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la ideología
en los textos
arm ando cassígo li carlos v illa g rá n
prólogo de lu d ovico silva
I
MARCHA
EDITORES
Colección
CIENCIAS SOCIALES
ganzl912
p r im e r a e d ic ió n , 1982
© M ARCH A E D IT O R E S , S . A.
MEDICINA 56
M ÉXICO 20, D, r.
is b n 968-481-004-0
MARCHA
EDITORES
M ÉXICO
Agradecemos a las siguientes editoriales el generoso permiso que
nos concedieron para incluir en esta antología los textos que se men
cionan a continuación: Editorial Losada, S. A., (Bacon: Novum
organum); Ed. Kier ÍHolbach, Ensayos sobre lar preocupaciones);
Ediciones Pueblos Unidos (Marx-Engels, La ideología alemana);
Cuadernos de Pasado y Presente (Bujarin, Teoría del materialismo
histórico) ; Ediciones de Cultura Popular (Yadov, La ideología como
forma de la actividad espiritual de la sociedad) ; Editorial Grijalbo
(Lukács, Historia y consciencia de clase); Juan Pablos Editor,
(Stamsci, El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce) ;
Ediciones Era (Korsch, Marxismo y filosofía).
ganzl912
INDICE
I, LOS PRECURSORES 21
Francis Bacon, Barón de Verulam , Vizconde
de St. Albans 28
Claude Adrien Helvetius 42
Paul Henri Dietrich, Barón de Holbach 47
Antoine Louis Claude Destutt de Tracy 56
IL E L M ARXISM O CLÁSICO 63
Karl M arx 73
Friedrich Engels 106
III, E L M A R X IS M O -L E N IN IS M O 135
Vladim ir Ilich Ulyanov 151
Nicolai I. Bujarin 163
V. A. Yadov 174
IV. E L H IS T O R IC IS M O M A RX ISTA lg i
G yorgy Lukács 212
Antonio Gramsci 233
Karl Korsch 257
\
I
)
*
PRÓLOGO
PARA ESTUDIANTES Y ESTUDIOSOS
7
autores comprendidos en la “sociología del conocimiento” ;
a historiógrafos de la ideología como Horowitz, Cliford,
Naes y Lenk; a economistas como Joan Robinson, Lange,
Schumpeter y Meek; a Stalin y seguidores como Svertov; a
pensadores como Sartre y Gorz; a investigadores como Geiger,
Watkins, Tancier, Jakubowski, Mephan y Hirst. A unos los
omitimos por considerar que simplemente repetían a autores
anteriores, a otros —inclasificables— por cuanto simplemen
te no aportaban nada fundamentalmente novedoso al proble
ma de la ideología, y a unos menos por desarrollar el tema en
textos demasiado amplios. Nuestro problema fue más difícil
al eliminar que al recolectar. Es posible que hayamos come
tido grandes “injusticias”, cosa insoslayable en cualquier an-
tología.
Inclusive al clasificar podemos haber cometido errores al
querer encasillar de manera demasiado estrecha a ciertos
autores que pueden ser ubicados en más de una corriente de
pensamiento. *
La creación y la publicación actuales sobre ideología, son
ingentes, no solo en Europa, Estados Unidos, América Latina,
sino en el mundo entero. Neomarxistas, semiotistas, estructu-
ral-funcionalistas y -teóricos del llamado “fin de las ideolo
gías” acuden al tema privilegiándolo.
Nos hemos limitado a corrientes y autores que nos pare- 1
cieron fundamentales, revisando el escaso material que se |
dispone en nuestros medios y teniendo en cuenta la dificultad
de traducciones de idiomas poco accesibles.
Queremos manifestar nuestro agradecimiento al apoyo »
que hemos encontrado en la Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales y en el coordinador del Centro de Estudios* de la
Comunicación de la misma Facultad, doctor Carlos Quijano.
De igual modo reconocemos aquí la valiosa ayuda de Cynthia
Uribe y otros estudiantes en la confección de este trabajo.
Agradecemos al mismo tiempo las interesantes sugerencias y
aportaciones del profesor Juan Eduardo Esquivel.
Si este libro-antología incita a profundizar el tema, a es
tudiar y replantear sus problemas, habrá cumplido el cometi
do que se propusieron sus autores.
a . c? y c. v.
8
PREFACIO ANTI-IDEOLÓOICO
9
de la mayoría de los autores recogidos en esta antología. Es
un riesgo que sus autores han querido correr. Por lo demás,
en la antología, al final, figuro yo mismo, lo que me da
cierto derecho a expresarme de modo personal. Villagrán y
Cassígoli escogieron el capítulo final de mi libro La plus
valía ideológica, donde diseño este concepto o “cpnstructo”
que tiene la pretensión de ser un aporte original al marxismo.
Por cierto que, con muy buen olfato, los autores lo coloca
ron al final junto a un texto de mi amigo el poeta alemán
Hans Magnus Enzensberger, de cuyos textos teóricos obtuve
alguna inspiración para inventar el mencionado concepto.
Tal vez —no lo sé, en verdad:— habría sido más “pedagó
gico” o didascálico incluir el capítulo inicial de mi libro
Teoría .y práctica de la ideología. Este libro, editado hace 1
años en México por Nuestro Tiempo, ha tenido un inespe
rado éxito en sus sucesivas ediciones, y cuando fui a la
u n a m a comienzo de 1978 a- dictar una conferencia, pude
ver a muchísimos estudiantes con ese libro bajo el brazo. Su 1
primer capítulo es el sistemático dibujo de la teoría marxista
de la ideología; es decir, de lo que yo creo que es esa teoría,
que ha sido universalmente mal interpretada por toda clase
de marxistas, marxólogos y marxianos, para no hablar de los
“sociólogos” integrados a la ideología capitalista. Sin embar
go, los autores de esta antología,- como buenos espíritus poér •
ticos, prefirieron un texto que, si bien más imperfecto, es
también más creador. En cierto modo, debo, tomarlo como
un reto para: escribir otra vez,. con mayores conocimientos y
formación, una formulación de- aquella intuición inicial de »
mi. primer libro teórico. ,
* * *
10
sores Villagrán y Cassígoli, que no sólo contiene pasajes de
los clásicos del marxismo, sino de muchos autores más, que
van desde Bacon hasta Enzensberger. Digo que es una lásti:
ma, por las siguientes razones.
Siempre he sostenido la idea de que el núcleo conflictivo
de toda teoría de la ideología se encuentra en la teoría de
Marx, Paradójicamente,; esto es válido incluso para los que
hablaron o aludieron a ese concepto antes de M arx.. Los
pasajes de la teoría de los idola, de Francis Bacon, que se
suelen considerar como antecedentes, lo son porque los he
mos visto a la luz de la teoría, de Marx. Prueba de esto es
que quien -primero mencionó a Bacon en este sentido fue
Karl Mannheim, en una lúcida nota al pie de su Ideología
y utopía, en 1929; y lo hizo para ilustrar la teoría de Marx
—o mejor dicho, lo que Mannheim creía que era la teoría dé
Marx, singularmente mal interpretada en ese libro (sobré
esto hay un ensayo en mi libro ya mencionado, Teoría y prác
tica de la ideología). Todo esto tiene una razón de ser his
tórica,: de la misma foT5h5^oTQ‘0‘ Marx"tuvo ”qüe enfrentarse
inicialmente a la pesada carga de la ideología alemana pa^a
desmitificarla, Bacon tomó para'si da gran tarea de adoptar
uha áctitúd destruios 'freritsf' a lv in m e p sa carga de.la ideo:
logia rtiedievah YJásLcaiño JJdfe^i'comó^óntrapariida, fuijdó
líC.iiueva ciencia experimental é inductiva —frente. ,tfl_dg^
áuctivismo puramente abstracto de , la Edad .Media—, l&fafx .
fundó .su teoría materialista de la historia, en oposición ^al
idealismo o ideplogismp dé Héggl y, sobre .todo,.de los neohe-
gelianos. Y así como Bacon, en su Novum Otganum, creó la
teoría de los ídolos, híarx creó' la teoría de la ideología; to
mando este vocablo que en su época era ya de uso corriente
entre los filósofos. Por eso una vez sugerí la. idea de que, si
no hubiese existido ya el vocablo, “ideología” con el tinte
que le dio el emperador -Napoleón, seguramente Marx ha
bría inventado una teoría de. la “ideología”, es decir, una
teoría de los ídolos; pues las “ideas” de la “ideología” (vo
cablo hipcrfilosófico) no son tales ideas, y más se - parecen
a ídolos, o a “imágenes”, como se diría ^hablando de la carga
ideológica de las modernas comunicaciones.
También los. antecesores franceses del siglo, xvm deben
verse con la óptica de Marx. Holbach, Diderot y Helvetius
—sobre , todo este último— son a su, modo , los predecesores
11
de la teoría marxista de la ideología. Aunque sólo fuera en
nombre del sensualismo filosófico, estos autores llegaron a
formular claramente la necesidad de buscar las raíces mate
riales de nuestras ideas. Es más: a ellos les interesaban no
todas las ideas, no todo el mundo espiritual, sino ciertas for
maciones que ellos llamaron prejuicios, cuya misión era en
torpecer el recto entendimiento de la realidad. El barón de
Holbach decía que “los prejuicios de los grandes son las leyes
de los pequeños”. ¿Se quiere una definición más clara de la
ideología de las clases dominantes? Y hay otras cosas curio
sas, que aparecen si uno busca el artículo prejugé en la cele
bérrima Enciclopedia; allí, los enciclopedistas (Diderot,
D’Alembert) recurren precisamente a Francis Bacon, a quien
llaman el padre de la teoría de los prejuicios. La palabra
“prejuicio” es particularmente nítida para diferenciar el
fetíSifleno que'después de M arx'se llamará ideológico, por
que nos remite a una zona mental en la qué no se emiten
juicios claros y distintos, “ideas”, sino tan sólo eso que Ortega
llamaba “creencias”. De ahí a la consideración, que en mis
escritos he esbozado, de que la ideología tiene su lugar indi
vidual en el preconsciente del hombre, no hay más que un
paso, que fue el que dio Marx. El genial Helvetius decía que
penser, c'est toujours sentir. Es lo mismo que decía Marx a
los ideólogos alemanes, cuandólés reprochaba no darse cuen
ta de que tódSs 'SUsr “ideas” tenían una matriz sensible, con
creta, material y alemana. Lo que pasaba es que “así como
los franceses t'ra'risformián sus ideas en sombreros, los ale
manes transforman sus sombreros en ideas”, como decía Marx
en Miseria de la filosofía.
Y tuvo que ser el menos brillante, el más “cretinamente
burgués” (Marx dixit) de todos aquellos filósofos franceses
el que inventara la malhadada palabra; fue Dbstutt de Tracy,
quien figura en esta antología a título de pieza de museo^el
qué creó la palabra “ideología”. Para él ésta e ra '“ía ciencia
de las Jdeas”, una especie de “psicología ..científica” capaz
de estudiar laí-ideas en el cerebro dé l a .misma forma como
sé"estudia una planta en él invernadero. Suerte de conduc
tiva ante litleram, Déstútt sólo pudo pasar a la historia-por
haber sido el jefe de unos renovadores universitarios'’ que se
enfrentaron a Napoleón: los llamados “ideólogos”. Y pa
saron a la historia porque Napoleón, en un discurso ante el
12
Consejo de Estado en 1812, dijo estas palabras: “La ideolo
gía, esa tenebrosa metafísica...” Aunque parezca mentira,
Napoleón Bonaparte fue el antecesor más directo de la teo
ría mandsta de la ideología. Paradójicamente, el emperador
fue más revolucionario que aquellos “contestatarios” de la
universidad, porque señaló en ellos la inadecuación entre las
ideas y la historia real. Esta observación tiene que haber
sido recogida por M aix; de otro modo no se explica la for
midable coincidencia con ella, patente en La ideología ale
mana.
El tratamiento que le dio Marx, junto con Engels, en el
libro antes mencionado, fue totalmente creador; fue ni más
ni menos la creación de la teoría de la ideología, como sub
conjunto dentro de la teoría general materialista de la histo
ria. Por supuesto, no voy a entrar aquí en los detalles de la
teoría de Marx, que por lo demás el lector, encontrará debi
damente expuesta por el propio Marx en esta antología.
Sólo haré hincapié en un hecho que se puede constatar em
píricamente, a saber: todas las teorías modernas y contem
poráneas de la ideología,"^pbFmuy disímiles que puedan ser,
hriancan de la teoría de Marx. Concretamente, se deriyan:
ele una cierta dicotomía que existe" en Marx con respecto a
éste" problema. Soy partidario dé considerar que, en el fondo,
no hay más qué"uria sola Formulación de Marx, un sentido
"ubiCo, que es el sentido estricto. Este sentido, como lo pude
comprobar numéricamente eñ mi antología aludida al co
mienzo, constituye el 90 por ciento de los textos de Marx y
Engels. Pero no puede negarse la existencia de un 10 por cien
to de textos en los que se formula ún sentido lato del término.
Por diversas razones —la más importante de las cuales, a mi
juicio, es el hecho de no haberse publicado el manuscrito de La
ideología alemana sino en 1932, ocho años después de la muer
te de Lenin— el sentido lato ha prevalecido, con lo cual se-le
ha hecho un daño inmenso a la teoría marxista de la ideo
logía, invalidándola prácticamente y reduciéndola a la famo
sa, metafórica y vaga “superestructura”. En sentido lato, la
uña sociedad, la “conciencia social” de que habla Marx en
ideología es, sencillamente, todo el contenido espiritual de
su famoso Prólogo de 1859 a Zur Kritik der politischen
Oekonomie. Dentro de ese contenido espiritual amplio e in
13
diferenciado, todo es ideológico,, tanto las representaciones
falsas como las verdaderas. En cambio, en el sentido estricto,
son ideológicas tan sólo las representaciones falsas, es decir,
aquéllas" que la propia sociedad ha producido con el fíri“ dfe
justificar y.ocultar* eh las cabezas de sus miembros, la situa
ción de desigualdad y explotación que existe en la estructura"'
material de la sociedad. Por eso se ha llamado (fúé Engels
quien lo hizo, en una carta)~a“la ideología “conciencia falsa”,
expresión heg'eliana .que bien podría: matizarse con sfumature
ffeüdianás" tales como la preconciencia. Muchos autores han
tratado de definir lo que es esta conciencia falsa El que.
más recientemente he leído es un investigador hispano-pe-
ruano, vJosé Ignacio López Soria, quien en su libro El modo
de pro3üc¿Tári e'n~'¿l'Perú (Lima, 1977, p. 71) escribe: “Con-
ciencia falsa será aquella, que subjetivamente está justificada
en función. de la situación histórico-social pero que objetiva
mente es., errónea en cuanto que no alcanza ni expresa ca
balmente la esencia "de lá evolución histórica.” .
Mi posición personal es que la única teoría realmente
marxista es la que viene implícita en el sentido estricto' del
vocablo “ideología”. El sentido lato no sirve realmente de
nada, y no constituiría originalidad alguna por parte de Marx
el haberlo formulado. Si se puede hablar tranquilamente de
“contenido espiritual de la sociedad” o dé “conciencia social”
para designar todo el universo de las representaciones que
se hace el hombre de sí mismo y de su sociedad, ¿para qué
Afamar, a eso “ideología” ? El concepto sólo cobra vigor ,y
utilidad científica cuando sirve para, designar una región es
pecifica de ese contenido" espiritual, que es la de Jas repre-
’sentáció'ñes falsas y justificadoras destinadas a apoyar»espiri-
tualmente el orden -material existente.' E s' lo que llamó
plusvalía ideólégicaf aunque esté ’c'óhcépfc» tiene otros matices
que podrá consultar el lector én la presente antología.
La mayoría de los autores, empezando por Lenin, han
optado por el sentido lato. Lo más que han hecho ha sido
especificarlo un poco diciendo que la ideología es una mani
festación de las clases sociales; así, habría una “ideología
burguesa” y una “ideología revolucionaría” o “proletaria”.
Pero esto equivale a descaractérizar el concepto da- Marx.
¿No es preferible hablar de una ideología del modo de pro
ducción capitalista (o cualquier otro sistema basado en la
14
explotación), perteneciente por igual a burgueses y proleta
rios? Por el sólo hecho de .pertenecer a una clase, el prole-
tririo ño~W a tener "un modo específico de representarse el
mundo; lo má3 probable es’ que viva dentro de la ideología
filial del sistema, como bien , lo ha indicado Marcuse; y ¿n
«fio de reaccionar conscientemente contra esa ideología im
puesta, aflorará en él lo que Marx llamaba' “conciencia de
i"liar” , que es precisamente él opuesto dialéctico dé la “ideo
logía”.
La enorme utilidad de una antología como la que han
elaborado Villagrán y Cassígoli reside en poner de manifiesto
la prodigiosa multiplicidad de sentidos que ha adquirido la
palabra “ideología” entre marxistas:y no marxistas,: por no
lubcr podido superar la dicotomía antes señalada. En esto se
ir velan muchas cosas, muchos intereses, pero sobre todo se re
vela el profundo desconocimiento que la mayoría de los tra
tadistas tiene dé la obra de Marx. Bastaría leer primera La
ideología alemana y pasar, luego a El capital, para compro-
Imr cómo fue siempre fiel "Marx al sentido estricto de la ideo
logía. Uno de los pocos autores qué ha comprendido esto es
Mnximilien Rubel, en su maixológica edición francesa de
lux obras económicas de Marx. Allí puede rastrearse la evo
lución del concepto de ideología en. El capital, independien
temente de. que se mencione o no explícitamente el vocablo.
I ¡ualquier ojo adiestrado en la lectura de Marx puede
«divinar la presencia constante_de la, división entre estructura
social {StrufcxrY 'i “formas ele aparición” (ErscKéinungsfor
inen) de esa estructural Li. plusvalía está en la estructura so-
rinl, penTfcS "aparece” como garcainmi.Es.decir, la ganancia
rs"*)a forma ideológicaáz la plusvalía,.la forma que.sirve al
capitalista para engañarse a sí mismo y engañar-a los demás
i on el cuento de qué el dinero produce dinero espontánea-
monte, milagrosamente, como por tina propiedad suya . mate
rial do reproducirse. Y es que el dinero, que ideológicamente
un aparece como una ñora, es en su estructura uná'relación
tocia! de producción.- La mercancía, que en su. estructura
íuliiua es trabajo, se aparece 13éol5gicamente como “ valor-”i
«ni valor que pareciera pértenecerle á la mercancía por sus
meras cualidades materiales. Y . así sucesivamente.
l’.n casi todos los autores es siempre posible encontrar
mi nllthft de verdad. Pero, para mi gusto, son realmente pocos
15
los que dan con el centro de la idea de Marx. Entre los relati
vistas, Mannheim acertó en algunas cosas, sobre todo en la
contraposición de ideología y utopía (en el sentido de utopía
concreta); pero desvirtuó totalmente la tesis oiiginal de
Marx, tal vez porque cuando publicó su libro (1929) aún
no se conocía La ideología alemana. Los estructural-funcio-
nalistas, como. Merton y Parsons, construyen úna teoría ad
hoc para justificar su “sistema social” ; o dicho de otra ma
nera, hacen una formulación ideológica de la ideología. Los
marxistas-leninistas, en su afán apologético y catequístico, no
sólo se aferran a la metafórica y vaga “superestructura ideo
lógica” y a la infeliz noción de la ideología como “reflejo”,
sino que, lisa y llanamente, convierten en sus manuales toda
la ciencia de M arx en un pura ideología, un catecismo “ma
terialista dialéctico”. Entre los estructuralistas, un Poúlan-
tzas o un Althusser han hecho importantes contribuciones,
pero todas dominadas por lo que una vez llamé “el morbo
althusseriano”, a saber: la pretensión de conciliar el sentido
lato y el estricto del concepto. Para Althusser la ideología es
ciertamente una conciencia falsa, una inconciencia; pero tam
bién para Althusser en una sociedad comunista desarrollada
“no puede no haber ideología”. Uno se pregunta: si la ideo
logía es una foimación propia de las sociedades de explota
ción de una clase, por otra, cuando desaparezcan las clases
¿qué papel puede desempeñar la ideología? ¿Tendrá alguna
justificación histórica su existencia? El contenido espiritual
dé la sociedad, ¿necesitará de representaciones falsas para
ocultar y justificar una situación material de explotación? Por
supuesto, no pienso que en ninguna sociedad, por más que
sé tratase de la “fase, superior del comunismo”, dejará de
h^aber“ r^ré'séntaciones falsas.. Pero á afirmo que en una
sociedad realmente comunista esas representaciones no cons
tituirán un Poder en él mismo sentido en que lo constituyen
en las sociedades actuales, del Este y del Oeste.^Precisamente
el" desarrollo extraordinario de la conciencia impedirá esa
“alienación universal” [állseitige Entausscrung) de que ha
blaba Marx en sus Grundrisse.
Igual podría decirse de los semiotistas, y de algunos “freu-
do-mairxistas”, si hacemos la gloriosa excepción del genial
Wilhelm Reich, quien profundizó de una manera extraordi
naria en el concepto marxista de conciencia y, ayudándose de
16
tUM hiidar. interpretación del instrumental freudiano, elaboró
Uhn íiiric tic ideas que bien podrían haber tenido en cuenta
ll* niiwhicionarios de todo el.mundo, para no caer en tantas
¡HutnuÜCCiones con su pfopia conducta revolucionaria. Pero
ft Ksl'llí lo guiaba sobre todo una formidable intuición. En
ftiitiliin, a los representantes de la Escuela de Frankfurt
ti»or!ft critica de la sociedad o pensamiento negativo—
Im guió mi profundo y sereno estudio de la obra de Marx.
IW # n filósofos como Máróuse,. Adorno y (Hórkt>eimer'son
tiiileni l, ¡i ini juicio, se han'acercado más a Iá elaboración y
del concepto marxista estricto de ideología. En
K1 hombre unidimensional o en Dialéctica del Iluminismo el
i*oji4rptu de ideología está manejado exclusiva y rigurosa-
lilllilr en esc sentido estricto de que he Hablado, En cuánto
fc Ion liistoricistas marxistas,' cuyo paradigma es Lukács, a
tic sus brillantes atisbos y desarrollos, caen en lo que
rnyfi el primer Lukács: en proposiciones tales como que la
'•lítiinción objetiva” del proletariado crea la “necesidad ob
lativa” de una “ideología revolucionaria". Esta proposición
llcilr la ventaja de combatir el malhadado “voluntarismo”,
tlt* ciertos partidos comunistas, pero cae en el más rancio:
hogrlianismo, al dejar a la Historia, y no a los hombres que
la hacen, la tarea de crear la conciencia revolucionaria. Por lo
iImiiÓs, siguen la idea leninista de que puede haber una
"hlmlogía revolucionaria”, expresión que, para mi gusto,
r» una eontradictio in adjecto, .
Luego figuran los representantes del llamado “fin de las.
Mitologías”, que forman una fauna bastante ambigua, pero
qur ha gozado de cierto renombre publicitario. Ciertamente,'
turna muy bonito proclamar apocalípticamente el fin de las
Itlmilogins, y hacerlo en nombre de la ciencia. Parecería algo
mi como una profecía de Marx. Pero lamentablemente, estos
UnlnriM, ruando dicen “el fin de la ideología” lo que quieren
ilm'lr rn “el fin del marxismo” . Esta observación la hizo hace
nfti» rl norteamericano Michael Harrington en uno de sus
vnlirtilri ensayos. El “fin de las ideologías”_nq pasa de_ ser,
[iiivUmnrnte, una ideología más, Tanto Raymond Aron como
Rtlwnnl Shils y Daniel Bell no son más que unos vergonzan
te* antimarxistas. ¡Si tan sólo se ocuparan de refutar a
Marxl IVro no, su plato favorito es el “marxismo” en sus
ilUlintn* versiones contemporáneas. Y se presentan como los
17
redentores científicos y tecnológicos de una humanidad lar
gamente dominada por religiones y política. Lo que los hace
ideológicos es justamente el ignorar que sus proposiciones
están al servicio del sistema político-económico que mayor
carga ideológica h a tenido en toda la historia. Decretar, en
nombre del capitalismo, el fin de las ideologías, es algo así
como decretar la desaparición del Himalaya.
La antología se cierra con el texto mío antes citado y
con un bello y penetrante ensayo de Hans Magnus Enzens-
berger titulado La manipulación industrial de las conciencias.
Recomiendo vivamente al lector este ensayo, porque en él
se condensan toda la sabia herencia de la Escuela de Frank-
furt y una cuidadosa lectura de Marx. Una lectura creadora,
que usa del instrumento marxista para analizar fenómenos que
rjp "conoció y ápenas previo Marx, tales como la industria
de la conciencia, que Adorno y Horkheimer llamaban indus-.
tria cultural y que yo prefiero llamar industria ideológica.
Pues se han producido numerosos y penetrantes estudios
—como los de Vanee Packard— sobre la “manipulación de
las profundidades”, pero casi nunca se ha dicho que esa
manipulación es la forma específica contemporánea en que
actúa la ideología.
. ' ■*■**
18
proposiciones: lo importante es que, irritados, se lancen a la
¡H’tura de este libro. Mi única defensa es el verso de Rim-
lum d:
19
I. LOS PRECURSORES
El quae volumus, ea credimus liberanter escrito por el
emperador romano Julio César; aquello de que ‘lo que es
verdad a un lado de los Pirineos, es error del otro lado” que
expresó Blas Pascal; eso de que “a menudo entre el palacio
y la plaza pública hay una niebla tan densa y un muro tan
grueso que no pueden ser penetrados por los ojos de los
hombres. Tanto sabe el pueblo de lo que hace quien gobierna y
de las razones por qué lo hace, como de las cosas de la In
dia”, que publicara el contemporáneo de Macchiavelli, Fran
cesco Guicciardini; la teoría de los idola de Francis Bacon,
conde de Varulam, o la teoría de los prejuicios de un Hol-
bach o un Helvetius, expresan similares observaciones acerca
de las relaciones entre el conocimiento y la realidad. Estas
distintas visiones de lo real que tienen los hombres ubicados
en diversos contextos políticos, económicos y sociales, evi
dencian el problema de la determinación social de las ideas.
Sin embargo, el término ideología, que podría aplicarse a
las precedentes opiniones y teorías, emana recién de la re-,
volución francesa y con una connotación, en su autor, muy
diferente.
Quien acuña prácticamente el vocablo es el conde L.ouis
Claude Ántoine Destutt de T ra ty (1754-1836) en su obra
Élcinents d’idéologie publicada en París en 1801, en donde
teoriza acerca del origen y formación de las ideas, expresan
do que está nueva disciplina —la ideología— es una parte
de la zoología y emana de lasi investigaciones de John Locke
y CondiílaC.
Los ideólogos, o discípulos de Destutt de Tracy, se ubi
caron fundamentalmente en el Instituí National y su núme
ro fue tan crecido, que en la Asamblea de los Quinientos
tuvieron casi doscientos diputados. Su intención era influir
en la vida política a través de la educación. ~~ "
De esta suerte, “la ideología no posee solamente impor
tancia teórica, sino cfiIe7_desd'e~úri'‘piihrcipio~tÍeh'eJ3m“ 'agñí-
íicaSb "^práctico, pues' únicamente ella ofrece uná' sólida base
n ¿ s ciencias políticas, morales, y ' 'pe¡dag5gtcasT Lo mismo
qué el 'conocimiento de' la n a m ra ¡e ^ a ^ ’dél''hqmbre^la''Téo:'
ifu dé' la" educación, la economía y la ciencia del Estado
23
necesitan de la ideología, que investiga cómo se origina, se
forma y desarrolla la expresión de las ideas mediante el
lenguaje’’.1,
La ciencia del hombre que pensaba constituir Destutt de
Tracy a-partir de sus Élémehts debía constituir la base para
nada menos que la vida política y económica de la Francia
revolucionaria: o por lo menos heredera de la mejor tradi
ción de la revolución francesa. Esto no hubiera importado
si lo expuesto por Destutt hubiese quedado simplemente en
el plano doxístico, de mera opinión. Pero los “ideólogos”
tenían además fuerza política para llevar a cabo sus doctrinas
en el plano de la actividad práctica.
Lo anterior llevó a los ideólogos a “un inevitable conflic
to con Bonaparte, quien sacrificaba la libertad política a sus
tendencias autocráticas, despóticas e imperialistas”.2 Y el
conflicto estalló en 1803 cuando Napoleón hizo cerrar la
cátfedra de Giencias Morales y Políticas del Institut National,
al que una vez él mismo se preciara de pertenecer, y en
donde se concentraba parte importante de los ideólogos. El
23 de enero de 1803, Napoleón creó una tradición que subsis
te hasta nuestros días: lo primero^ que hacen las dictaduras
ep cuanto a lo académicoTés''tratar de acabar con las cien
cias sociales.
La fe que los “ideólogos” , tenían eri la razón era un peli
gro para "esa Francia de la Restauración, que estaba más
cerca de la tierra del Imperio de San Luis Rey, que de Ro-
bespíerre. ■
En boca de Napoleón Bonaparte, de Chateaubriand,3 y
24
más tarde en De Bonald, el término ideología adquiere una
cOTnotacióñ' peyorativa, "casi análoga a la del término revo
lución.' ■ ■
Para los tres nombrados,, revolución era “crimen” en Eu
ropa, y“ los ideólogos, los portadores de ese crimen, de esa
“tenebrosa metafísica”, opuesta a los valores de la iglesia
católica a la que pertenecen Napoleón, Chateaubriand y De
Boñáldj en una linea directa en Francia que, pasando por
Maurras, desemboca en el obispo Lefebvre.
El uso peyorativo del término o su interpretación técnica
neutral se han dado a través de la historia según sea, la rela
ción política del autor frente a la revolución francesa. Con
respecto a la línea italiana, no peyorativa del concepto des-
tuttiano de ideología, Barth* señala a los siguientes: Pásquale
Gallupi (Elementi di filosofía, 1820), para el cual la' ideolo
gía era “la^oencíalfél ÓngeiL.y de Iá generación de las ideas"-
GfiíjV (I d e o lo g ía 1822) ; d’Aquisto (Trattato d’ideología,
1858).-En España, asilo empleó Jaime Balmes en su Füosofia
fundamental. Y en Inglaterra Jeremy Bentham en una carta
fechada en mayo de 1802 citada por Naess.5 El uso peyora
tivo, por su parte, como ya vimos, emana de Napoleón, pasa
por tóelo’el pensamiento reaccionario francés y parádójícamen-
teÜíarsc y'Engels retoman el sentido “peyorativo” del término
corno “falsa conciencia”, como determinación clasista de las.
ideas: las ideas dominantes son las ideas dé la clase domi
nante.
’ Sin embargo, de Napoleón, los fundadores del materia-
su Génie du christianisme (1802), defendió el catolicismo, dejando
una honda huella en las letras francesas.. De regreso del Oriente M e
dio (1806) publica en Francia, Les maHyrs (1809 }.• Inspirado en la
caída de Napoleón Bonaparte escribe De Bonaparte et des Boúrbons,
especie de opúsculo del que Luis X V afirmó que Había 'prestado a
la causa realista la ayuda de un ejército entejo. Después de haber
desempeñado los cargos de embajador, en Inglatena (1828) y mi
nistro de asuntos exteriores (1823-1824), se retira a la vida privada
donde escribe sus M imoires d’outretombe, la cual vio la luz después
de su muerte (1848). Chateaubriand estuvo influido por J. ' J.
