­
riencia de todos los siglos y sentida por todos aquellos cuyos
prejuicios no les estorban para conocer las ■relaciones que
subsisten entre los hombres reunidos en sociedad en la cual
las opiniones fanáticas han producido en todos los tiempos
los males más horribles [ ...] Luego sin la verdad el hombre
carecería de razón y de experiencia; el acaso y no una regla

* Barón de Holbach, Ensayos sobre las preocupaciones, Buenos


Aires, Ed. Kier, 1947.

48
pityurn lo guiaría en el escabroso sendero de la vida; su
Infancia sería perpetua y sería víctima de sus prejuicios, es
<)«dr, de los juicios formados y de las opiniones adoptadas
»!u examen. La desgracia es un producto necesario de la
Imprudencia; el hombre engañado por juicios precipitados
lio tiene ideas rectas, camina de error en error, y a cada paso
puede ser juguete de su inexperiencia propia o del capricho
rlir los ciegos que lo guían.
En efecto, entre las criaturas que se llaman racionales
por excelencia, pocas hallamos que hagan uso de la razón.
Todo el género humano es de generación en generación víc-
llliin de toda clase de prejuicios. Meditar, consultar la'exjpe-;
Herida, poner en ejercicio la razón, aplicarla a la conducta,
►mí’ ocup aciones’ que la mayor parte de los mortales desco­
noce.* Ellos miran como trabajo penoso —al cual no están
ÍEfilu mbrados—, el de pensar por sí mismos, sus pasiones,
lili negocios, sus placeres, sus temperamentos, su pereza, pues
lili disposiciones naturales les impiden la investigación de
Ifi Verdad. Pocas veces sucede que se ocupen seriamente en
lomearla, les es más cómodo, y más breve el dejarse arrastrar
por la autoridad, por el ejemplo: por las opiniones recibidas,
por los usos establecidos y por la fuerza de los hábitos maqui-
ttnlcs. La ignorancia hace a los pueblos crédulos; su inexpe­
riencia y su sencillez los obligan a conceder una ciega con-
finnza a los que se arrogan el derecho exclusivo de pensar, de
formar la opinión pública y de disponer de la suerte de sus
imncjnntes. Acostumbrados de este modo a dejarse guiar, se
bullan en la imposibilidad “desa&ér a dónde sé fes lleva, de
ftGorijJudt á las ideas que se. les inspira, sóri verdaderas o
(Hilas;” útiles ó dañosas. Los_ hombres que están cri posesión
iln influir en el destino de los otros, tienen cierta propensión
h abusar de su credulidad; en este engaño hallan ordinariar
monte algunas ventajas; su bien particular estriba en .perpe­
tuar los errores y la inexperiencia de los que los siguen; en
hacerles ver ciián peligroso es pensar y consultar la razóp;
iialifican de inútiles, perniciosas y criminales las investiga-
alones a que podrían dedicarse; calumnian a . la naturaleza, y
fi la razón; en fin, a fuerza de terrores, de misterios, de os­
curidades y de incertidumbres, logran ahogar el deseo, de
hincar la verdad, oprimir la haturaleza con el peso de la
Imtoridad, y someter la razón al yugo de su capricho. Si los

49
hombres se quejan de los males y de las calamidades que
sufren, sus guías los engañan con destreza y les impiden
acudir al verdadero origen de sus penas que está siempre
en sus funestos prejuicios.
Así es como se ven entre los ministros de la religión (que
son los primeros institutores de los pueblos), tantos que han
jurado un odio eterno a la razón, a la ciencia y a la verdad.
Acostumbrada a dominar a los mortales en nombre de las
potencias invencibles, la superstición los llena de temores,
los aturde con maravillas, los alucina con misterios y unas
veces los espanta y otras los divierte con sus fábulas. Des­
pués de haber preocupado de este modo y extraviado al
espíritu humano, la superstición le persuade fácilmente de
que ella está sola en posesión de la verdad; de que ella sola
puede enseñar el camino de la felicidad verdadera; de que
la razón, la evidencia y la naturaleza sólo pueden conducir
a la perdición y a la mentira. Con este artificio llegan a creer
los hombres que sus sentidos son engañadores e infieles, que
la experiencia es sospechosa, que la verdad está siempre
rodeada de tinieblas espesas, siendo así que se manifiesta sin
dificultad a todo el que procura apartar las nubes con que
la circunda la impostura. Seducida por intereses pasajeros en
que cifra su grandeza y su poder, la política se cree obligada
a. engañar a los pueblos, a mantenerlos en sús prejuicios y a
destruir en todos los corazones el deseo de la instrucción y
el amor a la verdad. Esa política ciega e irracional no quiere
más que súbditos privados de la vista y de la razón; aborrece
a los que quieren ilustrarse por sí mismos; y, castiga cruel­
mente al que se atreve a romper o alzar el velo (jue cubre 'el
error. Las conmociones espantosas que tantas veces suscitan
los prejuicios en los Estados, no son parte a desengañar a los
jefes de los pueblos; obstínanse en creer que la ignorancia y
el embrutecimiento son útiles y la razón, la ciencia, la verdad
son los mayores enemigos del reposo de las naciones y del
poder de los gobernantes.
La educación, cuando está en manos de los ministros de
la superstición, sólo se propone inficionar desde los primeros
años al espíritu humano con opiniones absurdas, con enor­
mes disparates y con imágenes espantosas. El hombre apenas
llega a la puerta-de la vida empieza a impregnarse en locu­
ras, se . acostumbra a tomar por verdades demostradas una

50
multitud de errores, útiles sólo a los impostores de profesión,
Puyo interés consiste ^en que ía~"mü cKedúmbre permanezca
htn'da al yugo, embrutecida y convertida en fácil instrumento
<]n sus pasiones y en sostén de su poder usurpado. Las socie-
(míés se llenan de este, modo de ignorantes fanáticos, y tur-
lííilcntos, para los cuales nada es tan importante como estar
iOmctidos ciegamente a las caprichosas decisiones de sus
¡¡las espirituales y abrazar con calor los in.teieses de éstos,
3 Oinpre contrarios a los. de la masa común.
Envenenando así desde su infancia con la copa del error,
p! hombre entra en sociedad. Allí encuentra a sus semejan­
t e imbuidos de las mismas opiniones que ninguno de ellos se
lili atrevido a examinar; confírmase más y más en ellas; el
ejemplo fortifica cada vez más sus prejuicios, ni siquiera
le ocurre asegurarse de la solidez de los principios, de las
Instituciones y de los usos que ve sancionados con la apro­
bación universal. Por consiguiente, ya no piensa, ya no
ÍHtjiocina; se obstina en sus ideas y si por acaso se encuentra
ilf>n la verdad, cierra los ojos para no verla y se acostumbra
lil modo de pensar de todo el mundo; rodeado de insensa-
|íií( teme que éstos lo ridiculicen, que lo castiguen o que lo
flyndcnen, si no participa de aquel epidémico delirio.
Véase cuántas circunstancias conspiran a depravar la ra­
tón humana, a extinguir la luz y a. separar ál hombre de la"
verdad. De este modo los mortajes, por su misma impruden-
e!h, llegan a ser cómplices de los que .los, encadenan y. aluci-
tiíin. Profanando en nombre de Dios se ha conseguido apar-
llfflST de la razón, arraigar en ellos la ignorancia, hacerlos
ornumigos de la evidencia, de su propio reposo y del de sus
¿^nejantes. Los opresores d e . la tierra se han aprovechado
lili las preocupaciones supersticiosas para arrogarse el dere­
cho de hollar a sus semejantes, de .despojarlos y sacrificarlos
A íu antojo. Por una ^consecuencia natural de estas opiniones “
extravagantes los’ hombres se rven generalmente envueltos en
lo esclavitud'y en la opresión, besan humildemente las 'cade-'
j i»is qué" arrastran ’ y que^Ies" Káh~cárgá’d o’ Tos^tiranós’"y"los
déspotas; Se creen obligados ár.padécer sin ab rir los labios.y
llegan a perder la esperanza de . verse libres de la miseria
(|liu miran..como .efecto de una sentencia irrevocable del
c.iHo.
Extraviados por el terror, envilecidos y desanimados por

51
sus prejuicios supersticiosos y políticos, los hombres son
verdaderamente niños sin razón, esclavos pusilánimes, in­
quietos y dañinos. Sus opiniones acerca de todo lo quedes
superior a su naturaleza los hace arrogantes, testarudos, tur­
bulentos, sediciosos, intolerantes e inhumános, y, según el
temperamento'de cada uno, esas mismas opiniones les inspi­
ran un abatimiento, un letargo vergonzoso, una apatía mortal
que les impide el pensar en ser útiles. Sus prejuicios
políticos los ponen en la dependencia de un poder inicuo
que los divide, los hace enemigos unos de los otros y sólo
favorece a los que contribuyen al éxito de sus miras perni­
ciosas [. .. ]
Es, pues, evidente que la ignorancia es el origen común
de los errores del género humano. Sus prejuicios son las
verdaderas causas de las calamidades que lo rodean. La
mayor parte de los que revisten el carácter de guías espiri­
tuales o temporales lo asustan, lo inquietan, lo aturden o pa­
ralizan la energía de su alma. .Sus guías políticos lo avasa­
llan, sus gobiernos lo oprimen cuando no lo corrompen con
sus teorías utópicas y extrañas, y se creen felices los gobiernos
cuando son miserables los gobernados. El estado social que
debería multiplicar los bienes y placeres del hombre, crea
y multiplica males e inconvenientes que los salvajes no cono­
cen. ¡ Eso es privilegio del hombre civilizado! [ . . . ]

Capítulo sexto
En tanto que los gobernantes sean enemigos de la verdad
y sé' créan interesados en perpetuar los abusos,establecidos,
ios (gobernados permanecerán en el abandono, la voz de la
razón no llegará a sus oídos, la ciencia no podrá ilustrarlos,
la moral les será enteramente inútil y la educación no les dará
más' que preceptos vagos que jamás podrán influir en su
conducta; • Por esto muchos filósofos desanimados han creído
que el error era necesario al género humano y que los males
que éste padece son irremediables; han visto la mentira tan
firmemente arraigada en el trono, que no han osado atacar­
la; han examinado las heridas que ha recibido la sociedad de
mano de los más crueles enemigos, y les han parecido tan pro­
fundas, tan inveteradas y en tan gran número, que han apar­
tado los ojos con horror y las han declarado incurables de

52
IBnejantes ideas, hijas de la desesperación, aquellos médicos
pusilánimes, o no han hecho nada, o sólo han suministrado
vnnos paliativos. Cuando han manifestado a los hombres la
peligrosa situación en que se hallaban, los han exasperado
declarándoles que era inútil cansarse en buscar mejora, y
que los remedios que se podrían adoptar serían peores que
Ifi enfermedad misma. ,
Sin embargo, ya hemos probado que los males de la es- >
(jgqic humana sólo son incurables a los ojos de aquellos que )
no tienen el valor de subir hasta su origen ni la paciencia de
Iitiscar seguros específicos. La superstición, consecuencia for-
fhía de las ideas falsas y siniestras que los hombres han fonna-
dü de la divinidad, es la fatal levadura que les ha envenenado
Ift naturaleza entera. Ella sola ha servido de apoyo a los
gobernantes absolutos, a los déspotas licenciosos, a los tira­
nos desenfrenados que pervirtieron las costumbres de las
tuiciones, que las hicieron esclavas, que proscribieron las luces
ilu la verdad, y que bajo el pretexto de gobernarlas aniqui­
laron su dicha, su actividad y sus virtudes. ¿De qué pueden
l&rvir las lecciones de una sabia política que aconseja a los
hombres vivir en unión y concordia, ser justos y benéficos,
ttinplcarse en el bien público, en tanto que la superstición
loj divide, los arma unos contra otros, les prohíbe buscar su
bienestar en la tierra y en lugar de este bienestar a que sus
facultades lo inclinan le presenta una serie de delirios y qui­
meras en que hace estribar la verdadera dicha? ¿Y qué hacen
t)il tanto los gobiernos seducidos por los prejuicios y
|»0 r las falsas ideas dél bien público? Aniquilar en los hom­
bres toda idea de equidad, romper los vínculos que los unen,
hacerles odiosa una patria en que no pueden vivir libres ni
Seguros, despojarlos, castigar su industria con enormes im­
posiciones, despreciar y degradar los talentos, oprimir o
desdeñar la virtud, proscribir la ciencia y la verdad. ¿Puede
ejercer algún influjo la moral en unos hombres a quienes
lodo convida a ser avaros, fastuosos, ambiciosos, bajos, disi­
mulados, aduladores y que sólo pueden salir del infortunio
Sepultando en él a sus semejantes? ¿Cómo es posible que por
medio de leyes parciales e inicuas se pueda poner freno a
unos hombres desesperados a quienes la codicia de los gabi­
netes, las rapiñas de los grandes, las vejaciones de los minis­
tros, y la avaricia de los que con ellos contratan para enri­

53
quecerse con la sangre de los pueblos han privado de todo
medio de subsistir? ¿ Qué podrían hacer los terrores imagina­
rios de la superstición en unos hombres cuyos vicios y desgra­
cias son .producto de las falsas ideas que esta misma supers­
tición les han inspirado acerca de la divinidad y de los reyes
honrados con el título de imágenes de Dios en la tierra?
¡ Pues qué! ¿La superstición es como la lanza de Aquiles,
que cura las heridas que ella misma ha hecho? No por cierto.
Ella hizo malos a los seres sobrenaturales, y éstos fueron
representados por principes malos, obedecidos por súbditos
que no pudieron ser buenos, puesto que todas las circuns­
tancias que los rodeaban propendían a corromperlos. .He aquí
por qué las naciones tiemblan delante de los impostores y de
los tiranos, que no han hecho otra cosa que eternizar la
estupidez, su ignorancia, sus vicios y sus desventuras [ . . . ]

E L CRISTIANISMO DESENMASCARADO*

[ . . . ] En efecto, parece que por todas partes la religión


ha sido inventada para ahorrarles a los soberanos el sentido
de ser justos, de hacer buenas leyes y de gobernar bien. La
religión es el arte de emborrachar a los hombres de éüitu-
5Msníó"q3ará~ empujarlos a ocuparse de los' niales con ..que
aquí abajo los agobian quienes gobiernan. Con l a á y u d a d e
poderes invisibles con los cuales se les amenaza, se les fuerza
a sufrir en silenció las miserias con que son afligidos por las
fuerzas visibles; y se les hace creer que si consienten en ser
desgraciados en este mundo, serán felices en el otra [ .. •]

E L SISTEMA DE LA NATURALEZA**

[ . . . ] El hombre es infeliz solamente porque no conoce la


naturalezá'. Su espíritu está tan plagado de prejuicios que se
creyera condenado para siempre al error [. . .] La razón,

* En Hans Barth, Verdad e ideología, México, fce, 1951, p. 61.


** Ibid., passim.

54
guiada p o r ia experiencia, debe finalmente combatir en su
misma fuente a los prejuicios por los cuales el género h u ­
mano h a sido largo tiempo su víctima. Es hora ya que esta
razón, injustamente degradada, deje ese tono pusilánime que
la convierte en cómplice de mentira y delirios [.. .] La ver­
dad es u n a y necesaria para el hombre [...] Es el error que
se debe a las cadenas agobiantes que los tiranos y los curas
forjan p o r todas las naciones [. .. ]
[ . . . ] Desgarrar el velo de los prejuicios [..,], desenmas­
carar a los impostores [. ..]
[ . . . ] La autoridad jse. cree comúnmente interesada en
inantener laT opiniones aceptadas; los prejuicios y los errores
que juzga necesarios para asegurar su poderío, son sostenidos
por la fuerza que jamás razona [.. .]

55
A N T O N IE L O U IS CLAUDE D E S T U T r DE TRACY

Filósofo, militar y fundador de la escuela de los ideólogos.


De familia escocesa de origen noble, radicada en Francia
desde el siglo xv, en el ejército obtiene los grados de coronel
y más tarde mariscal de campo. En 1787 es elegido diputado.
Estando con su familia en Auteil atiende a jóvenes filósofos
en el salón de madame Helvetius, esposa del filósofo Helve-
tius. Preso durante varios años durante la época del Terror,
regresa a Auteil en 1794. Miembro asociado del Instituí N a­
tional, es nombrado miembro de la Academia Francesa en
1808. Siendo Napoleón I emperador, es nombrado senador
y par del reino de la Restauración. En 1801 publica sus
Élcments d’idéologie inspirado en los trabajos de John Lócicé
y Condillac. Allí plantea el origen de las ideas a partir de
las sensaciones e intenta que su obra sirva para educar a la
juventud.
En 1803 es anatematizado por Napoleón, quien suprime
la Facultad de Ciencias Políticas y Morales del Instituí N a­
tional, enviando a sus representantes a elaborar diccionarios
de lenguas orientales. Sus discípulos, los ideólogos, ocupaban
cerca de doscientas bancas en la Asamblea dé los Quinien­
tos. Fue así que Napoleón y Chateaubriand, influidos por el
antirracionalismo y catolicismo del Imperio, caracterizan pe­
yorativamente el término ideología. Para Napoleón, Francia
es la tierra de San Luis Rey y no de la Revolución. En ese
sentido los ideólogos representaban un peligro, clebido a su
interés en la educación. El texto siguiente, traducido de la
edición de 1826 de los Éléments, se refiere al concepto de
ideología que manejaban Destutt de Tracy y sus discípulos.
El texto en especial corresponde al Extracto razonado que
sirve de apéndice a la obra.

Obras:
Trabé de la volonté et de ses| effets, 1805; Grammaire generóle, 1803;
Logique, 1805; De l’amour, 1826 (hay traducción italiana); Comrncn-
taire sur l’Esprit des lois, de Montesquieu, 1808 (traducida y corre­
gida en inglés por Thomas Jefferson).

55
E L E M E N T O S D E IDEOLOGIA*

Extracto razonado de la ideología, que sirve como


tabla analítica

Prefacio
La ideología es una parte de la, zoología.
EBCkef es, creo yo, el primero que la. ha visto en este sen­
tido. Condillac es verdaderamente el creador de esta cien-
tía, pero no le dio un tratamiento completo.
Yo me he propuesto complementarlo..Este es un primer
ensayo, que no podrá estar exento de graves imperfecciones.
Todo lo que deseo es que se discuta la teoría expuesta
en sus elementos, que espero puedan ser útiles para la ense­
ñanza.
He publicado esta primera parte, que trata de la forma­
ción de las ideas, sin esperar la parte que trata de su expre­
sión y deducción, a fin de tener tiempo para recoger las
opiniones de hombres esclarecidos y de modificar mis opinio­
nes, si hubiera lugar para ello.

Introducción
Me dirijo sobre todo a los jóvenes, porque ellos no tienen
opiniones fijas, y también porque soportan sin impaciencia
t|uc se les detenga sobre detalles que los hombres más viejos
Creen conocer, aún sin haberlos examinado suficientemente.
Creo que los jóvenes son muy capaces de estudiar esta
ciencia, que no es más difícil que otras, y que a su vez, es
necesaria para, la plena. inteligencia de muchas cosas que se
enseñan a los niños.
Solamente es necesario partir de lo que ellos conocen,
tomarlos en el punto en que se encuentran, y sobre todo,
no comenzar por quererles def inir los términos más generales
y abstractos, ya que cuando ellos estén en edad de compren­
der bien estas definiciones, es. decir, de ver bien todas las
ideas comprendidas en la significación de cada una de sus
palabras, conocerán completamente la ciencia.*
* Destutt de Tracy, ÉUments d’idéologie, París, C hez M me Leví,
l.ibraire, ¡824, pp. 285-297 [traducción de Rafael Vargas].

57
Este no es, entonces, el principio de las lecciones. La pri­
mera cosa por hacer, es recalcar en los alumnos lo que sucede
cuando piensan, cuando razonan, ya sea que ellos juzguen
o estudien.

I. ¿Qué cosa es pensar?


La facultad de pensar ¿consiste en verificar u n a . multi-
¿nd de impreaones, de modificaciones, de maneras de., ser,
que acontecen en nuestro interior y que comprendemos, bajo
la denominación general de ideas ó percepciones.
Todas estas ideas o percepciones, son las cosas que senti­
mos. Las podríamos llamar sensaciones o sentimientos, to­
mando estas palabras en sentido muy extenso, para expresar
cualquier cosa que uno sienta.
De esta forma, pensar es siempre lo mismo que.sentir
algo. Pensar es sentirT“~“ '
Pensar o sentir, es para nosotros la misma cosa que exis­
tir] pues si no sintiésemos nada, tampoco sentiríamos nuestra
existencia, sería nula para nosotros, aún cuando fuese per­
ceptible para otros.
De estas ideas o percepciones, unas son las sensaciones
propiamente dichas, otras son recuerdos de percepciones o
ideas anteriores, otras son las relaciones percibidas entre
las ideas que tuvimos antaño; las otras, finalmente, son los
deseos que experimentamos.
La facultad de pensar o de tener percepciones contiene
pues, las cuatro facultades elementales que citamos: la sen­
sibilidad, la memoria, el juicio y la voluntad. »
Y si del examen de estas cuatro facultades resulta que son
suficientes para formar nuestras ideas, ellas y no otra cosa
constituyen la facultad de pensar.I.

II. De la sensibilidad y de las sensaciones


La sensibilidad propiamente dicha es aquella propiedad
de nuestro ser en virtud de la cual recibimos impresiones de
diverso tipo, de las que somos conscientes y a las cuales lla­
mamos sensaciones.
La conocemos por experiencia propia, y la reconocemos
en nuestros semejantes y en los otros por analogía, en la
medida en que nos la manifiestan.
No podemos ni afirmar ni negar que no exista en aque­
llos seres que no poseen medios para mostrar esta cualidad.
Entre nosotros, los nervios son los órganos de la sensibili­
dad. Sus principales troncos se encuentran en diferentes
puntos, sobre todo en el cerebro, en el cual se pierden y se
confunden.
Sus extremidades terminan en la superficie de nuestro
cuerpo, por ellas recibimos las sensaciones que designamos
bajo el nombre general de sensaciones táctiles. Pero un examen
cuidadoso puede separarlas en varias clases, pues muchas
de ellas varían aun cuando las afecte una misma causa. Así,
propiamente dicho, el sentido del tacto está compuesto por
muchos sentidos distintos.
Independientemente de las sensaciones generales, recibi­
mos sensaciones particulares por los extremos de los nervios
que terminan en ciertos órganos localizados también en la
superficie de nuestro cuerpo; tales son los de la vista, del
oído, del olfato y del gusto. Todas juntas, fonnan lo que
llamamos sensaciones externas.
Agregúense muchas más que recibimos por las extremi­
dades de nervios que terminan en diferentes partes del inte­
rior de nuestro cuerpo, a las que llamamos por esa razón,
sensaciones internas. . .
Tales son las que resultan de las funciones, o de la lesión
tic las diferentes partes de nuestro cuerpo. Ellas son,, además,
las que causan los movimientos de nuestros miembros, y son,
en fin, todas las afecciones de placer o de pena que resul-
tnn de ciertas disposiciones de nuestro individuo y de las
pasiones que lo modifican.
Con todo, las pasiones joo .deben ser clasificadas entre las
Innsaciones simples, porque además de la sensación, contienen
lm" deseo, y el deseo es un efecto de la facultad llamada vo-
JTntlad. Así, en já pasión se encierra el ejercicio de dos facul-
iñcics distintas: la sensibilidad y la voluntad. El estado de
sufrimiento o de alegría en que nos coloca la;pasión, perte­
nece sólo a la sensibilidad propiamente dicha.

59
III. De la memoria y de los recuerdos
La memoria es una segunda especie de sensibilidad p a r ­
ticular, una segunda parte de la sensibilidad general. C on­
siste en ser afectados por el recuerdo de una sensación ex­
perimentada anteriormente.
El recuerdo es una clase de sensación interna, pero dife­
rente de la que acabamos de hablar, en cuanto que es pro ­
ducida sólo por una cierta disposición alojada en nuestro
cerebro, y no por una ' impresión actual en cualquier otro
órgano.
No está en la naturaleza de la percepción llamada re­
cuerdo, el que podamos comprobar que se trata de un
recuerdo, ni está en la naturaleza de la sensación el que re­
conozcamos de dónde nos viene, ni quién es la causa. Esta
cuestión pertenece a los actos del juicio (que veremos más
adelante).
La prueba está en que muchas veces ■tenemos recuerdos
que nos provienen de ideas nuevas, y es verosímil que tenga­
mos nuestras primeras sensaciones sin saber siquiera que te­
nemos ciertos órganos por los cuales estas arriban:
Por otra parte, aun cuando esto no fuera así, aun cuan­
do los conocimientos estuviesen inseparablemente ligados a
nuestras sensaciones y a nuestros recuerdos,' no por eso sería
menos cierto que sentir una sensación es un efecto de la
sensibilidad, y que sentir un recuerdo es un efecto de la me­
moria, y que. los une un juicio, que es un efecto de una ter­
cera facultad, de la cual vamos a hablar.
Estas son distinciones que no deben perderse jamás de
vísta, so pena de confundir las cosas en el análisis del pen­
samiento. „IV
.

IV. Del juicio y de las. sensaciones de relación


La facultad de juzgar, o el juicio, es también una espe­
cie de sensibilidad, porque es la facultad de sentir relaciones
entre nuestras percepciones. Estas relaciones son la vista de
nuestro espíritu, verdaderos actos de nuestra facultad de pen­
sar, por medio, de los cuales aproximamos una idea a otra,
las unimos y las comparamos de una manera cualquiera. Las
relaciones son las sensaciones internas del cerebro, como
los recuerdos.

60
La facultad de sentir relaciones entre las ideas es una
consecuencia casi necesaria de la de sentir sensaciones; por­
que después se tienen dos distintas sensaciones, es natural que
je sientan sus semejanzas, sus diferencias, sus ligazones, etc.
Pero ello no puede tenerse sino luego de la sensación o idea.
La facultad de juzgar no existiría sin ellas.
De esta facultad proceden todos nuestros conocimientos,
pues si no percibiésemos alguna relación entre nuestras per­
cepciones, y no formásemos ningún juicio, no seríamos más
que eternamente afectados, y no sabríamos nada jamás.
Para percibir una relación, para emitir un juicio, que es
lo mismo, se deben tener, al mismo tiempo, dos ideas distin­
tas, pero no se necesitan más que dos.
También, una proposición, que no es otra cosa que el
enunciado de un juicio, y no tiene nunca más de dos tér­
minos: el sujeto y el atributo.
El verbo es una parte del atributo, no un tercer término,
no expresa el acto del espíritu que llamamos juicio, la prue­
ba está en que cuando el verbo aparece en modo infinitivo,
no enuncia ningún juicio dentro de la frase.
No existe ningún juicio negativo, todo juicio es necesa-
riament'é positivo, porque es una percepción, y no se puede
percibir una cosa que no es.
Tampoco hay en la realidad proposiciones negativas. Las
que lo parecen, no son negativas más que por la forma, en el
fondo contienen una afirmación.
La afirmación de toda proposición se reduce siempre a
significar que la idea total del atributo está comprendida
enteramente en la idea del sujeto y es parte de ella, porque
lodo juicio no consiste en otra cosa que en conocer que
una idea es una de las ideas componentes de la otra, y por
consiguiente, parte de ella.
Por lo que es un error llamar al atributo el término
mayor de la proposición.
En verdad, el atributo es siempre una idea más general
que el sujeto, y por consecuencia, susceptible de una exten­
sión mayor. Pero en el enunciado de un juicio, su extensión
es determinada por la del sujeto, y reducida de manera que
jmnás sea más grande que él.
Por otra parte, precisamente porque el atributo es una
idea más general, su comprehensión es menor. Así, siempre es

61
igual al sujeto en cuanto a extensión, pero siempre es menor
en comprehensión.

V. De la voluntad y de las sensaciones de deseos


La voluntad es una cuarta especie de sensibilidad, es la
facultad de sentir deseos.
Nuestros deseos son las consecuencias de nuestras percep­
ciones y nuestros juicios, pero tienen la particularidad de
que por ellos somos felices o desgraciados, según si estos
son cumplidos o no.
Añádase a esto otra particularidad notable: el empleo
de nuestras fuerzas mecánicas e intelectuales depende en
gran medida de ellos de modo que es por ellos que somos un
poder en el mundo. De ahí proviene que confundamos nues­
tro yo con esta facultad más que con cualquier otra, y que
digamos indiferentemente, depende de mí o depende de mi
voluntad.
De ahí viene también la importancia que nosotros damos
a poseer la voluntad de otros y en que ella nos sea favora­
ble, y que nos tenga benevolencia.
Del deseo de benevolencia, nace con razón el deseo de
su aprecio, y del deseo de su benevolencia y el de su estima,
nace también precisamente el sentimiento de bienestar que
experimentamos cuando nos hallamos poseídos de iguales
efectos de benevolencia hacia otros, y el malestar que nos
atormenta cuando nos encontramos ocupados por pasiones
de odio.
Otra consecuencia •de las propiedades de la voluntad es
lo mucho que nos importa ordenarla bien/el medio de lo­
grarlo es rectificando nuestros juicios, porque nuestros de­
seos son consecuencia de ellos, y hay que evitar la formación
de deseos contrádictorios, es decir, deseos cuyo cumplimiento
nos conduciría a maneras de ser que deseamos evitar, por­
que así, nuestra felicidad no sería posible.

62
II. EL MARXISMO CLÁSICO
La concepción histórica materialista
El oentamiertto de K a rlM a ix ,y e n medida, importante el
de ifóedrich (Engeb,* constituye el intento más serio, de. dar
una explicación totalizadora de la historia.de nuestra espe­
cie, colocando en la base del proceso, las relaciones de inter-
■ cambio "material entre los hombres, que se establecen como
I I producto de la faena cotidiana de producir y reproducir la
vida jnrmana.
Esta concepción histórica de carácter materialista, o “so­
( cialismo científico”, como incompletamente le han llamado
muchos; o “filosofía de la praxis”, como la bautizó Gramsci
en sus Quaderni dal Carcere; o “marxismo” como se le d e ­
nomina usando un término poco grato al propio Marx, no es
^txes ni una filosofía, ni una economía, ni una sociología,
ñi uña politología; es todo esto y mucho más, es la visión
integra^ totalizadora, a la que liega, según él, . por abstrac-
o5h, aplicando los aspectos contradictorios existentes en la
JSgíca líégelianá á la realidad social e histórica. Lo anterior
I es distinto de plantear la existencia de un “materialismo dia-
* I¿cSco” —aplicación de la lógica de Hegel tanto a las .cien­
cias ideales, como a las. naturales y sociales—; cosa que, por
lo que sabemos, Marx jamás planteó, categorizq. o formuló
Como "lá” metodología omnivalente. Marx fue pues dema-
ílaHo inteligente como para meterse con los molinos de viento
de la física o de la filosofía de las ciencias del siglo xvni.
Planteó la categoría de totalidad para analizar el proceso
histórico frente a la dispersión, frente a la especialización de
Iris disciplinas particulares que hipertrofian su función en
detrimento de una visión integradora y totalizante.
Desgraciadamente las aportaciones posteriores a la concep­
ción materialista de la historia de Marx realizadas por Le-
in'n, aúri Eñgels después de la muerte de Marx, Gramsci,
Slaliñ, Trotsky, Álthusser, Lefebvré, M aq T se Tiíng y los
«Stores de manuales de los que con gran lucidez se ríe Ludo-
* Excluyendo su Dialéctica de la naturaleca, Antt-Dühring y
otros escritos “materialista-filosóficos” o relacionados con problemas
ríe física, más cercanos a un monismo materialista que a la concep­
ción materialista de la historia de Karl Marx.

65
vico Silva,1 se engloban todos en una suerte de cuerpo doc­
trinario unitario llamado así, genéricamente marxismo, como
si cada uno de estos posteriores seguidores constituyeran eta­
pas necesarias de una línea ortodoxa, estrictamente fiel al
maestro, y pasaran a constituir un discurso común no contra­
dictorio, supercoherente, lo que en realidad no ocurre, ni
podría, desde el punto de vista estrictamente marxista, ocu­
rrir.
Estos equívocos con respecto al “materialismo”, fueron
aclarados ya por Antonio Gramsci en su Quadem i daTCaf-
cere xviut.12*
“Es evidente —nos dice el pensador italiano— que para
la : filosofía de la praxis, la materia no debe ser entendida
ni en el significado resultante de las ciencias naturales (físi­
ca, química, mecánica, etcétera y éstos significados es necesa­
rio registrarlos y estudiarlos en su desarrollo histórico) ni en
los significados que resultan metafísicas materialistas. Las di- '
versas propiedades físicas (químicas, mecánicas, etcétera) de
la materia que en su conjunto constituyen la m ateria misma
(a menos que no se recaiga en una concepción del noúmeno
kantiano) se consideran, pero sólo en cuanto llegan a ser
‘elemento económico’ productivo. La materia no se debe pues
tomar como tal, sino como socialmente e históricamente im ­
portante para la producción y aún para la ciencia natural,
esencialmente como una categoría histórica, una relación
humana”.
Sin embargo el^enor de tomar o privilegiar, en la concep-,
ción maixista, el sentido “materialista metafísico” o de Ja
“materia” entendida en el significado de las ciencias físicas
(química, mecánica), nos viene de una obra palémica de
Engels —él Anti-Dühring— escrita contra un privatdozent
de la Universidad de Berlín, Eugen Dühring, de gran influen­
cia en un momento dentro del Partido Socialdemocráta ale­
mán.
Al respecto Engels nos dice:
“Frente a la concépción de la náturaleza como un todo
inmutable de cuerpos celestes que se mueven en estrechas
1 Lúdovico Silva, Antim anual para uso de marxistas, marxótogos
y marxianos, Caracas, Monte Ávila, 1975.
2 Antonio Gramsci, 11 materialismo storieo e la filosofía di
Benedetto Croce, Milano, Eináudi, 1949.

66
1 órbitas, como había enseñado Newton, y de inmutables espe­
cies de seres orgánicos, como lo había enseñado. Linneo, el
I actual materialismo (el subrayado es nuestro) reúne los nue­
vos progresos de la ciencia de la naturaleza, según los cuales
también la naturaleza tiene su historia en el tiempo, los
Cuerpos celestes y las especies de organismos, que los habitan
Cuando las circunstancias son favorables, nacen y perecen, y
los ciclos y órbitas, cuando de verdad existen, tienen dimen­
siones infinitamente más gigantescas. En los dos casos es este
materialismo sencillamente dialéctico, y no necesita filosofía
alguna que esté por encima de las demás ciencias." 3
Ocho años más tarde, :Engels publica en la revista N e w
y.tit su Ludwig Feuerbach o el fin de la filosofía clásica
JTemana donde reitera su fe materialista “filosófica” o en el
I ÍÍKticlo de la física'o lá química cuándo nos dice: “Mientras
(Hte para él materialismo lo único real es la naturaleza, en
Til sistema hegeliário ésta' representa tan solo la ‘enajena-

i
UTón' 3e la idea absoluta. 4 “La naturaleza existe inde-
‘¡fcndfcnfeménte ’ de toda, filosofía; es la base sobre la que
Crecieron y se desarrollaron y crecieron los hombres, que son
también de suyo, productos n a tu ra le s...”,5 “Feuerbach con-
fljtíHé’ el materialismo que es un a concepción general del
m u n d o ...” 6 “ ...concebir el mundo real —la naturaleza
y la historia— tal como se presenta a cualquiera que lo mire
lili quimeras idealistas preconcebidas; decidiéndose a sacrifi­
car implacablemente. todas las quimeras idealistas que no
Concordasen con los hechos, enfocados en su propia concate­
nación imaginaria. Y esto y sólo esto es lo que se llama ma­
terialismo.” 7
Por último, su posición de “materialismo filosófico” o
materialista en el sentido de la física y de la química es plan-
leticia por Engels en su Dialéctica de la naturaleza. Allí nos
tliEST “ . . . l a materia es impensable sin movimiento. Y, si
Además, la materia nos enfrenta como algo dado, tan in-

4 Friedrich Engels, Anti-Dühring, México, Grijalbo, 1968, p. 11.


* Friedrich Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía
fldliea alemana, Buenos Aires, Cuadernos de Pasado y Presente, 1975.
8 Ibidem.
« Ibid.
7 Ibid.

67
creable como indestructible, se sigue de ello que el movi­
miento también es increable e indestructible”.8
Por igual vía caminó Lenin en.su Materialismo y empi­
riocriticismo. Cuando escribió que “ ...e l materialismo, de
completo acuerdo con las Ciencias Naturales, toma la mate­
ria por lo primeramente dado, y la conciencia, el pensamien­
to, la sensación por lo secundario, ya que en forma clara­
mente manifiesta la sensación está relacionada tan solo con
las formas superiores de la materia (materia orgánica), y
en los cimientos del edificio mismo de la materia solo puede
suponerse la existencia de una facultad parecida a la sen­
sación”.9
“Desde ese falseamiento y esa trivialización del senti­
do rigurosamente empírico y crítico del principio materia­
lista no había ya más que un paso hacia el intento de poner
en la base de la ciencia histórica y económica de Marx no
solo una filosofía social en general, sino incluso una filosofía
global materialista, que abarcara la naturaleza y la sociedad
y una concepción del mundo materialista en general; el in­
tento, dicho con palabras de Marx, de reconducir a ‘las fra­
ses filosóficas de los materialistas sobre la materia’ las deter­
minadas formas científicas a que finalmente habían llegado
con la investigación marxiana al núcleo y el contenido rea­
les del materialismo filosófico del siglo xviri. Como investiga­
ción rigurosamente empírica que es de determinadas formas
sociales históricas, la ciencia social materialista de M arx no
necesita ninguna fundamentación semejante.”

La .ideología '
E1 problema de la ideología se explica —según Marx—
J a partir de las relaciones de producción, de las relaciones
! contradictorias materiales entre los trabajadores manuales e
/ intelectuales, entre la ciudad y el campo, es decir relaciones
materiales.
La concepción de la ideología en Marx, pues nada tiene

8 Friedrich Engels, Dialéctica de la naturaleza, Buenos Aires, Edi­


torial Cartago, 1975.
9 V. I. Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, Moscú, Editorial
Progreso, s/d.
tjuc ver con monismos metafísicos, filosofías sobre la mate­
ria, o con concepciones de la materia según ‘4a~física..,~Iá
ipiimica o la mecánica". De igual manera él "basamento de
ln~ideoTogía estaría en lo que "métafóricameaté se denomina
ffasis o parte de abajo del edificio social, problema ya des-
rTÍbícito por el filósofo venezolano Ludovico Silva y plantea-
do en varias de sus obras.
Ya en enero de 1859, Karl Marx escribía e n el Prólogo a
la Contribución a la crítica de la economía política: “en
[n producción social de su existencia, los hombres entran ai
rflñciones determinadas, necesarias, independientes de su vo­
luntad; estas relaciones'de producción corresponden a un
jjjfiíHó determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas
fiTSTteriales. El conjunto de estas relaciones de producción
¿instituye la estructura económica de la sociedad, la base
k 5T"sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y
política"a la que corresponden determinadas formas de con-
ítc'tfcia' social. . . ” 10 Más adelante agrega que es preciso ex-;
ptiSsrla conciencia “por las contradicciones de la vida rna-
terial, por el conflicto que existe entre las fuerzas productivas '
V las relaciones sociales de producción”.
^ ¿ a ideología, es decir aquellas “formas jurídicas, políticas,
religiosas, artísticas o filosóficas^"^ del edificio
Mitial, de su parte de arriba —siguiendo con la metáfora—
\tC ÜÜerbau, inseparable, es obvio, de los cimientos o Basis
económica y que nosotros separamos simplemente desde el
punto de vista metodológico. Estructura y superestructura
[Basis y Überbau, cimientos y parte de arriba, en la metáfora
ilol edificio social) no son pues categorías socioeconómicas
1‘mno creen los estruqturalistas. —se llamen o no marxistes—
i¡b'icñes* se empeñan en ver a Marx como un precursor de„
| ,6vi-Strauss. Al respecto ^iÍv¿;hos dice en El estilo literario
tftK farx, que “si realmente ía ideología fuese una superes­
tructura o un reflejo, entonces Marx sería el m ás ferviente
pin Conista creyente en un mundo de ideas aparte e indepen­
diente, montedo sobre la estructura social, y por el otro sería
defensor de la absurda tesis que hace de las ideas y los va-

10 Karl Marx, Prólogo a la Contribución a la critica de la eco­


nomía política, Buenos Aires, Cuadernos de P asado y Presente 1, 1973.

... ■'■t ; 1 .' " ' 69


... / V .v - .fl

/
lores sociales un pasivo e inerme reflejo, un m undo irjactiyn.
v puramente especular”.11
■La concepción marxistade la ideología no es ni una forma
producto de un moderno platonismo, ni concibe el mundo
de las ideas de una manera puramente especular donde se
reflejaría la “estructura económica , de manera mecánica’’.
La concepción de la ideología emana de la realidad, deindi-
viduos y : relaciones también reales.
En este sentido, en La ideología alemana,1112 M arx expresa
que él parte de. premisas reales como son: “los individuos
reales, su acción y sus condiciones materiales de vida, tanto
aquellas con que se han encontrado como las engendradas
por su propia acción. Éstas premisas pueden comprobarse por
la' vía puramente émpírica.”
Más adelante agrega que “los hombres tienen historia
porque se ven obligados a prodiícir su vida y deben, además,
producirla de un determinado modo: esta necesidad está im­
puesta por su organización física, y . otro tanto ocurre con
su conciencia”.13 De esta suerte, prosigue, “la conciencia,
por lo tanto, es, ya de antemano un producto social, y lo
seguirá siendo mientras existan .seres humanos”. (Sin em­
bargo, en las sociedades divididas en clases, “las ideas de la
clase dominante son las. ideas dominantes en cada éppcá”.)
No obstante, estas ideas dominantes, o ideas de la clase
dominante, no son simplemente la expresión derivada de cau­
sas económicas, sino que se encuentran en relación contra­
dictoria con éstas, de tal suerte que su influencia se revierte
sobre la economía. Esto lo plantea muy claramente Friedrich
tÉngels jen sus conocidas cartas a Konrad Schmidt (27-X-
''1890), a Joseph Bloch (21-IX-1890), a Heinz *Starkenburg
o Borgius (25-1-1894). En la primera de estas cartas dice
que “el reflejo de las condiciones económicas en forma de
principios jurídicos es también forzosamente un reflejo in­
vertido: se opera sin que los sujetos agentes tengan con­
ciencia de ello; el jurista cree manejar normas apriorístícas,
sin darse cuenta que estas nonnas no son más que simples
11 Ludovico Silva, E l estilo literario de Karl Marx, México, Si­
glo XXX, 1975.
12 Karl Marx, y Friedrich Engels, La ideología alemana, Bue­
nos Aires, Ediciones! Pueblos Unidos, 1973.
13 Ibid.

70
reflejos económicos; todo al revés. Para mí es evidente que
esta inversión, que mientras no se la recoñocíTidñstitüye lo
mié llamamos concepción ideológica repercute a ai vez sobre
la base económica y puede, dentro de ciertos límites, modifi-
BTrlá”. En' la segunda de las mencionadas cartas nos dice
ijiic: “según la concepción materialista de la historia el
factor que eri última instancia determína la historia es la pro­
ducción y ^ a reproducción de la vida real. Mi Marx nL yo
Wflhios afirmado" nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa
diciendo que el factor económico es el único determinante,
¿invertirá aquella tesis: en algo vacuo, abstracto, absurdo”. En
ISTefcera carta reitera, la idea de la relación dialéctica entre
Bfije económica y formas ideológicas en los siguientes térrni-
ifBs:' “El desarrollo político, jurídico, filosófico, literario, ar-
tlltico, etc., ''déStiÜliSá1 desarrollo económico. Pero todos
jtJBr7epérciiféri también, los unos sobré los otros y sobre su
I^S?-économica.’>’,>''‘ ' " ....'
I " * E n o tro s términos el problema de la ideología, es interde-
nondiente de todos los tactores totales que se dan en cada
¡jiftnación social concreta en una época determinada, y ema-
tlR^cfe relaciones materiales entre los hombres, ajena a otras
(^incepciones “materialistas” o a generalizaciones como las
funciones entre el ser y él pensar.
Sin embargo es necesario precisar aquí que la concep­
ción marxista de la ideología de haber conocido Marx y
Iftigcls a Freud habría tenido un desarrollo más profundo.
No obstante el problema, más que teórico es un problema
práctico, como lo anota con gran acierto X,udovicO Silva,'
"l'nra Marx, toda ideología es.práctica, puesto que aunque
*i* vista de mil encajes filosóficos, míticos o religiosos, tiene
Ir función práctica, crasamente, social, de preservar, el orden
fflltblccido.” 15
Lo anterior_descanta por lo tanto la concepción de una
"ItldfflSffía^ del proletariado qué ’ confunde ideología con
.ItttKrip; o' de lá “lucha, ideológica” entre el proletariado y la
Wi^dcsíá.*

** K. Marx, F. Engels, Carlas, en Obras escogidas en 2 tomas-,


MrtiUii, Editorial Progreso, s/d. .
** Ludovico Silva, Teoría y práctica de la ideología, México,
N tfiiro Tiempo, 1954.

71
La burguesía tiene ideología y el proletariado puede lo-
grar tener conciencia de clase. Por otra parte la llamada
lucha ideológica no es otra cosa que la lucha política, "ó”ái~se
quiere,' la' discusión, teórica y práctica sobre el problema
político.
El concepto de ideología en Marx, tiene un m atiz peyo­
rativo, al igual que en Napoleón Primero, pero en un sentido
distinto casi al revés del que le dio el corso; no hay otra
id ^ l^ a ^ q u e aquelja„de. k. c l^ e dominante* En un mim3o
en que no exista ni clase dominada ni clase dominante, de­
jará de existir la ideología de la clase dominante, y esto es
válido también para sectores sociales que sin ser clase —como
las burocracias políticas— usufructúan el poder.

72
KARL MARX

Padre del socialismo, científico, nace en Trévtris, provin­


cia alemana, en 'i8 tK-j Realiza estudios de jurisprudencia en.
Bonn y Berlín, al final pone especial énfasis en los estudios
históricos y filosóficos obteniendo el doctorado en filosofía
en A84T).su tesis versó sobre Epicuro. Dirige en 1842 la
redacción del periódico de la burguesía liberal renana,
f.a Gaceta del Rhin. En junio de 1843 contrae matrimonio
ton Jenny von Westfalen, de familia pietista y aristócrata
(su hermano fue ministro del interior del estado prusiano).
Una vez prohibida la circulación de La Gaceta del Rhin, a
somienzos de 1843, se traslada a París y edita junto a Ar-
jioíd Ruge los Anales franco, alemanes. Desde ahí inicia sus
escritos socialistas con una Crítica de la filosofía del derecho
clíTHegel y, en colaboración con Friedrich Engds, La Sagrá-
dS^Vamília. A petición del gobierno prusiano, ante el minis-
ftnéTGúizoi, es expulsado de Francia en 1845. Fija residen-
ala en Bruselas,"Bélgica, donde publica en.1847 laTs/líseria de
lTf'tilósbíi¿,"y en 1848 su Discurso sobjj'e el libre cambio, ambos
rrt lengua francesa. Ingresa en fc¡?M en la Liga de los Co­
munistas y junto a Engéls redacta el Mamfiesto del Partido
Comunista cuya primera edición apareció enfl848. En febrero
(t¡TT$48 se producen violentas movilizaciones populares en
Bruselas, Marx es acusado de participar en ellas y sale ex­
pulsado nuevamente hacia París, donde el gobierno provi­
sional le da acogida. Habiéndose producido una marcada
efervescencia revolucionaria en Alemania, regresa a Colonia
funda el lo, de junio de 1848 la Nueva Gaceta del Rhin.
líl periódico sale hasta el 19 de mayo de 1849, fecha en que
ti gobierno lo suprime. Marx se traslada una vez más a París
V ante las movilizaciones populares de junio de 1849 el
gobierno francés lo presiona, teniendo que trasladarse a Lon-
dtet, Intenta revivir la Nueva Gaceta del Rhin, y al final
títne que abandonar la idea. Impactado por el golpe_ de es­
tado de diciembre de 1851 en jbrancta,'^jibjica'én' Boston, en
R r l 8 íSrumario de Luis Bonaparte. E n 1853 escribe
K 'elaciones sobre el. proceso de los comunistas en Colonia.

73
Comprendiendo el fracaso, se retira de la agitación política
directa y se dedica a hacer investigaciones de economía po­
lítica en la biblioteca del Museo Británico. Esta tarea la
desarrolló a la par de colaborar, en el New York Tribune
con artículos, correspondencias y editoriales. En j¡[S5¡^ apare-
Contribución a la crítica de la economía, política. . Par­
ticipa en la creación de la Asociación Internacional de los
Trabajadores donde redacta el acta inaugural, en 1864.
Como producto de sus estudios sistemáticos, en \f8'6T] sale
publicado en Hamburgo el tomo primero de El Capital,
crítica efe la economía política,, su obra fundamental. Karl
Marx muere el 14 de marzo de 1883\en Londres. De su acer­
vo cultural es incuestionable sus contribuciones respecto a la
ideología. A partir de La ideología alemana; obra importante
en el tratamiento de lo ideológico como falsa conciencia,
pasando por el Prólogo de la contribución a la crítica de la
economía política, así como de sus, correspondencias y ma­
nuscritos, extraemos una selección de textos donde queda
plasmado el papel fundamental que desempeñan las relacio­
nes materiales de existencia en la conformación de la concien­
cia. Sin embargo, si alguna reflexión se deriva de estas lectu­
ras es la de que rompe con una visión dogmática en donde
el primado de las relaciones sociales de producción en nin­
gún momento se constituye en un economismo vulgar.

LA. mEOLOCÍA ALEMANA*

Nos encontramos, pues, con el hecho de que determinados


individos, que, como productores, actúan de un determinado
modo, contraen entre sí estas relaciones sociales y políticas
determinadas. La observación empírica tiene necesariamente
que; poner de relieve én cada caso concreto, empíricamente^
y sin ninguna clase de falsificación, la trabazón existente
entre la organización social y política y la producción. La
organización social y el Estado brotan constantemente del
proceso de vida de determinados individuos; pero de estos

* K arl Marx, Friedrich Engels, La ideología alemana, Montevi­


deo, Ediciones Pueblos Unidos, 1973, pp. 25-27, 31-34, 50-55.

74
individuos, no como puedan presentarse ante ia imaginación
propia o ajena, sino tal y como realmente son; es decir, ta l }'
Como actúaii y como producen materialmente y, por tanto
tnl y como desarrollan sus actividades bajo determinados
Itnütes, premisas y condiciones materiales, independientes de
tu voluntad.1
La producción de las ideas y representaciones, de la con-
(¡icñcía,"aparece al principio directamente entrelazada con
In actividad material y el comercio material de. los hombres,
^5mo el lenguaje de la vida real. Las representaciones, los
pensamientos, el comercio espiritual de los Hombres se pre-
Miran ‘todavía, aquí, como emanación directa de su com-
^ r t amiento material. Y lo mismo ocuiTe con la producción
Bpiritiial, tal y como se mánifiésfa .en él lenguaje de la polí-
Tlcrt, de las léyesj de la moral, de la religión, de la metafísica,
(¡Tí!, "3e~ uii pueblo. Los hombres son los productores de sus
¿^presentaciones, de sus Ideas, etc., pero los. Hombres reales
y^nctualés, “tai y como se hallan condicionados por un de-
mnnrnadb" desarrollo de sus fuerzas productivas y por el
Iñlércambio que a él corresponde, hasta. llegar a sus forma-,
¡■iones niás amplías. La conciencia no puede ser nunca otra
¿Ósa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su pro-
Csso de vida real, Y si en toda la ideología los hombres y sus
miaciones aparecen invertidos como en una cámara oscura,
Cite fenómeno responde a su proceso histórico de vida, como
In inversión de los objetos al proyectarse sobre la retina res­
ponde a su proceso de vida directamente físico.
Totalmente al contrario de lo., que ocurre en la filosofía
ítlctñana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se

1 Las representaciones que estos individuos se forman, son repre­


sentaciones acerca de su relación con la naturaleza o su relación en-
trq i!, o respecto a su propia índole. Salta a la vista que, en todos
Miel casos, tales representaciones son la expresión conveniente —real
u ilusoria— de su actividad y relaciones'reales, de su producción, de
•U Intercambio, de su organización política y social. La hipótesis con-
Iftrin sólo es posible entonces, si presumimos la existencia, fuera del
Qllilrilu de los individuos reales, condicionados materialmente, de
litro espíritu aparte. Aunque la expresión consciente de las relacio-
llM reales de estos individuos sea ilusoria, aunque sus representaciones
pnilgan de cabeza su realidad, ello se debe, a su vez, a s u modo de-
«ftllvtdad material limitado y a la consiguiente lim itación de sus
«Ilusiones sociales.

75
asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se p a rte de lo que
los. hombres dicen, se representan o se imaginan, ni. tampoco
del._hom.bre predicado, pensado, representado o imaginado,
para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hue­
so; se parte "clel hombre que realmente actúa y, arrancando
<fe-Su_pr<>ces,p de vida.real, se expone también el desarrollo de
lqg reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida.
También las formaciones nebulosas que se condensan en el
cerebro de los hombres son sublimaciones necesarias de su
proceso material de vida, proceso empíricamente registrable y
sujeto a condiciones materiales. La moral, la religión, la meta­
física y cualquier otra ideología y las formas de conciencia
que a ellas corresponden pierden, así, la apariencia de su
propia sustantividad. No tienen su propia historia ni su pro­
pio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su produc­
ción material y su intercambio material cambian también, al
cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su
pensamiento. No es la conciencia la que determina la vida,
sino la vida la que determina la conciencia. Desde el primer
punto de vista, se parte de la conciencia como del individuo
viviente; desde el segundo punto de vista, que es el que
corresponde a la vida real, se parte del mismo individuo real
viviente y se considera la conciencia solamente como su
conciencia.
Y este modo de considerar las cosas no es algo incondi­
cional. Parte de las condiciones reales y no las pierde _de
vista hi por un momento. Sus condiciones son los hombres,
pero no vistos y plasmados a través de la fantasía, sino‘en
su proceso de desarrollo real y empíricamente registrable,
bajo la acción de determinadas condiciones.»Tan pronto
como se expone este proceso activo de la vida, la historia
deja de ser úna colección de hechos muertos, como lo es para
los empiristas, todavía abstractos, o una acción imaginaria
dé sujetos imaginarios, como para los idealistas.
Ahí donde termina la especulación, en la vida real,
comienza también la ciencia real y positiva,, la-exposición de
íá acción práctica, del proceso práctico de desarrollo., de.-Los
hombres. Terminan allí las frases sobre la conciencia y pasa
a ocupar su sitio el saber real. La filosofía independiente,
pierde, con la exposición de la realidad; éh raedlo ..en, ..que
puede existir. En lugar de ella, puede aparecer, a lo sumo,

76
un compendio de los resultados más generales, abstraído de
la consideración del desarrollo histórico de los hombres. Es­
tas abstracciones de por sí, separadas de la historia real,
carecen de todo valor. Sólo pueden servir para facilitax la
ordenación del material histórico, para indicar la sucesión
on serie de sus diferentes estratos. Pero no ofrecen en modo
alguno, como la filosof a, una receta o uai patrón con arre­
glo al cual puedan aderezarse las épocas históricas. Por el
contrario, la dificultad comienza allí donde se aborda la
consideración y ordenación del material, sea el de una época
pasada o el del presente, la exposición real de las cosas. La
eliminación de estas dificultades hállase condicionada por
premisas que en modo alguno pueden exponerse aquí, pues
■c derivan siempre del estudio del proceso de vida real y de
la acción de los individuos en cada época. Destacaremos aquí
algunas de estas.abstracciones, para oponerlas a la ideologia,
¡lustrándolas con algunos ejemplos históricos.
[ . . . ] después de haber considerado ya cuatro momentos,
cuatro aspectos de las relaciones histó ¡cas originarias, caemos
on la cuenta de que el hombre tiene también "conciencia".5
Pero, tampoco ésta es de antemano una conciencia “pura” .
El "espíritu” nace ya tarado con la maldición de estar “pre­
ñado” de materia, que aquí se manifiesta bajo la forma de
capas de aire en movimiento, de sonidos, en una palabra,
bajo la forma del lenguaje. El lenguaje es tan viejo como
la conciencia: d lenguaje es' la conciencia práctica, la con­
ciencia real, que existe también para los otros hombres y
que, por tanto, comienza a existir también p ara mí mismo;
y*el lenguaje nace, como la conciencia, de la necesidad, de
jos apremios del intercambio con los demás hombres.* Donde
existe una relación, existe para mí, pues el animal no se
"comporta” ante nada ni, en general podemos decir que
tenga “comportamiento” alguno. Para el animal, sus relacio­
nes con otros no existen como taIH~fclacloné¿.' La cónciéa-
^jS7lpór tanto,Jes ya de antemano un producto'social, y lo
seguirá siendo mientras existan seres humanos. I_,a conciencia
a Los hombres tienen historia porque se ven obligados a producir
tu vi^Ty deben, además, producirla de «B determinado mo o: esta
j^MsTdad’" está''impuesta por su organización" física, y otro tanto
ocurre"'con su" conciencia [glosa marginal de Marx],
" f Mi relación. con mi ambienté "es mi conciencia.

77
es, ante todo, naturalmente, conciencia del m undo inmedia­
to" y sensible que nos~f¿Hea "y conciencia de los,nexos limita­
dos con otras personas y cosas, fuera del individuo consciente
de sí mismo; y es, al mismo tiempo, conciencia de la natu­
raleza, que al principio se enfrenta al hombre como un poder
absolutamente extraño, omnipotente e inexpugnable, ante
el que los hombres se comportan de un modo puramente
animal y que los amedrenta como al ganado; es, por tanto,
úna conciencia puramente animal de la naturaleza (religión
■natural).
Inmediatamente, vemos aquí que esta religión natural
o este determinado comportamiento hacia la naturaleza se
hallan determinados por la forma social, y a la inversa. En
este caso, como en todos, la identidad entre la naturaleza
y el hombre se manifiesta también de tal modo que el com­
portamiento limitado de los hombres hacia la naturaleza con­
diciona el limitado comportamiento de unos hombres para
con otros) y éste, a su vez, su comportamiento limitado- hacia
la naturaleza, precisamente porque la naturaleza apenas ha
sufrido aún ninguna modificación histórica. Y, de otra parte,
la conciencia de la necesidad de entablar relaciones conjps
iñdmduos circundantes es el comienzo de la conciencia de
que el hombre vivé, en general, déntro de una sociedad. Este
comienzo es algo tan animal como la propia vida social en
esta fase; es, simplemente, uiia conciencia gregaria y, en este
punto, el hombre sólo se distingue del carnero por cuanto
su conciencia sustituye al instinto o J^.el suyo un instinto
cpnscientgi. Esta conciencia gregaria o tribal se desarrolla
y perfecciona después, al aumentar la producción, al_ acre­
centarse las necesidades y al multiplicarse la poblSción, que
es el factor sobre el que descansan los dos anteriores). De este
modo se desarrolla la división del trabajo, que originaria­
mente no pasaba de la división del trabajo en el acto sexual
y, más tarde, de una división del trabajo introducida de ún
modo “natural” en aténción a las dotes físicas (por ejemplo,
la fuerza corporal), a las necesidades, las coincidencias for­
tuitas, etc. La división del trabajo sólo se convierte en ver­
dadera división á 'p a rtir del momento , en que se separan el
trabajo físico y el intelectual.4 Desde este instante, puede
4 La primera forma de los ideólogos; los sacerdotes, decae [glosa
marginal de MaixJ.

78
ya la conciencia imaginarse realmente que es algo más y
algo distinto que la conciencia de la práctica existente, que
representa realmente algo sin representar algo real: desde
Cite instante, se halla la conciencia en condiciones de em an­
ciparse del mundo y entregarse a la creación de la teoría
"pura”,'de la teología “pura”, la filosofía y la moral “puras”,
tjtc. Pero, aun cuando esta teoría, esta teología, esta filoso­
fía, esta moral, etc., se hallen en contradicción con las re ­
laciones existentes, esto sólo podrá explicarse porque las
relaciones sociales existentes se hallan, a su ver, en contra­
dicción con la fuerza productiva existente; cosa que, por lo
demás dentro de un determinado círculo nacional de rela­
ciones, podrá suceder también a pesar de que la contradic­
ción no se dé en el seno de esta órbita nacional, sino entre esta
conciencia nacional y la práctica de otras naciones; es decir
mitre la conciencia nacional y general de una nación.5 Por
lo demás, es de todo punto indiferente lo que la conciencia
por sí sola haga o emprenda, pues de toda esta escoria sólo
obtendremos un resultado, a saber: que estos tres momentos,
ln fuerza productora, el estado social y la conciencia, pueden
y deben necesariamente entrar en contradicción entre sí, ya
que, con la división del trabajo, se da la posibilidad, más aún,
ln realidad de que las actividades espirituales y materiales, el
disfrúte y el trabajo, la producción y el consumo, se asignen
n diferentes individuos, y la posibilidad de que no caigan
(>n contradicción reside solamente en que vuelva a abando­
narse la división del trabajo. Por lo demás, de suyo se
Comprende que los “espectros”, los “anexos”, los “entes su­
periores”, los “conceptos”, los “reparos”, no son más que
)A expresión espiritual puramente idealista, la idea aparte
del individuo aislado, la representación de trabas y limita­
ciones muy empíricas dentro de las cuales se mueve el modo
di; producción de la vida y la forma de intercambio con­
gruente con él.
Con la división, del trabajo, que lleva implícitas todas es-
UU contradicciones y que descansa, a su vez, sobre la división
tmlural del trabajo en el seno de la familia y en ,1a división
fin la sociedad en diversas familias contrapuestas, se da, al•

• (Religión). Los alemanes con la ideología en cuanto tal [glosa


iníinjinal de Marx],

“79
mismo tiempo, la distribución y, concretamente, la distri­
bución desigual, tanto cuantitativa como cualitativamente,
d e lirab a j ó y de sus productos; es decir, la propiedad, cuyo
primer'germen, cuya forma inicial se contiene y a en la fami­
lia, donde la mujer y los hijos, son los esclavos .del marido.
La esclavitud, todavía muy rudimentaria, ciertamente, latente
en la familia, es la primera forma de propiedad, que, por
lo demás, ya aquí corresponde perfectamente a la definí ión
de los modernos economistas, según la cual es el derecho a
disponer de la fuerza de trabajo de otros. Por lo.demás, di,-
visiqn^del.. trabajo y propiedad privada son términos idén­
ticos: uno de ellos dice, referido a la esclavitud, lo mismo
que el otro, referido al producto de ésta.

Sobre la producción de la conciencia


En la historia anterior es, evidentemente, un hecho em­
pírico el que los individuos concretos,, al extenderse sus acti­
vidades hasta un plano histórico-universal, se ven cada vez
más sojuzgados bajo un poder extraño a ellos (cuya opre­
sión llegan luego a considerar como una perfidia del lla­
mado espíritu universal, etc.), poder que adquiere un ca­
rácter cada vez más de masa y se revela en última instancia
como el mercado mundial. Pero, asimismo, se demuestra
empíricamente que, con el derrocamiento del orden social
existente por obra de la revolución comunista (de lo que
hablaremos más adelante) y la abolición de la propiedad pri­
vada, idéntica a dicha revolución, se disuelve ese poder.tan
misterioso para los teóricos alemanes y, entonces, la libera­
ción de cada individuo se impone en la misma medida en
que la historia se convierte totalmente en una historia uni­
versal. Es evidente, por lo que dejamos expuesto más arriba,
que la '=yéñ3adera riqueza espiritual del individuo depende
"fotálmén te de la riqueza dé siis relaciones reales. Sólo así se
"liberan los individuos concretos de las diferentes trabas na­
cionales y locales, se ponen en contacto práctico con la pro­
ducción (incluyendo la espiritual) del mundo entero y se
colocan en condiciones de adquirir la capacidad necesaria
para poder disfrutar esta multiforme y completa producción
de toda la tierra (las creaciones de los hombres). La depen­
dencia total, forma natural de la cooperación histórico-uni-

80
vsrsal de los individuos, se convierte, gracias a la revolución
comunista, en el control y la dominación consciente sobre
Cttos poderes, que, nacidos de la acción de unos hombres
lobre otros, hasta ahora han venido oponiéndose a ellos,
I aterrándolos y dominándolos, como potencias absolutamente
Extrañas. Ahora bien, esta concepción puede interpretarse,
ti su vez, de un modo especulativo-idealista, es decir, fantás­
tico, como la “autocreación del género” (la “sociedad como
lujeto” ), representándose la serie sucesiva de los individuos
relacionados entre sí como un sólo individuo que realiza el
misterio de engendrarse a sí mismo. Aquí, habremos de ver
( cómo los individuos se hacen los unos a los otros, tanto física
Como espiritualmente, pero no se hacen a sí mismos, no en
Iíi>disparatada concepción de San Bruno ni en el sentido del
"Ünico”, del hombre “hecho”.
Esta concepcióti de la historia consiste, pues, en exponer
el proceso real de producción, partiendo para ello de la
producción material de la vida inmediata, y en concebir la
forma de intercambio correspondiente a este modo de pro­
ducción y engendrada' por él, es decir, la sociedad civil en
fus diferentes fases, como el fundamento de toda la historia,
presentándola en su acción en cuanto Estado y explicando
Con base en ella todos los diversos productos teóricos y formas
de la conciencia, la religión, la filosofía, la moral, etc., así
Como estudiando a partir de esas premisas su proceso de
nacimiento, lo que, naturalmente, permitirá exponer laa cosas
ni su totalidad. (Y también, por ello mismo, la acción recí­
proca entre estos diversos aspectos.) No se trata de buscar
lina categoría en cada período, como hace la concepción
Idealista de la historia, sino de mantenerse siempre sobre el
torreno histórico real, de no -explicar la práctica partiendo
(1q la idea, de explicar Jas formaciones ideológicas sobre la
LinSC de la práctica material, por donde se llega, consecuen­
temente, al resultado de que todas las formas y todos los
productos» de la conciencia no brotan por obra de la crítica
ikj «ritual, mediante la reducción a la “autoconciencia” o
In transformación en “fantasmas”, “espectros”, “visiones”,
t*ti\, sino que sólo pueden disolverse por el derrocamiento
práctico de las relaciones sociales reales, de que emanan
rjlas quimeras idealistas; de que la fuerza propulsora de la
lilstoria, incluso la de la religión, la filosofía, -y toda otra

81
teoría, no es la crítica, sino la revolución. E sta concepción
revela que la historia no termina disolviéndose en la “autn-
conciencia”, como el “espíritu”, sino que en cada una de su»
fases se encuentra un resultado material, una sum a de fuer­
zas de producción, una relación históricamente creada con
la naturaleza y entre unos y otros individuos, q u e cada ge­
neración transfiere a la que le sigue, una. masa de fuerza;;
productivas, capitales y circunstancias, que, aunque de una
parte sean modificados por la nueva generación, dictan a
ésta, de otra parte, sus propias condiciones de vida y Ic
imprimen un determinado desarrollo, un carácter especial;
de que, por tanto, las circunstancias hacen a 1 hom brean ln
misma medida en qué'éste hace á las circunstancias. Esta
suma de fuerzas de producción, capitales y formas de inter­
cambio social con que cada individuo y cada generación so
encuentran como con algo, dado es el fundamento real de lo
que los filósofos se representan como la “substancia” y
la “esencia del hombre”, elevándolo a apoteosis y comba­
tiéndolo; un fundamento real que no se ve menoscabado en
lo más mínimo en cuanto a su acción y a sus influencias
sobre el desarrollo de. los hombres por el hecho de que estos
filósofos se rebelen contra él como “autoconciencia” y como
el “Único". Y estas condiciones de vida con que las dife­
rentes generaciones se encuentran al nacer deciden también
si las conmociones revolucionarias que periódicamente se re­
piten en la historia serán o no lo suficientemente fuertes para
derrocar la base de todo lo existente. Si no se dan estos
elementos materiales de una conmoción total, o sea, de una
parte, las fuerzas productivas existentes y, de otra,, la forma­
ción de una masa revolucionaria que se levante, rio sólo en
contra de ciertas condiciones de la sociedad anterior, sino
en contra de la misma “producción de la vida” vigente hasta
ahora, contra la “actividad de conjunto” sobre que descansa,
en nada contribuirá a hacer cambiar la marcha práctica de
las cosas el que la idea de esta conmoción haya sido procla­
mada ya cien veces, como lo demuestra la historia del co­
munismo.
Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes
fP..cÍ.J^ép9'ca1<brdícho én otros términos, la clase que ejerce
el poder material dominante en la sociedad es, al mismo
tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a

82
Dosición los medios para la producción material dispo-
™.snío'"tiempo;, def los (medios para la produc-
úritual. lo que hace que sej.e sometan, al propio
ipo, por término medio, las ideas de qxúenes carecen dé
[medios necesarios para producir, espiririialm© te. L a s^ q p í.
I(laminantes no son^ otra_cosa qug.,1a exp|gsión JdeaL.de.
dcpcmñes' materiales. dominantes, las misgias^elaciones ma-
11' tales dominantes"*conatEícS*'comp, ideas: por tanteólas
aciones'que hacen de una determinada clase .la clase do-
"íiüráñte son también las que confieren el papel dominante
_ h tus ideas. Los individuos que forman la clase dominante tie-
itoñ también, entré otras'^osas,' ’Ei' cÓnciértci’a 'de ello’y pien-
’ií torio cóii .ello; por eso, en cuanto dominan como clase
^T<§fT cuánto determinan todo el ámbito de una época his-
Í ifri^L se comprende de suyo que Jo bagan en toda su extéñ-
mii,~y,~por tanto, entre otras.cosas, también como pensadores,
WtincT productores de ideas, que regulen la producción y
ijfcíixbución de las ideais. de su tiempo; y que us. ideas sean,
' ello mismo, las ideas dominantes de la época, Por ejem-
E , en una época y éh un país en que se disputan el poder
p Ib corona, la aristocracia y la burguesía, en que,, por tanto, se
| Imlla dividida la dominación, se impone como idea dominan-
la la doctrina de la división de poderes, proclamada ahora
ijOino “ley eterna”.
1 La división del trabajo,, con que nos encontrábamos ya
más arriba como una de las potencia fundamentales de la
hiiloria anterior, se manifiesta también en el seno de la clase
dominante como división ded trabajo físico e intelectual; de
Inl modo que una parte de esta clase se revela como la que
da sus pensadores, (los ideólogos conceptivos activos de dicha
dase, que hacen del crear la ilusión de esta clase, acerca de
lf misma su rama, de alimentación fundamental), mientras
que los demás adopta ante estas ideas e ilusiones una
actitud más bien pasiva y receptiva, ya que son en realidad
loa miembros activos de esta clase y disponen de poco tiempo
para formarse ilusiones e ideas acerca de sí mismos. Puede
Incluso ocurrir que, en el seno de esta clase, el desdobla­
miento a que nos referimos llegue a desarrollarse en términos
do cierta hostilidad y de cierto encono entre ambas partes,
pero esta hostilidad desaparece por sí misma tan pronto
como surge cualquier colisión práctica susceptible de poner

83
en peligro a la clase misma, ocasión en que desaparece, asi­
mismo, la apariencia de que las ideas dominantes no son las
de la clase dominante, sino que están dotadas de un poder
propio, distinto de esta clase. La existencia de ideas revolu­
cionarias en una determinada'época presupone ya 1a exis­
tencia. de una clase revolucionaria, acerca de cuyas premisas
ya hemos dicho más arriba lo necesario.
Ahora bien, si en la concepción del proceso histórico, se
separan las ideas de la clase dominante de esta clase misma;
li se las convierte en algo aparte e independiente; si nos
limitamos a afirmar que en una época han dominado tales
o cuales, ideas sin preocupamos ni en lo mínimo de las con­
diciones de producción ni de los productores de estás ideas;
si, por tanto, damos de lado a los individuos y a las situa­
ciones universales que sirven de base a las ideas, podemos
aFim53r, por ejemplo, que en la época en que dominó la
aristocracia imperaron las ideas del honor, la lealtád, etc.,
mientras que la dominación de la burguesía representó el
imperio de las ideas de la libertad, ¡a igualdad, etc.6 Así se
imagina las. cosas, por regla general, la. propia clase domi­
nante. Esta ’concepción de la historia, que prevalece entre
todos los historiadores desde el siglo xvm, tropezará necesa­
riamente con el fenómeno de que imperan ideas cada vez
más abstractas, es decir, que se revisten cada vez más de la
forma de lo general. En efecto, cada nueva clase que pasa a
ocupar el puesto de la qué dominó antes que ella se ve
óblígáda,' para poder sacar adelante los fines que persigue,
á presentar'su propio interés como el interés común de todos
fbs miembros de la sociedad, es decir, expresando esto mismo
en términos ideales, ideas como las únicas racionales y do­
tadas de vigencia absoluta. La clase revolucionaria aparece
de antemano, ya por el sólo hecho de contraponerse a una
clase, no como clase, sino como representante de toda Tá so­
ciedad, como toda la masa de la sociedad, frente 'a la .clase

® Estas "ideas dominantes” tendrán una forma tanto más gene­


ral y amplia, cuanto más forjada se vea la clase dominante a ic-
.oresentar"sújnteres’ como el de todos los miembros de la sociedad.
í,á propia clase dominante sustenta, término medio, la Concepción
de que son estas ideas suyas las dominantes, y las distingue de las
ideas dominantes de épocas anteriores sólo porque considera a las pri­
meras como verdades eternas.

84
fínica, a la dase, dorainante, Y puede hacerlo así, porque en
Iñí comiemos su interés se armoniza realmente todavía más
Con el interés común de todas las demás clases no dominantes
y, bajo la opresión de las relaciones existentes, no ha podido
desarrollarse aún como el interés específico de una clase
especial.7 Su triunfo aprovecha también, por tanto, a mu­
chos individuos de las demás clases que no llegan a dorm­
itar, pero sólo en la medida en que estos individuos se hallen
tthora en condiciones de elevarse hasta la clase dominante.
Cuando la burguesía francesa derrocó el poder de la aris-
lücracia~"Ezo posible con ello que muchos proletarios se
Ücvasen por encima del proletariado, pero sólo los que pu-
BtGTóh llegar a convertirse en burgueses. Por eso, cada nueva
iSuse instaura su ' dominación siempre sobre una base más
piensa "que la dominante con anterioridad a ella, lo que, a
liace" que, más tárde, se ahonde y agudice todavía
lilis ia"' contradicción de la clase no poseedora contra la
¿tora'dotada de riqueza. Y ambos factores hacen que la lucha
(jtte’ha de librarse contra esta nueva clase dominante tienda,
H su vez, a una negación más resuelta, más radical de los
Citados sociales anteriores que la que pudieron expresar to­
das las clases que anteriormente habían aspirado al poder.
Toda esta apariencia según la cual la dominación de una
determinada clase no es más que la dominación de ciertas
fricas, se esfuma, naturalmente, de por sí, tan pronto como
tu dominación de clases en general deja de ser la forma de
organización de la sociedad; tan pronto como, por consi­
guiente, ya no es necesario presentar un interés particular
$ntno general o hacer ver que es “lo general” lo dominante.
Una vez que las ideas dominantes se desglosan de los in­
dividuos dominantes y, sobre todo, de las relaciones que
brotan de una fase dada del modo de producción, lo que da
Como resultado que el factor dominante en la historia sean
(lompre las ideas, resulta ya muy fácil abstraer de estas
diferentes ideas "la idea?’ por antonomasia, el principio, etc.,

r La generalidad corresponde: II a la clase contra el estamento;


'<!) a la competencia, al intercambio m undial, etc.; 3) al gran
Contingente numérico de la clase dominante; 4 ) a la ilusión de los
Intereses comunes (ilusión en un principio v e rd a d e ra ); 5) a la Hu­
ilón de los ideólogos y a la división del trab ajo [glosa marginal de
Mane].

85
como lo que impera en la historia, concibiendo así todos estos
conceptos e ideas concretos como “autodeterminaciones” del
principio que se desarrolla por sí mismo en la historia. Asi
consideradas las cosas, és perfectamente natural también que
todas lás relaciones existentes entre los hombres se deriven
del concepto del hombre, del hombre imaginario, de la esen­
cia del hombre, del hombre por antonomasia, Así 1o ha hecho,
en efecto, la filosofía especulativa. El propio Hegel confiesa,
al final de su Filosofía de la Historia, que “sólo considera el
desarrollo ulterior del concepto” y que ve y expone en la
historia la “verdadera teodicea” (pág. 446). Pero, cabe re­
montarse, a su vez, a los productores “del concepto”, a los
teóricos, ideólogos y filósofos, y se llegará entonces al resulta­
do de que los filósofos, los pensadores como tales, han domi­
nado siempre en la historia; resultado que, en efecto, según
veremos, ha sido proclamado ya por Hegel. Por tanto, todo
el truco que consiste en demostrar el alto imperio del espí­
ritu en la historia (de la jerarquía, en Stirner) se reduce a
los tres esfuerzos siguientes:
1. Desglosar las ideas de lós individuos dominantes, que
dominan por razones empíricas, bajo condiciones empíricas y
como individuos materiales, de estos individuos dominantes,
reconociendo con .éllo el imperio, de las. ideas , o las ilusiones
eri la historia.
2. Introducir en este imperio de las. ideas un orden, de­
mostrar la. existencia. de una trabazón mística entre las ideas
sucesivamente dominantes, lo que se logra concibiéndolas
como “autodeterminaciones del concepto” (lo que es posible
pprque estas ideas, por medio del fundamento empírico so­
bre que descansan, forman realmente una trabazón y porque,
concebidas como. meras ideas, se conviérten en autodistin-
ciones, en distinciones establecidas por. el propio pensamien­
to).
3. Para eliminar la apariencia mística de este “concepto
que se determina a sí mismo”, se lo convierte en una per­
sona :—“la autoconciencia”— o, si se quiere aparecer como
muy materialista, en una serie de personas representantes
“del concepto” en la historia, en “los pensadores”, “los filó­
sofos”, los ideólogos, concebidos a su. vez como los fabricantés
de la historia, como el “Consejo de los Guardianes”, como las

86
ImlCiKias dominantes.* Con lo cual habremos eliminado de
Hl historia todos los elementos materialistas y podremos sol­
tar tranquilamente las riendas del potro especulativo.
Mientras que en la vida vulgar y comente todo shopkee-
W**" ^iir W g^ n ‘3íc«r
lo que realmente es,, nuestra historiografía no. ha logrado
penetrar en un conocimiento tan trivial como éste,
cada época por su palabra, por lo que ella, dice acerca
misma y lo que se figura ser. ,
2sté "método histórico, que en Alemania ha llegado a im ­
itar y a florecer, debe desarrollarse en relación con las
(iones de los ideólogos en general, por ejemplo, con las ilu-
■| »Jí)ncí de los juristas y los políticos (incluyendo entre éstos
n I14 estadistas prácticos), en relación con las ensoñaciones y
*' Wgivcrsaciones románticas de estos individuos, las cuales se
mptican de un modo muy sencillo por su posición práctica
\} « ' lá vida, por sus negocios y por la división del trabajo.

PROLOGO A LA CONTRIBUCION A LA CRITICA DE LA


ECONOMÍA POLÍTICA***

f primer trabajo, emprendido p a ra . resolver las dudas


Uttó me asaltaban, fue una revisión crítica de la filosofía
i llffjclíana del derecho, trabajó "cuya introducción vio la luz
Alt los Deuisch-Franzósische jarhbücher, publicados en Pa-
i U en 1844. Mis investigaciones desembocaban en el resultado
Ijlto sigue:' _ . .
'l’anto las relaciones jurídicas como las formas de Estado
lili pueden comprenderse por sí mismas ni por la llamada
ñB^hjIución general del espíritu, humano, sino que radican, por
™ ¿faontrarioj en las condiciones materiales de^vida cuyo con­
junto^ resume Hegel, siguiendo el precedente de los ingleses
y franceses dehsiglo xvm, bajo el nombre de “sociedad ci­
vil”, y que la anatomía de la "sociedad^ civil hay que .buscarla
* El h o m b r e a d “espíritu-pensante’’ [glosa marginal de Marx].
** 1Shopkeeper — tendero.
*** Karl Marx, Prólogo a la contribución a la crítica de la eco-
nimia política, en Marx-Eugels, Obras escogidas cu 2 tomos, Edito,
itld Progreso, Moscú, tomo 1, p. 359.

87
en la economía política. En Bruselas, a donde me trasladé
en virtud de una orden de destierro dictada por el señor
Guizot, hube dé proseguir mis estudios de economía política,
comenzados en París. El resultado general .a que llegué y
gue, una vez obtenido, sirvió dé Hiló conductor á íñís estudios,
puede resumirse así: en la producción social de su existen­
cia, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias
e_ independientes de su voluntad, relaciones de producción
que corresponden a una determinada fase de desarrollo de
sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas rela­
ciones de producción forma la estructura económica de la
sociedad, la base real sobre la que se eleva un edificio [Über-
bau\ jurídico y político y a la que corresponden determinadas
formas de conciencia social,. El modo de producción de la
vida material determina [bedingéri¡ el proceso de la vida
social,, política, y. espiritual en. general.- No es la conciencia
del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el
ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una
determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas ma­
teriales de la sociedad chocan con las relaciones de produc­
ción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica
de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales
se han desenvuelto hasta allí. Desformas de desarrollo_de las
fuerzas productivas, estas relaciones se. convierten en trabas
suyas. Se abre así una época de revolución social. Al cam­
biar la base económica, se revoluciona, riiás ó menos rápida­
mente, todo él inmenso edificio erigido sobre ella. Cuando
se estudian esas revoluciones, -hay que distinguir siempre
entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones eco­
nómicas de producción y que pueden apreciarle con la exac­
titud propia- de las ciencias naturales, y las formas jurídicas,
políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las
formas ideológicas en. que los hombres adquieren conciencia
de este conflicto y luchan por resolverlo y del mismo modo
que. no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa
de,sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de revolu­
ción por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que
explicare ésta conciencia por las contradicciones de la vida
material, por el conflicto. existente entre las fuerzas produc­
tivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna, fórma-
ción social , desaparece antes de que ^.desarrollen todas las

88
[llantas productivas que caben dentro de ella, y jamás apa-
fWíen nuevas y más altas relacionéis de producción antes de
l6jh los condiciones materiales para su existencia hayan ma-
iFirrSlo en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso,, la
llimianidad se propone siempre únicamente los objetivos que
Jjuctlt alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre
fljlo estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo
Ulanos, se están gestando, las condiciones materiales para
Hl realización. Á grandes rasgos, podemos designar como
dirás tantas épocas progresivas de la formación económica
(lo Jn sociedad, el modo de producción asiático, el antiguo, el
litlulal y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de
producción son la última forma antagónica del proceso social
i!) producción; antagónica no en el sentido de un antagonis­
mo individual, sino de un antagonismo que proviene de las
i-«Hidiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuer-
íroductivas que se desarrollan, en el seno de, la sociedad
irguesa, brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales
pñm la solución de. este, antagonismo. Con esta formación
^ócinl s e . cierra, por tanto, la prehistoria de la sociedad hu­
mana,

89
E L F E T IC H IS M O DE LA M ERCANCÍA, Y SU S E C R E T O *

A primera vista, parece como si las mercancías fuesen ob­


jetos evidentes y triviales. Pero, analizándolas, vemos que son
objetos muy intrincados, lléños~He sutilezas metafísicas y de
resabios, teológicos.. Considerada como valor de uso, l a mercan­
cía no encierra nada de misterioso, dando lo mismo que la
contemplemos desde el punto de vista de un objeto apto para
satisfacer necesidades del hombre o que enfoquemos esta
propiedad suya como producto del trabajo humano. Es evi­
dente que la actividad del hombre hace cambiar a las mate-
Hks' hátüralés dé fóniiáj pará servirse de ellasj La forma de
la madera, por ejemplo, cambia al convertirla en una mesa.
No obstante, la mesa sigue sien do madera, sigue siendo un
objeto físico'vulgar y corriente. Pero en cuanto empieza a
comportarse, como mercancía, la mesa ~se convierte eh un ob­
jeto físicamente metafísico. No sólo se incorpora sobre sus
patas encima del suelo, sino que se pone de cabeza frente a
todas las demás mercancías, y de su cabeza de madera em­
piezan a salir antojos mucho más peregrinos y extraños que
si de pronto la mesa rompiese a bailar por su propio im­
pulso.1
Comovemos, el carácter místico de la mercancía no brota
de su valor de uso. Pero tampoco brota del contenido de
sus determinaciones de valor. En primer lugar, porque por
mucho que difieran los trabajos útiles o actividades produc­
tivas, es una verdad fisiológica incontrovertible que ¿todas esas
actividades son funciones del organismo humano y que cada
una de ellas, cualesquiera que sean su contenido y su forma,
representa un gasto esencial de cerebro humano, de nervios,
músculos, sentidos, etc. En segundo lugar, por lo que se
refiere a la magnitud de valor y a lo que sirve para determi­
narla, o sea, la duración en el tiempo de aquel gasto o la
cantidad de trabajo invertido, es evidente que la cantidad se*
* K arl MarXj E l capital, México, rcc, 1972, tomo i, pp. 36-47.
1 Recuérdese cómo China y las mesas rompieron a bailar cuando
todo el resto del mundo parecía estar tranquilo.. . pour encoura-
ger Ies autres.

90
tingue incluso mediante los sentidos de'la calidad del tra­
jo. El. tiempo de trabajo necesario para producir sus me-
i(K rio^vida tuvo que interesar por fuerza al hombre en todas
i^opasj aunque no le interesase por igual en las diversas
í de su evolución.2 Finalmente, tan pronto como los
ÜWlbrcs trabajan los unos para los otros, de cualquier modo
C|l|i> lo hagan, su trabajo cobra una forma social.
¿ De dónde procede, entonces, el carácter misterioso que
|Hiii«nta el producto del trabajo, tan pronto como reviste
de mercancía? Procede, evidentemente, de esta mis-
forma. En_ las mercancías, la igualdad de los trabajos
manos asume la forma material de liña objet vac ón igual
^jj&lor d é f^ s "productos de’ trabajo,’ el grado en que se'
.ó la fuerza liumaná de trabájó7'medido por eF tiempo de
r t lurTicTóñ reviste la formá de magnitud de valor de los
“ mctos del trabajo, y, finálmenfé, las relaciones entre unos
roTpro^íctores, relaciones en qué se traduce, la función
¿P"ge sus trabajos,’ cobran la forma de una. relación
entre “los propios productos de su trabajo..
_E rrárácfer misterioso de la forma mercancía estriba, por
ilfnj'pura y simplemente, en que proyecta ante1 los hom-
el carácter social dél trabajó dé éstos como si fuese un
éter'material dé los propios productos de su trabajo, un
l‘^atürál_sqcial de éstos objetos y como si,1por tanto, la
Ilición social que media entre los productores y el trabajo
de la"sociedad fuese una relación social establecida
«Uro los mismos objetos, al margen de sus productores. Este
,£W?/'/b'ro qúo es lo qué convierte a los productos de trabajo
9 fll mercancía, en objetos físicamente metafísicos o en objetos
mílnles. Es algo así como lo1que sucede con la sensación lu­
minosa de un objeto en el nervio visual, que parece como
•I «n fuese una excitación subjetiva del nervio de la vista,
«lito la forma material de un objeto situado fuera del ojo.
V, sin embargo, en este caso hay realmente un objeto, la

* Nota a la 2a. edición. Los antiguos germanos calculaban las


dimensiones de una yugada’ d¡T“?ferra por • el • tra b a jo ’ de u n día,
lirAn* por la cuál ’Idabán a Ja., fanega, el nombre de, .Tagwerk ( q
Ttlfcarp}e),^[jtírnal?_ o Jurnalü, térra jumalis, jornalis o d io rn jú ,
f|l latin), Mannwerk, Mannskr'aft, Mannsmaad, M atm skauet, etc.
VAua Gcorg Ludwig vori M aurer, Einleitung .zur Geschiehte der
Hoj-, usw. Verfajsung, Munich, 1854, pp. 128 s.

k
cosa exterior, que proyecta luz sobre otro objeto, sobre el ojo,
Es una relación física entre objetos físicos. En cambio, 1»
forma mercancía y la relación de valor de los productos
del trabajo en que esa forma cobra cuerpo, no tiene absolu­
tamente nada que ver con su carácter físico ni con las rela­
ciones materiales que de este carácter.se derivan. Lo que
aquí reviste, a los ojos de los hombres, la forma fantasma­
górica de una relación entre objetos materiales no es más
que una relación social concreta establecida entre los mismos
hombres. Por eso, si queremos encontrar una, analogía...a este
fenómeno, tenemos que remontarnos a las regiones nebulo­
sas del mundo de la religión, donde los productos de la
mente humana semejan seres dotados de vida propia, de
existencia independiente, y relacionados entre sí y con los
hombres. Así acontece en el mundo de las mercancías con los
productos de la mano del hombre. A esto es a lo que yo llamo
el fetichismo bajo el que se presentan los productos del tra­
bajo tan ¡pronto como se crean en forma de mercancías y
que es inseparable, por consiguiente, de este modo de pro­
ducción.
Este carácter fetichista del mundo de las mercancías res­
ponde, como lo ha puesto ya de manifiesto el análisis ante­
rior, al carácter social genuino y peculiar del trabajo pro­
ductor de mercancías.
Si los objetos útiles adoptan la forma de mercancías es,
pura y simplemente, porque son productos de trabajos priva­
dos independientes los unos de los otros. El conjunto de estos
trabajos privados forma el trabajo colectivo de la sociedad,
Como los productores entran en contacto social al cambiar
entre sí los productos de su trabajo, es natural que el carácter
específicamente social de sus trabajos privados sólo resalle
dentro de este intercambio. También podríamos decir que
los trabajos privados sólo funcionan como eslabones del tra­
bajo colectivo de la sociedad por medio de las relaciones que
el cambio establece .entre los productos del trabajo y, a
través. de ellos, entre los productores. Por. eso, ante éstos,
las relaciones sociales que se establecen'entre sus trabajos
privados aparecen como lo que son: es decir, no como re­
laciones directamente sociales de las personas en sus trabajos,
sino como relaciones materiales entre personas y relaciones
Sociales ’ entre cosas.

92 ■ ! -
Es en el acto de cambio donde los productos dél trabajo
Itybran una materialidad del valor socialmente igual e inde-
diente de su múltiple y diversa materialidad física de ob-
E i útiles. Este desdoblamiento del producto del trabajo en
¡to útil y materialización de valor sólo se presenta prácti-
puliente allí donde el cambio adquiere la extensión e impor*
1 tfcnda suficientes para que se produzcan objetos útiles con
&tfis al cambio, donde, por tanto, el carácter d e valor de
lyi objetos se acusa ya en el momento dé'ser producidos. A
|forilr~de"éste Instante, los trabajos privados de los produc-
lAJtJ asumen, ..de hecho, uñ doble carácter social. De una
(Sürtc, considerados como trabajos útiles concretos, tienen ne-
fWlfriamente";qpie satisfacef mía determinada necesidad social
y "sntfajar,, por tanto,. dentro del trabajo colectivo de la
HiCtcdad, dentro del sistema elemental de la división social
llül trabajo. Mas, por otra parte, sólo serán aptos para sa­
tisfacer las múltiples necesidades' de sus propios productores
(11V medida en que cada uno de esos trabajos privados y
Q||Ies_concretos sea susceptible de ser cambiado por, cualquier
(tiro trabajo' privado útil, ó lo que es lo mismo, en la medida
til que represente un equivalente ¡suyo. Para' encontrar la
Igualdad toto coelo de diversos trabajos, hay que hacer for-
í^iainente abstracción de su desigualdad real, reducirlos al
flirácter común de todos ellos como desgaste de fuerza hu­
mana de trabajo, como trabajo humano abstracto. El cerebro
tic los productores privados se limita a reflejar este doble
I*nráctcr social de sus trabajos. privados en aquellas formas
i|ltg revela en la práctica el mercado, el cambio de productos:
ti carácter socialmente útil de sus trabajos privados, bajo la
fnntm de que el producto del. trabajo ha de ser útil, y útil
¡)nm otros; el carácter social de la igualdad de los distintos
trabajos, bajo la forma del carácter de valor común a todos
Qitn objetos materiahnente diversos que son los productos
t]*i trabajo.
I’nr lo tanto, los hombres no relacionan entre sí los pro­
ducios de su trabajo, como valores porque estos objetos les
lhlfXCan envolturas simplemente materiales de un trabajo
Illlhiano igual. Es al revés. Al equiparar unos con otros en
«1 cambio, como valores, sus, diversos productos, lo q u e hacen
a» equiparar entre sí sus diversos trabajos, como' modalidades

93
de trabajo humano. No lo saben, pero lo hacen.3 Por tanto,
el valor no lleva escrito en la frente lo que es. Lejos de ello,
convierte a todos los productos del trabajo en jeroglifico»
sociales. Luego, vienen los hombres y se esfuerzan por des­
cifrar el sentido de estos jeroglíficos, por descubrir el. secreta
de su propio producto social, pues es evidente que el conce­
bir los objetos útiles como valores es obra social suya, ni más
ni menos que el lenguaje. El descubrimiento científico tardío
de que los productos del, trabájb7^oñsi<Terados como^valo-
res, no . son. más que expresiones materiales del trabajo
humano invertido en su producción, es un descubrimiento
que hace época en la. historia del progreso. humano, pero no
disipa ni mucho menos la. sombra material que acompaña
al carácter social del trabajo. Y lo que sólo tiene razón de
ser en esta forma concreta de producción, en la producción
de mercancías, a saber: que el carácter específicamente so­
cial de los trabajos privados independientes los unos de los
otros reside en lo que tienen de igual como modalidades
que son dé trabajo humano, revistiendo la forma del carácter-
de valor de los productos del trabajo, sigue siendo para los
espíritus cautivos en las redes de la producción de mercan­
cías, aun después de hecho aquel descubrimiento, algo tan
perenne y definitivo como la tesis de que la descomposición
científica del aire en sus elementos deja intangible la forma
del aire como forma física material.
Lo que ante todo interesa prácticamente, a los que cam­
bian unos" productos por , otros, es . saber ...cuántos productos
ajenos obtendrán por el suyo propio, es decir, en qué pro­
porciones se cambiarán unos productos por otgos. Tan pron­
to como estas proporciones cobran, por la fuerza de la cos­
tumbre, cierta fijeza, parece como si brotasen de la propia
naturaleza inherente a los productos del trabajo; como si,
por ejemplo, una tonelada de hierro encerrase el mismo valor
que dos onzas de oro, del mismo modo que una libra de oro y
una libra de hierro encierran un peso igual, no obstante sus

3 N ota a la 2a. ed. Por tanto, cuando Galiani dice que el valor
es una relación entre personas (“ la ricchczza é una ragione tra dúo
persone” ), debería añadir: disfrazada bajo una envoltura materia!
(Galiani, Della moneta, p. 220, t. m de la colección “Scrittori Classici
Italiani di Economía Política”, dirigida por Custodi, Parte Moderna,
Milán, 1803).

94
t
1
tlillintas propiedades físicas y químicas. En realidad, el ca­
r rácter de vaior de los productos del trabajo sólo ¡e consolida
Al funcionar como magnitudes de valor. Estas cambian cons-
lAntemente, sin que en ello intervengan la voluntad, el co-
Cocimiento previo ni los actos de las personas entre quienes
I ■ 10 realiza el cambio. Su propio movimiento social cobra a
■ sus ojos la forma de un movimiento de cosas bajo cuyo con­
trol están, en vez de ser ellos quienes las controlen. Y hace
fliita que la producción de mercancías se desarrolle en toda
jn integridad, para que de la propia experiencia nazca la
it'iiciencia científica de que los trabajos privados que se rea-
]ÍWn independientemente los unos de los otros, aunque guar-
tilín entre sí y en todos sus aspectos una relación de mutua
Interdependencia, como eslabones elementales que son de la
dlliiión social del trabajo, pueden reducirse constantemente
A Sil grado de proporción social, porque en las proporciones
Í fortuitas y sin cesar oscilantes de cambio de sus productos se
Impone como ley natural reguladora el tiempo de trabajo
1 «carimente necesario para su producción, al modo como se
Impone la ley de la gravedad cuando se le cae a uno la
(•Mu encima.'4 La determinación de la magnitud de valor
|mr el tiempo de trabajo es, por tanto, el secreto. que se
•fronde detrás de las oscilaciones aparentes de los valores
ítjlntivos de las mercancías. El descubrimiento de este secreto
tlplruye la apariencia de 1a d e terminación puramente casual
ilif las magnitudes de valor de los productos del trabajo, pero
1)0 destruye, ni mucho menos, su forma material.
La reflexión acerca de las formas de la vida humana, in­
tuyendo por tanto el análisis científico de ésta, sigue en
gitnaral un camino opuesto al curso real de las .cosas. Co­
mienza post festum y arranca, por tanto, de los. resultados
JlfCfítablecidos del proceso histórico. Las formas que convier­
t o n los productos del trabajo en mercancías y que, como
•I natural, presuponen la circulación de éstas, poseen ya la
firmeza de formas naturales de la vida social antes dé que

• “¿Qué pensar de una ley que sólo puede imponerse a través


ll«l ruvoluciones periódicas? Trátase, en efecto, de una ley natural
luaadtl en la inconsciencia de los interesados.” (Friedrich Engels,
"Apuntes para una crítica de la economía política”, e n Deutsch-
n iM iils e h i Jahrbücher, dirigido por Amold R u g e y K a tl Marx,
1‘fltll. 18-14).

95
los hombres se esfuercen por explicarse, no el carácter his­
tórico de estas formas, que consideran ya algo inmutable,
sino su contenido. Así se comprende que fuese simplemente
el análisis de los precios de las mercancías lo que llevó a ln»
hombres a investigar la determinación de la magnitud drl
valor, y la expresión colectiva en dinero de las mercancía»
lo que les movió a fijar su carácter valorativo. Pero esta
forma acabada del mundo de las mercancías..— la .forma di-
néro-—, léjos' de revelar el carácter social de los'.trabajos pri­
vados y, por tanto, las relaciones sociales entre los productores
privados, lo que hace es encubrirlas. Si digo que la levita, la»
botas, etc., se refieren al lienzo como a la materialización
general de trabajo humano abstracto, enseguida salta a la
vista lo absurdo de este modo de expresarse. Y sin embargo,
cuando los productores de levitas, botas, etc., refieren esta»
mercancías al lienzo, al oro, a la plata, para el caso es ln
mismo, como equivalente general, refieren sus trabajos pri­
vados al trabajo social colectivo bajo la misma forma absur­
da y disparatada.
Estas formas son precisamente las que constituyen la»
categorías de la economía burguesa. Son formas mentales acqi
tadas por la sociedad, y por tanto objetivas, en que se ex
presan las condiciones de producción de este régimen social
de producción históricamente dado que es la producción de
mercancías. Por eso, todo el misticismo del mundo de las
mercancías, todo el encanto y el misterio que nimban
los productos del trabajo basados en la producción de mer­
cancías se esfuman tan pronto como los desplazamos a otras
formas de producción. ,
Y ya que la economía política gusta tanto de las robinst i
nadas ,6 observemos ante todo a Robinson en su isla. Pese u
e Nota a la 2a. ed. Tampoco en Ricardo falta la consabida r«
tampa robinsoniana. “Al pescador y al cazador primitivos nos ln»
describe inmediatamente cambiando su pescado y su caza como pu
seedores de mercancías, con arreglo a la proporción del tiempo
de trabajo materializado en estos valores de cambio. E incurre en
el anacronismo de presentar a su cazador y pescador primitivos cal­
culando el valor de sus instrumentos de trabajo sobre las tablas tlr
anualidades que solían utilizarse en 1817 en la Bolsa de Londrr»
Los ‘paralelogramos del señor Owen’ parecen ser la única form.i
de sociedad que este autor conoce, fuera de la burguesa” (Karl Marx,
Contribución a la critica. , ., pp. 38 y 39).

96
- 0 Innata sobriedad, Robinson tiene forzosamente que satis-
toda una serie de necesidades que se le presentan, y
Nía le obliga a ejecutar diversos trabajos útiles; fabrica he-
. Hltniontas, construye muebles, domestica llamas, pesca, caza,
íl#., y no hablamos del rezar y de otras cosas por el estilo,
ptict nuestro Robinson se divierte con ello y considera esas
g n u como un goce. A pesar de toda la diversidad de sus
’CÍones productivas, él sabe que no son más que diversas
lias o modalidades del mismo Robinson, es decir, diversas
lifestaciones de trabajo humano. El mismo agobio en que
w le obliga a distribuir minuciosamente el tiempo entre sus
Iftrsas funciones. El que unas ocupen más sitio y otras
anos, dentro de su actividad total, depende de las dificul-
íM cs mayores o menores que tiene que vencer para alcanzar
!p] resultado útil apetecido. La experiencia se lo enseña así, y
■ nuestro Robinson que ha logrado salvar del naufragio reloj,
^ libro de cuentas, tinta y pluma, se apresura, corno buen
llljfiús, a contabilizar su vida. En su inventario figura una
Ifladún de los objetos útiles que posee, de las diversas ope-
ftnjiones que reclama su producción y finalmente del tiempo
tti trabajo que exige, por término medio, la elaboración de
. itotenninadas cantidades de estos diversos productos. Tan
y tan sencillas son las relaciones que median entre
Robinson y los objetos que forman su riqueza, riqueza salida
llrt tus propias manos, que hasta un señor M. W irth podría
rtmiprenderlas sin estrujar mucho al caletre. Y, sin embargo,
*0 catas relaciones se contienen ya todos los factores sustan-
i'ínlcs del valor.
Trasladémonos ahora de la luminosa isla de Robinson a
Id tenebrosa Edad Media europea. Aquí, el hombre inde­
pendiente ha desaparecido; todo el mundo vive sojuzgado:
ílrrvos y señores de la gleba, vasallos y señores feudales,
nielares y eclesiásticos. La sujeción, personal caracteriza, en
l*i(R época, así las condiciones sociales de la producción ma-
tnrinl como las relaciones de vida cimentadas sobre ella. Pero,
¡«vchámente por tratarse de una sociedad basada en los
Vínculos personales de sujeción, no es necesario que los tra-
IifiJoj y los productos revistan en ella una forma fantástica
(Ibtinta de su realidad. Aquí, los trabajos y los productos se
Incorporan al engranaje social como servicios y prestaciones.
I«<i que constituye la forma directamente social del trab ajo es

97
la forma natural de éste, su carácter concreto, y no su carde»
ter general, como en el régimen de producción de mercan»
cías. El trabajo del vasallo se mide por el tiempo, ni más iit
menos que el trabajo productivo de mercancías, pero el siervo
sabe perfectamente que es una. determinada cantidad <l»
su fuerza personal de trabajo la que invierte al servicio df
su señor. El diezmo abonado al clérigo es harto más cLii»
que las bendiciones de éste. Por tanto, cualquiera que sea c*l
juicio que nos merezcan los papeles que aquí representan
unos hombres frente a otros, el hecho es que las- relacioir»
sociales de las personas en sus trabajos se revelan como reí»,
ciones personales suyas, sin disfrazarse de relaciones socin*
les entre las cosas, entre los productos de su trabajo.
Para estudiar el trabajo común, es decir, directamenln
socializado, no necesitamos remontarnos a la forma primitiva
del trabajo colectivo que se alza en los umbrales históricos <l»
todos los pueblos civilizados.8 La industria rural y patriarcal
de una familia campesina, de esas que producen trigo, g.i»
nado, hilados, lienzo, prendas de vestir, etc., para sus pro
pias necesidades, nos brinda un ejemplo mucho más ¡il
alcance de la mano. Todos esos artículos producidos por ella
representan para la familia otros tantos productos de su tra*
bajo familiar, pero no guardan entre sí relación de mercan
cías. Los diversos trabajos que engendran estos producían,
la agricultura y la ganadería, el hilar, el tejer y el cortar, ctr„
son, por su forma natural, funciones sociales, puesto que so»
funciones de una familia en cuyo seno reina una división
propia y elemental del trabajo, ni más ni menos que en !n
producción de mercancías. Las diferencias de sexo, edad y
8 Nota a la 2a, ed. “Es un prejuicio ridículo, extendido en eslm
últimos tiempos, el de que la forma de la propiedad colecti a natui.il
sea una forma específicamente eslava, más aún, exclusivamente rnn
Es la forma primitiva que encontramos, como puede demostrar,se,
entre los romanos, los germanos y los celtas, y todavía hoy los intlin»
nos podrían ofrecer todo un mapa con múltiples muestras de tutu
forma de propiedad, aunque en estado ruinoso algunas de ellas. Un
estudio minucioso de las formas asiáticas, y especialmente de la*
formas indias de propiedad colectiva, demostraría cómo de las <lii
tintas formas de la propiedad colectiva natural se derivan distinta»
formas de disolución de este régimen. Así por ejemplo, los divcism
tipos origínales de propiedad pri ada, romana y germánica tinn n
su raíz en diversas formas de la propiedad colectiva india” (K.nl
M arx, Contribución a la c r ític a ..., p. 10).

98
condiciones naturales del trabajo, que cambian al caro­
las estaciones del año, regulan la distribución de esas
liones dentro de la familia y el tiempo que los individuos
9 la componen han de trabajar. Pero aquí, el gasto de
fuerzas individuales de trabajo, graduado por su dura-
l en el tiempo, reviste la forma lógica y natura! de un tra­
es determinado socialmente, ya que en este régimen las
individuales de trabajo sólo actúan de por sí como
linos de la fuerza colectiva de trabajo de la familia.
Finalmente, imaginémonos, para variar, una asociación
hombres libres que trabajen con medios colectivos de
lucción y que desplieguen sus numerosas fuerzas indivi-
ies de trabajo, con plena conciencia de lo que hacen,
10 una gran fuerza de trabajo social. En esta sociedad se
irán todas las normas que presiden el trabajo de un
‘nson pero con carácter social y no individual. Los pro-
es de Robinson eran todos producto personal y exclusivo
>, y por tanto objetos directamente destinados a su uso.
producto colectivo de la asociación a que nos referimos
lin grupo social. Una parte de este producto vuelve a pres-
f servicio bajo la forma de medios de producción. Sigue
do social. O tra parte es consumida por los individuos
a dos, bajo forma de medios de vida. Debe, por tanto,
distribuida. El carácter de esta distribución variará según
Carácter especial del propio organismo social de produc-
y con arreglo al nivel histórico de los productores. Par-
tnos, sin embargo, aunque sólo sea a título de paralelo
el régimen de producción de mercancías, del supuesto
que la participación asignada a cada productor en los
PCtlios de vida depende de su tiempo de trabajó. En estas
Audiciones, el tiempo de trabajo representaría, como se ve,
Itttft doble función. S u . distribución con arreglo a' un plan
Mlftlrtl servirá para regular la proporción adecuada entre las
lllmrsas funciones del trabajo y las distintas necesidades. De
lj|m parte y simultáneamente, el tiempo de trabajo servirá
pura graduar la parte individual del productor en el tra­
illo colectivo y, por tanto, en la parte del producto también
rtjfcctivo destinada al consumo. Como se ve, aquí las rela­
jones sociales de los hombres con su trabajo y los productos
l|i} lu trabajo son perfectamente claras y sencillas, tanto en

> 99
lo tocante a la producción como en lo que se refiere a la dis
tribución.
Para una sociedad de productores de mercancías, cuyo
régimen social de producción consiste en comportarse respe<
to a sus productos como mercancías, es decir como valores, y
en relacionar sus trabajos privados, revestidos d e esta forma
material, como modalidades del mismo trabajo humano, la
forma de religión más adecuada es, indudablemente, el cris­
tianismo, con su culto del hombre abstracto, sobre todo en su
modalidad burguesa, bajo la forma de protestantismo, deís­
mo, etc. En los sistemas de producción de la antigua Asia
y de otros países de la Antigüedad, la transformación del
producto en mercancías, y por tanto la existencia del hombre
como productor de mercancías, desempeña un papel secun­
dario, aunque va cobrando un relieve cada vez más acus a de
a medida que aquellas comunidades se acercan a su fase de
muerte. Sólo enquistados en los intersticios del mundo anti­
guo, como los dioses de Epicuro o los judíos en los poros
de la sociedad polaca, nos encontramos con verdaderos pue
blos comerciales. Aquellos antiguos organismos sociales di1
producción son extraordinariamente más sencillos y más du­
ros que el mundo burgués, pero se basan, bien en el carácter
rudimentario del hombre ideal, que aún no se ha desprendido
del cordón umbilical de su enlace natural con otros seres d e
la misma especie, bien en un régimen directo de señorío y
esclavitud. Están condicionados por un bajo nivel de pro­
greso de las fuerzas productivas del trabajo y por la natural
falta de desarrollo del hombre dentro de su proceso material
de producción de vida, y, por tanto, de unos hombres con
otros y frente a la naturaleza. Esta timidez real se refleja cli*
un modo ideal en las religiones naturales y populares de los
antiguos. El reflejo religioso deljmundo real sólo podrá desapn
recer por siempre cu20rdp1as condiciones,de la, yida~cKaria.
laboriosa y activa, representen para los hombres relaciones
ciarás y racionales éntre sí y respecto a la naturaleza- L;i
forma dél proceso social 'de vida, o lo que es lo mismo, de)
proceso material de producción, sólo se despojará de sn
halo místico cuando ese proceso sea obra de hombres libre­
mente socializados y puesta bajo su mando consciente y
racional. Mas, para ello, la sociedad necesitará contar con
una base material o con una serie de condiciones materiales

100
(|g existen cia, que son, a su vez, fru to natural de una la rg a
:9 penosa evolución.
L a ec o n o m ía política h a analizado, indudablem ente, a u n ­
que de u n m odo im perfecto ,7 el concepto del valor y su
m agnitud, descubriendo el co n ten id o que se escondía b a jo
Ulna form as. P ero n o se le h a o currido preguntarse siq u iera
j>0r q u é este co n ten id o reviste aq u ella form a, es d ecir p o r

7 Cuán .insuficiente es el análisis que traza Ricardo de la magni­


tud del valor — y el suyo es el menos malo— lo veremos en los libras
teteero y cuarto de esta obra. Por lo que se refiere al -valor en gene­
re!, la economía política clásica no distingue jamás expresamente y
ftaí clara conciencia de lo que hace el trabajo materializado e n el
filar y el que toma cuerpo en el valor de uso de su producto. De
hecho, traza, naturalmente, la distinción, puesto qué: :en un caso
jülltidcra el trabajo cuantitativamente y en otro caso desde un
jrtinto de vista cualitativo. Pero no se le ocurre pensar que la sim-
pl» diferencia cuantitativa de varios trabajos presupone su unidad
r ti igualdad cualitativa, y por tanto, su reducción a trabajo humano
(bitracto. Ricardo, por ejemplo, se muestra de acuerdo con Destutt
dtt Tracy, cuando dice: “Siendo evidente que no tenemos más rique­
za Originaria que nuestras capacidades físicas y espirituales, el uso
(]* estas capacidades, una cierta especie de trabajo, constituye nues-
Ito tesoro originario; este uso es el que crea todas las cosas a que
■limos el nombre de riquezas. . . Además, es evidente que todas esas
nitor no representan más que el trabajo que las ha creado, y si po­
ican un valor, o incluso dos valores distintos, es gracias al del Cal
ngjpr del) trabajo de que brotan.” (Destutt de Tiacy, Éléments
tPidlologie, iv. y v partes, París, 1826, pp. 35 y 36. Véase Ricardo,
I V Principies of Political Economy, 3a. ed., Londres, 1821, p. 334.)
Advertimos de pasada que Ricardo atribuye a Destutt un sentido
[«Xifundo que es ajeno a él. Es cierto que Destutt dice, de una parte,
■lile todas aquellas cosas que forman la riqueza “representan el tra­
bajo que las ha creado", pero por otra parte dice qué obtienen sus
"dos Valores distintos” (el valor de uso y el valor de cambio) del
*'valor de trabajo”. Cae por tanto en la simpleza de la economía
vulgar, al presuponer el valor de una mercancía (aquí, el trabajo)
jigra luego determinar, partiendo de él, el valor de las demás. Ricar-
jlt> lo interpreta en el sentido de que tanto el valor de uso como el
Tídor de cambio representa trabajo (trabajo y no valor de éste).
J'rrc ni él mismo distingue el doble carácter del trabajo, repre-
Hnlfldo de ese doble modo, como lo demuestra el que en todo el
f*l)(tulo titulado “El valor y la riqueza, sus características distin.-
llvtu”, no hace más que darle vueltas, fatigosamente, a las vulgari­
dades de un J. B. Say. Por eso, al terminar, se m uestra completa-
(Uvtilc asombrado de que Destutt esté de acuerdo con él acerca del
¡rebajo como fuente del valor, entendiéndose al mismo tiempo cd*i
Hay al definir el concepto de éste.

■101
qué el trabajo toma cuerpo en el valor y po r qué la medida
del trabajo según el tiempo de su duración se traduce en la
magnitud de valor del producto del trabajo.8 Trátase de
fórmulas que llevan estampado en la frenite su estigma
de fórmulas propias de un régimen de sociedad en que <•»
el proceso de producción el que manda sobre el hombre, y
no éste sobre el proceso de producción; pero la conciencia
* Uno de los defectos fundamentales de la economía política
clásica es el no haber conseguido jamás desentrañar del análisis de
la mercancía, y más especialmente del valor de ésta, la forma dc|
valor que lo convierte en valor de cambio. Precisamente en la p(‘i'<
sona de sus mejores representantes, como Adam S m ith y Ricardo,
estudia la forma del valor como algo perfectamente indiferente n
exterior a la propia naturaleza de la mercancía. L a razón de esto
no está solamente en que el análisis de la magnitud del valor absor­
be por completo su atención. La causa es más honda. La forma
de valor que reviste el producto del trabajo es la forma más abstracta
y, al mismo tiempo, la más general del régimen burgués de pro
ducción, caracterizado asi como una modalidad especifica de prodtir
ción social y a la par, y por ello mismo, como una modalidad histú
rica. Por tanto, quien vea en ella la forma natural eterna de la
producción social, pasará por alto necesariamente lo que hay tlr
específico en la forma del valor y, por consiguiente, en la fonn:i
mercancía, que, al desarrollarse, conduce a la forma dinero, a l.i
forma capital, etc. He aquí por qué aun en economistas que coin­
ciden totalmente, en reconocer el tiempo de trabajo como medida
de la magnitud del valor nos encontrarnos con las ideas más varia­
das y contradictorias acerca del dinero, es decir, acerca de la forma
definitiva en que se plasma el equivalente general. Así lo revelan,
por ejemplo, de un modo palmario, los estudios acerca de los ban­
cos, donde no bastan esas definiciones del dinero hechas de lugares
comunes. De aquí que surgiese, por antítesis, un sistema mercanti
lista restaurado (Ganilh, etc.), que no ve en. el ¿valor más que la
forma social, o más bien su simple apariencia, desnuda de toda sus­
tancia. Y, para decirlo de una vez- por todas, advertiré que yii
entiendo por economía política clásica toda la economía que, desde
W. Pety, investiga la concatenación interna del régimen burgués dr
producción, a diferencia de la economía vulgar, que no sabe mái
que hurgar en las concatenaciones aparentes, cuidándose ta n sólu
de explicar y hacer gratos los fenómenos más abultados, si se nm
permite la frase, y mascando hasta convertirlos en papilla para el
uso doméstico de la burguesía los materiales suministrados por lu
economía científica desde mucho tiempo atrás, y que por lo demás
se contenta con sistematizar, pedantizar y proclamar como verdades
eternas las ideas banales y engreídas que los agentes del régimen
burgués de producción se forman acerca de su mundo, como el mejor
de los posibles.

102
Inírguesa de esa sociedad las considera como algo necesario
JKir naturaleza, lógico y evidente como el propio trabajo
¡JTOductivo. Por eso, para ella, las formas preburguesas del
ItTganisirio social de producción son algo así como lo que para
|ito padres de la Iglesia, v. gr.„ las religiones anteriores a
(jraio.0

I B “Los economistas tienen un modo curioso de proceder. Pira


tito», no hay más que dos clases de instituciones: las artificiales
j» los naturales. Las instituciones del feudalismo son instituciones
Artificiales; las de la burguesía, naturales. En esto se parecen a los
liAlogos, que clasifican también las religiones en dos categorías. Toda
pslljfión que no sea la suya propia, es invención.humana; la suya, en
lambío, revelación divina. Así habrá podido existir una historia,
juro ésta termina al llegar a nuestros días.” (Karl Marx, Misere
i t la philosophic. Ripon.se i la philosophie de la misdre par M.
¡‘roudhon, 1817, p, 113). Hombre verdaderamente divertido es el
| íifler Bastiat, quien se figura que los antiguos griegos y romanos
silo vivían del robo. Mas, para poder vivir del robo durante tantos
siglos, tiene que existir por fuerza, constantemente el objeto del
tobo. Es de creer, pues, que los griegos y los romanos tendrían tam-
l-itn un proceso de producción, y, por tanto, una economía, en que
Ittldiría la base material de su mundo, ni más ni menos que en la
pOtmomía burguesa reside la base del mundo actual. ¿O es que
Ihutiat piensa, acaso, que un régimen de producción basado en el
imbajo de los esclavos es un régimen de producción erigido sobre el
I0bo como sistema? Si lo piensa así, se situará, en un terreno peli­
groso. Y si un gigante del pensamiento como Aristóteles se equivo-
itoljn al enjuiciar el trabajo de los esclavos, ¿por qué no ha de
L'ijiiivocnrse también al enjuiciar el trabajo asalariado un pigmeo de la
H¿monna como Bastiat? Aprovecharé la ocasión para contestar bre­
vemente a una objeción que se me hizo por un periódico alemán de
Jíorteamérica al publicarse, en 1859, mi obra Contribución a la
hltica de la economía política. Este periódico decia que mi tesis
irgún la cual el régimen de producción vigente en una época dada
y las relaciones de producción propias de este régimen, en una
Jtolftbra “la estructura económica de la sociedad, es la base real
lnbru la que se alza la supracstruetura jurídica y política y a la que
rtifresponden determinadas formas de conciencia social”, y de
quii “d régimen de producción de la vida material condiciona todo
(Ü proceso de la vida social, política y espiritual”, era indudable-
Utoulc exacta respecto al mundo moderno, en que predominan los
lillareícs materiales, pero no podía ser aplicada a la E d ad Media, en
t|!to reinaba el catolicismo, ni a Atenas y Roma, donde imperaba
m política. En primer lugar, resulta peregrino que haya todavía
Ijliton piense que todos esos tópicos vulgarísimos que corren por ahí
morca de la Edad Media y del mundo antiguo son ignorados de
itlilic. Es indudable que ni la Edad Media pudo vivir del catoli-

103
Hasta qué punto el fetichismo adherido al m undo de J;u
mercancías, o sea la apariencia material de las condicione»
sociales del. trabajo, empaña la mirada de no pocos econo­
mistas, lo prueba entre otras cosas esa aburrida y necia dis­
cusión acerca del papel de la naturaleza en la formación dcj
valor de cambio. El valor de cambio no es más que una deter­
minada manera social de expresar el trabajo invertido cu
un objeto y no puede, por tanto, contener m ateria alguna
natural, como.no puede contenerla, v. g r la cotización cam-
biaria.
La forma mercancía es la forma más general y rudimen­
taria de la producción burguesa, razón por la cual aparece
en la escena histórica muy pronto, aunque no con el carácter
predominante y peculiar que hoy día tiene; por eso su feti­
chismo parece relativamente fácil de analizar. Pero al asumir
formas más concretas, se borra hasta esta apariencia de sen­
cillez. ¿De dónde provienen las ilusiones del sistema mone­
tario? El sistema monetario no veía en el oro y la plata, con­
siderados como dinero, maniféstaciones de un régimen social
de producción, sino objetos naturales dotados de virtudes
sociales maravillosas. Y los economistas modernos, que miran
tan por encima del hombro al sistema monetario ¿no caen
también, ostensiblemente, en el vicio del fetichismo, tan
pronto como tratan del capital? ¿Acaso hace tanto tiempo
que sé ha desvanecido la 'ilusión fisiocrática de que la renta
del suelo, brotaba de la tierra, y no de la sociedad?
Pero no nos adelantemos y limitémonos a poner aquí un
ejemplo referente a la propia forma de las mercancías... Si
éstas pudiesen jrablar. dirían: es posible que ñuestro valor
de uso interese al "Eombréj' pero "el"'valor dé usB no es atri-
Tjoiüo'jBsátéríal:nwestto. Lo- Inherente a 'nosotras»' combátales
cosas, es nuestro valor. Nuestras' propias relaciones de mer­
cancías' lo demuestran. Nosotras sólo nos relacionamos las

cismo ni el mundo antiguo de la política. Lejos de ello, lo que expli­


ca por qué en una era fundamental la política y en la otra el
catolicismo es precisamente eL modo como una y otra se ganaban la
vida. Por lo demás, no hace falta ser muy versado en la historia de
la república romana para saber que su historia secreta la forma la
historia de la propiedad territorial. Ya Don Quijote pagó caro el
error de creer que la caballería andante era una institución compa­
tible con todas las formas económicas de la sociedad.

104
T litios con las otras como valores de cambio. Oigamos ahora
(¿ino 'habla el economista, leyendo en el alma de la mercan-
Oía: “el valor (valor de cambio) es un atributo délas cosas,
1(1 riqueza (valor de uso) un atributo del hombre El valor,
Considerado en este sentido, implica necesariamente el cam ­
bio; la riqueza, no”.101 “La riqueza (valor de uso) es del
hombre; el valor, atributo de las mercancías. U n hombre o
luía sociedad son ricos: una perla o un diamante son valio-
tos- ■• Una perla o un diamante encierran valor como tal
/liria o diamante.” 11 Hasta hoy, ningún químico lia logrado
descubrir valor de cambio en el diamante o en la perla. Sin
mnbargo, los descubridores económicos de esta substancia
química, jactándose de su gran sagacidad crítica, entienden
que el valor de uso de las cosas es independiente de sus cua­
lidades materiales y, en cambio, su valor inherente a ellas.
Y en esta opinión los confirma la peregrina circunstancia de
que el hombre realiza el valor de uso de las cosas sin cambio,
í*n un plano de relaciones directas con ellas, mientras que el
Vfilor sólo se realiza mediante el cambió, es decir en un pro­
paso social. Oyendo esto, se acuerda uno de aquel buen
Oogberry, cuando le decía a Seacoal, el sereno: “La traza
y la figura las dan las circunstancias, pero el saber leer y es­
cribir es un don de la naturaleza ”lz

10 “Valué is a property of things, riches of raen. Valué, in this


teme, necessarily implies exchange, riches do not.” Obserpattons on
tertain verbal disputes in Political Economy, particulary relating to
valué and to demand and supply, Londres, 1821, p. 16.
11 “Riches are the ' atribute of man, valué is the atribute of
Pummodities. A m an or a community is rich, a pearl or a diamond
ls valuable... A pearl or a diamond is valuable as a pearl or
diamond”. S. Bailey, A critical dissertation, etc., p. 165.
is El autor de las Observations y S. Bailey reprochan a Ricardo
el haber convertido el valor de cambio de un valor puramente rela-
tioo en algo absoluto. Todo lo contrario. Es él quien reduce la apa-
lantc relatividad que poseen estos objetos, los diamantes y las perlas
por ejemplo, considerados cómo valores de cambio, a la verdadera
ttlación que se esconde detrás de esa apariencia, a su relatividad
Pomo simples expresiones que son del -trabajo humano. Y si los
ricardianos contestan a Bailey bastante groseramente, p ero sin ar­
gumentos decisivos, es sencillamente porque el propio Ricardo no
loi orienta acerca del enlace interno que existe entre el -valor y la
forma del valor o valor del cambio.

k
FRIEDRICH E N G EL S

De padre industrial, nace en 1820 en la provincia renana


de Barmen, Friedrich Engels. Fudador junto con Kart
Marx del socialismo científico, su nombre estará siempre
unido a las luchas del proletariado internacional. Matricu­
lado por su padre en la escuela superior de comercio, en
1841 a requerimiento del padre se dirige a Italia a continuar
sus estudios comerciales. Una vez que regresa a Berlín se
matricula en filosofía, su verdadera vocación. Sin embargo,
desde temprana edad tuvo la oportunidad de entrar en con­
tacto con el movimiento comercial y fabril de la época y, en
1838, trabaja como dependiente en una casa Comercial de su
pueblo natal. Más tarde en 1842, lo hará en Manchester,
centro industrial principal de Inglaterra. Reclutado en Ber­
lín. hacia el mismo año 1842, se hace militar del ejército
prusiano. Después, y como fruto' de sus' observaciones con
respecto a la manera infrahumana en qué vivía el proleta­
riado inglés, escribe e t i l T B La situación de la clase obrera
en Inglaterra! Su primer contacto con K arí M'árx se da en
París, dé paso hacia 'Alemania, en 1 8 0 } De allí en adelante
surgiría una inseparable amistad acrisolada en el comparti­
miento mutuo de sus concepciones científicas de la sociedad;
el materialismo histórico o concepción materialista de la his­
toria. En París ambos_ amigos escriben La Sagrada Familia
o crítica ~de "la crítica crítica,’’.' A pesar de que la mayor par­
te de este trabajo le correspondió desarrollarlo a Marx, no
es menos importante la contribución de Engels al respecto.
Engels, antes que Marx, se había inclinado al estudio de la
econOñiíW''política; fue así que publicó en la revista Anales
Fráricc^Alemanes, 'etittgídapor Marx y Ruge, su Estudio crí­
tico sobre la economía, política. Indudablemente qüc , ¿[, injtu-
yó~¿n Marx para que éste sé dedicara a estudiar economía
política. Alternando su estancia en París y Bruselas entre los
años 1845_y 1847, y dedicándose al estudio y al trabajo prác­
tico, ¿n 1 84?¡ entra^ejx., contacto con activistas de la organi­
zación clandestina alemana^ Liga de _tos Cornuaistas-. A
Engels- y "Marx se les encarga la redacción de los principios

106
de la organización; fue asi que sale publicado por vez pri-
meraTen ~Í848\ el Manifiesto del partido comunista. Habkn-
participado'en-el time que iiuir
hacia Italia, Suiza e Inglaterra. De 1850 a 1870 fija su tesi-
['Sencia en Manckester donde logra trabajar en la misma
gasa comercial en la que había laborado anteriormente, lina
vez convertidoen socio de. la empresa, se-traslada en 1870 a
^Tftndres, sitio donde residía Karl Marx. Estando en Lon-
Wef'Engels se dedica q escribir en forma intensa al lado de
. Marx. De allí publica: el Ánti-Dühririg, El origen de la fa-
|#»!ia, la propiedad privada y el Estado, Ludwig Feuerbach,
asi ■como artículos sobre la vivienda, el gobierno ruso y el
desarrollo económico de Rusia.
Una vez que muere Alarx (1883), a Engeh le toca orde­
nar, corregir y desarrollar la obra dejada inconclusa por su
Ümigo : E!'capital. Fue así que bajo su responsabilidad apare-
__jfubltcado el tomo dos en}Í885j;yeltercer tomo en 'Í894¿
elcuarto no pudo redactarlo pues la muerte le cierra el ca-
Miho, en~i(695) en Londres,
,1~~Crea3or junto con M arx; de la Asociación Internacional
lie lós'Trabajadores (1864), Hasta el mismo, día de su muerte
¡ft'Flzsidiiaviente 'consultado por los dirigentes socialistas■eu­
ropeos.) 7

LUDWIG FEUERBACH Y E L F IN DE LA FILOSOFIA


CLÁSICA ALEMANA*

En la historia moderna, al menos, queda demostrado, por


lo áStopqué"' todas 'las luchas. políticas,‘ son'~liichas'" de clases
yque todasTas luchas de emancipación de clases, pese a su
Inevitable forma política, pues' t ó ^ ”'Iuclia'''dé”'d'áses^é§ urm
JuchíTpofítica, giran, en último término, en tornó a la emari-
weci6ii'ecónómica7For' consiguiente, aquí por lo menos, el
Estado, el régimen político, es el elemento subalterno, y la
jociedáff'civir," él 'réiño de las relaciones económicas, el e le - 1
tUentó ‘decisivc?rLa~idea"tra'dicibflalí a la' que también Hegéí

* En Marx-Engels, Obras escogidas en 2 tomos, M oscú, Ed. Pro­


greso, tomo n, pp. 393-399.