Rousseau y por el enciclopedismo.- Su obía literaria influye ’ en el
exotismo poético de la prosa francesa subsiguiente.
‘ Ibii-
5 Ame Naess, Historia ¿el término ideología desde Destutt de
Tracy hasta Kart Marx (en I. L* Horowitz, fíistoriá y' elementos de
la sociología del conocimiento, Buenos Aires, í?aidós).
25
lismo histórico solamente toman lo que hemos denominado
el sentido “peyorativo” del término. La base critica emana,
en primera instancia, de Francis Bacon y su teoría de los
idola, y en segundo término, pero de manera más directa, de
la crítica a los prejuicios, realizada por los filósofos materia
listas franceses del siglo xvm Helvetius y Holbach.
Francis Bacon, cuya obra se desarrolla a fines del siglo
xvi y a comienzos del x v ii , fue fundamentalmente un político,
un hombre de estado que incursionó también en los campos
de Iá ciencia y del conocimiento científico, motivos que se
encuentran en casi toda su obra, incluyendo la Nueva Attán-
tida, utopía que lo emparienta con Campanella y Moro.
El 'empirismo baconiano y el racionalismo cartesiano, por
otra parte, fueron las dos escuelas de pensamiento que, con
jugadas, expresaron las necesidades de la burguesía en as
censo que necesitó de una nueva metodología para cimentar
su expansión. Ambos fueron parte de un mismo proceso de
lucha antiescolástica, dé repudio a la metodologia caracte
rística del feudalismo. Bacon encarna esa ciencia empírica
que finalmente desembocó en la revolución industrial de
fines del siglo venidero.
La crítica de los 'idolaes la primera sistematización de
las “nociones falsas que han invadido la humana inteligencia”
y que impiden o dificultan el conocimiento verdadero: edu
cación, lecturas, lenguaje, tradición, sistemas filosóficos, etc.
En otros términos, la crítica de los idola es el antecedente más
fundamental de lo que a partir de Marx llamaremos la
ideología: lajnfluencia, la relación entre el pensamiento y el
entorno social, entre historia, sociedad e ideas, e n t^ clase
ídc5r"y "conocimiento, entre teoría y praxis.
Sin embargo, es a partir de la crítica social de los mate-
jrialistas franceses del siglo xvur, Helvetius y Holbach, del
análisis de los prejuicios, de los juicios previos a todo conoci:
inientb introducidos fundamentalmente por la iglesia en J a
mente de los hombres para seguirlos dominando, que se va
desarrollando el concepto de ideología o falsa conciencia
desarrollados más tarde por Marx y Engels.
Para Helvetius, son las pasiones, la ignorancia y el abuso
de las palabras los que originan en nosotros nuestros juicios
falsos y errores.
26
^ ; ; f - * t { j
r/ ■ ■ ■■ : C.^
Para Holbach, la fuente_ del error debe buscarse, en ...el
.fanatísinOj en los juicios precipitados, los prejuicios, la su
perstición, los hábitps maquinales, diseminados pór los minis
tros de la religión, que “han jurado, un odio eterno a la ra
zón,’ a la ciencia, y a la verdad”.
Todo lo anterior es recogido luego por Marx que, a pesar
de conocer la obra de Destutt de Tracy (varias veces citada
en El capital) desdeña la noción destuttiana de ideología y
usa el concepto en un sentido que viene de Bacon a los mate
rialistas franceses del siglo xvni.
Para ellos, a los juicios que debiéramos obtener por la
razón o la experiencia, oponemos juicios previos a la razón
o la experiencia; los juicios previos o prejuicios que la socie
dad nos inculca expre san los íntere ses de los grupos podero-
sosTde la sociedad, entre otros de los ministros de la religión,
qué inás tarde el marxismo englobará dentro de la clase
dominante.
De hecho tanto Holbach como Helvetius plantean los
aspectos axiológicos de la ciencia y el conocimiento, y por
lo tanto la inexistencia de un saber neutral, al que por otra
parte aspiran. Su crítica a los prejuicios, esos modernos idóla,
los convierte en precursores de la teoría de la ideología que
más tarde elaboran los fundadores del materialismo histórico,
teoría de la ideología que no ha dejado de estar presente en
toda la historia del pensamiento posterior sobre la ideología
o sobre la “sociología del conocimiento”.
A.C.
'V
27
FRANCIS BACONj BARON DE VERULAMj VIZCONDE
DE ST. ALBANS
28
Su Novum Organum es una revisión del “Organon” aris'-
tótélico y'una. 'polémica en contra del estagirita. Sus juicios
ántidfistátélicos van dirigidos fundamentalmente contra Santo
‘FdriL'ás de Aquino (que dristotelizó al cristianismo o cristiani-
ztí-el^drut'ótelisTnoJ y que representaba la culminación del
sistema^ escplástic o de la época feudal. Los textos que a con
tinuación publicamos, extraídos del Novum Organum, se re
fieren a la teoría de los ídolos (idola) \ nociones falsas que
han invadido la Humana inteligencia1>limitando su capacidad,
de lograr la verdad. En otros términos,, la relación de .la
realidad social con el cono cimiento que es, latamente, el pro-,
bléma de la ideología. .
Obras:
N ovum organum, Buenos Aires, Losada, 1949 (la. ed. inglesa: Novum
organvm scientiarum, 1609).
Nueva Atlántida, México, Fondo de' Cultura Económica, en Las uto
pias del Renacimiento (la. ed. inglesa: New Atlantis, 1627 - pos
terior).
NOVUM ORGANUM*- •
xsxviii. . . .
xxxix
29
cera, ídolos,, del foro (idola fori), y a la cuarta, ídolos
del.teatro {idola theatri),
xl
xli
xlii «
30
que el espíritu humano (tal como se dispone en cada uno
de los hombres), es una cosa variable, sujeta a toda clase de
perturbaciones y casi a merced del momento. Por eso dijo
con razón Heráclito que los hombres buscan las ciencias en
sus mundos menores privados y no en el Mundo mayor y
.universal.
xliii
xliv
Hay, en fin, ídolos que han inmigrado en el espíritu de
los hombres partiendo de diversos dogmas filosóficos y
tic malas reglas de demostración a los cuales llamo yo ídolos
del teatro, porque creo que todos los sistemas filosóficos "in
ventados y propagados hasta ahora son otras tantas comedias
n impuestas y representadas que contienen mundos ficticios
y teatrales. Y no hablo solamente de los sistemas hoy en
Imgrt ni de los sistemas y sectas antiguos, pues fábulas por el
estilo pueden todavía componerse y producirse en gran nú
mero, dado que errores muy diversos pueden proceder, no
'tintante, de causas casi comunes. Por otra parte -con esto
II" tnc refiero solamente a sistemas universales sino también
a numerosos principios y axiomas de las ciencias que han
venido a prevalecer gracias a la tradición, la credulidad y la
31
negligencia. Pero de cada una-de estas clases de ídolos tene
mos que hablar más detenida y explícitamente para que el
espíritu humano esté prevenido.
xlv
xlvi
32
vez: ¿Ya, pero dónde están pintados los que perecieron a
pesar de sus votos? Este también es el procedimiento d e toda
clase de supersticionés~cómo la ástrología, interpretación, de
sueños, presagios, sortilegios, etc., en los cuales, como ¡os
hombres se complacen en tales vaciedades, hacen resaltar
los sucesos cuando se cumplen, pero en d caso de que fallen,
áunque sea mucho más frecuente, los pasan por alto y los
olvidan. Pero este mal se desliza mucho más sutilmente en
la filosofía y en las ciencias, en las cuales aquello a que
se ha dado primero la conformidad, vicia y acomoda a su
manera todo el resto (aunque éste sea más sólido é impor
tante) . Además, aun cuando no existiera esa vanidad y com
placencia de que hemos hablado, g¡s errar propio y perpetuo
dél entendimiento humano el de moverse y estipularse más
por los hechos positivos que por los negativos cuando propia
“y regularmente debiera mantenerse tan dispuesto a los unos
como a los otros; es más, en la constitución acertada de un
axioma tiene más fuerza el hecho negativo. ■■
xlvii
xiviii
3.1
tampoco puede concebirse cómo ha trascurrido Ja eternidad
hasta' el día de hoy; pues esa distinción que suele hacerse- de
iníinito de antes (infinitum a parte ante) e infinito de d e s
pués (infinitum a parte-, pcst) , no puede quedar en pie en
modo alguno, puesto que habría que- deducir que hay u n
infinito mayor que otro infinito, y que el infinito tiene
término y se acerca al finito. Una sutileza por el estilo es
aquella de la divisibilidad de las líneas hasta el infinito, q u e
procede de la impotencia de nuestra mente. Pero esta impo
tencia mental interviene aún más desastrosamente en la in-
"vestigación de las. causas, pues aunque -los principios m ás
universales de la naturaleza, tal como se encuentran en el
estado actual, tienen que ser convencionales por naturaleza
y por tanto no pueden ser realmente causantes, sin embargo
el entendimiento humano, incapaz de reposo, exige todavía
leyes más generales. Y entonces pretendiendo remontarse más
allá acaba por caer más- cerca como es en las causas finales
que arrancan más bien de la naturaleza del hombre, qué de
la del universo corrompiendo con ello de mil modos la filo
sofía. De otro lado el buscar las causas en los hechos más
universales nos revela tanta impericia y ligereza filosófica
como el no perseguirlas en los subordinados y subalternos.
xlix
34
I
ii
35
acto o del movimiento, pues las formas no son más que fic
ciones de la mente humana a menos que llamemos formas
a aquellas leyes activas.
lii
liv
36
esfuerzo al estudio^ del imán compuso inmediatamente un
sistema filosófico acorde cón ¡ü asunto favorito.
lv
Ivi
Ivii •
37
raleza y de los cuerpos en su composición y configuración
pasma y enerva el entendimiento. Esto se ve clarísiraamente
comparando la escuela de Leucipo y Demóciito con los d e
más sistemas filosóficos, pues aquélla se ocupa de tal modo
de las partículas de los cuerpos que casi olvida su estructura;
las demás contemplan tan atónitas la estructura que no
penetran en Jos elementos simples de la naturaleza (simplici-
tatem .naturae). Así pues hay que alternar estos dos métodos
de contemplación y adoptarlos sucesivamente, para que el
entendimiento se haga a la vez penetrante y capaz de evitar
así los inconvenientes de que hemos hablado y los ¡dolos? que
de ellos provienen.
Iviii
• • lix .
Pero los ídolos más importunos son los del foro; deslí-
zanse éstos en el entendimiento por la asociaci6 n.de palabras
y nombres, ya que los hombres se imaginan que la razón
ejerce dominio sobre las palabras; pero sucede a veces que
las palabras devuelven y reflejan también su fuerza sobre el
entendimiento. Esto es lo que ha convertido en sofísticas e
inactivas a la filosofía y a las ciencias, pues las palabras
toman forma, las más de las veces, a medida de la capacidad
del vulgo, y dividen las cosas siguiendo las líneas que resultan
38
/
39
en torno a otro cuerpo, como aquello que de por si es inde
terminable e inconsistente (nec consistere potest) o lo que
cede fácilmente en cualquier dirección o que se divide y
esparce fácilmente; aquello que se junta y recoge con facili
dad o' lo que fluye y se pone fácilmente en movimiento o
que se adhiere fácilmente a otro cuerpo o lo m oja o se funde
fácilmente en líquido, si antes aparecía como sólido. D e
donde si nos ponemos a publicar y aplicar este nombre, si
b tomamos en .un sentido, resulta que la llama es húmeda,
en otro que el aire no es húmedo, en otro que el polvillo
fino es húmedo, y en otro que el vidrio es húmedo también,
de donde se echa a ver claramente que esta noción ha sido
abstraída precipitadamente^ sin tener en cuenta más que el
agua y algunos otros líquidos vulgares y comunes sin las
debidas comprobaciones.
En las palabras hay cierta gradación de impropiedad y
error. U n género menos vicioso es el de los nombres de una
sustancia cualquiera, principalmente de especies inferiores
y bien derivados, pues las nociones de creta y lodo son bue
nas, desacertada la de tierra; más imperfecta es la clase de
nombres de acción tales como engendrar, corromper, alterar:
la peor es. la de cualidades (excepto los objetos inmediatos
de los sentidos), tales como las de pesado, ligero, denso, etc.
Y sin .embargo, en todas ellas no puede por menos de haber
uñas algo mejores que otras en proporción a la extensión
de la experiencia de los objetos (rerum copia) .
bá *
' Por su parte, los ídolos del teatro no son innatos en
nosotros, ni se han deslizado clandestinamente en nuestro
entendimiento, sino que han sido impuestos y acatados abier
tamente partiendo de los libritos de teorías y d e. las leyes
corrompidas de demostración. Pero intentar y acometer su
refutación estaría en pleno desacuerdo con lo que llevamos
dicho hasta aquí, pues como no estamos de acuerdo ni en
los principios ni en las demostraciones, estaría demás toda .
argumentación. Lo cual es una suerte después de todo, pues
así a los antiguos les queda intacta su gloria, ya que no-se
les resta nada puesto que la cuestión es puramente de método.
40
Gomo suele decirse, CLaudus in vía antevirút cursarem extra
viam (el cojo dentro del camino adelanta al corredor fuera
de él). Y también es claro y manifiesto que el que corre
fuera del buen camino tanto más se desvía cuanto más hábil
y veloz es. Nuestro método de investigación, de las ciencias
es tal que no deja mucho lugar a la agudeza, y vigor de la
inteligencia sino más bien pone a los talentos e ingenios
a un igual. Pues así como para trazar una linea recta o des
cribir un círculo perfecto importa mucho la firmeza y en
trenamiento del pulso si se hace sólo por medio de la mano,
pero poco o nada si se emplea una regla o un compás, lo
mismo sucede con nuestro método. Aunque el empleo de
refutaciones particulares sea inútil, sin embargo hay que
decir algo de las varias sectas y de los géneros de esta clase
de teorías, así como también de los signos exteriores por los
que se reconoce que son erróneos; finalmente de las causas
de tan gran infecundidad y de tan duradero y unánime
acuerdo en el error, para que así, el paso a la verdad sea
menos difícil y para hacer que el entendimiento humano se
preste con más gusto a su purificación y desdeñe los Ídolos.
íl
41
CLAUDE ADRIEN H E L V E T IU S
42
¡ f
I ,■ : ■ ’
DEL E S P ÍR IT U * .
Primer discurso:
CapUulo I . . . .
Del espíritu en sí mismo
[ . . . ] voy a mostrar en loscapítulos siguientes, que todos
nuestros juicios falsos y todos nu^tr os errores‘sédeben i
<^s causas que no suponen en nosotros;imás. qué la ¡facultad
de sentir. Sería por consecuencia inútil y .al mismo tiempo
absurdo admitir en nosotros úna facultad de juzgar que no
explicara nada que no sé pudiese explicar, sin ella. Entro
pues en materia y digo que no h a y fabios juicios qué “no
&5!r efectos ó dé nuestras' paaonésí o Jdé nuestra ignorancia.
Capitulo 11
De los errores ocasionados por nuestras pasiones , '
Las pasiones nos inducen a error, porque ellas hacen fijar
toda nuestra' atención sobré'una'parte' del'objeto que., nos
presentan y no nos permiten considerarlo eii su totalidad. ..
nosotrós percibimos eil las cosas más a menudo aque
llo que deseamos encontrar en ellas [ ...]
Lia ilusión es un efecto necesario de las pasiones, cuya
íuti^aj, casi, siempre, se mide por d grado de. ceguera, en el
que ellas nos sumergen [ ...]
Finalmente esas mismas pasiones, que debemos mirar
como el germen de una infinidad de errores, son también
Ift fuente de nuestras luces [.. .]
43
Capítulo-III
De la ignorancia
No nos equivoquemos cuando, arrastrados por una p a
sión y fijando toda nuestra atención sobre una parte de un
objeto en su totalidad. No nos equivoquemos tampoco cuan
do, estableciendo juicios sobre una materia, nuestra memo
ria no posee todos los aspectos de comparación de los cuales
depende en este género la justeza de nuestras decisiones.
Esto no significa que cada uno de nosotros no tenga un es
píritu justo: cada cual ve lo que ve, pero ninguno desconfía
totalmente de su ignorancia,' pues cree demasiado fácilmente
que'aquello que ve en un objeto es todo lo que se puede
yer_en él.
En las cuestiones más difíciles, la ignorancia debe ser
vista como la causa principal de nuestros errores.
[ ...] cuán fácil es, ilusionarse a sí mismo y cómo sacando
. consecuencias siempre justas de sus principios los hombres
llegan a resultados totalmente contradictorios [ . . . ]
La conclusión de lo que acabo de mencionar es que los
hombres, viendo bien lo que ven, sacando consecuencias muy
justas de sus principios, llegan entre tanto a resultados a
menudo contradictorios, ya que no tienen en la memoria
todos los objetos de la comparación de la que debería resultar
la verdad que buscan [....]
[ . . . ] solamente he .querido probar a través de este.ejem
plo que en las cuestiones complicadas y sobre las cuales se
juzga sin p'asión, nadie se equivoca jamás sino por la igno
rancia, es decir imaginando qué la par te qué se ve del objeto
gs todo lo que hay que ver en él. ■*
Capítulo IV
Del abuso de las palabras
Otra causa de error que se mantiene paralelamente a la
ignorancia es el abuso de las palabras y las ideas poco níti
das que se le agregan. Locke ha tratado muy felizmente este
problema cuyo examen me permito únicamente para ahorrar
a los lectores el trabajo de investigación ya que no todos tie
nen la obra de este filósofo igualmente presente en el es
píritu.
J
Descartes había dicho antes que Locke que los peripaté
ticos, atrincherados detrás de la' oscuridad de las palabras,
se parecían mucho a los ciegos que para lograr un combate
igual atraían a un hombre clarividente a una caverna oscu
ra. Si este hombre —agregaba él— supiera iluminar como
el día a la caverna, forzara a los peripatéticos a agregar ideas
nítidas a las palabras de las que se siiven, su triunfo estaría
asegurado.
De acuerdo con'Descartes'y Locke voy por lo tanto a
probar que en metafísica y en moral, el abuso de las pala
bras y la ignorancia de sus verdaderos significados es, si
pudiera decirse, un laberinto donde los más. grandes genios
algunas veces se han perdido; Y o tomaría por ejemplo algu
nas de esas palabras que han producido las más largas y
vivas disputas entre los filósofos. Tales son, e n metafísica, las
palabras materia, espacio e infinito.
[ ...] Es a la falsa filosofía de los siglos precedentes que
se debe atribuir la ignorancia grosera en la que estamos con
respecto a la verdadera significación de las palabras. Esta
filosofía consistía casi enteramente en el arte de abusar de
ellas. Este arte, que hizo toda la ciencia escolástica, confun
día todas las ideas y la oscuridad que ianzaba sobre todas
las expresiones se propagaba generalmente sobre la moral [. . .]
Si, como lo ha probado Locke, nosotros somo?_dis.-
típulos de amigos, de nuestros padres, dé lecturas, en_fin,_de_
tóaos los objetos que ríos rodean, es necesario que todos .nu£s-
T?d5 péhsaihientos y nuestras voluntades sean efectos inme
diatos, consecuencias necesarias de las impresiones que hemos
recibido [. -.]
[ ...] vemos que el germen eterno de las disputas y de las
calamidades encierra a menudo la ignorancia de la verda
dera significación de las palabras.
Sin hablar de la sangre derramada por los odios y las
disputas teológicas, disputas casi todas fundadas sobre el
abuso de las palabras. ¡ Qué otras desgracias producirá aún
esta ignorancia y a qué errores no ha lanzado a tal punto a
los naciones! [ . . . ]
[ ...] En consecuencia, primeramente se h a n agregado al
gunas falsas ideas a ciertas paláhf¿ 57”eñsegí^ida'se han com-
paiScfiTy "cbniBinado éstas palabras y estas ideas entre ellas;
fada nueva combinación Ha producido-un nuevo error; estos
45
errores se han multiplicado y al multiplicarse se han compli
cado a tal punto que sería ahora imposible, sin pena ni
trabajo infinito, seguir y descubrir la fuente [ .. . ]
yo he mostrado las verdaderas causas de nuestros
juicios falsos. He hecho ver que todos los errores del espíritu
tienen su fuente o en las pasiones o en la ignorancia, ya sea
de ciertos hechos, ya sea •de la- verdadera significación de
ciertas palabras. El error no está pues esencialmente adscrito
a la naturaleza del espíritu humano. Nuestros falsos juicios
son pues el efecto de causas accidénteles* que no suponen
para nada en nosotros una, facultad de juzgar distinta de„la
facultad de sentir. El error no es más que un accidente de
dónde se sigue que todos los hombres tienen esencialmente
el espíritu justo.
46
T
PAUL H EN RI DIETRICHj BARÓN DE HOLBACH
47
nos hemos permitido cambiar en la traducción original la
palabra “preocupación” por “prejuicio”, dejando el resto del
texto invariable.
Capítulo primero
La opinión es la reina del mundo
“Nuestras voluntades —agrega el. mismo Hobbes—
van en. pos de nuestras opiniones, y nuestras acciones en pos
de nuestras voluntades: así es como la opinión gobierna al
mundo”, pero la opinión no es más que la verdad o la false
dad establecida'sin examen en el espíritu de los mortales. Las
opinidnes universales son'las que se hallan generalmente ad
mitidas por los hombres de todos ios países: las opiniones
nacionales son las adoptadas por cada nación. ¿Cómo será
posible distinguir entre las verdaderas y laá falsas? Recu
rriendo a la experiencia y a la razón, que es su fruto; exami
nando si estas opiniones son real y constantemente ventajosas
en gran número- comparando sus ventajas con sus inconve
nientes; considerando los efectos necesarios-que producen "en
los que las han abrazado y en los que viven en sociedad con
ellos. ..
De modo que sólo con la experiencia podemos descubrir
la verdad. Pero: ; qué es la verdad?. El conocimiento de las
relaciones que subsisten entre aquellos seres que obran recí
procamente unos en otros, o más bien, la conformidad que
hay entre los juicios que formamos de los seres y las cualida
des que estos seres poseen realmente. Cuando digo que el
fanatismo es un mal digo la verdad confirmada por la expe
riencia de todos los siglos y sentida por todos aquellos cuyos
prejuicios no les estorban para conocer las ■relaciones que
subsisten entre los hombres reunidos en sociedad en la cual
las opiniones fanáticas han producido en todos los tiempos
los males más horribles [ ...] Luego sin la verdad el hombre
carecería de razón y de experiencia; el acaso y no una regla
48
pityurn lo guiaría en el escabroso sendero de la vida; su
Infancia sería perpetua y sería víctima de sus prejuicios, es
<)«dr, de los juicios formados y de las opiniones adoptadas
»!u examen. La desgracia es un producto necesario de la
Imprudencia; el hombre engañado por juicios precipitados
lio tiene ideas rectas, camina de error en error, y a cada paso
puede ser juguete de su inexperiencia propia o del capricho
rlir los ciegos que lo guían.
En efecto, entre las criaturas que se llaman racionales
por excelencia, pocas hallamos que hagan uso de la razón.
Todo el género humano es de generación en generación víc-
llliin de toda clase de prejuicios. Meditar, consultar la'exjpe-;
Herida, poner en ejercicio la razón, aplicarla a la conducta,
►mí’ ocup aciones’ que la mayor parte de los mortales desco
noce.* Ellos miran como trabajo penoso —al cual no están
ÍEfilu mbrados—, el de pensar por sí mismos, sus pasiones,
lili negocios, sus placeres, sus temperamentos, su pereza, pues
lili disposiciones naturales les impiden la investigación de
Ifi Verdad. Pocas veces sucede que se ocupen seriamente en
lomearla, les es más cómodo, y más breve el dejarse arrastrar
por la autoridad, por el ejemplo: por las opiniones recibidas,
por los usos establecidos y por la fuerza de los hábitos maqui-
ttnlcs. La ignorancia hace a los pueblos crédulos; su inexpe
riencia y su sencillez los obligan a conceder una ciega con-
finnza a los que se arrogan el derecho exclusivo de pensar, de
formar la opinión pública y de disponer de la suerte de sus
imncjnntes. Acostumbrados de este modo a dejarse guiar, se
bullan en la imposibilidad “desa&ér a dónde sé fes lleva, de
ftGorijJudt á las ideas que se. les inspira, sóri verdaderas o
(Hilas;” útiles ó dañosas. Los_ hombres que están cri posesión
iln influir en el destino de los otros, tienen cierta propensión
h abusar de su credulidad; en este engaño hallan ordinariar
monte algunas ventajas; su bien particular estriba en .perpe
tuar los errores y la inexperiencia de los que los siguen; en
hacerles ver ciián peligroso es pensar y consultar la razóp;
iialifican de inútiles, perniciosas y criminales las investiga-
alones a que podrían dedicarse; calumnian a . la naturaleza, y
fi la razón; en fin, a fuerza de terrores, de misterios, de os
curidades y de incertidumbres, logran ahogar el deseo, de
hincar la verdad, oprimir la haturaleza con el peso de la
Imtoridad, y someter la razón al yugo de su capricho. Si los
49
hombres se quejan de los males y de las calamidades que
sufren, sus guías los engañan con destreza y les impiden
acudir al verdadero origen de sus penas que está siempre
en sus funestos prejuicios.
Así es como se ven entre los ministros de la religión (que
son los primeros institutores de los pueblos), tantos que han
jurado un odio eterno a la razón, a la ciencia y a la verdad.
Acostumbrada a dominar a los mortales en nombre de las
potencias invencibles, la superstición los llena de temores,
los aturde con maravillas, los alucina con misterios y unas
veces los espanta y otras los divierte con sus fábulas. Des
pués de haber preocupado de este modo y extraviado al
espíritu humano, la superstición le persuade fácilmente de
que ella está sola en posesión de la verdad; de que ella sola
puede enseñar el camino de la felicidad verdadera; de que
la razón, la evidencia y la naturaleza sólo pueden conducir
a la perdición y a la mentira. Con este artificio llegan a creer
los hombres que sus sentidos son engañadores e infieles, que
la experiencia es sospechosa, que la verdad está siempre
rodeada de tinieblas espesas, siendo así que se manifiesta sin
dificultad a todo el que procura apartar las nubes con que
la circunda la impostura. Seducida por intereses pasajeros en
que cifra su grandeza y su poder, la política se cree obligada
a. engañar a los pueblos, a mantenerlos en sús prejuicios y a
destruir en todos los corazones el deseo de la instrucción y
el amor a la verdad. Esa política ciega e irracional no quiere
más que súbditos privados de la vista y de la razón; aborrece
a los que quieren ilustrarse por sí mismos; y, castiga cruel
mente al que se atreve a romper o alzar el velo (jue cubre 'el
error. Las conmociones espantosas que tantas veces suscitan
los prejuicios en los Estados, no son parte a desengañar a los
jefes de los pueblos; obstínanse en creer que la ignorancia y
el embrutecimiento son útiles y la razón, la ciencia, la verdad
son los mayores enemigos del reposo de las naciones y del
poder de los gobernantes.
La educación, cuando está en manos de los ministros de
la superstición, sólo se propone inficionar desde los primeros
años al espíritu humano con opiniones absurdas, con enor
mes disparates y con imágenes espantosas. El hombre apenas
llega a la puerta-de la vida empieza a impregnarse en locu
ras, se . acostumbra a tomar por verdades demostradas una
50
multitud de errores, útiles sólo a los impostores de profesión,
Puyo interés consiste ^en que ía~"mü cKedúmbre permanezca
htn'da al yugo, embrutecida y convertida en fácil instrumento
<]n sus pasiones y en sostén de su poder usurpado. Las socie-
(míés se llenan de este, modo de ignorantes fanáticos, y tur-
lííilcntos, para los cuales nada es tan importante como estar
iOmctidos ciegamente a las caprichosas decisiones de sus
¡¡las espirituales y abrazar con calor los in.teieses de éstos,
3 Oinpre contrarios a los. de la masa común.
Envenenando así desde su infancia con la copa del error,
p! hombre entra en sociedad. Allí encuentra a sus semejan
t e imbuidos de las mismas opiniones que ninguno de ellos se
lili atrevido a examinar; confírmase más y más en ellas; el
ejemplo fortifica cada vez más sus prejuicios, ni siquiera
le ocurre asegurarse de la solidez de los principios, de las
Instituciones y de los usos que ve sancionados con la apro
bación universal. Por consiguiente, ya no piensa, ya no
ÍHtjiocina; se obstina en sus ideas y si por acaso se encuentra
ilf>n la verdad, cierra los ojos para no verla y se acostumbra
lil modo de pensar de todo el mundo; rodeado de insensa-
|íií( teme que éstos lo ridiculicen, que lo castiguen o que lo
flyndcnen, si no participa de aquel epidémico delirio.
Véase cuántas circunstancias conspiran a depravar la ra
tón humana, a extinguir la luz y a. separar ál hombre de la"
verdad. De este modo los mortajes, por su misma impruden-
e!h, llegan a ser cómplices de los que .los, encadenan y. aluci-
tiíin. Profanando en nombre de Dios se ha conseguido apar-
llfflST de la razón, arraigar en ellos la ignorancia, hacerlos
ornumigos de la evidencia, de su propio reposo y del de sus
¿^nejantes. Los opresores d e . la tierra se han aprovechado
lili las preocupaciones supersticiosas para arrogarse el dere
cho de hollar a sus semejantes, de .despojarlos y sacrificarlos
A íu antojo. Por una ^consecuencia natural de estas opiniones “
extravagantes los’ hombres se rven generalmente envueltos en
lo esclavitud'y en la opresión, besan humildemente las 'cade-'
j i»is qué" arrastran ’ y que^Ies" Káh~cárgá’d o’ Tos^tiranós’"y"los
déspotas; Se creen obligados ár.padécer sin ab rir los labios.y
llegan a perder la esperanza de . verse libres de la miseria
(|liu miran..como .efecto de una sentencia irrevocable del
c.iHo.