107
rindió Culto, veía en el Estado el elemento determinante, y
en la sociedad "civil el elemento condicionado p o r aquél. Y
las apariencias hacen creerlo así. Del mismo modo que
todos los impulsos que rigen la conducta del hom bre indivi­
dual tienen que pasar por su cabeza, convertirse en móviles
dé su voluntad, para hacerle obrar, todas las necesidades de
la sociedad civil —cualquiera que sea la clase que la go­
bierne en aquél momento— tienen que. pasar por la volun­
tad del Estado, para cobrar vigencia general' eh forma de
leyes. Pero éste es el aspecto formal del problema, que de suyo
se comprende; lo queínteresa conocer es el contenido de
esta voluntad puramente formal —sea la del individuo o la
del Estado— y saber de dónde proviene este contenido y por
qué es eso precisamente lo que se quiere, y .no. otra cosa. Si
nos ‘detenemos a indagar esto, veremos que en la historia
moderna la voluntad del Estado obedece, en general, a las
necesidades variables, de la sociedad civil, a la supremacía
de tal o cual clase, y, en última instancia, al desarrollo de
las fuerzas productivas y de las condiciones de intercambio.
Y si aún en una época como la moderna, con sús gigan­
tescos medios de producción y de comunicaciones, el Estado
no es un campo independiente, con un desarrollo propio,
sitio que su existencia y su desarrollo se explican, en última
instancia, por las condiciones económicas de vida de la so­
ciedad, con tanta mayor razón tenía que ocurrir esto en todas
las épocas anteriores, en que la producción de la vida ma­
terial de los hombres no se llevaba a cabo con recursos tan
abundantes y en que, por tanto, la necesidad de esta produc­
ción debía ejercer un imperio mucho más considerable to­
davía sobre los hombres. Si aún hoy, en los tiefirpos de la
gran industria y de los ferrocarriles, el Estado no es, en gene­
ral, más que el reflejo en forma sintética de las necesidades
económicas de la clase que gobierna la producción,., mucho
más tuvo que serlo en. aquella época, en que una generación
de hombres tenía que invertir una parte mucho mayor de su
vida en la satisfacción de sus necesidades materiales, y, por
consiguiente, dependía de éstas mucho más de lo que hoy
nosotros. Las investigaciones históricas de épocas anteriores,
cuando se detienen seriamente en este aspecto, confirman
más que sobradamente esta conclusión; aquí, no podemos
pararnos, naturalmente, a tratar de esto.

108
Si el Estado .yjs) derecho público se hallan gobernadlos
[ior las ^relaciones económicas, también" To'"estaraj como es
% c¿7"el Derecho privado,' ya qué éste se limita, en sus-
íKRíáa, a sancionar las relaciones económicas existentes entre
IiJTmdividuos y que bajo las circunstancias dadas, son ñor-
Itniles. La forma que esto reviste puede variar considerable-
ilicnte. Puede ocurrir, como ocurre en Inglaterra, a tono
Con todo el desarrollo nacional de aquel país, que se con-
Mifven en gran parte las formas del antiguo Derecho feudal,
Infundiéndoles un contenido burgués, y hasta asignando direc­
tamente un significado burgués al nombre feudal. Pero puede
tomarse también como base, como se hizo en el Oeste de
Europa continental, el primer Derecho universal de una
tOciedad productora de mercancías, el Derecho romano, con
tu formulación insuperablemente predsa de todas las rela­
ciones jurídicas esenciales que pueden existir entre los sim­
ples poseedores de mercancías (comprador y vendedor, acree­
dor y deudor, contratos, obligaciones, etc.}. Para honra y
provecho de una sociedad que es todavía pequeñoburguesa
y semifeudal, puede reducirse este Derecho, sencillamente
por la práctica judicial, a su propio nivel (Derecho general
hlcmán), o bien, con ayuda de unos juristas supuestamente
ilustrados y moralizantes, se puede recopilar en un Código,
propio, ajustado al nivel de esa sociedad; Código que, en
Bitas condiciones, no tendrá más remedio que ser también
malo desde el punto de vista jurídico (Código nacional pru-
llnno); y cabe también que, después de una revolución bur­
guesa, se elabore y promulgue, a base de ese mismo Derecho
romano, un Código de la sociedad burguesa tan clásico como
q! Code civil francés. Por tanto, aunque las normas del De­
recho civil se limitan a expresar en forma jurídica las con­
diciones económicas de vida de la sociedad, pueden hacerlo
bien ó mal, según los casos.
En e¡_Estado. toma cuerpo ante nosotros el primer poder
ideológico sobre los hombres. La sociedad se crea un órgano
¡gira la defensa de sus intereses comunes frente a los ataques
(19 dentro~y'de fuera: Este órgano es el poder del Estado,
jiro, apenas creado, este órgano se independiza de la socie­
dad, tanto ínás cuanto más se va convirtiendo en órgano de
lina determinada clase y más directamente impone el domi­
nio de esta clase. La lucha de la clase oprimida contra la

109
clase dominante asume forzosamente el carácter de una lucha
política, de una liicha dirigida, en primer térm ino, contra la
dominación política, de esta clase; la conciencia, de: la rela­
ción que guarda está ludia política con su base económica »•
oscurece y puede llegar a desaparecer por completo. Si no
ocurre así por entero entre los propios beligerantes, ocurre
casi siempre entre los historiadores. De las antiguas fuente*
sobre las luchas planteadas en el seno de la república romana,
sólo Apiano nos dice claramente cuál era el pleito que allí
se ventilaba en última instancia: el de la propiedad del
suelo.
Pero el Estado, una vez que se erige en poder indepen­
diente frente a la sociedad, crea rápidamente una nueva ideo­
logía. En los políticos profesionales, en los teóricos del De­
recho público y en los juristas que cultivan el Derecho
privado, la conciencia de la relación con los hechos
económicos desaparece totalmente. Gomo, en cada caso con­
creto, los hechos económicos tienen que revestir la forma do
motivos jurídicos para ser sancionados en forma de ley y
como para ello hay que tener en cuenta también, como es
lógico, todo el sistema, jurídico, vigente,, se pretende que la
forma jurídica lo sea todo, y el contenido económico nada.
; El Derecho público y el Derecho privado se consideran como
dos campos independientes, con su desarrollo histórico pro-
■'pió, campos que permiten y exigen por sí mismos una cons­
trucción sistemática, mediante, la extirpación consecuente de
todas las contradicciones internas.
•Las ideologías aún más. elevadas, es decir, las que se ale­
jan todavía más de la base material, de la base económica,
adoptan la forma de filosofía y de religión. Aquí, la conca­
tenación de las ideas con sus condiciones materiales de exis­
tencia aparece cada vez más embrollada, cada vez más oscu­
recida por la interposición de eslabones intermedios. Pero, no
obstante, existe. Todo el período del Renacimiento, desde
mediados del siglo xv, fue en esencia un producto de las
ciudades y por tanto de la burguesía, y lo mismo cabe, decir
de la filosofía, desde entonces renaciente; su contenido no
era, en sustancia, más que la expresión filosófica de las ideas
correspondientes al proceso de desarrollo de la pequeña y
mediana burguesía hacia la gran burguesía. Esto se ve con
bastante claridad en los ingleses y franceses del siglo pasado,

110
MUiñhos de los cuales tenían tanto de economistas como de
filósofos, y también, hemos podido comprobarlo más arriba
i<il la escuela hegeliana.
Detengámonos, sin embargo, un momento en la religión,
|jOr ser este el campo que más alejado y más desligado pa.rece
(Mltr de la vida material. La religión nació en una época
muy primitiva de las ideas ignorantes selváticas, que los
Hambres se formaban acerca de su propia naturaleza y de
lli naturaleza exterior que los rodeaba.. Pero toda ideología,
linn vez que surge, se desarrolla en conexión con el mate-
llfll de ideas dado, desarrollándolo y transformándolo a su
VW; de otro modo no sería una ideología, es decir, una labor
Milite ideas concebidas como entidades con propia sustan-
jívldad, con un desarrollo independiente y sometidas tan
ttóo a sus leyes propias. Estos hombres ignoran forzosamente
ijliO las condiciones materiales de la vida del hombre, en
(m&Jcábeza se desarrolla este proceso ideológico, son las que
IJftftnninan,.en última instancia, la marcha de tal proceso, pues
•I no lo ignorasenj se habría acabado toda la ideología. Por
Itliilo, estas representaciones religiosas primitivas, comunes
Hijii siempre a todo ún grupo de pueblos afines, se desarro-
11*11. al deshacerse el grupo, de un modo peculiár en cada
P'*$!2.l2i según las condiciones" dé vida que le son dadas; y
(tile proceso ha sido» puesto dé manifiesto en detalle por la
mitología comparada en una serie de grupos de. pueblos, prin-
ijlpnlmente en el grupo ario (el llamado grupo indo-euro­
peo). Los dioses, moldeados de este modo en cada pueblo,
«flin dioses "nacicíñales, cuyo reino no pasaba de. las fronteras
(1*1 territorio que estaban llamados a proteger, ya que .del
irf re ja d o había otros dioses indiscutibles que llevaban la
ljntuta. Éstos dioses sólo podían seguir viviendo en la mente
tle tos hombres mientras existiese su nación, y morían ál mismo
Uifiñpo" que ella. Este ocaso de las antiguas nación alidádes
lo trajo' el'Im perio romano mundial, y no vamos a estudiar
Df|ii¡ las condiciones económicas que determinaron el origen
(ia éste. Gaducaron los viejos dioses nacionales, e incluso los
mínanos, que habían sido cortados simplemente por el p a ­
trón de los reducidos horizontes de la ciudad de Roma; la
necesidad de complementar el imperio mundial se revela con
flftridad en los esfuerzos que se hacían por levantar altares
a imponer acatamiento, en Roma, junto a los dioses pro.

121
pios, a todos los dioses extranjeros un poco respetables. Pero
una nueva religión mundial no se fabrica así, p o r decretos
imperiales. La nueya religión mundial, el cristianismo, había
ido naciendo calladamente, mientras tanto,~de u n a mezcla
dié la teología oriental unlversalizada, sobre todo de la judía,
y de la filosofía griega vulgarizada, priiicipalmente de la
estoica. Qué aspecto presentaba en sus orígenes esta reli­
gión., es lo que hay que investigar pacientemente, pues su
faz oficial, tal como nos la transmite la tradición, sólo es la
que se ha presentado como religión del Estado, después d<‘
adaptada para este fin por el Concilio de Nicea. Pero el sim ­
ple hecho de que ya a los 250 años de existencia se la eri­
giese en religión del Estado demuestra que era la religión
que cuadraba a las circunstancias de los tiempos. .En la Edad
Media, a medida que el feudalismo se desarrollaba,' él cris­
tianismo asumía la forma de una religión adecuada a este
régimen, con su correspondiente jerarquía feudal. Y al apa­
recer la burguesía, se desarrolló frente al catolicismo feudal
la herejía protestante, que tuvo sus orígenes en el sur de
Francia, con los albigenses, coincidiendo con el apogeo de
las ciudades de aquella región. La Edad Media anexionó a
la teología, convirtió en apéndices suyos" todas las demás
formas ideológicas: la filosofía, la jurisprudencia. Con ello,
obligaba a todo movimiento social y político a revestir una
forma teológica; a los espíritus de las masas, cebados exclu­
sivamente con religión, no había más remedio que presen­
tarles sus propios intereses vestidos con ropaje religioso, si
sé quería levántar una gran tormenta. Y como la burguesía,
que crea en las ciudades desde el primer momento un
apéndice de plebeyos desposeídos, jornaleros yr servidores
de todo género, que no pertenecían a ningún estamento so­
cial reconocido y que eran los precursores del proletariado
moderno, también la herejía protestante se desdobla muy
pronto en una ala burguesa moderada y en otra plebeya revo­
lucionaria, execrada por los mismos herejes burgueses.
La imposibilidad de exterminar la herejía protestante co­
rrespondía a la invencibilidad de la burguesía en ascenso.
Cuando esta burguesía era ya lo bastante fuerte, su lucha
con la nobleza feudal, que hasta entonces había tenido ca­
rácter predominantemente local, comenzó a tomar propor­
ciones nacionales. La primera acción de gran envergadura

112
I
W desarrolló en Alemania: fue la llamada Refonna.. La
burguesía no era lo suficientemente desarrollada, para poder
Unir bajo su bandera a los demás estamentos rebeldes: los
(Jtttbcyos de las ciudades, la nobleza baja rural y los campesi­
nos, Primero fue derrotada la nobleza; los campesinos se
llííiron en una insurrección que marca el punto culminante
ib odo este movimiento revolucionario; las ciudades los
(bjitron solos, y la revolución fue estrangulada por los ejér­
citos de los príncipes feudales, que se aprovecharon de este
Diodo de todas las ventajas de la victoria. A partir de este
Momento, Alemania desaparece por tres siglos del concierto
ib las naciones que intervienen con propia personalidad en
Ik historia. Pero, al lado del alemán Lutero estaba el francés
_ talvina. quien, con una nitidez auténticamente francesa,
Jlko pasar a primer plano el carácter burgués de la Reforma
j frenublicanizó y democratizó la Iglesia. Mientras que la Re-
JÍArrna luterana se estancaba en Alemania y arruinaba a este
| país, la Reforma calvinista servía de bandera a los republi-
finnos de Ginebra, de Holanda, de Escocia, emancipaba a
Holanda de España y suministraba el ropaje ideológico para
«1 segundo acto de la revolución burguesa, que se desarrolló
na Inglaterra. Aquí el calvinismo se acreditó como el autén­
tico disfraz religioso de los intereses de la burguesía de aque-
lln época, razón por la cual no logró tampoco su pleno
reconocimiento cuando, en 1689, la revolución se cerró con
ni pacto de una parte de la nobleza con los burgueses. La
Iglesia anglicana fue restaurada de nuevo, pero no bajo su
forma anterior, como una especie de catolicismo, con el rey
J>0r Papa, sino fuertemente calvinizada. La antigua Iglesia
tlcl Estado había festejado el alegre domingo católico, com­
batiendo el aburrido domingo calvinista; la nueva, aburgue­
sada, volvió a introducir éste, que todavía hoy adorna a In­
glaterra.
En Francia, la minoría calvinista fue reprimida, catoli­
zada o expulsada en 1685; pero, ¿de qué sirvió esto? Ya
por entonces estaba en plena actividad el librepensador Fie­
rre Bayle, y en 1694 nacía Voltaire. Las medidas de violencia
de Luis X IV no sirvieron más que paira facilitar a la bíurgue-
ílá francesa la posibilidad de hacer su revolución bajo formas
religiosas y exclusivamente políticas, las únicas que cuadran
n la burguesía avanzada. En las asambleas nacionales ya no

113
se sentaban protestantes, sino librepensadores. Con esto, rl
cristianismo entraba en su última fase. Ya no podría servil*
de ropaje ideológico para envolver las aspiraciones de utm
clase progresiva cualquiera; se fue convirtiendo, cada vea
más, en patrimonio privativo de las clases dominantes, quie­
nes lo emplean como mero instrumento de gobierno pata
tener a raya a las clases inferiores. Y cada una de las dis
tintas clases utiliza para este fin su propia y congruente re»
ligión: los terratenientes aristocráticos, el jesuitismo católico
o la ortodoxia protestante; los burgueses liberales y radica­
les, el racionalismo; siendo indiferente, para estos efecto»,
que los señores crean o no, ellos mismos, en sus respective»
religiones.
Vemos, pues, que la religión, una vez creada, contiene
siempre una materia tradicional, ya que la tradición, es, t-ii
todos loscámpos ideológicos, una gran fuerza conservadora.
Pero los cambios que se producen en esta materia brotan (li­
las relaciones de clase, y por tanto de las relaciones econó­
micas de los hombres que efectúan estos cambios. Y aquí,
basta con lo que queda apuntado.
. Las anteriores consideraciones no pretenden ser más que
un bosquejo general de la interpretación marxista de la his­
toria; a lo sumo, unos cuantos ejemplos para ilustrarla. Ln
prueba ha de suministrarse a la luz de la misma historia, y
creemos poder afirmar que esta prueba ha sido ya suminis­
trada suficientemente en otras obras. Pero esta interpreta­
ción pone fin a la filosofía en el campo de la historia, exac­
tamente lo mismo que la concepción dialéctica de la natu­
raleza hace la filosofía de la naturaleza tan innecesaria como
imposible. Ahora, ya no se trata de sacar de la cabeza las
concatenaciones de las cosas, sino de descubrirlas en los mis­
mos hechos. A la filosofía desahuciada de la naturaleza y
de ,la historia no le queda más refugio que el reino del pen­
samiento puro, y en lo que aún queda en pie de él: la teoría
de las leyes del mismo proceso de pensar, la lógica y la dia­
léctica.

114
CARTAS DE FRIEDRICII ENGELS

(¡Orla de Fricdrich Éngels a Joseph Bloch, 21 de septiembre


tl$ 1890*
[ ...] Según la concepción materialista de la historia:, el
fnctor que en última instancia determina la historia es la pro-
ihitción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo
.Hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa
rfídendó" que el factor económico es el único deteiminante,
¿[divertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absur­
da. La situación económica es la base, pero los diversos
~Cto¥e3"ííela superestructura' que sobre ella se levanta, las
rías" "políticas de la lucha de clases y sus resultados,
luí Constituciones que, después de ganada una batalla, re­
tín cta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e' incluso
Ifli reflejos de todas estas lüohas reales en el cerebro de los
participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas,
Id» ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta
Suvertirlas en un sistema dé dogmas ejercen también su
llíriuéricia sobre el curso de las luchas históricas y determi-
ruírf, "predominantemente en muchos casos, su forma. Es un
Juego mutuo de acciones y reacciones entre todos los factores,
oñ el que, a través de toda la muchedumbre infinita de
Casualidades (es decir, de cosas y acaecimientos cuya traba­
zón interna es tan remota o tan difícil de probar, que pode­
mos considerarla como inexistente, no hacer caso de ella),
libaba siempre imponiéndose como necesidad el-movimiento
Económico. De otro modo, aplicar la teoría a una época his­
tórica cualquiera sería más fácil que resolver una simple
ecuación de primer grado.
Somos nosotros mismos quienes hacemos nuestra histo­
ria, pero lá hacemos, en primer lugar, con arreglo a pre­
misas y condiciones muy concretas. Entre ellas, son las eco­
nómicas las que deciden en última instancia. Pero ‘también
tteSmpenan su papel, aunque no sea decisivo, las condiciones
Políticas, y hasta la tradición, que merodea como un duende
Cn Jas cabezas de los hombres. También el Estado prusiano
ITri nacido y se ha desarrollado por causas históricas, que

* Marx-Engels, Obras escogidas en 2 tomos, M oscú, Ed. Pro­


greso, tomo i, p. 490.

115
son, en última instancia, causas económicas. Pero apenas pu-
drá afirmarse sin incurrir en pedantería, que de los muelle!
pequeños estados del norte de Alemania fuese precisamcnlo
Brandeburgo, por imperio de la necesidad económica, y Un
también por la intervención de otros factores (y principal­
mente su complicación, mediante la posesión d e Prusia, tii
los asuntos de Polonia, y a través de esto, en las relacione!
políticas internacionales, que fueron también decisivas en Jh
formación de la potencia dinástica austríaca), el destinad»
a convertirse en la gran potencia en que tomaron cuerpo lai
diferencias económicas, lingüísticas, y desde la Reforma tam­
bién las religiosas, entre el Norte y el Sur. Es difícil que so
consiga explicar económicamente, sin caer en el ridículo,
la existencia de cada pequeño Estado alemán del pasado y
del presente o los orígenes de las permutaciones de conso­
nantes en el alto alemán, que convierten en una línea do
ruptura que corre a lo largo de Alemania la muralla geo­
gráfica formada por las montañas que se extienden de lo»
Sudetes al Tauno.
En segundo lugar, la historia se hace de tal modo, que id
resultado final siempre deriva de los conflictos entre muchas
voluntades individuales,, cada una de las cuales, a su vez,
es lo que es por efecto de una multitud de condiciones es­
peciales de vida; son, pues, innumerables fuerzas que se en­
trecruzan las unas con las otras, un grupo infinito de parale-
logramos de fuerzas, de las que surge una resultante —el
acontecimiento histórico— que, a su vez, puede considerara:
como producto de una fuerza única, que, como un todo, actúa
sin conciencia y sin voluntad. Pues lo que unp quiere tro­
pieza con la resistencia que le opone otro, y lo que resulta
de todo ello es algo, que nadie ha querido. De este modo,
hasta aquí toda la historia ha discurrido a modo de un pro­
ceso natural y sometida también, sustancialmente, a las mis­
mas leyes dinámicas. Pero del hecho de que las distintas
voluntades individuales —cada una de las cuales apetece
aquello a que le impulsa su constitución física y una serie
de circunstancias externas, que son, en última instancia, cir­
cunstancias económicas (o las suyas propias personales o las
generales de la sociedad)— no alcancen lo que desean, sino
que se fundan todas en una medida total, en una resultante
común, no debe inferirse que estas voluntades sean = 0. Por

116
p] contrario, todas contribuyen a la resultante y se hallan,
|u>r tanto, incluidas en ella.
Además, me peimito rogarle que estudie usted esta teoría
Ni los fuentes originales y no en obras de segunda mano, es,
Verdaderamente, mucho más fácil. Marx apenas ha escrito
linda en que esta teoría no desempeñe su papel. Espe­
cialmente, El 18 Brumario de Luis Bonaparte es un magnífi­
co ejemplo de aplicación de ella. También en El capital se
encuentran muchas referencias. En segundo término, me
.Jtormito remitirle también a mis obras La subversión de k
Htncia por el señor E. Dühring y Ludwig Feuerbach y el fin
dt la filosofía clásica alemana, en las que se contiene, a mi
triodo de ver, la exposición más detallada que existe del
jnnterialismo histórico.
El que los discípulos hagan a veces más hincapié del
debido” en él aspecto económico, es cosa de la que, en parte,
lañemos la culpa Marx y yo mismo. Frente a los adversarios,
tullíanlos que subrayar este principio cardinal que se ne­
gaba, y no siempre disponíamos de tiempo, espacio y ocasión
liara d a r'la - debida importancia á ¡os demás factores que
Intervienen en el juego de las acciones y reacciones. Pero,
tan pronto como se trata de exponer una época histórica
¡\ por tanto, de aplicar prácticamente el principio, cambiaba
a Cosa, y ya no había posibilidad de error. Desgraciadamen­
te ocurre con harta frecuencia que se cree haber entendido
totalmente y que se puede manejar sin más una nueva teoría
por el mero hecho de haberse asimilado, y no siempre exac­
tamente, sus tesis fundamentales: De este reproche no se
hallan exentos muchos de los nuevos “marxistas” y así se
explican muchas de las cosas peregrinas que han aporta­
d o ! ...] . .

Carta de Friedrich Engels a Franz Mehring, 14 de julio de


¡893*
Hoy, por fin, puedo agradecerle la fina atención que ha
tenido conmigo al enviarme La leyenda de Lessing. No he
querido limitarme a un formal acuse de recibo, sino decir

* Marx-Engels, Obras Escogidas en 2 tomos, M oscú, Ed. Pro­


greso, tomo p. 499.

117
al mismo tiempo algo sobre el libro mismo, sobre su conlo
nido. De aquí mi demora en la respuesta.
Empezaré por el final, es decir, por el apéndice sobre el
materialismo histórico,1 en el que expone usted los hechos
principales en forma magistral, capaz de convencer a cual­
quier persona libre de prejuicios. Si algo tengo que objetar,
es contra el que usted me atribuya más méritos d e los que
en realidad me pertenecen, incluso contando lo que yo
—con el tiempo— hubiese llegado a descubrir por m í mismo,
si no lo hubiese descubierto mucho antes Marx, con su
visión más rápida y más amplia. Cuando uno ha tenido la
suerte de trabajar durante cuarenta años con un hombre
como Marx, en. vida de éste no suele gozar del reconoci­
miento que cree merecer. Pero cuando el gran hombre muere,
a su compañero de menor talla se le suele encomiar más de lo
que merece. Creo que éste es mi caso. La historia terminará
por poner las cosas en su sitio, pero para entonces ya mu
habré muerto tranquilamente y no sabré nada de nada.
Falta, además, un solo punto, en el que, por lo genera),
ni Marx ni yo hemos hecho bastante hincapié, en nuestros
escritos, por lo que la culpa nos corresponde a todos por
igual. En lo que nosotros más insistíamos ——y no podíamos
menos de hacerlo así— era en derivar de los hechos econó­
micos básicos las ideas políticas, jurídicas, etc., y los actos
condicionados por ellas. Y al proceder de está' manera, el
contenido nos hacía olvidar ia forma, es decir, el proceso dt:
génesis de estas ideas, etc. Con ello proporcionamos a nues­
tros adversarios un buen pretexto para sus errores y tergi­
versaciones. Un ejemplo patente de ello lo tenemos en Paul
Bartih. »
La ideología es un proceso que se opera por el llamado
pensador conscientemente, en efecto, pero con una concien­
cia falsa. Las verdaderas fuerzas propulsoras que lo mueven,
permanecen ignoradas para él; de otro modo, no sería tal
proceso ideológico. Se imagina, pues, fuerzas propulsoras
falsas o aparentes. Como se trata de un proceso discursivo,
deduce el contenido y su forma del pensar puro, sea el Suyo

1 El artículo de Mebring, Über den kistoriscken Materialismuy


(Sobre el materialismo histórico) fue publicado en .1893, como apén­
dice a su libro La leyenda de Lessing [n . de la e .]

118
propio o el de sus predecesores. Trabaja exclusivamente con
Material discursivo, que acepta sin mirarlo, cómo creación
dd pensamiento, sin someterlo a otro proceso de investiga­
ción, sin buscar otra fuente más alejada' e independiente del
|#cnsamiento,- para él, esto es la evidencia misma, puesto
(|Ue para él todos los actos, en cuanto les sirva de mediador
di pensamiento, tienen también en éste su fundamento, úl­
timo.
El ideólogo histórico (empleando la palabra histórico
Como síntesis de político, jurídico, filosófico, teológico, en
una palabra, de todos los campos que pertenecen a la socie­
dad, y no sólo a la naturaleza), el ideólogo histórico encuen­
tra, pues, en todos los campos científicos, un material que
m ha formado independientemente, por la obra del pensa­
miento de generaciones anteriores y que ha atravesado en el
Cerebro de estas generaciones sucesivas por un proceso pro-
)!o c independiente de evolución. Claro está que a esta evo-
I ución pueden haber contribuido también ciertos hechos
í *xtornos, enclavados en el propio campo o en otro, pero,
■Wgún la premisa táctica de que se. parte, estos hechos son,
fl |u vez, simples frutos de un proceso discursivo, y así no
in] irnos del dominio del pensar puro, que parece haber dige­
rido admirablemente hasta los hechos más tenaces. ■
Esta apariencia de una historia independiente de las
Constituciones políticas, de los sistemas jurídicos, de los con-
faptos ideológicos en cada campo específico de investiga­
ción, es la que más fascina a la mayoría de la gente. Cuando
ladero y Calvino “superan” la religión católica oficial, cuan­
do Hegel “supera” a Fichte y Kant, y Rousseau, con su Con-
¡tato social republicano, “supera” indirectamente al consti­
tucional Montesquieu, trátase de un proceso que se mueve
tlmtro de la teología, de la filosofía, de la ciencia política,
t|uo representa una etapa en la historia de esas esferas del
jtpnsar y no trasciende para nada del campo del pensamien­
to. Y desde que a esto se ha añadido la ilusión burguesa de
]o perennidad e inapelabilidad de la producción capitalista,
Imita la “superación” de los mercantilistas por los fisiócratas
y A. Smith se considera simplemente como un triunfo exclu-
llvo del pensamiento; no como el reflejo ideológico de un
Iftinhio de hechos económicos, sino como la visión justa, por
fin alcanzada, de condiciones efectivas que rigen siempre y

119
en todas partes. Si Ricardo Corazón de León y Felipe Au­
gusto, en vez de liarse con las Cruzadas, hubiesen implan­
tado el libre cambio, nos hubieran ahorrado quinientos años
de miseria e ignorancia.
Este aspecto del asunto, que aquí no he podido tocar
más que de pasada, lo hemos descuidado todos, me parece, más
de lo debido. Es la historia de siempre: en los comienzos, se
descuida siempre la forma, para atender más al contenido.
También yo lo he hecho, como queda dicho, y la falta me
ha saltado siempre a la vista post festvm. Así, pues, no sólo
está muy lejos de mi ánimo hacerle un reproche por esto,
pues, por haber pecado antes que usted, no tengo derecho
alguno a hacerlo, sino todo lo contrario; pero quería llamar'
su atención para lo futuro hacia este punto.
Con esto se halla relacionado también el necio modo de
ver de los ideólogos: como negamos un desarrollo histórico in­
dependiente a las distintas esferas ideológicas, que desempe­
ñan un papel en la historia, les negamos también todo
efecto histórico. Este modo de ver se basa en una representa­
ción vulgar antidialéctica de la causa y el efecto como dos
polos fijamente opuestos, en un olvido absoluto del juego de
acciones y reacciones. Que un factor histórico, una vez alum­
brado por otros hechos, que son en última instancia hechos
económicos, repercute a su vez sobre lo que le rodea, e incluso
sobre sus propias causas, es cosa que olvidan a veces muy
intencionadamente esos caballeros, como, por ejemplo, Barth
al hablar del estamento sacerdotal y la religión, pág. 47.r)
de su obra de usted. Me ha gustado mucho su manera de
ajustarle las cuentas a ese sujeto, cuya banalidad supera todo
lo imaginable. ¡Y a un individuo como ése se le nombra
profesor de historia en Leipzig! Debo decir que el viejo
Wachsmuth, también muy cerrado de mollera, aunque mu­
cho más sensible ante los hechos, era un tipo muy diferente,
Por .lo demás, sólo puedo decir del libro lo mismo que
dije en repetidas ocasiones acerca de los artículos cuando
aparecieron en el Neue Zeitx que es, hasta la fecha, la mejor
exposición de la génesis del Estado prusiano; yo diría incluso
que es la única buena, pues en la mayoría de los caso,',
muestra acertadamente todas las concatenaciones, hasta cu
los menores detalles. Siento únicamente que no haya abarca­
do usted de primer intento , todo el desarrollo ulterior hasin

120
Humarle, aunque tengo la secreta esperanza de que lo hara
usted en otra ocasión, prestando un cuadro completo y
coherente, empezando por el elector Federico Guillermo y
terminando por el viejo Guillermo. Ya tiene usted, hecha
la labor preliminar, y hasta podemos decir que, por lo m e­
nos en las cuestiones fundamentales, esa labor es casi defini­
tiva. Y hay que hacerlo antes de que se derrumbe todo el
viejo edificio. La destrucción de las leyendas patrióticas de
la monarquía no es una condición absolutamente indispen­
sable para derrocar esa misma monarquía que siive para
encubrir la dominación de clase (pues, en Alemania, la re­
pública pura o burguesa es una etapa que ha pasado sin
haber tenido tiempo de surgir), pero es, a pesar de todo,
uno de los resortes más eficaces para lograr ese derroca-
jnientd.
De hacerlo, dispondrá usted de más espacio y de mayores
j oportunidades para presentar la historia local de Prusia
como una parte del triste destino de toda Alemania. Este es
o! punto en el que usted y yo discrepamos en cuanto a la
Interpretación de las causas del fraccionamiento de Alema- ’
rúa y del fracaso sufrido por la revolución burguesa alemana
del siglo xvi. Si tengo ocasión de volver a redactar el prefa­
cio histórico a mi Guerra campesina —y confío en que eso
habrá de ocurrir el próximo invierno—, podré desarrollar
nllí estas cuestiones. No es que considere erróneas las causas
que usted aduce, pero yo expongo otras, además de ésas, y
Iju agrupo en forma algo distinta.
Al estudiar la historia de Alemania —una historia de
Continuas desventuras—, siempre he hallado que la compara­
ción con los correspondientes períodos de la historia de Fran­
cia es lo único capaz de proporcionamos una medida exacta,
pites allí ocurre precisamente lo contrario de lo que sucede
*n nuestro país. Allí, la formación del Estado nacional a
partir de los disjectis membris del Estado feudal, en. el pre­
ciso momento en que nuestro país se hallaba en la máxima
decadencia. Allí, una lógica objetiva excepcional en el curso
fio todo proceso, mientras en nuestro país se produce un
desbarajuste cada vez más funesto. Allí, en la Edad Media,
Ife invasión extranjera corre a cargo del conquistador inglés,
fftifí toma partido a favor de la nacionalidad provenzal, en
Contra de la nacionalidad del norte de Francia. Las aberras
contra Inglaterra son una especie de .guerra de los Treinta
Años, pero que terminan con la expulsión de los invasores
extranjeros y con el sometimiento del Sur .por el N orte. Lue­
go viene la lucha del poder central contra la Borgoña vasa­
lla, apoyada por sus posesiones del extranjero y cuyo papel
corresponde al de Brandeburgo-Prusia; pero esta lucha ter­
mina con el triunfo del Poder central y remata la formación
del Estado nacional. Y precisamente en ese momento, el
Estado nacional se derrumba definitivamente en nuestro país
(si es que el “reino alemán” del santo Imperio romano pue­
de ser llamado Estado nacional) y comienza el despojo en
gran escala de las tierras alemanas. Esta comparación cons­
tituye un gran oprobio para los alemanes, pero, precisamente
por eso, es tanto más instructiva; y desde que nuestros obre­
ros han vuelto a poner a Alemania en el proscenio del mo-
cimiento 'histórico, nos es más fácil soportar esa ignominia
del pasado.
Un rasgo definitivo muy espécial del desarrollo de Ale­
mania es que ninguna de las dos partes que terminaron por
repartirse todo el país es puramente alemana. Las dos son
colonias establecidas en tierras eslavas conquistadas: Austria
es una colonia bávara, y Brandeburgo una colonia sajona; y
el poder que ambas han adquirido dentro de Alemania se lo
deben exclusivamente al apoyo dé posesiones extranjeras,
no alemanas: Austria se apoyó en Hungría (sin hablar de
Bohemia), y Brandeburgo en Pnisia. Nada de eso ocurrió
en la frontera occidental, que era la más amenazada. La
defensa de Alemania frente a los daneses en la frontera norte
fue encomendada a los mismos daneses; y era tan poco lo
que había que defender en la frontera sur, que las encarga­
dos de guardarla, los suizos, ¡lograron separarse ellos mis­
mos de Alemania!
Pero veo que me he dejado llevar por toda clase de ra­
zonamientos. Sírvale por lo menos toda esta palabrería como
testimonio del vivo interés que ha despertado en mí su
o b ra ...

122
I Carta de Friedrich Engds a K . Schmidt, 27 de octubre de
¡890*
| Aprovecho el primer momento libre para contestarle.
Creo que hará usted bien en aceptar el puesto que le ofre­
cen en el Züricher Post donde podrá aprender muchas cosas
del campo de la Economía, sobre todo si no olvida en nin­
gún momento la circunstancia de que Zurich es sólo un
mercado de dinero y especulación de tercera categoría, por
lo que las impresiones que allí se reciben llegan debilitadas
por un doble o triple reflejo deliberadamente tergiversadas.
En cambio, conocerá usted en la práctica todo el mecanismo
y se verá obligado a seguir de cerca los boletines de Bolsa de
Londres, Nueva York, París, Berlín, Viena, etc., todo ello
de primera mano. Y entonces se le revelará el mercado mun­
dial en su réflejo como mercado de dinero y de valores. Con
los reflejos económicos, políticos, etc., ocurre lo mismo que
con las cosas reflejadas en el ojo: pasan a través de una
lente y por eso aparecen en forma invertida, cabeza abajo.
Sólo falta el aparato nervioso encargado de enderezarlas
para nuestra percepción. El bolsista no ve el movimiento de
In industria y el mercado mundial más que en el reflejo in-
ertido del mercado de dinero y de valores, por lo que los
^fegtos se le aparecen como causan. Este es un fenómeno
que ya he podido observar en la década del 40, en Manches-
ler, donde los boletines de la Bolsa de Londres no servían
en absoluto para, hacerse una idea del movimiento de la
[Industria, con sus períodos de máxima y mínima, porque
esos señores querían explicarlo todo a partir de las crisis
del mercado de dinero, que, por lo general, sólo tienen el
Carácter de síntomas. En aquel entonces, de lo que se trata­
ba era de negar la superproducción temporal como una de
las crisis industriales, por lo que todo tenía un lado tenden­
cioso que movía a la tergiversación. Actualmente, cuando
menos por lo que a nosotros respecta, este punto ha sido
totalmente liquidado, añadamos a esto el hecho indudable
de que el mercado de dinero puede tener también sus pro­
pias crisis, en las que los transtomos directos de la industria
desempeñan únicamente un papel secundario si es que desem­

* Manc-Engels, Obras escogidas en 2 tomos, Ed. Progreso, M oscú,


(orao i, p. 492.

123
peñan alguno. Aquí queda aún mucho por aclarar e investi­
gar, sobre todo en la historia de los últimos años.
Donde la división del trabajo existe en escala social, las
distintas ramas del trabajo se independizan unas de otras. La
producción es, en última instancia, lo decisivo. Pero e n cuan,
to el comercio de productos se independiza de la producción
propiamente dicha, obedece a su propia dinámica, que aunque
sometida en términos generales a la dinámica de la produc­
ción, se rige en sus aspectos particulares y dentro de esa do
pendencia general, por sus propias leyes contenidas en la
naturaleza misma de este nuevo factor. La dinámica del
comercio de productos tiene sus propias fases y reacciona a
la vez sobre la dinámica de la producción. El descubrimiento
de América fue debido a la sed de oro, que ya antes había
impulsado a los portugueses a recorrer el continente africano
(cfr. La producción de metales preciosos, de Soetbeer), puc¡
el gigantesco desarrollo de la industria europea en los siglos
xrv y xv, así como el correspondiente desarrollo del comercio
reclamaban más medios de cambio de los que Alemania —el
gran país de la plata entre 1450 y 1550— podía proporcio­
nar. La conquista de la India por los portugueses, los holan­
deses y los ingleses, entre 1500 y 1800, tenía por objeto
importar de aquel país. A nadie se le ocurría exportar algo ¡i
la India. Sin embargo, qué influencia tan enorme ejercieron
a su vez sobre la industria esos descubrimientos y esas con­
quistas que sólo obedecían al interés del comercio: lo que
creó y desarrolló a la gran industria fue la necesidad do
exportar a esos países.
Lo mismo ocurrió con el mercado de dinero. En cuanto
el comercio de dinero se separa del comercio de rfiercancías,
sigue, bajo determinadas condiciones y dentro de los límites
impuestos por la producción y el comercio de mercancías, un
desarrollo independiente, con sus leyes especiales y sus fases,
determinadas por su propia naturaleza. Y cuando, por aña­
didura, el comercio de dinero se desarrolla y se convierte
también en comercio de valores ■ —con la particularidad de
que éstos no comprenden únicamente los valores público,s,
sino que a ellos vienen a sumarse las acciones de las empresas
industriales y del transporte, merced a lo cual el comercio
de dinero se impone directamente sobre parte de la produc­
ción, que en términos generales es la que domina—, la in-

124
fluencia que el comercio de dinero ejerce a su vez sobre la
producción se intensifica y complica aún más. Los banque­
ros son los propietarios de los ferrocarriles, las minas, las
(¡impresas siderúrgicas, etc. Estos medios de producción ad­
quieren un doble carácter, pues su utilización ha de servir
■unas veces a los intereses de la producción como tal y otras
' a las necesidades de los accionistas en tanto que banqueros.
El ejemplo más patente de ello nos lo ofrecen los ferrocarriles
Jporteámeri canos, cuyo funcionamiento depende de las ope­
raciones que en un momento dado pueda realizar un Jay
(Could, un Vanderbilt, etc., operaciones que nada tienen que
t>vcr con cualquier línea en particular ni con sus intereses
(tomo medio de transporte. E incluso aquí en Inglaterra
liemos visto las luchas por cuestiones de delimitación que
durante decenios enteros han librado entre sí las distintas
Compañías ferroviarias, luchas en las que se invirtieron su-
1inas fabulosas, no en interés de la producción ni del trans­
porte, sino exclusivamente por causa de unas rivalidades
Cuyo único fin era facilitar las operaciones bursátiles de los
| banqueros accionistas.
Con estas pocas indicaciones acerca de mi concepción de
las relaciones que existen entre la producción y el comercio
ti© mercancías, así como entre ambos y el comercio de dine­
ro, he contestado en lo fundamental a sus preguntas sobre el
materialismo histórico en general. Como mejor se compren­
de la cosa es desde el punto de vista de la división del tra­
jo. La sociedad crea ciertas funciones comunes, de las
que no puede prescindir. Las personas nombradas para ellas
forman una nueva rama de la división del trabajo dentro da
la sociedad. De este modo, asumen también intereses espe-
rinles, opuestos a los de sus mandantes, se independizan fren­
te a ellos. . . ya tenemos ahí el Estado. Luego, ocurre algo
perecido a lo que ocurre con el comercio de mercancías, y
litás tarde con el comercio de dinero: la nueva potencia inde­
pendiente tiene que seguir en términos generales al movi­
miento de la producción, pero repercute también, a su
VttX, en las condiciones y la marcha de ésta, gracias a la
Independencia relativa a ella inherente, es decir, a la que
I® 1c ha transferido y que luego ha ido desarrollándose poco a
poco. Es un juego de acciones y reacciones entre dos fuerzas
desiguales: de una parte, el movimiento económico, y de

125
otra, el nuevo poder político, que aspira a la m ayor inde­
pendencia posible y que, una vez instaurado, goza también
de movimiento propio. El movimiento económico se impone
siempre, en términos generales, pero se halla tam bién sujeto
a las repercusiones del movimiento político creado por él
mismo y dotado de una relativa independencia: el movi­
miento del poder estatal, de una parte, y de otra el de la
oposición, cicada al mismo tiempo que aquél. Y así como
el mercado de dinero, en términos generales y con las reser.
vas apuntadas más arriba, se refleja, invertido naturalmente,
el movimiento del mercado industrial, en la lucha entre el
gobierno y la oposición se refleja la lucha entre las clases
que ya existían y luchaban antes, pero también de un modo
invertido, ya no directa, sino indirectamente, ya no como
una lucha de clases, sino como una lucha en torno a princi­
pios políticos, de un modo tan invertido, que han tenido que
pasar miles de años para que pudiéramos descubrirlo.
La reacción del poder del Estado sobre el desarrollo ecn-
nómico puede efectuarse de tres maneras: puede proyectarse
en la misma dirección, en cuyo caso éste discurre más de
prisa; puede ir en contra de él, y entonces, en nuestros días,
y si se trata de un pueblo grande, acaba siempre, a la larga,
sucumbiendo; o puede, finalmente, cerrar al desarrollo eco­
nómico ciertos derroteros y trazarle imperativamente otros,
caso este que se reduce, en última instancia, a uno de los dos
anteriores. Pero es evidente que en el segundo y en el tercer
caso el poder político puede causar grandes daños al desarro­
llo económico y originar un derroche en masa de fuerza y de
materia. ,
. A estos casos hay que añadir el de la conquista y la des
trucción brutal de ciertos recursos económicos, con lo que,
en determinadas circunstancias, podia antes aniquilarse todo
un desarrollo económico local o nacional. Hoy, este caso
produce casi siempre resultados opuestos, por lo menos en
los pueblos grandes: a la larga, el vencido sale, a veces,
ganando —económica, política y moralmente— más que el
vencedor.
Con el Derecho, ocurre algo parecido: al plantearse la
necesidad de una nueva división del trabajo que crea los
juristas profesionales, se abre otro campo independiente más,
que, pese a su vínculo general de dependencia de la pro

126
ilucción y del comercio, posee una cierta réactibilidad sobre
OStas esferas. En un Estado moderno, el Derecho no sólo
llene que corresponder a la situación económica general,
Wr expresión suya, sino que tiene que ser, además, una erc-
Jjírcsión coherente, en sí misma, que no se dé de puñetazos a
*1 misma con contradicciones internas. Para conseguir esto,
llt fidelidad en el reflejo de las condiciones económicas tiene
que sufrir cada vez más quebranto. Y esto tanto más cuanto
más raramente acontece que un Código sea la expresión
mda, sincera, descarada, de la supremacía de una clase: tal
itosa-iría de por sí contra el “concepto del Derecho”. En el
Código de Napoleón aparece falseado en muchos aspectos
al concepto puro y consecuente que tenía del Derecho la
burguesía revolucionaria de 1792 a 1796; y en la medida en
que toma cuerpo allí, tiene que someterse diariamente a las
ntenuaciones de todo género que le impone el creciente poder
riel proletariado. Lo cual no es obstáculo para qué el. Código
llt Napoleón sea el que sirve de base a todas las nuevas
codificaciones emprendidas en todos los continentes. Por
donde la marcha de la “evolución jurídica” sólo estriba, en
gran parte, en la tendencia a eliminar las contradicciones
que se desprenden de la traducción directa de las relaciones
económicas a conceptos jurídicos, queriendo crear un sis­
tema armónico de Derecho, hasta que interrumpen nueva­
mente la influencia y la fuerza del desarrollo económico
ulterior y rompen de nuevo este sistema y lo envuelven en
nuevas contradicciones (por el momento, sólo me refiero
ftquí al Derecho civil).
El reflejo de las condiciones económicas en forma de
principios jurídicos es también, forzosamente, un reflejo in­
vertido: se opera sin que los sujetos agentes tengan con­
ciencia de ello; el jurista cree manejar normas apriorísticas,
fin darse cuenta de que estas normas no son más que sim­
ples reflejos económicos; todo al revés. Para mí, es evidente
que esta inversión, que mientras no se la reconoce constituye
Ib que nosotros llamamos concepción ideológica, repercute a
fu vez sobre la base económica y puede, dentro de ciertos
límites, modificarla. La base del derecho de herencia, pre­
suponiendo el mismo grado de evolución de la familia, es una
bese económica. A pesar de eso, será difícil demostrar que
«ii Inglaterra, por ejemplo, la libertad absoluta de testar y en

127
Francia sus grandes restricciones, respondan en todos
detalles a causas puramente económicas. Y ambos sistemo*
repercuten de modo muy considerable sobre la economU,
puesto que influyen en el reparto de los bienes.
Por lo que se refiere a las esferas ideológicas que fióla»
aún más alto en el aire: la religión, la,filosofía, etc., ésliil
tienen un fondo prehistórico de lo que hoy llamaríamos ne»
cedades, con que la historia se encuentra y que acepta. Esta*
diversas ideas falsas acerca de la naturaleza, el carácter del
hqmbre mismo, los espíritus, las fuerzas mágicas, etc., ««
basan, en la mayoría de los casos, en factores económinn
de aspecto negativo; el incipiente desarrollo económico del
período prehistórico tiene por complemento, y también ru
parte por condición, e incluso por causa, las falsas idc.i»
acerca de la naturaleza. Y aunque las necesidades econónit
cas habían sido, y lo siguieron siendo cada vez más, el aci.
cafe principal del conocimiento progresivo de la naturaleza,
sería, no obstante, una pedantería querer buscar a todiu
estas necedades primitivas una explicación económica. Ln
historia de las ciencias es la historia de la gradual superación
de estas necedades, o bien de su sustitución por otras ni ir
vas, aunque menos absurdas. Los hombres que se cuidan iln
esto pertenecen, á su vez, a órbitas especiales de la división
del trabajo y. creen laborar en un campo independiente. Y
en cuanto forman un grupo independiente dentro de la di vi
sión del trabajo, sus producciones, sin exceptuar sus errores,
influyen de rechazo sobre todo el desarrollo social, incluso
el económico. Pero, a pesar de todo, también ellos se hallan
bajo la influencia dominante del desarrollo económico, lio
la filosofía, por ejemplo, donde más fácilmente se puede
comprobar esto es en el período burgués. Hobbes fue el pri­
mer materialista moderno (en el sentido del siglo xvin),
pero absolutista, en una época en que la monarquía absolula
florecía en toda Europa y en Inglaterra empezaba a dar l:i
batalla al pueblo. Locke era, lo mismo en religión que en
política, un hijo de la transacción de clases de 1688. Los
deístas ingleses y sus continuadores, más consecuentes qiie
ellos, los materialistas franceses, eran los auténticos filósofo:;
de la burguesía, y los franceses lo eran incluso de la revolu
ción burguesa. En la filosofía alemana, desde Kant hasla
Hegel, se impone el filisteo alemán, unas veces positiva y

128
s negativamente. Pero, como campo circunscrito de la
isión del trabajo, la filosofía de cada época tiene como
isa un determinado material de ideas que le legan sus
ecesores y del que arranca. Así se explica que países
nómicamente atrasados puedan, sin embargo, llevar la
futa en materia de filosofía: primero fue Francia, en el
lo xvm, respecto de Inglaterra, en cuya filosofía se apo-
iban los franceses; más tarde, Alemania respecto de ambos
es. Pero en Francia como en Alemania, la filosofía, como
florecimiento general durante aquel período, era tam­
bién el resultado de un auge económico. Para mí, la suprema-
tfl final del desarrollo económico, incluso sobre estos cam-
¡0s, es incuestionable, pero se opera dentro de las condiciones
puestos por escampo concreto: en la filosofía, por ejem-
ilo, por la acción de influencias económicas (que a su vez, en
I* mayoría de los casos, sólo operan bajo su disfraz político,
) sobre el material filosófico existente, suministrado por
predecesores. Aquí, la economía no crea nada a novo, pero
termina el modo cómo se modifica y desarrolla el material
(la ideas preexistente, y aun esto casi siempre de un modo
ftd'irecto, ya que son los reflejos políticos, jurídicos, morales,
11 que en mayor grado ejercen una influencia directa sobre
In filosofía.
Respecto de la religión, ya he dicho lo más necesario en
ti último capítulo de mi libro sobre Feuerbach.
Por tanto, si Barth cree que nosotros negamos todas y
&tda una de las repercusiones de los reflejos políticos, etc.,
do! •movimiento económico sobre este mismo movimiento eco­
nómico, lucha contra los molinos de viento. Le bastará con
fccr El 18 Brumario, de Marx, obra que trata casi exclusi-
flúnéiitcPléFpapel especial que desempeñan las luchas y los
nionteciniientos políticos, claro está que dentro de su supe­
ditación general a las condiciones económicas. O El capital,
^or "ejemplo, el capituló que trata de la jomada de trabajo,
donde la legislación, que es, desde luego, un acto político,
njerce una influencia tan tajante. O el capítulo dedicado a
l(l historia de la burguesía (capítulo 24). JSi el poder polí-
11coles económicamente impotente, ¿por qué entonces lu­
díamos por la dictadura política,del proletariado? ¡L a vio-
fftjjda. (es decir, el Poder del ...Estado) es también u n a po­
tencia económica!

129
Pero no dispongo de tiempo ahora para criticar el libro
de Barth. Hay que aguardar a que aparezca el tercer toma i'
por lo demás, creo que también Bernstein, por ejemplo, po­
drá hacerlo cumplidamente.
De lo que adolecen todos estos señores, es de la falla
de dialéctica. No ven más que causas aquí y efectos allí.
Que esto es una vacua abstracción, que en el m undo real
esas antítesis polares metafísicas no existen más que en míe
mentos de crisis y que la gran trayectoria de las cosas di',
curre toda ella bajo forma de acciones y reacciones — aunque
de fuerzas muy desiguales, la más fuerte, más primaria y mí.»
decisiva de las cuales es el movimiento económico—, que
aquí _no hay nada absoluto y todo es relativo, es cosa que
ellos no ven; para ellos, no ha existido Hegel.. .

Carta de Friednch Engels a H. Starkenburg, 25 de enero de


1894* (llamada también carta a Borgius)
Muy señor mío:
He aquí la respuesta a sus preguntas.
1. Por relaciones económicas, en las que nosotros yernos l:i
base determinante de. la historia de la sociedad, entendemos
él modo cónto los 'hombres de una determinada sociedad
producen el sustento para su vida y cambian entre sí los
productos (en la medida en que rige la división del trabajo).
Por .tanto, toda la técnica de la producción y del transporte
va incluida aquí. Esta técnica determina también, según
nuestro modo de ver, el régimen de cambio, así como la dis­
tribución de los productos, y por tanto, después de la disolu­
ción de la sociedad gentilicia, la división en clases también, y
por consiguiente, las relaciones de dominación y sojuzga­
miento, y con ello, el Estado, la Política, el Derecho, etc.
Además, entre las relaciones económicas se incluye también
la base geográfica sobre la que aquéllas se desarrollan y lo.»
vestigios efectivamente legados por anteriores fases econó­
micas de desarrollo que se han mantenido en pie, muchas
vece? sólo por la tradición o la vis. inertiae, y también, natu-1

1 Se refiere al tomo m de El capital de Mane.[ n . de la e .]


* Marx-Engels, Obras escogidas en 2 tomos, Ed. Progreso, Moscú,
tomo i, p. 507.

130
fulmente, el medio ambiente que rodea a esta forma de so-
ükd.id.
Si es cierto que la técnica, como usted dice, depende en
|)prtc considerable del estado de la ciencia, aún más depende
fata del estado y las necesidades de la técnica. El hecho de
i|uo la sociedad sienta, una necesidad técnica, estimula más
Jn Ciencia que diez universidades. Toda la hidrostática (To-
rriCuili, etc.) surgió de la necesidad de regular el curso de

r lus ríos de las montañas de Italia, en los siglos xvi y xvu-


Acrrca de la electricidad, hemos comenzado a. saber algo
liicíonal desde que se descubrió la posibilidad de su aplicación
técnica. Pero, por desgracia, en Alemania la gente se ha
Acostumbrado a escribir ¡a historia de las ciencias como si
feliu hubiesen caído del cielo.
2. Nosotros vemos en las condiciones económicas lo que
Condiciona en ultima instancia el desarrollo histórico. Pero
lh'raza es, de suyo,, un factor económico. A ora bien; hay
- aquí dos puntos que no deben pasarse por alto:
a) El desarrollo político, jurídico, filosófico, religioso, li­
( terario,"artístico, etc., descansan en el desarrollo económico.
I l¡¿T£ todos ejlos repercuten también los unos sobre los otros
J yjiobreju base económica. No es que la situación económica
1 ansa, lo único activo, y todo lo demás efectos pura­
mente pasivos. Hay un juego de acciones y reacciones, sobre
loTíase e la necesidad económica, que se impone siempre,
ftn última instancia. El Estado, por ejemplo, actúa por medio
tle los aranceles protectores, el libre cambio, el buen o el mal
régimen fiscal; y hasta la mortal agonía y la impotencia del
filisteo alemán por efecto de la mísera situación económica
lie Alemania desde 1648 hasta .1830, y que se revelaron pri­
mero en el pietismo y luego en el sentimentalismo y en la sumi­
sión servil a los príncipes y a la nobleza, no dejaron de surtir
tu efecto económico. Fue este uno de los principales obstácu­
los para el renacimiento del país, que sólo pudo ser sacudido
filando las guerras revolucionarias y. napoleónicas vinieron a
Agudizar la miseria crónica. No es, pues, como de vez en
Cuando, por razones descomodidad, se quiere:imaginar, que
lif situación económica ejerza un efecto automático; no, son
JíTi mismos hombres jos que hacen.su historia, aunque dentro
(lh un"~ih¿"dió dado que los condiciona, y a. base de las rela­
ciones efectivas con que se encuentran, entre las cuales las

131
decisivas, en .última instancia, y las, que nos. dan. el úiiitl»
hilo de engarce que puede servimos" para entender los acuit*
tecimientos son las económicas, por mucho que en cllii»
puedan influir, a su vez, las demás, las políticas e ideoMi
gicas...
b) Los hombres hacen ellos mismos, su , historia, pcifj
hasta ahora rió "con una voluntad colectiva y con arreglo A
un plan colectivo, ni siquiera dentro de uña sociedad dada <f
circunscrita. Sus aspiraciones se entrecruzan; por eso en tod.w
estas sociedades impera la necesidad, cuyo complemento y
forma de manifestarse es la casualidad. La necesidad qw«
aquí se impone a través de la casualidad es también, en vil-
tima instancia, la económica. Y aquí es donde debemos lia.
blar de los llamados grandes hombres. El hecho de que sui jr
uno de éstos, precisamente éste y en un momento y un pal»
determinados, es, naturalmente, una pura casualidad, Pan
si lo suprimimos, se planteará la necesidad de remplazado, y
aparecerá un sustituto, más o menos bueno, pero a la larga
aparecerá. Que fuese Napoleón, precisamente este corso, el
dictador militar que exigía la República francesa, agotaclü
por su propia guerra, fue una casualidad; pero que si im
hubiese habido un Napoleón habría venido otro a ocupar su
puesto, lo demuestra el hecho:de que siempre que ha sido
necesario un hombre: César, Augusto, Cromwell, etc., eslr
hombre ha surgido. Marx descubrió la concepción materia­
lista de la historia, pero Thierry, Mignet, Guizot y todos los
historiadores ingleses hasta 1850 demuestran que ya se ten
día a ello; y. él descubrimiento de la misma concepción poi
Morgan prueba que se daban ya todas las condiciones para
que se descubriese y necesariamente tenía que ser descubierta,
Otro tanto acontece con las demás casualidades y aparen­
tes casualidades de la historia. Y cuanto más alejado esté de
lo económico el campo concreto que investigamos y más se
acerque a lo ideológico puramente abstracto, más casualida­
des advertiremos en su desarrollo, más zigzagueos presentará
su curva. Pero si traza usted el eje medio de la curva, verá
que, cuanto más largo sea el período en cuestión y más ex­
tenso el campo que se estudia, más paralelamente discurre
este eje al eje del desarrollo económico.
El mayor obstáculo que en Alemania se opone a la com­
prensión exacta es el desdén imperdonable que se advierte

132
ia literatura hacia la historia económica. Resulta muy
líll/lcil desacostumbrarse de las ideas históricas que le meten
uno en la cabeza en la escuela, pero es todavía más difícil
ear los materiales necesarios para ello. ¿ Quién, por
tipio, se ha molestado en leer siquiera el viejo G. von
ílllich, en cuya árida colección de materiales se contiene,
lii embargo, tanta materia para explicar incontables b.ecbos
plíticos?
Por lo demás, creo que el hermoso ejemplo que nos ha
gado Marx con El 18 Brumario podrá orientarle a usted
istante bien acerca de sus problemas, por tratarse, preci-
nente, de un ejemplo práctico. También creo haber tocado
la mayoría de los puntos en el Anti-Düring, I, caps. 9-11
Jy II, 2-4, y también en el III, cap. lo. en la Introducción,
f*»í como en el último capítulo del Feuerbach.
Le ruego que no tome al pie de la letra cada una de
JbiújJalabras, sino que.se fije en. el sentido general, ‘ pues
I-desgraciadamente no disponía de tiempo para exponerlo todo
’ftton la precisión y la claridad que exigiría un material des­
tinado a la publicación. ..

i
I

133
III. E L M A R X IS M O -L E N IN IS M O
tan
com
Es indudable que Lenin. marcó profundamente, no sólo
fl la generación bolchevique que vivió la experiencia del
octubre rojo de 1917, sino a todas las generaciones de
arxistas posteriores. L a notoria influencia ejercida por Le­
nin sobre los otros autores seleccionados en este capítulo,
nos obliga a hacer el análisis del problema de la ideología
_rincipalmente en su obra, lo cual no quiere necesariamente
ignificar que entre Lenin y Bujarin no existan —con res­
pecto al tema— distinciones de matices, que el lector podrá
[comprobar fácilmente en los textos escogidos,
ij Ños ha parecido más importante centrar el estudio en
las posibles diferencias existentes entre la obra de Marx-En-
gels y la de Lenin sobre la cuestión de la ideología, con la
i finalidad de entregar algunos aportes que. puedan contribuir
ni esclarecimiento del problema.
La tarea de conductor revolucionario hizo de Lenin un
' autor extraordinariamente fecundo; sin embargo, el estilo
de su obra, reunida actualmente en 51 volúmenes y 4 apén­
dices, tiene profundas diferencias con lo que podríamos lla­
mar “el estilo literario de1M arx”. “En el caso específico de
Marx, sú voluntad de estilo lo llevó muy lejos. La parte de su
obra que él pudo pulir y llevar a la imprenta constituye
como él mismo lo observa ¡un, todo artístico!, pero no es
Sólo por la estructura arquitectónica que exhibe, sino porqué
hasta sus más insignificantes detalles aparecen pulidos, ter­
sos y alumbrados muchas veces mediante un arte metafórico
tan acabado, que bien , podría decirse de muchos de sus
conceptos que poseen la apariencia de preceptos.” 1
Es un hecho, que toda la obra de Marx no tuvo la suerte
de ser revisada, corregida y pulimentada como el tomo I de
El capital o la Contribución a la crítica de la economía po­
lítica, sin embargo, pese a esto, incluso en textos como L a
ideología alemana se puede observar la gran precisión en
la utilización de los conceptos, unida al empleo de analogías

1 Ludovico Silva, El estilo literario de Marx, México, Siglo X X I,


1975, p. 4.

137
esclarecedoras y matizado con ironías profundamente críticas,
pero no por eso desprovistas de un claro sentido del humor.
No ocurre lo mismo con ia obra de Lenin. Si bien es
ci erto •que Lenin (y en estricto rigor había que decir lo
mismo de Stalin) es extraordinariamente didáctico' . en su
prosa, la utilización de las palabras, conceptos _y_ categorías
no siempre es absolutamente rigurosa, Hay conceptos que se
sobreponen con significados diversos y palabras diferentes que
pretenden englobar conceptos similares. Este estilo que tiene
un profundo valor en' la literatura, la poesía o el arte, difi­
culta en gran medida el trabajo científico que requiere de la
utilización de conceptos unívocos.
Ahora bien, es evidente que la obra de.Lenin fue escrita
bajo, urgencias históricas diferentes a:.la. de Marx y que su
tarea de conductor, organizador, y. dirigente revolucionario
no permitió el tiempo que requiere la reyisión estilística. La
mayor parte de su obra se forjó ante las urgencias de un
presente explosivo y vertiginoso, qué necesitaba' más una
comprensión ¡th foío! de lo escrito, que un. análisis lento
detallista y minucioso.
Pero no queremos incurrir aquí, en el error bástante fre­
cuente de realzar la figura del Lenin político —a la luz del
éxito histórico del proceso que orientó y dirigió— para con­
cluir- disminuyendo • el valor del aporte del Lenin . teórico.
De ninguna manera: es un hecho. comprobado que a Lenin
le cabe —entre muchos otros—■el mérito indiscutible de:

a) Redescubrir la estructura científica del pensamiento


de Marx, oscurecida por seguidores y Epígonos que
intentaban construir una “filosofía general de su
pensamiento”,
b) Comprender adecuadamente la. situación de Rusia a
la luz de los trabajos que Marx, había realizado para
Inglaterra.
c) Desarrollar la teoría de la. hegemonía del proletaria­
do en la revolución democrático-burguesa.
d) Desarrollar la teoría de la organización proletaria.
e) Ampliar el análisis maixista sobre la teoría del capita­
lismo monopolista de estado en la época dél imperia­
lismo.

138
No se trata en resumen de “dar primordial importancia a
su actividad práctica y de juzgar su actividad teórica como
simple apéndice instrumental. En realidad las decisiones es­
tratégicas, tácticas e incluso organizativas de lenin. están
estrechamente condicionadas por aquellas investigaciones teó­
ricas: no son su premisa condicionante, sino la conclusión
operativa”.2* ' '' :
La genialidad de Lenin, su brillantez teórico-intelectual
y su capacidad política se dan aquí por descontadas, pero los
problemas inherentes a su est lo y á su rigor conceptual si­
guen presentes y adoptan, en relación al problema que nos
ocupa, una importancia significativa, imposible de. dejar de
lado.
En el caso específico de la ideología, encontramos eri Le-
ninj" cuandó'"inen5s,' dos acepciones diferentes r

a) Ideología en sentido amplio', en esté sentido el con­


cepto de ideología abarcaría todas las gamas del co­
nocimiento sqcíár de los hombres, sus ideas filosóficas,
religiosas, políticas, jurídicas, etcétera.
- b) Ideología en sentido valoratiyo: en toda sociedad de
clases,'cada clase es portadora de su propia ideología,
la cuáljes reflejo de su ser social y de sus intereses de
clase.. En la sociedad capitalista existirían, de acuerdo
con esto, dos ideologías fundamentales, como expresión
de las dos clases motoras del modo de producción.: la
ideología reaccionaría de la burguesía y la ideología
revolucionaria del proletariado.

No obstante que el tratamiento de la ideología hecho por


Lenin pennite la clasificación antes mencionada, es innega­
ble, que en la base de ambas se encuentra claramente la idea
cTel„ condicionamiento social de las ideas. Así, por ejemplo,
Lenin afirma: “Del mismo modo que el conocimiento del
hombre refleja la naturaleza, que existe independiente de él,
es decir, la materia en desarrollo, el condciniientó social del
hombre (es decir, las diversas opiniones y doctrinas filo ófi-

2 Umbcrto Cerroni, Teoría política y socialiímo, México, er a ,


Colección el Hombre y su Tiempo, 1976, p. 93.

139
cas, religiosas, políticas, etc.) reflejan el régimen económico
de la sociedad.”3
Sin embargo, a pesar de esta base común sobre la delt-r»
minación social de las ideas en ambas acepciones, es sólo en
la segunda donde la ideología entra a valorarse en relación
con el progreso social. Surgen así dos y sólo dos ideologías en
la sociedad capitalista, la ideología socialista (revolucionaria)
y la ideología burguesa (reaccionaria) : “Ya que no puede
hablarse de una ideología independiente de las masas obrera»
en el curso de su movimiento, el problema se plantea sola­
mente así: ideología burguesa o ideología socialista. No hay
término medio (pues la humanidad no ha elaborado ninguna
tercera ideología), además en general en la sociedad desga-
rrada por las contradicciones de cía e nunca -puede existir
una ideología, al margen de las clases, ni por encima de la»
clases.” 4
Este primer significado de la ideología, en Lenin, que hu­
mos llamado ideología en sentido amplío,, aparecerá nume­
rosas veces a lo largo, de su. obra y también de sus continua­
dores. Bujárjri, por ejemplo, ,enisu famoso tratado Teoría
del materialismo histórico, que tantas polémicas suscitara cu
los años de la III Internacional dice: “El término ideología
social significará para nosotros el sistema de ideas, sentimien­
tos y. reglas de conducta (normas) e incluirá en consecuen­
cia, fenómenos tales como ¿1 contenido de las ciencias (si bien
no un telescopio, ni el personal de un laboratorio químico) y
del arte, la totalidad de normas, costumbres, reglas morales,
etcétera.” *
Esta idea de incluir el contenido de la ciencia al interior
de la ideología, va ~a llevar á Bujarin, consecuente con sus
planteamientos, a afirmar la existencia de úna' ciencia bur­
guesa y úna ciencia proletaria, cuestión que la historia su
encargará m ás, tarde de superar, en los marcos del propio
pensamiento marxista.
La segunda acepción de la ideología utilizada por Lenin,
4 Vladimir I. Lenin, Obras completas, Moscú, Ed, Progreso, tomo
v, p. 53. '
Vladimir I. Lenin, ¿Q ué hacer?, Obras escogidas en tres to­
mos, Moscú, Ed. Progreso, tomo i, p. 149.
0 Nicolai I. Bujarin,. Teoría del materialismo histórico, Cuader­
nos de Pasado y Presente, 31, Siglo X X I, México, 1977, p. 212.

140
ideología en sentido valorativo, que es la que va a conducir
J ”tenhino “ideología revolucionaria del proletariado” es la
que mas trabajo cuesta asimilar. En la actualidad ya no existe
duda alguna de que Lenin conocía perfectamente toda la
obra de Marx editada en su tiempo y nadie podría afirmar
tipie Lenin recurrió a interpretaciones de terceros sobre la
/obra del maestro. Ahora bien, a pesar de ser un profundo
Conocedor de Marx, Lenin se vio privado por las circunstan­
cias históricas que rodearon la obra de Marx de conocer: La
crítica a la filosofía del Estado de Hegel, publicada en 1927;
los Grundrisse der Kritik der politischen Ókonomie, editada
-'por primera vez en Moscú en 1939 y de los cuales circularon
Ícontados ejemplares en occidente; La ideología alemana,
cuyo primer capítulo, la parte referente a Feuerbach, fue
publicada por el Instituto Marx-Engels, bajo la dirección de
‘Riazánov en 1925 y el resto en 1932; los Manuscritos econó­
mico-filosóficos de 1844, publicados por Landshut y Mayer
en 1931. Por otra parte, es un hecho que Lenin tuvo co­
nocimiento de las famosas cartas de Engels a Bloch (21 de
septiembre de 1890); de Engels a Schmidt (27 de octubre
í de 1890); de Engels a Mehring (14 de julio de 1893) en las
que el autor es particularmente claro sobre la noción de la
Í ideología.6
¿Cuál es la causa, entonces, de que el concepto de ideo­
logía'pierda su carácter peyorativo, falseador, deformador de
lá realidad que tan claramente Marx y Engels le habían
oForgado? ¿Será razón suficiente el hecho de la publicación
tardía de las obras de juventud de Marx?' ¿De dónde puede
surgir la idea de una “ideología revolucionaria del proleta­
riado”, a la que Marx o Engels jamás hacen mención?
Habrá que empezar afirmando que ni Marx ni Engels
definieron jamás el concepto de ideología de una vez y para
siempre; igual cosa habría que decir del concepto de clase
social o del concepto de modo de producción, y esto no se
debe a una falencia, sino a la intención consciente de M arx
y Engels de evitar toda definición ¡in abstracto\, que pu­
diera correr el peligro de congelarse en sistema. Sus concep-
• Las cartas de Engels de los años 1890-1894 fueron publicadas
en 1903 en m edio' del debate entre marxismo y revisionismo por
Eduard Bemstein bajo el título de “Sobre el ámbito de validez de
la concepción materialista de la historia”.

141
tos y categorías están aplicados a la realidad histórica, coa
todo el rigor que requiere el análisis, pero sin el intento dn
hacer definiciones perentorias. Eftgejí en una de sus última»
cartas, escrita a Wérner ¡Sombart én marzo de 1895, valí'
decir pocos meses antes de morir, hace una advertencia ini-
f portante: “toda ¡^concepción de M arx no. es una. doctrinn,
-i sino un método. No .ofrece dogmas hechos, sino puntos di*
partida para la ulterior investigación y el método p a ra dicha
• investigación” .7
Recogiendo las frases de Engels y aplicándolas a nuestro
problema, habría que decir que no se encuentra en los crea­
dores del marxismo una teoría de la ideología acabada, lo
cual no significa que no existan los elementos necesarios
para construir esa teoría, a partir del tratamien o que Marx
y Engels ya han realizado.
? Pese_a esta constatación, tanto en las obras de juventud
. como en ¡as obras de madurez, el concepto de ideología es
la expresión de una conciencia falsa, conciencia que no es
: capaz de comprender la realidad social.
En otras palabras, Marx nos enseña .cómo la conciencia
al verse encerrada por "las relaciones de producción capita­
listas se toma ideología. En La ideología alemana, Marx es
meridianamente claro al respecto cuando afirma: “La con­
ciencia no puede, nunca ser otra cosa que el ser consciente,
y el ser de los hombres y sus relaciones aparecen invertidos
como en una cámara oscura, este fenómeno corresponde a su
proceso histórico de vida como la inversión de los objetos
al proyectarse sobre Ja retina corresponde a su proceso de
vida directamente ' físico.” 8
Las relaciones sociales de producción capitalistas se cons­
tituyen, de esta manera* en una suerte de barrotes dentro de
los cuales se mantiene prisionera la conciencia. La realidad
no es-lo que aparece al buen sentido humano, ese metafisleo
de la peor especie, dirá posteriormente Engels. La realidad
capitalista se esconderse rodea de una apariencia que a pesar
'dé ser real y necesaria, es falsa: “En esa.forma, exterior, de
manifestarse, que oculta y hace invisible la realidad invir-
7 Friedrich Engels, carta a W emer Sombart del 11 de marzo de
1895, en Marx-Engels, Obras escogidas en tres tomos, Moscú, Ed. Pro­
greso, 1970, tomo in, p. 532.
8 K arl Marx, La ideología alemana [las cursivas son nuestras].

142
Itiéndola, se basan todas las ideas jurídicas del obrero y deí
apitalista, todas las mistificaciones del régimen capitalista de
Producción, todas las ilusiones librecambistas, todas las (ra­
fees apologéticas de la economía vulgar.” 9
I1”"* L a constatación de esta forma exterior de manifestarse
[la realidad capitalista es la que lleva a Marx a afirmar:
[ “Hay que distinguir siempre entre los cambios materiales
I ocurridos" en las condiciones económicas de producción y que
■ ¡pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias ¡
naturales; y-las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísti- i
[cas ¿'filosóficas, en una palabra las formas ideológicas en
Iqug' ioij hombres adquieren conciencia de ese conflicto y
i luchan "por resolverlo.” 19
Ea ideología, según esto, sería la expresión mediante la
I) cuaTTos' hombres hacen conciencia de los cambios que genera
unjT'épóca de revolución social. Pero Engels se encargará de
aclarar más tarde que esa conciencia a la que Marx alude
es una falsa conciencia: “en efecto —dice Engels— la ideo­
logía es un proceso que el supuesto pensador realiza conscien­
temente, pero con una conciencia falsa. Las verdaderas fuer­
zas propulsoras que lo mueven permanecen ignoradas para
él: de otro modo no sería tal proceso ideológico”.11
Posteriormente, .Engels' será aún más explícito: “El re­
flejo d e ja s condiciones económicas en forma de principios
jUrídicos es también forzosamente, un reflejo invertido: se
¿rpéra sin qüe'~10s "sujetos agentes tengan conciencia..de. ello;
el Jurista ajeé" Manejar formas apriorísticas, sin darse cuen ta
de que estas normas no son más que. simples. reflejps .econó-
mí, es evidente que esta inversión,
c¡ue mientras no se la reconoce constituye lo que nosotros
llamamos concepción ideológica, repercute a su vez sobre la
fcSse^Ecorfómica 'y ' 'puede, dentro de ciertos límites, modifi­
carla.” 12

3 Kari Marx, E l capital, cit., tomo i, p. 542.


19 K ari Marx, Prólogo de la contribución a la crítica de la
economía política, Marx-Engels, Obras completas, Moscú, P ro ­
greso, tomo i, p. 343.
11 Friedrich Engels, carta a Franz Mehring (14 de julio de
1393) [las cursivas son nuestras].
13 Friedrich Engels, carta a K. Schmidt del 27 de octubre de
1890 [las cursivas son nuestras].

143
\ En resumen, la ideología es una forma de conciencia, pi'iti
'de. conciencia falsa, deformadora, engañosa,'productora tln
formaciones nebulosas en las que los procesos reales de Ift
«vida de los hombres aparecen invertidos'. Eli este sentida
M arx no se refiere a la ideología como simple expresión tln
las relaciones de producción, sino que se preocupa de señalar
cómo la conciencia social es prisionera de las relaciones cu*
pitalistas de producción y se tom a ideología al ver limitado
su horizonte.
¿Qué sentido puede tener entonces hablar de una “ideo*
logia revolucionaria del proletariado” ? ¿Cómo se conciban
una concepción de la ideología como falsa conciencia, con uiin
‘‘ideología revolucionaria” ?
En el artículo “La ideología como conciencia teórica iln
clase” de V .A . Yadov, que hemos escogido para este capítn
Jo, el autor hace alusión al problema que nos preocupa cuan-
so sostiene: “Si en Marx y Engels, el término ideológico cu-
, trañaba con frecuencia un matiz despectivo como sinónimo
de modo idealista y metafísico de. abordar la realidad, po*
terionneiíte este matiz se pierde en Lenin y ya no lo encon
tramos en absoluto.” 13
Pero ¿cuaTes la causa de esa “pérdida dé matiz” ? ¿La
publicación tardía de las obras de juventud de Marx-Engclsi1
¿La falta de rigor conceptual en el estilo literario de Le*
nin? El autor no nos aclara nada al respecto.
Tratemos de entender entonces, por nuestra propia cucn
ta, la causa de esta aparente discontinuidad éntre el pensa
miento de Marx-Engels y el de Lenin. ¿Utilizó Lenin alguna
vez el concepto de ideología como sinónimo d e, conciencia
falsa? Creemos que sí. En una de sus obras más tempranas:
¿Quiénes son los amigos del pueblo? (1892-94) Lenin reali­
za una severa crítica a la sociología subjetivista de los populis­
tas y, reafirmando la validez del método. de Marx, dice:
“Hasta entonces los sociólogos, no sabiendo descender hasla
relaciones tan elementales y primarias como las de produr
ción, empezaban directamente por la investigación y el estu
dio de las fomias surgidas de éstas o las otras ideas de l.i
humanidad en un momento dado, y no pasaban de ahí;

13 V. A. Yadov, L a ideología como forma de la actividad espiri


tual de la sociedad, México, Fondo de Cultura Popular, 1967, p. 1i.

144

t
’tlitaba como si las relaciones sociales se estableciesen cons-
intcmente por los hombres” y más adelante agrega: “Míen­
se limitaban (los subjetivistas) a las relaciones sociales
Cológicas (es decir, relaciones. que antes de establecerse
an por la conciencia de los hombres), no podían advertir
repetición y regularización en los fenómenos sociales, de
diversos países, y su ciencia, en el mejor de los casos, se
jitaba a describir estos fenómenos, a recopilar materia
W " M
Vale decir, la sociología subjetivista concluía en aseve-
Uniones superficiales y en resultados equivocados o limitados
‘rquc centraba su análisis en las relaciones sociales ideo-
glcas, que no obstante ser conscientes, no expresaban ade-
índamente la realidad social de los hombres. ¿Pero por
(|li¿ esas relaciones ideológicas, siendo conscientes, no eran
¿itpaccs de expresar la verdadera realidad? No cabe duda:
Jorque constituían una "conciencia falsa.
Aunque el párrafo transcrito no es particularmente claro,
Jinrociera ser que hasta 1894- Lenin compartía la opinión de
(Ntnccbir la ideología como una especie de conciencia falsa.
IVirqué hablar entonces en 1903 de una “toma de conciencia
Ideológica de las clases dominadas” o de una “ideología
(■evolucionaría del proletaríado” tal como lo hace Lenin en
itt ¿Que hacer?
Vamos a aventurar una hipótesis al respecto. Comparti­
dlo# ]a idea de que para encontrar a Lenin no es posible
llUicnrlo en la filosofía sino fuera de la misma Su interven­
ción en el orden puramente, filosófico es el producto de una
|jrtlotica revolucionaria, la cual si bien le obliga a participar
Rll ln filosofía, en la economía, en la sociología, en la polí-
llfin, lo hace siempre desde fuera, negándose como práctica
F> dejarse encasillar en los marcos estrechos de la ciencia.
Jtnn entonces, a juicio nuestro, las exigencias de la práctica
JtfVnlucionaria las que impulsan a Lenin a utilizar el con­
muto de ideología revolucionaria del proletariado.
1,05 características de la Rusia zarista de finales del siglo
KIX, plagada de contradicciones de clase, que trataban de
WP ftpagadas con una represión brutal y despiadada, mar-1

11 Vlíidutiir I. Lenin, ¿Quiénes son los amigos del pueblo?, M a


tldtl, Siglo. X X I, 1975, p. 15 [las cursivas son nuestrasj.

145
c:aron profundamente el surgimiento del pensamiento sorin»
lista ruso. Cualquier intento de formular criticas a la aula*
cracia convertía automáticamente a . todo aquel que if
atreviese a hacerlo en un revolucionario peligroso. El culi
vencimiento de que la única esperanza de poner fin a U
autocracia era la revolución, permitió el surgimiento clf
una serie de grupos revolucionarios que orientaron su acción
política, hacia el terrorismo. U n numeroso contingente iU
jóvenes revolucionarios entregó su vida combatiendo a l.i
autocracia mediante acciones terroristas. El propio hermano
de Lenin fue ahorcado por participar en un complot con11«
la vida de Alejandro III. Por su parte, el marxismo habla
tenido una penetración bastante tardía. en Rusia, práctica
mente hasta , 1870 el pensamiento de Marx era compleln
mente desconocido para los revolucionarios rusos.
De tal manera que la actividad poli tica de Lenin va ,i
estar orientada desde sus inicios a combatir las tendencia»
equivocadas, limitadas o insuficientes que producía la ludia
contra el zarismo. Desde la década de 1880 el marxismo rusn
se va a organizar como un movimiento de lucha y cómbale,
no sólo contra la autocracia sino también, contra los grupa»
conspirativos que pretendían combatir el poder mediante el
ataque directo a las cabezas visibles dé las clases domina 11
tes.
En los años que. transcurren desde 1894 ■ —en el que
Lenin escribe { Quiénes son los amigos del pueblo? obra de­
dicada a exponer, el pensamiento márxista en viva contro­
versia contra el movimiento narodnik— hasta 1903 en el
que termina el ¿Qué hacer?, todo el esfuerzorde Lenin estu­
vo dedicado, por un lado, a combatir las tendencias, terro­
ristas, antes mencionadas y, por otro, a refutar todas las
desviaciones surgidas desde el interior mismo del pensamien­
to maixista.
Las urgencias de la práctica política son. entonces las
que van a llevar a Lenin-a proponerse el. rescate de lo más
puro del pensamiento de Marx, acosado :por tergiversacio­
nes, deformaciones, simplificaciones y falsedades, las cuales
no sólo eran aventuradas por intelectuales burgueses, sino
que en ocasiones eran recogidas con fuerza por la propia
clase obrera.
Los críticos revisionistas de Marx afirmaban, por ejem-

146
pío, que e 1 desarrollo económico del capitalismo y el fenó­
meno de la lucha de clases, además de crear las condiciones
futuras de producción socialistas, engendrarían por sí. solos
Ift conciencia socialista. Pero Lenin estaba convencido de
que la lucha económica de la clase obrera no era capaz por
l( sola de generar una conciencia socialista. “Todo el- mundo
«tíi de acuerdo en que es. necesario desarrollar la concien­
cia política de la clase.obrera. Pero ¿cómo hacerlo? La lucha
económica hace pensar a los obreros únicamente en las
cuestiones concernientes a la actitud del gobierno hacia la
dase obrera; por eso, por más que nos esforcemos en la tarea
de imprimir a la lucha económica misma u n carácter polí­
tico no podremos jamás, en el marco de dicha tarea, desarro­
llar la conciencia política de los obreros (hasta el grado de
conciencia socialdemócrata), pues el marco mismo es estre­
cho." »
Por otra parte el propio-A^arx había avizorado el mismo
problema cuando dijo: “No se trata de lo que este o aquel
proletario, o incluso el proletariado en su conjunto, pueda
representar de_vez en cuando como meta. Se trata.de lo
^ue^el^jgrqjetariadq. es y de lo que está obligado hístórica-
jpente a hacer, con arreglo a ese ser suyo. Su meta y. su
acción histórica se hallan clara e irrevocablemente.' prede­
terminadas por su propia situación de vida : y por .-toda la
orjgámzación de la sociedad burguesa, actual." 18
La clase obrera -—según este planteamiento— producía
en el transcurso de su lucha visiones y concepciones del
mundo (¿ideologías?) que comprendían de manera incom­
pleta y fragmentaria el desarrollo de la historia y la sociedad.
¿Cómo desarrollar entonces esa conciencia socialista qué per­
mitiría a la clase obrera la Comprensión cabal dé su misión
histórica?
Para Lenin la cuestión estaba clara: “la doctrina de Marx
—afirmará— es todopoderosa porque es exacta. Es comple­
ta y armónica, dando a los hombres, una concepción del

JI Vladimir I. Lenin, ¿Qué hacer?, cit., p. 149.


10 KarI M arx, La Sagrada Familia, México, Grijalbo, 1967,
p. 102. .

147
mundo íntegra, intransigente con toda superstición, con toda
reacción y con toda defensa de la opresión burguesa”.17.
El marxismo va a cumplir el importante papel de ser el
instrumento básico y fundamental que ¡permitirá el desarro­
llo de la conciencia socialista. La conciencia política deberá
ser entregada a la clase obrera desde el exterior, desde fuera
de la lucha económica reivindicativa.
Esta idea de que la conciencia socialista es u n elemento
importado desde fuera de la lucha de clases, ya estaba en
los numerosos escritos de Karl Kautsky, téorico del partido
socialdemócrata alemán y verdadero heredero del pensamien­
to de Marx-Bngels durante los años inmediatos a la muerte
de este último.
La conciencia socialista —va a afirmar Kautsky— sólo
puede surgir sobre la base de profundos conocimientos cien­
tíficos, a los cuales la clase obrera no tiene acceso. De tal
manera que el portador de la ciencia no podrá ser el prole­
tariado sino los propios intelectuales burgueses. “Es en efec­
to, en el cerebro de algunos individuos de esa categoría don­
de ha nacido el socialismo contemporáneo, y por medio de
ellos el socialismo ha sido comunicado a los proletarios inte­
lectualmente más desarrollados, quienes lo introducen luego
donde las condiciones lo permiten, en la lucha de clases del
proletariado.*'18
Todavía son los años en que Kautsky goza de una auto­
ridad reconocida dentro del pensamiento maixista; posterior­
mente su camino y el de Lenin.se separarían abruptamente.
Después d e . la obra de Lenin La revolución proletaria y el
renegadlo Kautsky, toda posible conexión entit: los dos auto­
res será olvidada;. pero la concepción de que la conciencia
socialista sólo puede ser introducida al proletariado desde
fuera seguirá firmemente adherida al pensamiento político
de Lenin.
. .. Si lajiouciencia socialista sólo puede surgir sobre la base
d£Jjrpfundos conocimientos científicos acerca de la realidad
social,, el .estudio, la utilización y la divulgación de ja obra
de Marx y Engels era una tarea que no podía dejarse de1
11 Vladimir I. Lenin, Tres fuentes y tres partes integrantes del
marxismo. Obras Escogidas en 3 tomos. Tomo I, p. 61. Ed. Progre­
so, Moscú.
18 K. Kautsky, Neue Z eit 1901-1902; XX, i, núm. 3, p. 79.

143
Indo. El marxismo había realizado el más profundo, sistemá­
tico y completo estudio de la estmctura de la sociedad capi­
talista.
¿ “El materialismo histórico —nos dirá Lenin— es una
conquista formidable del pensamiento científico. Al caos y a
la arbitrariedad que hasta entonces imperaban en las con­
cepciones relativas a la historia y a la política, sucedió una
teoría científica asombrosamente completa y armónica, que
muestra cómo de un tipo de vida social se desarrolla en
virtud del crecimiento de las fuerzas productivas otro más
alto, cómo del feudalismo, por ejemplo, nace el capitalis­
mo.” 19
El pensamiento .de Marx-Enfflis ya a constituir para
LenuTalgü más que un método científico de comprensión. de
la historia, vá á constituir una “concepción del mundo”,
'‘una filosofía”, “una doctrina”, “un materialismo, acabado” ,
“una teoría revolucionaria”, la “única concepción científica
cíela' histor ia”, la “ideología revolucionaria, del proletariado’1.
Así planteadas las*cosas, la ideología revolucionaria del
proletariado (cuya base sería el pensamiento mandsta) cons­
tituirá para Lenin la esencia misma de la conciencia socia­
lista, que se opondrá, orientándolas, a todas, las ideologías
que la clase obrera genera en el transcurso de sus luchas.
La conciencia socialista surgirá entonces de la conjun­
ción de dos factores: las luchas de la clase obrera, converti­
das en prácticas revolucionarias y el desarrollo de la teoría
revolucionaria que las orienta. Ya advertía M apó'en 1846:
“Se hace patente la necesidad de una transformación masi­
va de fóTHombres"'para la creación'dé está'conciencia coinu-
’msta-" ahora’bien una' tal transformación no se.puede.operar
más qué' por un movimiento práctico, por una,,revolución,
esta revolución no se hace solamente necesaria porque es el
único medio de derribar a la clase dominante, lo es también
fjorque sólo úna revolución permitirá a la clase que derribe
a la otra barrer toda la podredumbre del viejo sistema.” 20
Lenin no sólo fue capaz de prever la época de transfor­
mación revolucionaria que se avecinaba, sino que tuvo la
rapacidad de orientar el camino de las masas hacia la toma

ia Vladirair I. Lenin, ¿Quiénes son los amigos del pueblo? cit.


K arI Marx, La ideología alemana, cit.

149
del poder, auxiliado con los instrumentos que proporcionaba
el materialismo histórico. Las dificultades de la lucha y la
amenaza constante de revisiones y desviaciones del marxis­
mo le obligaron —a nuestro juicio— a afirm ar la existencia
de una ideología marxista que sería el soporte de la ideolo­
gía revolucionaria del proletariado en su lucha por la torna
del poder y por la construcción de la nueva sociedad.
¿Pero no constituirá, pese a todo lo anteriormente ex­
puesto, una equivocación el afirmar la existencia de una
“ideología revolucionaria del proletariado” , basada en d
pensamiento de Marx y Engels? ¿No se correrá el peligro
de hipostasiar un pensamiento que se caracterizó por evitar
toda transformación en sistema? ¿No justificará esta ideolo­
gía revolucionaria del proletariado, uno de los temores fina­
les de Engels cuando advertía que la concepción de M arx no
era una doctrina sino un método, que no ofrecía, dogmas
hechos, sino puntos de partida para futuras investigaciones
(o puntos de partida para futuras luchas revolucionarias,
agregamos nosotros) ?
No es tarea nuestra dilucidar aquí la cuestión antes es­
bozada. Queremos simplemente llamar la atención de los
lectores sobre los peligros a que pueden conducir los equí­
vocos terminológicos sobre el problema de la ideología.
Al analizar una definición actual sobre la “ideología mar-
xista-leninista”, que dice: “Científica y verdadera hasta el
fin es la ideología maixista-leninista. Los intereses de clase
de la clase obrera y la marcha objetiva de la historia siem­
pre coinciden, y por eso la veracidad de la ideología mar-
xista-Ieninista se conserva eri todas las etapas de su desarro­
llo”,21 nos asaltan a la cabeza los temores de Engels y los
del propio Marx cuando haciendo referencia a los marxistes
franceses de la década de los sesentas (1870) decía: “tout
ce que je sais, c’est que je ne suis pas marxiste.” 22

21 V. Afanasicv, Fundamentos dt filosofía, México, Ediciones de


Cultura Popular, 1974, p. 379.
22 Fricdricb Engels, carta a IC. Sclunidt del 5 de agosto de 1890,
en Obras escogidas de Marx-Engels, tomo n, p. 488.

150
VLADIMDR IU C H ULYÁNOV (L E N IN )

Nació el 10 de abril de 1870 en la ciudad rusa de Sim-


birsk. Los Ulyanov pertenecían a un sector de la pequeña
burguesía intelectual que habían tenido posibilidades de ac­
ceso a la cultura bajo el zarismo. El padre fue profesor de
escuela y llegó a tener el cargo de Inspector de Estableci­
mientos Educacionales. La madre, si bien no tuvo una par­
ticipación pública en el ámbito cultural, tuvo una buena
instrucción con maestros particulares y hablaba con fluidez
el ruso, el alemán y el francés, tenía-además un buen cono­
cimiento de la literatura rusa y europea.
Dos acontecimientos marcaron la adolescencia de V. 1.
Ulyanov dejando una huella imborrable. Su padre fue des­
pedido arbitrariamente de su puesto como maestro, por un
gobierno temeroso del crecimiento que experimentaba la
tducación pública. Después de más de treinta años de tra­
bajo constante orientado tras las intenciones de “servir leal-
merite al Zar y al pueblo” el padre de Lenin se vio brutal­
mente despedido con lo que todas las esperanzas en las que
había fundado su vida y su obra quedaron destrozadas. Pos­
teriormente en 1887 su hermano Alejandro fue ejecutado por
haber participado en un fallido complot para asesinar al zar
Alejandro III.
En el otoño del mismo año de la muerte de su hermano,
V. I. Ulyanov se inscribe como estudiante en la Facultad de
Derecho de la Universidad Imperial de Kazán. Al poco
tiempo de estar inscrito es expulsado acusado de haber par­
ticipado en una asamblea ilegal de estudiantes. Después de
una serie de problemas escolares: suspensiones, sanciones,
rtc., se le permite presentar sus exámenes en 1891. Conclui­
dos sus trámites estudiantiles se gradúa a finales del mismo
año y. es admitido en la Barra de abogados de Samara lo
cual le permite el ejercicio de la abogacía durante los años
1892 y 93. '
V.I. Ulyanov adopta el seudónimo de Lenin en 1901,
poco después de su destierro en Siberia. Se vinculó al m ovi­
miento socialdemócrata ruso desde sus primeras etapas. Hacia

151
1891 ya formaba parte de los círculos de marxistas ilegaln
de San Petersburgo y en 1894 se destaca por dirigir una
aguda polémica contra los populistas. Lenin se dedicó con
fuerza a rebatir las tesis populistas, en especial las que ha­
cían referencia a la caracterización del capitalismo en Ru­
sia. De esta polémica resultaron dos obras tempranas: ¿Quie­
nes son los amigos del pueblo? (1894) y El contenido eco­
nómico del populismo {1895).
En 1895 Lenin funda la Unión de lucha por la emanci­
pación de la clase obrera y cuando trabajaba en la publica­
ción del periódico ilegal .La. causa obrera es detenido, en­
juiciado y condenado a tres años de destierro en Siberia. Ett
el exilio siberiano, Lenin termina la, redacción de El desa­
rrollo del capitalismo en Rusia (1899).
A l volver del destierro (1900) Lenin se traslada al ex­
tranjero para establecer contacto con los socialdemócratas
rusos y colabora en la fundación de la Iskra (La Chispa).
Desde este momento la vida de Lenin como conductor
y dirigente revolucionario será una vorágine incesante de
creatividad, voluntad de lucha y compromiso. Su partici­
pación y conducción del. proceso revolucionario que condujo
al triunfo del primer estado socialista, conforma un conjunto
de rudas experiencias que ha servido de guia a generaciones
posteriores. Su obra reunida actualmente en 56 volúmenes,
constituye un legado de incalculable valor que debe ser co­
nocida y estudiada críticamente.

¿q u é hacer ?* - r

Culto. de la espontaneidad
Antes, de pasar a las manifestaciones literarias de ese
culto, haremos notar el siguiente hecho característico (co­
municado por la fuente arriba mencionada), que arroja cier­
ta luz sobre la forma en que surgió y creció entre los cama-
radas que actuaban en Petersburgo el desacuerdo entre las
dos futuras tendencias de la socialdemocracia rusa. A prin-

* V. I. Lenin, Obras escogidas, Moscú, Editorial Progreso,


s/data, tomo i, pp. 145-153.

152
cipios de 1897, A. A. Vanéiv y algunos de sus camaradas
: tuvieron ocasión de tomar parte, antes de su deportación, en
lina reunión privada de “viejos” y “jóvenes” miembros de la
“Unión de lucha por la emancipación de la clase obrera”.
La conversación giró principalmente, en torno a la organi­
zación, y particularmente en torno a los Estatutos de las
Cajas Obreras, que, en su forma definitiva, fue publicado en
el número 9-10 del Listok Rabótnika (pág. 46). Entre los
'Viejos” (“decembristas” como los llamaban en tono de
dianza los socialdemócratas petersburgueses) y algunos de los.
"jóvenes” (que más tarde colaboraron activamente en Ra-
bóchaya Mysl se puso en el acto de manifiesto una diver­
gencia acusada y se desencadenó una acalorada polémica.
Los “jóvenes” defendían los fundamentos principales del
Estatuto tal como ha sido publicado. Los “viejos” decían
que. no era eso lo que ante todo hacía falta, sino fortalecer
la Unión de Lucha transformándola en una organización
de revolucionarios, a la que debían subordinarse las distin­
tas cajas obreras, los círculos para la propaganda entre la
juventud esutdiantil, etc, Se sobreentiende que los contrin­
cantes distaban mucho de ver en esta divergencia el princi­
pio de un desacuerdo; todo lo contrario, la consideraban
como algo aislado y casual. Pero este hecho prueba que,
también en Rusia, el “economismo” no surgió ni se difundió
sin lucha contra los “viejos” socialdemócratas (los “econo­
mistas” de hoy día lo olvidan con frecuencia). Y si esta
lucha no ha dejado, en su mayor parte, vestigios “documen­
tales”, ello se debe únicamente a que la composición de los
círculos que funcionaban cambiaba con inverosímil frecuen­
cia, a que no había ninguna continuidad, razón por la cual
las divergencias tampoco quedaban fijadas en documento
alguno.
La aparición de Rabóchaya Mysl sacó el “economismo” a
la luz del día, pero no lo hizo tampoco de golpe. Es preciso
imaginarse concretamente las condiciones de trabajo y la vida
efímera de los numerosos círculos rusos (y sólo puede imagi­
nárselo así quien lo haya experimentado), para comprender
cuánto hubo de casual en el éxito o en el fracaso de la nue­
va tendencia en las distintas ciudades, asi como todo el tiem­
po en que ni los partidarios ni los adversarios de esto “nuevo"
pudieron determinar, ni tuvieron literalmente ninguna po-

153
sibilídad de hacerlo, si era en realidad una tendencia espe­
cial o si reflejaba simplemente la falta de preparación d e per­
sonas aisladas. Así, los primeros números de Rabóchaya Mysi,
tirados en hectógrafo, no llegaron én absoluto a manos de la
inmensa mayoría de los socialdemócratas, y, si ahora tenemos
la posibilidad de referirnos al artículo de fondo de su pri­
mer número, es sólo gracias a su reproducción en el artículo
de V. I. (Listok “Rabótnika”, No. 9-10, pp. 47 ss), qué claro
está, no dejó de elogiar con empeño (un empeño desatina­
do) el nuevo periódico, que se distinguía tan marcadamente
de los periódicos y proyectos de periódicos arriba menciona­
dos.1 Este artículo de fondo expresa con tanto, relieve todo
el espíritu.de Rab. Mysl y del “economismo” en general, que
vale la pena de examinarlo.
Después de señalar que la mano de bocamanga azul no
podrá detener el desarrollo del movimiento obrero, el artícu­
lo, continúa: “ ...E l movimiento obrero debe.. esa vitalidad
a que el propio obTeró^tporríinjAgiría su .destino, en su s pro-
"pi^s manos, arrancándolo de las de los dirigentes’^ y esta
tesis fundamental sigue- desarrollándose más adelante en for­
ma detallada. En realidad los dirigentes (es decir, los social­
demócratas, organizadores de la Unión de Lucha) fueron
arrancados por la policía, puede decirse, dé las manos de los
obreros,2 ¡ mientras que las cosas se exponen como si los
obreros hubieran luchado contra esos dirigentes y se hubieran
librado de su yugo! En vez de exhortar a marchar hacia ade­
lante, a consolidar la organización revolucionaria y exten­
der la actividad política, comenzaron a incitar a volver atrás*
*
1 Digamos de paso que este elogio de Rabóchaya Mysl,- en no­
viembre de 1898, cuando el “economismo”, sobre todo en el extran­
jero, se había definido completamente, partía del propio V. I., que
muy pronto formó parte del cuerpo de redactores de Rab. Díalo.
¡Y Rab. Dielo todavía continuó negando la existencia de dos ten­
dencias en el seno de la sociáldemocracia rusa, como la sigue ne­
gando en el presente!
2 El siguiente hecho característico demuestra que esta compara­
ción es justa. Cuando, después de la detención de los “decembris­
tas”, se difundió entre los obreros de la carretera de Schlisselburgo
la noticia de que había ayudado a la policía el provocador N. Mi-
jáilov (un dentista), relacionado con un grupo que estaba en con­
tacto con los “decembristas”, aquellos obreros se indignaron do tal
modo, que decidieron matar a Mijáilov,

154
hacia la lucha exclusivamente tradeunionista. Se proclamó
que “la base económica del movimiento es velada por la
aspiración constante de no olvidar el ideal político”, que
al lema del movimiento obrero debe ser: “lucha por la si­
tuación económica” (!), o, mejor aún, “los obreros, para
los obreros” ; se declaró que las cajas de resistencia “valen
más para el movimiento que un centenar de otras organi-
iaciones” (que se compare esta afirmación, de octubre de
1097, con la discusión entre los “decembristas” y los “jóve­
nes” a principios de 1897), etc. Frasecitas como éstas, de que
tm el primer plano no es preciso colocar la “flor y nata” de
los obreros, sino al obrero “medio”, al obrero de la masa,
que la ‘'política sigue siempre dócilmente a la economía”,3
etc., etc., se pusieron de moda, adquiriendo una influencia
irresistible sobre la masa de la juventud enrolada en el mo­
vimiento, juventud que en la mayoría de los casos no conocía
más que fragmentos del marxismo en su exposición legal.
. Esto era someter por completo la conciencia a la espon­
taneidad de aquellos “socialdemócratas” que repetían las
“ideas” del señor V. V.; a la espontaneidad de aquellos obre­
ros que se dejaban arrastrar por el argumento de que obtener
un aumento de un kopek por rublo valía mucho más que
todo socialismo y que toda política; de que debían “luchar,
sabiendo que lo hacían no para imprecisas generaciones fu­
turas, sino para ellos mismos y para sus propios hijos” (edi­
torial del número 1 de R. M ysl). Frases de esta índole
constituyeron siempre el anna favorita de los burgueses de
Europa Occidental que, en su odio al socialismo, trabajaban
(al estilo del “socialpolítico” alemán Hirsch) pára trasplan--
lar el tradeunionismo inglés a su suelo patrio, diciendo a los
obreros que la lucha exclusivamente sindical* es una lucha8
8 Del mismo editorial del primer número de Rabóchaya Mysl.
Se puede juzgar por esto acerca de cuál era la preparación teórica
de esos “V. V. de la socialdemocracia rusa”, quienes repetían la
burda trivialización del “materialismo económico”, mientras que en
lus publicaciones los marxistas hacían la guerra contra el auténtico
señor V . V., llamado desde hacía tiempo “maestro en asuntos reac­
cionarios” por ese mismo modo de concebir la relación entre la p o ­
lítica y la economía.
* Los alemanes incluso tienen una palabra especial: Nur-Gewerk-
schaftler con que s« señala los partidarios de la lucha “exclusivamen­
te sindical”.

155
para ellos mismos y para sus hijos, y no para imprecisas
neraciones futuras con un impreciso socialismo futuro, y,
ahora, “los V. V. de la socialdemocracia rusa” se han pucjln
a repetir esa fraseología burguesa. Nos importa consignnr
aquí tres circunstancias que nos serán de gran utilidad par»
seguir examinando las divergencias actuales.8
En primer lugar, el sometimiento de la conciencia par
la espontaneidad, arriba indicado, se produjo también por vía
espontánea. Parece un juego de palabras, pero, desgracia»
damente, es una amarga verdad. No se produjo este heclm
por una lucha abierta entre dos concepciones diametralmentr
opuestas y por el triunfo de la una sobre la otra, sino debido
a que los gendarmes “arrancaban” un número cada vr/
mayor de revolucionarios “viejos” y a que, en número cada
vez mayor, aparecían en escena ios “jóvenes” “V. V. de la
socialdemocracia rusa”. Todo el que haya, no ya participado
en el movimiento ruso contemporáneo, sino simplemente res­
pirado sus aires, sabrá perfectamente que la situación e.i
como ,1a que acabamos de describir. Y si, no obstante, insis­
timos particularmente para que el lector se percate por com­
pleto de este hecho notorio, si, para mayor evidencia, por
decirlo así, insertamos datos sobre Rabócheie Dielo del pri­
mer período y sobre las discusiones entre los “viejos” y los
"jóvenes”, suscitadas a principios de, 1897, es porque gentes
que presumen de “democracia” especulan con el hecho de que
el gran público (o los muy jóvenes) ignora esto. Aún insis­
tiremos sobre este punto más adelante.
En segundo lugar, ya en la primera manifestación lite­
raria del “economismo” podemos observar un fenómeno, su­
mamente peculiar y extremadamente característico, para com­
prender todas las divergencias en el seno de los socialdemó-
cratas contemporáneos, fenómeno consistente en que los par­
tidarios del “movimiento puramente obrero”, los admirado­
res del contacto más estrecho y más “orgánico” (expresión de
Rab. Dielo) con la ludia proletaria, los adversarios de todos

E Subrayamos actuales para los que se encojan farisaicamente de


hombros y digan: ahora es sumamente fácil denigrar a Rabóchaya
Mysl, cuando no es más que un arcaísmo, mutato nomine de te
fábula narratur [“bajo otro nombre, la fábula habla de ti"], contes­
tamos nosotros a esos fariseos contemporáneos, cuya completa sumi­
sión servil a las ideas de Rab. M ysl será demostrada más adelante.

156
Ift» intelectuales no obreros (aunque sean intelectuales socia­
listas) se ven obligados a recurrir, en defensa de su posi­
ción, a los argumentos de los “tradeunionistas puros” bur­
gueses. Esto nos prueba que R. Mysl desde su aparición —sin
darse cuenta de ello—, había comenzado a realizar el pro­
grama del Credo. Esto prueba (cosa que R. Dielo no puede
¿oríiprender de ningún modo) que todo lo que sea inclinarse
ante la espontaneidad del movimiento obrero, todo lo que
lea rebajar el papel del "elemento consciente", el papel de la
jlücialdemocracia, equivale — en absoluto independientemen-
1/i de la voluntad de quien lo hace— a fortalecer la influen-
eia de la ideología burguesa sobre los obreros. Todo el que
hable de "sobrestimación de la ideología",6 de exageración
del papel del elemento consciente,7 etc., se imagina que el
movimiento puramente obrero puede de por sí elaborar y
alaborará una ideología independiente, tan pronto como los
oBreros “arranquen su destino de mano de los dirigentes".
Ptefo esto es un craso error. Para completar lo que acabamos
de exponer arriba añadiremos las siguientes palabras, pro­
fundamente justas e importantes, que K. Kautsky dijo con
motivo del proyecto de nuevo programa del Partido Social-
demócrata Austríaco:® “Muchos de nuestros' críticos revisio­
nistas entienden que Márx ha afirmado que el desarrollo
económico y la lucha de clases, además de crear las premisas
para la producción socialista, engendran directamente la con­
ciencia de su necesidad. Y he aquí que esos críticos replican
que Inglaterra, el país de mayor desarrollo capitalista, es más
ajeno que ningún otro país a esta conciencia. A juzgar por el
proyecto, se podría creer que esta sedicente concepción mands-
ta ortodoxa, refutada del modo indicado, es compartida tam­
bién por la comisión que redactó el programa austríaco. El
proyecto dice: 'cuanto más aumenta el proletariado con él
desarrollo capitalista, tanto más obligado se ve a emprender la
lucha contra el capitalismo y tanto más capacitado está para
emprenderla. El proletariado llega a adquirir la conciencia* de
la posibilidad y de la necesidad del socialismo. En este orden
6 Carta de los “economistas" en el número 12 de Jskra.
7 RabSckeie Dielo, núro. 10.
s Nene Zeit, 1901-1902, XX, I, núm. 3, p. 79. El proyecto de
la comisión de que h a b ía K . Kautsky, fue aprobado por el Congreso
de Viena (a fines del año pasado} en una forma algo' modificada.

157
de ideas, la conciencia socialista aparece como el resultado nr>
cesario y directo de la lucha de clase del proletariado. Peni
esto es falso. Por cierto, el socialismo, como doctrina, ticnr
sus raíces en las relaciones económicas actuales, exactamenk
igual que la lucha de clase del proletariado, y, lo mismo qm
ésta, se deriva aquel de la lucha contra la pobreza y la miseri;i
de las masas, pobreza y miseria que el capitalismo engendra;
pero el socialismo y la lucha de clases surgen paralelamente
y no se deriva el uno de la otra; surgen de premisas diíi'
rentes. La conciencia socialista moderna puede surgir única­
mente sobre la base de profundos conocimientos cientificci,
En efecto, la ciencia económica contemporánea constituye
una premisa, de la producción socialista lo mismo que, pon­
gamos por caso, la técnica moderna, y el proletariado, por
mucho que lo desee, no puede crear ni la una ni la otra;
ambas surgen del proceso social contemporáneo. Pero el
portador de la ciencia no es el proletariado, sino la intelec­
tualidad burguesa: es del cerebro de algunos miembros de
esta capa de donde ha surgido el socialismo moderno, y han
sido ellos quienes la han transmitido a los proletarios desta­
cados por su desarrollo intelectual, los cuales lo introducen
luego en la Iuoha de clase del proletariado allí donde las
Condiciones lo permiten. De modo que la conciencia socia­
lista,es algo introducido desde fuera (von Aussen Hineingetra-
genes) en la lucha de clase del proletariado, y no algo que
ha surgido espontáneamente (uriuüchsig) dentro de ella. De
acuerdo, con esto, ya el viejo programa de Heinfeld decía,
con todo fundamento, que es tarea de la socialdemocracia el
lleyar aí proletariado l a , conciencia de su situación (literal­
mente; llenar al proletariado de ella) y de su misión. No
habría necesidad de hacerlo si esta conciencia derivara auto­
máticamente de la lucha de clases. El nuevo proyecto, en
cambio, ha transcrito esta tesis del viejo programa y la ha
añadido a la tesis arriba citada. Pero esto ha interrumpido
por completo el curso del pensamiento. . .”
Ya que no puede ni hablarse de una ideología indepen­
diente, elaborada! por las mismas masas obreras en el curso
de su movimiento9- el problema se plantea solamente así:

9 Esto no significa, naturalmente, que los obreros no participen


en esta elaboración. Pero no participan en calidad de obrero», sino

158
ideología burguesa o ideología socialista. No hay término
medio (pues la humanidad no ha elaborado ninguna “terce­
ra” ideología; además, en general, en la sociedad desgarrada
por las contradicciones de clase nunca puede existir una
ideología al margen de las clases ni por encima de las clases).
Por eso, todo lo que sea rebajar la ideología socialista, todo
lo que sea alejarse de ella equivale a fortalecer la ideología
burguesa. Se habla de espontaneidad. Pero el desarrollo es­
pontáneo del movimiento obrero marcha precisamente hacia
su subordinación a la ideología burguesa, marcha precisa­
mente por el camino del programa del Credo, pues el movi­
miento obrero espontáneo es tradeunionismo, es Nur-Ge-
zverkschaftlerei, y el tradeunionismo implica precisamente la
esclavización ideológica de los obreros por la burguesía. Por
eso, nuestra tarea, la tarea de la socialdemocracia, consiste en
combatir la espontaneidad, hacer que el movimiento obrero
abandone esta tendencia espontánea del tradeunionismo a
cobijarse bajo el ala.de la.burguesía y atraerlo hacia el ala de
la socialdemocracia revolucionaria. La frase de los autores
de la carta “economista”, publicada en el número 12 de
Iskra, de que ningún esfuerzo dé. los ideólogos más inspira­
dos podrá desviar el movimiento obrero del camino deter­
minado por la acción recíproca, éntre los elementos, mate­
riales y el medio material, equivale plenamente, por tanto, a
renunciar al socialismo, y .si estos autores fuesen capaces de
meditar lo que dicen, d.e meditarlo hasta su última conse­
cuencia, valiente 'y lógicamente, como corresponde a toda
persona que interviene en la, actividad literaria y pública, no
en calidad de teóricos, del socialismo, como los Proudhon y los
Weitling; en otros tétminos, sólo, participan en el momento y en la
medida en que logran, en mayor o menor grado, dominar la cien­
cia de su siglo y hacerla avanzar, y, a fin de que los obreros lo
logren con mayor frecuencia, es necesario ocuparse lo más posible
de elevar el nivel de la conciencia de los obreros en general;- es
necesario que los obreros ño se encierren en el níarco artificialmente
restringido de la literatura para obreros, sino que aprendan a
asimilar más y más la literatura general. Incluso seria más justo
decir, en vez de “no se encierren”, “no sean encerrados”, pues los
obreros leen y quieren leer todo cuanto se escribe también p a ra los
intelectuales, y únicamente ciertos intelectuales (de ínfim a cate­
goría) creen que “para los obreros” basta con relatar, el o rd en de
cosas que rige en las fábricas y rumiar lo que ya se conoce desde
hace mucho tiempo.

159
les quedaría más remedio que “cruzar sobre el pecho hurí»
las manos inútiles” y . .. ceder el campo de acción a ln*
señores Struve y Prokopóvich, que arrastran el movimiento
obrero “por la línea de la menor resistencia”, es decir, |mi*
la línea del tradeunionismo burgués, o a los señores Zubálne,
que lo arrastran por la línea de la “ideología” clerical-poli,
daca.
Recordad el ejemplo de Alemania. ¿En qué consistió rl
mérito histórico de Lassalle ante el movimiento obrero ¡ilc
mán? En haber apartado ese movimiento del camino del ti n-
deunionismo progresista y del cooperativismo, por el cual .se
encauzaba espontáneamente (con la participación benévola d»
los Schulze-Delitzsch y confortes). Para realizar esta misión,
fue necesario algo muy distinto de la charlatanería sobre la
subestimación del elementó espontáneo, sobre la táctica-pro­
ceso, sobre la acción recíproca de los elementos y del medio,
etc. Para ello fue necesario desplegar una lucha encarnizada
contra la espontaneidad, y sólo como resultado de esa lucha,
que ha durado largos años, se ha logrado, por ejemplo, que
la población obrera de Berlín, de sostén del partido progre­
sista, se haya convertido en uno de los mejores baluartes de
la socialdemocracía. Y esta lucha no ha terminado aún, ni
mucho menos, hoy día (como podrían creer gentes que estu­
dian la historia del movimiento alemán a través de Prokopó­
vich, a través de Struvé). También en e¡ presente, la clase
obrera alemana está fraccionada, si se puede usar esta ex­
presión, en varias ideologías: una parte de los obreros está
agrupada en los sindicatos obreros católicos y monárquicos;
otra, en los sindicatos de Hirsch-Duncker, fundados por los
admiradores burgueses del tradeunionismo inglés; una ter­
cera, en los sindicatos socialdemócratas. Esta última es in­
comparablemente mayor que las demás, pero la ideología
socialdemócrata sólo ha podido conquistar esta supremacía y
sólo podrá mantenerla librando una lucha porfiada contra
todas las demás ideologías.
Pero —preguntará el lector— ¿por qué el movimiento
espontáneo, el movimiento por la línea de la menor resisten­
cia, conduce precisamente a la supremacía de la ideología
burguesa? Por la sencilla.razón de que la ideología burguesa
es mucho más antigua por su origen que la ideología socia­
lista, porque su elaboración es más completa y porque posee

160
tncdios de difusión incomparablemente más poderosos.1* Y
Élihnto más joven es el movimiento socialista en un país, tanto
p á s enérgica debe ser, por lo mismo, la lucha contra toda
Imitativa de afianzar la ideología no socialista, tanto más
Resueltamente se dgbe preservar a los obreros de los malos
Consejeros, que chillan contra “la exageración del elemento
'jWjnsciente”, etc. Los autores de la carta de los “economis­
tas”, haciendo coro a Rab. Dielo, fulminan diatribas contra
Ir intolerancia, propia del período infantil del movimiento.
A esto contestamos: sí, nuestro movimiento reahnente se
encuentra en su infancia y, para que llegue con mayor cele­
ridad a la madurez, debe precisamente contagiarse dé intran­
sigencia con quienes frenan sú desarrollo prosternándose ante
la-espontaneídád.. ¡No hay nada más ridículo y nocivo que
presumir, de viejo militante que hace .ya mucho tiempo pasó
por todos los episodios decisivos de la lucha!
En tercer lugar, el primer número de Rab. Mysl nos se­
ñala que la denominación de “economísmo” (a la cual no
tenemos, claro está, el propósito de renunciar, pues, de uno u
otro modo, es un mote ya establecido) no expresa con sufi­
ciente exactitud la esencia de la nueva1corriente. Rab. Mysl
■no repudia por completo la lucha política: en los estatutos
de las cajas, publicados en su primer número, se habla de la
lucha contra el gobierno. Rabóchaya Mysl entiende tan sólo
que “la política sigue siempre dócilmente a la economía” (en
tanto que Rabócheie Dielo varía esta tesis, asegurando en su
programa que “en Rusia, más que en ningún otro país, la
lucha económica está ligada de modo inseparable a la lucha
política” ). Estas tesis de Rabóchaya Mysl y de Rabócheie
Dielo son falsas de punta a cabo, si entendemos por política

10 Con frecuencia se oye decir: la clase obrera tiende de un


modo espontáneo al socialismo. Esto es por entero justo en el sen­
tido de que la. teoría socialista determina, con más profundidad
y exactitud que ninguna otra, las causas de las calamidades que
padece la clase obrera, y precisamente por ello los obreros asimilan
con tanta facilidad, siempre que esta teona no retroceda ante la es­
pontaneidad, siempre que esta teoría no se someta a la espontanei­
dad. Habitualmente, esto se sobreentiende, pero Rab. Dielo lo olvida
y lo desfigura. La clase obrera va de modo espontáneo hacia el so­
cialismo, pero la ideología burguesa, la más difundida (y resucitada
sin cesar en las formas más diversas), es sin embargo, la q u e más
se impone espontáneamente a los obreros.

161
la política socialdernócrata. Como ya hemos.visto, es muy li«
cuente que la lucha económica de los obreros esté ligada (i|
bien, no de modo inseparable) a la política burguesa, clcrkhl,
etc.. Las tesis de Rab. Dielo son justas,, si entendemos por |wn
lítica la política tradeunionista, es decir, la aspiración común
a todos los obreros de . conseguir del Estado tales o cualp»
medidas, cuyo fin es remediar los males propios de su .sillín*
cióp, pero que todavía no acaban con esa situación, es decir,
no suprimen el sometimiento del trabajo al capital. Esta
aspiración es realmente común, tanto a los tradeunionislw
ingleses, que mantienen una actitud hostil: frente al sociiu
lismo, como a los. obreros católicos, a los obreros “de Zubií-
tov”, etc. Hay diferentes clases de política. Vemos, pues, cinc
Rab. Mysi, también en lo que. a la lucha política se refk-n'
más que repudiarla.se prosterna ante .su espontaneidad, anle
su falta de conciencia. Al reconocer plenamente la ludia
política derivada . en forma . espontánea del propio movi­
miento obrero (o dicho con más exactitud: . los. anhelos y la»
reivindicaciones políticas de los obreros), renuncia por com­
pletó a elaborar independientemente una política socialde-
mócratá específica, que corresponda a los objetivos generales
del socialismo y a las condiciones actuales de Rusia. Más
adelante demostraremos que Rab. Dielo incurre en el mismo
error.

162

\
W GQLAI I . B U JA R IN .

Uno de los teóricos más brillantes de la capa dirigente de


¡a revolución rusa, fue Nicolai I. Bujarin. Nació, el 27 de
ftptiembre .de 1888 en Moscú al cobijo de una familia de pe­
queña burguesía intelectual. Su padre era profesor de mate­
máticas y su madre, también profesora, enseñaba en una
escuela. popular.. Durante, la enseñanza media, Bujarin se
tiente atraído hacia las nuevas corrientes revolucionarias, que
convulsionan la. Rusia zarista. La revolución de 1905 y jit
fracaso le golpea duramente. Participa en reuniones, asambleas,
manifestaciones y finalmente ingresa al Partido Sócialdemó-
Srata ruso en 1906.
Su trabajo teórico. juvenil recoge una de las más. brillan­
tes criticas al " marxismo legal>>de Struve, Tugan-Baranovski
Oppenheimer, publicado más tarde bajo el nombre .de
iconomía política del rentista; En 1917 entra a formar parte
del Comité' Central del Partido Bolchevique, convirtiéndose
en redactar, de Pravda. En 1919 fue elegido miembro del
Comité Ejecutivo de la Tercera Internacional, cargo en el
que desarrolló una intensa actividad' teórico-politica. Entre
los años 1918 y 1927 Bujarin escribió, las siguientes obras:
El programa de los comunistas (1918); De la caída del za­
riano a la caída, de la burguesía (1918); Teoría económica
riel período de transición (1920); El a b c del • comunismo
(1920); La defensa nacional. y la cuestión militar (Comen­
tarios) (1921); El imperialismo y la acumulación de capital
(1926); El problema de la revolución china (1927).
En septiembre de 1921 Bujarin termina, su obra Teoría
del materialismo histórico, qué lleva como subtítulo “Ensayo
popular de sociología marxista”. El libro de Bujarin, publi­
cado en ruso' en 1922 y conocido en Europa a finales del
mismo año, suscita agudas polémicas en el seno de la intelli-
gentsia occidental, especialmente entre los miembros de la
111 Internacional, tanto sssi que podríamos afirmar,, que en­
frentando abiertamente a Bujarin se levantan Lukács o
Vogarasi como intelectuales internadonalmente conocidos. La

163
Teoría del materialismo histórico será utilizado como lihttt 0
texto en las. escuelas oficiales del partido en la Unión Sov
tica, durante la década de los veinte.
Lukács y Gramsci critican duramente el pensamiento 0
Bujarin, expuesto en su. Teoría del materialismo, histórl^
Lukács llegará a decir: “la teoría de Bujariri,muy cercann (It
materialismo burgués-científico-natural, contiene el tipa tlt
una Science que desdibuja lo esencial del método marxisltn !n
reducción de todos los fenómenos de la economía y de le lA
ciología a relaciones sociales entre hombres”,
E l propio Lenin reconocía la brillantez intelectual de lili*
jarin, pero tenía serios reparos a su interpretación del Miir«
xismo. “Sus' concepciones teóricas — decía Lenin— m uy rlifh
cilmente pueden calificarse de enteramente marxistas, pital
hay en él algo de escolástico (jamás ha estudiado y creo qit*
jamás ha comprendido por completo la dialécticaJ.” 1
Sin embargo, pese al marcado carácter mecánicista th I
pensamiento de Bu jarin, hay que reconocer que fue él, junto
con Lenin y Pteobrazenski, uno de los pocos marxistas qtta
estudió a fondo la problemática del período de transición.
Mientras Lenin vive, Bujárin comparte con él las cri­
ticas al burocratismo que aqueja al aparato soviético. Poste­
riormente, entre 1926 y 1927 Bujürin toma una postura con­
traria a Trotski, Zinóuiev y Kámenev sosteniendo junto n
Stalin una línea de apoyo a los campesinos y de avance pací­
fico al socialismo. Cuando Sudiñ plantea la colectivización
forzada de la agricultura, Bujarin se pasa a la oposición. En
1929 se le ataca como “desviacionista de derecha” y empieza
a ser marginado de los cargos en el partido. En 1¿)37 es ex­
pulsado del Comité Central, procesado y finalmente el 13 de
marzo de 1938, fusilado. Pocos días antes de ' ser ejecutado
escribió una carta, que recién pudo ser publicada hacia 1965
donde dice: “Salgo de la vida. Inclino la cabeza, pero no
ante el hacha proletaria, que ha, de ser despiadada, pero
limpia. M e siento impotente ante la máquina infernal que uti­
liza procedimientos medievales, posee una■fuerza gigantesca,
fabrica la calumnia organizada y funciona cínica y segura”.2

1 V. I, Lenin, Obras escogidas en 3 tomos, tomo ir, p. 755.


* A. G. Lovvy, E l comunismo de Bujarin, Barcelona, • Grijaibo,
1972, p. 15.

164
LAS CLASES Y .L A L U C H A DE GLASE*

psicología y la ideología de clase*


**
La diferencia en las condiciones materiales de vida, que
nan la base de las estratificaciones clasistas, de la soc'te-
tl, imprime su huella en la conciencia de las clases, es
tlr, en su psicología y en su ideología. Sabemos ya que
psicología de una clase no coincide siempre con los inte-
s materiales de esa clase (por ejem plo,. la psicología de
IgiCsperación, de renuncia'al mundo, de ansia por la muerte
lie ha sucedido a ciertos grandes desastres históricos); pero
Itiulta siempre de las condiciones de vida de tal clase, siendo
instantemente determinada por éstas. Consideremos algunos
«templos aclaratorios de la manera en que la psicología y la
■teología de clase son condicionadas por la situación econó­
mica de la clase.
Nuestro primer ejemplo puede ser tomado d e la Revolu­
ción rusa. Es sabido que los marxistas rusos y los socialistas
revolucionarios estuvieron en desacuerdo sobre cuál- sería la
Olnse que conduciría la sociedad ál socialismo. Los marxistas

* N icoiai X,, B ujarin, Teoría del materialismo histórico, México,


Cuadernos de pasado y Presénte 31, 19771'pp. 287-293.
** Nota de los autores:' Hemos considerado conveniente incluir, con
fines aclaratorios, un párrafo anterior de la obra Seleccionada, en
el que se-definen los conceptos de ideología y psicología de clase:
"Por .superestructura entendemos un tipo cualquiera de fenómenos
sociales erigidos sobre la base económica. Aquí, incluimos, por ejem­
plo, la psicología social, la estructura político-social, ,eon fu aparato
material (por ejemplo, su material de guerra), y la organización
humana (la jerarquía de funcionarios) y fenómenos tales como el
lenguaje o el pensamiento. El térm ino superestructura nos ofrece, en
consecuencia una noción m u y general, •
”E1 término ideología social, significará para nosotros el sistema de
ideas, sentimientos y reglas de conducta (normas), e incluirá en
consecuencia, fenómenos tales como el contenido de las ciencias (si
bien no un telescopio, n i el personal de un laboratorio químico) y
del arte, la.totalidad de normas, costumbres, reglas morales, etcétera.
”L a psicología social, significará p a ra nosotros los sentim ientos
no sistematizados ó que lo son sólo e n parte, ¡os pensam ientos e in­
clinaciones de u na sociedad dadá, de una clase, de u n g ru p o ,1de u n a
profesión, etc. En prim er térm ino examinaremos el problema d e la
psicología social.”