Extraviados por el terror, envilecidos y desanimados por
51
sus prejuicios supersticiosos y políticos, los hombres son
verdaderamente niños sin razón, esclavos pusilánimes, in
quietos y dañinos. Sus opiniones acerca de todo lo quedes
superior a su naturaleza los hace arrogantes, testarudos, tur
bulentos, sediciosos, intolerantes e inhumános, y, según el
temperamento'de cada uno, esas mismas opiniones les inspi
ran un abatimiento, un letargo vergonzoso, una apatía mortal
que les impide el pensar en ser útiles. Sus prejuicios
políticos los ponen en la dependencia de un poder inicuo
que los divide, los hace enemigos unos de los otros y sólo
favorece a los que contribuyen al éxito de sus miras perni
ciosas [. .. ]
Es, pues, evidente que la ignorancia es el origen común
de los errores del género humano. Sus prejuicios son las
verdaderas causas de las calamidades que lo rodean. La
mayor parte de los que revisten el carácter de guías espiri
tuales o temporales lo asustan, lo inquietan, lo aturden o pa
ralizan la energía de su alma. .Sus guías políticos lo avasa
llan, sus gobiernos lo oprimen cuando no lo corrompen con
sus teorías utópicas y extrañas, y se creen felices los gobiernos
cuando son miserables los gobernados. El estado social que
debería multiplicar los bienes y placeres del hombre, crea
y multiplica males e inconvenientes que los salvajes no cono
cen. ¡ Eso es privilegio del hombre civilizado! [ . . . ]
Capítulo sexto
En tanto que los gobernantes sean enemigos de la verdad
y sé' créan interesados en perpetuar los abusos,establecidos,
ios (gobernados permanecerán en el abandono, la voz de la
razón no llegará a sus oídos, la ciencia no podrá ilustrarlos,
la moral les será enteramente inútil y la educación no les dará
más' que preceptos vagos que jamás podrán influir en su
conducta; • Por esto muchos filósofos desanimados han creído
que el error era necesario al género humano y que los males
que éste padece son irremediables; han visto la mentira tan
firmemente arraigada en el trono, que no han osado atacar
la; han examinado las heridas que ha recibido la sociedad de
mano de los más crueles enemigos, y les han parecido tan pro
fundas, tan inveteradas y en tan gran número, que han apar
tado los ojos con horror y las han declarado incurables de
52
IBnejantes ideas, hijas de la desesperación, aquellos médicos
pusilánimes, o no han hecho nada, o sólo han suministrado
vnnos paliativos. Cuando han manifestado a los hombres la
peligrosa situación en que se hallaban, los han exasperado
declarándoles que era inútil cansarse en buscar mejora, y
que los remedios que se podrían adoptar serían peores que
Ifi enfermedad misma. ,
Sin embargo, ya hemos probado que los males de la es- >
(jgqic humana sólo son incurables a los ojos de aquellos que )
no tienen el valor de subir hasta su origen ni la paciencia de
Iitiscar seguros específicos. La superstición, consecuencia for-
fhía de las ideas falsas y siniestras que los hombres han fonna-
dü de la divinidad, es la fatal levadura que les ha envenenado
Ift naturaleza entera. Ella sola ha servido de apoyo a los
gobernantes absolutos, a los déspotas licenciosos, a los tira
nos desenfrenados que pervirtieron las costumbres de las
tuiciones, que las hicieron esclavas, que proscribieron las luces
ilu la verdad, y que bajo el pretexto de gobernarlas aniqui
laron su dicha, su actividad y sus virtudes. ¿De qué pueden
l&rvir las lecciones de una sabia política que aconseja a los
hombres vivir en unión y concordia, ser justos y benéficos,
ttinplcarse en el bien público, en tanto que la superstición
loj divide, los arma unos contra otros, les prohíbe buscar su
bienestar en la tierra y en lugar de este bienestar a que sus
facultades lo inclinan le presenta una serie de delirios y qui
meras en que hace estribar la verdadera dicha? ¿Y qué hacen
t)il tanto los gobiernos seducidos por los prejuicios y
|»0 r las falsas ideas dél bien público? Aniquilar en los hom
bres toda idea de equidad, romper los vínculos que los unen,
hacerles odiosa una patria en que no pueden vivir libres ni
Seguros, despojarlos, castigar su industria con enormes im
posiciones, despreciar y degradar los talentos, oprimir o
desdeñar la virtud, proscribir la ciencia y la verdad. ¿Puede
ejercer algún influjo la moral en unos hombres a quienes
lodo convida a ser avaros, fastuosos, ambiciosos, bajos, disi
mulados, aduladores y que sólo pueden salir del infortunio
Sepultando en él a sus semejantes? ¿Cómo es posible que por
medio de leyes parciales e inicuas se pueda poner freno a
unos hombres desesperados a quienes la codicia de los gabi
netes, las rapiñas de los grandes, las vejaciones de los minis
tros, y la avaricia de los que con ellos contratan para enri
53
quecerse con la sangre de los pueblos han privado de todo
medio de subsistir? ¿ Qué podrían hacer los terrores imagina
rios de la superstición en unos hombres cuyos vicios y desgra
cias son .producto de las falsas ideas que esta misma supers
tición les han inspirado acerca de la divinidad y de los reyes
honrados con el título de imágenes de Dios en la tierra?
¡ Pues qué! ¿La superstición es como la lanza de Aquiles,
que cura las heridas que ella misma ha hecho? No por cierto.
Ella hizo malos a los seres sobrenaturales, y éstos fueron
representados por principes malos, obedecidos por súbditos
que no pudieron ser buenos, puesto que todas las circuns
tancias que los rodeaban propendían a corromperlos. .He aquí
por qué las naciones tiemblan delante de los impostores y de
los tiranos, que no han hecho otra cosa que eternizar la
estupidez, su ignorancia, sus vicios y sus desventuras [ . . . ]
E L CRISTIANISMO DESENMASCARADO*
E L SISTEMA DE LA NATURALEZA**
54
guiada p o r ia experiencia, debe finalmente combatir en su
misma fuente a los prejuicios por los cuales el género h u
mano h a sido largo tiempo su víctima. Es hora ya que esta
razón, injustamente degradada, deje ese tono pusilánime que
la convierte en cómplice de mentira y delirios [.. .] La ver
dad es u n a y necesaria para el hombre [...] Es el error que
se debe a las cadenas agobiantes que los tiranos y los curas
forjan p o r todas las naciones [. .. ]
[ . . . ] Desgarrar el velo de los prejuicios [..,], desenmas
carar a los impostores [. ..]
[ . . . ] La autoridad jse. cree comúnmente interesada en
inantener laT opiniones aceptadas; los prejuicios y los errores
que juzga necesarios para asegurar su poderío, son sostenidos
por la fuerza que jamás razona [.. .]
55
A N T O N IE L O U IS CLAUDE D E S T U T r DE TRACY
Obras:
Trabé de la volonté et de ses| effets, 1805; Grammaire generóle, 1803;
Logique, 1805; De l’amour, 1826 (hay traducción italiana); Comrncn-
taire sur l’Esprit des lois, de Montesquieu, 1808 (traducida y corre
gida en inglés por Thomas Jefferson).
55
E L E M E N T O S D E IDEOLOGIA*
Prefacio
La ideología es una parte de la, zoología.
EBCkef es, creo yo, el primero que la. ha visto en este sen
tido. Condillac es verdaderamente el creador de esta cien-
tía, pero no le dio un tratamiento completo.
Yo me he propuesto complementarlo..Este es un primer
ensayo, que no podrá estar exento de graves imperfecciones.
Todo lo que deseo es que se discuta la teoría expuesta
en sus elementos, que espero puedan ser útiles para la ense
ñanza.
He publicado esta primera parte, que trata de la forma
ción de las ideas, sin esperar la parte que trata de su expre
sión y deducción, a fin de tener tiempo para recoger las
opiniones de hombres esclarecidos y de modificar mis opinio
nes, si hubiera lugar para ello.
Introducción
Me dirijo sobre todo a los jóvenes, porque ellos no tienen
opiniones fijas, y también porque soportan sin impaciencia
t|uc se les detenga sobre detalles que los hombres más viejos
Creen conocer, aún sin haberlos examinado suficientemente.
Creo que los jóvenes son muy capaces de estudiar esta
ciencia, que no es más difícil que otras, y que a su vez, es
necesaria para, la plena. inteligencia de muchas cosas que se
enseñan a los niños.
Solamente es necesario partir de lo que ellos conocen,
tomarlos en el punto en que se encuentran, y sobre todo,
no comenzar por quererles def inir los términos más generales
y abstractos, ya que cuando ellos estén en edad de compren
der bien estas definiciones, es. decir, de ver bien todas las
ideas comprendidas en la significación de cada una de sus
palabras, conocerán completamente la ciencia.*
* Destutt de Tracy, ÉUments d’idéologie, París, C hez M me Leví,
l.ibraire, ¡824, pp. 285-297 [traducción de Rafael Vargas].
57
Este no es, entonces, el principio de las lecciones. La pri
mera cosa por hacer, es recalcar en los alumnos lo que sucede
cuando piensan, cuando razonan, ya sea que ellos juzguen
o estudien.
59
III. De la memoria y de los recuerdos
La memoria es una segunda especie de sensibilidad p a r
ticular, una segunda parte de la sensibilidad general. C on
siste en ser afectados por el recuerdo de una sensación ex
perimentada anteriormente.
El recuerdo es una clase de sensación interna, pero dife
rente de la que acabamos de hablar, en cuanto que es pro
ducida sólo por una cierta disposición alojada en nuestro
cerebro, y no por una ' impresión actual en cualquier otro
órgano.
No está en la naturaleza de la percepción llamada re
cuerdo, el que podamos comprobar que se trata de un
recuerdo, ni está en la naturaleza de la sensación el que re
conozcamos de dónde nos viene, ni quién es la causa. Esta
cuestión pertenece a los actos del juicio (que veremos más
adelante).
La prueba está en que muchas veces ■tenemos recuerdos
que nos provienen de ideas nuevas, y es verosímil que tenga
mos nuestras primeras sensaciones sin saber siquiera que te
nemos ciertos órganos por los cuales estas arriban:
Por otra parte, aun cuando esto no fuera así, aun cuan
do los conocimientos estuviesen inseparablemente ligados a
nuestras sensaciones y a nuestros recuerdos,' no por eso sería
menos cierto que sentir una sensación es un efecto de la
sensibilidad, y que sentir un recuerdo es un efecto de la me
moria, y que. los une un juicio, que es un efecto de una ter
cera facultad, de la cual vamos a hablar.
Estas son distinciones que no deben perderse jamás de
vísta, so pena de confundir las cosas en el análisis del pen
samiento. „IV
.
60
La facultad de sentir relaciones entre las ideas es una
consecuencia casi necesaria de la de sentir sensaciones; por
que después se tienen dos distintas sensaciones, es natural que
je sientan sus semejanzas, sus diferencias, sus ligazones, etc.
Pero ello no puede tenerse sino luego de la sensación o idea.
La facultad de juzgar no existiría sin ellas.
De esta facultad proceden todos nuestros conocimientos,
pues si no percibiésemos alguna relación entre nuestras per
cepciones, y no formásemos ningún juicio, no seríamos más
que eternamente afectados, y no sabríamos nada jamás.
Para percibir una relación, para emitir un juicio, que es
lo mismo, se deben tener, al mismo tiempo, dos ideas distin
tas, pero no se necesitan más que dos.
También, una proposición, que no es otra cosa que el
enunciado de un juicio, y no tiene nunca más de dos tér
minos: el sujeto y el atributo.
El verbo es una parte del atributo, no un tercer término,
no expresa el acto del espíritu que llamamos juicio, la prue
ba está en que cuando el verbo aparece en modo infinitivo,
no enuncia ningún juicio dentro de la frase.
No existe ningún juicio negativo, todo juicio es necesa-
riament'é positivo, porque es una percepción, y no se puede
percibir una cosa que no es.
Tampoco hay en la realidad proposiciones negativas. Las
que lo parecen, no son negativas más que por la forma, en el
fondo contienen una afirmación.
La afirmación de toda proposición se reduce siempre a
significar que la idea total del atributo está comprendida
enteramente en la idea del sujeto y es parte de ella, porque
lodo juicio no consiste en otra cosa que en conocer que
una idea es una de las ideas componentes de la otra, y por
consiguiente, parte de ella.
Por lo que es un error llamar al atributo el término
mayor de la proposición.
En verdad, el atributo es siempre una idea más general
que el sujeto, y por consecuencia, susceptible de una exten
sión mayor. Pero en el enunciado de un juicio, su extensión
es determinada por la del sujeto, y reducida de manera que
jmnás sea más grande que él.
Por otra parte, precisamente porque el atributo es una
idea más general, su comprehensión es menor. Así, siempre es
61
igual al sujeto en cuanto a extensión, pero siempre es menor
en comprehensión.
62
II. EL MARXISMO CLÁSICO
La concepción histórica materialista
El oentamiertto de K a rlM a ix ,y e n medida, importante el
de ifóedrich (Engeb,* constituye el intento más serio, de. dar
una explicación totalizadora de la historia.de nuestra espe
cie, colocando en la base del proceso, las relaciones de inter-
■ cambio "material entre los hombres, que se establecen como
I I producto de la faena cotidiana de producir y reproducir la
vida jnrmana.
Esta concepción histórica de carácter materialista, o “so
( cialismo científico”, como incompletamente le han llamado
muchos; o “filosofía de la praxis”, como la bautizó Gramsci
en sus Quaderni dal Carcere; o “marxismo” como se le d e
nomina usando un término poco grato al propio Marx, no es
^txes ni una filosofía, ni una economía, ni una sociología,
ñi uña politología; es todo esto y mucho más, es la visión
integra^ totalizadora, a la que liega, según él, . por abstrac-
o5h, aplicando los aspectos contradictorios existentes en la
JSgíca líégelianá á la realidad social e histórica. Lo anterior
I es distinto de plantear la existencia de un “materialismo dia-
* I¿cSco” —aplicación de la lógica de Hegel tanto a las .cien
cias ideales, como a las. naturales y sociales—; cosa que, por
lo que sabemos, Marx jamás planteó, categorizq. o formuló
Como "lá” metodología omnivalente. Marx fue pues dema-
ílaHo inteligente como para meterse con los molinos de viento
de la física o de la filosofía de las ciencias del siglo xvni.
Planteó la categoría de totalidad para analizar el proceso
histórico frente a la dispersión, frente a la especialización de
Iris disciplinas particulares que hipertrofian su función en
detrimento de una visión integradora y totalizante.
Desgraciadamente las aportaciones posteriores a la concep
ción materialista de la historia de Marx realizadas por Le-
in'n, aúri Eñgels después de la muerte de Marx, Gramsci,
Slaliñ, Trotsky, Álthusser, Lefebvré, M aq T se Tiíng y los
«Stores de manuales de los que con gran lucidez se ríe Ludo-
* Excluyendo su Dialéctica de la naturaleca, Antt-Dühring y
otros escritos “materialista-filosóficos” o relacionados con problemas
ríe física, más cercanos a un monismo materialista que a la concep
ción materialista de la historia de Karl Marx.
65
vico Silva,1 se engloban todos en una suerte de cuerpo doc
trinario unitario llamado así, genéricamente marxismo, como
si cada uno de estos posteriores seguidores constituyeran eta
pas necesarias de una línea ortodoxa, estrictamente fiel al
maestro, y pasaran a constituir un discurso común no contra
dictorio, supercoherente, lo que en realidad no ocurre, ni
podría, desde el punto de vista estrictamente marxista, ocu
rrir.
Estos equívocos con respecto al “materialismo”, fueron
aclarados ya por Antonio Gramsci en su Quadem i daTCaf-
cere xviut.12*
“Es evidente —nos dice el pensador italiano— que para
la : filosofía de la praxis, la materia no debe ser entendida
ni en el significado resultante de las ciencias naturales (físi
ca, química, mecánica, etcétera y éstos significados es necesa
rio registrarlos y estudiarlos en su desarrollo histórico) ni en
los significados que resultan metafísicas materialistas. Las di- '
versas propiedades físicas (químicas, mecánicas, etcétera) de
la materia que en su conjunto constituyen la m ateria misma
(a menos que no se recaiga en una concepción del noúmeno
kantiano) se consideran, pero sólo en cuanto llegan a ser
‘elemento económico’ productivo. La materia no se debe pues
tomar como tal, sino como socialmente e históricamente im
portante para la producción y aún para la ciencia natural,
esencialmente como una categoría histórica, una relación
humana”.
Sin embargo el^enor de tomar o privilegiar, en la concep-,
ción maixista, el sentido “materialista metafísico” o de Ja
“materia” entendida en el significado de las ciencias físicas
(química, mecánica), nos viene de una obra palémica de
Engels —él Anti-Dühring— escrita contra un privatdozent
de la Universidad de Berlín, Eugen Dühring, de gran influen
cia en un momento dentro del Partido Socialdemocráta ale
mán.
Al respecto Engels nos dice:
“Frente a la concépción de la náturaleza como un todo
inmutable de cuerpos celestes que se mueven en estrechas
1 Lúdovico Silva, Antim anual para uso de marxistas, marxótogos
y marxianos, Caracas, Monte Ávila, 1975.
2 Antonio Gramsci, 11 materialismo storieo e la filosofía di
Benedetto Croce, Milano, Eináudi, 1949.
66
1 órbitas, como había enseñado Newton, y de inmutables espe
cies de seres orgánicos, como lo había enseñado. Linneo, el
I actual materialismo (el subrayado es nuestro) reúne los nue
vos progresos de la ciencia de la naturaleza, según los cuales
también la naturaleza tiene su historia en el tiempo, los
Cuerpos celestes y las especies de organismos, que los habitan
Cuando las circunstancias son favorables, nacen y perecen, y
los ciclos y órbitas, cuando de verdad existen, tienen dimen
siones infinitamente más gigantescas. En los dos casos es este
materialismo sencillamente dialéctico, y no necesita filosofía
alguna que esté por encima de las demás ciencias." 3
Ocho años más tarde, :Engels publica en la revista N e w
y.tit su Ludwig Feuerbach o el fin de la filosofía clásica
JTemana donde reitera su fe materialista “filosófica” o en el
I ÍÍKticlo de la física'o lá química cuándo nos dice: “Mientras
(Hte para él materialismo lo único real es la naturaleza, en
Til sistema hegeliário ésta' representa tan solo la ‘enajena-
i
UTón' 3e la idea absoluta. 4 “La naturaleza existe inde-
‘¡fcndfcnfeménte ’ de toda, filosofía; es la base sobre la que
Crecieron y se desarrollaron y crecieron los hombres, que son
también de suyo, productos n a tu ra le s...”,5 “Feuerbach con-
fljtíHé’ el materialismo que es un a concepción general del
m u n d o ...” 6 “ ...concebir el mundo real —la naturaleza
y la historia— tal como se presenta a cualquiera que lo mire
lili quimeras idealistas preconcebidas; decidiéndose a sacrifi
car implacablemente. todas las quimeras idealistas que no
Concordasen con los hechos, enfocados en su propia concate
nación imaginaria. Y esto y sólo esto es lo que se llama ma
terialismo.” 7
Por último, su posición de “materialismo filosófico” o
materialista en el sentido de la física y de la química es plan-
leticia por Engels en su Dialéctica de la naturaleza. Allí nos
tliEST “ . . . l a materia es impensable sin movimiento. Y, si
Además, la materia nos enfrenta como algo dado, tan in-
67
creable como indestructible, se sigue de ello que el movi
miento también es increable e indestructible”.8
Por igual vía caminó Lenin en.su Materialismo y empi
riocriticismo. Cuando escribió que “ ...e l materialismo, de
completo acuerdo con las Ciencias Naturales, toma la mate
ria por lo primeramente dado, y la conciencia, el pensamien
to, la sensación por lo secundario, ya que en forma clara
mente manifiesta la sensación está relacionada tan solo con
las formas superiores de la materia (materia orgánica), y
en los cimientos del edificio mismo de la materia solo puede
suponerse la existencia de una facultad parecida a la sen
sación”.9
“Desde ese falseamiento y esa trivialización del senti
do rigurosamente empírico y crítico del principio materia
lista no había ya más que un paso hacia el intento de poner
en la base de la ciencia histórica y económica de Marx no
solo una filosofía social en general, sino incluso una filosofía
global materialista, que abarcara la naturaleza y la sociedad
y una concepción del mundo materialista en general; el in
tento, dicho con palabras de Marx, de reconducir a ‘las fra
ses filosóficas de los materialistas sobre la materia’ las deter
minadas formas científicas a que finalmente habían llegado
con la investigación marxiana al núcleo y el contenido rea
les del materialismo filosófico del siglo xviri. Como investiga
ción rigurosamente empírica que es de determinadas formas
sociales históricas, la ciencia social materialista de M arx no
necesita ninguna fundamentación semejante.”
La .ideología '
E1 problema de la ideología se explica —según Marx—
J a partir de las relaciones de producción, de las relaciones
! contradictorias materiales entre los trabajadores manuales e
/ intelectuales, entre la ciudad y el campo, es decir relaciones
materiales.
La concepción de la ideología en Marx, pues nada tiene
/
lores sociales un pasivo e inerme reflejo, un m undo irjactiyn.
v puramente especular”.11
■La concepción marxistade la ideología no es ni una forma
producto de un moderno platonismo, ni concibe el mundo
de las ideas de una manera puramente especular donde se
reflejaría la “estructura económica , de manera mecánica’’.
La concepción de la ideología emana de la realidad, deindi-
viduos y : relaciones también reales.
En este sentido, en La ideología alemana,1112 M arx expresa
que él parte de. premisas reales como son: “los individuos
reales, su acción y sus condiciones materiales de vida, tanto
aquellas con que se han encontrado como las engendradas
por su propia acción. Éstas premisas pueden comprobarse por
la' vía puramente émpírica.”
Más adelante agrega que “los hombres tienen historia
porque se ven obligados a prodiícir su vida y deben, además,
producirla de un determinado modo: esta necesidad está im
puesta por su organización física, y . otro tanto ocurre con
su conciencia”.13 De esta suerte, prosigue, “la conciencia,
por lo tanto, es, ya de antemano un producto social, y lo
seguirá siendo mientras existan .seres humanos”. (Sin em
bargo, en las sociedades divididas en clases, “las ideas de la
clase dominante son las. ideas dominantes en cada éppcá”.)
No obstante, estas ideas dominantes, o ideas de la clase
dominante, no son simplemente la expresión derivada de cau
sas económicas, sino que se encuentran en relación contra
dictoria con éstas, de tal suerte que su influencia se revierte
sobre la economía. Esto lo plantea muy claramente Friedrich
tÉngels jen sus conocidas cartas a Konrad Schmidt (27-X-
''1890), a Joseph Bloch (21-IX-1890), a Heinz *Starkenburg
o Borgius (25-1-1894). En la primera de estas cartas dice
que “el reflejo de las condiciones económicas en forma de
principios jurídicos es también forzosamente un reflejo in
vertido: se opera sin que los sujetos agentes tengan con
ciencia de ello; el jurista cree manejar normas apriorístícas,
sin darse cuenta que estas nonnas no son más que simples
11 Ludovico Silva, E l estilo literario de Karl Marx, México, Si
glo XXX, 1975.
12 Karl Marx, y Friedrich Engels, La ideología alemana, Bue
nos Aires, Ediciones! Pueblos Unidos, 1973.
13 Ibid.
70
reflejos económicos; todo al revés. Para mí es evidente que
esta inversión, que mientras no se la recoñocíTidñstitüye lo
mié llamamos concepción ideológica repercute a ai vez sobre
la base económica y puede, dentro de ciertos límites, modifi-
BTrlá”. En' la segunda de las mencionadas cartas nos dice
ijiic: “según la concepción materialista de la historia el
factor que eri última instancia determína la historia es la pro
ducción y ^ a reproducción de la vida real. Mi Marx nL yo
Wflhios afirmado" nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa
diciendo que el factor económico es el único determinante,
¿invertirá aquella tesis: en algo vacuo, abstracto, absurdo”. En
ISTefcera carta reitera, la idea de la relación dialéctica entre
Bfije económica y formas ideológicas en los siguientes térrni-
ifBs:' “El desarrollo político, jurídico, filosófico, literario, ar-
tlltico, etc., ''déStiÜliSá1 desarrollo económico. Pero todos
jtJBr7epérciiféri también, los unos sobré los otros y sobre su
I^S?-économica.’>’,>''‘ ' " ....'
I " * E n o tro s términos el problema de la ideología, es interde-
nondiente de todos los tactores totales que se dan en cada
¡jiftnación social concreta en una época determinada, y ema-
tlR^cfe relaciones materiales entre los hombres, ajena a otras
(^incepciones “materialistas” o a generalizaciones como las
funciones entre el ser y él pensar.
Sin embargo es necesario precisar aquí que la concep
ción marxista de la ideología de haber conocido Marx y
Iftigcls a Freud habría tenido un desarrollo más profundo.
No obstante el problema, más que teórico es un problema
práctico, como lo anota con gran acierto X,udovicO Silva,'
"l'nra Marx, toda ideología es.práctica, puesto que aunque
*i* vista de mil encajes filosóficos, míticos o religiosos, tiene
Ir función práctica, crasamente, social, de preservar, el orden
fflltblccido.” 15
Lo anterior_descanta por lo tanto la concepción de una
"ItldfflSffía^ del proletariado qué ’ confunde ideología con
.ItttKrip; o' de lá “lucha, ideológica” entre el proletariado y la
Wi^dcsíá.*
71
La burguesía tiene ideología y el proletariado puede lo-
grar tener conciencia de clase. Por otra parte la llamada
lucha ideológica no es otra cosa que la lucha política, "ó”ái~se
quiere,' la' discusión, teórica y práctica sobre el problema
político.
El concepto de ideología en Marx, tiene un m atiz peyo
rativo, al igual que en Napoleón Primero, pero en un sentido
distinto casi al revés del que le dio el corso; no hay otra
id ^ l^ a ^ q u e aquelja„de. k. c l^ e dominante* En un mim3o
en que no exista ni clase dominada ni clase dominante, de
jará de existir la ideología de la clase dominante, y esto es
válido también para sectores sociales que sin ser clase —como
las burocracias políticas— usufructúan el poder.
72
KARL MARX
73
Comprendiendo el fracaso, se retira de la agitación política
directa y se dedica a hacer investigaciones de economía po
lítica en la biblioteca del Museo Británico. Esta tarea la
desarrolló a la par de colaborar, en el New York Tribune
con artículos, correspondencias y editoriales. En j¡[S5¡^ apare-
Contribución a la crítica de la economía, política. . Par
ticipa en la creación de la Asociación Internacional de los
Trabajadores donde redacta el acta inaugural, en 1864.
Como producto de sus estudios sistemáticos, en \f8'6T] sale
publicado en Hamburgo el tomo primero de El Capital,
crítica efe la economía política,, su obra fundamental. Karl
Marx muere el 14 de marzo de 1883\en Londres. De su acer
vo cultural es incuestionable sus contribuciones respecto a la
ideología. A partir de La ideología alemana; obra importante
en el tratamiento de lo ideológico como falsa conciencia,
pasando por el Prólogo de la contribución a la crítica de la
economía política, así como de sus, correspondencias y ma
nuscritos, extraemos una selección de textos donde queda
plasmado el papel fundamental que desempeñan las relacio
nes materiales de existencia en la conformación de la concien
cia. Sin embargo, si alguna reflexión se deriva de estas lectu
ras es la de que rompe con una visión dogmática en donde
el primado de las relaciones sociales de producción en nin
gún momento se constituye en un economismo vulgar.
74
individuos, no como puedan presentarse ante ia imaginación
propia o ajena, sino tal y como realmente son; es decir, ta l }'
Como actúaii y como producen materialmente y, por tanto
tnl y como desarrollan sus actividades bajo determinados
Itnütes, premisas y condiciones materiales, independientes de
tu voluntad.1
La producción de las ideas y representaciones, de la con-
(¡icñcía,"aparece al principio directamente entrelazada con
In actividad material y el comercio material de. los hombres,
^5mo el lenguaje de la vida real. Las representaciones, los
pensamientos, el comercio espiritual de los Hombres se pre-
Miran ‘todavía, aquí, como emanación directa de su com-
^ r t amiento material. Y lo mismo ocuiTe con la producción
Bpiritiial, tal y como se mánifiésfa .en él lenguaje de la polí-
Tlcrt, de las léyesj de la moral, de la religión, de la metafísica,
(¡Tí!, "3e~ uii pueblo. Los hombres son los productores de sus
¿^presentaciones, de sus Ideas, etc., pero los. Hombres reales
y^nctualés, “tai y como se hallan condicionados por un de-
mnnrnadb" desarrollo de sus fuerzas productivas y por el
Iñlércambio que a él corresponde, hasta. llegar a sus forma-,
¡■iones niás amplías. La conciencia no puede ser nunca otra
¿Ósa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su pro-
Csso de vida real, Y si en toda la ideología los hombres y sus
miaciones aparecen invertidos como en una cámara oscura,
Cite fenómeno responde a su proceso histórico de vida, como
In inversión de los objetos al proyectarse sobre la retina res
ponde a su proceso de vida directamente físico.
Totalmente al contrario de lo., que ocurre en la filosofía
ítlctñana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se
75
asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se p a rte de lo que
los. hombres dicen, se representan o se imaginan, ni. tampoco
del._hom.bre predicado, pensado, representado o imaginado,
para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hue
so; se parte "clel hombre que realmente actúa y, arrancando
<fe-Su_pr<>ces,p de vida.real, se expone también el desarrollo de
lqg reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida.
También las formaciones nebulosas que se condensan en el
cerebro de los hombres son sublimaciones necesarias de su
proceso material de vida, proceso empíricamente registrable y
sujeto a condiciones materiales. La moral, la religión, la meta
física y cualquier otra ideología y las formas de conciencia
que a ellas corresponden pierden, así, la apariencia de su
propia sustantividad. No tienen su propia historia ni su pro
pio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su produc
ción material y su intercambio material cambian también, al
cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su
pensamiento. No es la conciencia la que determina la vida,
sino la vida la que determina la conciencia. Desde el primer
punto de vista, se parte de la conciencia como del individuo
viviente; desde el segundo punto de vista, que es el que
corresponde a la vida real, se parte del mismo individuo real
viviente y se considera la conciencia solamente como su
conciencia.
Y este modo de considerar las cosas no es algo incondi
cional. Parte de las condiciones reales y no las pierde _de
vista hi por un momento. Sus condiciones son los hombres,
pero no vistos y plasmados a través de la fantasía, sino‘en
su proceso de desarrollo real y empíricamente registrable,
bajo la acción de determinadas condiciones.»Tan pronto
como se expone este proceso activo de la vida, la historia
deja de ser úna colección de hechos muertos, como lo es para
los empiristas, todavía abstractos, o una acción imaginaria
dé sujetos imaginarios, como para los idealistas.
Ahí donde termina la especulación, en la vida real,
comienza también la ciencia real y positiva,, la-exposición de
íá acción práctica, del proceso práctico de desarrollo., de.-Los
hombres. Terminan allí las frases sobre la conciencia y pasa
a ocupar su sitio el saber real. La filosofía independiente,
pierde, con la exposición de la realidad; éh raedlo ..en, ..que
puede existir. En lugar de ella, puede aparecer, a lo sumo,
76
un compendio de los resultados más generales, abstraído de
la consideración del desarrollo histórico de los hombres. Es
tas abstracciones de por sí, separadas de la historia real,
carecen de todo valor. Sólo pueden servir para facilitax la
ordenación del material histórico, para indicar la sucesión
on serie de sus diferentes estratos. Pero no ofrecen en modo
alguno, como la filosof a, una receta o uai patrón con arre
glo al cual puedan aderezarse las épocas históricas. Por el
contrario, la dificultad comienza allí donde se aborda la
consideración y ordenación del material, sea el de una época
pasada o el del presente, la exposición real de las cosas. La
eliminación de estas dificultades hállase condicionada por
premisas que en modo alguno pueden exponerse aquí, pues
■c derivan siempre del estudio del proceso de vida real y de
la acción de los individuos en cada época. Destacaremos aquí
algunas de estas.abstracciones, para oponerlas a la ideologia,
¡lustrándolas con algunos ejemplos históricos.
[ . . . ] después de haber considerado ya cuatro momentos,
cuatro aspectos de las relaciones histó ¡cas originarias, caemos
on la cuenta de que el hombre tiene también "conciencia".5
Pero, tampoco ésta es de antemano una conciencia “pura” .
El "espíritu” nace ya tarado con la maldición de estar “pre
ñado” de materia, que aquí se manifiesta bajo la forma de
capas de aire en movimiento, de sonidos, en una palabra,
bajo la forma del lenguaje. El lenguaje es tan viejo como
la conciencia: d lenguaje es' la conciencia práctica, la con
ciencia real, que existe también para los otros hombres y
que, por tanto, comienza a existir también p ara mí mismo;
y*el lenguaje nace, como la conciencia, de la necesidad, de
jos apremios del intercambio con los demás hombres.* Donde
existe una relación, existe para mí, pues el animal no se
"comporta” ante nada ni, en general podemos decir que
tenga “comportamiento” alguno. Para el animal, sus relacio
nes con otros no existen como taIH~fclacloné¿.' La cónciéa-
^jS7lpór tanto,Jes ya de antemano un producto'social, y lo
seguirá siendo mientras existan seres humanos. I_,a conciencia
a Los hombres tienen historia porque se ven obligados a producir
tu vi^Ty deben, además, producirla de «B determinado mo o: esta
j^MsTdad’" está''impuesta por su organización" física, y otro tanto
ocurre"'con su" conciencia [glosa marginal de Marx],
" f Mi relación. con mi ambienté "es mi conciencia.
77
es, ante todo, naturalmente, conciencia del m undo inmedia
to" y sensible que nos~f¿Hea "y conciencia de los,nexos limita
dos con otras personas y cosas, fuera del individuo consciente
de sí mismo; y es, al mismo tiempo, conciencia de la natu
raleza, que al principio se enfrenta al hombre como un poder
absolutamente extraño, omnipotente e inexpugnable, ante
el que los hombres se comportan de un modo puramente
animal y que los amedrenta como al ganado; es, por tanto,
úna conciencia puramente animal de la naturaleza (religión
■natural).
Inmediatamente, vemos aquí que esta religión natural
o este determinado comportamiento hacia la naturaleza se
hallan determinados por la forma social, y a la inversa. En
este caso, como en todos, la identidad entre la naturaleza
y el hombre se manifiesta también de tal modo que el com
portamiento limitado de los hombres hacia la naturaleza con
diciona el limitado comportamiento de unos hombres para
con otros) y éste, a su vez, su comportamiento limitado- hacia
la naturaleza, precisamente porque la naturaleza apenas ha
sufrido aún ninguna modificación histórica. Y, de otra parte,
la conciencia de la necesidad de entablar relaciones conjps
iñdmduos circundantes es el comienzo de la conciencia de
que el hombre vivé, en general, déntro de una sociedad. Este
comienzo es algo tan animal como la propia vida social en
esta fase; es, simplemente, uiia conciencia gregaria y, en este
punto, el hombre sólo se distingue del carnero por cuanto
su conciencia sustituye al instinto o J^.el suyo un instinto
cpnscientgi. Esta conciencia gregaria o tribal se desarrolla
y perfecciona después, al aumentar la producción, al_ acre
centarse las necesidades y al multiplicarse la poblSción, que
es el factor sobre el que descansan los dos anteriores). De este
modo se desarrolla la división del trabajo, que originaria
mente no pasaba de la división del trabajo en el acto sexual
y, más tarde, de una división del trabajo introducida de ún
modo “natural” en aténción a las dotes físicas (por ejemplo,
la fuerza corporal), a las necesidades, las coincidencias for
tuitas, etc. La división del trabajo sólo se convierte en ver
dadera división á 'p a rtir del momento , en que se separan el
trabajo físico y el intelectual.4 Desde este instante, puede
4 La primera forma de los ideólogos; los sacerdotes, decae [glosa
marginal de MaixJ.
78
ya la conciencia imaginarse realmente que es algo más y
algo distinto que la conciencia de la práctica existente, que
representa realmente algo sin representar algo real: desde
Cite instante, se halla la conciencia en condiciones de em an
ciparse del mundo y entregarse a la creación de la teoría
"pura”,'de la teología “pura”, la filosofía y la moral “puras”,
tjtc. Pero, aun cuando esta teoría, esta teología, esta filoso
fía, esta moral, etc., se hallen en contradicción con las re
laciones existentes, esto sólo podrá explicarse porque las
relaciones sociales existentes se hallan, a su ver, en contra
dicción con la fuerza productiva existente; cosa que, por lo
demás dentro de un determinado círculo nacional de rela
ciones, podrá suceder también a pesar de que la contradic
ción no se dé en el seno de esta órbita nacional, sino entre esta
conciencia nacional y la práctica de otras naciones; es decir
mitre la conciencia nacional y general de una nación.5 Por
lo demás, es de todo punto indiferente lo que la conciencia
por sí sola haga o emprenda, pues de toda esta escoria sólo
obtendremos un resultado, a saber: que estos tres momentos,
ln fuerza productora, el estado social y la conciencia, pueden
y deben necesariamente entrar en contradicción entre sí, ya
que, con la división del trabajo, se da la posibilidad, más aún,
ln realidad de que las actividades espirituales y materiales, el
disfrúte y el trabajo, la producción y el consumo, se asignen
n diferentes individuos, y la posibilidad de que no caigan
(>n contradicción reside solamente en que vuelva a abando
narse la división del trabajo. Por lo demás, de suyo se
Comprende que los “espectros”, los “anexos”, los “entes su
periores”, los “conceptos”, los “reparos”, no son más que
)A expresión espiritual puramente idealista, la idea aparte
del individuo aislado, la representación de trabas y limita
ciones muy empíricas dentro de las cuales se mueve el modo
di; producción de la vida y la forma de intercambio con
gruente con él.
Con la división, del trabajo, que lleva implícitas todas es-
UU contradicciones y que descansa, a su vez, sobre la división
tmlural del trabajo en el seno de la familia y en ,1a división
fin la sociedad en diversas familias contrapuestas, se da, al•
“79
mismo tiempo, la distribución y, concretamente, la distri
bución desigual, tanto cuantitativa como cualitativamente,
d e lirab a j ó y de sus productos; es decir, la propiedad, cuyo
primer'germen, cuya forma inicial se contiene y a en la fami
lia, donde la mujer y los hijos, son los esclavos .del marido.
La esclavitud, todavía muy rudimentaria, ciertamente, latente
en la familia, es la primera forma de propiedad, que, por
lo demás, ya aquí corresponde perfectamente a la definí ión
de los modernos economistas, según la cual es el derecho a
disponer de la fuerza de trabajo de otros. Por lo.demás, di,-
visiqn^del.. trabajo y propiedad privada son términos idén
ticos: uno de ellos dice, referido a la esclavitud, lo mismo
que el otro, referido al producto de ésta.
80
vsrsal de los individuos, se convierte, gracias a la revolución
comunista, en el control y la dominación consciente sobre
Cttos poderes, que, nacidos de la acción de unos hombres
lobre otros, hasta ahora han venido oponiéndose a ellos,
I aterrándolos y dominándolos, como potencias absolutamente
Extrañas. Ahora bien, esta concepción puede interpretarse,
ti su vez, de un modo especulativo-idealista, es decir, fantás
tico, como la “autocreación del género” (la “sociedad como
lujeto” ), representándose la serie sucesiva de los individuos
relacionados entre sí como un sólo individuo que realiza el
misterio de engendrarse a sí mismo. Aquí, habremos de ver
( cómo los individuos se hacen los unos a los otros, tanto física
Como espiritualmente, pero no se hacen a sí mismos, no en
Iíi>disparatada concepción de San Bruno ni en el sentido del
"Ünico”, del hombre “hecho”.
Esta concepcióti de la historia consiste, pues, en exponer
el proceso real de producción, partiendo para ello de la
producción material de la vida inmediata, y en concebir la
forma de intercambio correspondiente a este modo de pro
ducción y engendrada' por él, es decir, la sociedad civil en
fus diferentes fases, como el fundamento de toda la historia,
presentándola en su acción en cuanto Estado y explicando
Con base en ella todos los diversos productos teóricos y formas
de la conciencia, la religión, la filosofía, la moral, etc., así
Como estudiando a partir de esas premisas su proceso de
nacimiento, lo que, naturalmente, permitirá exponer laa cosas
ni su totalidad. (Y también, por ello mismo, la acción recí
proca entre estos diversos aspectos.) No se trata de buscar
lina categoría en cada período, como hace la concepción
Idealista de la historia, sino de mantenerse siempre sobre el
torreno histórico real, de no -explicar la práctica partiendo
(1q la idea, de explicar Jas formaciones ideológicas sobre la
LinSC de la práctica material, por donde se llega, consecuen
temente, al resultado de que todas las formas y todos los
productos» de la conciencia no brotan por obra de la crítica
ikj «ritual, mediante la reducción a la “autoconciencia” o
In transformación en “fantasmas”, “espectros”, “visiones”,
t*ti\, sino que sólo pueden disolverse por el derrocamiento
práctico de las relaciones sociales reales, de que emanan
rjlas quimeras idealistas; de que la fuerza propulsora de la
lilstoria, incluso la de la religión, la filosofía, -y toda otra
81
teoría, no es la crítica, sino la revolución. E sta concepción
revela que la historia no termina disolviéndose en la “autn-
conciencia”, como el “espíritu”, sino que en cada una de su»
fases se encuentra un resultado material, una sum a de fuer
zas de producción, una relación históricamente creada con
la naturaleza y entre unos y otros individuos, q u e cada ge
neración transfiere a la que le sigue, una. masa de fuerza;;
productivas, capitales y circunstancias, que, aunque de una
parte sean modificados por la nueva generación, dictan a
ésta, de otra parte, sus propias condiciones de vida y Ic
imprimen un determinado desarrollo, un carácter especial;
de que, por tanto, las circunstancias hacen a 1 hom brean ln
misma medida en qué'éste hace á las circunstancias. Esta
suma de fuerzas de producción, capitales y formas de inter
cambio social con que cada individuo y cada generación so
encuentran como con algo, dado es el fundamento real de lo
que los filósofos se representan como la “substancia” y
la “esencia del hombre”, elevándolo a apoteosis y comba
tiéndolo; un fundamento real que no se ve menoscabado en
lo más mínimo en cuanto a su acción y a sus influencias
sobre el desarrollo de. los hombres por el hecho de que estos
filósofos se rebelen contra él como “autoconciencia” y como
el “Único". Y estas condiciones de vida con que las dife
rentes generaciones se encuentran al nacer deciden también
si las conmociones revolucionarias que periódicamente se re
piten en la historia serán o no lo suficientemente fuertes para
derrocar la base de todo lo existente. Si no se dan estos
elementos materiales de una conmoción total, o sea, de una
parte, las fuerzas productivas existentes y, de otra,, la forma
ción de una masa revolucionaria que se levante, rio sólo en
contra de ciertas condiciones de la sociedad anterior, sino
en contra de la misma “producción de la vida” vigente hasta
ahora, contra la “actividad de conjunto” sobre que descansa,
en nada contribuirá a hacer cambiar la marcha práctica de
las cosas el que la idea de esta conmoción haya sido procla
mada ya cien veces, como lo demuestra la historia del co
munismo.
Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes
fP..cÍ.J^ép9'ca1<brdícho én otros términos, la clase que ejerce
el poder material dominante en la sociedad es, al mismo
tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a
82
Dosición los medios para la producción material dispo-
™.snío'"tiempo;, def los (medios para la produc-
úritual. lo que hace que sej.e sometan, al propio
ipo, por término medio, las ideas de qxúenes carecen dé
[medios necesarios para producir, espiririialm© te. L a s^ q p í.
I(laminantes no son^ otra_cosa qug.,1a exp|gsión JdeaL.de.
dcpcmñes' materiales. dominantes, las misgias^elaciones ma-
11' tales dominantes"*conatEícS*'comp, ideas: por tanteólas
aciones'que hacen de una determinada clase .la clase do-
"íiüráñte son también las que confieren el papel dominante
_ h tus ideas. Los individuos que forman la clase dominante tie-
itoñ también, entré otras'^osas,' ’Ei' cÓnciértci’a 'de ello’y pien-
’ií torio cóii .ello; por eso, en cuanto dominan como clase
^T<§fT cuánto determinan todo el ámbito de una época his-
Í ifri^L se comprende de suyo que Jo bagan en toda su extéñ-
mii,~y,~por tanto, entre otras.cosas, también como pensadores,
WtincT productores de ideas, que regulen la producción y
ijfcíixbución de las ideais. de su tiempo; y que us. ideas sean,
' ello mismo, las ideas dominantes de la época, Por ejem-
E , en una época y éh un país en que se disputan el poder
p Ib corona, la aristocracia y la burguesía, en que,, por tanto, se
| Imlla dividida la dominación, se impone como idea dominan-
la la doctrina de la división de poderes, proclamada ahora
ijOino “ley eterna”.
1 La división del trabajo,, con que nos encontrábamos ya
más arriba como una de las potencia fundamentales de la
hiiloria anterior, se manifiesta también en el seno de la clase
dominante como división ded trabajo físico e intelectual; de
Inl modo que una parte de esta clase se revela como la que
da sus pensadores, (los ideólogos conceptivos activos de dicha
dase, que hacen del crear la ilusión de esta clase, acerca de
lf misma su rama, de alimentación fundamental), mientras
que los demás adopta ante estas ideas e ilusiones una
actitud más bien pasiva y receptiva, ya que son en realidad
loa miembros activos de esta clase y disponen de poco tiempo
para formarse ilusiones e ideas acerca de sí mismos. Puede
Incluso ocurrir que, en el seno de esta clase, el desdobla
miento a que nos referimos llegue a desarrollarse en términos
do cierta hostilidad y de cierto encono entre ambas partes,
pero esta hostilidad desaparece por sí misma tan pronto
como surge cualquier colisión práctica susceptible de poner
83
en peligro a la clase misma, ocasión en que desaparece, asi
mismo, la apariencia de que las ideas dominantes no son las
de la clase dominante, sino que están dotadas de un poder
propio, distinto de esta clase. La existencia de ideas revolu
cionarias en una determinada'época presupone ya 1a exis
tencia. de una clase revolucionaria, acerca de cuyas premisas
ya hemos dicho más arriba lo necesario.
Ahora bien, si en la concepción del proceso histórico, se
separan las ideas de la clase dominante de esta clase misma;
li se las convierte en algo aparte e independiente; si nos
limitamos a afirmar que en una época han dominado tales
o cuales, ideas sin preocupamos ni en lo mínimo de las con
diciones de producción ni de los productores de estás ideas;
si, por tanto, damos de lado a los individuos y a las situa
ciones universales que sirven de base a las ideas, podemos
aFim53r, por ejemplo, que en la época en que dominó la
aristocracia imperaron las ideas del honor, la lealtád, etc.,
mientras que la dominación de la burguesía representó el
imperio de las ideas de la libertad, ¡a igualdad, etc.6 Así se
imagina las. cosas, por regla general, la. propia clase domi
nante. Esta ’concepción de la historia, que prevalece entre
todos los historiadores desde el siglo xvm, tropezará necesa
riamente con el fenómeno de que imperan ideas cada vez
más abstractas, es decir, que se revisten cada vez más de la
forma de lo general. En efecto, cada nueva clase que pasa a
ocupar el puesto de la qué dominó antes que ella se ve
óblígáda,' para poder sacar adelante los fines que persigue,
á presentar'su propio interés como el interés común de todos
fbs miembros de la sociedad, es decir, expresando esto mismo
en términos ideales, ideas como las únicas racionales y do
tadas de vigencia absoluta. La clase revolucionaria aparece
de antemano, ya por el sólo hecho de contraponerse a una
clase, no como clase, sino como representante de toda Tá so
ciedad, como toda la masa de la sociedad, frente 'a la .clase
84
fínica, a la dase, dorainante, Y puede hacerlo así, porque en
Iñí comiemos su interés se armoniza realmente todavía más
Con el interés común de todas las demás clases no dominantes
y, bajo la opresión de las relaciones existentes, no ha podido
desarrollarse aún como el interés específico de una clase
especial.7 Su triunfo aprovecha también, por tanto, a mu
chos individuos de las demás clases que no llegan a dorm
itar, pero sólo en la medida en que estos individuos se hallen
tthora en condiciones de elevarse hasta la clase dominante.
Cuando la burguesía francesa derrocó el poder de la aris-
lücracia~"Ezo posible con ello que muchos proletarios se
Ücvasen por encima del proletariado, pero sólo los que pu-
BtGTóh llegar a convertirse en burgueses. Por eso, cada nueva
iSuse instaura su ' dominación siempre sobre una base más
piensa "que la dominante con anterioridad a ella, lo que, a
liace" que, más tárde, se ahonde y agudice todavía
lilis ia"' contradicción de la clase no poseedora contra la
¿tora'dotada de riqueza. Y ambos factores hacen que la lucha
(jtte’ha de librarse contra esta nueva clase dominante tienda,
H su vez, a una negación más resuelta, más radical de los
Citados sociales anteriores que la que pudieron expresar to
das las clases que anteriormente habían aspirado al poder.
Toda esta apariencia según la cual la dominación de una
determinada clase no es más que la dominación de ciertas
fricas, se esfuma, naturalmente, de por sí, tan pronto como
tu dominación de clases en general deja de ser la forma de
organización de la sociedad; tan pronto como, por consi
guiente, ya no es necesario presentar un interés particular
$ntno general o hacer ver que es “lo general” lo dominante.
Una vez que las ideas dominantes se desglosan de los in
dividuos dominantes y, sobre todo, de las relaciones que
brotan de una fase dada del modo de producción, lo que da
Como resultado que el factor dominante en la historia sean
(lompre las ideas, resulta ya muy fácil abstraer de estas
diferentes ideas "la idea?’ por antonomasia, el principio, etc.,
85
como lo que impera en la historia, concibiendo así todos estos
conceptos e ideas concretos como “autodeterminaciones” del
principio que se desarrolla por sí mismo en la historia. Asi
consideradas las cosas, és perfectamente natural también que
todas lás relaciones existentes entre los hombres se deriven
del concepto del hombre, del hombre imaginario, de la esen
cia del hombre, del hombre por antonomasia, Así 1o ha hecho,
en efecto, la filosofía especulativa. El propio Hegel confiesa,
al final de su Filosofía de la Historia, que “sólo considera el
desarrollo ulterior del concepto” y que ve y expone en la
historia la “verdadera teodicea” (pág. 446). Pero, cabe re
montarse, a su vez, a los productores “del concepto”, a los
teóricos, ideólogos y filósofos, y se llegará entonces al resulta
do de que los filósofos, los pensadores como tales, han domi
nado siempre en la historia; resultado que, en efecto, según
veremos, ha sido proclamado ya por Hegel. Por tanto, todo
el truco que consiste en demostrar el alto imperio del espí
ritu en la historia (de la jerarquía, en Stirner) se reduce a
los tres esfuerzos siguientes:
1. Desglosar las ideas de lós individuos dominantes, que
dominan por razones empíricas, bajo condiciones empíricas y
como individuos materiales, de estos individuos dominantes,
reconociendo con .éllo el imperio, de las. ideas , o las ilusiones
eri la historia.
2. Introducir en este imperio de las. ideas un orden, de
mostrar la. existencia. de una trabazón mística entre las ideas
sucesivamente dominantes, lo que se logra concibiéndolas
como “autodeterminaciones del concepto” (lo que es posible
pprque estas ideas, por medio del fundamento empírico so
bre que descansan, forman realmente una trabazón y porque,
concebidas como. meras ideas, se conviérten en autodistin-
ciones, en distinciones establecidas por. el propio pensamien
to).
3. Para eliminar la apariencia mística de este “concepto
que se determina a sí mismo”, se lo convierte en una per
sona :—“la autoconciencia”— o, si se quiere aparecer como
muy materialista, en una serie de personas representantes
“del concepto” en la historia, en “los pensadores”, “los filó
sofos”, los ideólogos, concebidos a su. vez como los fabricantés
de la historia, como el “Consejo de los Guardianes”, como las
86
ImlCiKias dominantes.* Con lo cual habremos eliminado de
Hl historia todos los elementos materialistas y podremos sol
tar tranquilamente las riendas del potro especulativo.
Mientras que en la vida vulgar y comente todo shopkee-
W**" ^iir W g^ n ‘3íc«r
lo que realmente es,, nuestra historiografía no. ha logrado
penetrar en un conocimiento tan trivial como éste,
cada época por su palabra, por lo que ella, dice acerca
misma y lo que se figura ser. ,
2sté "método histórico, que en Alemania ha llegado a im
itar y a florecer, debe desarrollarse en relación con las
(iones de los ideólogos en general, por ejemplo, con las ilu-
■| »Jí)ncí de los juristas y los políticos (incluyendo entre éstos
n I14 estadistas prácticos), en relación con las ensoñaciones y
*' Wgivcrsaciones románticas de estos individuos, las cuales se
mptican de un modo muy sencillo por su posición práctica
\} « ' lá vida, por sus negocios y por la división del trabajo.
87
en la economía política. En Bruselas, a donde me trasladé
en virtud de una orden de destierro dictada por el señor
Guizot, hube dé proseguir mis estudios de economía política,
comenzados en París. El resultado general .a que llegué y
gue, una vez obtenido, sirvió dé Hiló conductor á íñís estudios,
puede resumirse así: en la producción social de su existen
cia, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias
e_ independientes de su voluntad, relaciones de producción
que corresponden a una determinada fase de desarrollo de
sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas rela
ciones de producción forma la estructura económica de la
sociedad, la base real sobre la que se eleva un edificio [Über-
bau\ jurídico y político y a la que corresponden determinadas
formas de conciencia social,. El modo de producción de la
vida material determina [bedingéri¡ el proceso de la vida
social,, política, y. espiritual en. general.- No es la conciencia
del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el
ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una
determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas ma
teriales de la sociedad chocan con las relaciones de produc
ción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica
de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales
se han desenvuelto hasta allí. Desformas de desarrollo_de las
fuerzas productivas, estas relaciones se. convierten en trabas
suyas. Se abre así una época de revolución social. Al cam
biar la base económica, se revoluciona, riiás ó menos rápida
mente, todo él inmenso edificio erigido sobre ella. Cuando
se estudian esas revoluciones, -hay que distinguir siempre
entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones eco
nómicas de producción y que pueden apreciarle con la exac
titud propia- de las ciencias naturales, y las formas jurídicas,
políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las
formas ideológicas en. que los hombres adquieren conciencia
de este conflicto y luchan por resolverlo y del mismo modo
que. no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa
de,sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de revolu
ción por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que
explicare ésta conciencia por las contradicciones de la vida
material, por el conflicto. existente entre las fuerzas produc
tivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna, fórma-
ción social , desaparece antes de que ^.desarrollen todas las
88
[llantas productivas que caben dentro de ella, y jamás apa-
fWíen nuevas y más altas relacionéis de producción antes de
l6jh los condiciones materiales para su existencia hayan ma-
iFirrSlo en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso,, la
llimianidad se propone siempre únicamente los objetivos que
Jjuctlt alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre
fljlo estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo
Ulanos, se están gestando, las condiciones materiales para
Hl realización. Á grandes rasgos, podemos designar como
dirás tantas épocas progresivas de la formación económica
(lo Jn sociedad, el modo de producción asiático, el antiguo, el
litlulal y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de
producción son la última forma antagónica del proceso social
i!) producción; antagónica no en el sentido de un antagonis
mo individual, sino de un antagonismo que proviene de las
i-«Hidiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuer-
íroductivas que se desarrollan, en el seno de, la sociedad
irguesa, brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales
pñm la solución de. este, antagonismo. Con esta formación
^ócinl s e . cierra, por tanto, la prehistoria de la sociedad hu
mana,
89
E L F E T IC H IS M O DE LA M ERCANCÍA, Y SU S E C R E T O *
90
tingue incluso mediante los sentidos de'la calidad del tra
jo. El. tiempo de trabajo necesario para producir sus me-
i(K rio^vida tuvo que interesar por fuerza al hombre en todas
i^opasj aunque no le interesase por igual en las diversas
í de su evolución.2 Finalmente, tan pronto como los
ÜWlbrcs trabajan los unos para los otros, de cualquier modo
C|l|i> lo hagan, su trabajo cobra una forma social.
¿ De dónde procede, entonces, el carácter misterioso que
|Hiii«nta el producto del trabajo, tan pronto como reviste
de mercancía? Procede, evidentemente, de esta mis-
forma. En_ las mercancías, la igualdad de los trabajos
manos asume la forma material de liña objet vac ón igual
^jj&lor d é f^ s "productos de’ trabajo,’ el grado en que se'
.ó la fuerza liumaná de trabájó7'medido por eF tiempo de
r t lurTicTóñ reviste la formá de magnitud de valor de los
“ mctos del trabajo, y, finálmenfé, las relaciones entre unos
roTpro^íctores, relaciones en qué se traduce, la función
¿P"ge sus trabajos,’ cobran la forma de una. relación
entre “los propios productos de su trabajo..
_E rrárácfer misterioso de la forma mercancía estriba, por
ilfnj'pura y simplemente, en que proyecta ante1 los hom-
el carácter social dél trabajó dé éstos como si fuese un
éter'material dé los propios productos de su trabajo, un
l‘^atürál_sqcial de éstos objetos y como si,1por tanto, la
Ilición social que media entre los productores y el trabajo
de la"sociedad fuese una relación social establecida
«Uro los mismos objetos, al margen de sus productores. Este
,£W?/'/b'ro qúo es lo qué convierte a los productos de trabajo
9 fll mercancía, en objetos físicamente metafísicos o en objetos
mílnles. Es algo así como lo1que sucede con la sensación lu
minosa de un objeto en el nervio visual, que parece como
•I «n fuese una excitación subjetiva del nervio de la vista,
«lito la forma material de un objeto situado fuera del ojo.
V, sin embargo, en este caso hay realmente un objeto, la
k
cosa exterior, que proyecta luz sobre otro objeto, sobre el ojo,
Es una relación física entre objetos físicos. En cambio, 1»
forma mercancía y la relación de valor de los productos
del trabajo en que esa forma cobra cuerpo, no tiene absolu
tamente nada que ver con su carácter físico ni con las rela
ciones materiales que de este carácter.se derivan. Lo que
aquí reviste, a los ojos de los hombres, la forma fantasma
górica de una relación entre objetos materiales no es más
que una relación social concreta establecida entre los mismos
hombres. Por eso, si queremos encontrar una, analogía...a este
fenómeno, tenemos que remontarnos a las regiones nebulo
sas del mundo de la religión, donde los productos de la
mente humana semejan seres dotados de vida propia, de
existencia independiente, y relacionados entre sí y con los
hombres. Así acontece en el mundo de las mercancías con los
productos de la mano del hombre. A esto es a lo que yo llamo
el fetichismo bajo el que se presentan los productos del tra
bajo tan ¡pronto como se crean en forma de mercancías y
que es inseparable, por consiguiente, de este modo de pro
ducción.
Este carácter fetichista del mundo de las mercancías res
ponde, como lo ha puesto ya de manifiesto el análisis ante
rior, al carácter social genuino y peculiar del trabajo pro
ductor de mercancías.
Si los objetos útiles adoptan la forma de mercancías es,
pura y simplemente, porque son productos de trabajos priva
dos independientes los unos de los otros. El conjunto de estos
trabajos privados forma el trabajo colectivo de la sociedad,
Como los productores entran en contacto social al cambiar
entre sí los productos de su trabajo, es natural que el carácter
específicamente social de sus trabajos privados sólo resalle
dentro de este intercambio. También podríamos decir que
los trabajos privados sólo funcionan como eslabones del tra
bajo colectivo de la sociedad por medio de las relaciones que
el cambio establece .entre los productos del trabajo y, a
través. de ellos, entre los productores. Por. eso, ante éstos,
las relaciones sociales que se establecen'entre sus trabajos
privados aparecen como lo que son: es decir, no como re
laciones directamente sociales de las personas en sus trabajos,
sino como relaciones materiales entre personas y relaciones
Sociales ’ entre cosas.
92 ■ ! -
Es en el acto de cambio donde los productos dél trabajo
Itybran una materialidad del valor socialmente igual e inde-
diente de su múltiple y diversa materialidad física de ob-
E i útiles. Este desdoblamiento del producto del trabajo en
¡to útil y materialización de valor sólo se presenta prácti-
puliente allí donde el cambio adquiere la extensión e impor*
1 tfcnda suficientes para que se produzcan objetos útiles con
&tfis al cambio, donde, por tanto, el carácter d e valor de
lyi objetos se acusa ya en el momento dé'ser producidos. A
|forilr~de"éste Instante, los trabajos privados de los produc-
lAJtJ asumen, ..de hecho, uñ doble carácter social. De una
(Sürtc, considerados como trabajos útiles concretos, tienen ne-
fWlfriamente";qpie satisfacef mía determinada necesidad social
y "sntfajar,, por tanto,. dentro del trabajo colectivo de la
HiCtcdad, dentro del sistema elemental de la división social
llül trabajo. Mas, por otra parte, sólo serán aptos para sa
tisfacer las múltiples necesidades' de sus propios productores
(11V medida en que cada uno de esos trabajos privados y
Q||Ies_concretos sea susceptible de ser cambiado por, cualquier
(tiro trabajo' privado útil, ó lo que es lo mismo, en la medida
til que represente un equivalente ¡suyo. Para' encontrar la
Igualdad toto coelo de diversos trabajos, hay que hacer for-
í^iainente abstracción de su desigualdad real, reducirlos al
flirácter común de todos ellos como desgaste de fuerza hu
mana de trabajo, como trabajo humano abstracto. El cerebro
tic los productores privados se limita a reflejar este doble
I*nráctcr social de sus trabajos. privados en aquellas formas
i|ltg revela en la práctica el mercado, el cambio de productos:
ti carácter socialmente útil de sus trabajos privados, bajo la
fnntm de que el producto del. trabajo ha de ser útil, y útil
¡)nm otros; el carácter social de la igualdad de los distintos
trabajos, bajo la forma del carácter de valor común a todos
Qitn objetos materiahnente diversos que son los productos
t]*i trabajo.