165
sostuvieron que sería la clase trabajadora, el proletariado; los
socialis as revolucionarios, por su parte, sostenían que el cam­
pesinado tomaría la dirección en este caso. Los hechos die­
ron la razón a los marxistas. El campesinado apoyó a los
proletarios en su. lucha contra los terratenientes, y los capita­
listas, porque el proletariado favorecía lá apropiación de la
tierra <por los campesinos y posibilitaba el desarrollo de
la economía agrícola. A pesar de esto, los campesinos son
muy poco inclinados al comunismo y se adhieren , con todas
sus fuerzas a las viejas formas de cultivo y de la economía en
general. Sería interesante . determinar : las razones de este
fenómeno, la lucha heroica del prole ariado y su incompara­
blemente mayor receptividad en relación con el campesinado
para aceptar la ideología comunista y la labor reconstructiva.
Y no es suficiente alegar que los campesinos no son más re­
volucionarios porque no son tan pobres, porque entonces
nosotros podríamos preguntar: ¿por qué el lumpenprólela-
r i a t .(mendigos, desclasados) no suministra’ los, principales
destacamentos de luchadores? ‘
Es. importante saber cuáles son los rasgos que debe poseer
una clase, para poder realizar la metamorfosis social, para
realizar el pasaje, en este caso, de la forma capitalista a la
forma socialista. ........
1. Debe sér. úna clase económicamente[ explotada y po­
líticamente oprimida, bajo la sociedad capitalista; de Votro
modo,. la clase mo tendría motivo, para oponerse al orden
capitalista y ño se rebelaría-bajo ninguna circunstancia.1
2. Se deduce—para exponer e l asunto crudamente— que
debe ser una clase pobre, porque deJofra maneflv.n0. tendría
oportunidad de1 comprobar su pobreza al compararla con la
riqueza de otras clases.
■ 3. Debe ser una clase productora, porque si no lo es, es
decir, si no toma parte en la producción de valores, en el me­
jor de los casos, podría sólo destruir, pero seria incapaz de
construir, crear,-organizar. r. . ...
'. 4. Debe ser una'clase .que no esté vinculada con la pro­
piedad privada, porque una clase cuyo interés material, se-
base én; la propiedad privada estará inclinada, naturalmente,
a aumentar sú propiedad y no a aboliría como exige el co-’
nmnismo. ' ¡
5. Esta clase debe estar unificada por las condiciones de

166
Ir» J*a existencia y habituada al trabajo en común, al trabajo
TJ- l' codo con codo. De otro modo, sería incapaz de desear —y
.e- )¡mucho menos de construir— una sociedad que es la personi-
os 1ficación del trabajo social del trabajo de camaradas. Más
a- ' aún, una clase que no reúna estas condiciones no podría lle­
la var a cabo una lucha organizada ni crear un nuevo poder
Jo estatal.
n En él siguiente cuadro, la presencia o ausencia de estas
i.S
características, en las diversas clases y grupos, es indicada
n con un signo + o — '
0

O Características Campesinado Lampen Proletariado


de las clases próletariat
1. Explotación económica ■+. i — ■+ :
2. Opresión política ' .+ ■■■'■ . -f + -
3. Pobreza + ■ -■ + + •• ■
i. Productividad + \ — . + -
5. Carencia de propiedad
privada —■ + +
(i. Condición de unión en la
producción y trabajo en
común + ..
• _ .

En otras palabras, el campesinado carece de varios ele­


mentos necesarios para hacer de él una clase representativa
de. la. aspiración comunista. Los campesinos están atados por
la propiedad privada, a lá ciial son muy adictos, nécesitari
muchos años de entrenamiento para modificar sus tendencias,
labor que sólo podrá ser realizada si el proletariado tiene el
poder estatal en sus manos. Además, el campesinado nó está
unido a través de la producción, no está habituado al trabajo
social y a la labor común. Por él contrario, toda el alma del
campesino está en su pequeña páresela de tierra;-está acos­
tumbrado a la economía individual, rio a lá social. El lutnpeh
próletariat. también está incapacitado principalmente por la
circunstancia de' que'no realiza trabajó'productivo; puede
destruir, pero nó tiene el hábito de edificar. Sii ideología es
a menudo representada por los anarquistas, de quienes uii.
bromista dijo úna viez que su programa5entero consta de dos

167

«
artículos: artículo lo.) No habrá orden ni gobierno; artículo
2o.) Nadie estará obligado a cumplir el artículo precedente.
Hemos visto, pues, cómo las condiciones materiales de
existencia determinan la psicología y la ideología de las cla­
ses y grupos. El proletariado demuestra: odio contra el ca­
pital y contra el estado capitalista, espíritu revolucionario,
hábito de la acción organizada, una psicología de camaradas,
una actitud productiva y constructora de las cosas, desprecio
a lo tradicional, posición negativa con respecto a “la sacro­
santa propiedad privada” ese pilar de la sociedad burguesa,
etc. El campesinado evidencia amor a la propiedad privada
—que les vuelve hostiles a toda innovación— , individualis­
mo, exclusivismo, desconfianza, todo- lo que está fuera de los
límites de la aldea. El lampenfiroletariat, demuestra jnestabi-
Jidad,, falta ,de disciplina, odio a lo viejo, pero impotencia
para construir u organizar algo núevo.' Üna personalidad
individualista de desclasado, cuyas acciones están basadas
solamente en locos caprichos. En cada una de las clases men­
cionadas hallamos la ideología que corresponde a su psicolo­
gía: en el proletariado, el comunismo revolucionario; en el
campesinado, el apego a la propiedad; en el lumpeñproleta-
riat, urí anarquismo vacilante e histérico. Evidentemente, pues,
la presencia o ausencia de las características enunciadas ,en
el cuadro reproducido más arriba dan la nota fundamental
de la psicología e ideología de la clase o el grupo. En otras
palabras, las .condiciones de existencia son las. que explican
su conciencia. , *■
. En viejas polémicas entre maixistas. y socialrevolucióná-
rios- rusos, estos ,últiinos planteaban el problema social desde
el punto, de vista de-la filantropía, de la “ética”, de la “com­
pasión” hacia, el “hermano débil”, y otras tonterías propias
de noble intelectual. Para la mayoría de estos “ideólogos”, el
problema de. las clases era una cuestión ética de intelectual
torturado por problemas de conciencia, quienes, en su deseo
de derrocar al absolutismo, que' era un obstáculo a su paso,
buscaban -apoyo en el campesino (hasta el momento en que
éste puso fuego a .las posesiones.de las tías y tíos del intelec­
tual), cuya confianza trataban de ganar, compensando así
su propia culpa con . un “noble proceder con respecto a los
humillados y ofendidos”. Para los marxistas en tanto, no se
trataba de poner caras compungidas ni de realizar obras de

168

I
filantropía, sino de ponderar las capacidades de cada clase,
para saber qué actitud tomaría cada una de ellas en la lucha
inminente por el socialismo y a cuál correspondería la direc­
ción en esa lucha.
Un buen estudio (aunque conservador y apologético, des­
tinado a apoyar a las Centurias Negras) de la psicología. del
campesino se. encuentra en el libro, del pastor evangélico A.
L’Houet [Zur Psychologie des Bauerntums, 2a. ed. Mobr,
Tübingen, 1920). Este sapiente dómine cristiano considera al
campesinado, "sobre todo, como una reserva de salud corpo­
ral, mental, moral y religiosa, como la reserva guerrera del
país” (p. 4). (L’Houet con esto quiere decir carne de cañón.
N. B.) Este pastor, quien cita entre las características de la fir­
memente enraizada clase campesina la “homogeneidad”, su
separación con el resto del mundo, su tradicionalismo, etc,,
ofrece una excelente descripción de la psicología de clase del
campesinado; pero se inspira y extasía precisamente con
aquellas cualidades por nosotros consideradas como “el cre­
tinismo de la vida rural’’ (M arx). Por ejemplo, L ’Houet ala­
ba la inercia del campesinado, su hostilidad ante toda inno­
vación: “Contrastando con una preferencia franca por todo
lo que es nuevo, el campesino; sin lugar a dudas, pertenece
a un mundo que reverencia lo viejo, que conserva los temas
antiguos: de la vida, que guarda aún la rueda y la pátina de
las piedras arcaicas. Posee la desventaja de que se retrasa,
de que no sigue-el ritmo de- los tiempos, pero también la
gran ventaja de que todos los hechos de su vida, en razón
de este carácter unilateral, se caracterizan por su seguridad,
firmeza y por el uso de métodos probados y veidaderos”
(p. 16). Esta inercia se. encuentra en .todas sus cosas, en “el
apego. al lugar en que originariamente se asentara, al viejo
hogar, a los viejos nombres de las. fincas, a .los nombres bau­
tismales, hábitos, trajes típicos, dialectos primitivos, poesía
folklórica, a la vieja estructura espiritual, a los viejos rostros.
En todo hallamos-el mismo sentido conservador” (p. 16).
L’Houet haba dejicioso el hecho de que las moradas campesi­
nas en 1871 fueron prácticamente iguales que en la Edad de
Piedra. Se regocija hasta con la simplicidad y pobreza del
alma campesina y con el hecho "de que el número de pro­
blemas vitales, encarados en. cualquier momento, en él sentido
religioso, moral, artístico •—o cualquier otro—, es extrema-

16 9
daménte'restringido, legando cada generación el m ism o accn ,i
espiritual a la siguiente” (p. 29). Se complace al hallar rjuí
.estas limitaciones, este “cretinismo” —qué no es la culjm
sino el infortunio del campesino—, no es destruido por t*l
vapor y la electricidad, porque par a él este “concepto estúli
co dél pasado es la base de una sencilla y grandiosa existcnciít
en el sentido antiguo” (¡ !). La "firmeza?*, la desconfianza, ¡.i
avaricia, la codicia adquisitiva del campesino son, desde lue­
go, altamente estimadas por nuestro dómine a lo largo de
interminables páginas. Estos ejemplos expresan con toda, cla­
ridad el carácter de la psicología e ideología clasista de los
grandes' terratenientes y sus sacerdotes, quienes alaban y
fomentan precisamente aquéllas cualidades dél campesinado
que le impiden “ponerse a tono-con la' época”.
La psicología de la nobleza rural (los terratenientes feuda­
les) está caracterizada por el misino declarado espíritu con­
servador y reaccionario crudamente expresado, que ninguna
otra clase posee en la misma proporción.
Esto'no es difícil de comprender. Los terratenientes feuda­
les, ' como sabemos, son los representantes supremos dé la so­
ciedad' feudal, • la que ' ha': desaparecido en .casi todos los
páíses: La fidelidad a Ia ’tradición, a “Jó establecido”, el culto
á lafaniilia aristocrática' (su’excelencia,"su faina, su valor),
simbólicamente expresado -por él “árbol genealógico”, los
“servicios” y los méritos/ él “honor”; las cóstúmbres propias
a lá-nobleza, el desprecio por el plebeyo, el derecho a limitar
el intefcambi ó séxual y de cualquier otra clase a aquéllos de
iguál rango social, son los rasgos' característicos de esta clase
que'fué 'nna Vez la clase dominante.* *
Lá psicología é'ideológía en las cláseí de la sociedad bur­
guesa, es decir, las clases urbanas,’soii mucho más flexibles.
La- burguesía, sobré todo en el período de su evolución, cuan­
do aun no estaba aráenazada por la revolución proletária, no
sé caracterizó por el conservadurismo estricto de la nobleza.
Sus’ rasgos característicos eran é\ individualismo, resultante
de lá :competencia, y el racionalismo, frutó del cálculo econó­
mico, como fundamentos vitales- de está clase.' La psicología

■*.C f. Simmelj Soitologit: Intersuchungen über die Formen, der


'Vergésellschaftung, Leipzig, Verlag D üncker u n d Humbo’cit, 1908,
pp. 399 y n i . ' *" -

170
e ideología liberales (diversas “libertades”) estaban baudas
en la “iniciativa' del empresario”. Wémer Sombart y Max
Weber hacen observaciones muy interesantes, particularmen­
te sobre la psicología económica de la burguesía en las diver-
Itts etapas de su desarrollo! Sombart, por ejemplo, se remonta
hasta el nacimiento de la psicología del empresario, la cual
lurgió necesariamente ide la fusión de tres tipos psicológicos:
el del conquistador, el del organizador y el del traficante. Del
Conquistador toma la habilidad para hacer planes y ejecu­
tarlos. El conquistador tiene “rudeza y persistencia, elastici­
dad, energiá mental, atención concentrada y voluntad indó­
mita”. El organizador debe ser capaz de “controlar” hombres
y cosas de manera tal que obtenga el máximum de resultado
útil. El traficante, el mercader, se distingue por su capacidad
de discutir su negocio y ganar siempre.* La burguesía estaba
Caracterizada en los periodos'de su más elevado desarrollo
por una combinación de estos tres rasgos. No: insistimos- so­
bre la psicología del proletariado por haberla discutido ya
ampliamente.-
Es indiscutible qu¿;'la psicología e ideología de las clases
pueden cambiar, ' dependiendo ello de.las alteraciones e n su
"existencia social", como ha sido repetidamente-establecido
en los capítulos anteriores! Pero hagamos una observación más.
Dé todo lo diohó se deduce claramente que la, psicología de
las clases intermedias constituye también una etapa interme­
dia, mientras que la 'de los grupos mixtos es una psicología
mixta, efe. Esto explica el hecho de que la pequeña burgue­
sía y el campesinado, por ejemplo, “vacilen” constantemente
entre el proletariado y' la burguesía, porque “dos almas
—¡ay!— moran en su ¡pecho, etc.” Marx plantea el asunto en
El 18 Bru mario dé Luis Bonapár.te: “Sobre las diversas for­
mas, dé propiedad, sobre las condiciones sociales de existen­
cia, se levanta toda una superestructura de sentimientos,
ilusiones, modos: dé pensar y concepciones de vida diversos
y plasmados de un modo peculiar. L a clase entera los crea .y
los plasma derivándolos de sus bases materiales y de las-rela­
ciones sociales correspondientes.”

* W emer Sombjart, Dar Bourgeots, Munich y Leipzig, 1913, pp.


70 ss. ■ - ' - ' • •" '• • : -

171
La “clase en s i1 y la “clase para si”
La psicología e ideología de clase, la conciencia de claip,
no sólo en lo que respecta a sus intereses temporales, sin.)
también a sus intereses universales y permanentes, son rcsul.
tado .de la posición de la clase en j a producción, lo que tu»
significa, de ningún modo, que esta posición de la clase pro­
ducirá de inmediato en ella una conciencia de sus intereses
básicos y generales. Por el contrario, puede afirmarse qw
ello ocurre pocas veces. Porque, en primer lugar, el procese
de producción mismo en la vida jgal pasa a través de un
número.. de etapas evolutivas, y las contradicciones en !n
estructura económicaisólo aparecen en un período, avanzado
én^Ia~évolución. Eirsegundo lugar, una clase no desciende
madura del cielo, sino que es engendrada, por así decirlo,
jncopsCieMemente,..por elementos de una serie de. otros grupos
sociales (clases de. transición, clases intermedias y otras cono
binációñes sociales). En tercer lu g a r . transcurre usualmenlt-
ciertq tiempo antes dé que una. clase, a través de las expc-
riénciás 3é luchaadquiera conciencia dé sí y de sus intere­
ses peculiares y . especiales, spiraciones e “ideales” .. sociales,
que la han de distinguir decisivamente de todas las otras
clases de una sociedad, dada.- En cierto lugar, no debemos
ojvidar las manipulaciones psicológicas e ideológicas sistemá-
ticameñté’'3in^dás.'p"ór jabelase - dominante con la ayuda de
su aparato estatal, con'el propósito dé, p r una parte, ani­
quiláis. lqsJjrotes.de conciencia dé clase de los oprimidos, y,
por otra parte, incide ríes su propia ideología por todos los
medios ó, al. menos, influenciarlos en lo posible., Todas estas
circunstancias ;permiten que una clase puedá existir'cómo
úh“ conjunto de personas que desempeñan un papel deter-
miiíádo en el proceso de producción antes de que exista
cómo una. clase j con: conciencia de sí. La clase existe, pero
aún no eS .consciente. Existe como un factoréh la producción,
como un conjunto específico de relaciones de producción, .pero
¿o existe todavía como .una fuerza social independiente,. que
cóhoce súV necesidades, que comprende su misión, que tiene
'conciencia dé su posición peculiarj de su personalidad, de
la hostilidad.de sus intereses con los de las otras clases. Para
designar estas dos étapas diferentes en el proceso de evolu­
ción de una clase, Mane hace uso de dos expresiones: .deno­
mina cíase “an sich”~(en sí) a tina clase aún no consciente;

172
llama clase “für sich” (para sí) a una clase consciente ya de

“Los primeros intentos.de los trabajadores para asociarse •


lian adoptado siempre la forma dé coaliciones. La gran in- ''
Ldustria concentra en un mismo sitio a una masa de personas ,v*'
fyue no~se'conocen entre sí. La competencia divide sus inte- ,
|fees7TPero la defensa del salario, este interés común a todos , -

tre los obreros para poder hacer una competencia general a

I a la defensa del salario, después, a medida que los capita­


listas se asocian a su vez movidos por la idea de la represión,
las coaliciones, en un principio aisladas, forman grupos, y la
defensa por los obreros de sus asociaciones frente al capital,
siempre unido, acaba siendo para ellos más necesaria que la
defensa del salario. Hasta tal punto esto es cierto, que los
economistas ingleses no salían de su asombro al ver que
los obreros sacrificaban una buena parte del salario en favor
de asociaciones que, a juicio de estos economistas, se habían
fundado exclusivamente para luchar en pro del salario. Eñ
esta lucha —verdadera guerra civil— se van uniendo y
desarrollando todos los elementos para la batalla futura. Al
llegar a este punto, la. coalición toma carácter político.
”Las condiciones económicas, transformaron primero a la
masa de la población del país en trabajadores. La domina­
ción del capital ha creado a esta masa una situación común,
intereses comunes. Así, pues, esta masa es ya una clase con
respecto al capital, pero aún no es una clase para sí. Los in­
tereses..que defiende se. convierten en intereses de c l a s e *
(subrayó N. B.).

* K . M a rx , Miseria de la filosofíaj M é x ic o , S iglo X X I , 1 9 8 1 , p p .


157-158.

173
V.: A. YADOV ,

Filósof o ruso, contemporáneo, que ha trabajado sobre pro­


blemas culturales diversos. Es doctor en filosofía y. está in­
corporado a la Academia de Ciencias de la URSS.

LA IDEOLOGÍA COMO CONCIENCIA TEÓRICA DE CLASE*

El término “ideología” comenzó á utilizarse con bastante


amplitud a comienzos del siglo xix, .y su uso sé debió prin­
cipalmente a Napoleón Bonaparte.
Napoleón lo tomó de un contemporáneo suyo,. eL.econo-
mista.vulgar y filósofo DéstUtt de Tracy, pero dando al.vo­
cablo una significación absolutamente.distinta. Para Destutt
de Tracy la, ideología es la “ciencia'de las ideas, de cómo
surgen y de las leyes del. pensamiento humano” .1 Napoleón
aplica el término!, despectivamente refiriéndose a Jos perio­
distas y teóricos, de espíritu liberal. Cuando habla dé los
“ideólogos” quiere señalar la incapacidad de ciertos hom­
bres para realizar una actividad, práctica útil.
Como categoría sociológica la entrada de la •ideología en
la ciencia' se halla asociada a los nombres de Marx y Engels.
En su obra La ideología alemana2 emplearon este concepto de
un modo preciso en él sentido de reflejo falso,' deformado,
do l a . realidad material. Por .ideología entéhdíau Marx y
Ehgels todo soñar, vacío, el alejamiento de la vida, la .con­
cepción falsa o completamente abstracta de la historia_y la
tergiversación, jdgalista de las. relaciones económicas en la
Alemania de-su-,tiempo, propia de los teóricos alemanes de
/
* V . A. Y a d o v , La ideología como forma de la actividad espi­
ritual d( lo sociedad, "M éxico, F o n d o d e C u l tu r a P o p u la r, 1967, p p .
15-43. ' "
1 D e s tu tt d e T r a c y , ÉUments d’idíotogie, vol. r, P a rís, 1805, p . 5.
2 M a r x y E n g els, La ideología alemana, tr a d . esp. d e Vi. R oces,
E d ic io n es P u e b lo s U n id o s, M o n te v id e o , 1 9 5 9 ; .pp.1 16, 217, 53 5 , así
co m o 11-12, 313, 3 9 4 y 457.

174
Ifltpiración liberal. Los términos “ideólogo” e “ideológico”
los emplean, Marx y Engels, no menos despectivamente que
Napoleón, pero a diferencia de este, su desprecio -ya. no se
prefiere a la impotencia de los .“ideólogos” en el sentido coti­
diano, sino a la inconsistencia teórica de sus construcciones.
Análogo uso de la pa abra lo hallamos también en obras
posteriores de los fundadores del marxismo, En Miteria de
filosofía dice Marx dirigiéndose a Proudhon: “Constru-
c o n ^ S ^categorías' dé la economía política el edificio
e un ..sistema ideológico, se dislocan los miembros, del sistema
el término “ideológico” se emplea
como sinónimo de reflejo deformado de la realidad,* En. las
¿Eras”' de ¡os' años 80-90 , Engels examina, en más de una
Focasión,. las peculiaridades del progreso ideológico y de sus,
leyes. Señala que lá ideología es. él conjunto de ideas' conce-'■
,_bidas como entidades', con propia sustantividad y sometidas",,
tan sólo a sus leyes propias de desarrollo,® En este sentido ’
apíca los términos "ideología” e “ideológico” :a Hegel en.su
oErsTEudwig Peüerbach y el fin de la filosofía clásica alema- ■
t/a. a^c5mó'.'a~todos, los' filósofos, sociólogos y economistas
que se a-tormentan con la pretensión de construir un sistema
de ideas imbuido de un principio único que aglutine a
todas,"pero tergiversando . las relaciones reales de las cosas,
en .jun espíritu idealista.. El término “ideológico” , hace, refe­
rencia al círculo de ideas divorciadas de la. realidad, con la
particularidad d e que los - ideólogos ; ignoran, este divorcio
“pues si no. lo ignorasen, se habría.. acabado toda la: ideolo­
gía”.6!Engels escribe:. “Gon los; reflejos económicos, políticos
y de otro género sucede lo mismo que con los reflejos en el
ojo humano. Pasan a través de. un prisma, y por, eso aparecen
é n jo rm a invertida, es decir, al revés. Sólo falta el aparato
nervioso.»que, para nuestra representación, las ponga de
nuevo al derecho.” 7 E n !julio dé 1893 én carta a F: Mehring
s K . Marx,¡Miseria de la filosofía, trad.- esp., E d . e n L e n g u a s E x ­
tr a n je r a s , M o scú ( s . a . ) ., p , 103. . ,
•* K . M a r x , E l capital, e d . r u s a , t. i, p . 378.
S . F . E n g e ls , Ludwig Fenerbach y el fin de la filosofía clásica ale.
mana, K . M a r x y F . E n g e ls, Obras escogidas, en d o s to m o s , ed. esp.,
M o s c ú , 1 9 5 2 , t. n , p . 371.
®. Jbidem.
7 K . M a r x y F . E n g e ls, Cartas, escogidas, e d .: r u s a , M o s c ú , 1 9 4 8 ,
p . 425.

||f/ 175

/
caracteriza a la ideología como conciencia falsa.8* Finahnrn»
te, en la última edición del Anti-Dühring aparecida en vklrt
r'del autor, después de señalar que los principios gener.ilpt
(deben ser fruto de la investigación de los fenómenos del rrmit»
do y no ¿1,punto d e partida de una teoretización, EngrI*
r dice: “Obtener estos resultados por medio de una construí
' ción producida en la cabeza, partir de ellos como si fucrnti
v el fundamento y, más tarde, reconstruir con ellos mentalmrii.
te el mundo, esto es precisamente ideología, la ideología qim
hasta ahora había contagiado también todas las variedades
del materialismo;” 0
Desde un punto de vista formal podría parecer que Mut<
y Engels a lo largo de toda su labor teórica —desde La id<'"
logia alemana {1846) hasta el Anti-Dühring (1894) — vincn
laban el concepto de “ideología” con la idea de reflejo de
formado de la realidad. En semejante confusión cayó, por
ejemplo, V: Adoratski, director de la primera edición de l;u
obras completas de Marx y Engels.101
Los sociólogos burgueses y los revisionistas de nuestros
días atribuyen conscientemente a los fundadores del marxis­
mo una caracterización surtamente negativa de toda ideolo­
gía. Esta “interpretación” sé encuentra literalmente en todos
los manuales burgueses sobre sociología.11
Sin embargo, todo., aquel que considere sin prejuicios
las manifestaciones correspondientes de Marx y Engels verá
que-ellos llaman conocimiento falso a las construcciones teó­
ricas de los ideólogos burgueses (historiadores, economistas y
filósofos alemanes, “verdaderos socialistas”, Hegel, Proudhon,
Dühring, etc.). Marx señaló más de una vez que el interés
de clase, si entra en contradicción con la trayectoria objeli-

8 Ibidem, p . 4 6 2 .
8 F . E n g e ls, Anti-D&hring, e d . ru s a , 1960, p . 317.
10 A d o ra tsk i' e s c rib ía : “ E l p e n s a m ie n to im p re g n a d o , d e . ideolo-
g ism o n o p u e d e s e r c ie n tífic o . U n a co sa es l a c ie n c ia , y o tr a , la
'i d c d l o g i á . . . T o d a id e o lo g ía e s n o c iv a y a q u e im p id e v e r la re a li­
d a d . . . E l m a rx is m o es e n e m ig o d e lá id e o lo g ía .” (V . A doratski,
“S o b r e l a id e o lo g ía ” e n l a re v is ta Bajo la bandera del marxismo No.
1 1 -1 2 , 1 9 2 9 , p p . 202, 2 08, 2 0 9 ) ( e n r u s o ) .
11 S o b re esto lla m a l a a te n c ió n e l p ro fe s o r n o ru e g o A m e N acss
q u e h a re a liz a d o u n a in v estig a ció n , s e m á n tic a especial d e l térm in o
“ id e o lo g ia ” (C f. A m e N a e s s , Democracy, ideology and objecti.vity,
O s lo -O x fo rd , 1 9 5 6 ).

176
vn de la historia obliga al ideólogo reaccionario a desfigurar
lírtéálfdnd en beneficio de ese interés.
"Los fundadores del marxismo-leninismo no ¡e limitaron
a una concepción tan. estrecha de la ideología. Cuando Marx
quería subrayar la dependencia general de la vida espiritual
rlc la sociedad respecto de las relaciones económicas incluía
en la esfera de la ideología toda la filosofía, así como las
Ideas políticas, jurídicas, artísticas, etc., de la sociedad,12 Y
aunque no encontramos en Marx y Engels una definición
enteórica de la concepción del mundo como ideología, sin
|embargo, después de crear científicamente las concepciones
políticas, jurídicas, estéticas, éticas y filosóficas del proleta-
j,rindo y de poner al desnudo las raíces económico-sociales,
gnoseológicas e históricas de la religión y de someter esta
íiltima a una crítica demoledora, forjaron el sistema de ideas
que Lenin exhortó a desarrollar “como doctrina de! socialis­
mo científico, o sea, .el marxismo”.13
Si en Marx_y„Enge.ls el término “ideológico” entrañaba..
ConTrecuencia un^ matiz despectivo conio sinónimo de modo
idealista'y metafísico de-abordar la-realidad, posteriormente
S?tFlüaTiz7se. pierde y en Lenin ya no lo encontramos en
absoluto. Cuando Lenin se lanza contra sus .adversa ríos ideo­
lógicos, el tono despectivo y sarcástico no recae sobre él con­
cepto de “ideología” en cuanto tal; sino sobre los calificativos
correspondientes: “pequeñoburguesa”, “filistea”, “burguesa”,
“de las Centurias Negras”, etcétera.
Asi, pues, el uso que Marx y Engels hacen del concepto
de “ideología” debe examinarse teniendo en cuenta la in­
fluencia qué la situación histórica concreta de aquel tiempo
ejercía sobre dicho concepto.
Analicemos ahora más detalladamente la ideologia como
una de las formas de la actividad espiritual de la sociedad, en
estrecha y mutua relación con otras formas: psicología so­
cial, conciencia social y cultura espiritual.,
La conciencia del hombre no puede ser otra cosa que su
ser consciente, decía Marx. Su dependencia respecto del ser
12 K. M arx, Contribución a la critica de la economía política,
ed, rusa, Moscú, 1950, pp. 7-8.
13 V. I. Lenin, La agitación política y el "punto de vista de
clase", en Obras Completas, ed. esp., Editorial Cartago, Buenos
Aires, 1959, t. v, p. 346.

177
social es lo común, lo que unifica a todas las formas de; In
vida espiritual. Pero, al mismo tiempo, cada una de ellni
cumple una función social específica y tiene sus rasgos pro
pios que se manifiestan claramente en estos tres aspectos: ¡i)
en el modo de reflejar el ser; b) e n los lados del ser social
que se reflejan en la forma dada y c) en la mayor o mcum
profundidad de este reflejo.
Desde _el puntp.jle vista del modo de reflejar ej ser su
cial, la ideología es un proceso complejo con múltiples me­
diaciones. En su desarrollo influyen tanto el, régimen econó­
mico de la sociedad como las ideas políticas determinada*
por él, a la vez que todo el conjunto de conocimientos teóric os
! acumulados en el período histórico anterior. En este sentido
puede hablarse de la base económica, política y teórica de
la ideología.
Sin embargo no todos los aspectos señalados de la prác­
tica social influyen por igual en el proceso ideológico. I-a
base inmediata de la creación ideológica es el caudal teórico
acumulado con anterioridad sujeto a una relaboración y a
un desenvolvimiento ulterior. En este aspecto, se deja sentir,
la influencia directa de la base política de la ideología. L íi
orientación que sigue en su desarrollo el material que está
a la disposición de los pensadores depende del carácter de
las ideas políticas que sostiene el ideólogo. De acuerdo con
ellas, considera tales o cuales logros teóricos del pasado como
base fundamental y los desarrolla sucesivamente. A esto hay
que agregar que, junto con las ideas políticas, también influ­
yen las ideas jurídicas y morales én la relaboración y el
desarrollo de un material dado. En esto precisanjphte se pone
de manifiesto la. dependencia de la creación ideológica res­
pecto dé las relaciones económicas. En efecto, son cabalmente
estas últimas las que condicionan las concepciones políticas,
jurídicas y morales, La citada dependencia podemos seguirla
a lo largo de todas las fases del proceso ideológico.14
Como es sabido, en los Congresos XX y XXI del PCUS,
asi como en las Conferencias de los representantes de los
partidos comunistas y obreros, celebradas en Moscú en 1957

14 C f. la c a r ta d e F . E n g els a K . S c h ra id t d e l 27 d e o c tu b re de
1 8 9 0 , K . M a r x y F . E n g els, Obras escogidas e n d o s tom os, ed. esp.,
M o s c ú , 1 9 5 2 , p p . 461 ss.

178
y 1960, se estableció con todo fundamento que la guerra no
es fatalmente inevitable y que existe la posibilidad plena­
mente real de evitar el desencadenamiento de una nueva
guerra imperialista. Por su importancia, esta es una de las
tesis cardinales de la ideología comunista.-Dicha tesis tiene,
■n su vez, su correspondiente premisa, a saber: la dialéctica
exige que todo fenómeno social sea examinado multifacéti-
Simeñte, tomando en cuenta los factores que pertenecen a
la~1baie" y~Ios que corresponden a. la superestructura.
intereses vitales de los trabajadores que hallan expre­
sión, sobre todo, en sus ideas políticas, jurídicas y morales,
exigen poner fin decididamente a las guerras como medio
para resolver las contradicciones internacionales. La corre­
lación objetiva de las fuerzas económicas y políticas en escala
internacional es tai, en la actualidad, que este objetivo es
perfectamente asequible. Y justamente partiendo de los inte­
reses de los pueblos, basándose en la teoría maixista-leninis-
la y abordando, desde estas posiciones, la realidad de hoy día,
los partidos comunistas han llegado, en primer lugar, a la
conclusión de que ya hoy existen poderosas fuerzas políticas
y sociales que disponen de medios eficaces para frenar a los
agresores y, en segundo lugar, que en un futuro próximo la
superioridad dé las fuerzas del socialismo y de la paz será
absoluta, “ya antes de la victoria total del socialismo en la
tierra, aún manteniéndose el capitalismo en una parte del
mundo surgirá la posibilidad real de excluir la guerra mun­
dial de la vida de la sociedad”.15
Así, pues, la ideología refleja el ser social. Tiene una
base económica, política y teórica,’y las relaciones mutuas
entre ellas son las siguientes: el verdadero fundamento del
proceso ideológico es, en última instancia, la economía, pero
la relación con. ella tiene como eslabones intermediarios las
jijeaspolíticas y jas conquistas teóricas del período anterior.
Debe tenerse, presente, asimismo, que en toda ideología se re­
flejan la situación histórica y las tradiciones culturales, nacio­
nales, y dé clase, etc., de los países vecinos y de las diferentes

15 D o c u m e n to d e las C o n fe re n c ia s d e los p a r tid o s c o m u n is ta s y


o b re ro s , c e le b ra d a s e n M o scú e n 1957 y 1960, ed. e sp ., M é x i c o , 1963
p. 57.

179
capas sociales. Estas influencias imprimen un’ matiz peculiar
a la ideologia.de que se trate.
Ahora bien, en el desenvolvimiento de la ideología no
existe una dependencia directa de ésta respecto de las fuer­
zas productivas, como trataron de demostrar Bogdánov y
Bujarin y como siguen afirmando, en la actualidad, algunos
sociólogos burgueses.
En su “ciencia de la organización”, A. Bogdánov señalaba
diversas “adaptaciones ideológicas” que, según él tenían por
fundamento a la técnica.10* En los países occidentales, las
concepciones mecanicistas no pierden su fuerza todavía. Así,
por ejemplo, el sociólogo inglés La Piere escribía en 194.9:
“En esencia, las ideologías derivan de la experiencia y deben
ser consideradas como inventos verbales, semejantes a los
tecnológicos y a los organizativos puesto, que sirven para au­
xiliarlos. . . ”.1T Para probar su aserto, La. Piere se remite a la
revolución técnica inglesa del., siglo xvn .que provocó los
“correspondientes cambios paralelos” en la “ideología eco­
nómica” . “Las. nuevas ideologías h—escribe:— abren nuevos
horizontes a. la sociedad y corresponden.a una nueva técni­
ca.” 18 Ideas análogas sustenta Bertrand Russell en Filosofía
y p o l í t i c a así como otros autores burgueses.
El análisis dialéctico materialista demuestra que. en­
tre la "ideología y las fuerzas productivas ;—y, con mayor
razón, la técnica, considerada aisladamente— no existe una
dependencia directa. En la Gran Bretaña por ejemplo en las
actuales condiciones, por lo que toca al.nivel.de desarrollo
de las fuerzas productivas, existen dos ideologías que sé opo­
nen entre sí: la proletaria y la burguesa. En la vida social
dé éste país podemos advertir también uña serie'de concep­
ciones específicas dél mundo que corresponden a diversas
capas sociales inglesas (él tradeunionismo: entre los obreros,
concepciones liberales y ábiertamente reaccionarias entre dis­
tintas capas dé la burguesía, etc.). El mecanicismo tampoco
resiste a la critica cuando se contrapone la vida espiritual de
los países económicameiite desarrollados, y la de los países de
10 A. B o g d á n o v , Psicología social, S a n P e te rs b u rg o , 1906, pp. 67-
83 (e n r u s o ) .
17 L a P iere, Sociology, N e w Y o rk -L o n d o n , 1 9 4 9 , p. 296.
18 Ibidem, p . 297,
18 B e r tr a n d R u sse ll, Philosophy and politics, L o n d re s , 1947.

.1 8 0
débil desarrollo. Asi, en los Estados Unidos impera el racis­
mo, en tanto que en los antiguos países coloniales de Oriente
domina la ideología de la igualdad racial. Algunos países
socialistas se hallan todavía muy a la zaga de los Estados
Unidos por lo que se refiere al nivel de desenvolvimiento
de sus fuerzas productivas; sin embargo es indudable la su­
perioridad de ellos sobre la Norteamérica imperialista por lo
que toca a la cultura y a la ideología.
Naturalmente, el nivel de desarrollo^ de las fuerzas pro-
ductívastíene que_ve_r con el proceso ideológico. Pero la reía;
cion entre ambos se efectúa a través de las relaciones.de
producción que, dentro de esta cadena, no son más que un
eslabón intermediario; entre las relaciones económicas y las
Tmiñás más abstractas de la. .ideología, como, por ejemplo, la
filosofía donde se da un complejo entrelazamiento de ideas po­
líticas, jurídicas y éticas, de aportaciones ideológicas del pasa­
do y todo un Conjunto de influencias ideológicas diversas. Fi-
YíSlmenté, esta relación se establece también de acuerdo con
la línea del progreso científico, puesto que sus logros ejer­
cen un poderoso influjo sobre la ideología. Por otra parte,
la ciencia en muchas de sus ramas se halla vinculada direc­
tamente aTías fuerzas productivas.
Es evidente que por su modo de reflejar el ser social la
ideología se distingue~3e'~ot'ras formas de actividad espiritual,
especialmente de la psicología social.
La psicología social, de la cual hablaremos detallada­
mente mas adelánte, es el conjunto de sentimientos, estados
de ánimo, emociones,Tiabitos, inclinaciones, tendencias de la
Tjfllunadrrásgos' especiales del carácter, ideas,e ilusiones que
surgen “sobre la base de la situación social, de una . comuni-
flad j Eqmana. . El concepto colectivo de "psicología social”
incluye la psicología dé las clases y dé las capas sociales, así
¡femóla-'írsofiorhfa' psíquica de las naciones. En la psicología
tíT una clase social las relaciones económicas y político-so--
cíales se reflejan más directamente. Así,- las, condiciones de
vida de la pequeña burguesía determinan su individualismo,
lu limitado horizonte, pasividad política, adaptabilidad, etc.
luí situación económica y política del obrero contribuye a
que arraigue un. sentimiento colectivista, un espíritu de dis­
ciplina, la conciencia de la comunidad de intereses de clase,
Id sensibilidad política, la actividad y el espíritu , revolucio-

18 1
nario. Si bien es cierto que la conciencia ideológica del pro­
letariado se va forjando en él de un modo muy complejo y
lento, y, además, con el concurso obligado, de los represen­
tantes teóricos de la clase; su psicología de clase, en cambio,
se va formando espontáneamente en virtud de sus propias
condiciones de vida. El hombre asimila los hábitos y las
representaciones comunes .acMCa~*'dér‘s éf social que son ca­
racterísticas del medio social que le rodea, de un modq,_tan
natural y tan imperceptiblemente como el niño que asimila
su lengua nativa.,
¿Cuál es, desde el punto de vista del modo de reflejar
el ser social,;la'relación entre ideología y conciencia, social?
La conciencia social es la comprensión del ser social que
se pone' de manifiesto tanto en forma teórica sistemática
cómo en forma de “conciencia ordinaria” empírica. Un ele­
mento importantísimo dé dicha conciencia social es la psico­
logía social. En un sentido restringido, refleja las relaciones
sociales como algo íntegro e imbuido de un principio único.
Én este caso, los conceptos de “ideología” y “conciencia so­
cial” se apróximán,20 pero en el primer caso la ideología es
solo una parte integrante o, dicho con más exactitud: deter­
minado nivel de conciencia social; en el cual los modos de
reflejarse el ser son más variados, ya que combinan los refle­
jos directos e indirectos de las relaciones económicas y de
otros aspectos suyos.
Veamos ahora la cultura espiritual como conjunto de va­
lores espirituales y de otros frutos de la actividad cognosci­
tiva del hombre acumulados a lo largo de la historia de la
sociedad. En cuanto esfera más amplia de la vida espiritual
comprende la ciencia, la ideología (es decir, las formas ideo­
lógicas a las que corresponden las formas de conciencia so­
cial), la enseñanza, la educación, los hábitos, las costumbres,
las tradiciones, las creencias, etc., y se halla, sujeta no sólo
a la influencia directa e indirecta de las relaciones económi­
cas, sino también a la influencia indirecta de la producción.
En otros términos: en comparación con la ideología los
modos de reflejar el ser son aquí aún más variados que en
la conciencia social.

20 V. I. Lenin, ( Quiénes son los ”amigos del pueblo"?, en Obras


completas, ed. esp„ t. i, Ed. Cartago, Buenas Aires, 1958, p. 152.

182
El carácter específico de la ideología se manifiesta preci- -
sámente en que el ser social se refleja desde el ángulo de fot
intereses de determinadas clases.
En Jas sociedades divididas en clases antagónicas, además
de éstas, existen también diferentes capas sociales que impri-
THeíTsu huella en la ideología clasista. La desigual posición
social de las clases se pone de manifiesto éri su desigual parti­
cipación en las esferas económica, política, teórica, etc., de
IáTvida y en el diverso grado de influencia que experimentan
^or parte de los elementos de la supraestructura (Estado y
sus'insfituciónes, partidos políticos, organizaciones religiosas,
etc.). A consecuencia, de ..ello, surgen diferentes intereses, y
con Secuencia opuestos, entre las clases, lo que se deja sentir,
”a su vez, en la formación de los productos ideológicos. Lenin
3ecía; “ ,..e l problema se plantea solamente así: ideología'
burguesa o ideología socialista. No hay término medio (pues
la humanidad no ha elaborado ninguna ‘tercera’ ideología;
además, en general, en Ja. sociedad desgarrada por las con­
tradicciones de clase nuncai puede existir una ideología al
margemdedas-clases.ni, ppr^ncima..„de las clases)”.21
El grado de expresión de los intereses de ciases en las
distintas ideologías no es el mismo. Esto puede explicarse,
Cn parte, por el nivel de. desarrollo de las relaciones econó­
micas de la sociedad: el débil desarrollo de las contradiccio­
nes económicas y de clase da lugar a la existencia de partidos
y grupos con un programa político poco claro y, en conse­
cuencia, con una ideología, poco clara, confusa, como por
ejemplo la del “verdadero socialismo” en Alemania, o del
lolstoísmo en la Rusia zarista.
En el período de las revoluciones democráticoburguesas
la ideología de las capas sociales de oposición se presentan
con un carácter de universalidad, con lo cual se borran las
contradicciones de clase. En esencia, “cada nueva clase que
a ocupar el puesto de la que domino antes de ella se ve
S ada, para poder sacar adelánte los fines que persigue
si presentar su propio interés como el interés común de todos
los miembros “de Ja sociedad. . . ” 2Z En épocas de revolución
!1 V. I. Lenin, ¿ Qué hacer? cn Obras completas, ed. esp. cit.,
t. v, p. 391.
ía K. Marx y F. Engels, La ideología alemana, trad. de W. Ro­
ces, Ed. Pueblos Unidos, Montevideo, 1959, p. 50.

183
esta clase actúa como el portavoz consciente o inconscicnlt'
3<j_los intereses de todas las capas de oposición. Ella es In
que puede despertar el entusiasmo revolucionario de las masa»
populares., Asi sucede, por ejemplo, con la burguesía riacin-
nal de los países árabes a la que' se debe la ideología tic!
nacionalismo árabe. Al desarrollarse ulteriormente los anta­
gonismos dé clase, los círculos dirigentes difunden delibera­
damente la versión dé que su ideología es la. única verdadera y
nacional., Pero en realidad, ni es la única ni es universal,
sirio pura y simplemente la ideología de la clase dominante.
Bajo la bandera de “una posición al margen de los par­
tidos” y del objetivismo se presentan actualmente la mayoría
de los teóricos y dirigentes políticos burgueses. Así, por ejem­
plo, el sociólogo norteamericano Ralph Pieris, reprocha a lo.s
comunistas su intransigencia de clase y, como él dice, su
“sectarismo”, al seguir ateniéndose a las indicaciones de Marx,
el cual “exhortaba al partido obrero a preservarse de lo
que él llamaba la ‘influencia burguesa’ ” .23 (Pieris pone iró­
nicamente estas dos últimas palabras entre comillas). Sin
embargo, Pieris y sus compañeros de ideas no hacen ningún
reproche a los dirigentes socialdemócratas actuales. En los
nuevos programas de los partidos socialdemócratas europeos
aprobados en los últimos años, se sostiene unánimemente la
tesis de que el movimiento obrero no necesita mantener su
unidad por lo que toca a la concepción del mundo. En el
programa del Partido Socialista de Austria se dice, por
ejemplo: “El socialismo es un movimiento internacional que
no exige, en modo alguno una firme unidad de ideas. Los
socialistas, independientemente de que extraigan sus ideas
de los resultados de un análisis marxista o de cualquier
otro análisis social, o bien de principios humanistas o reli­
giosos, aspiran todos a un objetivo común.” 24 Naturalmente,
semejante “apartidismó” én él' terreno de la ideología del
partido “obrero” es una clara demostración de su depen­
dencia ideológica respecto de la burguesía.
Finalmente, degrado en que se expresan los .intereses de
clase. ei\. la ideología depende del carácter de la forma ideo-
23 R. Pieris, “Ideological momentum and Social equilibrium”, en
The American Journal of Sociology, 1952, vol. lvu, N o. 4, p. 345.
24 Cita tomada de la revista Kommunist, aúm. 3 de 1960, p. 95
(en ruso).

184
gica de que se trate. Cuanto más concreta sea la forma
«alógica (por ejemplo, las ideas, la política) tanto más acu­
sadamente se expresará en ella, el interés de clase, y al reves.
Seria incurrir en la más burda simplificación e l inter­
pretar el carácter de clase de la ideología en el sentido de
¿jue la expresión de los intereses de clase agota el contenido
de una forma ideológica.25 Algunas de ellas (por ejemplo, la
ideología política, las concepciones jurídicas y Jas ideas mo­
rales) expresan directamente determinados intereses de clase.
Por esta ra 2Ón, Engels y siguiéndolo Plejánov, llamaban a
sus exponentes ideólogos de primer orden. Pero incluso, en
este caso, no es importante el reflejo de la realidad objetiva
misma; lo que tiene un valor humano universal es precisa­
mente lo que se conserva en las ideologías progresistas de
Jas formaciones económico-sociales posteriores. En caso con­
trario, desaparecería toda posibilidad de una línea de con­
tinuidad en el dominio ideológico.
Por ejemplo, en d terreno d e ja s concepciones jurídicas,
nue expresan .en Jornia categórica los intereses de clase, es
‘posible descubrir, sin embargo, un entrelazamiento de ele­
mentos clasistas y no clasistas. Así, todo el derecho penal (y
cT derecho no es sino conciencia jurídica objetiviíada) per­
sigue las infracciones del orden social. La mayoría de los
llamados delitos penales generales constituyen un peligro para
la sociedad en su conjunto (asesinato, actos de bandidaje,
asaltos, pillaje, violaciones, etc.). La conciencia jurídica or­
dinaria (o, como dicen los juristas, la conciencia preventiva
común) y Ja conciencia teórica sistemática de cualquier
dase admiten que estos delitos deben ser castigados penal­
mente, pues ellos afectan! casi por igual a los intereses de
todas las clases. Por esta razón, es posible la aplicación par­
cial de los códigos penales burgueses en los países socialistas
durante el período de transición. El Ministerio dé Justicia
de la República Democrática Alemana promulgó en 1951
un código penal que contenía algunas disposiciones del código

- 5 A veces en la literatura marxista se encuentra el uso, perfec­


tamente legítimo, del concepto de “forma ideológica” en el sentido
de conjunto de fenómenos de orden supcrestructural. E n el presen­
te trabajo, nosotros lo utilizamos siempre en un único sentido: el
de "forma de la ideología”.

185
penal de 1872.SG En la República Popular polaca rigen lo-
davía hoy algunas normas del Código penal de 1932, sobrci
todo, en el capítulo consagrado a los delitos contra la pro­
piedad (con bienes sociales), y a los delitos contra la vida
y la salud, así como algunos otros.2627*En el periodo que siguió
inmediatamente a la instauración del nuevo régimen ni
todos los países de democracia popular siguieron en vigor Ins
viejos códigos penales con las modificaciones introducidas cu
ellos relativas al castigo de los delitos contra el Estado.
Pero, al mismo tiempo en el enjuiciamiento de los deli­
tos comunes por la conciencia jurídica (y por el derecho), a
diferencia de-lo que sucede en las ideologías más abstractas,
la orientación de clase se manifiesta con toda claridad. Esta
orientación se expresa, ante todo, en la defensa por todos
los medios de las relaciones sociales vigentes, es decir, de la
forma dominante de propiedad. Con esto se relaciona direc­
tamente también la definición de la personalidad jurídicu
que se defiende, y la cual no se extendía, por ejemplo, al
esclavo en la legislación romana. La conciencia jurídica feu­
dal no incluye en el concepto de personalidad jurídica feudal
a todos los súbditos del rey, o bien establece una diferen­
ciación dentro de este concepto. En el derecho burgués todo
ciudadano puede ■contar fonnalmene con la defensa de sus
intereses por parte del Estado; sin embargo, las diferencias
de posición social y económica convierten la igualdad, formal
en una desigualdad efectiva. Sólo en la sociedad socialista se
garantiza tanto la igualdad formal como la efectiva de todos
los ciudadanos ante la ley.
El carácter de clase de la conciencia jurídica *e expresa
en la definición de las normas para prevenir y castigar los
delitos contra el Estado; resulta así que algunos actos que
en una sociedad se consideran delictivos en otros no se con­
sideran así (la especulación, por ejemplo, no se persigue,
como es natural,-en la sociedad burguesa). Por último, el
interés de clase y las ideas políticas de los jueces tienen una
gran importancia xuando se trata de interpretar tas normas
juHdrcas vigentes, y lo mismo'puede decirse de la concepción
26 Derecho Penal de la Rep. alemana. Parte general. Gosivrizdat,
p. 19.
2T Derecho Penal de la República Popular polaca. Gosivrizdat,
1955, p. 109.

186
'■ ■
>
O A/ c- i- <■-■
Cs
mundo de los miembros de un tribunal a la hora, de
_ ' .yna sentencia.
En las ideologías de un orden más elevado el interés de
dase no slT manifiesta tan precisamente como' en el terreno
SBlco o moral. Sería ingenuo pensar que el contenido de
ase agota el contenido entero de formas ideológicas como
religión o la filosofía, y que este interés de clase consti­
tuye el único objeto de la generalización ideológica. Cuando
Sfñilíatikov redujo toda la filosofía a una expresión directa
dirías relaciones mutuas de clase, Lenin vio en esto un ab­
surdo.23
Tomemos_.por...ejemplo, la gnoseología que investiga las
leyes 3el conocimiento. El contenido es aquí, por supuesto,
no el interés de "clase, sino el proceso cognoscitivo mismo,
C&rr'ia' particularidad de.que la existencia de dos formas de
conocimiento—sensible y lógico^;—no tiene'nadaqné ver con
Iris clases y no ha sido nunca puesto en tela de juicio por
nadie. Pero en cuanto el filósofo fija su atención en las rela-
aoiTéilhntrfe. estas' dos formas y en sti importancia en el pro­
ceso cognoscitivo ,general, se entabla la lucha ideológica más
Bqconada. Y es evidente que el interés de clase no ocupa
nquí el. ultimo plano. ^Platón, por ejemplój negaba por com­
pleto el papel del conocimiento sensible. Cómo se desprende
de su Tratado La república, esto se explica.pon el desdén que
sentía p o r j a “plebe”. Por eT'cbfltrkrio, la aprehensión a
jfríori de las ideas;' qué es propia del filósofo y del gober­
nante, a juicio de'Platón, constituye precisamente el verda-
rt^d"conóamientó'. Eobre el sensualismo de los materialistas
ÍPañcesés influyeron el practicismo burgués y el modo realista
de pensar. Naturalmente, hay que tener en cuenta las in­
fluencias ideológicas, por ejemplo de Locke, la hostilidad de
los ilustrados franceses al idealismo de los pensadores de la
época feudal, el nivel de la ciencia alcanzado en el siglo
xvnr, etc. Pero la dirección que siguió la gnoseología de ellos
estuvo determinada por su interés de clase. No es casual que
el sensualismo gnoseológico conduzca en el terreno político al
socialismo, como lo demostraron Saint-Simon y Fourier. En-
gcls llamó a Locke hijo del compromiso de clase despuós de 38

38 V. I. Lenin, Cuadernos filosóficos, en Obras completas, ed.


nua, t. xxxvm, p. 489.

187
ia “gloriosa revolución” de 1768. La actitud política cln cm _
promiso se dejó sentir, en cierto modo, en las inconscctir-uplít
de Locke en su gnoseología (doctrina de las cualidades "[>f
m anas” y “secundarias”). Finalmente, la teoría marxisln M
conocimiento, al fundamentar por primera vez el prj
decisivo de la práctica en el proceso cognoscitivo, c \|ir
indudablemente la orientación revolucionaria d e la itlrnl
gía de la clase obrera.
Los ejemplos citados demuestran que los elementos de i'l#
se’y no clasista se entrelazan en las formas ideológicas il*
tal manera que el factor clcusista acaba por imponerse. J'\U
factor determina la tendencia, la orientación del desarrollo
de las concepciones- ideológicas.y la.:jnisión social fundaron»
tal de la ideología como forma específica de la actividad
espiritual.d&.la sociedad.
‘ Cada, forma ideológica refleja un objeto propio —íar­
mado históricamente—, o, dicho con más exactitud, en catín
una de las formas de la ideología se capta teóricamente tal it
cuáTasjMcte"ite'l"Sér %~da£'13ste puede ser la actividad poli-
Tica, jurídica, artística, espfrituár'o cualquier pira, pum
"en'todoá los casos el. carácter’de clase de la, ideología se ma­
nifiesta de distinto modo de acuerdo con los datos, específi­
cos de la forma ideológica de que.súfrate.
Él interés de clase sólo actúa directamente como, objeta
fundamental. de reflejo ideológico én las concepciones poli-
ticas y, en parte, en las jurídicas. En todos los demás casos,
el carácter de clase de la ideología se manifiesta en que todo
jZiidrnSno' se manifiesta aquí a través dél prisma del interés
dé'cláse. e
"Partiendo de semejante punto de vista, no podemos estar
de acuerdo con la opinión de V. P. Tugárinov, de acuerdo
con la cual la concepción de la ideología .como forma de
clase de la conciencia social es un tanto limitada y no co­
rresponde en absoluto al uso actual de este concepto. “Nos­
otros decimos —escribe Tugárinov—■ ‘ideología religiosa’,
‘ideología bélica’-, ‘ideología del humanismo’, etc. Por-supuesto
la religión tiene raíces de clase; ciertamente, el concepto de
ideología bélica comprende lo que, cada clase aporta a la
ciencia militar; naturalmente, cada forma histórica de hu­
manismo contiene un elemento de. clase. Sin embargo, al
utilizar estos conceptos no expresamos este elemento de clase,

188
la diferencia entre la religión y el modo profano, no
gloso, de pensar, la diferencia entre el modo humanista
«pensar y de comportarse, y el modo intolerante, antihu-
ilista, etc. Evidentemente, la ideología debe ser considera­
ra forma más amplia sin limitar forzosamente este con-
|)lo al darle un carácter de clase,” 19.
¿Estos argumentos no prueban más bien lo contrario?
)u6 significa contraponer la ideología del .humanismo a la
“logia antihumanista? Gomo hace notar el propio T u -
’nov, esta contraposición siempre es concreta. Por ejem-
o, se puede considerar la ideología imperialista, actual,
traponiendo a ella el humanismo burgués de otros tiempos
si humanismo proletario de nuestra época. Naturalmente,
uede contraponerse a toda la orientación humanista la
'entación del antihumanismo en su conjunto, después de
iderar estas dos orientaciones como ideologías de la
. illíma manera que se pueden contraponer las ideologías pro­
sistas y las reaccionarias a lo largo de todo el desarrollo
Ulórico. En este caso, queremos únicamente llamar la aten­
ción sobre un aspecto de cada una de las ideologias de clase
tic¡minadas y subrayar algunas peculiaridades generales en
IU desarrollo sucesivo, a saber: el humanismo. Con no menos
fundamento puede afirmarse que hay ideologias optimistas
y pesimistas, objetivas y no objetivas (ilusorias), revoluciona­
rlas y contrarrevolucionarias, populares y antipopulares, do­
minantes y no dominantes, etc. Todos estos diversos rasgos
Comunes unifican a diferentes ideologías de clase, o bien
Caracterizan a una y la misma ideología desde distintos án­
gulos. En todo caso no tratamos aqui de distinguir el fenóme­
no social especifico que constituye la ideología sino que nos
proponemos solamente señalar algunos aspectos de sistemas
diversos de ideas.
Pero cuando hablamos de ideología militar o religiosa, no
nos referimos en este caso al contenido, sino a la forma ideo­
lógica que corresponde a tal o cual tipo de actividad liistó-
rico-social de los hombres. A esto hay que agregar que la
ideología militar no puede ser considerada como una form a
ideológica especifica. En nuestros días, este concepto carac- 29

29 V. P. Tugárinov, Relaciones mutuas entre las categorías del


materialismo histórico, Leningrado, 1958, pp. 82-83. en ruso.

189
teriza, en las sociedades antagónicas, el contenido ideológico
del militarismo. La ideología militar imperialista no es *imi
una parte integrante •de la ideología política del imperlnll*
mo.1'
Se habla también de la “ideología de los movimiento*
nacionales” de la “ideología de la casta m ilitar prusiana”, (|p
la “ideología de W all-Street”, etc. Tpdo esto hace refetni»
cia a deienmnadas ideologías de clase, pero, subrayándose, en
eT presente caso, das. peculiaridades nacionales o históricas ile
cada una de ellas,. La ideología de Wall Street es,,la ideólo
gía del imperialismcTñorteamericano, en tanto que la iden
logia prusiana’ésTa d e 'la burguesía alemana, adobada con
vestigios de concepciones feudales y sazonada coii el nació
nalismo en su forma especifica “germana” .
Por lo que toca a la ideología como forma particul.n
de la actividad espiritual,*es un arma teórica de las clases, y
en ejlo estriba precisamente su función social principal.

*■

so Cf.- La ideología militar imperialista contemporánea, reco­


pilación de V. A. Vaslienko, Ed. rusa, Veenizdat, 1959, pp. 11-12.

190
h is t o r ic is m o M A R X IS T E
IV. EL
par
| talii

i
Dentro de la tercera generación de marxistas, Georg
Lukács, Antonio Gramsci y Karl Korsch constituyen sin duda
verdaderos clásicos cuya obra es preciso conocer y analizar
en profundidad.
En. losares autores_ seleccionados paja , este capítulo su
actividad- teórica estuvo profundamente ligada a su práctica
*“ilífica. Es' más, eri todos ellos la preocupación fundamental
S i gq pen^mift^th ..es la vincidadffi“''g§lre'¿Ká'"'CTitre teoría y
graxis.w.,..
Él triunfo del octubre rojo de 1917 va a ejercer una in­
fluencia decisiva en la actividad de los tres pensadores. En
mayo de 1919 Antonio Gramsci y un pequeño núcleo de in-
i telectuales marxistas, fundan el periódico L ’Ordine Nuovo
I con la finalidad de ofrecer una orientación teórico.política a
los trabajadores de Turín. En el mismo año. LrtilíScs desarro­
lla una intensa actividad política ^¡en.do_ nombrado ..cornisa-,
rio del pueblo en el Ministerio de Instrucción Public^, du­
rante la efímera República Húngara, de los Consejos. Karl
Kfeióh, por su parte, desarrolla desde 1919 una fecunda par-
ticipaciórf'gdítica que va a cuímiiíár en su nombramiento
cÓino ministro de Justicia de Turingia en .1923 al. calor de
los^rómétedorés comienzos "de la" revolución alemana.
La convulsionada vida política de la Europa de los años
veiníe^n^uáñTjSÓT&rí^eñte^ a los autores mencionados en
este' capítulo. Las vicisitudes del trabajo político y su con-
■tifción dé"iíitelectua]es revolucionarios hará que sus caminos
se separen adoptando orientaciones diferentes y a veces con­
tradictorias. Sin embargo la riqueza de . sus obras seguirá
alumbrando las investigaciones teóricas y las luchas políticas
de las generaciones siguientes.
La producción intelectual de Lukács, Gramsci y Korsch
va a ser objeto de profundos análisis posteriores. En algunos
casos, como el de Gramsci, su producción teórica se va a
transformar en el centro de interés intelectual fundamental
un los últimos años tanto en Europa como en los Estados
Unidos, probablemente debido a su importancia estratégica
para los proyectos políticos de cambio en las sociedades capi­
talistas avanzadas. La obra de jGrajiiscr constituye en la ac-

193
tu¡üi^d--un verdadero catalizador de la confrontación ti*
interpretaciones del marxismo.
El pensamiento de Lukács ha suscitado aguda polcniim
al interior del marxismo y sus influencias han sido significa
tivas en la intelectualidad europea y norteamericana, l.oi
aportes teóricos de Korsch no han tenido la misma sucrliv
Su obra no ha sido divulgada con la misma amplitud rjiii’
la de Gramsci y Lulcács, fundamentalmente debido a li r i
causas: a) su alejamiento de. la actividad política miiitanlt',
b) el carácter profundamente crítico de su pensamiento y, i )
lo reducido de su obra, en comparación con los otros autoiv»
seleccionados.
Hay pues, indudables diferencias entre la obra de Lukárs,
Gramsci y Korsch; sin embargo, pese a todo, hay una pode­
rosa base en común: los intentos siempre renovados de gene-
ra ru n pensamiento crítico, libre, al margen de.toda limitación
dogmática. Gramsci, Lukács y Korsch son en cierta medida
"valores representativos de una corriente que se rebela, _carta
cual a su medida y cada quien "a su modo, contra las res­
tricciones agobiantes de una ortodoxia marxista que en ve/.
■de recrear el pensamiento de Marx lo castra transforman-
.jdojo en dogma.
Hay quienes han ubicado la obra de Lukács, Gramsci y
Korsch bajo el título de “El izquierdismo teórico”, haciendo
referencia al carácter crítico que los tres comparten. Hemos
preferido no utilizar esa terminología porque a juicio nuestro
la palabra “izquierdismo” está marcada de una connotación
ideológica peyorativa y no expresa, realmente la posición de
los autores. Por otra parte, consideramos cuando menos in­
suficiente, el apelativo de “teóricos” para intelectuales revo­
lucionarios que se preocuparon en forma constante de vincu­
lar estrechamente teoría y práctica. Llamar “izquierdista teó­
rico” a Gramsci, quien a pesar de la sórdida sentencia del
juez que lo instó a “detener ese cerebro por los próximos
veinte años”, fue capaz de escribir los Cuadernos de la cárcel
en las circunstancias más adversas, es, cuando menos, una
aberración. Estamos conscientes que el rótulo de “historicis-
tas marxistas” no está libre de errores y riesgos, pero lo he­
mos escogido porque estamos convencidos que representa más
exactamente el carácter fundamental de sus obras y lo. medu­
lar de su pensamiento.