I’nr lo tanto, los hombres no relacionan entre sí los pro
ducios de su trabajo, como valores porque estos objetos les
lhlfXCan envolturas simplemente materiales de un trabajo
Illlhiano igual. Es al revés. Al equiparar unos con otros en
«1 cambio, como valores, sus, diversos productos, lo q u e hacen
a» equiparar entre sí sus diversos trabajos, como' modalidades
93
de trabajo humano. No lo saben, pero lo hacen.3 Por tanto,
el valor no lleva escrito en la frente lo que es. Lejos de ello,
convierte a todos los productos del trabajo en jeroglifico»
sociales. Luego, vienen los hombres y se esfuerzan por des
cifrar el sentido de estos jeroglíficos, por descubrir el. secreta
de su propio producto social, pues es evidente que el conce
bir los objetos útiles como valores es obra social suya, ni más
ni menos que el lenguaje. El descubrimiento científico tardío
de que los productos del, trabájb7^oñsi<Terados como^valo-
res, no . son. más que expresiones materiales del trabajo
humano invertido en su producción, es un descubrimiento
que hace época en la. historia del progreso. humano, pero no
disipa ni mucho menos la. sombra material que acompaña
al carácter social del trabajo. Y lo que sólo tiene razón de
ser en esta forma concreta de producción, en la producción
de mercancías, a saber: que el carácter específicamente so
cial de los trabajos privados independientes los unos de los
otros reside en lo que tienen de igual como modalidades
que son dé trabajo humano, revistiendo la forma del carácter-
de valor de los productos del trabajo, sigue siendo para los
espíritus cautivos en las redes de la producción de mercan
cías, aun después de hecho aquel descubrimiento, algo tan
perenne y definitivo como la tesis de que la descomposición
científica del aire en sus elementos deja intangible la forma
del aire como forma física material.
Lo que ante todo interesa prácticamente, a los que cam
bian unos" productos por , otros, es . saber ...cuántos productos
ajenos obtendrán por el suyo propio, es decir, en qué pro
porciones se cambiarán unos productos por otgos. Tan pron
to como estas proporciones cobran, por la fuerza de la cos
tumbre, cierta fijeza, parece como si brotasen de la propia
naturaleza inherente a los productos del trabajo; como si,
por ejemplo, una tonelada de hierro encerrase el mismo valor
que dos onzas de oro, del mismo modo que una libra de oro y
una libra de hierro encierran un peso igual, no obstante sus
3 N ota a la 2a. ed. Por tanto, cuando Galiani dice que el valor
es una relación entre personas (“ la ricchczza é una ragione tra dúo
persone” ), debería añadir: disfrazada bajo una envoltura materia!
(Galiani, Della moneta, p. 220, t. m de la colección “Scrittori Classici
Italiani di Economía Política”, dirigida por Custodi, Parte Moderna,
Milán, 1803).
94
t
1
tlillintas propiedades físicas y químicas. En realidad, el ca
r rácter de vaior de los productos del trabajo sólo ¡e consolida
Al funcionar como magnitudes de valor. Estas cambian cons-
lAntemente, sin que en ello intervengan la voluntad, el co-
Cocimiento previo ni los actos de las personas entre quienes
I ■ 10 realiza el cambio. Su propio movimiento social cobra a
■ sus ojos la forma de un movimiento de cosas bajo cuyo con
trol están, en vez de ser ellos quienes las controlen. Y hace
fliita que la producción de mercancías se desarrolle en toda
jn integridad, para que de la propia experiencia nazca la
it'iiciencia científica de que los trabajos privados que se rea-
]ÍWn independientemente los unos de los otros, aunque guar-
tilín entre sí y en todos sus aspectos una relación de mutua
Interdependencia, como eslabones elementales que son de la
dlliiión social del trabajo, pueden reducirse constantemente
A Sil grado de proporción social, porque en las proporciones
Í fortuitas y sin cesar oscilantes de cambio de sus productos se
Impone como ley natural reguladora el tiempo de trabajo
1 «carimente necesario para su producción, al modo como se
Impone la ley de la gravedad cuando se le cae a uno la
(•Mu encima.'4 La determinación de la magnitud de valor
|mr el tiempo de trabajo es, por tanto, el secreto. que se
•fronde detrás de las oscilaciones aparentes de los valores
ítjlntivos de las mercancías. El descubrimiento de este secreto
tlplruye la apariencia de 1a d e terminación puramente casual
ilif las magnitudes de valor de los productos del trabajo, pero
1)0 destruye, ni mucho menos, su forma material.
La reflexión acerca de las formas de la vida humana, in
tuyendo por tanto el análisis científico de ésta, sigue en
gitnaral un camino opuesto al curso real de las .cosas. Co
mienza post festum y arranca, por tanto, de los. resultados
JlfCfítablecidos del proceso histórico. Las formas que convier
t o n los productos del trabajo en mercancías y que, como
•I natural, presuponen la circulación de éstas, poseen ya la
firmeza de formas naturales de la vida social antes dé que
95
los hombres se esfuercen por explicarse, no el carácter his
tórico de estas formas, que consideran ya algo inmutable,
sino su contenido. Así se comprende que fuese simplemente
el análisis de los precios de las mercancías lo que llevó a ln»
hombres a investigar la determinación de la magnitud drl
valor, y la expresión colectiva en dinero de las mercancía»
lo que les movió a fijar su carácter valorativo. Pero esta
forma acabada del mundo de las mercancías..— la .forma di-
néro-—, léjos' de revelar el carácter social de los'.trabajos pri
vados y, por tanto, las relaciones sociales entre los productores
privados, lo que hace es encubrirlas. Si digo que la levita, la»
botas, etc., se refieren al lienzo como a la materialización
general de trabajo humano abstracto, enseguida salta a la
vista lo absurdo de este modo de expresarse. Y sin embargo,
cuando los productores de levitas, botas, etc., refieren esta»
mercancías al lienzo, al oro, a la plata, para el caso es ln
mismo, como equivalente general, refieren sus trabajos pri
vados al trabajo social colectivo bajo la misma forma absur
da y disparatada.
Estas formas son precisamente las que constituyen la»
categorías de la economía burguesa. Son formas mentales acqi
tadas por la sociedad, y por tanto objetivas, en que se ex
presan las condiciones de producción de este régimen social
de producción históricamente dado que es la producción de
mercancías. Por eso, todo el misticismo del mundo de las
mercancías, todo el encanto y el misterio que nimban
los productos del trabajo basados en la producción de mer
cancías se esfuman tan pronto como los desplazamos a otras
formas de producción. ,
Y ya que la economía política gusta tanto de las robinst i
nadas ,6 observemos ante todo a Robinson en su isla. Pese u
e Nota a la 2a. ed. Tampoco en Ricardo falta la consabida r«
tampa robinsoniana. “Al pescador y al cazador primitivos nos ln»
describe inmediatamente cambiando su pescado y su caza como pu
seedores de mercancías, con arreglo a la proporción del tiempo
de trabajo materializado en estos valores de cambio. E incurre en
el anacronismo de presentar a su cazador y pescador primitivos cal
culando el valor de sus instrumentos de trabajo sobre las tablas tlr
anualidades que solían utilizarse en 1817 en la Bolsa de Londrr»
Los ‘paralelogramos del señor Owen’ parecen ser la única form.i
de sociedad que este autor conoce, fuera de la burguesa” (Karl Marx,
Contribución a la critica. , ., pp. 38 y 39).
96
- 0 Innata sobriedad, Robinson tiene forzosamente que satis-
toda una serie de necesidades que se le presentan, y
Nía le obliga a ejecutar diversos trabajos útiles; fabrica he-
. Hltniontas, construye muebles, domestica llamas, pesca, caza,
íl#., y no hablamos del rezar y de otras cosas por el estilo,
ptict nuestro Robinson se divierte con ello y considera esas
g n u como un goce. A pesar de toda la diversidad de sus
’CÍones productivas, él sabe que no son más que diversas
lias o modalidades del mismo Robinson, es decir, diversas
lifestaciones de trabajo humano. El mismo agobio en que
w le obliga a distribuir minuciosamente el tiempo entre sus
Iftrsas funciones. El que unas ocupen más sitio y otras
anos, dentro de su actividad total, depende de las dificul-
íM cs mayores o menores que tiene que vencer para alcanzar
!p] resultado útil apetecido. La experiencia se lo enseña así, y
■ nuestro Robinson que ha logrado salvar del naufragio reloj,
^ libro de cuentas, tinta y pluma, se apresura, corno buen
llljfiús, a contabilizar su vida. En su inventario figura una
Ifladún de los objetos útiles que posee, de las diversas ope-
ftnjiones que reclama su producción y finalmente del tiempo
tti trabajo que exige, por término medio, la elaboración de
. itotenninadas cantidades de estos diversos productos. Tan
y tan sencillas son las relaciones que median entre
Robinson y los objetos que forman su riqueza, riqueza salida
llrt tus propias manos, que hasta un señor M. W irth podría
rtmiprenderlas sin estrujar mucho al caletre. Y, sin embargo,
*0 catas relaciones se contienen ya todos los factores sustan-
i'ínlcs del valor.
Trasladémonos ahora de la luminosa isla de Robinson a
Id tenebrosa Edad Media europea. Aquí, el hombre inde
pendiente ha desaparecido; todo el mundo vive sojuzgado:
ílrrvos y señores de la gleba, vasallos y señores feudales,
nielares y eclesiásticos. La sujeción, personal caracteriza, en
l*i(R época, así las condiciones sociales de la producción ma-
tnrinl como las relaciones de vida cimentadas sobre ella. Pero,
¡«vchámente por tratarse de una sociedad basada en los
Vínculos personales de sujeción, no es necesario que los tra-
IifiJoj y los productos revistan en ella una forma fantástica
(Ibtinta de su realidad. Aquí, los trabajos y los productos se
Incorporan al engranaje social como servicios y prestaciones.
I«<i que constituye la forma directamente social del trab ajo es
97
la forma natural de éste, su carácter concreto, y no su carde»
ter general, como en el régimen de producción de mercan»
cías. El trabajo del vasallo se mide por el tiempo, ni más iit
menos que el trabajo productivo de mercancías, pero el siervo
sabe perfectamente que es una. determinada cantidad <l»
su fuerza personal de trabajo la que invierte al servicio df
su señor. El diezmo abonado al clérigo es harto más cLii»
que las bendiciones de éste. Por tanto, cualquiera que sea c*l
juicio que nos merezcan los papeles que aquí representan
unos hombres frente a otros, el hecho es que las- relacioir»
sociales de las personas en sus trabajos se revelan como reí»,
ciones personales suyas, sin disfrazarse de relaciones socin*
les entre las cosas, entre los productos de su trabajo.
Para estudiar el trabajo común, es decir, directamenln
socializado, no necesitamos remontarnos a la forma primitiva
del trabajo colectivo que se alza en los umbrales históricos <l»
todos los pueblos civilizados.8 La industria rural y patriarcal
de una familia campesina, de esas que producen trigo, g.i»
nado, hilados, lienzo, prendas de vestir, etc., para sus pro
pias necesidades, nos brinda un ejemplo mucho más ¡il
alcance de la mano. Todos esos artículos producidos por ella
representan para la familia otros tantos productos de su tra*
bajo familiar, pero no guardan entre sí relación de mercan
cías. Los diversos trabajos que engendran estos producían,
la agricultura y la ganadería, el hilar, el tejer y el cortar, ctr„
son, por su forma natural, funciones sociales, puesto que so»
funciones de una familia en cuyo seno reina una división
propia y elemental del trabajo, ni más ni menos que en !n
producción de mercancías. Las diferencias de sexo, edad y
8 Nota a la 2a, ed. “Es un prejuicio ridículo, extendido en eslm
últimos tiempos, el de que la forma de la propiedad colecti a natui.il
sea una forma específicamente eslava, más aún, exclusivamente rnn
Es la forma primitiva que encontramos, como puede demostrar,se,
entre los romanos, los germanos y los celtas, y todavía hoy los intlin»
nos podrían ofrecer todo un mapa con múltiples muestras de tutu
forma de propiedad, aunque en estado ruinoso algunas de ellas. Un
estudio minucioso de las formas asiáticas, y especialmente de la*
formas indias de propiedad colectiva, demostraría cómo de las <lii
tintas formas de la propiedad colectiva natural se derivan distinta»
formas de disolución de este régimen. Así por ejemplo, los divcism
tipos origínales de propiedad pri ada, romana y germánica tinn n
su raíz en diversas formas de la propiedad colectiva india” (K.nl
M arx, Contribución a la c r ític a ..., p. 10).
98
condiciones naturales del trabajo, que cambian al caro
las estaciones del año, regulan la distribución de esas
liones dentro de la familia y el tiempo que los individuos
9 la componen han de trabajar. Pero aquí, el gasto de
fuerzas individuales de trabajo, graduado por su dura-
l en el tiempo, reviste la forma lógica y natura! de un tra
es determinado socialmente, ya que en este régimen las
individuales de trabajo sólo actúan de por sí como
linos de la fuerza colectiva de trabajo de la familia.
Finalmente, imaginémonos, para variar, una asociación
hombres libres que trabajen con medios colectivos de
lucción y que desplieguen sus numerosas fuerzas indivi-
ies de trabajo, con plena conciencia de lo que hacen,
10 una gran fuerza de trabajo social. En esta sociedad se
irán todas las normas que presiden el trabajo de un
‘nson pero con carácter social y no individual. Los pro-
es de Robinson eran todos producto personal y exclusivo
>, y por tanto objetos directamente destinados a su uso.
producto colectivo de la asociación a que nos referimos
lin grupo social. Una parte de este producto vuelve a pres-
f servicio bajo la forma de medios de producción. Sigue
do social. O tra parte es consumida por los individuos
a dos, bajo forma de medios de vida. Debe, por tanto,
distribuida. El carácter de esta distribución variará según
Carácter especial del propio organismo social de produc-
y con arreglo al nivel histórico de los productores. Par-
tnos, sin embargo, aunque sólo sea a título de paralelo
el régimen de producción de mercancías, del supuesto
que la participación asignada a cada productor en los
PCtlios de vida depende de su tiempo de trabajó. En estas
Audiciones, el tiempo de trabajo representaría, como se ve,
Itttft doble función. S u . distribución con arreglo a' un plan
Mlftlrtl servirá para regular la proporción adecuada entre las
lllmrsas funciones del trabajo y las distintas necesidades. De
lj|m parte y simultáneamente, el tiempo de trabajo servirá
pura graduar la parte individual del productor en el tra
illo colectivo y, por tanto, en la parte del producto también
rtjfcctivo destinada al consumo. Como se ve, aquí las rela
jones sociales de los hombres con su trabajo y los productos
l|i} lu trabajo son perfectamente claras y sencillas, tanto en
> 99
lo tocante a la producción como en lo que se refiere a la dis
tribución.
Para una sociedad de productores de mercancías, cuyo
régimen social de producción consiste en comportarse respe<
to a sus productos como mercancías, es decir como valores, y
en relacionar sus trabajos privados, revestidos d e esta forma
material, como modalidades del mismo trabajo humano, la
forma de religión más adecuada es, indudablemente, el cris
tianismo, con su culto del hombre abstracto, sobre todo en su
modalidad burguesa, bajo la forma de protestantismo, deís
mo, etc. En los sistemas de producción de la antigua Asia
y de otros países de la Antigüedad, la transformación del
producto en mercancías, y por tanto la existencia del hombre
como productor de mercancías, desempeña un papel secun
dario, aunque va cobrando un relieve cada vez más acus a de
a medida que aquellas comunidades se acercan a su fase de
muerte. Sólo enquistados en los intersticios del mundo anti
guo, como los dioses de Epicuro o los judíos en los poros
de la sociedad polaca, nos encontramos con verdaderos pue
blos comerciales. Aquellos antiguos organismos sociales di1
producción son extraordinariamente más sencillos y más du
ros que el mundo burgués, pero se basan, bien en el carácter
rudimentario del hombre ideal, que aún no se ha desprendido
del cordón umbilical de su enlace natural con otros seres d e
la misma especie, bien en un régimen directo de señorío y
esclavitud. Están condicionados por un bajo nivel de pro
greso de las fuerzas productivas del trabajo y por la natural
falta de desarrollo del hombre dentro de su proceso material
de producción de vida, y, por tanto, de unos hombres con
otros y frente a la naturaleza. Esta timidez real se refleja cli*
un modo ideal en las religiones naturales y populares de los
antiguos. El reflejo religioso deljmundo real sólo podrá desapn
recer por siempre cu20rdp1as condiciones,de la, yida~cKaria.
laboriosa y activa, representen para los hombres relaciones
ciarás y racionales éntre sí y respecto a la naturaleza- L;i
forma dél proceso social 'de vida, o lo que es lo mismo, de)
proceso material de producción, sólo se despojará de sn
halo místico cuando ese proceso sea obra de hombres libre
mente socializados y puesta bajo su mando consciente y
racional. Mas, para ello, la sociedad necesitará contar con
una base material o con una serie de condiciones materiales
100
(|g existen cia, que son, a su vez, fru to natural de una la rg a
:9 penosa evolución.
L a ec o n o m ía política h a analizado, indudablem ente, a u n
que de u n m odo im perfecto ,7 el concepto del valor y su
m agnitud, descubriendo el co n ten id o que se escondía b a jo
Ulna form as. P ero n o se le h a o currido preguntarse siq u iera
j>0r q u é este co n ten id o reviste aq u ella form a, es d ecir p o r
■101
qué el trabajo toma cuerpo en el valor y po r qué la medida
del trabajo según el tiempo de su duración se traduce en la
magnitud de valor del producto del trabajo.8 Trátase de
fórmulas que llevan estampado en la frenite su estigma
de fórmulas propias de un régimen de sociedad en que <•»
el proceso de producción el que manda sobre el hombre, y
no éste sobre el proceso de producción; pero la conciencia
* Uno de los defectos fundamentales de la economía política
clásica es el no haber conseguido jamás desentrañar del análisis de
la mercancía, y más especialmente del valor de ésta, la forma dc|
valor que lo convierte en valor de cambio. Precisamente en la p(‘i'<
sona de sus mejores representantes, como Adam S m ith y Ricardo,
estudia la forma del valor como algo perfectamente indiferente n
exterior a la propia naturaleza de la mercancía. L a razón de esto
no está solamente en que el análisis de la magnitud del valor absor
be por completo su atención. La causa es más honda. La forma
de valor que reviste el producto del trabajo es la forma más abstracta
y, al mismo tiempo, la más general del régimen burgués de pro
ducción, caracterizado asi como una modalidad especifica de prodtir
ción social y a la par, y por ello mismo, como una modalidad histú
rica. Por tanto, quien vea en ella la forma natural eterna de la
producción social, pasará por alto necesariamente lo que hay tlr
específico en la forma del valor y, por consiguiente, en la fonn:i
mercancía, que, al desarrollarse, conduce a la forma dinero, a l.i
forma capital, etc. He aquí por qué aun en economistas que coin
ciden totalmente, en reconocer el tiempo de trabajo como medida
de la magnitud del valor nos encontrarnos con las ideas más varia
das y contradictorias acerca del dinero, es decir, acerca de la forma
definitiva en que se plasma el equivalente general. Así lo revelan,
por ejemplo, de un modo palmario, los estudios acerca de los ban
cos, donde no bastan esas definiciones del dinero hechas de lugares
comunes. De aquí que surgiese, por antítesis, un sistema mercanti
lista restaurado (Ganilh, etc.), que no ve en. el ¿valor más que la
forma social, o más bien su simple apariencia, desnuda de toda sus
tancia. Y, para decirlo de una vez- por todas, advertiré que yii
entiendo por economía política clásica toda la economía que, desde
W. Pety, investiga la concatenación interna del régimen burgués dr
producción, a diferencia de la economía vulgar, que no sabe mái
que hurgar en las concatenaciones aparentes, cuidándose ta n sólu
de explicar y hacer gratos los fenómenos más abultados, si se nm
permite la frase, y mascando hasta convertirlos en papilla para el
uso doméstico de la burguesía los materiales suministrados por lu
economía científica desde mucho tiempo atrás, y que por lo demás
se contenta con sistematizar, pedantizar y proclamar como verdades
eternas las ideas banales y engreídas que los agentes del régimen
burgués de producción se forman acerca de su mundo, como el mejor
de los posibles.
102
Inírguesa de esa sociedad las considera como algo necesario
JKir naturaleza, lógico y evidente como el propio trabajo
¡JTOductivo. Por eso, para ella, las formas preburguesas del
ItTganisirio social de producción son algo así como lo que para
|ito padres de la Iglesia, v. gr.„ las religiones anteriores a
(jraio.0
103
Hasta qué punto el fetichismo adherido al m undo de J;u
mercancías, o sea la apariencia material de las condicione»
sociales del. trabajo, empaña la mirada de no pocos econo
mistas, lo prueba entre otras cosas esa aburrida y necia dis
cusión acerca del papel de la naturaleza en la formación dcj
valor de cambio. El valor de cambio no es más que una deter
minada manera social de expresar el trabajo invertido cu
un objeto y no puede, por tanto, contener m ateria alguna
natural, como.no puede contenerla, v. g r la cotización cam-
biaria.
La forma mercancía es la forma más general y rudimen
taria de la producción burguesa, razón por la cual aparece
en la escena histórica muy pronto, aunque no con el carácter
predominante y peculiar que hoy día tiene; por eso su feti
chismo parece relativamente fácil de analizar. Pero al asumir
formas más concretas, se borra hasta esta apariencia de sen
cillez. ¿De dónde provienen las ilusiones del sistema mone
tario? El sistema monetario no veía en el oro y la plata, con
siderados como dinero, maniféstaciones de un régimen social
de producción, sino objetos naturales dotados de virtudes
sociales maravillosas. Y los economistas modernos, que miran
tan por encima del hombro al sistema monetario ¿no caen
también, ostensiblemente, en el vicio del fetichismo, tan
pronto como tratan del capital? ¿Acaso hace tanto tiempo
que sé ha desvanecido la 'ilusión fisiocrática de que la renta
del suelo, brotaba de la tierra, y no de la sociedad?
Pero no nos adelantemos y limitémonos a poner aquí un
ejemplo referente a la propia forma de las mercancías... Si
éstas pudiesen jrablar. dirían: es posible que ñuestro valor
de uso interese al "Eombréj' pero "el"'valor dé usB no es atri-
Tjoiüo'jBsátéríal:nwestto. Lo- Inherente a 'nosotras»' combátales
cosas, es nuestro valor. Nuestras' propias relaciones de mer
cancías' lo demuestran. Nosotras sólo nos relacionamos las
104
T litios con las otras como valores de cambio. Oigamos ahora
(¿ino 'habla el economista, leyendo en el alma de la mercan-
Oía: “el valor (valor de cambio) es un atributo délas cosas,
1(1 riqueza (valor de uso) un atributo del hombre El valor,
Considerado en este sentido, implica necesariamente el cam
bio; la riqueza, no”.101 “La riqueza (valor de uso) es del
hombre; el valor, atributo de las mercancías. U n hombre o
luía sociedad son ricos: una perla o un diamante son valio-
tos- ■• Una perla o un diamante encierran valor como tal
/liria o diamante.” 11 Hasta hoy, ningún químico lia logrado
descubrir valor de cambio en el diamante o en la perla. Sin
mnbargo, los descubridores económicos de esta substancia
química, jactándose de su gran sagacidad crítica, entienden
que el valor de uso de las cosas es independiente de sus cua
lidades materiales y, en cambio, su valor inherente a ellas.
Y en esta opinión los confirma la peregrina circunstancia de
que el hombre realiza el valor de uso de las cosas sin cambio,
í*n un plano de relaciones directas con ellas, mientras que el
Vfilor sólo se realiza mediante el cambió, es decir en un pro
paso social. Oyendo esto, se acuerda uno de aquel buen
Oogberry, cuando le decía a Seacoal, el sereno: “La traza
y la figura las dan las circunstancias, pero el saber leer y es
cribir es un don de la naturaleza ”lz
k
FRIEDRICH E N G EL S
106
de la organización; fue asi que sale publicado por vez pri-
meraTen ~Í848\ el Manifiesto del partido comunista. Habkn-
participado'en-el time que iiuir
hacia Italia, Suiza e Inglaterra. De 1850 a 1870 fija su tesi-
['Sencia en Manckester donde logra trabajar en la misma
gasa comercial en la que había laborado anteriormente, lina
vez convertidoen socio de. la empresa, se-traslada en 1870 a
^Tftndres, sitio donde residía Karl Marx. Estando en Lon-
Wef'Engels se dedica q escribir en forma intensa al lado de
. Marx. De allí publica: el Ánti-Dühririg, El origen de la fa-
|#»!ia, la propiedad privada y el Estado, Ludwig Feuerbach,
asi ■como artículos sobre la vivienda, el gobierno ruso y el
desarrollo económico de Rusia.
Una vez que muere Alarx (1883), a Engeh le toca orde
nar, corregir y desarrollar la obra dejada inconclusa por su
Ümigo : E!'capital. Fue así que bajo su responsabilidad apare-
__jfubltcado el tomo dos en}Í885j;yeltercer tomo en 'Í894¿
elcuarto no pudo redactarlo pues la muerte le cierra el ca-
Miho, en~i(695) en Londres,
,1~~Crea3or junto con M arx; de la Asociación Internacional
lie lós'Trabajadores (1864), Hasta el mismo, día de su muerte
¡ft'Flzsidiiaviente 'consultado por los dirigentes socialistas■eu
ropeos.) 7
107
rindió Culto, veía en el Estado el elemento determinante, y
en la sociedad "civil el elemento condicionado p o r aquél. Y
las apariencias hacen creerlo así. Del mismo modo que
todos los impulsos que rigen la conducta del hom bre indivi
dual tienen que pasar por su cabeza, convertirse en móviles
dé su voluntad, para hacerle obrar, todas las necesidades de
la sociedad civil —cualquiera que sea la clase que la go
bierne en aquél momento— tienen que. pasar por la volun
tad del Estado, para cobrar vigencia general' eh forma de
leyes. Pero éste es el aspecto formal del problema, que de suyo
se comprende; lo queínteresa conocer es el contenido de
esta voluntad puramente formal —sea la del individuo o la
del Estado— y saber de dónde proviene este contenido y por
qué es eso precisamente lo que se quiere, y .no. otra cosa. Si
nos ‘detenemos a indagar esto, veremos que en la historia
moderna la voluntad del Estado obedece, en general, a las
necesidades variables, de la sociedad civil, a la supremacía
de tal o cual clase, y, en última instancia, al desarrollo de
las fuerzas productivas y de las condiciones de intercambio.
Y si aún en una época como la moderna, con sús gigan
tescos medios de producción y de comunicaciones, el Estado
no es un campo independiente, con un desarrollo propio,
sitio que su existencia y su desarrollo se explican, en última
instancia, por las condiciones económicas de vida de la so
ciedad, con tanta mayor razón tenía que ocurrir esto en todas
las épocas anteriores, en que la producción de la vida ma
terial de los hombres no se llevaba a cabo con recursos tan
abundantes y en que, por tanto, la necesidad de esta produc
ción debía ejercer un imperio mucho más considerable to
davía sobre los hombres. Si aún hoy, en los tiefirpos de la
gran industria y de los ferrocarriles, el Estado no es, en gene
ral, más que el reflejo en forma sintética de las necesidades
económicas de la clase que gobierna la producción,., mucho
más tuvo que serlo en. aquella época, en que una generación
de hombres tenía que invertir una parte mucho mayor de su
vida en la satisfacción de sus necesidades materiales, y, por
consiguiente, dependía de éstas mucho más de lo que hoy
nosotros. Las investigaciones históricas de épocas anteriores,
cuando se detienen seriamente en este aspecto, confirman
más que sobradamente esta conclusión; aquí, no podemos
pararnos, naturalmente, a tratar de esto.
108
Si el Estado .yjs) derecho público se hallan gobernadlos
[ior las ^relaciones económicas, también" To'"estaraj como es
% c¿7"el Derecho privado,' ya qué éste se limita, en sus-
íKRíáa, a sancionar las relaciones económicas existentes entre
IiJTmdividuos y que bajo las circunstancias dadas, son ñor-
Itniles. La forma que esto reviste puede variar considerable-
ilicnte. Puede ocurrir, como ocurre en Inglaterra, a tono
Con todo el desarrollo nacional de aquel país, que se con-
Mifven en gran parte las formas del antiguo Derecho feudal,
Infundiéndoles un contenido burgués, y hasta asignando direc
tamente un significado burgués al nombre feudal. Pero puede
tomarse también como base, como se hizo en el Oeste de
Europa continental, el primer Derecho universal de una
tOciedad productora de mercancías, el Derecho romano, con
tu formulación insuperablemente predsa de todas las rela
ciones jurídicas esenciales que pueden existir entre los sim
ples poseedores de mercancías (comprador y vendedor, acree
dor y deudor, contratos, obligaciones, etc.}. Para honra y
provecho de una sociedad que es todavía pequeñoburguesa
y semifeudal, puede reducirse este Derecho, sencillamente
por la práctica judicial, a su propio nivel (Derecho general
hlcmán), o bien, con ayuda de unos juristas supuestamente
ilustrados y moralizantes, se puede recopilar en un Código,
propio, ajustado al nivel de esa sociedad; Código que, en
Bitas condiciones, no tendrá más remedio que ser también
malo desde el punto de vista jurídico (Código nacional pru-
llnno); y cabe también que, después de una revolución bur
guesa, se elabore y promulgue, a base de ese mismo Derecho
romano, un Código de la sociedad burguesa tan clásico como
q! Code civil francés. Por tanto, aunque las normas del De
recho civil se limitan a expresar en forma jurídica las con
diciones económicas de vida de la sociedad, pueden hacerlo
bien ó mal, según los casos.
En e¡_Estado. toma cuerpo ante nosotros el primer poder
ideológico sobre los hombres. La sociedad se crea un órgano
¡gira la defensa de sus intereses comunes frente a los ataques
(19 dentro~y'de fuera: Este órgano es el poder del Estado,
jiro, apenas creado, este órgano se independiza de la socie
dad, tanto ínás cuanto más se va convirtiendo en órgano de
lina determinada clase y más directamente impone el domi
nio de esta clase. La lucha de la clase oprimida contra la
109
clase dominante asume forzosamente el carácter de una lucha
política, de una liicha dirigida, en primer térm ino, contra la
dominación política, de esta clase; la conciencia, de: la rela
ción que guarda está ludia política con su base económica »•
oscurece y puede llegar a desaparecer por completo. Si no
ocurre así por entero entre los propios beligerantes, ocurre
casi siempre entre los historiadores. De las antiguas fuente*
sobre las luchas planteadas en el seno de la república romana,
sólo Apiano nos dice claramente cuál era el pleito que allí
se ventilaba en última instancia: el de la propiedad del
suelo.
Pero el Estado, una vez que se erige en poder indepen
diente frente a la sociedad, crea rápidamente una nueva ideo
logía. En los políticos profesionales, en los teóricos del De
recho público y en los juristas que cultivan el Derecho
privado, la conciencia de la relación con los hechos
económicos desaparece totalmente. Gomo, en cada caso con
creto, los hechos económicos tienen que revestir la forma do
motivos jurídicos para ser sancionados en forma de ley y
como para ello hay que tener en cuenta también, como es
lógico, todo el sistema, jurídico, vigente,, se pretende que la
forma jurídica lo sea todo, y el contenido económico nada.
; El Derecho público y el Derecho privado se consideran como
dos campos independientes, con su desarrollo histórico pro-
■'pió, campos que permiten y exigen por sí mismos una cons
trucción sistemática, mediante, la extirpación consecuente de
todas las contradicciones internas.
•Las ideologías aún más. elevadas, es decir, las que se ale
jan todavía más de la base material, de la base económica,
adoptan la forma de filosofía y de religión. Aquí, la conca
tenación de las ideas con sus condiciones materiales de exis
tencia aparece cada vez más embrollada, cada vez más oscu
recida por la interposición de eslabones intermedios. Pero, no
obstante, existe. Todo el período del Renacimiento, desde
mediados del siglo xv, fue en esencia un producto de las
ciudades y por tanto de la burguesía, y lo mismo cabe, decir
de la filosofía, desde entonces renaciente; su contenido no
era, en sustancia, más que la expresión filosófica de las ideas
correspondientes al proceso de desarrollo de la pequeña y
mediana burguesía hacia la gran burguesía. Esto se ve con
bastante claridad en los ingleses y franceses del siglo pasado,
110
MUiñhos de los cuales tenían tanto de economistas como de
filósofos, y también, hemos podido comprobarlo más arriba
i<il la escuela hegeliana.
Detengámonos, sin embargo, un momento en la religión,
|jOr ser este el campo que más alejado y más desligado pa.rece
(Mltr de la vida material. La religión nació en una época
muy primitiva de las ideas ignorantes selváticas, que los
Hambres se formaban acerca de su propia naturaleza y de
lli naturaleza exterior que los rodeaba.. Pero toda ideología,
linn vez que surge, se desarrolla en conexión con el mate-
llfll de ideas dado, desarrollándolo y transformándolo a su
VW; de otro modo no sería una ideología, es decir, una labor
Milite ideas concebidas como entidades con propia sustan-
jívldad, con un desarrollo independiente y sometidas tan
ttóo a sus leyes propias. Estos hombres ignoran forzosamente
ijliO las condiciones materiales de la vida del hombre, en
(m&Jcábeza se desarrolla este proceso ideológico, son las que
IJftftnninan,.en última instancia, la marcha de tal proceso, pues
•I no lo ignorasenj se habría acabado toda la ideología. Por
Itliilo, estas representaciones religiosas primitivas, comunes
Hijii siempre a todo ún grupo de pueblos afines, se desarro-
11*11. al deshacerse el grupo, de un modo peculiár en cada
P'*$!2.l2i según las condiciones" dé vida que le son dadas; y
(tile proceso ha sido» puesto dé manifiesto en detalle por la
mitología comparada en una serie de grupos de. pueblos, prin-
ijlpnlmente en el grupo ario (el llamado grupo indo-euro
peo). Los dioses, moldeados de este modo en cada pueblo,
«flin dioses "nacicíñales, cuyo reino no pasaba de. las fronteras
(1*1 territorio que estaban llamados a proteger, ya que .del
irf re ja d o había otros dioses indiscutibles que llevaban la
ljntuta. Éstos dioses sólo podían seguir viviendo en la mente
tle tos hombres mientras existiese su nación, y morían ál mismo
Uifiñpo" que ella. Este ocaso de las antiguas nación alidádes
lo trajo' el'Im perio romano mundial, y no vamos a estudiar
Df|ii¡ las condiciones económicas que determinaron el origen
(ia éste. Gaducaron los viejos dioses nacionales, e incluso los
mínanos, que habían sido cortados simplemente por el p a
trón de los reducidos horizontes de la ciudad de Roma; la
necesidad de complementar el imperio mundial se revela con
flftridad en los esfuerzos que se hacían por levantar altares
a imponer acatamiento, en Roma, junto a los dioses pro.
121
pios, a todos los dioses extranjeros un poco respetables. Pero
una nueva religión mundial no se fabrica así, p o r decretos
imperiales. La nueya religión mundial, el cristianismo, había
ido naciendo calladamente, mientras tanto,~de u n a mezcla
dié la teología oriental unlversalizada, sobre todo de la judía,
y de la filosofía griega vulgarizada, priiicipalmente de la
estoica. Qué aspecto presentaba en sus orígenes esta reli
gión., es lo que hay que investigar pacientemente, pues su
faz oficial, tal como nos la transmite la tradición, sólo es la
que se ha presentado como religión del Estado, después d<‘
adaptada para este fin por el Concilio de Nicea. Pero el sim
ple hecho de que ya a los 250 años de existencia se la eri
giese en religión del Estado demuestra que era la religión
que cuadraba a las circunstancias de los tiempos. .En la Edad
Media, a medida que el feudalismo se desarrollaba,' él cris
tianismo asumía la forma de una religión adecuada a este
régimen, con su correspondiente jerarquía feudal. Y al apa
recer la burguesía, se desarrolló frente al catolicismo feudal
la herejía protestante, que tuvo sus orígenes en el sur de
Francia, con los albigenses, coincidiendo con el apogeo de
las ciudades de aquella región. La Edad Media anexionó a
la teología, convirtió en apéndices suyos" todas las demás
formas ideológicas: la filosofía, la jurisprudencia. Con ello,
obligaba a todo movimiento social y político a revestir una
forma teológica; a los espíritus de las masas, cebados exclu
sivamente con religión, no había más remedio que presen
tarles sus propios intereses vestidos con ropaje religioso, si
sé quería levántar una gran tormenta. Y como la burguesía,
que crea en las ciudades desde el primer momento un
apéndice de plebeyos desposeídos, jornaleros yr servidores
de todo género, que no pertenecían a ningún estamento so
cial reconocido y que eran los precursores del proletariado
moderno, también la herejía protestante se desdobla muy
pronto en una ala burguesa moderada y en otra plebeya revo
lucionaria, execrada por los mismos herejes burgueses.
La imposibilidad de exterminar la herejía protestante co
rrespondía a la invencibilidad de la burguesía en ascenso.
Cuando esta burguesía era ya lo bastante fuerte, su lucha
con la nobleza feudal, que hasta entonces había tenido ca
rácter predominantemente local, comenzó a tomar propor
ciones nacionales. La primera acción de gran envergadura
112
I
W desarrolló en Alemania: fue la llamada Refonna.. La
burguesía no era lo suficientemente desarrollada, para poder
Unir bajo su bandera a los demás estamentos rebeldes: los
(Jtttbcyos de las ciudades, la nobleza baja rural y los campesi
nos, Primero fue derrotada la nobleza; los campesinos se
llííiron en una insurrección que marca el punto culminante
ib odo este movimiento revolucionario; las ciudades los
(bjitron solos, y la revolución fue estrangulada por los ejér
citos de los príncipes feudales, que se aprovecharon de este
Diodo de todas las ventajas de la victoria. A partir de este
Momento, Alemania desaparece por tres siglos del concierto
ib las naciones que intervienen con propia personalidad en
Ik historia. Pero, al lado del alemán Lutero estaba el francés
_ talvina. quien, con una nitidez auténticamente francesa,
Jlko pasar a primer plano el carácter burgués de la Reforma
j frenublicanizó y democratizó la Iglesia. Mientras que la Re-
JÍArrna luterana se estancaba en Alemania y arruinaba a este
| país, la Reforma calvinista servía de bandera a los republi-
finnos de Ginebra, de Holanda, de Escocia, emancipaba a
Holanda de España y suministraba el ropaje ideológico para
«1 segundo acto de la revolución burguesa, que se desarrolló
na Inglaterra. Aquí el calvinismo se acreditó como el autén
tico disfraz religioso de los intereses de la burguesía de aque-
lln época, razón por la cual no logró tampoco su pleno
reconocimiento cuando, en 1689, la revolución se cerró con
ni pacto de una parte de la nobleza con los burgueses. La
Iglesia anglicana fue restaurada de nuevo, pero no bajo su
forma anterior, como una especie de catolicismo, con el rey
J>0r Papa, sino fuertemente calvinizada. La antigua Iglesia
tlcl Estado había festejado el alegre domingo católico, com
batiendo el aburrido domingo calvinista; la nueva, aburgue
sada, volvió a introducir éste, que todavía hoy adorna a In
glaterra.
En Francia, la minoría calvinista fue reprimida, catoli
zada o expulsada en 1685; pero, ¿de qué sirvió esto? Ya
por entonces estaba en plena actividad el librepensador Fie
rre Bayle, y en 1694 nacía Voltaire. Las medidas de violencia
de Luis X IV no sirvieron más que paira facilitar a la bíurgue-
ílá francesa la posibilidad de hacer su revolución bajo formas
religiosas y exclusivamente políticas, las únicas que cuadran
n la burguesía avanzada. En las asambleas nacionales ya no
113
se sentaban protestantes, sino librepensadores. Con esto, rl
cristianismo entraba en su última fase. Ya no podría servil*
de ropaje ideológico para envolver las aspiraciones de utm
clase progresiva cualquiera; se fue convirtiendo, cada vea
más, en patrimonio privativo de las clases dominantes, quie
nes lo emplean como mero instrumento de gobierno pata
tener a raya a las clases inferiores. Y cada una de las dis
tintas clases utiliza para este fin su propia y congruente re»
ligión: los terratenientes aristocráticos, el jesuitismo católico
o la ortodoxia protestante; los burgueses liberales y radica
les, el racionalismo; siendo indiferente, para estos efecto»,
que los señores crean o no, ellos mismos, en sus respective»
religiones.
Vemos, pues, que la religión, una vez creada, contiene
siempre una materia tradicional, ya que la tradición, es, t-ii
todos loscámpos ideológicos, una gran fuerza conservadora.
Pero los cambios que se producen en esta materia brotan (li
las relaciones de clase, y por tanto de las relaciones econó
micas de los hombres que efectúan estos cambios. Y aquí,
basta con lo que queda apuntado.
. Las anteriores consideraciones no pretenden ser más que
un bosquejo general de la interpretación marxista de la his
toria; a lo sumo, unos cuantos ejemplos para ilustrarla. Ln
prueba ha de suministrarse a la luz de la misma historia, y
creemos poder afirmar que esta prueba ha sido ya suminis
trada suficientemente en otras obras. Pero esta interpreta
ción pone fin a la filosofía en el campo de la historia, exac
tamente lo mismo que la concepción dialéctica de la natu
raleza hace la filosofía de la naturaleza tan innecesaria como
imposible. Ahora, ya no se trata de sacar de la cabeza las
concatenaciones de las cosas, sino de descubrirlas en los mis
mos hechos. A la filosofía desahuciada de la naturaleza y
de ,la historia no le queda más refugio que el reino del pen
samiento puro, y en lo que aún queda en pie de él: la teoría
de las leyes del mismo proceso de pensar, la lógica y la dia
léctica.
114
CARTAS DE FRIEDRICII ENGELS
115
son, en última instancia, causas económicas. Pero apenas pu-
drá afirmarse sin incurrir en pedantería, que de los muelle!
pequeños estados del norte de Alemania fuese precisamcnlo
Brandeburgo, por imperio de la necesidad económica, y Un
también por la intervención de otros factores (y principal
mente su complicación, mediante la posesión d e Prusia, tii
los asuntos de Polonia, y a través de esto, en las relacione!
políticas internacionales, que fueron también decisivas en Jh
formación de la potencia dinástica austríaca), el destinad»
a convertirse en la gran potencia en que tomaron cuerpo lai
diferencias económicas, lingüísticas, y desde la Reforma tam
bién las religiosas, entre el Norte y el Sur. Es difícil que so
consiga explicar económicamente, sin caer en el ridículo,
la existencia de cada pequeño Estado alemán del pasado y
del presente o los orígenes de las permutaciones de conso
nantes en el alto alemán, que convierten en una línea do
ruptura que corre a lo largo de Alemania la muralla geo
gráfica formada por las montañas que se extienden de lo»
Sudetes al Tauno.
En segundo lugar, la historia se hace de tal modo, que id
resultado final siempre deriva de los conflictos entre muchas
voluntades individuales,, cada una de las cuales, a su vez,
es lo que es por efecto de una multitud de condiciones es
peciales de vida; son, pues, innumerables fuerzas que se en
trecruzan las unas con las otras, un grupo infinito de parale-
logramos de fuerzas, de las que surge una resultante —el
acontecimiento histórico— que, a su vez, puede considerara:
como producto de una fuerza única, que, como un todo, actúa
sin conciencia y sin voluntad. Pues lo que unp quiere tro
pieza con la resistencia que le opone otro, y lo que resulta
de todo ello es algo, que nadie ha querido. De este modo,
hasta aquí toda la historia ha discurrido a modo de un pro
ceso natural y sometida también, sustancialmente, a las mis
mas leyes dinámicas. Pero del hecho de que las distintas
voluntades individuales —cada una de las cuales apetece
aquello a que le impulsa su constitución física y una serie
de circunstancias externas, que son, en última instancia, cir
cunstancias económicas (o las suyas propias personales o las
generales de la sociedad)— no alcancen lo que desean, sino
que se fundan todas en una medida total, en una resultante
común, no debe inferirse que estas voluntades sean = 0. Por
116
p] contrario, todas contribuyen a la resultante y se hallan,
|u>r tanto, incluidas en ella.
Además, me peimito rogarle que estudie usted esta teoría
Ni los fuentes originales y no en obras de segunda mano, es,
Verdaderamente, mucho más fácil. Marx apenas ha escrito
linda en que esta teoría no desempeñe su papel. Espe
cialmente, El 18 Brumario de Luis Bonaparte es un magnífi
co ejemplo de aplicación de ella. También en El capital se
encuentran muchas referencias. En segundo término, me
.Jtormito remitirle también a mis obras La subversión de k
Htncia por el señor E. Dühring y Ludwig Feuerbach y el fin
dt la filosofía clásica alemana, en las que se contiene, a mi
triodo de ver, la exposición más detallada que existe del
jnnterialismo histórico.
El que los discípulos hagan a veces más hincapié del
debido” en él aspecto económico, es cosa de la que, en parte,
lañemos la culpa Marx y yo mismo. Frente a los adversarios,
tullíanlos que subrayar este principio cardinal que se ne
gaba, y no siempre disponíamos de tiempo, espacio y ocasión
liara d a r'la - debida importancia á ¡os demás factores que
Intervienen en el juego de las acciones y reacciones. Pero,
tan pronto como se trata de exponer una época histórica
¡\ por tanto, de aplicar prácticamente el principio, cambiaba
a Cosa, y ya no había posibilidad de error. Desgraciadamen
te ocurre con harta frecuencia que se cree haber entendido
totalmente y que se puede manejar sin más una nueva teoría
por el mero hecho de haberse asimilado, y no siempre exac
tamente, sus tesis fundamentales: De este reproche no se
hallan exentos muchos de los nuevos “marxistas” y así se
explican muchas de las cosas peregrinas que han aporta
d o ! ...] . .
117
al mismo tiempo algo sobre el libro mismo, sobre su conlo
nido. De aquí mi demora en la respuesta.
Empezaré por el final, es decir, por el apéndice sobre el
materialismo histórico,1 en el que expone usted los hechos
principales en forma magistral, capaz de convencer a cual
quier persona libre de prejuicios. Si algo tengo que objetar,
es contra el que usted me atribuya más méritos d e los que
en realidad me pertenecen, incluso contando lo que yo
—con el tiempo— hubiese llegado a descubrir por m í mismo,
si no lo hubiese descubierto mucho antes Marx, con su
visión más rápida y más amplia. Cuando uno ha tenido la
suerte de trabajar durante cuarenta años con un hombre
como Marx, en. vida de éste no suele gozar del reconoci
miento que cree merecer. Pero cuando el gran hombre muere,
a su compañero de menor talla se le suele encomiar más de lo
que merece. Creo que éste es mi caso. La historia terminará
por poner las cosas en su sitio, pero para entonces ya mu
habré muerto tranquilamente y no sabré nada de nada.
Falta, además, un solo punto, en el que, por lo genera),
ni Marx ni yo hemos hecho bastante hincapié, en nuestros
escritos, por lo que la culpa nos corresponde a todos por
igual. En lo que nosotros más insistíamos ——y no podíamos
menos de hacerlo así— era en derivar de los hechos econó
micos básicos las ideas políticas, jurídicas, etc., y los actos
condicionados por ellas. Y al proceder de está' manera, el
contenido nos hacía olvidar ia forma, es decir, el proceso dt:
génesis de estas ideas, etc. Con ello proporcionamos a nues
tros adversarios un buen pretexto para sus errores y tergi
versaciones. Un ejemplo patente de ello lo tenemos en Paul
Bartih. »
La ideología es un proceso que se opera por el llamado
pensador conscientemente, en efecto, pero con una concien
cia falsa. Las verdaderas fuerzas propulsoras que lo mueven,
permanecen ignoradas para él; de otro modo, no sería tal
proceso ideológico. Se imagina, pues, fuerzas propulsoras
falsas o aparentes. Como se trata de un proceso discursivo,
deduce el contenido y su forma del pensar puro, sea el Suyo
118
propio o el de sus predecesores. Trabaja exclusivamente con
Material discursivo, que acepta sin mirarlo, cómo creación
dd pensamiento, sin someterlo a otro proceso de investiga
ción, sin buscar otra fuente más alejada' e independiente del
|#cnsamiento,- para él, esto es la evidencia misma, puesto
(|Ue para él todos los actos, en cuanto les sirva de mediador
di pensamiento, tienen también en éste su fundamento, úl
timo.
El ideólogo histórico (empleando la palabra histórico
Como síntesis de político, jurídico, filosófico, teológico, en
una palabra, de todos los campos que pertenecen a la socie
dad, y no sólo a la naturaleza), el ideólogo histórico encuen
tra, pues, en todos los campos científicos, un material que
m ha formado independientemente, por la obra del pensa
miento de generaciones anteriores y que ha atravesado en el
Cerebro de estas generaciones sucesivas por un proceso pro-
)!o c independiente de evolución. Claro está que a esta evo-
I ución pueden haber contribuido también ciertos hechos
í *xtornos, enclavados en el propio campo o en otro, pero,
■Wgún la premisa táctica de que se. parte, estos hechos son,
fl |u vez, simples frutos de un proceso discursivo, y así no
in] irnos del dominio del pensar puro, que parece haber dige
rido admirablemente hasta los hechos más tenaces. ■
Esta apariencia de una historia independiente de las
Constituciones políticas, de los sistemas jurídicos, de los con-
faptos ideológicos en cada campo específico de investiga
ción, es la que más fascina a la mayoría de la gente. Cuando
ladero y Calvino “superan” la religión católica oficial, cuan
do Hegel “supera” a Fichte y Kant, y Rousseau, con su Con-
¡tato social republicano, “supera” indirectamente al consti
tucional Montesquieu, trátase de un proceso que se mueve
tlmtro de la teología, de la filosofía, de la ciencia política,
t|uo representa una etapa en la historia de esas esferas del
jtpnsar y no trasciende para nada del campo del pensamien
to. Y desde que a esto se ha añadido la ilusión burguesa de
]o perennidad e inapelabilidad de la producción capitalista,
Imita la “superación” de los mercantilistas por los fisiócratas
y A. Smith se considera simplemente como un triunfo exclu-
llvo del pensamiento; no como el reflejo ideológico de un
Iftinhio de hechos económicos, sino como la visión justa, por
fin alcanzada, de condiciones efectivas que rigen siempre y
119
en todas partes. Si Ricardo Corazón de León y Felipe Au
gusto, en vez de liarse con las Cruzadas, hubiesen implan
tado el libre cambio, nos hubieran ahorrado quinientos años
de miseria e ignorancia.
Este aspecto del asunto, que aquí no he podido tocar
más que de pasada, lo hemos descuidado todos, me parece, más
de lo debido. Es la historia de siempre: en los comienzos, se
descuida siempre la forma, para atender más al contenido.
También yo lo he hecho, como queda dicho, y la falta me
ha saltado siempre a la vista post festvm. Así, pues, no sólo
está muy lejos de mi ánimo hacerle un reproche por esto,
pues, por haber pecado antes que usted, no tengo derecho
alguno a hacerlo, sino todo lo contrario; pero quería llamar'
su atención para lo futuro hacia este punto.
Con esto se halla relacionado también el necio modo de
ver de los ideólogos: como negamos un desarrollo histórico in
dependiente a las distintas esferas ideológicas, que desempe
ñan un papel en la historia, les negamos también todo
efecto histórico. Este modo de ver se basa en una representa
ción vulgar antidialéctica de la causa y el efecto como dos
polos fijamente opuestos, en un olvido absoluto del juego de
acciones y reacciones. Que un factor histórico, una vez alum
brado por otros hechos, que son en última instancia hechos
económicos, repercute a su vez sobre lo que le rodea, e incluso
sobre sus propias causas, es cosa que olvidan a veces muy
intencionadamente esos caballeros, como, por ejemplo, Barth
al hablar del estamento sacerdotal y la religión, pág. 47.r)
de su obra de usted. Me ha gustado mucho su manera de
ajustarle las cuentas a ese sujeto, cuya banalidad supera todo
lo imaginable. ¡Y a un individuo como ése se le nombra
profesor de historia en Leipzig! Debo decir que el viejo
Wachsmuth, también muy cerrado de mollera, aunque mu
cho más sensible ante los hechos, era un tipo muy diferente,
Por .lo demás, sólo puedo decir del libro lo mismo que
dije en repetidas ocasiones acerca de los artículos cuando
aparecieron en el Neue Zeitx que es, hasta la fecha, la mejor
exposición de la génesis del Estado prusiano; yo diría incluso
que es la única buena, pues en la mayoría de los caso,',
muestra acertadamente todas las concatenaciones, hasta cu
los menores detalles. Siento únicamente que no haya abarca
do usted de primer intento , todo el desarrollo ulterior hasin
120
Humarle, aunque tengo la secreta esperanza de que lo hara
usted en otra ocasión, prestando un cuadro completo y
coherente, empezando por el elector Federico Guillermo y
terminando por el viejo Guillermo. Ya tiene usted, hecha
la labor preliminar, y hasta podemos decir que, por lo m e
nos en las cuestiones fundamentales, esa labor es casi defini
tiva. Y hay que hacerlo antes de que se derrumbe todo el
viejo edificio. La destrucción de las leyendas patrióticas de
la monarquía no es una condición absolutamente indispen
sable para derrocar esa misma monarquía que siive para
encubrir la dominación de clase (pues, en Alemania, la re
pública pura o burguesa es una etapa que ha pasado sin
haber tenido tiempo de surgir), pero es, a pesar de todo,
uno de los resortes más eficaces para lograr ese derroca-
jnientd.
De hacerlo, dispondrá usted de más espacio y de mayores
j oportunidades para presentar la historia local de Prusia
como una parte del triste destino de toda Alemania. Este es
o! punto en el que usted y yo discrepamos en cuanto a la
Interpretación de las causas del fraccionamiento de Alema- ’
rúa y del fracaso sufrido por la revolución burguesa alemana
del siglo xvi. Si tengo ocasión de volver a redactar el prefa
cio histórico a mi Guerra campesina —y confío en que eso
habrá de ocurrir el próximo invierno—, podré desarrollar
nllí estas cuestiones. No es que considere erróneas las causas
que usted aduce, pero yo expongo otras, además de ésas, y
Iju agrupo en forma algo distinta.
Al estudiar la historia de Alemania —una historia de
Continuas desventuras—, siempre he hallado que la compara
ción con los correspondientes períodos de la historia de Fran
cia es lo único capaz de proporcionamos una medida exacta,
pites allí ocurre precisamente lo contrario de lo que sucede
*n nuestro país. Allí, la formación del Estado nacional a
partir de los disjectis membris del Estado feudal, en. el pre
ciso momento en que nuestro país se hallaba en la máxima
decadencia. Allí, una lógica objetiva excepcional en el curso
fio todo proceso, mientras en nuestro país se produce un
desbarajuste cada vez más funesto. Allí, en la Edad Media,
Ife invasión extranjera corre a cargo del conquistador inglés,
fftifí toma partido a favor de la nacionalidad provenzal, en
Contra de la nacionalidad del norte de Francia. Las aberras
contra Inglaterra son una especie de .guerra de los Treinta
Años, pero que terminan con la expulsión de los invasores
extranjeros y con el sometimiento del Sur .por el N orte. Lue
go viene la lucha del poder central contra la Borgoña vasa
lla, apoyada por sus posesiones del extranjero y cuyo papel
corresponde al de Brandeburgo-Prusia; pero esta lucha ter
mina con el triunfo del Poder central y remata la formación
del Estado nacional. Y precisamente en ese momento, el
Estado nacional se derrumba definitivamente en nuestro país
(si es que el “reino alemán” del santo Imperio romano pue
de ser llamado Estado nacional) y comienza el despojo en
gran escala de las tierras alemanas. Esta comparación cons
tituye un gran oprobio para los alemanes, pero, precisamente
por eso, es tanto más instructiva; y desde que nuestros obre
ros han vuelto a poner a Alemania en el proscenio del mo-
cimiento 'histórico, nos es más fácil soportar esa ignominia
del pasado.
Un rasgo definitivo muy espécial del desarrollo de Ale
mania es que ninguna de las dos partes que terminaron por
repartirse todo el país es puramente alemana. Las dos son
colonias establecidas en tierras eslavas conquistadas: Austria
es una colonia bávara, y Brandeburgo una colonia sajona; y
el poder que ambas han adquirido dentro de Alemania se lo
deben exclusivamente al apoyo dé posesiones extranjeras,
no alemanas: Austria se apoyó en Hungría (sin hablar de
Bohemia), y Brandeburgo en Pnisia. Nada de eso ocurrió
en la frontera occidental, que era la más amenazada. La
defensa de Alemania frente a los daneses en la frontera norte
fue encomendada a los mismos daneses; y era tan poco lo
que había que defender en la frontera sur, que las encarga
dos de guardarla, los suizos, ¡lograron separarse ellos mis
mos de Alemania!
Pero veo que me he dejado llevar por toda clase de ra
zonamientos. Sírvale por lo menos toda esta palabrería como
testimonio del vivo interés que ha despertado en mí su
o b ra ...
122
I Carta de Friedrich Engds a K . Schmidt, 27 de octubre de
¡890*
| Aprovecho el primer momento libre para contestarle.
Creo que hará usted bien en aceptar el puesto que le ofre
cen en el Züricher Post donde podrá aprender muchas cosas
del campo de la Economía, sobre todo si no olvida en nin
gún momento la circunstancia de que Zurich es sólo un
mercado de dinero y especulación de tercera categoría, por
lo que las impresiones que allí se reciben llegan debilitadas
por un doble o triple reflejo deliberadamente tergiversadas.
En cambio, conocerá usted en la práctica todo el mecanismo
y se verá obligado a seguir de cerca los boletines de Bolsa de
Londres, Nueva York, París, Berlín, Viena, etc., todo ello
de primera mano. Y entonces se le revelará el mercado mun
dial en su réflejo como mercado de dinero y de valores. Con
los reflejos económicos, políticos, etc., ocurre lo mismo que
con las cosas reflejadas en el ojo: pasan a través de una
lente y por eso aparecen en forma invertida, cabeza abajo.
Sólo falta el aparato nervioso encargado de enderezarlas
para nuestra percepción. El bolsista no ve el movimiento de
In industria y el mercado mundial más que en el reflejo in-
ertido del mercado de dinero y de valores, por lo que los
^fegtos se le aparecen como causan. Este es un fenómeno
que ya he podido observar en la década del 40, en Manches-
ler, donde los boletines de la Bolsa de Londres no servían
en absoluto para, hacerse una idea del movimiento de la
[Industria, con sus períodos de máxima y mínima, porque
esos señores querían explicarlo todo a partir de las crisis
del mercado de dinero, que, por lo general, sólo tienen el
Carácter de síntomas. En aquel entonces, de lo que se trata
ba era de negar la superproducción temporal como una de
las crisis industriales, por lo que todo tenía un lado tenden
cioso que movía a la tergiversación. Actualmente, cuando
menos por lo que a nosotros respecta, este punto ha sido
totalmente liquidado, añadamos a esto el hecho indudable
de que el mercado de dinero puede tener también sus pro
pias crisis, en las que los transtomos directos de la industria
desempeñan únicamente un papel secundario si es que desem
123
peñan alguno. Aquí queda aún mucho por aclarar e investi
gar, sobre todo en la historia de los últimos años.
Donde la división del trabajo existe en escala social, las
distintas ramas del trabajo se independizan unas de otras. La
producción es, en última instancia, lo decisivo. Pero e n cuan,
to el comercio de productos se independiza de la producción
propiamente dicha, obedece a su propia dinámica, que aunque
sometida en términos generales a la dinámica de la produc
ción, se rige en sus aspectos particulares y dentro de esa do
pendencia general, por sus propias leyes contenidas en la
naturaleza misma de este nuevo factor. La dinámica del
comercio de productos tiene sus propias fases y reacciona a
la vez sobre la dinámica de la producción. El descubrimiento
de América fue debido a la sed de oro, que ya antes había
impulsado a los portugueses a recorrer el continente africano
(cfr. La producción de metales preciosos, de Soetbeer), puc¡
el gigantesco desarrollo de la industria europea en los siglos
xrv y xv, así como el correspondiente desarrollo del comercio
reclamaban más medios de cambio de los que Alemania —el
gran país de la plata entre 1450 y 1550— podía proporcio
nar. La conquista de la India por los portugueses, los holan
deses y los ingleses, entre 1500 y 1800, tenía por objeto
importar de aquel país. A nadie se le ocurría exportar algo ¡i
la India. Sin embargo, qué influencia tan enorme ejercieron
a su vez sobre la industria esos descubrimientos y esas con
quistas que sólo obedecían al interés del comercio: lo que
creó y desarrolló a la gran industria fue la necesidad do
exportar a esos países.
Lo mismo ocurrió con el mercado de dinero. En cuanto
el comercio de dinero se separa del comercio de rfiercancías,
sigue, bajo determinadas condiciones y dentro de los límites
impuestos por la producción y el comercio de mercancías, un
desarrollo independiente, con sus leyes especiales y sus fases,
determinadas por su propia naturaleza. Y cuando, por aña
didura, el comercio de dinero se desarrolla y se convierte
también en comercio de valores ■ —con la particularidad de
que éstos no comprenden únicamente los valores público,s,
sino que a ellos vienen a sumarse las acciones de las empresas
industriales y del transporte, merced a lo cual el comercio
de dinero se impone directamente sobre parte de la produc
ción, que en términos generales es la que domina—, la in-
124
fluencia que el comercio de dinero ejerce a su vez sobre la
producción se intensifica y complica aún más. Los banque
ros son los propietarios de los ferrocarriles, las minas, las
(¡impresas siderúrgicas, etc. Estos medios de producción ad
quieren un doble carácter, pues su utilización ha de servir
■unas veces a los intereses de la producción como tal y otras
' a las necesidades de los accionistas en tanto que banqueros.
El ejemplo más patente de ello nos lo ofrecen los ferrocarriles
Jporteámeri canos, cuyo funcionamiento depende de las ope
raciones que en un momento dado pueda realizar un Jay
(Could, un Vanderbilt, etc., operaciones que nada tienen que
t>vcr con cualquier línea en particular ni con sus intereses
(tomo medio de transporte. E incluso aquí en Inglaterra
liemos visto las luchas por cuestiones de delimitación que
durante decenios enteros han librado entre sí las distintas
Compañías ferroviarias, luchas en las que se invirtieron su-
1inas fabulosas, no en interés de la producción ni del trans
porte, sino exclusivamente por causa de unas rivalidades
Cuyo único fin era facilitar las operaciones bursátiles de los
| banqueros accionistas.