194
La concepción de la historia en la relación teoría-praxis;
objeiividad-su bjetioidad
Si compartimos las tesis de Marx referentes al condicio-
linimento social_.de las ideas, en otras palabras que “ . ..
todas las ideas teóricas que brotan en la historia, sólo pue-
tlFn emprenderse citando sé han comprendido las coadicio­
nes materiales de vida "de la época en que sé trátá”, habrá
jttue
i----—aceptar
------ que
’ — ja-historia
- --------- del
— pensamiento marxista ha
--------------- ------
en la que se na desenvuelto, esta anrmacion tan general, que
podría parecer a simple vista una perogrullada, no lo es, si
■e toma en consideración que muchos venerables y respetados
marxistas han olvidado esta cuestión cuando se esfuerzan por
presentar un desarrollo unilineal del marxismo, sin retroce­
sos, sin evoluciones, sin quiebres, justificando esa aguda sen-
ten ia de Weber en 1921 de que: “La concepción materialista
tic la historia no .puede ser comparada a un coche de caba­
llos al que se puede subir o del que se puede descender a
voluntad; pues una vez que se ha penetrado en ella los re­
volucionarios mismos no son libres de abandonarla.” 1 La
concepción. materialista de la historia debe ser aplicada’con­
secuentemente a la propia evolución del marxismo.
' “ ETmarxismo nace en el período comprendido entre 1843
y Í85l7, cuando'Fúropa se convulsiona con las últimas ólea-
dáT de 'lás revoluciones burguesas y comienzan a brotar las
manifestaciones específicas de la conciencia de clase prole-
tiyíá.. Este período decisivo en la conformación de la socie­
dad burguesa va a permitir el surgimiento de un pensa­
miento nuevo, dialéctico, .intensamente crítico y de profundas
f&ices’liBertárias. La su b id l a! poder de Napoleón I I I y la
n?frota de la revolución ,de;:18481 va a convertir a la bur­
guesía.—antes revolucionaria— en clase dominante Intere-
lada’eri mantener.y conservar sus privilegios de clase amena-
zados^por la irrupción del movimiento revolucionario del
¡Jroletariado. Ahora bien, es un hecho que después de toda
denrota la política adopta siempre la forma de un problema
b resolver. ¿Cómo resuelve la clase obrera su derrota en la

1 Franz Jaiubowsky, Las superestructuras ideológicas en la con­


cepción materialista de la historia, Alberto Corazón E ditor, M a­
drid, 1973, p. 183.

195
revolución de 1848? Parece ser claro que ^los_resultados di*
1848 inician un profundo cambio en la manifestación pulí
5ca,d^]a-cTáse obrera marcando. un deslizamiento desde 1m
posiciones revolucionarias hacia las orientaciones sindicalisí.n
y socialdemócratas que se integran paulatinamente al onlrti
existente. ' '' ' ‘‘
Los acontecimientos de 1870 en la Comuna de París, smi
sin duda interesantes desde el punto de vista de la presenei.i
■—ya imposible de ignorar— de la clase obrera como prohi
gorrista de la. historia, sin embargo, no van a significar nú*
que una brillante interrupción en ese largo período de inir
gración del movimiento revolucionario de la clase obrera .i
las estructuras del capitalismo europeo.* “Es palmario que
esta integración del movimiento socialista en el orden social
del capitalismo occidental debía influir en la estructura de
pensamiento de-aquel movimiento, aunque continuara pr<v
clamando su lealtad a la obra política y teórica de Marx.’1
Este largo período de paulatina integración de la clase
obrera al orden capitalista, mantenido hasta la crisis de
1905 en Rusia, se va a traducir a nivel de la teoría y el
pensamiento marxista- en un sistemático abandono de la
dialéctica y su transformación en una ciencia contemplativa
de marcado carácter positivista. El hecho de que el interés
histórico ya no se fijase sobre lá dinámica de los procesos
revoluciónanos sino en el funcionamiento interno dsl capi­
talismo influyó en la transformación dé la teoría__en_ un. obje­
to académico, desvinculado de la práctica política.
Gomo la situación histórica real del proletariado no con­
validó las xpectativas más optimistas del marxismo del si­
glo xix, muchos socialistas buscaron algo así como una sal­
vación fatalista en la persecución de la “verdad científica";
y la ciencia misma se transformó en artículo de fe entre los
sector s de conducción de la Segünda. Internacional, con un
abandona de la base dialéctica d el.pensamiento de . Marx y

* M arx y Engels mostraron claramente esta tendencia intc-


gracionista del proletariado europeo al criticar las reivindicaciones
reformistas de la socialdemocracia alemana de los programas de
Gotha (1875) y Erfurt (1891).
2 Luden Goldmann, "Reflexiones sobre historia y conciencia de
clase”, en Aspectos de la historia y la conciencia de clase, unam ,
fcpys , Serie Estudios, No. 32, p. 88.

196
ni Jransforrnación en una suerte...de.-determinisomo económi-
y cientificismo místico.
* La fdrrnulacíónde un marxismo de carácter .positivo, an-
Üdiaiéctico. significaba eñ Jos .hechos una completa desvincu-
íón dé Ja teoría con la práctica, cuestión que había hecho
S pensamiento de Maix una superación efectiva de los
¡Memas filosóficos anteriores. Porque para Marx la teoría
Jio constituye una simple suma de conocimientos que más
" ^ f c i ^ P ^ t i c a es capaz de aplicar a. la realidad cantil
lente, Muv por el contrario, la práctica transformadora, será
Tara Mane ., una práctica consciente y la conciencia
*crá compren dida ..como un elemento decisivo de la prácti- ■
ca, como su componente necesario y como condición previa
(¡Toda transformación de la realidad. :
Esta orientación estrictamente reflexiva del conocimiento,
que le imprimieron al marxismo teóricos como Kautsky, Ple-
jánov, Hilferding, Bujarin y en cierta medida él propio En-
gels resultaba completamente contradictoria a los principios
dialécticos que Marx había utilizado a lo largo de sus obras.
¿Cuán extrañas habrían aparecido al propio Marx las
afirmaciones hechas por Hilferding en el prefacio a su Ca­
pital financiero?: “Al igual que la teoría, la política del mar­
xismo está exenta de juicios.de valor. Por ello es equivocada,
aunque esté muy difundida intra et extra muros, la opinión
que identifica simplemente como un sistema científico, o sea,
haciendo abstracción de sus efectos históricos, el marxismo no
Bl más que una teoría de las leyes del movimiento histórico
de Ja sociedad, formuladas por la concepción mancista de la
historia en términos generales, y aplicadas por la economía
inanxista a la época ,de la producción de mercancías. El so­
cialismo es el resultado de tendencias que se imponen en la
sociedad productora de mercancías. Sin embargo reconocer
ti valor del marxismo, lo cual implica comprender la necesi­
dad del socialismo, no significa, de ninguna manera, emitir
juicios de valor ni tampoco dar instrucciones para el com­
portamiento práctico.” 3
¿Cómo entender los planteamientos de Hilferding a la*

* Rudolf Hilferding, El capital financiero, citado por K arl Korsch -1


en Marxismo y filosofía, Edit. Era, Colección El Hombre y su Tiem ­
po, México, 1971, p. 40. [las cursivas son nuestras].

197
luz de las Tesis sobre Feuerbach, en las que Marx nfíilillb
“La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misliMln
que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran Mi
solución racional en la práctica hum ana y en la comprimí
sión de esta práctica” ?* Esta interpretación ciéntificista (Isl
pensamiento de Marx que lo presentaba como una vuljJBP
suma de conocimientos desvinculados de toda realidad polllfi
ca no podía más que corresponder a los intentos deliber/ultu
de quebrar esa relación indisoluble entre teoría y prát'llPA
que constituye la característica fundamental del matcviiilln
mo marxista.
Quebrada la unidad dialéctica entre teoría y práctirn gl
pensamiento de M arx quedaba transformado en una doctrina
objetiva y científica de.las leyes de evolución de la sociedad,
cuestión mucho más aceptable para toda la intelectualidnil
burguesa. El socialismo quedaba así convertido en una mi*
sión ética individual que se basaba en la inexorable marrln»
de la historia.
Los defensores de este marxismo positivista, antidialóri ¡
co, mecanicista y e n gran medida dogmático, dedicados a In
tarea de descubrir las leyes universales y objetivas de la mar
cha de la historia y la sociedad,; ñ o sólo .rompían la unidad
dialéctica entre teoría' y práctica, sino que también modifi­
caban la base misma de la concepción de la liistoria hecha
por Marx.
Al intentar construir modelos formales, lógicamente con­
sistentes, que fuesen capaces de predecir la evolución de Ja
historia, mediante la formulación de leyes universales y re­
gularidades empíricas, lo único que se conseguía según la
genial observación de Gramsci, era transformar la esencia
revolucionaria del marxismo en una forma antihistórica de
evolucionismo chato, que dejaba al margen todo el valor de la
.voluntad social de cambio y transformación. En otras pala­
bras, la capa dirigente de la Segunda Internacional (1889-
1914) concebía el desarrollo histórico como un conjunto de
principios capaces de ser formulados objetivamente, que con­
ducían ineluctablemente hacia el camino de la revolución
proletaria.i

i KarI Marx, Tesis sobre Fcuerbach, en Obras escogidas de


Marx-Engels, Edit. Progreso, Moscú, tomo n, p. 403.
lista concepción dél desarrollo histórico dejaba de lado.
al elemento consciente, la voluntad humana, el aspecto sub-
Jdllvo, en otras palabras dejaba de lado el valor de la prác-
llrn revolucionaria como elemento transformador y creativo
do la nueva sociedad.
Contra esta tendencia dentro del marxismo, van a reac­
cionar Lukács, Gramsci y Korsch, desde perspectivas dife­
rentes, con tratamientos temáticos diversos y con resultados
lie no permiten una sobreposición mecánica, pero que man-
3 Onen importantes elementos en común. Podríamos afirmar,
i]Uc gp .los pensadores seleccionados' en este capitulo existe el
litlcrés de retomar o recuperar las Ijases .dialécticas. del peri-
iiunieñtó'"ReTiSañTTir quéTcle alguna manera los ubica den-
iro_de .una..línea, contraria,, a ,1a ortodoxia marxista que se
Consolidó en los tiempos de la Segunda Intemadonal y que
.JU!' auáa’ continúa vigente hasta nuestros días en muchos
mnrxístas contemporáneos.
~El triunfo y la cónsoiidadón del 'primer proyecto político
de la clase obrera que se materializó en la Rusia de 1917
r,onstituyó el elemento catalizador frente al cual orientó sus
preocupaciones la mayoría de la intelligentsia occidental de
principios de siglo.
La revolución rusa hada un mentís a todas las inter­
pretaciones evolucionistas y mecanicistas del marxismo; Los
hechos históricos —siempre más porfiados que cualquier
teoría— habían lanzado por la borda los análisis teóricos
legún los cuales la historia de Rusia debería haber marcha­
do según los cánones dél materialismo histórico.
El joven Gramsci pletórico de emoción.por el.triunfo del
movimiento revolucionario, en Rusia, escribe en enero de
"1919 un artículo titulado La revolución contra “El capital”
en el que aplaude la revolución triunfante y señala —en
comentarios quizá un poco aventurados— que constituye en
los hechos una revolución contra El capital de Karl M arx:
“Y, sin embargo, también en estos acontedmientos hay, al-
KUna fatalidad,~y si los bolcheviques reniegan de algunas
Iifinnaciónes de E l. capital^ no reniegan, en cambio de su
fwnsainiento inmanente, vivificador. Nó son ‘maixistas’, y
r.ao es todo; no han levantado sobre las obras del maestro
una exterior doctrina de afirmaciones dogmáticas e indiscuti­
bles. Viven el pensamiento marxista, el que nunca muere, que

19 9
es la continuación del pensamiento idealista italiano y «i*»
mán y que en Marx se había contaminado con incrusta* litj
nes positivistas y naturalistas. Y ese pensamiento no .ttldll
nunca como factor máximo de la historia los hechos iti m
nómicos en bruto, sino siempre el hombre, la sociedad d i" /i'l
hombres, de los hombres que se retinen, se comprendent
desarrollan a través de esos contactos (cultura) una volutiltili
social, colectiva, y entienden los hechos económicos, los jtit"
gan y los adaptan a su voluntad hasta que ésta se conniel tf
en motor de la economía, en plasmadora de la realidad obp*
tina, la cual vive entonces, se mueve y toma el carácter <1*
materia telúrica en ebullición, canalizable por donde la
luntad lo desee y como la voluntad lo desee." 5
Según el joven Gramsci, el futuro no podía ser el resalla­
do de la aplicación de la voluntad humana al material his­
tórico disponible, la predicción de los sucesos históricos nu
podía desprenderse de la formulación de leyes uniforme»
concebidas a priori, como pretendían, hacerlo aquellos <|iii*
Gramsci llamó “teóricos bizantinos del marxismo”,* es deni
quienes se empeñaban en valorizar la teoría por sí misni:i,
como un pasatiempo que no tiene a la acción como encuadn'
de referencia.
Posteriormente en los Cuadernos de la cárcel, del Grams
ci ya maduro, esta idea se mantendría invariable: “ .. .
la existencia de condiciones objetivas, de posibilidades (le
liberación, no es suficiente; es necesario ‘conocedlas’ y co-
utilizarlas. Y querer utilizarlas. En este
sentido, el hombre es voluntad concreta, vale decir la apli­
cación efectiva de la voluntad abstracta o del imjíulso vital
hacia los medios concretos a través de los cuales se realizará
esa voluntad”.®
. La . revolución ru sa , había demostrado con claridad
que los métodos científicos de conocimiento no pueden mar­
char separados de la voluntad transformadora de los hom-1

1 Antonio Gramsci, La repolución contra- “SI capital", en Anto­


nio Gramsci: Antología, de Manuel Sacristán, Siglo X X I, 1974, pp.
34-35 [las cursivas son nuestras].
* Véase Contra el bizaniinismo, en Antonio Gramsci, Cuadernos
de la cárcel, c, xiv, pp. 62-63.
8 Antonio Gramsci, El estudio de la filosofía, en Cuadernos de ¡a
cárcel.

200
brea. Ahora bien, esa voluntad de cambio debía además, sefN
Consciente, y a ' que és''imjTdiiBle concebir el salto del reino >
de j a necesidad al reinó de la libertad si los oprimidos no \
Wtán conscientes de la necesidad de ese cambio,........ ... . J
El problema del rei o de la libertad, o más específica­
mente la transición de la vieja a la nueva sociedad, va a
preocupar profundamente al joven .I^ikács, que en el apogeo
de la República Hiíngara de los Consejos escribe un vehe­
mente ensayo en el .que .plantea ...que el reino de la. libertad
significa suite Jodo, la liberación de todos lo s. hombres de
Ja dominación por las leyes ciegas „del...mercado, por los
valores d i' cambio/ La organización socialista de la píodttc-
íTón instituirá la dominación de la vida social por motiva­
ciones humanas y no por exig ncias mercantiles/
A mbos pensador s pr ocupaba por tanto el problema
de la valoración de los factores subjetivos en la gestación de
la nu va sociedad. La teoría no debería...tener., una relación
tangencial con la voluntad de transformación expresada en
la práctica revolucionaria, debía ser más bien la expresión
intelectual del proceso revolucionario mismo.
Las "relaciones entre el ser y la conciencia serían tam­
bién una piedra de toque de Lukács, Gramsci y Korsch, que
los enfrentaría a los marxistas dirigentes de la Segunda In ­
ternación L
En 1923 Georg Lukács publica Historia y consciencia
tle clase, Korsch Marxismo y filosofía. Los dos escritos se­
ñalarían un hito al interior del pensamiento marxista y serían
objeto de aguda polém ca entre los intelectuales revolucio­
narios de la época.
Tanto en Lukács como en Korsch, la, preocupación . fun­
damental es rescatar el núcleo originario del pensamiento
de Marx, tergiversado, codificado, transformado por los
epígonos socialdemócratas en una suerte de materialismo na-
lur^L^áj.TSÓialéctico. Ambos se nieg n a aceptar la sepa­
ración tajante, entre ser v pensar, entre, sujeto .y. objeto^ entre
hechos v valores. Est separa ión. estricta entre ser, y ...con­
dénela, que postulaEa que el pensamiento q..Ía conciencki
debían deducirse o comprenderse como u n .reflejo, de..la.,rea-
7 Georg Lukács, El papel de la moral en la producción com u­
nista, citado por Michael Lowy en Para una sociología de los inte­
lectuales revolucionarios, México, Siglo XXI, p. 175.

201
lidad material,_ conducía, a juicio de ambos, a la fornnil#»
ción del más simplón de los materialismos, cuestión alwolil*
támente extraña a cualquier intención de. Marx.
El" realismo ingenuo de la teoría del reflejo, que milicia
a las ideas y a la conciencia a simples reflejos de fuei / it
históricas objetivas, conducía necesariamente a un clcrriu
enfrentamiento entre materialismo e idealismo, voluntatiimii
y determinismo, primacía del objeto sobre el sujeto Mr
que en el fondo nada arrojaba de nuevo y por el contrarío
oscurecía los aportes de la dialéctica hegeliana que tan bien
había sabido- aprovechar Marx.
jjukács proponía —en los primeros capítulos de Histm ¡<t
y consciencia de clase— una téoría dialéctica_que quitaba
toda necesidad de. continuar con la polémica entre mate
tialismo y espiritualismo, que por lo demás tenía antiqub.i
mas raíces en. la historia de la ’filosofía. La solución estábil
en.-Ha.optar necesariamente por una o por otra concepción,
sino en trascender el campo de la disputa, cósa que sólo
podía.,lograrse concibiendo a la práctica como la unión
■concreta de pensamiento y realidad. El divorcio entre ser v
pensar, la fajante separación éntre materia y .'espíritu se
disolvía én la unidad dialéctica entre sujeto'y objeto o c*n
otras palabras en la unidad entre teoría y práctica.
El pensamiento y el ser son efectivamente distintos, pero
al mismo tiempo juntos forman una unidad imposible tlr
desconocer, tal como lo habla planteado Marx en sus Ma­
nuscritos económico-filosóficos del 44: Sin embargo el pen­
samiento en tanto que parte del ser humano, no se. sitúa
fuera del ..procesmlhístóríco. Su tarea deja de ser juram ente
contemplativa, como en la teoría del reflejo. Será el pen­
samiento mismo, o en otras palabras la conciencia la que
intervenga como factor decisivo de la transformación his­
tórica.
La conciencia venía a ser concebida así de manera total-
mente'cfiferente a como lo hiciera él positivismo científico
•: de finales del siglo xix, y la ortodoxia mafxista de la Segun-
' da Internacional. Lejos de asignarle un papel contemplativo
■a la conciencia, lejos de “reflejar” simplemente los hechos
•fusESncds, "la . conciéhcí|,'. transfomiaba la situación histórica
la que se integra. Así entonces l«ij^e_era.concebido^como
ruptura entre, teoría y práctica se convierte en una unidad

202.. , . ■ = r i-
dialéctica como elementos integrantes de una totalidad: la
Sutoria.

positiva y contemplativa, y deviene éri método crítico y

«B ino hacia eljconoramiento, pero principalmente objeto


tic* transformación.
“La dialéctica materialista es una dialéctica revolucioná-

Ontre conciencia y realidad. “Sólo si el paso a conciencia


Significa el paso decisivo que el proyecto histórico tiene que
il.tr hacia su propio objetivo, compuesto de voluntades hu­
manas, pero no dependiente de humano arbitrio, no inven­
ción del espíritu humano; sólo si la función histórica de la
teoría consiste en posibilitar prácticamente ese paso; sólo
li está dada una situación: histórica en la, cual el correcto
conocmiento de la sociedad resulta ser para una clase.con­
dición inmediata de su autoafirmacióri en, la. lucha; sólo si
para esa clase su autoconocimiento, es. al mismo tiempo un
conocimiento recto de la entera sociedad; y sólo si, consi­
guientemente, esa clase es al mismo tiempo, para ese cono­
cimiento, sujeto y objetó del conocer ' y la teoría interviene
de este modo, inmediata y adecuadamente en e proceso de
lubversión de la sociedad: sólo entonces es posible la unidad
tic la teoría y la práctica, el presupuesto de la función re­
volucionaria, de la teoría.” 8
Es indudable que este intento de recuperación de Marx
(¡ue se propone el Lukács de Historia y consciencia de clase,
citó formulado en. términos hegelianos. La identificación
liogeliana de sujeto y objeto se traduce en Lukács en la trans­
formación revolucionaria a que da lugar el sujeto al tomar
conocimiento de sí mismo (a l. adquirir conciencia revo­
lucionaria) .
Esta concepción del conocimiento dialéctico como iden-*

* Georg Lukács, Historia y consciencia de clase, Edit. Grijalbo,


México, 1969, p. 3 [cursivas del autor]. ■

203
tficación del sujeto y el objeto, va a llevar a Lukács a i
chazar las tesis de Engels sobre la extensión del mélmlij
dialéctico a la naturaleza, desarrolladas en su Anti-Dühfing
y en la Dialéctica de la naturaleza. El método marxista dclilft
estar.,limitado a la realidad históricb-sOcíal, cualquier ¡ni cu.
to de hacerlo extensivo á las ciencias dé la naturaleza sólo
podía traducirse en una transformación del marxismo en
ürf mero mecanicismo omniinterpretativp, ,con el evidciiln
peligro dé quebrar lo esencial del método dialéctico: su in»
tención'’ transformadora,
Lukács afirma: “Esta limitación del método dialéctico u
la realidad histórico-social. es muy importante. Los equívn
eos dimanentes de la exposición engelsiana de la dialéctica
deben. esencialmente a que Engels —siguiendo el mal ejem­
plo de Hegel—• amplía el método dialéctico también al
conocimiento de la naturaleza. Pero las determinaciones de­
cisivas de la dialéctica —interacción de ; sujeto y objeto,
unidad de teoría y práctica, transformación histórica del
sustrato de las categorías como fundamento de su transfor­
mación en el pensamiento etc.— no se dan en el conocimiento
de la naturaleza.” 8
Al plantear Engels que la dialéctica es “la ciencia do
las leyes generales del movimiento y de la evolución de l.t
naturaleza, de la sociedad humana y del pensamiento” existe
el peligro evidente de transformar el núcleo del.pensamiento
de Marx en. un Corpus filosófico-científico, en un sistema
omniabarcante, cuestión bastante lejana a las pretensiones
del propio Marx.
Lukács insiste en la recuperación de las idq^is básicas
de Marx, cuando concibe a las ciencias de la naturaleza y
a la técnica basada en ellas, como elementos del conjunto
histórico-social que deben ser explicadas a través de la teoría
dialéctica de la historia. Todo intento de llevar las cosas
más allá sentaba las bases de un nuevo materialismo dt:
típico carácter . metafísico.
Las tesis de Historia y consciencia de clase y de Marxismo
y filosofía, van a ser objeto de las críticas más duras por
parte de la dirección de la Internacional Comunista a través
de Bujarin y Zinoviev. Durante el año de 1925 Lukács y

D Georg Lukács, Historia y consciencia de clase.


Kofseh se van a constituir en el blanco fundamental de las
^Críticas de la ortodoxia marxista. En julio de 1924 Prauda
los tacha de revisionistas e idealistas y les recuerda como
postulados filosóficos fundamentales la teoría del reflejo y
■Iñ. dialéctica de la naturaleza.
Posteriormente en la década de los treinta, Lukács re-
Chazará sus tesis de Historia y consciencia de clase y publi­
cará su Autocrítica en 1934 en las que reconoce haber equi-
! vocado el camino y haberse dejado llevar por un excesivo
voluntarismo. Por su parte Korsch publicará su Anticrítica
en la que responde a las acusaciones de ultraizquierdiszno
de las que había sido objeto.
Es difícil afirmar si las tesis de Historia y consciencia de
clase y Marxismo y filosofía, influyeron en el Gramsci re.
Cluido en la cárcel, privado de biblioteca y de todo lo último
que producía el pensamiento marxista, lo cierto es que en sus
Ciúticas a Bujarin manifiesta grandes afinidades con las
posiciones de Lukács y Korsch fundamentalmente en lo re­
ferente a la orientación mecanicista-evolucionista que se había
dado al marxismo. Lo cierto es que tanto en Lukács, en
Gramsci como en Korsch, existe la intención evidente de
recuperar" Tai" bases dialécticas dél .pensamiento de Marx,
tarea en la cual los tres deben necesariamente luchar contra
las tendencias economicistas, positivistas de un marxismo
que desvirtuaba las bases mismas de las, proposiciones origi­
narias de Marx.

Lukács, Gramsci y Korsch y el problema de la ideología


De la misma manera como sus estudios sobre los pro­
blemas del método, de la relación teoría y práctica, de las
vinculaciones entre ser y conciencia e incluso los análisis
críticos contra la ortodoxia marxista de la II Internacional,
no pueden ser sobrepuestas en los tres autores seleccionados,
el problema de la ideología también va a presentar dife­
rencias de tratamiento e incluso de enfoque ya sea en Lukács,
on Gramsci o en Korsch.
Pese a esto, en los tres encontramos un rechazo categó­
rico a todas las formulaciones de la ortodoxia marxista que
sostenía que tanto la cultura, como la política y la idealo-

205
gía debían • ser comprendidas como un reflejo de la hmt
natural.
Gramsci es meridianamente claro ál respecto cuando
afirma: “El postulado esencial del materialismo histórin»,
que asevera que toda fluctuación política e ideológica pucdí
ser presentada y expuesta como expresión inmediata de lB
estructura (es decir, de la base) debe ser considerado i»tj
teoría como infantilismo primitivo, y combatido en la prac­
tica con el auténtico testimonio de Marx.” 10
El asunto de la superestructura en general y de la iclrn
logia en particular, será objeto de, aguda preocupación iln]
Gramsci de los Cuadernos de la cárcel. El pensamiento
marxista no había profundizado lo suficiente en el análisis
de las nuevas formas de control ideológico que utilizaba ni
capitalismo para el mantenimiento y la perpetuación de sin
estructuras. Todo , parecía relegarse al estudio de las fomini
de dominación, directamente inmersas en la esfera de lo
producción? En esta gigantesca tarea de restauración <Ir|
marxismo por un lado y.de enriquecimiento teórico por otro,
Gramsci distingue entre dos formas fundamentales del con
trol político: las d e . dominación (fuerza y coerción físiru
directa) encargadas de la represión en sentido estricto; y
las de dirección (control y dominación ideológicos) encarga­
das de la obtención del consenso necesario para el funciona­
miento de la democracia burguesa eii todas sus variantes.
Según los análisis de Gramsci, ningún estado podría
sostenerse invariablemente sobre sus aparatos represivos. Tar­
de o temprano era preciso que generara formas de obten­
ción de legitimidad y consenso, de parte de las clases subal­
ternas. En ese sentido el estudio y análisis del complejo sistema
de instituciones que componían lo que metafóricamente
Marx había llamado superestructura se hacía cada vez más
necesario. Los sindicatos, las escuelas, la familia, y todas las
instituciones vulgarmente llamadas privadas, tenían entonces
una importancia transcendental en el estudio de las formacio­
nes sociales. De. tal manera que una j i e r las, etapas, funda­
mentales de la lucha revolucionaria era el combate ideoló­
gico. Sin embargo, la ortodoxia marxista seguía” aferrada a

10 Antonio Gramsci, Problemas del marxismo, en Cuadernos de


la cárcel.

206
la teoría del reflejo y a la determinación económica de las
¡3eav$n. valorar la importancia de jas formas dé "córtemela”
locial.
Karl Korsch se rebela también contra esta manera inge­
nua y dogmática de concebir tanto las relaciones entre el
icr y la conciencia como las vinculaciones entre base econó­
mica y superestructura. Las formas de conciencia, las ex­
presiones ideológicas no son de ninguna manera vulgares
quimeras que. se generan en la cabeza de los hombres corno
un simple reflejo de la realidad económica. Muy por el
Contrario, las expresiones superestructurales son expresio­
nes sociales "muy prácticas” y “muy objetivas”, a las cuales
tólo se puede enfrentar de una manera también práctica y
objetiva. “Solo desde el punto de vista ingenuo y metafisico
del sentido común burgués se considera al pensamiento como
Oigo autónomo respecto del ser y se define la verdad como
la concordancia de la representación con un objeto situado
fuera de ella y que se ‘refleja’ en ella, y sólo ese punto de
vista puede sostener que, si las formas de conciencia eco­
nómicas (es decir, las ideas económicas de la conciencia
precientífica y extracientífica de la economía científica), tienen
una significación objetiva, puesto que a ellas corresponde una
realidad ( la realidad de las relaciones materiales de producción
que ellas captan), todas las formas de conciencia más elevadas
no son más que lucubraciones sin objeto, llamadas a disol­
verse una vez revolucionada la estructura económica de la
sociedad y abolida su supraestructura jurídica y .política en
la nada que en el fondo siempre ha sido.” 11
Es absurdo que el pensamiento maixista insista en plan­
tear ideas filosóficas ya superadas por la propia práctica de
la historia. Lo que deberá ser criticado y en último término
transformado es la estructura total de la sociedad burguesa.
'Podas las ideas jurídicas, políticas, religiosas, etc., que con­
forman la estructura espiritual de la sociedad burguesa de­
lira n ser criticadas teóricamente y transformadas práctica­
mente por la crítica revolucionaria de la sociedad del socia-
linno científico, materialista-dialéctico, que abarca la totalidad
«le la realidad social, del mismo modo que es objeto de esa

11 ICarl Korsch, Marxismo y filosofía, Editorial Era, México, 1971,


|«l». (>5.

207
crítica la estructura económica, jurídica y política ilr l|
sociedad, y al mismo tiempo que ésta.12
Korsch combate esa tendencia del marxismo vulgar A
adoptar una actitud puramente negativa frente a la rrnll»
dad de la ideología, tendencia qué el propio M arx liabÍA
enfrentado con mordacidad, particularmente en su polémie#
con Proudhon sobre la cuestión de si el proletariado dcliU
limitar su acción a la lucha económica directa.
Retomando el pensamiento de Marx, fundamentalnm 11ri
expresado en las Tesis sobre Feucrbach, Korsch afirma: “11im
práctica revolucionaria que se limitara a una acción dirt'i lit
contra la esencia terrenal de las quimeras ideológicas y ti ti
tara de no ocuparse para nada de la transformación y abolí
ción de las ideologías mismas, sería desde luego tan abstrae l»i
y poco dialéctica como un método de pensar teórico de i-Mn
tipo que, a la manera de Feuerbach, se limite a reducir tod:u
las representaciones ideológicas a su núcleo material, teñe
nal.” 13 De tal modo que el marxismo es un análisis unitario
y totalizador de la sociedad burguesa, en los diferentes planm
en que se estructuran las relaciones sociales. Ahora bien, el
hecho comprobado de que el análisis y la crítica marxistas ten
gan como eje la economía política, o más bien la crítica a la
economía política, no significa de ninguna manera que el
marxismo tenga solamente a la esfera productiva como ob­
jeto principal de preocupación. El fenómeno de la cosifica-
ción, tan sintéticamente expresado por Engels cuando dice:
“La economía no trata de cosas, sino' de' relaciones enlrc
períonas^ y, éñ 'júrtiína instancia, entre' clases; ahora bien,
estas relaciones están siempre ligadas a las cosas y* aparecen
como las cosas”,11 no es una característica exclusiva de la
base económica sino que se manifiesta en toda la estructura de
la sociedad capitalista y de manera especial a nivel de lo que
Marx llamaba las formas jurídicas, políticas, religiosas, artís­
ticas o filosóficas, es decir las formas ideológicas.
Es un hecho que el fenómeno de la cosificación penetra
toda la vida social del capitalismo y a nivel de la superes-
i í K arl Korsch, Marxismo y filosofía, op, cit., p. 66.
13 K arl Korsch, Marxismo y filosofía, op. cit., p. 53.
11 Fiiedrich Engels, Contribución a la crítica de la economía
política de K. Marx, en Obras escogidas de Marx-Engels, Editorial
Progreso, Moscú, p. 355.

208
clura genera determinadas formas de conciencia social,
e se conciben como independientes del proceso social en.
1 cual se desarrollan. Estas formas de conciencia social,
c al imaginarse situadas por encima de la sociedad son
presiones de conciencia falsa, son para Korsch el elemen-
0 específico de la ideología: “Ideología es sólo la concien-
ti falsa, especialmente la que atribuye a una. manifestación
rejal de la vida social una existencia independiente; por
pimplo: las representaciones jurídicas y políticas que con­
sideran al derecho y al Estado como potencias independien­
tes ■situadas por encima de la sociedad.” 1516 En otras pala­
bras, la ideología es entendida en Korsch como la expresión
tul el plano de la conciencia de la apariencia objetiva del
Capitalismo: la cosificación.
Karl Korsch plantea en Marxismo y filosofía la imperio-
>n necesidad de enfrentar “el gran problema capital de ia
lalación entre la revolución proletaria y la ideología, tan
(loscuidado por los teóricos socialdemócratas”. Posteriormente
'Vi su Anticrítica, Korsch rechazará la concepción leninista
(lo la ideología, que aunque jamás fue defendida teórica­
mente por Lenin (fundamentalmente porque siempre lo
U^consideró una tarea secundaria), había sido convertida por
los continuadores de Lenin en u n a ' filosofía roarxista-léni-
nista, que llegaba a extremos absurdos y se basaba en con­
cepciones primitivas, predialécticas y aún pretrascendentales
de las relaciones entre ser y conciencia. “Parte principal •y
■medular de esta ideología bolchevique era también una
Ideología estrictamente filosófica que se calificaba a sí misma
(le restitución de la verdadera y auténtica filosofía marxista
| y trataba de establecer sobre esta base la . lucha contra todas
j ins demás tendencias filosóficas que se producían en el seno
del movimiento obrerq,^ 10
Había que evitar —a juicio de Korsch— toda esta garría
(lo devaneos filosóficos que transformaban el pensamiento de
Marx en otra forma de ideología. . .
Lukács, por su parte, dedicará gran parte de Historia y
eonsciencia de clase a estudiar los problemas de la relación
entre el ser y la conciencia. Particularmente en el ensayo

15 Kar! Korsch, Marxismo y filosofía, op. cit., p. 48.


16 K arl Korsch, Anticrítica, Éd. Era, México, 1971, p. 80.

209
“Consciencia de clase’1 delimitará sus posiciones en Iiitlui ti
problema de la ideología. Al igual que en Korseli y P0
Círamsci, en Lukács la ideología será algo más que nuil lililí
pie quimera subjetiva. La ideología es la expresión iiiImiVí
en el plano de la conciencia lJe"'Tár'aparTenc¡a objetiva i|l ~
adopta 'la"uplUidaid “ capitalista.' ’
Lukács ■la ideología es ante todo conciencia lm
conciencia que, a pesar de _ser r e,alr-corresponde- a. una p<
cióñ . Mcial deterqijpada..a-partir de la-cual- no., es pcnlllll
un conocimiento verdadero. En la sociedad capitalista ¡M
únicas clases capaces de llegar a una verdadera conciriii'l»,
son las clases motoras del modo de producción: burf>ut'i|||
y proletariado. Las otras clases, sectores, fracciones o rn| ifti
que conforman la sociedad capitalista están impedidas Jim
su ubicación en la estructura social de lograr una conririi
cia verdadera, su visión de la sociedad se convertirá inrvl»
.tablemente en ideología. La pequeña burguesía, los arlrni*
nos, los pequeños productores del campo (campesinos) cli ,
presentarán formas de conciencia falsa y su concepción ilej
proceso social será por tanto ideológica. Como plantea 1,tn
káes: “Sus propias finalidades, que existen exclusivamvilla
en conciencia, se convertirán. siempre e inevitablemente vn
formas puramente ideológicas, cada vez más vacías, rntlii
vez más aisladas de la acción social.” 17
. La burguesía en cambio. podría ser capaz de tener uim
conciencia verdadera, totalizadora del proceso social, pin
cuanto está inmersa profundamente en el proceso produc
tivo. Sin embargo la conciencia de clase de la jmrguesía «r
transformará.en. ideología,' es decir..en; c6nciéncia*fals.a, por­
que en ella se encuentránjsn contradicción su conciencia ilr
clase y su interés, de clase. Será el interés de clase de l:i
burguesía, el interés de mantenerse en el poder, el que piv-
sionárá a la conciencia de clase burguesa a transformarse en
ideología.: Su visión parcial de la sociedad será presentada
como la única posible, su criterio de organización de la
producción será defendido como el criterio objetivo y verda­
dero, en circunstancia de que es claramente el criterio de una
clase y de ninguna manera el dél conjunto de la sociedad.

17 Georg Lukács, Historia y consciencia de clase, cit., p. 65.

210
Hemos tratado de resumir los aportes que hacen al e s ­
tudio de las superestructuras, Lukács, Gramsci y Korsch.
latamos seguros que este prólogo apenas servirá de pequeña
aproximación al estudio del problema. La lectura de los
(textos seleccionados en este capítulo permitirá un conoci­
miento más adecuado del asunto en cuestión.
V . ■ c. v.

211
GYORGY LUICÁCS

El 13 de abril de 1885 nació en Budapest Gyórgy Lukin I


en el seno de una familia judia acomodada. S u padre na
uno de los directores de Budapest Kreditanstalt, institución
bancaria más importante de Hungría. Ya a la edad de veiut*
aiíos participaba activamente en la vida cultural de su cim
dad natal. En 1911 el joven Lukács, publica un amfiliu
estudio sobre el teatro moderno impreso en dos volúmenei
con más de mil páginas de contenido. En el mismo nñu
escribe y publica El Alma y las Formas, libro que hará ni-
nocido internacionalmente la forma alemana de su nombre
Georg Lukács.
Siendo estudiante en Budapest, donde obtuvo su docto
rado en filosofía en 1906, Lukács se vincula a la corriente
neokantiana que reducía la filosofía a la lógica y a la teoría
del conocimiento. Asiste a las clases de Windelband, Rickcrt,
Dilthey y Simmel recibiendo una sólida formación filosófica.
En 1913-1914 se establece en Heidelberg donde entra ti
formar parte del círculo de Max Weber. Entre las múltiples
orientaciones de la filosofía alemana de aquel tiempo que
llevaba a unos a la religión, a otros al irracionalismo de
Nietzsche, o a la negación nihilista de la cultura, Lukács se
decidió por otro camino: la filosofía hegeliana. Conocedor
profundo de la filosofía de Hegel, y vivamente interesad»
'eitrdtc' problemática literaria,: Lúkács escribe: Tporía de la
novela (1914 y 1915) que constituye a juicio de muchos au­
tores, el primer trabajo en que venía a aplicarse de un modo
concreto la filosofía hegeliana a los problemas• estéticos.
Al finalizar la Primera Guerra Mundial, Lukács se sien­
te atraído hacia la obra de Marx, fundamentalmente con la
intención de realizar una síntesis entre su pensamiento y
la filosofía hegeliana,' particularmente a través del análisis
de La fenomenología del espíritu. Estableciendo un puente
desde la filosofía neokantiana, pasando por Hegel y Feucr-
bach, Lukács se adentra en el estudio del pensamiento de
Marx para dedicarse de lleno al estudio de la dialéctica ma­
terialista.

212,
Lukács agrega a sus preocupaciones filosófico-liiemicu
una intensa actividad política. Asume la crítica marxiste
de la sociedad burguesa y se une al movimiento obrero.
Participa en los acontecimientos revolucionarios de 1919
tomo comisario del Pueblo en el Ministerio de Instrucción
Pública y como comisario político de la Quinta División
Roja durante el efímero gobierno de Bela Kun.
Después del fracaso de la República Húngara de los
Consejos, Lukács se refugia en Viena donde empieza a co­
laborar en Kommunist, órgano de la I I I Internacional.
En 1923 publica Historia y consciencia de clase, recopi­
lación de una serie de artículos escritos entre 1919 y 1922.
La obra estudia las relaciones del pensamiento de Marx, con
la filosofía hegeliana, resalta la importancia fundamental de
sus primeros escritos. El libro, polémico desde sus inicios,
recibirá la desatención y el menosprecio de parte de los
teóricos ligados todavía a la Segunda Internacional y la crí­
tica violenta de la ortodoxia soviética. Filosóficamente sus
detractores lo consideran más bien un hegeliano de izquier­
da que un **materialista consecuente3’.
La lucha contra las posiciones de Lukács, pasó a formar
parte de las preocupaciones, fundamentales de los filósofos
soviéticos, principalmente A. M. Deborin y Luppol. Duran­
te la celebración del quinto congreso del Comintern, Nico-
lai Bujarin en ese entonces el máximo representante del
partido ruso en la I I I Internacional, lo ataca acusándolo
de “desviación izquierdista”. Los mismos epítetos recaerán
sobre Korsch, Bordtga y Graziadei.
En 1929 Lukács expone su punto de vista sobre la cues­
tión política en Hungría en un programa de acción conoci­
do bajo el título de Tesis de Blum. Si bien es cierto que las
Tesis de Blum están escritas en clave leninista, algunos as­
pectos referidos a la necesidad de abandonar la perspectiva
de una dictadura del proletariado, en el sentido bolchevique
del término, ameritan una nueva acusación de heterodoxia
sólo que ahora será “desviación derechista”.
Como respuesta a los ataques recibidos de parte del Co­
mité Ejecutivo de la Internacional Comunista, Lukács, es­
cribe su Autocrítica y se retira de la vida activa del partido.
En 1933 viaja a la U R SS donde permanece casi diez años.
Colabora en el Instituto Filosófico de la Academia de Cien
cias de la URSS.
Regresa a Hungría a mediados de 1945 y se incor finta
al cuerpo docente de la Universidad de Budapest como <<>•
tedrático de Estética y Filosofía de la Cultura. Es nomhteidu
presidente de la Academia de Ciencias de Hungría. Nueva­
mente se incorftora a la vida política de su país. En 1945
es elegido miembro del Parlamento húngaro. Durante to\
diez años siguientes Lukács va a profundizar sus esturliin
sobre Hegel. En 1948 publica El joven Hegel y en 1954
El asalto a la razón, probablemente el menos logrado de sin
libros. Su actividad política se orienta hacia la construcción
de un partido alejado de la influencia stalinista. En 195(1 f'i
nombrado miembro del Comité Central del Partido Coinu
nista húngaro y ministro de Instrucción Pública en el
gobierno de Nagy. A raíz del fracaso del movimiento reno
lucionario es deportado a Rumania. Regresa a Hungría en
abril de 1957 e inicia un nuevo retiro de la vida polítiru
dedicándose a sus trabajos sobre estética.
Desde su retorno a Hungría en 1957 hasta la fecha tit
su, muerte, el 4 de junio de 1971, Georg Lukács, tr abajino
en sus estudios sobre literatura, filosofía, teoría política t
estética. Sus obras serán traducidas a muchos idioma.r y mi
prestigio intelectual crecerá constantemente. Es nombrado
doctor Honoris Causa de las universidades de Zagreb y de
Gante. Sus escritos juveniles serán publicados en ediciones
piratas por los estudiantes alemanes de la “nueva izquierda'.
E l gobierno húngaro reconocerá el gran valor de Georg
Lukács, enterrándolo con los honores de “héroe del Pueblo".

CONCIENCIA DE CLASE*

El materialismo histórico tiene una función deci iva cu


esa lucha por la conciencia. El proletariado y la burguesía
son cía es coordinadas en lo idebTogfcO-igilaJ' que '"en'Io eco-
no5hicor^Pfmsmo“ prbceso^que,''c[esde el punto de vista de

* Georg Lukács, Historia y consciencia de clase, México, Edito


rial Grijalbo, 1969, pp. 74-88, 94-95.

214
la burguesía, se presenta como un proceso de descomjjosi-
ción, como una crisis permanente, significa para el prole­
tariado —aunque también, por supuesto, en forma de cri­
sis— la acumulación de fuerzas, el trampolín para la victo­
ria. Ideológicamente esto significa que la misma creciente
comprensión de la esencia de la sociedad, en la que se
refleja la lenta agonía burguesa, redunda para el proletaria­
do en un constante aumento de fuerzas. La verdad es para
el proletariado un arma victoriosa; y tanto más victoriosa
Cuanto más desconsiderada. La cólera de la desesperación
con la cual la ciencia de la burguesía combate el materia­
lismo dialéctico se hace de este modo comprensible: ella
estará perdida en cuanto que se vea obligada a poneise en
ese terreno. Lo cual, a su vez, permite comprender por qué
el proletariado y sólo el proletariado tiene en la recta com­
prensión de la esencia de la sociedad un factor de fuerza
de primerísima fila, e incluso redondamente el arma de la
decisión.
Los marxistas vulgares han ignorado siempre esta pe­
culiar función de la conciencia en la lucha de clases del
proletariado, y han entronizado una mezquina “política rea­
lista” en el lugar de la gran lucha de principios que apela
u las cuestiones últimas del proceso económico objetivo.
Como es natura], el proletariado tiene que partir de los
datos de la jsituacióri inmediata. Pero sé dist'ingúé''de las de-
tíSTcíases por el Hecho de que ’no' se detiene ante los acaeci­
mientos singulares de la historia, ni tampoco se deja sim­
plemente arrastrar por ellos, sino que constituye él mismo
la esencia de las fuerzas motoras y actúa centralmente sobre
el centro mismo del proceso del desarrollo social. Los marxis­
tes vulgares al. alejarse de ese punto de vista central, del
punto metódico en que se engendra la conciencia de clase
proletaria, se sitúan en el plano de conciencia de la bur­
guesía. Y sólo a un marxista vulgar puede sorprenderle que,
puestos en ese plano, en el terreno de lucha de la burguesía,
ésta resulte económica e ideológicamente superior al pro­
letariado. Y sólo el marxista vulgar es capaz de inferir de ese
hecho, causado exclusivamente por su actitud, la superioridad
(le la burguesía como tal y en general. Pues es obvio que,
prescindiendo incluso de sus medios de fuerza reales, la
burguesía tiene, en este terreno, más conocimientos, rutinas,

215
etc., a disposición; ni tampoco puede sorprender el que,
cuando su enemigo acepta su propia concepción básica, J,i
burguesía se encuentra, sin méritos propios; en una pn.si
ción de superioridad. La superioridad del proletariado saíne
la burguesía, que le es en todo lo demás superior —intcln1
tualmente, organizativamente, etc.— estriba exclusivamenie
en que el proletariado es capaz de contemplar la sociedad
desde su mismo centro, como un todo coherente, y, por ln
tanto, es también capaz de actuar de un modo centra] tjnr>
transforme la realidad entera. Esa superioridad consiste ivi
que para la conciencia de clase del proletariado la teoría y
la práctica coinciden, y en que, por lo tanto, el proletn
riado es capaz de lanzar conscientemente su propia acción
como momento decisivo en la balanza del desarrollo hisló-
rico. Cuando los marxistas vulgares desgarran esa unicl.nl
están cortando el nervio que enlaza. la teoría .proletaria con
la acción proletaria en una sola unidad. Reducen regres i
vamente la teoría al tratamiento “científico” de los síntomas
del desarrollo social y hacen de la práctica ,una agitación
sm base ni finalidad, a merced de los resultados singulares
de un procesó cuyo dominio intelectual metódico han aban­
donado.
La conciencia de clase que se produce sobre ese funda­
mento, tiene que mostrar la misma estructura interna que
la de la burguesía. Pero cuando, entonces, salen empujados
a la superficie de la conciencia, por la construcción del
proceso, las mismas contradicciones que en el caso de la bur­
guesía, la consecuencia es mucho inás grave para el prole­
tariado., Pues el autoengaño de la .conciencia .“ íaisa" que si'
produce en la burguesía está, por lo menos, en armonía con
sP~MÍ.uac,ión_ debelase, pese' a todas _sus cASadtcdones y a
toda su falsedad .objetiva. Por supuesto que no puede salvarla
de la ruina, de la constante agudización de esas contradic­
ciones; pero puede por lo menos darle posibilidades internas
d e . seguir luchando, presupuestos internos incluso de éxitos
pasajeros. En cambio, en el. .proletariado. ,?sa conciencia no
só lo presenta las indicadas contradi cejo nes .internas. (bur-
guesás)/sinpj;qué.Tñtega' a'demás las necesidades de ía_acción
impuesta...por, la situación económica del proletaria.do,_,por
ieán"'las ideas' que,él, se haga^aHiuTespecto. El
proletariado tiene qué obrar proletariamente, pero- su propia

216
teoría marxista vulgar le desdibuja la perspectiva del camino
recto. Y esa contradicción dialéctica entre la acción prole­
taria objetiva y económicamente necesaria y la teoría mar-
xista vulgar (burguesa) se encuentra en constante intensifi­
cación. O sea: la significación motora o inhibidora que
tienen, respectivamente, la teoría verdadera y la falsa au­
mentan al aproximarse las luchas decisivas en la guerra de
las clases. El “reino de la libertad”, el final de la “prehisto­
ria de _la ^irimBiidád” significa precisamente que las rela­
ciones cosificadas entre los hombres, la cosificación', empieza
a"perder su’poder sobre el hombre y a entregarlo a éste.
Cuando roías se aproxima ese proceso a su meta, tanto más
importante es la conciencia. que el proletariado,, tenga de
áiTláreá^^rw ncIéricia de clase, y tanto más intensa e , in­
mediatamente tiene .que determinar esa conciencia sus ac-
ctóiíési Pues’él'ciego poder de las fuerzas motoras no procede
‘automáticamente” hacia su objetivo, su autodisolución, más
que hasta llegar el momento en que ese punto se encuentra
en proximidad alcanzable. Una vez dado objetivamente el
momento de la transición al “reino de la libertad”, la situa­
ción se manifiesta precisamente en el hecho de que las fuer­
zas ciegas lo son en sentido literal, y empujan hacia el
abismo con energía creciente y aparentemente irresistible,
mientras que sólo la voluntad consciente del proletariado
puede proteger a la humanidad de una catástrofe. Dicho
de otra manera: una vez inaugurada la crisis económica de­
finitiva del , capitalismo^ el 'Séstino He lálfévólucian (y, con
él, el de la humanidad) depende de la madurez ideológica
'Sel proletariado, de su conciencia de, clase.
Con eso queda, determinada la peculiar función que tie­
ne la conciencia de clase para el proletariado,: a diferencia
de su función para otras clases. Precisamente porque.^el pro-,
letariado como clase no puede liberaFse .sin suprimir *la ■so-
ciedad de clases como tal “su'cóhciencia, la_última conciencia
3e clase de -la historia de la humanidad, tiene, p o r una,
parte. ..que coincidir .con la revelación. de la esencia de „la
sociedad,y^.por otra parte, tiene que consumar una unidad
cada vez más_arofunda de la teoría, y la práctica. Para el
proletariado, la “ideologia” no es una bandera bajo la cual
luchar, ni una capa disimuladora de sus verdaderos objeti­
vos, sino la finalidad y . el arma mismas. Toda táctica del

217
í

c
• proletariado que no obedezca a principios o carezca de rlloi
' rebaja el materialismo histórico a m era “ideología”, imprnlj
.' aT'jpfbletariadó' un método de lucha burgués (o pcquriin
i' burgués), ry . le arrebata sus mejores fuerzas, al atribuir a m
conciencia de clase la función meramente concomitanlc u
inhibidora, (lo cual es siempre inhibición para el prolctai íu
do) de una conciencia burguesa, en vez de la función nr. (ivn
de la conciencia proletaria.
* *

Por. clara que sea, en cuanto a la esencia misma di- l.«


cosa, la relación entre la conciencia de clase y la situado 11
de clase para el proletariado, hay, sin embargo, gramin
obstáculos opuestos a la realización de esa conciencia en l.i
realidad. En este punto hay que considerar ante todo J.i
falta de unidad dentro de la conciencia misma. Pues aunque
la sociedad es en sí misma algo rigurosamente unitario y
aunque su proceso de desarrollo también lo es, una y olio
no son una unidad para la conciencia del hombre, especi;i!
mente para: la del que vive en la cosificación capitalista tic
las relaciones como en un mundo ambiente natural, sino
que están dados como multiplicidad de cosas y fuerzas in
dependientes unas de otras.
La escisión más llamativa, y más rica en consecuencias,
de la conciencia proletaria se revela en la separación enlif
lucha económica y lucha política. Marx1 ha insistido repe­
tidas veces en la inadmisibilidad de esa separación, mostran­
do que es propio de toda lucha económica mutaf en política
(y a la inversa); pues bien, pese a ello ha sido imposible
extirpar de la teoría del proletariado esa división entre ludia
económica y lucha política. El motivo de esa deformación
de la conciencia de clase, de ese apartamiento de sí misma,
arraiga en la escisión dialéctica entre el objetivo singular y
el objetivo final, o sea, en última instancia, en la escisión
dialéctica de la revolución proletaria misma.
Pues las clases que en anteriores sociedades se vieron

1 Elend der Philosophte {Miseria de la filosofía, ed. alemana),


164. Briefe und Auszüge aus Briefen an P. A. Sorge und anden
(Cartas y extractos de cartas a F. A. Sorge y otros), 42 ss.

218
llamadas al dominio y, por lo tanto, fueron capaces de reali­
zar revoluciones victoriosas, se encontraron subjetivamente
epte una t' rea mucho más fácil, a causa precisamente de la.
iliadecuación de su conciencia de dase respecto de la es­
tructura económica subjetiva, o sea, a causa de su incons­
ciencia respecto de su propia función en el proceso del
desarrollo social. Les bastó con imponer sus intereses inme­
diatos mediante la fuerza de que disponían, y el sentido so­
cial de sus acciones les quedó siempre oculto, entregado a
1la “astucia de la razón” en el proceso social detenninado.
Pero como el proletariado se encuentra en la historia con
la tarea de" 'iiná'-'tr'ánsformációri consciente de la sociedad,
tiene que producirse en su conciencia de clase la contra-
d¡ti£ióii~'diaTéctica éntre el interés inmediato y la meta últi-
máj^ñtre" el~momento singular y el todo. Pues el momento
Jmgiiiaf dél proceso, la situación concreta con sus concretas
exigencias, es por su naturaleza inmanente a la actual socie­
dad, a la sociedad capitalista, se encuentra sometida a sus
leyes y a su estructura económica. Y no se hace revolucio­
naria más que si se inserta en la concepción total de! pro­
ceso, cuando se introduce con referencia al objetivo último,
remitiendo concreta y conscientemente más allá de la socie­
dad capitalista. Pero eso significa, subjetivamente conside­
rado, para la conciencia d e clase del proletariado, que la
relación . dialéctica . entre, el. interés inmediato y la acción
objetiva orientada al todo de la sociedad queda situada
en la conciencia del proletariado mismo, en vez de desarro­
llarse, como ocurrió con todas las clases anteriores, más allá
de la conciencia (atribuible), como proceso, puramente ob­
jetivo. La. victoria revolucionaria del proletariado no es
pues, como para las demás clases anteriores, la realización
inmediata del ser socialmente dado de la clase, sino ■—como
ya lo vio y formuló agudamente el joven Marx— la autosu-
peración de la clase. El jdanífiestó Comunista \£orrnn\a. esa
diferencia del siguiente modo: “Todas las clases anteriores
que conquistaron para sí el dominio intentaron asegurar. la
fósi¿ionTjiíe j a habían logrado en la vida: sometiendo. la so-
C¡e3ad e'ntéra a las condiciones de su logro. Los proletarios
'WT’puéden conquistar para sí las fuerzas sociales de pro­
ducción más que suprimiendo su propio anterior modo de
apropiación y,< con ello, todo modo de apropiación existido

219
hasta ahora.’,’ (Cursiva mía) Esta dialéctica interna di> IR
situación de clase dificulta, por un lado, el desarrollo (k|
lá conciencia de clase proletaria a diferencia del caso de [R
burguesía, que en el despliegue de su conciencia de cliijR
pudo quedarse en la superficie de los fenómenos, detemdi
en la empina más abstracta y grosera, mientras que para q[
proletariado, y ya en estadios' muy primitivos de su desaíro»
lio, el rebasamiento de lo inmediatamente dado fue una ini»
posición, básica de su lucha de clases. (Marx2 lo subraya ya
en sus observaciones acerca del levantamiento de los téjalo»
res de Silesia.) Pues la situación de clase del proletariado
presenta la contradicción directamente a su conciemin,
mientras que las contradicciones que para. la burguesía ir»
sultán de su situación de clase tenían que darse como limita­
ciones extremas de su conciencia. Pero, por otra parte, rsn
contradicción significa que la conciencia “falsa” tiene m
el desarrollo del proletariado una función completamente
distinta que en cualquier clase anterior. Pues mientras qiu»
incluso observaciones correctas de hechos o momentos suri-
tos del desarrolle^ mostraron en la conciencia de clase de In
burguesía, por su relación al todo de la sociedad, las limita­
ciones de esa conciencia y se revelaron como “falsa” con­
ciencia, en cambio, hasta en la conciencia “falsa” del pro­
letariado, hasta en sus errores dé hecho, hay una tendencia
objetiva a la verdad. Bastará a este propósito con aludir a la
crítica social de los autores utópicos, o a la ulterior y revo­
lucionaria elaboración de la teoría de Ricardo. A propósito
de esta última escribe categóricamente Engels:3 “Pero in­
cluso lo que es falso económico-formalmente ppede aún ser
verdadero desde el punto de vista histórico universal...
Tras la incorrección económico-formal puede esconderse un
contenido ecoiTÓmíco muy verdadero.” Sólo con eso se hace
réOTlüble"'la' cdhtfádicción en la conciencia de clase del pro­
letariado, y se hace al mismo tiempo factor consciente de la
historia. Pues la tendencia, objetiva a lá verdad que alienta
incluso en la conciencia “falsa” del proletariado no significa
en modo1alguno la posibilidad de que esa verdad aparezca

8 Nachlass (Postumos) n, 54.


3 Zur Kritik (Contribución a la critica de la economía política),
c v t.

220
I'pcr sí misma a Ja luz, sin un esfuerzo activo del proletariado.
[AI contrario. Sólo aguzando la conciencia mediante, una
Júción y una autocrítica consciente se obtiene de la mera.
Intencionalidad hacia la verdad, eliminando sus. falsos re­
cubrimientos, el conocimiento realmente verdadero, histó-
uente significativo y sociálmente revolucionaria Ese
["conocimiento sería, ciertamente, imposible si no le subyacieta
J la mencionada tendencialidad objetiva, de modo que en este
Ijpunto también se confirma la frase de Marx4 según la cual
"la humanidad no se plantea nunca más que tareas que
IbBuede resolver”. Pero lo único dado es, también en este caso,
llfheramente la posibilidad. La solución misma no puede ser
Ijaino fruto del acto consciente del proletariado. La misma es-
IfcTuetura de Ja conciencia en que se basa la tarea histórica
1del proletariado, la remisión más a llá . de la sociedad exis­
tente, acarrea la escisión dialéctica, de. esa conciencia. Lo
que en las demás clases se manifestó como contraposición
entre los intereses, de clase y los intereses, de la sociedad, como
contraposición entre el acto individual y sus consecuencias
sociales, etc.¿ y por lo tanto, como limitación última de la
conciencia, se trasfiere en el caso del proletariado, como
contraposición entre, el interés momentáneo y, el- objetivo
final, a la interioridad de la conciencia -de clase proletaria
misma. Por consiguiente, lo que posibilita la victoria mate­
rial del proletariado en lá lucha de clases es la superación
interna de esa escisión dialéctica.
Ahora bien: esa misma escisión abre camino a la com­
prensión de que —como se destacó en el lema de este ar­
tículo— la conciencj a . d e ..piase n o . a»_J&. conciencia __psico -
lógica de proletarios individuales, rú laco n eien £ ͧ
totalidad (en el sentido de la-psicología derlas masas), sino
e l sentido, hecho consciente, de la situación histórica,,jd&, la
mclase. El interés particular y momentáneo en el cual se ob­
jetiva en cada caso ese sentido, interés que no puede nunca
ignorarse si se quiere evitar que la lucha de clases del pro­
letariado recaiga en el estadio más primitivo de la utopía,
puede tener, en efecto, dos funciones: la de ser un paso en
el sentido que lleva a la meta o la de encubrir ésta. La *

* Prólogo a Elend der Pkilosophie (Miseria de lá filosofía, ed.


alemana), K-x.

221
decisión acerca de cuál de las dos formas desempeñará iltn
pende exclusivamente de la conciencia de clase del pwl*
tañado, y no de la victoria o el fracaso en cada brtlttlln
aislada. Marx ha llamado muy pronto la atención acerca tlf*
este peligro, particularmente presente en la lucha puramcul»
“económica” de los sindicatos:5 “Al mismo tiempo, los tim
bajadores.. : no tienen que exagerarse el resultado final tlü
ésas luchas. No deben olvidar que luchan contra coiur».
cuencias, y no contra las causas de. esas consecuencias.,,
que están aplicando paliativos, sin sanar la enfermedad. I’m
eso no deberían limitarse exclusivamente a esas luchas di*
guerrillas, por otra parte inevitables. . ., sino esforzarse ni
mismo tiempo por la transformación y utilizar su fuetzn
organizada como una palanca para la enajenación, definitivn
del sistema asalariado,’!
La fuente de todo optimismo se encuentra precisamctile
en la tendencia a partir de los efectos y no de las caua:u,
de las partes y no. del todo, de los síntomas y no de la comí
misma: el optimismo ve en los intereses particulares y en In
lucha por ellos no un expediente educativo para la luclin
final, cuya decisión depende de la aproximación de la con
ciencia psicológica a la atribuible, sino algo valioso en ni
mismo, o, por lo menos, algo que ya por sí mismo aceren
a la meta; el optimismo se basa, en una palabra, en la con­
fusión del estado afectivo o psicológico de conciencia de ln.i
proletarios con la conciencia de clase del proletariado.
Lo grave prácticamente de esa confusión se aprecia vicie
do que, por causa de ella, el proletariado muestra a menucln
en su acción una unidad y una compacidad mucho meno­
res que las que correspondería» ;á la unidad de las tendencias
económicas objetivas. La fuerza'y la superioridad de la con­
ciencia de clase Verdadera y práctica estriba precisamente cu
la capacidad de descubrir por detrás de los síntomas divi­
sores del proceso económico su unidad como desarrollo total
de la sociedad. Pero en la época1del capitalismo ese movi­
miento total o global no puede mostrar aún en sus forma:;
externas de manifestación ninguna unidad inmediata. Ll
fundamento económico de una crisis mundial, por ejemplo,
es sin duda unitario y, como tal, comprensible unitariamente

5 Lohn, Preis und Profit {Salario, precio y ganancia), 46-47.

222
desde el punto de vista económico. Pero su forma espacio-
temporal de manifestarse será aislada en sucesión y fasta en
simultaneidad, no sólo según los diversos países, sino tam­
bién según las diversas ramas de la producción de los diversos
países. Así pues, cuando el pensamiento burgués “transfor­
ma los diversos fragmentos de la. sociedad en otras tantas
sociedades sustantivas” 0 comete sin duda un error teorético
grave, pero las consecuencias prácticas inmediatas de esas falsas
teorías responden perfectamente a los intereses de clase capi­
talistas. La clase burguesa es, por una parte, incapaz, desde el
punto de vista teorético general, de levantarse por encima de
la comprensión de .particularidades y sintomas del proceso eco­
nómico (por la cual incapacidad se encuentra también en últi­
ma: instancia condenada prácticamente al fracaso). Pero, por
otra parte, en la acción práctica iiunediata de la vida cotidia­
na, le interesa infinitamente imponer al proletariado ese tipo
de conducta. Pues en este caso, y sólo en este caso, se impondrá
claramente .su superioridad organizativa, etc., mientras que
ila organización del proletariado (completamente diversa), su
organizabilidad. como ■clase, no conseguirá nunca vigencia.
Cuando más • avanzada la crisis económica, del capitalismo,
tanto más claramente se revela, . incluso prácticamente, esa
unidad del proceso económico. También se da, ciertamente,
en los tiempos llamados normales, y en ellos ha sido también
perceptible desde el punto de vista de clase del proletariado;
pero la distancia entre la forma, apariencia! y el fundamento
último era demasiado dilatada para que en la acción del
proletariado el hecho pudiera suscitar consecuencias prác­
ticas. La situación cambia en los tiempos decisivos de crisis.
La unidad del proceso total está entonces al alcance de la
mano. Tanto que ni .siquiera la teoría del capitalismo con­
sigue sustraerse completamente a ella;, aunque, ' de todos
modos, sigue sin serle plenamente accesible. E n ; esta situa­
ción la suerte del proletariado y, con la suya, la del entero
desarrollo de la humanidad depende: de que el proletariado
dé o no dé ese único paso que es ya objetivamente posible.
Pues aunque los diversos síntomas de la crisis se presenten
sueltos (según los países y las ramas de la producción, como6

6 Elend der Philosophie (Miseria de la filosofía, ed. a l e m a n a ) ,


92.