Con estas pocas indicaciones acerca de mi concepción de
las relaciones que existen entre la producción y el comercio
ti© mercancías, así como entre ambos y el comercio de dine
ro, he contestado en lo fundamental a sus preguntas sobre el
materialismo histórico en general. Como mejor se compren
de la cosa es desde el punto de vista de la división del tra
jo. La sociedad crea ciertas funciones comunes, de las
que no puede prescindir. Las personas nombradas para ellas
forman una nueva rama de la división del trabajo dentro da
la sociedad. De este modo, asumen también intereses espe-
rinles, opuestos a los de sus mandantes, se independizan fren
te a ellos. . . ya tenemos ahí el Estado. Luego, ocurre algo
perecido a lo que ocurre con el comercio de mercancías, y
litás tarde con el comercio de dinero: la nueva potencia inde
pendiente tiene que seguir en términos generales al movi
miento de la producción, pero repercute también, a su
VttX, en las condiciones y la marcha de ésta, gracias a la
Independencia relativa a ella inherente, es decir, a la que
I® 1c ha transferido y que luego ha ido desarrollándose poco a
poco. Es un juego de acciones y reacciones entre dos fuerzas
desiguales: de una parte, el movimiento económico, y de
125
otra, el nuevo poder político, que aspira a la m ayor inde
pendencia posible y que, una vez instaurado, goza también
de movimiento propio. El movimiento económico se impone
siempre, en términos generales, pero se halla tam bién sujeto
a las repercusiones del movimiento político creado por él
mismo y dotado de una relativa independencia: el movi
miento del poder estatal, de una parte, y de otra el de la
oposición, cicada al mismo tiempo que aquél. Y así como
el mercado de dinero, en términos generales y con las reser.
vas apuntadas más arriba, se refleja, invertido naturalmente,
el movimiento del mercado industrial, en la lucha entre el
gobierno y la oposición se refleja la lucha entre las clases
que ya existían y luchaban antes, pero también de un modo
invertido, ya no directa, sino indirectamente, ya no como
una lucha de clases, sino como una lucha en torno a princi
pios políticos, de un modo tan invertido, que han tenido que
pasar miles de años para que pudiéramos descubrirlo.
La reacción del poder del Estado sobre el desarrollo ecn-
nómico puede efectuarse de tres maneras: puede proyectarse
en la misma dirección, en cuyo caso éste discurre más de
prisa; puede ir en contra de él, y entonces, en nuestros días,
y si se trata de un pueblo grande, acaba siempre, a la larga,
sucumbiendo; o puede, finalmente, cerrar al desarrollo eco
nómico ciertos derroteros y trazarle imperativamente otros,
caso este que se reduce, en última instancia, a uno de los dos
anteriores. Pero es evidente que en el segundo y en el tercer
caso el poder político puede causar grandes daños al desarro
llo económico y originar un derroche en masa de fuerza y de
materia. ,
. A estos casos hay que añadir el de la conquista y la des
trucción brutal de ciertos recursos económicos, con lo que,
en determinadas circunstancias, podia antes aniquilarse todo
un desarrollo económico local o nacional. Hoy, este caso
produce casi siempre resultados opuestos, por lo menos en
los pueblos grandes: a la larga, el vencido sale, a veces,
ganando —económica, política y moralmente— más que el
vencedor.
Con el Derecho, ocurre algo parecido: al plantearse la
necesidad de una nueva división del trabajo que crea los
juristas profesionales, se abre otro campo independiente más,
que, pese a su vínculo general de dependencia de la pro
126
ilucción y del comercio, posee una cierta réactibilidad sobre
OStas esferas. En un Estado moderno, el Derecho no sólo
llene que corresponder a la situación económica general,
Wr expresión suya, sino que tiene que ser, además, una erc-
Jjírcsión coherente, en sí misma, que no se dé de puñetazos a
*1 misma con contradicciones internas. Para conseguir esto,
llt fidelidad en el reflejo de las condiciones económicas tiene
que sufrir cada vez más quebranto. Y esto tanto más cuanto
más raramente acontece que un Código sea la expresión
mda, sincera, descarada, de la supremacía de una clase: tal
itosa-iría de por sí contra el “concepto del Derecho”. En el
Código de Napoleón aparece falseado en muchos aspectos
al concepto puro y consecuente que tenía del Derecho la
burguesía revolucionaria de 1792 a 1796; y en la medida en
que toma cuerpo allí, tiene que someterse diariamente a las
ntenuaciones de todo género que le impone el creciente poder
riel proletariado. Lo cual no es obstáculo para qué el. Código
llt Napoleón sea el que sirve de base a todas las nuevas
codificaciones emprendidas en todos los continentes. Por
donde la marcha de la “evolución jurídica” sólo estriba, en
gran parte, en la tendencia a eliminar las contradicciones
que se desprenden de la traducción directa de las relaciones
económicas a conceptos jurídicos, queriendo crear un sis
tema armónico de Derecho, hasta que interrumpen nueva
mente la influencia y la fuerza del desarrollo económico
ulterior y rompen de nuevo este sistema y lo envuelven en
nuevas contradicciones (por el momento, sólo me refiero
ftquí al Derecho civil).
El reflejo de las condiciones económicas en forma de
principios jurídicos es también, forzosamente, un reflejo in
vertido: se opera sin que los sujetos agentes tengan con
ciencia de ello; el jurista cree manejar normas apriorísticas,
fin darse cuenta de que estas normas no son más que sim
ples reflejos económicos; todo al revés. Para mí, es evidente
que esta inversión, que mientras no se la reconoce constituye
Ib que nosotros llamamos concepción ideológica, repercute a
fu vez sobre la base económica y puede, dentro de ciertos
límites, modificarla. La base del derecho de herencia, pre
suponiendo el mismo grado de evolución de la familia, es una
bese económica. A pesar de eso, será difícil demostrar que
«ii Inglaterra, por ejemplo, la libertad absoluta de testar y en
127
Francia sus grandes restricciones, respondan en todos
detalles a causas puramente económicas. Y ambos sistemo*
repercuten de modo muy considerable sobre la economU,
puesto que influyen en el reparto de los bienes.
Por lo que se refiere a las esferas ideológicas que fióla»
aún más alto en el aire: la religión, la,filosofía, etc., ésliil
tienen un fondo prehistórico de lo que hoy llamaríamos ne»
cedades, con que la historia se encuentra y que acepta. Esta*
diversas ideas falsas acerca de la naturaleza, el carácter del
hqmbre mismo, los espíritus, las fuerzas mágicas, etc., ««
basan, en la mayoría de los casos, en factores económinn
de aspecto negativo; el incipiente desarrollo económico del
período prehistórico tiene por complemento, y también ru
parte por condición, e incluso por causa, las falsas idc.i»
acerca de la naturaleza. Y aunque las necesidades econónit
cas habían sido, y lo siguieron siendo cada vez más, el aci.
cafe principal del conocimiento progresivo de la naturaleza,
sería, no obstante, una pedantería querer buscar a todiu
estas necedades primitivas una explicación económica. Ln
historia de las ciencias es la historia de la gradual superación
de estas necedades, o bien de su sustitución por otras ni ir
vas, aunque menos absurdas. Los hombres que se cuidan iln
esto pertenecen, á su vez, a órbitas especiales de la división
del trabajo y. creen laborar en un campo independiente. Y
en cuanto forman un grupo independiente dentro de la di vi
sión del trabajo, sus producciones, sin exceptuar sus errores,
influyen de rechazo sobre todo el desarrollo social, incluso
el económico. Pero, a pesar de todo, también ellos se hallan
bajo la influencia dominante del desarrollo económico, lio
la filosofía, por ejemplo, donde más fácilmente se puede
comprobar esto es en el período burgués. Hobbes fue el pri
mer materialista moderno (en el sentido del siglo xvin),
pero absolutista, en una época en que la monarquía absolula
florecía en toda Europa y en Inglaterra empezaba a dar l:i
batalla al pueblo. Locke era, lo mismo en religión que en
política, un hijo de la transacción de clases de 1688. Los
deístas ingleses y sus continuadores, más consecuentes qiie
ellos, los materialistas franceses, eran los auténticos filósofo:;
de la burguesía, y los franceses lo eran incluso de la revolu
ción burguesa. En la filosofía alemana, desde Kant hasla
Hegel, se impone el filisteo alemán, unas veces positiva y
128
s negativamente. Pero, como campo circunscrito de la
isión del trabajo, la filosofía de cada época tiene como
isa un determinado material de ideas que le legan sus
ecesores y del que arranca. Así se explica que países
nómicamente atrasados puedan, sin embargo, llevar la
futa en materia de filosofía: primero fue Francia, en el
lo xvm, respecto de Inglaterra, en cuya filosofía se apo-
iban los franceses; más tarde, Alemania respecto de ambos
es. Pero en Francia como en Alemania, la filosofía, como
florecimiento general durante aquel período, era tam
bién el resultado de un auge económico. Para mí, la suprema-
tfl final del desarrollo económico, incluso sobre estos cam-
¡0s, es incuestionable, pero se opera dentro de las condiciones
puestos por escampo concreto: en la filosofía, por ejem-
ilo, por la acción de influencias económicas (que a su vez, en
I* mayoría de los casos, sólo operan bajo su disfraz político,
) sobre el material filosófico existente, suministrado por
predecesores. Aquí, la economía no crea nada a novo, pero
termina el modo cómo se modifica y desarrolla el material
(la ideas preexistente, y aun esto casi siempre de un modo
ftd'irecto, ya que son los reflejos políticos, jurídicos, morales,
11 que en mayor grado ejercen una influencia directa sobre
In filosofía.
Respecto de la religión, ya he dicho lo más necesario en
ti último capítulo de mi libro sobre Feuerbach.
Por tanto, si Barth cree que nosotros negamos todas y
&tda una de las repercusiones de los reflejos políticos, etc.,
do! •movimiento económico sobre este mismo movimiento eco
nómico, lucha contra los molinos de viento. Le bastará con
fccr El 18 Brumario, de Marx, obra que trata casi exclusi-
flúnéiitcPléFpapel especial que desempeñan las luchas y los
nionteciniientos políticos, claro está que dentro de su supe
ditación general a las condiciones económicas. O El capital,
^or "ejemplo, el capituló que trata de la jomada de trabajo,
donde la legislación, que es, desde luego, un acto político,
njerce una influencia tan tajante. O el capítulo dedicado a
l(l historia de la burguesía (capítulo 24). JSi el poder polí-
11coles económicamente impotente, ¿por qué entonces lu
díamos por la dictadura política,del proletariado? ¡L a vio-
fftjjda. (es decir, el Poder del ...Estado) es también u n a po
tencia económica!
129
Pero no dispongo de tiempo ahora para criticar el libro
de Barth. Hay que aguardar a que aparezca el tercer toma i'
por lo demás, creo que también Bernstein, por ejemplo, po
drá hacerlo cumplidamente.
De lo que adolecen todos estos señores, es de la falla
de dialéctica. No ven más que causas aquí y efectos allí.
Que esto es una vacua abstracción, que en el m undo real
esas antítesis polares metafísicas no existen más que en míe
mentos de crisis y que la gran trayectoria de las cosas di',
curre toda ella bajo forma de acciones y reacciones — aunque
de fuerzas muy desiguales, la más fuerte, más primaria y mí.»
decisiva de las cuales es el movimiento económico—, que
aquí _no hay nada absoluto y todo es relativo, es cosa que
ellos no ven; para ellos, no ha existido Hegel.. .
130
fulmente, el medio ambiente que rodea a esta forma de so-
ükd.id.
Si es cierto que la técnica, como usted dice, depende en
|)prtc considerable del estado de la ciencia, aún más depende
fata del estado y las necesidades de la técnica. El hecho de
i|uo la sociedad sienta, una necesidad técnica, estimula más
Jn Ciencia que diez universidades. Toda la hidrostática (To-
rriCuili, etc.) surgió de la necesidad de regular el curso de
131
decisivas, en .última instancia, y las, que nos. dan. el úiiitl»
hilo de engarce que puede servimos" para entender los acuit*
tecimientos son las económicas, por mucho que en cllii»
puedan influir, a su vez, las demás, las políticas e ideoMi
gicas...
b) Los hombres hacen ellos mismos, su , historia, pcifj
hasta ahora rió "con una voluntad colectiva y con arreglo A
un plan colectivo, ni siquiera dentro de uña sociedad dada <f
circunscrita. Sus aspiraciones se entrecruzan; por eso en tod.w
estas sociedades impera la necesidad, cuyo complemento y
forma de manifestarse es la casualidad. La necesidad qw«
aquí se impone a través de la casualidad es también, en vil-
tima instancia, la económica. Y aquí es donde debemos lia.
blar de los llamados grandes hombres. El hecho de que sui jr
uno de éstos, precisamente éste y en un momento y un pal»
determinados, es, naturalmente, una pura casualidad, Pan
si lo suprimimos, se planteará la necesidad de remplazado, y
aparecerá un sustituto, más o menos bueno, pero a la larga
aparecerá. Que fuese Napoleón, precisamente este corso, el
dictador militar que exigía la República francesa, agotaclü
por su propia guerra, fue una casualidad; pero que si im
hubiese habido un Napoleón habría venido otro a ocupar su
puesto, lo demuestra el hecho:de que siempre que ha sido
necesario un hombre: César, Augusto, Cromwell, etc., eslr
hombre ha surgido. Marx descubrió la concepción materia
lista de la historia, pero Thierry, Mignet, Guizot y todos los
historiadores ingleses hasta 1850 demuestran que ya se ten
día a ello; y. él descubrimiento de la misma concepción poi
Morgan prueba que se daban ya todas las condiciones para
que se descubriese y necesariamente tenía que ser descubierta,
Otro tanto acontece con las demás casualidades y aparen
tes casualidades de la historia. Y cuanto más alejado esté de
lo económico el campo concreto que investigamos y más se
acerque a lo ideológico puramente abstracto, más casualida
des advertiremos en su desarrollo, más zigzagueos presentará
su curva. Pero si traza usted el eje medio de la curva, verá
que, cuanto más largo sea el período en cuestión y más ex
tenso el campo que se estudia, más paralelamente discurre
este eje al eje del desarrollo económico.
El mayor obstáculo que en Alemania se opone a la com
prensión exacta es el desdén imperdonable que se advierte
132
ia literatura hacia la historia económica. Resulta muy
líll/lcil desacostumbrarse de las ideas históricas que le meten
uno en la cabeza en la escuela, pero es todavía más difícil
ear los materiales necesarios para ello. ¿ Quién, por
tipio, se ha molestado en leer siquiera el viejo G. von
ílllich, en cuya árida colección de materiales se contiene,
lii embargo, tanta materia para explicar incontables b.ecbos
plíticos?
Por lo demás, creo que el hermoso ejemplo que nos ha
gado Marx con El 18 Brumario podrá orientarle a usted
istante bien acerca de sus problemas, por tratarse, preci-
nente, de un ejemplo práctico. También creo haber tocado
la mayoría de los puntos en el Anti-Düring, I, caps. 9-11
Jy II, 2-4, y también en el III, cap. lo. en la Introducción,
f*»í como en el último capítulo del Feuerbach.
Le ruego que no tome al pie de la letra cada una de
JbiújJalabras, sino que.se fije en. el sentido general, ‘ pues
I-desgraciadamente no disponía de tiempo para exponerlo todo
’ftton la precisión y la claridad que exigiría un material des
tinado a la publicación. ..
i
I
133
III. E L M A R X IS M O -L E N IN IS M O
tan
com
Es indudable que Lenin. marcó profundamente, no sólo
fl la generación bolchevique que vivió la experiencia del
octubre rojo de 1917, sino a todas las generaciones de
arxistas posteriores. L a notoria influencia ejercida por Le
nin sobre los otros autores seleccionados en este capítulo,
nos obliga a hacer el análisis del problema de la ideología
_rincipalmente en su obra, lo cual no quiere necesariamente
ignificar que entre Lenin y Bujarin no existan —con res
pecto al tema— distinciones de matices, que el lector podrá
[comprobar fácilmente en los textos escogidos,
ij Ños ha parecido más importante centrar el estudio en
las posibles diferencias existentes entre la obra de Marx-En-
gels y la de Lenin sobre la cuestión de la ideología, con la
i finalidad de entregar algunos aportes que. puedan contribuir
ni esclarecimiento del problema.
La tarea de conductor revolucionario hizo de Lenin un
' autor extraordinariamente fecundo; sin embargo, el estilo
de su obra, reunida actualmente en 51 volúmenes y 4 apén
dices, tiene profundas diferencias con lo que podríamos lla
mar “el estilo literario de1M arx”. “En el caso específico de
Marx, sú voluntad de estilo lo llevó muy lejos. La parte de su
obra que él pudo pulir y llevar a la imprenta constituye
como él mismo lo observa ¡un, todo artístico!, pero no es
Sólo por la estructura arquitectónica que exhibe, sino porqué
hasta sus más insignificantes detalles aparecen pulidos, ter
sos y alumbrados muchas veces mediante un arte metafórico
tan acabado, que bien , podría decirse de muchos de sus
conceptos que poseen la apariencia de preceptos.” 1
Es un hecho, que toda la obra de Marx no tuvo la suerte
de ser revisada, corregida y pulimentada como el tomo I de
El capital o la Contribución a la crítica de la economía po
lítica, sin embargo, pese a esto, incluso en textos como L a
ideología alemana se puede observar la gran precisión en
la utilización de los conceptos, unida al empleo de analogías
137
esclarecedoras y matizado con ironías profundamente críticas,
pero no por eso desprovistas de un claro sentido del humor.
No ocurre lo mismo con ia obra de Lenin. Si bien es
ci erto •que Lenin (y en estricto rigor había que decir lo
mismo de Stalin) es extraordinariamente didáctico' . en su
prosa, la utilización de las palabras, conceptos _y_ categorías
no siempre es absolutamente rigurosa, Hay conceptos que se
sobreponen con significados diversos y palabras diferentes que
pretenden englobar conceptos similares. Este estilo que tiene
un profundo valor en' la literatura, la poesía o el arte, difi
culta en gran medida el trabajo científico que requiere de la
utilización de conceptos unívocos.
Ahora bien, es evidente que la obra de.Lenin fue escrita
bajo, urgencias históricas diferentes a:.la. de Marx y que su
tarea de conductor, organizador, y. dirigente revolucionario
no permitió el tiempo que requiere la reyisión estilística. La
mayor parte de su obra se forjó ante las urgencias de un
presente explosivo y vertiginoso, qué necesitaba' más una
comprensión ¡th foío! de lo escrito, que un. análisis lento
detallista y minucioso.
Pero no queremos incurrir aquí, en el error bástante fre
cuente de realzar la figura del Lenin político —a la luz del
éxito histórico del proceso que orientó y dirigió— para con
cluir- disminuyendo • el valor del aporte del Lenin . teórico.
De ninguna manera: es un hecho. comprobado que a Lenin
le cabe —entre muchos otros—■el mérito indiscutible de:
138
No se trata en resumen de “dar primordial importancia a
su actividad práctica y de juzgar su actividad teórica como
simple apéndice instrumental. En realidad las decisiones es
tratégicas, tácticas e incluso organizativas de lenin. están
estrechamente condicionadas por aquellas investigaciones teó
ricas: no son su premisa condicionante, sino la conclusión
operativa”.2* ' '' :
La genialidad de Lenin, su brillantez teórico-intelectual
y su capacidad política se dan aquí por descontadas, pero los
problemas inherentes a su est lo y á su rigor conceptual si
guen presentes y adoptan, en relación al problema que nos
ocupa, una importancia significativa, imposible de. dejar de
lado.
En el caso específico de la ideología, encontramos eri Le-
ninj" cuandó'"inen5s,' dos acepciones diferentes r
139
cas, religiosas, políticas, etc.) reflejan el régimen económico
de la sociedad.”3
Sin embargo, a pesar de esta base común sobre la delt-r»
minación social de las ideas en ambas acepciones, es sólo en
la segunda donde la ideología entra a valorarse en relación
con el progreso social. Surgen así dos y sólo dos ideologías en
la sociedad capitalista, la ideología socialista (revolucionaria)
y la ideología burguesa (reaccionaria) : “Ya que no puede
hablarse de una ideología independiente de las masas obrera»
en el curso de su movimiento, el problema se plantea sola
mente así: ideología burguesa o ideología socialista. No hay
término medio (pues la humanidad no ha elaborado ninguna
tercera ideología), además en general en la sociedad desga-
rrada por las contradicciones de cía e nunca -puede existir
una ideología, al margen de las clases, ni por encima de la»
clases.” 4
Este primer significado de la ideología, en Lenin, que hu
mos llamado ideología en sentido amplío,, aparecerá nume
rosas veces a lo largo, de su. obra y también de sus continua
dores. Bujárjri, por ejemplo, ,enisu famoso tratado Teoría
del materialismo histórico, que tantas polémicas suscitara cu
los años de la III Internacional dice: “El término ideología
social significará para nosotros el sistema de ideas, sentimien
tos y. reglas de conducta (normas) e incluirá en consecuen
cia, fenómenos tales como ¿1 contenido de las ciencias (si bien
no un telescopio, ni el personal de un laboratorio químico) y
del arte, la totalidad de normas, costumbres, reglas morales,
etcétera.” *
Esta idea de incluir el contenido de la ciencia al interior
de la ideología, va ~a llevar á Bujarin, consecuente con sus
planteamientos, a afirmar la existencia de úna' ciencia bur
guesa y úna ciencia proletaria, cuestión que la historia su
encargará m ás, tarde de superar, en los marcos del propio
pensamiento marxista.
La segunda acepción de la ideología utilizada por Lenin,
4 Vladimir I. Lenin, Obras completas, Moscú, Ed, Progreso, tomo
v, p. 53. '
Vladimir I. Lenin, ¿Q ué hacer?, Obras escogidas en tres to
mos, Moscú, Ed. Progreso, tomo i, p. 149.
0 Nicolai I. Bujarin,. Teoría del materialismo histórico, Cuader
nos de Pasado y Presente, 31, Siglo X X I, México, 1977, p. 212.
140
ideología en sentido valorativo, que es la que va a conducir
J ”tenhino “ideología revolucionaria del proletariado” es la
que mas trabajo cuesta asimilar. En la actualidad ya no existe
duda alguna de que Lenin conocía perfectamente toda la
obra de Marx editada en su tiempo y nadie podría afirmar
tipie Lenin recurrió a interpretaciones de terceros sobre la
/obra del maestro. Ahora bien, a pesar de ser un profundo
Conocedor de Marx, Lenin se vio privado por las circunstan
cias históricas que rodearon la obra de Marx de conocer: La
crítica a la filosofía del Estado de Hegel, publicada en 1927;
los Grundrisse der Kritik der politischen Ókonomie, editada
-'por primera vez en Moscú en 1939 y de los cuales circularon
Ícontados ejemplares en occidente; La ideología alemana,
cuyo primer capítulo, la parte referente a Feuerbach, fue
publicada por el Instituto Marx-Engels, bajo la dirección de
‘Riazánov en 1925 y el resto en 1932; los Manuscritos econó
mico-filosóficos de 1844, publicados por Landshut y Mayer
en 1931. Por otra parte, es un hecho que Lenin tuvo co
nocimiento de las famosas cartas de Engels a Bloch (21 de
septiembre de 1890); de Engels a Schmidt (27 de octubre
í de 1890); de Engels a Mehring (14 de julio de 1893) en las
que el autor es particularmente claro sobre la noción de la
Í ideología.6
¿Cuál es la causa, entonces, de que el concepto de ideo
logía'pierda su carácter peyorativo, falseador, deformador de
lá realidad que tan claramente Marx y Engels le habían
oForgado? ¿Será razón suficiente el hecho de la publicación
tardía de las obras de juventud de Marx?' ¿De dónde puede
surgir la idea de una “ideología revolucionaria del proleta
riado”, a la que Marx o Engels jamás hacen mención?
Habrá que empezar afirmando que ni Marx ni Engels
definieron jamás el concepto de ideología de una vez y para
siempre; igual cosa habría que decir del concepto de clase
social o del concepto de modo de producción, y esto no se
debe a una falencia, sino a la intención consciente de M arx
y Engels de evitar toda definición ¡in abstracto\, que pu
diera correr el peligro de congelarse en sistema. Sus concep-
• Las cartas de Engels de los años 1890-1894 fueron publicadas
en 1903 en m edio' del debate entre marxismo y revisionismo por
Eduard Bemstein bajo el título de “Sobre el ámbito de validez de
la concepción materialista de la historia”.
141
tos y categorías están aplicados a la realidad histórica, coa
todo el rigor que requiere el análisis, pero sin el intento dn
hacer definiciones perentorias. Eftgejí en una de sus última»
cartas, escrita a Wérner ¡Sombart én marzo de 1895, valí'
decir pocos meses antes de morir, hace una advertencia ini-
f portante: “toda ¡^concepción de M arx no. es una. doctrinn,
-i sino un método. No .ofrece dogmas hechos, sino puntos di*
partida para la ulterior investigación y el método p a ra dicha
• investigación” .7
Recogiendo las frases de Engels y aplicándolas a nuestro
problema, habría que decir que no se encuentra en los crea
dores del marxismo una teoría de la ideología acabada, lo
cual no significa que no existan los elementos necesarios
para construir esa teoría, a partir del tratamien o que Marx
y Engels ya han realizado.
? Pese_a esta constatación, tanto en las obras de juventud
. como en ¡as obras de madurez, el concepto de ideología es
la expresión de una conciencia falsa, conciencia que no es
: capaz de comprender la realidad social.
En otras palabras, Marx nos enseña .cómo la conciencia
al verse encerrada por "las relaciones de producción capita
listas se toma ideología. En La ideología alemana, Marx es
meridianamente claro al respecto cuando afirma: “La con
ciencia no puede, nunca ser otra cosa que el ser consciente,
y el ser de los hombres y sus relaciones aparecen invertidos
como en una cámara oscura, este fenómeno corresponde a su
proceso histórico de vida como la inversión de los objetos
al proyectarse sobre Ja retina corresponde a su proceso de
vida directamente ' físico.” 8
Las relaciones sociales de producción capitalistas se cons
tituyen, de esta manera* en una suerte de barrotes dentro de
los cuales se mantiene prisionera la conciencia. La realidad
no es-lo que aparece al buen sentido humano, ese metafisleo
de la peor especie, dirá posteriormente Engels. La realidad
capitalista se esconderse rodea de una apariencia que a pesar
'dé ser real y necesaria, es falsa: “En esa.forma, exterior, de
manifestarse, que oculta y hace invisible la realidad invir-
7 Friedrich Engels, carta a W emer Sombart del 11 de marzo de
1895, en Marx-Engels, Obras escogidas en tres tomos, Moscú, Ed. Pro
greso, 1970, tomo in, p. 532.
8 K arl Marx, La ideología alemana [las cursivas son nuestras].
142
Itiéndola, se basan todas las ideas jurídicas del obrero y deí
apitalista, todas las mistificaciones del régimen capitalista de
Producción, todas las ilusiones librecambistas, todas las (ra
fees apologéticas de la economía vulgar.” 9
I1”"* L a constatación de esta forma exterior de manifestarse
[la realidad capitalista es la que lleva a Marx a afirmar:
[ “Hay que distinguir siempre entre los cambios materiales
I ocurridos" en las condiciones económicas de producción y que
■ ¡pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias ¡
naturales; y-las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísti- i
[cas ¿'filosóficas, en una palabra las formas ideológicas en
Iqug' ioij hombres adquieren conciencia de ese conflicto y
i luchan "por resolverlo.” 19
Ea ideología, según esto, sería la expresión mediante la
I) cuaTTos' hombres hacen conciencia de los cambios que genera
unjT'épóca de revolución social. Pero Engels se encargará de
aclarar más tarde que esa conciencia a la que Marx alude
es una falsa conciencia: “en efecto —dice Engels— la ideo
logía es un proceso que el supuesto pensador realiza conscien
temente, pero con una conciencia falsa. Las verdaderas fuer
zas propulsoras que lo mueven permanecen ignoradas para
él: de otro modo no sería tal proceso ideológico”.11
Posteriormente, .Engels' será aún más explícito: “El re
flejo d e ja s condiciones económicas en forma de principios
jUrídicos es también forzosamente, un reflejo invertido: se
¿rpéra sin qüe'~10s "sujetos agentes tengan conciencia..de. ello;
el Jurista ajeé" Manejar formas apriorísticas, sin darse cuen ta
de que estas normas no son más que. simples. reflejps .econó-
mí, es evidente que esta inversión,
c¡ue mientras no se la reconoce constituye lo que nosotros
llamamos concepción ideológica, repercute a su vez sobre la
fcSse^Ecorfómica 'y ' 'puede, dentro de ciertos límites, modifi
carla.” 12
143
\ En resumen, la ideología es una forma de conciencia, pi'iti
'de. conciencia falsa, deformadora, engañosa,'productora tln
formaciones nebulosas en las que los procesos reales de Ift
«vida de los hombres aparecen invertidos'. Eli este sentida
M arx no se refiere a la ideología como simple expresión tln
las relaciones de producción, sino que se preocupa de señalar
cómo la conciencia social es prisionera de las relaciones cu*
pitalistas de producción y se tom a ideología al ver limitado
su horizonte.
¿Qué sentido puede tener entonces hablar de una “ideo*
logia revolucionaria del proletariado” ? ¿Cómo se conciban
una concepción de la ideología como falsa conciencia, con uiin
‘‘ideología revolucionaria” ?
En el artículo “La ideología como conciencia teórica iln
clase” de V .A . Yadov, que hemos escogido para este capítn
Jo, el autor hace alusión al problema que nos preocupa cuan-
so sostiene: “Si en Marx y Engels, el término ideológico cu-
, trañaba con frecuencia un matiz despectivo como sinónimo
de modo idealista y metafísico de. abordar la realidad, po*
terionneiíte este matiz se pierde en Lenin y ya no lo encon
tramos en absoluto.” 13
Pero ¿cuaTes la causa de esa “pérdida dé matiz” ? ¿La
publicación tardía de las obras de juventud de Marx-Engclsi1
¿La falta de rigor conceptual en el estilo literario de Le*
nin? El autor no nos aclara nada al respecto.
Tratemos de entender entonces, por nuestra propia cucn
ta, la causa de esta aparente discontinuidad éntre el pensa
miento de Marx-Engels y el de Lenin. ¿Utilizó Lenin alguna
vez el concepto de ideología como sinónimo d e, conciencia
falsa? Creemos que sí. En una de sus obras más tempranas:
¿Quiénes son los amigos del pueblo? (1892-94) Lenin reali
za una severa crítica a la sociología subjetivista de los populis
tas y, reafirmando la validez del método. de Marx, dice:
“Hasta entonces los sociólogos, no sabiendo descender hasla
relaciones tan elementales y primarias como las de produr
ción, empezaban directamente por la investigación y el estu
dio de las fomias surgidas de éstas o las otras ideas de l.i
humanidad en un momento dado, y no pasaban de ahí;
144
t
’tlitaba como si las relaciones sociales se estableciesen cons-
intcmente por los hombres” y más adelante agrega: “Míen
se limitaban (los subjetivistas) a las relaciones sociales
Cológicas (es decir, relaciones. que antes de establecerse
an por la conciencia de los hombres), no podían advertir
repetición y regularización en los fenómenos sociales, de
diversos países, y su ciencia, en el mejor de los casos, se
jitaba a describir estos fenómenos, a recopilar materia
W " M
Vale decir, la sociología subjetivista concluía en aseve-
Uniones superficiales y en resultados equivocados o limitados
‘rquc centraba su análisis en las relaciones sociales ideo-
glcas, que no obstante ser conscientes, no expresaban ade-
índamente la realidad social de los hombres. ¿Pero por
(|li¿ esas relaciones ideológicas, siendo conscientes, no eran
¿itpaccs de expresar la verdadera realidad? No cabe duda:
Jorque constituían una "conciencia falsa.