223
crisis “económicas” o como crisis “políticas”, etc.), y aun
que, consiguientemente, su reflejo en la conciencia psiin
lógica inmediata de los trabajadores tenga también un rn
rácter inconexo, sin embargo, hoy es ya posible y necesai io
el rebajamiento de esa conciencia: y capas constantemciiln
crecientes del proletariado sienten ya instintivamente su un
césidad. La teoría del oportunismo, cuya función fue en apa
riencia, hasta llegar a la crisis aguda, meramente inhibí
toria del desarrollo, muta ahora en sentido complétame n Ir*
contrario al proceso. El oportunismo tiende ahora a impcdii
el ulterior desarrollo de la conciencia de clase proletaria .1
partir de su inmediatez puramente psicológica hasta la arle
cuación al desarrollo general; tiende a rebajar la concieru ¡ti
de clase del proletariado al nivel de su imnediaiez psicológica,
dando, así 'al progreso, hasta ahora instintivo, de la concien
cia develase una dirección contraria a sus fines. Está teoría
que, mientras no estaba dada la posibilidad práctica de uní
ficar la conciencia de clase proletaria, aún pudo conside
rarse, con alguna benevolencia, como un mero error, asumí*
en esta situación el carácter del engaño premeditado (culi
independencia de que sus portavoces sean psicológicamoiiir
conscientes de ello o no lo sean). El oportunismo cumplí
ahora respecto de los acertados' instintos del proletariado la
misma función: que’ ejerció siempre la teoría capitalista: rlr-
nuncia la comprensión recta de la situación económica global,
la recta conciencia de clase del proletariado —y su forma
organizativa, el partido com unista^ como algo-irreal, comu
un principio ajeno a los intereses “verdaderos”j de los traba­
jadores : (o sea, a sus intereses inmediatos, aisladamente nacii i-
nales o profesionales) y a su conciencia de clase “verdadera"
(o sea, a la conciencia de clase .psicológicamente dada).
Pero-la conciencia de clase, aunque no sea una realidad
psicológica, no es tampoco una mera ficción. La marcha iníi»
nitamehte torturada de la revolución proletaria, llena de re ­
tiradas, su constante vuelta al.punto de partida, su perma­
nente autocrítica, de la que Marx habla en su célebre pasn
del Brumaire, encuentra explicación en la realidad de esa
conciencia.
Sólo la conciencia del proletariado puede mostrar el ru-
mino: que..Ué^a.fuera.jiejJa crisis del capitalismo. La crisis r:.
permanente mientras no existe esa conciencia, y vuelve a su
224
unto ele partida, repite la situación, hasta que al final,
Infinitos sufrimientos, tras terribles rodeos, el aprendizaje
empírico de.la.historia consuma.el proceso de la conchuda
del proletariado ,y le entrega la dirección de la historia. Pero
5T~proletariado no tiene aquí elección. Como ha dicho Maro,7--
ItjenR que TTepgr a ser una clase_no_ sólo “frente al capital”¡f:
sino también, “para sí misqijC’j esto es: ¿¡ene que levantar’
la necesidad económica de su lucha • de clase hasta una
voluntacl^consciente, hasta una conciencia de clase eficaz.
Los humanitaristas y pacifistas de clase que, queriéndolo o
no, trabajan por decelerar ese proceso ya por sí mismo tentó,
doloroso y lleno de crisis, se aterrarían si comprendieran los
sufrimientos que cargan al proletariado con la prolongación
de ese aprendizaje. Pues el proletariado no puede sustraerse
a su misión. El problema consista sólo en saber cuánto tiene
que, sufrjr _aun- hasta llegar a la madurez ideológica, al cono­
cimiento adecuado dé su situación de clase, hasta su con-
ciShcia de clase.
«w - •
Cierto que esa vacilación, esa oscuridad misma, es un'
síntoma de crisis de la sociedad burguesa. El proletariado,
como producto del capitalismo, tiene que estar necesaria­
mente sometido a las formas de existencia del que lo ha.
engendrado. Esa forma de existencia es la inhumanidad, la
cosificación. Sin duda: el proletariado es, por su mera exis­
tencia, la crítica, la negación de esas formas de vida. Pero,
antes de que se consume la crisis objetiva del capitalismo,
antes de que el proletariado mismo consiga la plena com­
prensión de esas crisis, la verdadera conciencia de clase, el
proletariado es mera crítica de la cosificación y no se levanta,
como tal, por'encima de lo negado más que negativamente.
Aún más: si la crítica no consigue ir más allá de la mera
negación de una parte, si no apunta, al menos, a la totali­
dad, entonces ni siquiera rebasa en ningún sentido lo nega­
do, como se ve en la mezquindad pequeñoburguesa de la
mayoría de los sindicalistas. Esta crítica mera, esta crítica
desde el punto de vista del capitalismo, se revela del modo
más llamativo en la separación de los diversos campos de
1 Elcnd der Philosophie (Miseria de la filosofía, ed, alem an a),
162.

225
lucha. Ya el mero hecho de la separación indica que l;i
conciencia del proletariado está aún sometida a la cosifi-
cáción.. Aunque, naturahnente, le es más fácil darse cuenta
de la inhumanidad de su situación de clase en el terreno
económico que en el político, y en el político, a su vez, más
fácil que en el cultural, sin embargo, todas esas separaciones
muestran precisamente, el poder no superado de las formas
de vida capitalistas en el proletariado.
L a „ conciencia cosificada se queda forzosamente presa
en los dos extremos, dej. empirismo grosero y de la utopía
.aBitoCta, análogamente y con la misma falta de perspecti­
vas. Cori ello la conciencia se convierte en mero espectador
pasivo de un movimiento de las cosas según leyes externas,
sin"poder ínte'rveiuf.jde ningún.tnodo en... él, o bien se con­
sidera a sí misma como un poder que. consigue, a su objetiva
voluntad, dominar el moyimiento .de_ las cosas, en sí sin
sentido.. Ya heñios considerado el empirismo en bruto de los
oportunistas en su relación con la conciencia de clase del
proletariado. Ahora interesa sólo comprender la función de
la utopía como rasgo esencial de la degradación interna de la
conciencia de clase. (La distinción, puramente metodológi­
ca, aquí establecida entre empirismo y utopía no significa
en absoluto que no puedan unificarse en ciertas corrientes,
y hasta en ciertos individuos. La verdad es que se presentan
muchas veces juntos, y que tienen además una íntima co-
pertenencia.)
Los trabajos filosóficos del joven Marx se orientaban en
gran parte.a conseguir una comprensión correcta de la fun­
ción de la conciencia en la historia frente a las diversas
doctrinas falsas de la conciencia (tanto la “idealista” de la
escuela hegeliana cuanto la “materialista” de Feuerbach).
Ya el Epistolario de 1843 entiende la conciencia como inser­
ta en el desarrollo. La conciencia nó se encuentra fuera
del desarrollo histórico. No. tiene que esperar a que, el . filó­
sofo, la..introduzca, en el'..Otando* razón.porJa. cual.el filósofo
no tiene derecho a contemplar orgullqsamente de arriba
abajo las pequeñas luchas del mundo y despreciarlas. “Sólo
mostramos al mundo aquello por lo cuál propiamente lucha,
y la conciencia es. cosa que no tiene más remedio que apro­
piarse aunque no quiera.” Por eso se trata sólo de “expli-

226
carie sus propias acciones." 8*La gran polémica contra Hegel’
Cn L a Sagrada Familia se concentra principalmente en tomo
de ese punto. La ambigüedad de Hegel consiste en que su
espíritu absoluto no hace la historia sino aparentemente, y
luego la resultante trascendencia de la conciencia respecto
de los hechos históricos ideales se convierte en manos de sus
discípulos en una contraposición orgullosa —y reacciona­
ria— entre el “Espíritu” y la “Masa”, cuyas ambigüedades,
cuyos absurdos y recaídas por detrás del plano ya alcanzado
por Hegel ha criticado M arx sin reservas. Como comple­
mento de eso se tiene la crítica aforismática a Feuerbach.
En éste se entiende la cismundaneidad de la conciencia,
alcanzada por el materialismo, como un mero estadio del
desarrollo, como estadio de “la sociedad burguesa”, al que
se contrapone la “actividad práctico-crítica”, la “transforma­
ción del mundo” como tarea dé la conciencia. Con eso se
tenía el fundamento filosófico para un balance de la uto­
pía. Pues en el pensamiento utópico se manifiesta la misma
dualidad de movimiento social y conciencia del mismo. La
conciencia abandona su más-allá, entra en la sociedad y la
pasa del camino falso por el que discurría al camino recto.
El carácter no desarrollado del movimiento proletario no
permite a esos pensadores todavía ver en la historia misma,
en el modo como el proletariado se organiza en clase, o sea,
en la conciencia de clase del proletariado, el portador del
desarrollo. Todavía no son capaces de “darse cuenta de lo
que ocurre ante sus ojos y hacerse órgano de ello” .10
Pero sería una ilusión creer que con esta crítica de la
utopía, con el conocimiento histórico de que se ha hecho
objetivamene posible un comportamiento ya no utópico res­
pecto del desarrollo histórico; la utopía quede materialmente
eliminada de la lucha liberadora del proletariado. No queda
1 eliminada más que en la medida y para los estadios de la
conciencia de clase en y para los cuales se ha realizado
efectivamente la unidad real de teoría y práctica descrita por
Marx, la intervención práctica y real de la conciencia de
ciase en el curso de la historia y, con ello, la comprensión.
8 Naehlass (Postumos), 1, 382.
D C f. el artículo “¿Qué es marxismo ortodoxo?”
10 Elend der Philosophie (Miseria de la filosofía, ed. alem ana),
109. Cr. Manifiesto, tu, 3.

22?
práctica de la cosificacíón. Pero eso no ocurre uniformemen­
te ni de una vez. En este punto aparecen gradaciones no sólo
nacionales o “sociales”, sino también propias de la concien­
cia de clase de las mismas capas obreras. La separación entre
economía y política es el caso más característico y también
el más importante. Hay capas proletarias que tienen el ins­
tinto de clase acertado para su lucha económica, y hasta son
capaces de levantarlo a conciencia de clase, pero en cam­
bio, permanecen en un punto de vista completamente utó­
pico cuando se trata de la cuestión del estado, por ejemplo.
Es obvio que eso significa una división mecánica. La visión
utópica de la fünción de la política tiene por fuerza que
repercutir en las concepciones acerca del desarrollo econó­
mico, particularmente en las concepciones acerca del todo
de la economía, en una interacción dialéctica (por ejemplo,
teoría sindicalista de la revolución). Pues sin conocimiento
real de la interacción entre la economía y ía política es. im­
posible uña lucha contra el entero sistema económico, por
no hablar ya.de una, reorganización de toda la economía.
Lo poco que está superado el pensamiento utópico ya eri
este estadio, el más próximo a los intereses vitales inmediatos
del proletariado y en el que más claramente permite descu­
brir la actual crisis en la marcha de la historia cuál es la
conducta correcta, se aprecia por el efecto de teorías com­
pletamente utópicas como la de Ballod o la del socialismo
gildista. Esta estructura tiene que revelarse aún más crasa­
mente en todos los terrenos en los que el desarrollo social
no ha madurado todavía tanto como para producir por sí
mismo la posibilidad objetiva de una consideración de la to­
talidad. Esto se aprecia del modo más claro en el compor­
tamiento teorético y práctico del proletariado respecto de
cuestiones puramente ideológicas, respecto de las cuestiones
de la cultura. Estas, cuestiones ocupan hoy una posición
prácticamente aislada en la conciencia del proletariado;
todavía no se ha presentado en absoluto a la conciencia su
conexión orgánica con los intereses vitales inmediatos de la
clase y con la totalidad de la sociedad.. Por eso lo conseguido
en este terreno rebasa muy pocas veces la mera autocrítica
del capitalismo, realizada por el proletariado. Y por eso lo
positivo logrado en este campo, tanto en la teoría cuanto
en la práctica, tiene un carácter casi puramente utópico.

228
Esas gradaciones son, pues, por una parte, necesidad^
históricas objetivas, diferencias en cuanto a posibilidad obje­
tiva de conciencia (conexión entre la política y la econo­
mía, a diferencia de las cuestiones culturales); pero, por otra
parte, cuando existe la posibilidad objetiva de la conciencia,
significan gradaciones en la distancia entre la conciencia de
clase psicológica y el conocimiento adecuado de la situación
total. Estas gradaciones no pueden ya reducirse a causas
económico-sociales. X a teoría objetiva^ de la conciencia de
_clase es la teoría de su posibilidad objetiva. Desgraciadaméii-
te7"ño está prácticamente estudiado el alcance de la estrati­
ficación de problemas y la estratificación de los intereses
económicos dentro del proletariado, problemática cuyo estu­
dio llevaría sin duda a resultados muy importantes. Por
profunda que fuera la sistemática típica de las estratifica­
ciones en el proletariado' y en los problemas de la lucha de
clases, siempre se presentaría en ella la cuestión de la reali­
zación efectiva de la posibilidad objetiva de la conciencia
de cíase. Mientras que en otras épocas esta cuestión no se
planteaba más que para individuos extraordinarios (piénsese
en la previsión, nada utópica, del problema de la dictadura
en la obra de Marx), hoy día se ha convertido en un pro­
blema real y actual para toda la clase: el problema de la
transformación interna del proletariado, de su desarrollo
hasta el estadio correspondiente a su propia misión histórica
objetiva. Una crisis ideológica cuya solución posibilitará
finalmente la solución práctica de la crisis económica mun­
dial.
Acerca de la longitud del camino que el proletariado tie­
ne que recorrer ideológicamente, sería muy peligroso hacerse
ilusiones. Pero no menos lo sería subestimar las fuerzas que
en el seno mismo del proletariado actúan en el sentido de
la superación ideológica del capitalismo. El mero hecho
de que toda revolución proletaria produzca el órgano de
lucha del proletariado entero, capaz de desarrollarse hasta
ser órgano estatal, el consejo obrero, y de que lo produzca
de un modo cada vez más radical y consciente, es, por ejem­
plo, una señal de que la conciencia de clase del proletariado
se encuentra en este punto en situación de superar victo­
riosamente la naturaleza burguesa de su capa dirigente.
El consejo obrero revolucionario, que nunca debe con­

229
fundirse con sus caricaturas oportunistas, es una de las for­
mas por las cuales ha-luchado incesantemente la conciencia
de la clase proletaria desde su nacimiento. La existencia y el
constante desarrollo de ese órgano muestran que el proleta­
riado se encuentra ya en el umbral de su propia conciencia
y, con ello, en el umbral de la victoria. Pues el consejo obrero
es la superación político-económica de la cosificación capi­
talista. Del mismo modo que en la fase posterior a la dic­
tadura ha de superar la división burguesa entre la legisla­
ción, la administración y la jurisprudencia, así también está
llamado, ya: en la lucha por el poder, a superar la disper­
sión espacio-temporal del proletariado y a poner la econo­
mía y la política en la unidad verdadera de la acción prole­
taria, contribuyendo de este modo a ' conciliar la escisión
dialéctica entre él interés inmediato y el objetivo último.
Por todo eso no hay que ignorar nunca la distancia que
separa el estado de conciencia de los trabajadores, incluso
de los más revolucionarios, dé la verdadera conciencia de
clase- del proletariado. Pero este hecho se explica cJ mismo
por la doctrina marxista de la lucha . de clases y la con­
ciencia de clase. El proletariado se realiza a sí mismo al
suprimirse y superarse, al combatir hasta el final su lucha
de clase y producir así ¡a sociedad sin clases. La lucha por
esa sociedad, mera fase de la cuál es incluso la dictadura
del proletariado, no es sólo uña lucha con el enemigo exter­
no, con la burguesía, sino también y al mismo tiempo una
lucha del proletariado consigo mismo; con- los efectos des­
tructores y humillantes del sistema capitalista en su con­
ciencia de clase. El proletariado no conseguirá «bu victoria
real más que cuando haya superado esos efectos en sí mismo.
La separación de los diversos terrenos que deberían estar
unidos, los diversos •estadios de la conciencia alcanzados
por el proletariado hasta ahora en los diversos terrenos de
su lucha, son un termómetro exacto de lo que ya ha con­
seguido y de. lo que aún tiene que conseguir. El proletariado
no puede ahorrarse ninguna autocrítica, pues sólo la verdad
puede aportarle la victoria: la, autocrítica ha de ser, por lo
tanto, su elemento vital.-

230
E L CAMBIO FUNCIONAL DEL MATERIALISMO HISTÓllICIO

El materialismo histórico es el medio de lucha mis im­


portante en esa pugna por la esencia, por la dirección fin.
cial. Por eso el materialismo histórico es función del desplie­
gue y de la descomposición de la sociedad capitalista, comn
todas las demás ideologías. Repetidamente se ha reprochado
eso al materialismo histórico por parte burguesa. Un argu­
mento por todos conocido, y decisivo desde el punto de
vista de la ciencia burguesa, contra la verdad del materia- *
lismo histórico tiene que aplicarse a sí mismo. Si se presu­
pone la verdad de su doctrina según la cual todas las for­
maciones llamadas ideológicas son funciones de las relaciones
sociales, entonces él mismo (en cuanto ideología del prole­
tariado en lucha) no es tampoco más que una ideología
así, función de la sociedad capitalista. Creo que esa objeción
puede admitirse parcialmente, sin que por eso se perjudique
la importancia científica del materialismo histórico. Desde
luego que el materialismo histórico puede y tiene que apli­
carse a sí mismo, pero esa aplicación a sí mismo no conduce
a un pleno relativismo, a la conclusión de que el materia­
lismo histórico no sea el método histórico verdadero. Las
verdades materiales del materialismo histórico son de la
misma naturaleza que vio Marx en las verdades de la eco­
nomía política clásica, son verdades dentro de un determi­
nado orden social y de producción. Y valen incondicional-
mente como tales, pero sólo como tales. Esto no excluye la
aparición de sociedades en las cuales, a consecuencia de
la naturaleza de su estructura, rijan otras categorías, otras
conexiones de la verdad. ¿A qué resultado llegamos así?
Tenemos que preguntarnos ante todo por los presupuestos
sociales de la validez de los contenidos del materialismo his­
tórico, del mismo modo que Marx estudió los presupuestos
sociales y económicos de la vigencia de la economía política
clásica.
En M arx mismo podemos encontrar la respuesta a esa
cuestión. En su forma clásica (que, desgraciadamente, no
ha llegado a la conciencia general sino en forma vulgari­
zada), el materialismo histórico significa el autoconocimiento
de la sociedad capitalista. Y ello no sólo en el sentido ideo­
lógico apuntado, pues ese problema ideológico no es sino

231
expresión intelectual de la situación económica objetiva. En
este sentido se lleva a concepto el resultado decisivo del ma­
terialismo histórico, el hecho de que la totalidad y las fuer­
zas motoras del capitalismo no pueden captarse con 1¡ii
categorías groseras, abstractas, ahistóricas y externas de la
ciencia de la clase burguesa. Así, pues, el materialismo his­
tórico es por de pronto una teoría de la sociedad burguesa
y de su estructura económica.
II
»-

ANTONIO GRAMSCI

Nació el 22 de enero de 1891 en Ales, cerca de Cagliari,


en la isla de Cerdeña. Realiza sus estudios elementales en
la ciudad de Ghilarza y continúa su formación en el Gim­
nasio Municipal de Santulussurgiu. Su niñez transcurre en
un ambiente de extrema pobreza, debido —entre otras co­
sas— a la ausencia del padre quien fue encarcelado acusado
de desfalco.
Sus estudios sufren frecuentes interrupciones producidas
en parte por la precaria economía familiar y agravadas por
la salud extremadamente frágil de Antonio. Siendo niño
recibe un golpe en la espalda que le provocará una escolio­
sis irreversible.
A pesar de todas las limitaciones que le impone el
medio, Gramsci logra terminar sus estudios a fuerza de tesón
y voluntad. En 1911 gana,_junto a Palmiro Togliatti, la beca
del colegio Cario Alberto para estudiantes pobres, y se ma­
tricula en la Facultad de Letras de Turín. Las insuficiencias
d é IcTbeca, y la absoluta imposibilidad de recibir ayuda de
parte de su familia hacen que la vida universitaria de
Gramsci se desenvuelva en medio de una miseria que le
lleva a veces hasta la desnutrición. En abril de 1915 aban­
dona definitivamente la universidad, después de cuatro años
de estudios.
En 1911 Gramsci trabaja como corresponsal del diario
L ’Unione Sarda. Ingresa al Partido Socialista Italiano a fines
de 1913 y se convierte en redactor de la sección turinesa del
Avanti!, del cual es colaborador, en ese entonces, el joven
dirigente Benito Mussolini. Desde .1914 colabora en el pe­
riódico 11 Grido del Popolo. En 'mayo de 1919 funda junto
a Terracini, Togliatti y Tasca el periódico L ’Ordine Nuovo
que será un ejemplo de periodismo marxista-revolucionario.
E n septiembre de 1920, Gramsci se separa del Partido
Socialista de Italia y funda, junto con Amadeo Bordiga, el
Partido Comunista de Italia. En febrero de 1922 es desig­
nado representante del PCI a la I I I Internacional y viaja a
Moscú. En abril de 1924 Antonio Gramsci es elegido dipu­

233
tado y puede volver a Italia, gracias a la inmunidad /un
lamentaría.
Desde su posición de diputado, Gramsci combate ditm
■mente al f ascismo y se enfrenta a Mussolini. Durante el año de
1926 la presión fascista se hace insostenible, y la persern
ción a todas las organizaciones populares hace prácticamni
te imposible el desarrollo de la actividad política en Italia.
A pesar -de la situación, Gramsci se niega a partir al exilio
'y el 6 de noviembre de 1926, violando todas las garantías de
la inmunidad parlamentaria, Gramsci es detenido y enviado
ef prisión.
En mayo de 1928 se lleva a cabo el juicio contra Grámv i
y es condenado a veinte años de prisión. La parodia ríe
juicio será clausurada con la tristemente célebre- sentencia
del fiscal, que refiriéndose a Gramsci dice: “Hemos de im­
pedir durante veinte años que este cerebro funcione’’.
Gramsci pasará el resto de su vida en prisión. Durante
los once años de cautiverio seguiría escribiendo incansable
mente, a pesar de las terribles condiciones dé la cárcel y tic
su salud cada vez más deteriorada. En noviembre de 1932,
la celebración de los diez años de fascismo reduce la pena
de Gramsci a doce años: Terriblemente enfermo, padecien­
do de insomnios, trastornos digestivos, tuberculosis, mal de
Pott, arterioesclerosis, es trasladado en octubre de 1933 ti
la enfermería de la cárcel de Civitavecckia: El 21 de abril
de 1937 ' Gramsci cumple su condena y seis días después
muere.
La amplísima obra de Gramsci, se puede dividir en das
partes fundamentales : a) el conjunto de artículos y ensayos
escritos en los años previos a su encarcelamiento, en los pe­
riódicos: Avanti, II Grido del Popoló,' L’Ordine Nuovo,
L’Unitá, y Stato Operaio y b) los escritos de la prisión,
publicados por primera vez en italiano entre 194-8 y 1951,
por la editorial Einaudi bajo el título de Quademi dei car-
cere. Los Cuadernos de la cárcel constituyen ún total de
4 000 cuartillas mecanografiadas ' (aproximadamente 2 848
págirws) reunidas por los editores en 32 cuadernos.
En los Cuadernos de la céac.e\, Grcirnsci se dedica princi-
palmehfe'a desarrollar una nueva teoría marxista aplicable
a la.s cóndiéídnes 'iel capitalismo avanzado. Los Cuadernos
tocan gran cantidad de temas, entre los que cabe destacar:

234
"historia italiana”, "educación”, "cultura”, "filosofía”, "el
■papel de los intelectuales” , "la teoría del estado”, etcétera.
La obra de Antonio Gramsci que citamos a continua­
ción, corresponde a la que ha sido traducida al español. Hay
■que dejar en claro, que los títulos de muchas de ellos no
fueron puestos por Gramsci, sino por los recopiladores o las
editoriales que emprendieron la tarea de publicarlas: Cartas
desde la cárcel; Notas sobre Maquiavelo, sobre política y
sobre elestado moderno; Los intelectuales y la organización
de la cultura; El materialismo histórico y la filosofía de
Benedetto Croce; Literatura y vida nacional; El “Risorgi-
mento”; Cultura y literatura (selección); Introducción a la
filosofía de lá praxis (selección); La política y el estado mo­
derno (selección); La formación de los intelectuales; Ma­
quiavelo y Leriin; Literatura y cultura popular; Pasado y
presenté.

RELACIÓN ENTRE QENCIA -REIJGlÓN-SEN'nDO COMUN*

La religión y el sentido común no pueden constituir un


orcl^yintelectual porque no pueden reducirse a unidad y
coherencia ni siquiera en la conciencia individual, y no ha­
blemos ya de la conciencia colectiva; no pueden reducirse a
unidad y coherencia “libremente”, arinque por imposición
“autoritaria11 ello podría ocurrir, como en verdad ocurrió en
el pasado dentro de ciertos límites. El problema de la reli­
gión, entendido no en el sentido confesional, sino en- el lai­
co, de unidad de fe entre una concepción del mundo y una
norma de conducta conforme a ella: pero ¿para qué llamar
“religión” a esta unidad de fe, en lugar de llamarla “ideolo­
gía”, o más bien, “política”?
En verdad, no existe la filosofía, en general: existen di­
versas., filosofías o concepciones del mundo, y siempre se hace
una elección entre ellas. ¿Cómo se produce está elección?
¿Es un hecho puramente intelectual o más complejo? ¿Y no
ocurre a menudo que entre el hecho intelectual y la norma de

* E l materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce,


Juan Pablos Editor, México, 1975, pp. 14-28.

235
conducta exista contradicción? ¿Cuál será, entonces, la verda­
dera concepción del mundo: la afirmada lógicamente coma
hecho intelectual o la que resulta de la real actividad de cada
cual, que se halla implícita en su obrar? Puesto que el
obrar es siempre un obrar político, ¿no puede decirse que
la filosofía real de cada cual se halla toda contenida en su
política? Este contraste entre el pensar y el obrar, esto es,
la coexistencia de dos concepciones del mundo, una afir­
mada en palabras y la otra manifestándose, en el obrar mis­
mo, no se debe siempre a la mala fe. La mala fe puede ser
una explicación satisfactoria para algunos individuos singu­
larmente considerados, o también para grupos más o menos
numerosos, pero no es satisfactoria cuando el contraste se
verifica en las manifestaciones de la vida de las amplias
masas; en tal caso dicho contraste sólo puede ser la expre­
sión de contradicciones más profundas de orden histórico
social. Significa ello que un grupo social tiene su propia
concepción del mundo, aunque embrionaria que se mani­
fiesta en la acción, y que cuando irregular y ocasionalmente
—es decir, cuando se mueve como un todo orgánico--, por
razones de sumisión y subordinación intelectual, toma en
préstamo una concepción que no es la suya, una concepción
de otro grupo social, la afirma de palabra y cree seguirla,
es porque la sigue en “tiempos normales”, es decir, cuando
la conducta no es independiente y autónoma, sino precisa­
mente sometida y subordinada. He ahí también por qué no
_sje puede separar la filosofía de la~política, y por qué se puede
demostrar, al contrario, que la elección de la concegción del
mundo es también un acto..político, r
Es preciso, por consiguiente, explicar por qué sucede que
en cada época coexisten muchos sistemas y corrientes filo­
sóficas; cómo nacen, cómo se difunden, por qué la difusión
sigue ciertas líneas de ruptura y ciertas direcciones, etc.
Esto nos muestra cuán necesario es sistematizar crítica y
coherentemente nuestras intuiciones del mundo y de la
vida, fijando con exactitud lo que debe entenderse por
“sistema”, a fin de que no sea comprendido en el sentido
pedantesco y profesoral de la palabra. Pero esta elabora­
ción sólo puede y debe ser hecha en el cuadro de la his­
toria de la filosofía, que muestra qué elaboración ha su­
frido el pensamiento en el curso de los siglos y qué esfueizo

236
colcetivo ha costado nuestro actual modo de pensar, que
resume y compendia toda la historia pasada, incluso en
sus errores y delirios, que no por haber sido cometidos en el
pasado, cuando eran correctos, tienen por que ser reprodu­
cidos en el presente, cuando no son necesariamente correctos.
¿Qué idea se hace el pueblo de la filosofía? Se la puede
reconstruir a través de los modos de decir del lenguaje co­
mún, Uno de los más difundidos es aquel de “tomar las cosas
con filosofía” que, una vez analizado, no tiene por qué ser
rechazado totalmente. Es cierto que se contiene en él una
implícita invitación a la resignación y a la paciencia; pero,
a lo que parece, el punto más importante es su invitación a
la reflexión, a_tomar conciencia de que lo que sucede es en
él Tondo racional y que como tal es preciso encararlo, con­
centrando [as fuerzas racionales y no dejándose arrastrar
por los impulsos instintivos y violentos. Se podrían reagru-
par estos modos de decir populares junto á las expresiones
similares de escritores de carácter popular —tomándolas de
los grandes vocabularios—, de las que forman parte los tér­
minos “filosofía” y “filosóficamente”, y se podrá ver que
éstas tienen un significado muy preciso, de superación de
las pasiones bestiales y elementales, en una concepción de la
necesidad que da al obrar una dirección consciente. Este es
el núcleo sano del sentido común, lo que podría llamarse el
buen sentido y que merece ser desarrollado y convertido en
cosa unitaria y coherente. Así aparece claro por qué no es
posible separar lo que se llama “filosofía científica” de la
filosofía “vulgar popular”, que es sólo un conjunto disgrega­
do de Idéás V opiniones.
Perq en este punto se plantea el problema fundamental
de toda concepción del mundo, de toda filosofía que se haya
convertido en una “religión”, una “fe” ; es decir, que haya
producido una actividad práctica y una voluntad, y que
esté contenida en éstas como “premisa” teórica implícita
(una “ideología”, se podría decir, si al término ideología se
le diera el significado más alto de concepción del mundo
que se manifiesta implícitamente en el arte, en el derecho,
en la actividad económica, en todas las manifestaciones de
la vida individual y colectiva); esto es, el problema de con­
servar la unidad ideológica de todo el bloque social, que
precisamente es cimentado y unificado por esta ideología. La
fuerza de las religiones, y especialmente de la iglesia cató­
lica, ha consistido y consiste en que ellas sienten enérgica­
mente la necesidad de la unión doctrinaria de toda la masa
“religiosa” y luchan para que los estratos intelectualmentr
superiores no se separen de los inferiores. La iglesia romana
ha sido siempre la más tenaz en la lucha por impedir que
se formen “oficialmente” dos religiones: la de los “intelec­
tuales” y la de las “almas simples”. Esta lucha no ha trans­
currido sin grandes inconvenientes para la iglesia misma;
pero tales inconvenientes están unidos al proceso histórico
que transforma toda la sociedad civil y que contiene en blo-
' que una crítica corrosiva de las religiones. Por lo mismo,
resulta mucho más la capacidad organizativa del clero en
la esfera de la cultura, y la relación abstractamente racional
y justa que la iglesia en su ámbito há sabido establecer entre
intelectuales y simples. Los jesuitas han sido, indudable­
mente, los mayores artífices de este equilibrio, y para con­
servarlo han impreso a la iglesia un movimiento progresista
que tiende a dar ciertas satisfacciones a las exigencias de
la ciencia y de la filosofía, pero con ritmo tan lento y
metódico que las mutaciones no han sido. percibidas por la
masa de los simples, si bien aparecen como “revolucionarias”
y demagógicas ante los “integralistas”.
Una de las mayores debilidades de las filosofías, inma-
nentistas en general consiste precisamente en no haber sabido
crear una unidad ideológica entre lo bajo y lo alto, entre
los “simples” y los intelectuales, En la historia de la civili­
zación occidental el hecho se ha verificado, en escala euro­
pea, con el fracaso. inmediato del Renacimiento, y también,
en parle, de la Reforma, en. comparación con la iglesia' ca­
tólica. Esta debilidad se manifiesta en la cuestión escolástica,
en cuánto partiendo de las filosofías irnnanentistas no se ha
intentado siquiera construir una concepción que pudiera
sustituir la religión en la educación infantil; de ahí el sofis­
ma seudohistórico por el cual pedagogos no religiosos (acon­
fesionales) y en realidad ateos, permiten la enseñanza de la
religión porque la religión es la filosofía de la infancia de
la humanidad que se renueva^ en cada infancia no metafó­
rica. El idealismo se ha mostrado también adverso a los
movimientos culturales de “ir hacia el pueblo”, que se ma-

238
nifiestan en las llamadas universidades populares e institu­
ciones similares, y no sólo por sus aspectos negativos, poique
en tal caso sólo habría tenido que tratar de hacer algo
mejor. Sin embargo, estos movimientos eran dignos de inte­
rés y merecían ser estudiados; tuvieron éxito, en el sentido
de que demostraron, de parte de los “simples”, un entusias­
mo sincero y una fuerte voluntad de elevarse hacia una forma
superior de cultura y de concepción del mundo. Carecían,
sin embargo, de toda organicidad de pensamiento filosófico
o de solidez y centralización cultural; se tenía la impresión
de que se parecían a los primeros contactos entre los mer­
caderes ingleses y los negros de África, en los que se entre­
gaban mercancías de pacotilla por pepitas de oro. Por otra
parte, la organicidad de pensamiento y la solidez cultural
podían lograrse solamente si entre los intelectuales y los sim­
ples hubiera existido la misma unidad que debe darse entre
la teoría y la práctica, si los intelectuales hubiesen sido in­
telectuales orgánicamente pertenecientes a esas masas, si
hubiesen elaborado y dado coherencia a los principios y pro­
blemas que éstas planteaban con su actividad, constituyendo
así un bloque cultural y social. Tratábase, pues, de la misma
cuestión señalada: un movimiento filosófico es tal cuando se
aplica a desarrollar una cultura filosófica para grupos res­
tringidos de intelectuales o, al contrario, sólo es tal cuando,
en el trabajo de elaboración de un pensamiento superior al
sentido común y científicamente coherente, no se olvida ja­
más de mantener el contacto con los “simples”, y antes bien,
halla en dicho contacto la fuente de los problemas que es­
tudiar y resolver. Sólo mediante este contacto una filosofía
deviene “histórica”, se depura de los elementos intelectua-
listas de naturaleza individual y se hace “vida”.1

h Quizás sea útil distinguir “prácticamente” la filosofía del sen­


tido común para mejor indicar el paso de un momento al otro. En
la filosofía sobresalen especialmente los caracteres de la elabora­
ción individual del pensamiento; en el sentido común, en cambio,
los caracteres difusos y dispersos de un pensamiento genérico de
cierta época y de cierto ambiente popular. Pero toda filosofía tiende
a convertirse, en sentido común de un ambiente, si bien restringido
(de todos los intelectuales). Se trata, por lo tanto, de elaborar una
filosofía que, teniendo ya difusión o difusividad po r encontrarse co­
nectada a la vida práctica implícita en ella, se convierta en un
renovado sentido común, con la coherencia y el nervio de las íilo-

239
Una filosofía de la praxis sólo puede presentarse inicial­
mente en actitud polémica y crítica, como superación del
modo de pensar precedente y del pensamiento concreto
existente (o del mundo cultural existente). Es decir, sobre
todo, como crítica del “sentido común” (luego de haberse
basado en el sentido común para demostrar que “todos” son
filósofos y que no se trata de introducir ex novo una cien­
cia en la vida individual de “todos”, sino de innovar y tor­
nar “crítica” una actividad ya existente) y luego de la filo­
sofía de los intelectuales que ha dado lugar a la historia de la
filosofía y que, en cuanto individual (y, en rigor, de desarrollo
esencial en la actividad de algunos individuos particularmen­
te dotados), puede considerarse como la “cumbre” del pro­
greso del sentido común, por lo menos del sentido común
de los estratos más cultos de la sociedad y, a través de éstos,
también del sentido común popular. He aquí por qué una
introducción al estudio de la filosofía debe exponer sintéti­
camente los problemas nacidos del proceso dé desarrollo de
la cultura general, que se refleja sólo parcialmente en la
historia de la filosofía y que, a pesar de ello, en ausencia
de una historia del sentido común (imposible de construir
por falta de material documental), sigue siendo la fuente
máxima de referencia para criticarlos, demostrar su valor
real (si aún lo tienen) o el significado que han tenido como
anillos superados de una cadena, y para fijar los nuevos
problemas actuales o la ubicación actual de los viejos pro­
blemas.
La relación entre filosofía "superior” y sentido común
está asegurada por la “política”,, así como, está asegurada por
la política la relación entre el catolicismo de los intelectuales
y el 3é los'“simples” . Las diferéncias existeiites entre ambos
casos son, sin embargo, fundamentales. El hecho de que la
iglesia deba afrontar el problema de los “simples” significa,
en verdad, que ha habido ruptura en la comunidad de los
“fieles”, ruptura que no puede ser eliminada elevando a los
“simples” al nivel de los intelectuales (tampoco se propone
la iglesia este objetivo, ideal y económicamente despropor­
cionado a sus fuerzas actuales), sino ejerciendo una disci-

5ofías individuales. Esto no puede lograrse si no se siente perma­


nentemente la exigencia del contacto cultural con los “simples”.

240
plina de hierro. sobre los intelectuales a fin de que no pasen
de ciertos límites en la distinción y no la tomen catastrófica
e irreparable. En el pasado estas “rupturas” en la comuni­
dad de los fieles eran' remediadas por fuertes movimientos de
masas que determinaban, o se resolvían en la formación
de nuevas órdenes religiosas en tomo a fuertes personalida­
des (Domingo, Francisco),2
- Pero la Contrarreforma esterilizó este pulular de fuer­
zas populares. La Compañía de Jesús es la última gran orden
religiosa de origen reaccionario y autoritario, con carácter
represivo y “diplomático”, que señaló con su nacimiento el
endurecimiento del organismo católico. Las nuevas órdenes
aparecidas después tienen escasísimo significado “religioso”
y un gran significado “disciplinario” sobre la masa de los
fieles;. son ramificaciones y tentáculos de la Compañía de
Jesús, o se convirtieron en tales, instrumentos de “resisten­
cia” para conservar las posiciones políticas adquiridas, no
fuerzas renovadoras y de desarrollo. El catolicismo se ha
convertido en “jesuitismo”. El modernismo no creó órdenes
religÍQ5as,_si.no un partido jo o lític o la democraaá 'cfistiáñá.2
La posición de la filosofía de la praxis es., antitética. a la
católica: Ja filosofía de.la praxis no tiende a mantener a_los
“simples” en su filosofía primitiva del.sentido coinún, sino, al
¿oñtrano,. a conducirlos^ hacia una concepción superior de
la vida. Se afirma la exigencia del contacto entre intelec­
tuales y simples, no para limitar, la actividad científica y
mantener la unidad al bajo nivel de las masas, sino para
construir un bloque intelectual-moral que haga posible un

2 Los movimientos heréticos del medievo como reacción simul­


tánea contra la politiquería de la iglesia y contra la filosofía esco­
lástica que fue su expresión, sobre la base del nacimiento de las
comunas, han sido una “ruptura” entre la masa y los intelectuales
en la iglesia, ruptura cicatrizada por la formación de movimientos
populares, religiosos, reabsorbidos por la iglesia en la formación de
las órdenes mendicantes y en una nueva unidad religiosa.
* Recordar la anécdota (relatada por Steed en sus Memorias)
del cardenal que explica al protestante inglés filo-católico que los
milagros de San Jenaro son artículos de fe p ara el populacho na­
politano, no para los intelectuales; y que también en los evangelios
hay “exageraciones”. Y que a la pregunta “¿Pero no somos cristia­
nos?”, responde: “Nosotros somos ‘prelados’, esto es, ‘políticos’ de
la iglesia de Roma .”

241
progreso intelectual de masas y no sólo para pocos grupo*
intelectuales.
El hombre activo, de masa, obra prácticamente, pero n»
tiene clara conciencia teórica dé su obrar, que sin embaiy/i
es un conocimiento del mundo en cuanto lo transform a. Su
conciencia teórica .puede estar, históricamente, incluso on
contradicción con su obrar. Casi se puede decir que tiene
dos conciencias teóricas (o una conciencia contradictoria) :
una implícita en su obrar y que realmente lo une a todos
sus colaboradores en la transformación práctica de la reali­
dad; y otra superficialmente explícita o verbal, que lia
heredado del pasado y acogido sin crítica. Sin embargo,
esta conciencia “verbal” no carece de consecuencias: unifica
a un grupo social determinado, influye sobre la conducta
inoral, sobre la dirección de la voluntad, de manera más o
menos enérgica, que puede llegar hasta uil punto en que la
contradicción de la conciencia no permita acción alguna,
ninguna decisión, ninguna elección y produzca un estado
de pasividad moral y política. La comprensión crítica de sí
misma se logra a través de una lucha de “hegemonías” po­
líticas, de direcciones contrastantes; primero en el campo de
la ética, luego en el dé la política, para arribar finalmente a
una elaboración superior de la propia concepción de la reali­
dad. La conciencia de formar parte de una. determinada
fuerza hegeinónica (esto es, la conciencia política) es la
primera fase para una ulterior y progresiva , autocqnciencia,
en la cual teoría y práctica se unen finalmente. Pero la uni-
.dad de la teoría y de la práctica no es, de ninguna máriera,
algo mecánicamente dado, sino un devenir histórico, que
tiene su fase elemental y primitiva en el sentido de “distin­
ción”, de “separación”, de independencia instintiva, y que
progresa hasta la posesión real y completa de una concep­
ción del mundo coherente y unitaria. He aquí por qué es
necesario poner de relieve que el desarrollo político del
concepto de hegemonía representa un gran progreso filosó­
fico, además de un progreso político práctico, porque nece­
sariamente implica y supone una unidad intelectual y una
ética conforme a una concepción de la realidad que ha su­
perado el sentido común y se ha tomado crítica, aunque
sólo sea dentro de límites estrechos.
Sin embargo, en los más recientes desarrollos de la filo­

242
sofía de la praxis la profundización del concepto de unidad
entre la teoría y la práctica se halla aún en su fase inicial;
quedan .todavía residuos de mecanicismo, puesto que se
habla d e ja , teoría como “complemento”, como “accesorio”
de la práctica, de la teoría como sierva de la práctica, parece
correcto_que .también ..este problema,deba ser ubicado his-
Jóricarnente, es decir, como un aspecto del problema práctico
dejos intelectuales. Autoconciencia crítica significa, histórica
y políticamente, la creación de una élite de intelectuales;
una masa humana no se “distingue” y no se toma indepen­
diente per se, sin organizarse (en sentido lato), y no hay
organización sin intelectuales, o sea, sin organizadores y di­
rigentes, es decir sin que el aspecto teórico del nexo teoría-
práctica. se distinga concretamente en una capa de personas
“especializadas" en la elaboración conceptual y filosófica.
Pero este proceso de creación de intelectuales es largo, difícil,
lleno de contradicciones, de avances y retrocesos, desbandes y
reagrupamientos, y en él la “fidelidad” de las masas (y la
fidelidad y la disciplina son inicialmente la forma que asume
la adhesión de la masa y su colaboración al desarrollo de
todo fenómeno cultural) es puesta a dura prueba. El proce­
so de desarrollo está vinculado a una dialéctica intelectüáles-
málaj JTHísiraib~de"'Iós-in telectu al es se desarrolla cuantitativa
y cualitativamente; pero todo salto a una nueva “ampli­
tud” y complejidad del estrato de los intelectuales está ligado
a un movimiento análogo de la masa de los simples que se
eleva hacia niveles superiores de cultura y amplía simultá­
neamente su esfera de influencia, entre eminencias indivi­
duales o grupos más o menos importantes en el estrato de los
intelectuales especializados. Sin embargo en el proceso se
repiten continuamente momentos en los cuales se produce,
entre masa e intelectuales (o entre algunos de ellos; o entre
grupos de ellos) una separación, una pérdida de contacto. De
ahí :1a impresión de “accesorio”, de complementario, de subor­
dinado. Insistir sobre el elemento “práctica” del nexo teoría-
práctica, luego de haber escindido, separado y no sólo distin­
guido ambos elementos (operación meramente mecánica y
convencional), significa que se atraviesa u n a fase histórica re­
lativamente primitiva, una fase aún económico- corporativa, en
la cual se transforma cuantitativamente el cuadro general
de la “estructura”, y la cualidad-superestructura está en vías
de surgir, aunque, no está todavía orgánicamente foraiadii.
Hay que^destacar_la impqrtánqj^y_.el_significado que tienen,
erTeT" mundo moderno, los partidos políticos, para la elabo­
ración y la difusión de las concepciones del’mundo, en cuanto
elaboran la ética y la política' confórme a las. mismas, as
' decir, funcionan como “experimentadores” de- dichas ..con­
cepciones. Los partidos^.&eleccionan individualmenteula njasa
actuante, y láTíelécción se produce conjuntamente en el carri-
'ptí~ práctico' y ' e n 'é l teóricOj . con ' una relación tanto m¡ís
estrecha éntre teoría y práctica cuanto más radicalmente
innovadora y.antagónica.de los viejos modos de pensamiento
es la concepción. Por ello se puede decir que los partidos
son los elaboradores de las nuevas intelectualidades integra­
les y totalitarias, esto, es, el crisol dé la unificación de teoría
y práctica, entendida como proceso histórico real; y se
comprende que su formación sea necesaria a través de la
adhesión individual y no al modo "laborista”, puesto'que
si se trata de dirigir orgánicamente a “toda la masa econó­
micamente activa”, ello no debe hacerse- según viejos esque­
mas, sino innovando, y la' innovación no puede ser de masas,
en sus primeros estadios sino por intermedio de una élite en
la cual la concepción implícita en la actividad humana se
haya convertido, en cierta medida, en conciencia actual,
coherente y sistemática, y en voluntad precisa y decidida.
Es posible estudiar una de estas fases en lá discusión a
través de la cual se verificaron los más recientes desarrollos
de la filosofía de la praxis, discusión resumida en iin artícu­
lo de D. S. Mirski, colaborador de Cultura* Puede verse
cómo se ha producido-el paso de una concepciórf mecani-
cista y puramente exterior a una concepción activista, que
se acerca más, como se ha observado, a una justa compren­
sión de la unidad entre teoría y práctica, aun cuando no
haya captado todavía todo el significado sintético. Se puede
observar que el elemento determinista,.;fatalista, mecanicista,
ha sido un “aroma” ideológico inmediato de la filosofía de
la praxis, una forma de religión y de excitante (al modo
de los estupefacientes), pero necesaria, y justificada históri-
* Alude probablemente al artículo de D. S. Mirski, Demakrcilic
und Partci im Bolschewismus, en la selección Demokratie und Partei,
preparada por P. R. Rhoden, Viena, 1932, de la cual habla Giaeser,
Bibliografía fascista, 1933. ( n . de la e ).

244
crimen te por el carácter “subalterno” de determinados estra­
tos sociales.
Cuando no se tiene la iniciativa en la lucha, y cuando. Ja
lucha misma termina por identificarse con una serie de derro­
tas, el deterninismo mecánico se convierte en una fuerza
formidable de resistencia moral, de cohesión, de perseve­
rancia paciente y obstinada. “He sido vencido momentánea­
mente, pero la fuerza de las cosas trabaja para mí y a la
larga... ”, etc. La voluntad real se disfraza de acto de fe en
cierta racionalidad de la historia, en una forma empírica y
primitiva de finalismo apasionado, que aparece como un
sustituto de predestinación, de la providencia, etc., de las reli­
giones confesionales. Es necesario insistir en el hecho de que
aun en ese caso existe realmente una fuerte actividad voli­
tiva, una intervención directa sobre la “fuerza de las cosas”,
pero de manera implícita, velada, que se avergüenza de sí
misma, y por lo tanto, la conciencia es contradictoria, carece
de unidad crítica, etc. Pero cuando el “subalterno” se torna
dirigente y responsable de la Actividad económica dé .masas,
el mecanicismo aparece en cierto momento como un peligro
inminente, y se produce una revisión de toda la manera de
pensar porque ha ocurrido un cambio en el modo social de
ser. Los límites y el dominio de la “fuerza de las cosas” son
restringidos. ¿ Por qué? Porque, en el fondo, si el subalterno
era ayer una cosa, hoy ya no lo es; hoy es una persona histó­
rica, un protagonista; sí ayer era irresponsable porque era
“resistente” a una voluntad extraña, hoy se siente responsa­
ble porque ya no es resistente, sino operante y necesaria­
mente activo y emprendedor. Pero incluso ayer, ¿fue sola­
mente mera “resistencia”, mera “cosa”, mera “irresponsa­
bilidad”? Ciertamente, no. Al contrario, es menester poner
de. relieve que el fatalismo no es sino la. forma en que los
débiles se revisten de una voluntad activa y real. He ahí
por qué es necesario, siempre, demostrar la futilidad ■del de-
terminismo mecánico, el cual, explicable como filosofía in­
genua de la masa y, sólo como tal,' elemento intrínseco de
fuerza, cuando es elevado a la filosofía reflexiva y coherente
por los intelectuales, se convierte en causa de pasividad, de
imbécil autosuficiencia, y ello sin esperar que el subalterno
haya llegado a ser dirigente y responsable. U n a parte de la
masa, aunque subalterna es siempre dirigente v responsable,

245
y la filosofía de la parte precede siempre a la filosofía del
todo, no sólo como anticipación teórica, sino como necesi­
dad actual.
Que la concepción mecanicista ha sido una religión ¡de
subalternos, surge de un análisis del desarrollo de la reli­
gión cristiana, que en cierto período histórico y en condicio­
nes históricas determinadas ha sido y continúa siendo una
“necesidad”, una forma necesaria de la voluntad de las masas
populares, una forma determinada de racionalidad del m un­
do y de la vida, que señaló los cuadros generales para la
actividad práctica real. En este pasaje de un artículo de la
“Civiltá Cattolica” {Individualismo pagano c individualismo
cristiano, fase, del 5 de marzo de 1932) me parece bien ex­
presada la mencionada función del cristianismo: “La fe en
un porvenir seguro, en la inmortalidad del alma destinada :t
la beatitud, en la seguridad de poder llegar al goce eterno,
fue el resorte de propulsión hacia un trabajo de intensa
perfección interna y de elevación espiritual. El verdadero in­
dividualismo cristiano ha hallado aquí el impulso para sus
victorias. Todas las fuerzas del cristiano fueron concentradas
alrededor de este noble fin. Liberado de las fluctuaciones
especulativas que arrojaban el alma a la duda, e iluminado
por principios inmortales, el hombre sintió renacer las espe­
ranzas; seguro de que una fuerza superior lo apuntalaba en
la lucha contra el mal, se hizo violencia a sí mismo y venció
al mundo.” Pero en este caso se trata del cristianismo inge­
nuo, no del cristianismo jesuitizado, convertido en un puro
narcótico para las masas populares.
Pero la posición del calvinismo, con su férrea^ concep­
ción de la predestinación y de la gracia que determina una
vasta expansión del espíritu de iniciativa (o se convierte en
una forma de este movimiento), es aún más expresiva y sig­
nificativa.5
¿Por qué y cómo se difunden, y llegan a ser populares,
las nuevas concepciones del mundo? En este proceso de
difusión (que es, al mismo tiempo, de sustitución de lo6

6 En este sentido véase Max Weber: Vélica protestante e lo


spirito del capitalismo, publicado en los “Nuovi Studi”, fascículos de
1931 y siguientes, y el libro de B. Groethuysen sobre los orígenes re­
ligiosos de la burguesía en Francia [Origines de l’esprit bourgeois en
Prance. i: L ’Église et la bourgeoisie, París, 1927). (n . de la e .)

246
viejo y, muy a menudo, de combinación entre lo nuevo y
lo viejo) influyen (¿cómo y en qué medida?) la forma racio­
nal mediante la cual la nueva concepción es expuesta y
presentada, la autoridad del expositor (en cuanto sea reco­
nocida y apreciada, por lo menos genéricamente), el perte­
necer a la misma organización de quien sostiene la nueva
concepción (pero luego de haber entrado en la organiza­
ción por un motivo que no es el de participar de la nueva
concepción). Estos elementos, en realidad, varían según el
grupo social de que se trate y del nivel del mismo. Pero
la investigación interesa especialmente en lo que respecta a
las masas populares, que cambian de concepciones más
difícilmente y que, en todo caso, no las aceptan jamás en
la forma “pura”, por , decirlo así, sino siempre y solamente
como combinación más o menos heteróclita y abigarrada.
La forma racional, lógicamente coherente; la amplitud del
razonamiento que no descuida ningún argumento positivo
o negativo de cierto peso, tiene su importancia, pero están
lejos de ser decisivas; pueden ser decisivas de manera subor­
dinada, cuando determinada persona se halla ya en crisis
intelectual y vacila entre lo viejo y lo nuevo, ha perdido la
fe en lo viejo sin decidirse todavía por lo nuevo, etcétera.
Lo mismo puede decirse de la autoridad de los pensa­
dores y científicos. Ella es muy grande en el pueblo. Pero,
en rigor, cada concepción del mundo tiene sus pensadores
y científicos que poner por delante, y la autoridad se halla
dividida. Por otra parte es posible, para cada pensador, dis­
tinguir, poner en duda que haya dicho las cosas en deter­
minado •sentido, etc. Se puede concluir que el proceso de
difusión de las nuevas concepciones se realiza por razones
políticas, es decir, en última instancia, sociales; pero que el
elemento autoritario y el organizativo tienen en este proceso
una función muy grande, inmediatamente después de pro­
ducida la orientación general, tanto en los individuos romo
en los grupos numerosos. De allí se concluye, sin embargo,
que las masas, en cuanto tales, sólo pueden vivir la filosofía
como una fe. Es de imaginarse, por otra parte, la posición
intelectual de un hombre del pueblo: se ha formado opi­
niones, convicciones, criterios de discriminación y normas de
conducta. Cada sostenedor de un punto d e vista opuesto al
suyo, en cuanto es intelectualmente superior, sabe argumen­

247
tar sus razones mejor que él, y, lógicamente, lo derrota en
la discusión. ¿Debe, por ello, cambiar de convicciones el
hombre del pueblo? ¿Y por el hecho de que en la discusión
inmediata no sabe hacerlas valer? Si así fuese, eso debería
sucederle una vez por día, cada vez que enfrentase a un
adversario ideológico intelectualmente superior. ¿Sobre qui';
elementos se funda, entonces, su filosofía, y especialmente su
filosofía en la forma que tiene para él la mayor importancia
como norma de conducta? El elemento más importante tie­
ne, indudablemente, carácter no racional, de fe. Pero ¿en
quién y en qué cosa? Especialmente en el grupo social al
cual pertenece, en cuanto piensa las cosas difusamente como
éste: el hombre del pueblo piensa que entre tanta gente no
puede equivocarse de raíz, como el adversario argumentador
quería hacerle creer; que él mismo, es cierto, no es capaz de
sostener y desarrollar las propias razones como el adversario
las suyas, pero en su grupo hay quien lo sabe hacer incluso
mejor que ese adversario determinado, y él recuerda haberlo
oído exponer las razones de su fe, detenida y coherentemen­
te, de tal manera que le ha convencido. No recuerda las ra­
zones en concreto y no sabría repetirlas, pero sabe que
existen porque las ha oído exponer y le han convencido. El
haber sido convencido una vez de manera fulgurante es la
razón permanente de la persistencia de la convicción aun
cuando no la sepa argumentar.
Pero estas consideraciones conducen a la conclusión de
una ■extrema labilidad de las nuevas convicciones dé las
masas populares, especialmente cuándo estas nuevas convic­
ciones contrastan con las convicciones (también nuevas)
ortodoxas, socialmente conformistas según los intereses de las
clases dominantes. Esto se puede ver cuando se reflexiona
sobre la fortuna de las religiones, y las iglesias. La religión o
una determinada iglesia mantiene su comunidad de fieles
(dentro de ciertos límites de las necesidades del desarrollo
histórico general) en la medida en que mantiene permanen­
te y organizadamente la fe, repitiendo la apologética, infati­
gablemente, luchando siempre y en cada momento con argu­
mentos similares, y manteniendo una jerarquía de intelectua­
les que den a la fe, por lo menos una apariencia de dignidad
de pensamiento. Cada vez que la continuidad de las relacio­
nes entre la iglesia y los fieles se interrumpe violentamente

248
por razones políticas, como aconteció durante la revolución
francesa, las pérdidas sufridas por la iglesia resultan incalcu­
lables; y si las condiciones de difícil ejercicio de las prácti­
cas acostumbradas se hubiesen prolongado más allá de cier­
tos límites de tiempo, existen todas las razones para pensar
que tales pérdidas habrían sido definitivas, y una nueva re­
ligión habría surgido,. como por otra parte, surgió en Fran­
cia, en combinación con el viejo catolicismo. De allí se
deducen determinadas necesidades para cada movimiento
cultural que tienda a sustituir al sentido común y las viejas
concepciones del mundo en general: 1) no cansarse jamás
de repetir los argumentos (variando literariamente la for­
ma) : la repetición es el medio didáctico más eficaz para
obrar sobre la mentalidad popular; 2) trabajar sin cesar
para elevar intelectualmente a más vastos estratos populares,
esto es, para dar personalidad al amorfo elemento de masa,
cosa que significa trabajar para suscitar élites de intelectuales
de un tipo nuevo, que surjan directamente de la masa y
que permanezcan en contacto con ella, para llegar a ser las
“ballenas de corsé”.0
Esta segunda necesidad, cuando es satisfecha es la aue
modifica realmente el “panorama ideológico” de una época.
Por lo demás estas élites no pueden constituirse y organizarse
sin que en su interior se verifique una jerarquizáción de auto­
ridad y competencia intelectual, que puede culminar en un
gran filósofo individual, si éste es capaz de revivir concreta­
mente las exigencias de la sólida comunidad ideológica, de
comprender que ésta no puede tener la rapidez de movimien­
tos propios de un cerebro individual y, por lo tanto, logre
elaborar formalmente la doctrina colectiva de la manera más
adherente y adecuada al modo de ser colectivo.
Es evidente que una construcción de masas de tal género
no puede producirse “arbitrariamente”, en torno a una ideo­
logía cualquiera por la voluntad formalmente constructiva de
una personalidad o de un grupo que se lo proponga por el fa­
natismo dé sus convicciones filosóficas o religiosas. La adhe-
0 Gramsci quiere significar con dicha expresión, indudablemente,
que los intelectuales de nuevo tipo deben ser los sostenes ideológi­
cos y organizativos de las masas. Preferimos traducirla literalmente
por no haber hallado un equivalente en castellano de la misma ex­
presividad. (“Stecche del busto” ). (Al. del T .).

24-9

i
sión o no adhesión de masas a una ideologia es el modu
como se verifica la crítica real de la racionalidad e histori­
cidad de los modos de pensar. Las construcciones arbitra­
rias son más o menos rápidamente eliminadas de la com pe­
tición histórica, aun cuando a veces, por una combinación
de circunstancias inmediatas favorables, alcanzan a gozar de
cierta popularidad, mientras que las construcciones que co­
rresponden a las exigencias de un período complejo y orgá­
nico terminan siempre por imponerse y prevalecer, aun
cuando atraviesan muchas fases intermedias durante las cua­
les su afirmación se produce sólo en combinaciones más o
menos abigarradas y heteróclitas.
Estos desarrollos plantean muchos problemas, los más
importantes de los cuales se resumen en el modo y la calidad
de las relaciones entre los diversos estratos intelectualmente
calificados, es decir, la importancia y la función que debe
y puede tener el aporte creador de los grupos superiores, en
conexión con la capacidad orgánica de discusión y de desa­
rrollo de nuevos conceptos críticos por parte de los estratos
intelectualmente subordinados. Se trata, por consiguiente, de
fijar los límites de la libertad de propaganda y de discusión,
libertad que no debe ser entendida en el sentido adminis­
trativo y policial, sino en el sentido de autolimitación que los
dirigentes acuerdan a su propia actividad, o sea, en el sen­
tido propio, la fijación de una orientación a la política cul­
tural. En otras palabras: ¿quién fijará los “derechos de Ja
ciencia” y los límites de las investigaciones científicas? ¿Pue­
den estos límites y estos derechos ser realmente fijados?
Parece necesario que el trabajo de investigación de nuevas
verdades y de mejores, más coherentes y claras formulacio­
nes de las verdades mismas sea dejado a la libre iniciativa
de cada uno de los científicos, aunque estos vuelvan a poner
continuamente en discusión los principios que parecen más
esenciales. Por lo demás, no será difícil descubrir cuándo
tales iniciativas de discusión tienen motivos interesados y no
de carácter científico. Tampoco es imposible pensar que las
iniciativas individuales deben ser disciplinadas y ordenadas,
de tal suerte que pasen por la criba de las academias e ins­
titutos culturales de diversos géneros, y sólo después de selec­
cionadas sean hechas públicas, etcétera,
Sería interesante estudiar en concreto, para un país de­

250
terminado, la organización cultural que mantiene en movi­
miento el mundo ideológico y examinar su funcionamiento
práctico. Un estudio de la relación numérica existente entre
el personal que profesionalmente se dedica al trabajo cul­
tural activo y la población de cada país, sería también útil
junto con un cálculo aproximativo de las fuerzas libres. La
escuela, en todos sus grados, y la iglesia son las dos mayores
organizaciones culturales de cada país, por la cantidad de
personal que ocupan. Los diarios, las revistas, la actividad
literaria y las instituciones escolares privadas, ya sea como
integrantes de la escuela del Estado o como instituciones de
cultura del tipo de las universidades populares. Otras profe­
siones incorporan a su actividad especializada una fracción
cultural no indiferente,, como la de los médicos, oficiales del
ejército, magistratura. Pero es de notarse que en todos los
países, aun cuando en distinta medida, existe una gran frac­
tura entre las masas populares y los grupos intelectuales, in­
clusive los más numerosos y próximos a la periferia nacio­
nal, como los maestros y los curas. Y ello ocurre porque, aun
cuando los gobernantes digan lo contrario, el Estado como
tal no tiene una concepción unitaria, coherente y homogénea,
por lo cual, los grupos intelectuales están disgregados entre
estrato y estrato y en la esfera del mismo estrato. Las uni­
versidades, salvo en algunos países, no ejercen ninguna fun­
ción unificadora; a menudo un pensador libre tiene más in­
fluencia que toda la institución universitaria, etcétera.
A propósito de la función histórica desarrollada por la
concepción fatalista de la filosofía de la praxis, se podría
hacer su elogio fúnebre reivindicando su utilidad para un
período histórico, pero, justamente por ello, sosteniendo la
necesidad de sepultarla con todos los honores del caso. Se
podría parangonar realmente su función con la teoría de la
predestinación y de la gracia en los comienzos del mundo
moderno, teoría que posteriormente culminó con la filosofía
clásica alemana y con su concepción de la libertad como
conciencia de la necesidad. Fue sustituto popular del grito
“Dios lo quiere”, aun cuando en este plano primitivo y ele­
mental fuera el comienzo de una concepción más moderna
y fecunda que la contenida en el “Dios quiere” o en la teo­
ría de la gracia. ¿ Puede acaso ocurrir que “ formalmente”
una nueva concepción se presente con otro traje que el rústico

251
y confuso de la plebe? Y sin embargo, el historiador, coi»
toda la perspectiva necesaria, puede fijar y comprender (ju»
los comienzos de un mundo nuevo, siempre ásperos y pcdn1»
gosos, son superiores a la declinación de u n mundo d e agonía
y a su canto de cisne.

CONCEPTO DE IDEOLOGIA*

La “ideología” ha sido un aspecto del “sensismo” , o sea


del materialismo francés del siglo xvm. Su significado origi­
nario era el de “ciencia de las ideas”,, y dado que el análisi.H
era el único método reconocido y aplicado a la ciencia, sig­
nificaba “análisis de las ideas”, esto es, “investigación sobre
el origen de las ideas”.'L as ideas debían ser descompuestas
en sus “elementos” originarios, y- éstos no podían ser sino las
“sensaciones”: las ideas derivan de: las sensaciones. Pero el
sensismo podía asociarse sin mucha dificultad a la fe reli­
giosa, a las creencias más extremas en la “potencia del Es­
píritu” y en sus “destinos inmortales” ; y así ocurrió con
Manzoni, que incluso después de su conversión o retomo o!
catolicismo, cuando escribía sus Himnos Sacros, mantuvo su
máxima, adhesión al sensismo y ello, hasta tanto no conoció
la filosofía.de Rosmini.1
Es preciso examinar históricamente cómo el concepto de
ideología de “ciencia de las ideas”, de “análisis del origen
. * Antonio Gramsci, El materialismo histórico y la filosofía de
B'encietto Croce, Ju an Pablos Editor, México, 1975, pp. *56-59.
1 El más eficaz propagador de la ideología ha sido Destutt de
Tracy (1754-1836), por la facilidad y la popularidad de su expo­
sición; además, el doctor Cabanis, con su Rafiport du physique et
du moral (Condillac, Helvetius, etc.,, son más estrechamente filóso­
fos). Vinculación entre el catolicismo y la ideología:. Manzoni, Ca­
banis, Bourget, Taine (Taine es el jefe de la escuela para Maurras
y otros de inspiración católica) “novela, psicológica” (Stendhal fue
discípulo de Destutt de Tracy, etc.). La obra'principal de Destutt
do Tracy son los Eléments d’idéologie ' (París, 1817, 1818), que es
más completa en su edición italiana: Elementi di Ideología, del
conte Destutt de Tracy, .traducidos, por G. Compagnoni, Milán, Im­
prenta dé Gianbattista Sonzogno, 1819 (en.-el texto francés falta
una sección entera, creo que la referente al amor, que Stendhal co­
noció y utilizó en la traducción italiana).

252
Se podrá ver, cuánta cautela real introdujo Marx en sus
investigaciones concretas, cautela que no podría hallar lugar
en las obras generales.1 Gon esta cautela se podrían agrupar,
como ejemplos,. los siguientes:
1) La dificultad de identificar en cada ocasión, estéti­
camente (como una imagen fotográficamente instantánea),
la estructura; la política es, de hecho, en cada ocasión, el
reflejo-jdedas. tendencias’.,de, desarroirtf de la estructura, ten­
dencias que no_ tienen por. ..qué realizarse necesariamente.
Una fase estructural sólo puede ser analizada y estudiada
concretamente después que ha superado todo su proceso de
desarrollo, no durante el proceso mismo, a no ser que se
trate, de hipótesis, y declarando explícitamente que se trata
de hipótesis. .
2) JDe ello se deduce que un determinado acto político
puede haber sido, un error de cálculo de parte de los diri­
gentes de las clases dominantes, error que el desarrollo histó­
rico, corrige y supera a través de las “crisis” parlamentarias
gubernativas de las clases dirigentes; el. materialismo histórico
mecánico no considera .'la posibiHdad^ererror, sino"que con*
Videra a todo acto político como determinado por la es-
tructura, inmediatamente, o sea, como reflejo de "una mo-
~3íficación real y permanente, (en el sentido dé adquirida)
3 T k . estructura. El principio del “error” es complejo:
puede tratarse ¡de ün impulso individual por cálculo erra­
do, o también de una manifestación de las tentativas de
determ nados grup s o gmpitos, de asumir la; hegemonía en
el interior del agrupamient o dirigente, tentativas que pue­
den fracasar.
3) No se tiene en cuenta suficientemente que muchos
actos políticos son debidos..a necesidadesintenja^iCcaí&cter.
"organizativo, estq_es, .ligadas a la.,necesidad de d a r coheren­
cia a un~psTftido, a un grupo, ,a una sociedad. Ésto aparece
c la ro j por ejemplo, en la historia de la iglesia católica. Si a

1 Ellas podrían tener lugar sólo en una exposición metódica sis­


temática tipo Bcrnhcim, y el libro de Beniheim podría ser tenido pre­
sente como "tipo” de manual escolar o,,“ensayo popular” del ma­
terialismo histórico, en el cual, además del método filológico y erudi­
to —;al cual se atiene Bcmheim po r programa, aun. cuándo esté
implícita en su trabajo una concepción del . m undo— debería ser
explícitamente tratada la concepción marxista de la historia. *
que es validez “psicológica” ; “organizan” las masas hum a­
nas, forman el terreno en medio del cual se mueven los hom­
bres, adquieren conciencia de su posición, luchan, etc. En
cuanto “arbitrarias”, no crean más que “movimientos” indi­
viduales, polémicas, etc. (tampoco son completamente inúti­
les, porque son como el error que se contrapone a la verdad
y la afirm a).
Recordar la frecuente afirmación de M arx sobre la “ soli­
dez de las creencias populares" como elemento necesario de
una determinada situación. Dice, poco más o menos: (<cuan-
jlo -esto modo_de_concebir tenga. la_ fuerza de las creencias
j?ppplares”,_etc. Otra afirmación de Marx es que una persua­
sión popular tiene a menudo la misma energía que una fuerza
material, o algo similar; afirmación muy significativa. El
análisis de estas afirmaciones, creo, lleva a reforzar la con­
cepción de “bloque histórico”, en cuanto a que las fuerzas ma­
teriales son el contenido y las ideologías la forma, siendo esta
distinción de contenido y de forma puramente didascálica,
puesto que las fuerzas materiales no serian concebibles his­
tóricamente sin forma y las ideologías serían caprichos indi­
viduales sin la fuerza material.

ECONOM ÍA E IDEOLOGÍA*

La pretensión (presentada como postulado esencial del


materialismo histórico) de presentar y exponer cada fluc­
tuación de la política y de la ideología como una expresión
inmediata de la estructura, debe ser combatida teóricamente
como un infantilismo primitivo, y prácticamente con el tes­
timonio auténtico de Marx, escritor de obras políticas e
históricas concretas. En ese aspecto, son importantes espe­
cialmente el 18 Brumario y los escritos sobre la Cuestión
oriental, pero también otros (Revolución y contrarrevolución
en Alemania, La guerra civil en Francia y trabajos menores).
Un análisis de estas obras peimite fijar mejor la metodología
histórica marxista, integrando, iluminando e interpretando
las afirmaciones teóricas esparcidas por todas las obras.
* Antonio Gramsci, El materialismo histórico y la filosofía ie
Benedetto Croce, Juan Pablos Editor, México, 1975, pp. 101-103.

254
de las ideas”, ha pasado a significar un detennin do “siste­
ma de ideas”, puesto que, como es Ió ico, el proceso es fácil
de aprehender y de comprender.
Se puede afirmar que Freud es el último de los ideólo­
gos y que De Man es un "ideólogo” ; por lo tanto resultaría
más'extraño el entusiasmo de Croce y los crocianos por De
Man, si no hubiese una justificación “práctica” de tal entu­
siasmo. Hay que examinar hasta qué punto el autor del
Ensayo popular2 está asido a la ideología, aun cuando la
filosofía de la praxis representa, una neta superación e his­
tóricamente se contrapone en forma decidida a la ideología.
El mismo significado que el término “ideología” ha asumido
en la filosofía cíe la praxis contiene implícitamente un juicio
de desvalor y excluye que para sus fundadores hubiese que
Buscar el "or%én dé la s ’ ideas en..lasV^sensaciones , y,_por_ lo
tanto, en ..último, análisis...en .la . fisiologíaesta, inferna ^ideo­
logía” debe ser examinada, históricamente, como, .una..super­
estructura” según ja filosofía de la praxis.
Un elemento de error en la consideración del alor de
las ideologías, me parece, Se debe al hecho (hecho que por
otra parte, no es casual) de que se da el nombre de ideología
tanto a la superestructura necesaria a determinada estructu­
ra, como a las lucubraciones arbitrarias de determinados in­
dividuos. Ipl sentido peyorativo dé la palabra se ha. hecho
^xteBsivQ_y ello„ha..modiñ~¿a3cuy- desnaturalizado’..el análisis
teórico del._concept,o..de ideología; ..El proceso, de este error
puede ser_fácilmente.reconstruido: 1} se identifica a la ideo-
lógliTcomo distinta de la estructura y se afirma que no son
las ideologías lá^ a u e -modifican jajestructura,’"sino"viceversa;
2) se afirma.que cierta solución política es “ideológica”, esto
¿ ^ insuficiente como para modificar la estructura, aun cüan-
do cree poder hacerlo; se afirm a que es inútil., estúpida,.etc.;
3) __se pasa a afirmar que toda ideología es “pura” aparien­
cia, inútijj^fúpl3a,jétcétera;
Es preciso, entonces, distinguir entre ideologías históri­
camente orgánicas, es decir, que son necesarias a determinada
estructura, e ideologías arbitrarias, racionalistas, “queridas”.
En cuanto históricamente necesarias, éstas tienen una validez

8 N. Bujarin, Teoría del materialismo histórico. M anual popular


de sociología marxiste. (N. de la R .).

255
cada lucha ideológica en el interior de la iglesia quisiésemos
encontrarle una explicación inmediata, primaria, en la es­
tructura, estaríamos aviados. Muchas novelas político-econó­
micas han sido escritas por esta razón. Es evidente, en cam­
bio, que. la mayor parte de estas discusiones son debidas a
necesidades sectarias, de organización. En la discusión entre
Roma y Bizancio sobre la procesión del Espíritu Santo, sería
ridículo buscar en la estructura del Oriente europeo la afir­
mación de que el Espíritu Santo procede solamente del Pa­
dre, y en la del Occidente la afirmación •de que procede del
Padre y del Hijo. Las dos iglesia.?, cuya existencia y conflic­
to dependen de la estructura y de toda la historia, h an plan­
teado problemas que son principios de distinción y de cohe­
sión interna para cada una de ellas. Pero podría haber ocu­
rrido que. cualquiera de ellas afirmase lo que la otra afirma
en verdad; el principio de distinción y de conflicto se habría
mantenido igualmente. Este problema de la distinción y del
conflicto es el que constituye el problema, histórico, y no la
bandera casual de cada una de las partes.

256
KARL korsgh

Nació en 1886 en Tosted, Alemania, en el leño de una


familia de la pequeña burguesía. Realizó estudios de derecho,
economía, filosofía en Munich, Berlín y Ginebra, En 1911
obtuvo el título de doctor en derecho-en la Universidad de
Jena con la tesis titulada: “El paso de la prueba en la cali­
ficación de la confesión”.
En 1919 empieza a trabajar activamente■en política. Se
enrola primero en las filas de Partido Socialista Alemán In ­
dependiente en el que se relaciona con Kart Kautsky y Ru-
dolph Hilferding. Posteriormente se incorpora al Partido Co­
munista Alemán Unificado (VKPD ) que surge de la escisión
del Partido Socialista. Más adelante se incorpora al grupo Es-
partaco fundado por Rosa Luxemburg. Fue diputado comu­
nista en la dieta de Turingia, ministro de Justicia de ese
estado y diputado en el Reichstag.
En 1923 es nombrado profesor'titular de la Universidad
de Jena. En el mismo año aparece su famoso libro Marxismo
.y filosofía que se convertiría en el centro de las críticas y de­
bates del pensamiento marxista.
A partir de 1928 Korsch se aleja de toda militando par­
tidaria definida y se vuelca a una intensa actividad intelec­
tual. Con la llegada de Hitler al poder en 1933, Korsch
abandona Alemania y se traslada primero a Inglaterra y
posteriormente a Dinamarca. En 1936 emigra a los Estados
Unidos donde muere en la ciudad de Cambridge en 1961.
Sus principales obras son: Arbeitsrecht für Betriebsráte
(1922); Aspectos esenciales de la concepción dialéctica en la
historia (1922); Marxismo y filosofía. (1923); Anti-crítica
(1927); El joven Marx como filósofo activista (1934); Karl
Marx (1938); La ideología marxista en Rusia, en la revista
Living Marxism; La filosofía de Lenin, eq. la revista Living
Marxism,
MARXISMO Y FIL O SO FÍA *

[.. .] Pero esta tarea sólo puede realizarse si, en primer


lugar, analizamos la cuestión de la cual M arx y Engels so­
lían partir para estudiar el problema de la ideología: ¿qué
relación guarda la filosofía con la revolución social del pro­
letariado y la revolución social con la filosofía? El intento de
encontrar, con base en indicaciones de los propios M arx y
Engels,' la respuesta que necesariamente se infiere de Ion
principios de la dialéctica materialista marxista, nos llevará
entonces a esta cuestión más amplia: ¿qué relación guarda
el materialismo de Marx y Engels con la ideología en gene­
ral? ■
¿Qué relación existe entre el socialismo científico de
Marx y Engels y la,filosofía? Ninguna, contesta el marxismo
vulgar y añade que precisamente gracias al nuevo punto de
vista materialista-científico del marxismo, el antiguo punto
de vista idealista-filosófico ha sido totalmente refutado y su­
perado. Todas las ideas y especulaciones filosóficas, según
el marxismo vulgar, serían devaneos sin objeto ,y anidarían ya
sólo como supersticiones en algunas cabezas debido a que la
clase dominante tiene un interés muy real y terrenal en
conservarlas. U na vez derribada la clase capitalista, al mismo
tiempo se desvanecerían los residuos de estas quimeras.
Basta figurarse esta actitud cientificista frente a la filosofía
en toda su superficialidad —tal y como hemos tratado de ha­
cerlo antes— para reconocer inmediatamente que semejante
solución del problema filosófico no tiene nada en común con
el espíritu del moderno materialismo dialéctico de Marx.
Pertenece totalmente a ,aquella época en que el “genio de la
necedad burguesa”, Jeremy Bentham, anotó en su Enci­
clopedia, después de la palabra “religión” : “véase imagina­
ciones”.1 Pertenece a .la atmósfera intelectual, aún hoy bas­
tante generalizada, pero espiritualmente propia de los siglos
xvn y xvm y que provocó el que Eugen Dühring escribiera
en su filosofía que en la sociedad del futuro, construida de
acuerdo con sus planes, no habría culto religioso; y que en*
* Karl Korsch, Marxismo y filosofía, México, Ed. Era, 1977,
pp. 47-59.
1 Véase al respecto lo que dice Marx de Bentham en El capital,
ed, esp. cit., t. l, cap. xxil, p. 514, nota 4G.

253
un sistema social bien interpretado debería suprimirse todo
lo que propiciara la magia clerical, y por io mismo todos los
elementos esenciales de los cultos.8 La nueva concepción del
mundo del materialismo dialéctico moderno que, según Marx
y Engels, es la única científica, se opone rigurosamente a
esta actitud puramente negativa y superficialmente raciona­
lista ante fenómenos ideológicos como la religión, la filosofía,
etc. Si queremos hacer resaltar este constraste en toda su
profundidad, podemos decir: para el materialismo dialéctico
moderno es esencial, en primer lugar, interpretar teóricamente
y tratar prácticamente como realidades a las creaciones espi­
rituales como la filosofía o cualquier otra ideología. Justa­
mente con la lucha contra la rcalidad.de la filosofía, Marx
y Engels iniciaron su actividad revolucionaria en su primer
período y, como nosotros mostraremos, si en tiempos ulte­
riores cambió radicalmente su opinión sobre la relación entre
la ideología filosófica y otras ideologías dentro de la realidad
ideológica global, nunca dejaron de tratar a todas las ideo­
logías, y en particular, la filosofía, como realidades y no
como vanas quimeras. :
Guando M arx y Engels en los años 40 del siglo xix em­
prendieron, primero en un plano teórico y filosófico, la lucha
revolucionaria por la emancipación de la clase que “se halla
en oposición no parcial con las consecuencias sino en opo­
sición universal con los supuestos” de toda- lá organización
social existente,3 estaban convencidos de atacar con ello una
parte sumamente importante de este estado social existente.
Ya en el editorial del n. 79 de la Kólnische Zeitung (diario
de Colonia) del año 1842,_Marx había dicho: “la filosofía
no está fuera del mundo de la'misma manera que el cerebro
~-no_está--fuem~He] Tíombre por la; simple razón de que no está
uEkacío en eÍ.i‘ést¿5aago,>? ‘ En é t 'mismo sentido también en
-Su introdúcción a lá Crítica de la filosofía del derecho de
Hegel — ¡es decir, en el escrito del que Marx dijo 15 años
más tarde, en su prefacio a la Crítica dé la economía política,
que en él había dado el paso definitivo a su ulterior punto
de vista materialista!— que “la filosofía del pasado es parte
2 Véase, en cambio la mordacidad de Engels en su polémica con
Dühring (Anti-Dühring, ed. cit., pp. 315 ss.
8 Alachlass (Obras postumas), t. r, p. 397.
* Ibid., t. i, p. 25?.

259
de este mundo y es su complemento,- aunque sea su com ­
plemento espiritual” .? Y el dialéctico Marx, en el momento
en que pasa de la concepción idealista a la materialista, acla­
ra expresamente que el error que comete el partido práctico
en Alemania en aquel tiempo al desdeñar toda filosofía, es en
el fondo tan grande como el que comete el partido teórico
político al no condenar la filosofía como tal. Este último
cree¿ en efecto, que desde el punto de vista filosófico, es decir
con ayuda de las- exigencias derivadas real o supuestamente
de la filosofía (como más tarde Lassalle, quien parte de Fich-
tc), puede combatir la realidad del mundo alemán tradi­
cional y olvida que el punto de vista filosófico mismo forma
parte del mundo alemán tradicional. Pero también el partido
político práctico que cree “llevar a cabo la supresión de la
filosofía al volverle la espalda y murmurar algunas frases
banales de disgusto”, en el fondo, según dice Marx, es presa
de la misma estrechez de criterio r tampoco considera “ la fi­
losofía parte de la realidad alemana”. Es decir, si el partido
teórico cree “poder realizar (prácticamente) la filosofía sin
suprimirla (teóricamente)”, igualmente equivocado está el
partido que desea suprimir (prácticamente) la filosofía sin
realizarla (teóricamente)-—es decir, sin concebirla como rea­
lidad.?
Se ve claramente en qué sentido Marx ha sobrepasado ya
en esta fase el punto de vista filosófico, de sus años de estu­
diante. (y de manera muy similar Engels en quien; como am­
bos han declarado más tarde muchas veces, por la misma
época se realizó la misma evolución),1 y en qué sentido a
un tiempo, esta superación misma tiene aquí todavía'un ca­
rácter filosófico. Las razones por las que podemos hablar de
superación, del punto de vista filosófico son de tres tipos:
í) el punto de vista. teórico que adopta Marx ahora no, se
halla simpleménte en oposición unilateral con las consecuen­
cias, sino en contraste universal con los presupuestos de toda
filosofía alemana, tradicional que para él y-para Engelsjahora
romo después, está suficientemente representada en la filoso-*

* Jbid., 1 . 1, p. 390.
* Ibid., t . i , p p . 3 9 0 -9 1 .
7 Véanse, por ejemplo, las observaciones que hace Marx en el
prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política (1859),
e a K . M arx y F. Engels, Obras escogidas, ed. cit.» t. i, p. 332.

260
fía de Hegel; 2) entra, en oposición no sólo con la filosofía,
que no es más que la cabeza, el complemento sólo, ideal del
mundo existente, sino con la totalidad de este mundo; 3) y
sobre todo, esta oposición no es sólo teórica sino al mismo
tiempo práctico-activa. ‘"Los filósofos no han hecho más que
interpretar el mundo de diferentes maneras; pero de lo que
se trata.es de transformarlo”, dice. Marx a modo de conclu­
sión en la última de sus Tesis sobre Fcucrbcth. El carácter fi­
losófico que sin embargo aún co n seja toda esta superación
del punto de vista puramente filosófico, se manifiesta cla­
ramente si consideramos una vez. más, cuán poco se distingue
esta nueva ciencia del proletariado que Marx ha puesto aquí
en lugar de la filosofía idealista burguesa y que de hecho es
radicalmente contraria en su tendencia y sus finalidades a la
filosofía tradicional, respecto al carácter teórico de ésta. Toda
la filosofía del idealismo alemán siempre había tenido, tam­
bién teóricamente, la tendencia a ser más que una teoría, más
que una filosofía, como podemos comprenderlo con base en
su ya señalada relación dialéctica con el movimiento burgués
práctico de su tiempo, como lo demostraremos más detalla­
damente en un trabajo ulterior. Incluso Hegel, en quien esta
tendencia, característica de todos sus antecesores — Kant,
Schelling y particularmente Fichte— parece haberse inverti­
do, en realidad asigna también una tarea a la filosofía qué
en el fondo rebasa el terreno teórico propiamente dicho
y, en cierto modo es práctica. Dicha tarea por otra parte no
es, como en Marx, la de cambiar el mundo, sino por el contra­
rio en reconciliar, mediante el concepto y el conocimiento, la
razón como espíritu consciente de sí mismo con la razón como
realidad existente.8 Así como la filosofía idealista alemana de
Kant a Hegel, al aceptar una tarea ideológica de esta índole
(en el cual, como es sabido, el lenguaje común ve el carácter
real de cualquier filosofía) ño ha dejado de ser. una filosofía,
no parece tampoco justificado declarar que la teoría de Marx
ya no es filosófica, únicamente porque ya no tiene que rea­
lizar sólo una tarea teórica, sino al mismo tiempo práctica
revolucionaria. Sería más adecuado decir que el materialis­
mo de Marx y Engels, tal como se expresa en las once Tesis

8 Véase el. prefacio de Hegel a su Filosofía del derecho (cd.


alemana de Meiner, pp. 15-16).

261
sobre Feuerbach, y en los demás escritos, publicados o inéditos,
de aquella época,8 por su carácter teórico puede conceptuara'
con toda justicia como filosofía; esto es, como una filosofía
revolucionaria que se plantea la tarea, en cuanto filosofía de
llevar adelante realmente la lucha revolucionaria que se desa-

* Aquí hay que tom ar en cuenta, además de la Crítica de Iti


filosofía del-derecho de Hegel, que hemos citado varias veces, la cri­
tica de La cuestión judia de Bauer, de 1843-44. y La Sagrada Fa­
milia de 1844 y, sobre todo, el gran ajuste de cuentas con la filoso­
fía poshegeliana al que se dedicaron conjuntamente M arx y Engels
en 1845 en el manuscrito de La ideología alemana. La importancia
de esta obra para nuestro problema se muestra ya en el pasaje del
prefacio a La Sagrada Familia, en la que los autores anuncian que
en sus próximas obras darán su propia opinión y, al mismo tiempo,
expondrán su. actitud positiva respecto a “las nuevas doctrinan fi­
losóficas y sociales”. Lamentablemente, esta t obra tan importante
para un análisis exhaustivo del problema de las relaciones entre
maixismo y filosofía, basado en las fuentes, como es sabido, no se
ha publicado íntegramente hasta la fecha. Pero incluso las partes ya
publicadas, particularmente “San M ax” (en Dokumente des So-
zialismus, t. ni, pp. 17 y ss.) y “El concilio de Leipzig” (Archiv für
Sozialwissenschaften, t. xlvh, pp. 773 y ss.) así como la información
muy interesante de Gustav 'M ayer sobré'las' partes aún:-inéditas del
manuscrito (véase su Biografía de Engels, ed. alemana, t. r, pp-
239-60) permiten comprender que justamente aquí se encuentra la
formulación adecuada del principio materialista-dialéctico de Mai-x
y Engels y no en el Manifiesto comunista o en el prólogo a la
Contribución a la critica de la economía política, que representan
ese principio materialista poniendo el acento sobre un aspecto, es
decir, dando preferencia al aspecto práctico. revolucionario en un
caso, o subrayando su importancia teórico-económica e histórica
en otro. Con frecuencia se pasa por alto el hecho de que ¿as céle­
bres frases del prólogo a la Contribución a la critica de la economía
política sobre la concepción materialista de la historia sólo intentan
proporcionar al lector el “ hilo conductor en el estudio de la socie­
dad” que le sirvió a Marx para investigar en el campo de la eco­
nomía política y que, por tal razón, no ha querido expresar en este
lugar la totalidad de su nuevo principio materialista-diálectico, aun­
que éste se deduce con toda claridad, tanto del contenido de estas
observaciones como de su forma. Marx dice, por ejemplo, que en un
período de revolución social los hombres toman conciencia del con­
flicto que ha surgido y entran en la lucha: la humanidad se plan­
tea ciertas tareas sólo en determinadas condiciones, e incluso la
misma época de revolución va acompañada de cierta forma de con­
ciencia. Por tanto, la cuestión del sujeto histórico que lleva a cabo
realmente esta transformación de la sociedad, sea con justa o falsa
conciencia, ni siquiera se toca aquí. Así pues, si quiere captar c]

262
rrolla simultáneamente en todas las esferas de la realidad so­
cial contra el estado social actual, en una determinada esfera
de esa realidad: en la filosofía, a fin de conducir, al mismo
tiempo que se llega a la abolición de toda la realidad social
existente,- a suprimir efectivamente Ja filosofía misma que es
parte de ella, aunque sea como parte espiritual. Todo esto
de acuerdo con la expresión de Marx: “No podéis suprimir
la filosofía sin realÍ2arla”.
Es obvio, por lo tanto, que para los revolucionarios Marx
y Engels, que abandonaban el idealismo dialéctico de Hegel
por el materialismo dialéctico, suprimir la filosofía no signi­
ficaba en aquella época simplemente hacer de lado la filoso­
fía. Y también si queremos darnos Cuenta ahora de la posición
ulterior de ambos ante la filosofía, debemos tomar como pun­
to de partida y tener siempre presente que .Marx ,y Engels
eran ya dialécticos antes de ser materialistas. Se interpreta
mal el sentid£r“de- 5ir materialismo" desde un principio y en
forma peligrosa e irremediable, si se pasa por alto que el
materialismo de Marx y Engels ha. sido dialéctico desde el co­
mienzo y que también posteriormente en contraste con el
materialismo abstractamente científico-natural de Feuerbach y
en contraste con todos los materialismos anteriores o ulterio­
res burgueses:y con el marxismo vulgar, siempre ha sido un
materialismo histórico y dialéctico, es decir, un materialismo
que comprende teóricamente y revoluciona prácticamente la
totalidad de la vida histórico-social. De modo que era per­
fectamente posible, y . de hecho así ha sucedido en el desarro­
llo ulterior del principio materialista de.M arx y Engels, que
la filosofía llegara a ser para ellos un elemento menos im-
principio materialista-dialéctico en su totalidad, es indispensable com­
pletar la descripción que da aquí M arx de su nueva concepción de
la historia con los demás escritos de Marx y Engels, particularmente
los textos, antes mencionados, del primer período (junto a E l capital
y los escritos históricos m ás breves de su últim a época). Personal­
mente, he tratado de dar un paso en esta dirección con mi pequeño
trabajo Puntos clatres de la concepción materialista de la historia.
(Después de haber escrito K orsch' estas líneas, exactamente nueve
años más tarde, fue publicada por primera vez en su lengua original
La ideología alemana en el volumen i, ' v, de la edición de Obras
completas de Marx y Engels conocida por la sigla mega (Marx-
Etigels Gesamtausgabe), Berlín, 1932. A su vez, la prim era edición
española íntegra de dicha obra apareció en Ed. Pueblos Unidos.
Montevideo, 1959, en:traducción de Wenceslao Roces), [n . de la u.’|

2G3
portante del desarrollo- histórico-sodal en su totalidad, en
comparación con la importancia que había tenido al p rin ­
cipio. Sin embargo, paxa una concepción realmente dialéc­
tico materialista de la totalidad del proceso histórico era im ­
posible —y, de hecho, jamás llegaron Marx y Engels a esto —
que la' ideología filosófica o incluso la ideología en general
dejara de ser para ellos un elemento material de la realidad
global, histórico-social (es decir, un elemento que debe ser
comprendido en.su realidad de acuerdo con una teoría m ate ­
rialista y que en s.u realidad debe ser transformado gracias a
una praxis materialista).
De igual manera que el joven Marx opone su nuevo m a­
terialismo en sus Tesis sobre Feuerbach, no sólo al idealismo
filosófico, sino con igual rigor a todo materialismo anterior,
Marx y Engels han subrayado también en todos sus escritos
ulteriores la oposición de su materialismo dialéctico al m ate­
rialismo común, abstracto y no dialéctico, y particularmente
han comprendido también que esa oposición tiene una im ­
portancia muy grande, precisamente para la interpretación
teórica y el tratamiento práctico de la. llámada realidad espi­
ritual (ideológica).
“Efectivamente es mucho más fácil”, explica Marx con
respecto a las representaciones ideales en general y al método
de una historia de las religiones verdaderamente crítica en
particular, “encontrar la esencia terrenal de una quimera re­
ligiosa mediante el análisis, que, por lo contrario, remontar­
se, partiendo de las respectivas condiciones de vida reales, a
sus formas etéreas. Este último es el único método materia­
lista y por lo tanto científico.” 10 Una práctica revolucionaria

10 v¿ase E l eepitel, ed. esp. cit„ t. i, p. 303, nota 4 y la tesis


iv sobre Feuerbach que coincide totalmente con lo dicho allí. Es
fácil comprender que lo que M arx llama aquí único método mate­
rialista, y por lo tanto científico, es precisamente el dialéctico-mate­
rialista, en contraste con el defectuoso método abstracto materialista.
Véase además, a este respecto, las observaciones de Engels en su
carta a Mehring, del 14 de julio de 1893, sobre el punto que falta
en el método materialista que Mehring aplica en “La leyenda sobre
Lessing” y en el que “tampoco ni Marx ni yo hemos hecho bas­
tante hincapié en nuestros escritos. En lo que nosotros más insis­
tíamos y no podíamos dejar de hacerlo así era en derivar las ideas
políticas, jurídicas, etc., y los actos originados por ellas, de los he­
chos económicos básicos. Y, al atender al contenido, hemos desen-

264
que se limitara a una acción directa contra la esencia tcirc-
nal de las quimeras ideológicas y tratara de no ocuparse |ani
nada de la transformación y abolición de las ideologías mis­
mas, sería desde luego tan abstracta y poco dialéctica cuino
un método de pensar teórico de este tipo que, a la manera
de Feuerbach, se limite a reducir todas las representaciones
ideológicas a su núcleo material, terrenal.
Al adoptar esta actitud abstracta y negativa frente a la
realidad de la ideología, el marxismo vulgar comete un error
muy similar al que cometían aquellos teóricos del proleta­
riado que, en tiempos pasados y recientes, han intentado de­
rivar del conocimiento marxista del condicionamiento econó­
mico de las relaciones jurídicas, las formas de Estado y cual­
quier acción política, la enseñanza de que el proletariado
podía y debía limitarse a la acción directa, económica.11

tendido el aspecto formal; es decir, el proceso de formación de estas


ideas, etc.” Más adelante veremos que la crítica a que Engels so­
mete aquí sus propios escritos y los de Marx sólo se aplica en
realidad en un grado mínimo al método que ellos emplearon. La
unilateralidad que aquí se critica se encuentra con mucha menos
frecuencia en M arx que en Engels, y aun en éste no tantas veces
como se podía suponer al leer esta severa autocrítica. Hay que se­
ñalar, además, que, en sus esentos ulteriores, movido por el temor
de no haber tomado bastante en cuenta la forma, Engels cae a
veces en considerarla de un modo erróneo, no dialéctico. Nos refe­
rimos a todos aquellos pasajes del Anti-Dükring, del Feuerbach y
particularmente de sus últimas cartas recopiladas por Berostein (en
Dokumentc des Soiíalümus, t. ir, pp. 65 y ss.) que se ocupan del
“campo de aplicación de la concepción materialista de la historia”/
pasajes en los que Engels tiende a cometer el mismo error que
Hegel había caracterizado en el apéndice al párrafo 156 de su
Enciclopedia, como un “comportamiento totalmente irracional” . En
términos hegelianos: desciende de las alturas del concepto al volver
a las categorías de reacción, acción recíproca, etcétera.
11 Esta opinión halla una expresión muy característica en los
argumentos con los que Proudhon, en su conocida carta a M arx de
mayo de 1846, trata de explicarle la forma como él se plantea ahora
el problema: “Devolver a la sociedad, mediante una combinación
económica, las riquezas que se le han extraído por otra combina­
ción económica; es decir, volver la teoría de la propiedad en eco­
nomía política contra la propiedad, y crear de esta manera lo que
ustedes, los socialistas alemanes, llaman comunidad de bienes.” Marx,
por el contrario, aunque aún no había elaborado su ulterior punto
de vista materialista, ya se había dado’ cuenta de la relación dialéc­
tica que obliga a plantear y resolver los problemas económicos po-

265
Es de sobra conocido con qué mordacidad M arx s e ha
enfrentado a semejantes tendencias, especialmente en su po­
lémica con Proudhon, pero en general a todas. Cada vez que,
en diferentes épocas de su vida, encontró esa opinión (que
sobrevive aún en el actual sindicalismo), subrayaba m u y
enérgicamente que este “menosprecio trascendental” del Es­
tado y la acción política, no es materialista en absoluto y
que, por lo tanto, es teóricamente insuficiente y de conse­
cuencias funestas en la práctica.12 Y esta concepción dialécti­
ca de la relación entre economía y política ha llegado a ser
a tal grado un elemento fundamental de la'teoría marxista,
que tampoco el marxismo vulgar de la Segunda Internacional
pudo negar su existencia in abstracto, aunque in concreto
haya podido ignorar los problemas de la transición política
revolucionaria. Entre los marxistas ortodoxos no hubo uno
solo que sostuviera, también en principio, que el interés teó­
rico y práctico por las cuestiones políticas fuera para el m ar­
xismo un punto de vista superado. Este tipo de afirmaciones
se dejaba para los sindicalistas, que, por cierto, también se
remitían a Marx en algunos casos, pero al menos jamás pre­
tendieron que se les llamara marxistas ortodoxos. En cambio,
con respecto a las realidades ideológicas muchos buenos m ar­
xistas adoptaron y adoptan, teórica y prácticamente, un punto
de vista que puede situarse enteramente eri el mismo plano
que el punto de vista sindicalista acerca de las realidades
políticas. Los mismos materialistas que, ante el rechazo sin­
dicalista de la acción política, exclaman con Marx que el
movimiento social no excluye el movimiento político, y que
frente al ánarquismo han insistido tantas veces en que des­
pués de la revolución victoriosa del proletariado y, pese a
todos los cambios que ha de sufrir el Estado burgués, subsis­
tirá durante mucho tiempo la realidad política; estas mismas
líticamente, tanto en la teoría como en la práctica. Véase al res­
pecto, por ejemplo, la carta a Ruge de septiembre de 1843, en la
que M arx contesta a los ^‘socialistas extremistas”, según los cuales
las cuestiones políticas, como la diferencia entre el sistema estamental
y . el sistema representativo, “son indignas”, observando dialéctica­
mente “esta cuestión, en definitiva, sólo expresa de un modo político
Ja diferencia entre el reino del hombre y el reino de la propiedad
privada”.
12 Véanse en particular la s . últimas páginas de Miseria di la
filosofía.

266
personas sienten un desprecio trascendental, típicamente
anarcosindicalista, cuando se les dice que ni el movimiento
social de la lucha de clases proletaria por sí solo, ni conjun­
tamente el movimiento social y el político, pueden sustituir
o volver superfluo el movimiento espiritual que debe reali­
zarse en el terreno ideológico. Y aún hoy en su mayoría los
teóricos maixistas probablemente conciben la realidad de esos
hechos llamados espirituales en un sentido puramente nega­
tivo, enteramente abstracto y no dialéctico, en vez de aplicar
de manera consecuente, también, a este aspecto de la reali­
dad global social, el único método materialista y por lo
tanto científico que Marx y Engels tanto pugnaron por in­
culcarles. En vez de concebir junto a la vida social y política,
la vida espiritual, y junto al ser y devenir sociales, en el
sentido más amplio de la palabra (como, economía, política,
derecho, étc.), la conciencia social én sus diferentes manifes­
taciones, como elemento integrante de la realidad social
total, aunque como elemento ideal (o “ideológico”) ; en vez
de esto, se caracteriza la conciencia de modo totalmente abs­
tracto y, en el fondo, metafísico-dualista, como el reflejo de
un proceso evolutivo material que, en definitiva, es lo único
que se considera real, reflejo totalmente independiente, o, por
lo menos, relativamente independiente, pero dependiente en
última instancia de dicho proceso evolutivo material.13
Si ello es así, el intento teórico de restablecer el método
materialista dialéctico, el único científico para Marx, en la
interpretación y el tratamiento de las realidades ideológicas,
debe tropezar con dificultades aún mayores que las que estor­
baron el restablecimiento de la verdadera teoría materialista
y dialéctica, profesada por el marxismo en el problema del
Estado: ciertamente, la. trivialización del marxismo que se
produjo en la posición de los epígonos respecto al Estado y
la política, consistía únicamente en esto; en que los teóricos
y publicistas más destacados de la Segunda Internacional no
se habían ocupado suficientemente en forma concreta de
los problemas políticos más importantes de la transición re­

13 Respecto al problema de saber hasta qué punto Engels, en


sus últimos años, hizo ciertas concesiones a este m odo de ver las
cosas, consúltese sufra, nota 10. .

267
volucionaria. Sin embargo reconocieron, al menos tn abstrac­
to, e incluso subrayaron en sus largas luchas (primera contra
los anarquistas y después contra los sindicalistas), q u e —se­
gún la concepción materialista de la historia— no sólo la
estructura económica de la sociedad, base material, en última
instaba a " dé ~ todos los deniás fenómenos histórico-sociales,
sino *también él'Tliérécho y el Estado, ,la supraestructura jurí­
dica y política, son' una', tecúidád. y que, por consiguiente, no
pueden ser ignorados o puestos al margen, como hacen.los
anarcosindicalistas, sino que han de ser transformados m e­
díante una revolución política. Por él contrario, hasta la
fecha,' muchos marxistas vulgares siguen sin reconocer, ni
siquiera tu abstracto, la realidad de las formas de conciencia
social y del proceso de la vida espiritual. Apoyándose en
ciertas es-presiones de M arx y particularmente de Engels,14 se
presenta, en cambio, toda la estructura espiritual (ideológica)
de la sociedad como una realidad aparicncial que sólo existe
como error, o imaginación, o ilusión en las cabezas de los
ideólogos, pero que en ninguna parte tiene un objeto real. Lo
anterior se supone válido, por lo menos, para todas las ideo­
logías llamadas “elevadas”. Según esto, también las repre­
sentaciones políticas y jurídicas tienen un carácter irreal,
ideológico, pero siquiera aún se refieren a algo real, es decir,
a instituciones políticas y jurídicas que constituyen la supra-
estructura de la sociedad correspondiente. En cambio, las
representaciones ideológicas “más elevadas” (las ideas reli­
giosas, estéticas, filosóficas de los hombres) no corresponde­
rían a ningún objeto real. Si queremos llevar al extremo este
modo de pensar, con el fin de hacerlo más claro, podríamos
decir que para él prácticamente hay tres grados de realidad:
1) la economía, única y verdadera realidad en última ins­
tancia, en modo alguno ideológica; 2) el Derecho y el Esta-1

11 Como es sabido, en su último período Engels ha afinnado (en


su carta a Konrad Schmidt del 27 de octubre de 1850), con respec­
to a las “esferas ideológicas más elevadas” como la religión, la filo­
sofía, etc., que dichas esferas contienen ciertos elementos prehistóri­
cos de “estupidez primitiva”. Y en sus Teorías sobre la plusvalía
(i, 44) / Historia crítica de la teoría de la plusvalía. Ed. Fondo de
Cultura Económica, México, 1945, también Marx habla de la filo­
sofía de un modo similar, puramente negativo en apariencia.

268
do, ya no tan reales y, hasta cierto punto, con un carácter
ideológico; y 3) la ideología pura, totalmente sin objeto e
irreal (el “absurdo puro”).
Para restablecer teóricamente las consecuencias reales que
aporta el principio dialéctico materialista a la interpretación
de las realidades espirituales, se impone, en primer lugar, la
necesidad de hacer algunas precisiones, sobre todo termino­
lógicas. La cuestión que hay que aclarar en seguida, es la de
cómo concebir, desde el punto de vista dialéctico materialis­
ta, la relación entre la conciencia y su objeto. Terminológi­
camente debe observarse, ante todo, que a Marx y Engels
no se les ocurrió nunca caracterizar la conciencia social ni el
proceso de vida espiritual, como simple ideología.
Ideología es sólo la conciencia falsa, especialmente la que
atribuye a uiiá manifestación parcial de la vida social una
existencia independiente; por ejemplo: las representaciones
jurídicas y políticas que consideran al. Derecho, y. ai Estado
como potencias independientes situadas por encima de la
sociedad.15 Por lo contrario, en el pasaje en el que Marx ha
dado las indicaciones terminológicas más precisas,15 dice
explícitamente que el conjunto de las relaciones materiales
que Hegel llamaba la sociedad civil, las relaciones sociales
de producción (la estructura económica de la sociedad), for­
man la base real sobre la que se levanta, por una parte, la
superestructura jurídica y política, y a la que corresponden,
por otra, ciertas formas de conciencia social. Entre estas for­
mas de conciencia social, tan reales en la sociedad como el
Derecho y el Estado, figuran sobre todo el fetichismo de la1
15 Véanse, particularmente, las observaciones de Engels sobre el
Estado en su Feuerback (K, Marx y F. Engels, Obras escogidas. Ed.
esp. cit., t. ir, p. S68).
i* Véase el prólogo a la Contribución a la critica d é l a economía
política (K. M arx y F. Engels, Obras escogidas, Ed. cit., t. 1, pp.
332-33). U na recopilación muy cuidadosa de todo el material filo­
lógico y terminológico sobre ésta cuestión se encuentra en el libro
del maixólogo burgués, Hammacher, E l sistema filosófico-económico
del marxismo (1909), particularmente, las pp. 190-206 (ed. alema­
n a). Hammacher. se distingue de otros críticos burgueses de Marx
por el hecho de que en su examen de este problema se preocupa por
lo menos de consultar todas las fuentes, mientras que otros, como
Tónnies o Barth se dedican a descifrar únicamente expresiones.o fra­
ses aisladas de Marx.

269
mercancía o el valor, analizados por M arx y Engels e n la
Crítica de la economía política, así como los demás conceptos
derivados de él. Ahora bien, la concepción de Marx y Engels
se caracteriza, precisamente, por el hecho de que ellos nunca
consideran como ideología esta ideología económica fu n d a­
mental de la sociedad burguesa. De acuerdo con la term i­
nología de Marx y Engels, solamente pueden ser ideológicas
las formas de conciencia jurídicas, políticas, religiosas, estéti­
cas o filosóficas y tampoco éstas, como veremos más adelante,
lo son necesariamente, sino únicamente en determinadas
circunstancias que ya hemos señalado. Esta posición especial
de las formas económicas de conciencia muestra muy clara­
mente la diferente concepción de la filosofía, por la que el
materialista dialéctico ya maduro del último período se dis­
tingue del que, aún no totalmente desarrollado, se encon­
traba en su primera fase.
La crítica teórica y práctica de la filosofía ocupa el se­
gundo lugar, o incluso el tercero, cuarto o penúltimo, en la
crítica teórica y práctica de la sociedad a la que se entregan
Marx y Engels. La “filosofía crítica”, que todavía era la
tarea esencial para el Marx de los Anales franco-alemanes,17
se ha transformado en una crítica más radical de la sociedad,
es decir, que toma las cosas por su raíz,118 y se basa en la
“crítica de la economía política”. El crítico del que antes se
decía que “partiendo de cualquier forma de la conciencia teó­
rica y práctica, puede exponer, a partir de las formas pro­
pias de la realidad existente, la verdadera realidad como su
deber ser y objetivo final”,18 se ha dado cuenta de qu£, tanto
las relaciones jurídicas y formas de Estado, como las formas
de conciencia social, no pueden ser comprendidas por ellas
mismas, ni tampoco por el desarrollo del espíritu humano
(como pretende la filosofía hegeliana y poshegelianá), sino
que por el contrario, hunden su raíz en las condiciones mate­
riales de existencia que forman “la base material, o por así

lT Véase la carta de Matx a Ruge, septiembre de 1843.


18 Así define Marx la palabra “radical” en su trabajo E n torno
a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, “Introducción”, ed.
esp. cit., p. 10.
18 Carta de Marx a Ruge, septiembre de 1843.

270
decirlo, el esqueleto”, de toda la organización social.10 Por
tanto, una crítica radical de la sociedad burguesa no puede
ya fundarse en “cualquier” forma de la conciencia teórica
y práctica, como escribía Marx todavía en 1843,21 sino que
debe partir de aquellas formas de conciencia que han en­
contrado su expresión científica en la economía política de
la sociedad burguesa. La crítica de la economía política ocu­
pa así el primer lugar, tanto en la teoría como en la práctica.
Pero no por esto, esta forma nías radical y profunda de la
crítica teórica y prácticamente revolucionaria de la sociedad,

20 Véase el prólogo y la introducción a la Contribución a la.crí-


lica de la economía política, ed cit., p. 333.
21 Incluso en 184-3 esta frase no expresaba de un modo total­
mente exacto la verdadera concepción de Marx. En la misma carta
a Ruge, de septiembre de 1843, de la que se han extraído laj pa­
labras citadas, M arx explica pocas líneas antes, que las cuestiones
de que se ocupan los representantes del principio socialista se refie­
ren a la realidad del verdadero ser humano; pero, junto a esto, es
necesario criticar también el otro aspecto de este ser: la existencia
teórica, o sea la religión, la ciencia, etc. En-este sentido, se puede
resumir la evolución del pensamiento de Marx en la forma siguien­
te: primero critica la religión filosóficamente; luego la religión y la
filosofía politicamente y, por último, critica la religión, la filosofía,
la política y todas las demás ideologías desde el punto de vista eco­
nómico. Los siguientes textos marcan las diferentes etapas de esta
evolución: 1) observaciones de Marx en el prólogo a su disertación
filosófica {crítica filosófica de la religión); 2) observaciones sobre
Feuerbach en su carta a Ruge del 13 de marzo de 1843: “Sólo hay
un punto en el que los aforismos de Feuerbach me parecen erróneos.
Feuerbach hace demasiado hincapié en la naturaleza y muy- poco
en la política. Y, sin embargo, ésta es la única alianza que puede
perm itir a la filosofía actual llegar a ser una verdad.” Aquí tam­
bién se puede tomar en cuenta el conocido pasaje de la carta de
M arx a Ruge, de septiembre de 1843, que hemos citado varias veces,
y en el que se dice que la filosofia se ha “secularizado” y que, por
tanto, “la conciencia filosófica misma se halla comprometida en la
lucha, no sólo exteriormente sino también íntimam ente”; 3) Jos pa­
sajes de E n torno a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel,
"Introducción”, según los cuales “la relación entre la industria, el
mundo de la riqueza en general, y el mundo político” es “un proble­
ma fundamental de la época moderna” ; pero justamente este pro­
blema planteado “por la realidad político-social moderna”, se halla
situado necesariamente fuera d e l statu quo de la filosofia alemana
del derecho y el Estado, incluso en su versión “más consecuente,
más rica y última”, o sea la de Hegel. (Véase en alemán Nachlass,
t i, pp. 68, 380, 388-89, 391 ).

271
efectuada por Marx, deja de ser una crítica de la sociedad
burguesa en su totalidad y, por ende, también de todas sus
formas de conciencia. Por lo tanto, aunque Marx y Eng'els,
en apariencia sólo raras veces e incidentalmente, llevan a
cabo la crítica de la filosofía en su madurez, en verdad tam ­
poco la descartan entonces sino que más bien la ejercen de
una manera aún más profunda y radical.
Para demostrar lo anterior, basta restablecer el significa­
do plenamente revolucionario de la crítica de la economía
política en Mane, frente a ciertas ideas erróneas, hoy muy
extendidas, acerca de dicha crítica. Al mismo tiempo, esto
permitirá igualmente fijar su lugar en el sistema de la crítica
marxista de la sociedad, a la vez que su relación con la crí­
tica de ideologías como la filosofía.
Es un hecho generalmente reconocido que la crítica de
la economía política, esto es, el elemento teórico y práctica­
mente más importante de la crítica marxista dialéctico-ma­
terialista de la sociedad, es tanto una crítica de ciertas for­
mas de la conciencia social de la época capitalista como una
crítica de sus relaciones materiales de producción. Incluso la
“ciencia científica” pura y sin supuestos del marxismo vul­
gar ortodoxo, reconoce enteramente este hecho. El conoci­
miento científico de las leyes económicas de una sociedad
muestra al mismo tiempo, según Hilferding (véase p. 40 en
que se cita a Hilferding), “los factores determinantes que
rigen la voluntad de las clases de esa sociedad”, y, por tanto,
en este sentido, es también una “política científica”. Sin em­
bargo, pese a esta relación entre economía y política, en la
perspectiva totalmente abstracta y nada dialéctica del marxis­
mo vulgar, la crítica marxista de la economía política sólo
cumple como “ciencia” una función puramente teórica: cri­
tica los errores científicos de la economía política burguesa,
clásica o vulgar. En cambio, el partido político obrero utiliza
los resultados de esa investigación crítico-científica para sus
fines prácticos que, en última instancia, se orientan hacia la
subversión de la estructura económica real de la sociedad
capitalista, las relaciones materiales de producción (y, oca­
sionalmente, los resultados de este marxismo son vueltos, en
lá práctica, contra el partido obrero mismo, como hacen por
ejemplo Simjovitch o Paul Lensch).

272
El defecto principal de este socialismo vulgar cortaste en
su apego “nada científico”, para decirlo en términos marxis-
tas, al realismo ingenuo con que el llamado sentido común,
este metafísico “de la peor especie”, así como la ciencia po­
sitiva usual de la sociedad burguesa, trazan una tajante
línea divisoria entre la conciencia y su objeto. Se Ies escapa
totalmente que esta separación, que ya sólo tiene un valor
relativo para el punto de vista trascendental de la filosofía
crítica,22 es superada totalmente por la concepción dialéc­
tica.23

22 Particularmente instructivas resultan en este sentido las ob­


servaciones de Lask en el capítulo n de su Filosofía del derecho,
editada en homenaje a Kuno Fischer, t. n, pp. 28 y ss.
23 Es lo que ilustra perfectamente De la guerra, obra del filó­
sofo de la guerra, general Karl von Clausewitz, quien estaba profun­
damente influido por el espíritu y el método de la filosofía idealista
alemana. En ei capitulo m del libro rr, Clausewitz analiza si es más
correcto hablar del arte de la guerra o de la ciencia de la guerra y
llega a la conclusión de que “es más correcto decir arte de la gue­
rra”. Sin embargo, no se da por satisfecho con esto. Examinando
más profundamente la cuestión explica que la guerra “no. es ciencia
ni arte en el sentido estricto de la palabra” y que, en su forma mo­
derna, tampoco es un “oficio” (como en tiempos de los condottie-
ri). Antes bien, en una concepción realista, la guerra es “un acto
deí trato humano”. “Decimos, pues, que la guerra no pertenece al
dominio de las artes ni al de las ciencias sino al de la vida social.
Es un conflicto de grandes intereses que se resuelve de modo san­
griento, y sólo en esto se distingue de los demás conflictos. Sería
mejor compararla con el comercio que con cualquier arte, pues el
comercio es también un conflicto de intereses y actividades hum a­
nas,. y está mucho más cerca aún de la política que, a su vez, puede
considerarse — al menos en parte— como una especie de comercio
en gran escala. Además, la.política es la matriz en la que se gesta la
guerra; en ella se esbozan rudimentariamente sus lincamientos de
la misma manera que las propiedades de los seres vivos se ocultan
en sus embriones” (primera edición alemana, 1832, t. i, p. 143;
edición de Scblieffen, p. 94). No faltará algún pensador científico
positivista moderno, encerrado en rígidas categorías metafísicas, que
desee objetar en este punto que el célebre autor ha confundido aquí
el objeto de la ciencia de la guerra con esta ciencia misma. Sin
embargo, Clausewitz sabía perfectamente lo que es una ciencia un
el sentido ordinario y no dialéctico. Aclara expresamente tjue el
objeto de lo que el lenguaje corriente llama arte, o bien etienrin
de la guerra, no puede ser objeto de un arte o una ciencia ‘Yn i'l
verdadero significado de los términos”, -ya que aquí no se tra ía «Ir-
una materia inerte, como en las;artcs mecánicas (o en las cii-iiuiu»),

m
ECONOMIA., POLÍTICA, FORMAS SOCIALES DE CONCIENCIA
(i d e o l o g í a s ) w

El tratamiento de los conceptos económicos en la crítica


materialista de Marx contiene la clave para la comprensión
de la teoría materialista de la conciencia, es decir, de la
teoría marxista de las ideologías, o como llaman a este do­
minio recientes imitadores del marxismo, la “sociología del
saber” (M annheim).
Desde el punto de vista metafísico del “sano sentido co­
mún” y de la filosofía parece una inconsecuencia, o hasta
una contradicción, el que en la Crítica de la economía po­
lítica Marx desenmascare, por una parte, los conceptos eco­
nómicos como representaciones “fetichistas” que representan
las relaciones sociales de los hombres en la forma “invertida”
de relaciones entre cosas, pero, por otra parte, mantenga esas
mismas nociones y hasta las líame explícitamente “formas
intelectuales válidas, objetivas”. Con eso se produce la situa­
ción, insoportable para el metafísico, de que en una teoría
se enfrentan dos grupos de conceptos y proposiciones que se
ni tampoco de un “objeto vivo pero pasivo y dócil”, como en las
artes (o ciencias) ideales, sino de un objeto “vivo que reacciona" .
Sin embargo, un objeto de esta índole, como todo objeto no tras­
cendente, puede “ser explicado y más o menos expuesto en su
conexión interna por una investigación del espíritu, y esto basta
para realizar el concepto de t e o r í a La similitud de este concepto
de teoría de Clausewitz con el de ciencia en el socialismo científico
de Marx y Engels es tan grande que no necesita comentarios. Pero,
al mismo tiempo no debe sorprendemos, ya que ambos conceptos
derivan de la misma fuente: de la idea de ciencia y tífc filosofía
dialéctica de Hegel. Por cierto, las glosas de los epígonos de Clau-
sewitz sobre este punto de la teoría de su maestro recuerdan, de
manera sorprendente por su tono y contenido, las observaciones co­
rrespondientes de ciertos marxistas científicos modernos sobre la
teoría de Marx. Citemos, a este respecto, algunas frases del prefa­
cio de Schlieffen (p. iv) a su edición del libro De la guerra'.
“Clausewití no ha puesto en duda el valor de una sana teoría en sí;
su libro testimonia, a cada momento, su afán de conciliar la teoría
con la vida real. Esto explica en parte el predominio de este modo
de pensar filosófico que no siempre satisface al lector actual.” ¡Como
se ve, durante la segunda mitad del siglo xix no sólo el marxismo
fue vulgarizado!
* Karl Korsch, “Carta de Korsch a Partos”, en el libro Kart
Marx, Barcelona, Editorial Ariel, 1975, p. 285.

274
excluyen recíprocamente., exactamente igual que en la socie­
dad capitalista real se enfrentan distintas clases sociales con
intereses contrapuestos, contradictorios y retí [ñocamente ex­
cluyen tes.
Para el metafísico no representa tampoco ninguna solu­
ción el que Marx declare explícitamente que los conceptos
económicos están condicionados social e históricamente (los
llama “formas intelectuales socialmente válidas, por lo tanto
objetivas para las relaciones de producción de este modo de
producción social históricamente determinado que es la pro­
ducción de mercancías” ) y el que añada que es una limita­
ción de la conciencia burguesa el que para ella “tales fórmu­
las, que llevan escrito en la frente que pertenecen a una for­
mación social en la que el proceso de producción domina a
los hombres y el hombre no domina aún el proceso de pro­
ducción, sean necesidades naturales tan obvias como el trabajo
productivo mismo”.
Al declarar Marx que en estos conceptos económicos apa­
recen a los productores (y lo mismo a la ciencia, que traduce
simplemente a forma científica las nociones precientíficas de
los productores) sus relaciones sociales “tales como son"
(“esto es, no como relaciones sociales inmediatas entre las
personas mismas, sino como relaciones cósicas entre las per­
sonas y relaciones sociales entre las cosas” ), resulta impensa­
ble para el metafísico que, con el modo burgués de produc­
ción, cuya caducidad histórica y particularidad social puede
estar dispuesto a admitir (aunque al hacerlo excluirá incons­
cientemente de la caducidad precisamente las determinacio­
nes formales más generales), puedan llegar a ser falsas (o sin
sentido) las proposiciones que han sido en algún momento
verdaderas de ese modo de producción. Para el metafísico,
una proposición que designa una cosa “tal como es” es una
verdad atemporalmente válida, y sigue siéndolo aunque el
objeto desaparezca.
En cambio, para el materialista es contradictorio (y ca­
rece de sentido) hablar de validez atemporal de proposiciones
sobre cosas sociales e históricas, porque él define esas propo­
siciones mismas como cosas sociales (y, por lo tanto, históri­
camente mudables). El principio de que “no es la conciencia
de los hombres la que determina el ser, sino a la inversa, el
ser social el que determina la conciencia” no significa para
Marx —que por esta época ya había abandonado hacía tiem­
po las cuestiones filosófico-epistemológicas, como todas las
demás cuestiones filosóficas— lo mismo que para el m eta-
físico.
No se trata de una respuesta a la cuestión metafísica de
la relación entre una conciencia en sí y el ser en sí que se le
enfrenta como objeto de conciencia. Está claro desde e l pri­
mer momento que el ser consciente,no,es más que una paite
del territorio del ser social (y. por tanto histórico) en parte
consciente y en parte .no consciente. La cuestión es la d e la
determinación activa o pasiva entre las distintas formas del
ser (el derecho y la economía, las formas de Estado y la eco­
nomía) y lo mismo entre la conciencia y el ser no consciente. A
esa cuestión responde Marx dentro del estrecho ámbito del
“ser social” al que pertenece como elemento particular la
conciencia (la cual es según esto siempre “social”) hay una
dependencia de la conciencia respecto del ser que es de natu­
raleza completamente distinta de la que existe entre el objeto
pensado y el pensamiento del objeto, por la cual el pensa­
miento se distingue objetivamente (por así decirlo) como
forma de la realidad, del ser pensado como otra forma de
la realidad (una dependencia más bien del tipo de la depen­
dencia de las relaciones jurídicas respecto de las relaciones de
producción): relaciones estructurales, relaciones de desarro­
llo; relaciones “unilaterales” en las cuales la alteración de un
ámbito tiene como consecuencia transformaciones cuantitativa
y cualitativamente importantes en el otro, pero no retíproca-
mente; o la alteración en un campo produce efectos dura­
deros en el otro, mientras que en el sentido inverso sólo se
produce un efecto instantáneo, breve, transitorio, etc.; relativa
importancia de las transformaciones en los distintos terrenos
para la situación general; más exactamente: repercusión de
las transformaciones de. un terreno en otros muchos y diferen­
tes terrenos, mientras que, a la inversa, las transformaciones
producidas en uno. de estos otros terrenos repercuten en re­
lativamente pocos campos; imposibilidad de transformar algo
en un campo sin una transformación previa, simultánea o
suficientemente inmediata de otro terreno (o la misma impo­

276
sibilidad del intento de mantener un campo inalterado, pese a
transformación de otro ).
E n este sentido se puede entonces decir que las formas
de conciencia de la economía política no se pueden trans-
fonnar antes de la transformación del modo de producción
burgués. Los conceptos económicos no pueden ser destruidos
ni sustancialmente cambiados por la crítica teórica no, como
creería el metafísico, porque tienen por objeto el modo de
producción burgués, sino porque ellos mismos, como objetos
reales, pertenecen al mismo mundo burgués que las reales
relaciones de producción burguesas, y en su estructura, etcéte­
ra, están realmente determinados, influidos, contenidos y con­
solidados por aquéllas. La incomprensión del metafísico se
manifiesta también, entre otras cosas, en el hecho de que la
conciencia burguesa no puede representarse más que en
forma burguesa otras relaciones de producción temporalmente
previas (o prehistóricas), o presentes en regiones muy aleja­
das y sin relaciones con las europeas, o bien relaciones de
producción no burguesas pensadas como futuras (Robinson,
el cazador y el pescador primitivos de Ricardo), y ni siquie­
ra los críticos socialistas tendenciahnente antiburgueses reba­
san vagas y abstractas nociones.
[Añadido taquigráfico) : También en el hecho de que la
misma dependencia respecto de las relaciones de producción,
y hasta en medida mayor, se vuelven a encontrar en las no­
ciones de la (¿burguesía?) que no tienen por “objeto” las
relaciones “económicas”, sino el derecho, la política y las
ideologías “superiores”, esto es, todavía más alejadas de su
fundamento económico material.

277
e s te lib ro
se te rm in ó de im p rim ir
el 10 de marzo de 1982
en lo s t a l l e r e s g r á f i c o s v i c t o r i a , s . a .
p r i y a d a de Z a r a g o z a 18 bis / m é x i c o 3, d. f.
tip o s b a s k e ry ille 8 y 1 0 p u n to s
se im p rim ie ro n tre s m il e je m p la re s
y sobrantes para reposición
en papel ediciones crema de 60 gramos
de la fá b ric a de papel san ju a n
La en o rm e u tilid a d de u n a a n to lo g ía com o ia une
h a n e la b o ra d o V illa g rá n y Ca..3Sigoli re s id e en p o n e r
de m a n ifie s to la p ro d ig io sa m u ltip licid ad de
se n tid o s que h a a d q u irid o la p.t.L 'ora “ id e o lo g ía ”
e n tre m a r x is t a s y no m a r x is t a s , p o r1no h a h e r
pod id o s u p e ra r la d ico to m ía a n te s su ñ a la d u . E n esto
se re v e la n m u c h a s c o s a s , m u c h o s in te re s e s , p ero
so b re todo se re v e la el p ro fu n d o d e sco n o cim ie n to
q u e la, m a y o ría de lo s tra ta d is ta s tie n e de la, o b ra de
M arx.

Iiudovico Silva

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