Aunque el párrafo transcrito no es particularmente claro,
Jinrociera ser que hasta 1894- Lenin compartía la opinión de
(Ntnccbir la ideología como una especie de conciencia falsa.
IVirqué hablar entonces en 1903 de una “toma de conciencia
Ideológica de las clases dominadas” o de una “ideología
(■evolucionaría del proletaríado” tal como lo hace Lenin en
itt ¿Que hacer?
Vamos a aventurar una hipótesis al respecto. Comparti
dlo# ]a idea de que para encontrar a Lenin no es posible
llUicnrlo en la filosofía sino fuera de la misma Su interven
ción en el orden puramente, filosófico es el producto de una
|jrtlotica revolucionaria, la cual si bien le obliga a participar
Rll ln filosofía, en la economía, en la sociología, en la polí-
llfin, lo hace siempre desde fuera, negándose como práctica
F> dejarse encasillar en los marcos estrechos de la ciencia.
Jtnn entonces, a juicio nuestro, las exigencias de la práctica
JtfVnlucionaria las que impulsan a Lenin a utilizar el con
muto de ideología revolucionaria del proletariado.
1,05 características de la Rusia zarista de finales del siglo
KIX, plagada de contradicciones de clase, que trataban de
WP ftpagadas con una represión brutal y despiadada, mar-1
145
c:aron profundamente el surgimiento del pensamiento sorin»
lista ruso. Cualquier intento de formular criticas a la aula*
cracia convertía automáticamente a . todo aquel que if
atreviese a hacerlo en un revolucionario peligroso. El culi
vencimiento de que la única esperanza de poner fin a U
autocracia era la revolución, permitió el surgimiento clf
una serie de grupos revolucionarios que orientaron su acción
política, hacia el terrorismo. U n numeroso contingente iU
jóvenes revolucionarios entregó su vida combatiendo a l.i
autocracia mediante acciones terroristas. El propio hermano
de Lenin fue ahorcado por participar en un complot con11«
la vida de Alejandro III. Por su parte, el marxismo habla
tenido una penetración bastante tardía. en Rusia, práctica
mente hasta , 1870 el pensamiento de Marx era compleln
mente desconocido para los revolucionarios rusos.
De tal manera que la actividad poli tica de Lenin va ,i
estar orientada desde sus inicios a combatir las tendencia»
equivocadas, limitadas o insuficientes que producía la ludia
contra el zarismo. Desde la década de 1880 el marxismo rusn
se va a organizar como un movimiento de lucha y cómbale,
no sólo contra la autocracia sino también, contra los grupa»
conspirativos que pretendían combatir el poder mediante el
ataque directo a las cabezas visibles dé las clases domina 11
tes.
En los años que. transcurren desde 1894 ■ —en el que
Lenin escribe { Quiénes son los amigos del pueblo? obra de
dicada a exponer, el pensamiento márxista en viva contro
versia contra el movimiento narodnik— hasta 1903 en el
que termina el ¿Qué hacer?, todo el esfuerzorde Lenin estu
vo dedicado, por un lado, a combatir las tendencias, terro
ristas, antes mencionadas y, por otro, a refutar todas las
desviaciones surgidas desde el interior mismo del pensamien
to maixista.
Las urgencias de la práctica política son. entonces las
que van a llevar a Lenin-a proponerse el. rescate de lo más
puro del pensamiento de Marx, acosado :por tergiversacio
nes, deformaciones, simplificaciones y falsedades, las cuales
no sólo eran aventuradas por intelectuales burgueses, sino
que en ocasiones eran recogidas con fuerza por la propia
clase obrera.
Los críticos revisionistas de Marx afirmaban, por ejem-
146
pío, que e 1 desarrollo económico del capitalismo y el fenó
meno de la lucha de clases, además de crear las condiciones
futuras de producción socialistas, engendrarían por sí. solos
Ift conciencia socialista. Pero Lenin estaba convencido de
que la lucha económica de la clase obrera no era capaz por
l( sola de generar una conciencia socialista. “Todo el- mundo
«tíi de acuerdo en que es. necesario desarrollar la concien
cia política de la clase.obrera. Pero ¿cómo hacerlo? La lucha
económica hace pensar a los obreros únicamente en las
cuestiones concernientes a la actitud del gobierno hacia la
dase obrera; por eso, por más que nos esforcemos en la tarea
de imprimir a la lucha económica misma u n carácter polí
tico no podremos jamás, en el marco de dicha tarea, desarro
llar la conciencia política de los obreros (hasta el grado de
conciencia socialdemócrata), pues el marco mismo es estre
cho." »
Por otra parte el propio-A^arx había avizorado el mismo
problema cuando dijo: “No se trata de lo que este o aquel
proletario, o incluso el proletariado en su conjunto, pueda
representar de_vez en cuando como meta. Se trata.de lo
^ue^el^jgrqjetariadq. es y de lo que está obligado hístórica-
jpente a hacer, con arreglo a ese ser suyo. Su meta y. su
acción histórica se hallan clara e irrevocablemente.' prede
terminadas por su propia situación de vida : y por .-toda la
orjgámzación de la sociedad burguesa, actual." 18
La clase obrera -—según este planteamiento— producía
en el transcurso de su lucha visiones y concepciones del
mundo (¿ideologías?) que comprendían de manera incom
pleta y fragmentaria el desarrollo de la historia y la sociedad.
¿Cómo desarrollar entonces esa conciencia socialista qué per
mitiría a la clase obrera la Comprensión cabal dé su misión
histórica?
Para Lenin la cuestión estaba clara: “la doctrina de Marx
—afirmará— es todopoderosa porque es exacta. Es comple
ta y armónica, dando a los hombres, una concepción del
147
mundo íntegra, intransigente con toda superstición, con toda
reacción y con toda defensa de la opresión burguesa”.17.
El marxismo va a cumplir el importante papel de ser el
instrumento básico y fundamental que ¡permitirá el desarro
llo de la conciencia socialista. La conciencia política deberá
ser entregada a la clase obrera desde el exterior, desde fuera
de la lucha económica reivindicativa.
Esta idea de que la conciencia socialista es u n elemento
importado desde fuera de la lucha de clases, ya estaba en
los numerosos escritos de Karl Kautsky, téorico del partido
socialdemócrata alemán y verdadero heredero del pensamien
to de Marx-Bngels durante los años inmediatos a la muerte
de este último.
La conciencia socialista —va a afirmar Kautsky— sólo
puede surgir sobre la base de profundos conocimientos cien
tíficos, a los cuales la clase obrera no tiene acceso. De tal
manera que el portador de la ciencia no podrá ser el prole
tariado sino los propios intelectuales burgueses. “Es en efec
to, en el cerebro de algunos individuos de esa categoría don
de ha nacido el socialismo contemporáneo, y por medio de
ellos el socialismo ha sido comunicado a los proletarios inte
lectualmente más desarrollados, quienes lo introducen luego
donde las condiciones lo permiten, en la lucha de clases del
proletariado.*'18
Todavía son los años en que Kautsky goza de una auto
ridad reconocida dentro del pensamiento maixista; posterior
mente su camino y el de Lenin.se separarían abruptamente.
Después d e . la obra de Lenin La revolución proletaria y el
renegadlo Kautsky, toda posible conexión entit: los dos auto
res será olvidada;. pero la concepción de que la conciencia
socialista sólo puede ser introducida al proletariado desde
fuera seguirá firmemente adherida al pensamiento político
de Lenin.
. .. Si lajiouciencia socialista sólo puede surgir sobre la base
d£Jjrpfundos conocimientos científicos acerca de la realidad
social,, el .estudio, la utilización y la divulgación de ja obra
de Marx y Engels era una tarea que no podía dejarse de1
11 Vladimir I. Lenin, Tres fuentes y tres partes integrantes del
marxismo. Obras Escogidas en 3 tomos. Tomo I, p. 61. Ed. Progre
so, Moscú.
18 K. Kautsky, Neue Z eit 1901-1902; XX, i, núm. 3, p. 79.
143
Indo. El marxismo había realizado el más profundo, sistemá
tico y completo estudio de la estmctura de la sociedad capi
talista.
¿ “El materialismo histórico —nos dirá Lenin— es una
conquista formidable del pensamiento científico. Al caos y a
la arbitrariedad que hasta entonces imperaban en las con
cepciones relativas a la historia y a la política, sucedió una
teoría científica asombrosamente completa y armónica, que
muestra cómo de un tipo de vida social se desarrolla en
virtud del crecimiento de las fuerzas productivas otro más
alto, cómo del feudalismo, por ejemplo, nace el capitalis
mo.” 19
El pensamiento .de Marx-Enfflis ya a constituir para
LenuTalgü más que un método científico de comprensión. de
la historia, vá á constituir una “concepción del mundo”,
'‘una filosofía”, “una doctrina”, “un materialismo, acabado” ,
“una teoría revolucionaria”, la “única concepción científica
cíela' histor ia”, la “ideología revolucionaria, del proletariado’1.
Así planteadas las*cosas, la ideología revolucionaria del
proletariado (cuya base sería el pensamiento mandsta) cons
tituirá para Lenin la esencia misma de la conciencia socia
lista, que se opondrá, orientándolas, a todas, las ideologías
que la clase obrera genera en el transcurso de sus luchas.
La conciencia socialista surgirá entonces de la conjun
ción de dos factores: las luchas de la clase obrera, converti
das en prácticas revolucionarias y el desarrollo de la teoría
revolucionaria que las orienta. Ya advertía M apó'en 1846:
“Se hace patente la necesidad de una transformación masi
va de fóTHombres"'para la creación'dé está'conciencia coinu-
’msta-" ahora’bien una' tal transformación no se.puede.operar
más qué' por un movimiento práctico, por una,,revolución,
esta revolución no se hace solamente necesaria porque es el
único medio de derribar a la clase dominante, lo es también
fjorque sólo úna revolución permitirá a la clase que derribe
a la otra barrer toda la podredumbre del viejo sistema.” 20
Lenin no sólo fue capaz de prever la época de transfor
mación revolucionaria que se avecinaba, sino que tuvo la
rapacidad de orientar el camino de las masas hacia la toma
149
del poder, auxiliado con los instrumentos que proporcionaba
el materialismo histórico. Las dificultades de la lucha y la
amenaza constante de revisiones y desviaciones del marxis
mo le obligaron —a nuestro juicio— a afirm ar la existencia
de una ideología marxista que sería el soporte de la ideolo
gía revolucionaria del proletariado en su lucha por la torna
del poder y por la construcción de la nueva sociedad.
¿Pero no constituirá, pese a todo lo anteriormente ex
puesto, una equivocación el afirmar la existencia de una
“ideología revolucionaria del proletariado” , basada en d
pensamiento de Marx y Engels? ¿No se correrá el peligro
de hipostasiar un pensamiento que se caracterizó por evitar
toda transformación en sistema? ¿No justificará esta ideolo
gía revolucionaria del proletariado, uno de los temores fina
les de Engels cuando advertía que la concepción de M arx no
era una doctrina sino un método, que no ofrecía, dogmas
hechos, sino puntos de partida para futuras investigaciones
(o puntos de partida para futuras luchas revolucionarias,
agregamos nosotros) ?
No es tarea nuestra dilucidar aquí la cuestión antes es
bozada. Queremos simplemente llamar la atención de los
lectores sobre los peligros a que pueden conducir los equí
vocos terminológicos sobre el problema de la ideología.
Al analizar una definición actual sobre la “ideología mar-
xista-leninista”, que dice: “Científica y verdadera hasta el
fin es la ideología maixista-leninista. Los intereses de clase
de la clase obrera y la marcha objetiva de la historia siem
pre coinciden, y por eso la veracidad de la ideología mar-
xista-Ieninista se conserva eri todas las etapas de su desarro
llo”,21 nos asaltan a la cabeza los temores de Engels y los
del propio Marx cuando haciendo referencia a los marxistes
franceses de la década de los sesentas (1870) decía: “tout
ce que je sais, c’est que je ne suis pas marxiste.” 22
150
VLADIMDR IU C H ULYÁNOV (L E N IN )
151
1891 ya formaba parte de los círculos de marxistas ilegaln
de San Petersburgo y en 1894 se destaca por dirigir una
aguda polémica contra los populistas. Lenin se dedicó con
fuerza a rebatir las tesis populistas, en especial las que ha
cían referencia a la caracterización del capitalismo en Ru
sia. De esta polémica resultaron dos obras tempranas: ¿Quie
nes son los amigos del pueblo? (1894) y El contenido eco
nómico del populismo {1895).
En 1895 Lenin funda la Unión de lucha por la emanci
pación de la clase obrera y cuando trabajaba en la publica
ción del periódico ilegal .La. causa obrera es detenido, en
juiciado y condenado a tres años de destierro en Siberia. Ett
el exilio siberiano, Lenin termina la, redacción de El desa
rrollo del capitalismo en Rusia (1899).
A l volver del destierro (1900) Lenin se traslada al ex
tranjero para establecer contacto con los socialdemócratas
rusos y colabora en la fundación de la Iskra (La Chispa).
Desde este momento la vida de Lenin como conductor
y dirigente revolucionario será una vorágine incesante de
creatividad, voluntad de lucha y compromiso. Su partici
pación y conducción del. proceso revolucionario que condujo
al triunfo del primer estado socialista, conforma un conjunto
de rudas experiencias que ha servido de guia a generaciones
posteriores. Su obra reunida actualmente en 56 volúmenes,
constituye un legado de incalculable valor que debe ser co
nocida y estudiada críticamente.
¿q u é hacer ?* - r
Culto. de la espontaneidad
Antes, de pasar a las manifestaciones literarias de ese
culto, haremos notar el siguiente hecho característico (co
municado por la fuente arriba mencionada), que arroja cier
ta luz sobre la forma en que surgió y creció entre los cama-
radas que actuaban en Petersburgo el desacuerdo entre las
dos futuras tendencias de la socialdemocracia rusa. A prin-
152
cipios de 1897, A. A. Vanéiv y algunos de sus camaradas
: tuvieron ocasión de tomar parte, antes de su deportación, en
lina reunión privada de “viejos” y “jóvenes” miembros de la
“Unión de lucha por la emancipación de la clase obrera”.
La conversación giró principalmente, en torno a la organi
zación, y particularmente en torno a los Estatutos de las
Cajas Obreras, que, en su forma definitiva, fue publicado en
el número 9-10 del Listok Rabótnika (pág. 46). Entre los
'Viejos” (“decembristas” como los llamaban en tono de
dianza los socialdemócratas petersburgueses) y algunos de los.
"jóvenes” (que más tarde colaboraron activamente en Ra-
bóchaya Mysl se puso en el acto de manifiesto una diver
gencia acusada y se desencadenó una acalorada polémica.
Los “jóvenes” defendían los fundamentos principales del
Estatuto tal como ha sido publicado. Los “viejos” decían
que. no era eso lo que ante todo hacía falta, sino fortalecer
la Unión de Lucha transformándola en una organización
de revolucionarios, a la que debían subordinarse las distin
tas cajas obreras, los círculos para la propaganda entre la
juventud esutdiantil, etc, Se sobreentiende que los contrin
cantes distaban mucho de ver en esta divergencia el princi
pio de un desacuerdo; todo lo contrario, la consideraban
como algo aislado y casual. Pero este hecho prueba que,
también en Rusia, el “economismo” no surgió ni se difundió
sin lucha contra los “viejos” socialdemócratas (los “econo
mistas” de hoy día lo olvidan con frecuencia). Y si esta
lucha no ha dejado, en su mayor parte, vestigios “documen
tales”, ello se debe únicamente a que la composición de los
círculos que funcionaban cambiaba con inverosímil frecuen
cia, a que no había ninguna continuidad, razón por la cual
las divergencias tampoco quedaban fijadas en documento
alguno.
La aparición de Rabóchaya Mysl sacó el “economismo” a
la luz del día, pero no lo hizo tampoco de golpe. Es preciso
imaginarse concretamente las condiciones de trabajo y la vida
efímera de los numerosos círculos rusos (y sólo puede imagi
nárselo así quien lo haya experimentado), para comprender
cuánto hubo de casual en el éxito o en el fracaso de la nue
va tendencia en las distintas ciudades, asi como todo el tiem
po en que ni los partidarios ni los adversarios de esto “nuevo"
pudieron determinar, ni tuvieron literalmente ninguna po-
153
sibilídad de hacerlo, si era en realidad una tendencia espe
cial o si reflejaba simplemente la falta de preparación d e per
sonas aisladas. Así, los primeros números de Rabóchaya Mysi,
tirados en hectógrafo, no llegaron én absoluto a manos de la
inmensa mayoría de los socialdemócratas, y, si ahora tenemos
la posibilidad de referirnos al artículo de fondo de su pri
mer número, es sólo gracias a su reproducción en el artículo
de V. I. (Listok “Rabótnika”, No. 9-10, pp. 47 ss), qué claro
está, no dejó de elogiar con empeño (un empeño desatina
do) el nuevo periódico, que se distinguía tan marcadamente
de los periódicos y proyectos de periódicos arriba menciona
dos.1 Este artículo de fondo expresa con tanto, relieve todo
el espíritu.de Rab. Mysl y del “economismo” en general, que
vale la pena de examinarlo.
Después de señalar que la mano de bocamanga azul no
podrá detener el desarrollo del movimiento obrero, el artícu
lo, continúa: “ ...E l movimiento obrero debe.. esa vitalidad
a que el propio obTeró^tporríinjAgiría su .destino, en su s pro-
"pi^s manos, arrancándolo de las de los dirigentes’^ y esta
tesis fundamental sigue- desarrollándose más adelante en for
ma detallada. En realidad los dirigentes (es decir, los social
demócratas, organizadores de la Unión de Lucha) fueron
arrancados por la policía, puede decirse, dé las manos de los
obreros,2 ¡ mientras que las cosas se exponen como si los
obreros hubieran luchado contra esos dirigentes y se hubieran
librado de su yugo! En vez de exhortar a marchar hacia ade
lante, a consolidar la organización revolucionaria y exten
der la actividad política, comenzaron a incitar a volver atrás*
*
1 Digamos de paso que este elogio de Rabóchaya Mysl,- en no
viembre de 1898, cuando el “economismo”, sobre todo en el extran
jero, se había definido completamente, partía del propio V. I., que
muy pronto formó parte del cuerpo de redactores de Rab. Díalo.
¡Y Rab. Dielo todavía continuó negando la existencia de dos ten
dencias en el seno de la sociáldemocracia rusa, como la sigue ne
gando en el presente!
2 El siguiente hecho característico demuestra que esta compara
ción es justa. Cuando, después de la detención de los “decembris
tas”, se difundió entre los obreros de la carretera de Schlisselburgo
la noticia de que había ayudado a la policía el provocador N. Mi-
jáilov (un dentista), relacionado con un grupo que estaba en con
tacto con los “decembristas”, aquellos obreros se indignaron do tal
modo, que decidieron matar a Mijáilov,
154
hacia la lucha exclusivamente tradeunionista. Se proclamó
que “la base económica del movimiento es velada por la
aspiración constante de no olvidar el ideal político”, que
al lema del movimiento obrero debe ser: “lucha por la si
tuación económica” (!), o, mejor aún, “los obreros, para
los obreros” ; se declaró que las cajas de resistencia “valen
más para el movimiento que un centenar de otras organi-
iaciones” (que se compare esta afirmación, de octubre de
1097, con la discusión entre los “decembristas” y los “jóve
nes” a principios de 1897), etc. Frasecitas como éstas, de que
tm el primer plano no es preciso colocar la “flor y nata” de
los obreros, sino al obrero “medio”, al obrero de la masa,
que la ‘'política sigue siempre dócilmente a la economía”,3
etc., etc., se pusieron de moda, adquiriendo una influencia
irresistible sobre la masa de la juventud enrolada en el mo
vimiento, juventud que en la mayoría de los casos no conocía
más que fragmentos del marxismo en su exposición legal.
. Esto era someter por completo la conciencia a la espon
taneidad de aquellos “socialdemócratas” que repetían las
“ideas” del señor V. V.; a la espontaneidad de aquellos obre
ros que se dejaban arrastrar por el argumento de que obtener
un aumento de un kopek por rublo valía mucho más que
todo socialismo y que toda política; de que debían “luchar,
sabiendo que lo hacían no para imprecisas generaciones fu
turas, sino para ellos mismos y para sus propios hijos” (edi
torial del número 1 de R. M ysl). Frases de esta índole
constituyeron siempre el anna favorita de los burgueses de
Europa Occidental que, en su odio al socialismo, trabajaban
(al estilo del “socialpolítico” alemán Hirsch) pára trasplan--
lar el tradeunionismo inglés a su suelo patrio, diciendo a los
obreros que la lucha exclusivamente sindical* es una lucha8
8 Del mismo editorial del primer número de Rabóchaya Mysl.
Se puede juzgar por esto acerca de cuál era la preparación teórica
de esos “V. V. de la socialdemocracia rusa”, quienes repetían la
burda trivialización del “materialismo económico”, mientras que en
lus publicaciones los marxistas hacían la guerra contra el auténtico
señor V . V., llamado desde hacía tiempo “maestro en asuntos reac
cionarios” por ese mismo modo de concebir la relación entre la p o
lítica y la economía.
* Los alemanes incluso tienen una palabra especial: Nur-Gewerk-
schaftler con que s« señala los partidarios de la lucha “exclusivamen
te sindical”.
155
para ellos mismos y para sus hijos, y no para imprecisas
neraciones futuras con un impreciso socialismo futuro, y,
ahora, “los V. V. de la socialdemocracia rusa” se han pucjln
a repetir esa fraseología burguesa. Nos importa consignnr
aquí tres circunstancias que nos serán de gran utilidad par»
seguir examinando las divergencias actuales.8
En primer lugar, el sometimiento de la conciencia par
la espontaneidad, arriba indicado, se produjo también por vía
espontánea. Parece un juego de palabras, pero, desgracia»
damente, es una amarga verdad. No se produjo este heclm
por una lucha abierta entre dos concepciones diametralmentr
opuestas y por el triunfo de la una sobre la otra, sino debido
a que los gendarmes “arrancaban” un número cada vr/
mayor de revolucionarios “viejos” y a que, en número cada
vez mayor, aparecían en escena ios “jóvenes” “V. V. de la
socialdemocracia rusa”. Todo el que haya, no ya participado
en el movimiento ruso contemporáneo, sino simplemente res
pirado sus aires, sabrá perfectamente que la situación e.i
como ,1a que acabamos de describir. Y si, no obstante, insis
timos particularmente para que el lector se percate por com
pleto de este hecho notorio, si, para mayor evidencia, por
decirlo así, insertamos datos sobre Rabócheie Dielo del pri
mer período y sobre las discusiones entre los “viejos” y los
"jóvenes”, suscitadas a principios de, 1897, es porque gentes
que presumen de “democracia” especulan con el hecho de que
el gran público (o los muy jóvenes) ignora esto. Aún insis
tiremos sobre este punto más adelante.
En segundo lugar, ya en la primera manifestación lite
raria del “economismo” podemos observar un fenómeno, su
mamente peculiar y extremadamente característico, para com
prender todas las divergencias en el seno de los socialdemó-
cratas contemporáneos, fenómeno consistente en que los par
tidarios del “movimiento puramente obrero”, los admirado
res del contacto más estrecho y más “orgánico” (expresión de
Rab. Dielo) con la ludia proletaria, los adversarios de todos
156
Ift» intelectuales no obreros (aunque sean intelectuales socia
listas) se ven obligados a recurrir, en defensa de su posi
ción, a los argumentos de los “tradeunionistas puros” bur
gueses. Esto nos prueba que R. Mysl desde su aparición —sin
darse cuenta de ello—, había comenzado a realizar el pro
grama del Credo. Esto prueba (cosa que R. Dielo no puede
¿oríiprender de ningún modo) que todo lo que sea inclinarse
ante la espontaneidad del movimiento obrero, todo lo que
lea rebajar el papel del "elemento consciente", el papel de la
jlücialdemocracia, equivale — en absoluto independientemen-
1/i de la voluntad de quien lo hace— a fortalecer la influen-
eia de la ideología burguesa sobre los obreros. Todo el que
hable de "sobrestimación de la ideología",6 de exageración
del papel del elemento consciente,7 etc., se imagina que el
movimiento puramente obrero puede de por sí elaborar y
alaborará una ideología independiente, tan pronto como los
oBreros “arranquen su destino de mano de los dirigentes".
Ptefo esto es un craso error. Para completar lo que acabamos
de exponer arriba añadiremos las siguientes palabras, pro
fundamente justas e importantes, que K. Kautsky dijo con
motivo del proyecto de nuevo programa del Partido Social-
demócrata Austríaco:® “Muchos de nuestros' críticos revisio
nistas entienden que Márx ha afirmado que el desarrollo
económico y la lucha de clases, además de crear las premisas
para la producción socialista, engendran directamente la con
ciencia de su necesidad. Y he aquí que esos críticos replican
que Inglaterra, el país de mayor desarrollo capitalista, es más
ajeno que ningún otro país a esta conciencia. A juzgar por el
proyecto, se podría creer que esta sedicente concepción mands-
ta ortodoxa, refutada del modo indicado, es compartida tam
bién por la comisión que redactó el programa austríaco. El
proyecto dice: 'cuanto más aumenta el proletariado con él
desarrollo capitalista, tanto más obligado se ve a emprender la
lucha contra el capitalismo y tanto más capacitado está para
emprenderla. El proletariado llega a adquirir la conciencia* de
la posibilidad y de la necesidad del socialismo. En este orden
6 Carta de los “economistas" en el número 12 de Jskra.
7 RabSckeie Dielo, núro. 10.
s Nene Zeit, 1901-1902, XX, I, núm. 3, p. 79. El proyecto de
la comisión de que h a b ía K . Kautsky, fue aprobado por el Congreso
de Viena (a fines del año pasado} en una forma algo' modificada.
157
de ideas, la conciencia socialista aparece como el resultado nr>
cesario y directo de la lucha de clase del proletariado. Peni
esto es falso. Por cierto, el socialismo, como doctrina, ticnr
sus raíces en las relaciones económicas actuales, exactamenk
igual que la lucha de clase del proletariado, y, lo mismo qm
ésta, se deriva aquel de la lucha contra la pobreza y la miseri;i
de las masas, pobreza y miseria que el capitalismo engendra;
pero el socialismo y la lucha de clases surgen paralelamente
y no se deriva el uno de la otra; surgen de premisas diíi'
rentes. La conciencia socialista moderna puede surgir única
mente sobre la base de profundos conocimientos cientificci,
En efecto, la ciencia económica contemporánea constituye
una premisa, de la producción socialista lo mismo que, pon
gamos por caso, la técnica moderna, y el proletariado, por
mucho que lo desee, no puede crear ni la una ni la otra;
ambas surgen del proceso social contemporáneo. Pero el
portador de la ciencia no es el proletariado, sino la intelec
tualidad burguesa: es del cerebro de algunos miembros de
esta capa de donde ha surgido el socialismo moderno, y han
sido ellos quienes la han transmitido a los proletarios desta
cados por su desarrollo intelectual, los cuales lo introducen
luego en la Iuoha de clase del proletariado allí donde las
Condiciones lo permiten. De modo que la conciencia socia
lista,es algo introducido desde fuera (von Aussen Hineingetra-
genes) en la lucha de clase del proletariado, y no algo que
ha surgido espontáneamente (uriuüchsig) dentro de ella. De
acuerdo, con esto, ya el viejo programa de Heinfeld decía,
con todo fundamento, que es tarea de la socialdemocracia el
lleyar aí proletariado l a , conciencia de su situación (literal
mente; llenar al proletariado de ella) y de su misión. No
habría necesidad de hacerlo si esta conciencia derivara auto
máticamente de la lucha de clases. El nuevo proyecto, en
cambio, ha transcrito esta tesis del viejo programa y la ha
añadido a la tesis arriba citada. Pero esto ha interrumpido
por completo el curso del pensamiento. . .”
Ya que no puede ni hablarse de una ideología indepen
diente, elaborada! por las mismas masas obreras en el curso
de su movimiento9- el problema se plantea solamente así:
158
ideología burguesa o ideología socialista. No hay término
medio (pues la humanidad no ha elaborado ninguna “terce
ra” ideología; además, en general, en la sociedad desgarrada
por las contradicciones de clase nunca puede existir una
ideología al margen de las clases ni por encima de las clases).
Por eso, todo lo que sea rebajar la ideología socialista, todo
lo que sea alejarse de ella equivale a fortalecer la ideología
burguesa. Se habla de espontaneidad. Pero el desarrollo es
pontáneo del movimiento obrero marcha precisamente hacia
su subordinación a la ideología burguesa, marcha precisa
mente por el camino del programa del Credo, pues el movi
miento obrero espontáneo es tradeunionismo, es Nur-Ge-
zverkschaftlerei, y el tradeunionismo implica precisamente la
esclavización ideológica de los obreros por la burguesía. Por
eso, nuestra tarea, la tarea de la socialdemocracia, consiste en
combatir la espontaneidad, hacer que el movimiento obrero
abandone esta tendencia espontánea del tradeunionismo a
cobijarse bajo el ala.de la.burguesía y atraerlo hacia el ala de
la socialdemocracia revolucionaria. La frase de los autores
de la carta “economista”, publicada en el número 12 de
Iskra, de que ningún esfuerzo dé. los ideólogos más inspira
dos podrá desviar el movimiento obrero del camino deter
minado por la acción recíproca, éntre los elementos, mate
riales y el medio material, equivale plenamente, por tanto, a
renunciar al socialismo, y .si estos autores fuesen capaces de
meditar lo que dicen, d.e meditarlo hasta su última conse
cuencia, valiente 'y lógicamente, como corresponde a toda
persona que interviene en la, actividad literaria y pública, no
en calidad de teóricos, del socialismo, como los Proudhon y los
Weitling; en otros tétminos, sólo, participan en el momento y en la
medida en que logran, en mayor o menor grado, dominar la cien
cia de su siglo y hacerla avanzar, y, a fin de que los obreros lo
logren con mayor frecuencia, es necesario ocuparse lo más posible
de elevar el nivel de la conciencia de los obreros en general;- es
necesario que los obreros ño se encierren en el níarco artificialmente
restringido de la literatura para obreros, sino que aprendan a
asimilar más y más la literatura general. Incluso seria más justo
decir, en vez de “no se encierren”, “no sean encerrados”, pues los
obreros leen y quieren leer todo cuanto se escribe también p a ra los
intelectuales, y únicamente ciertos intelectuales (de ínfim a cate
goría) creen que “para los obreros” basta con relatar, el o rd en de
cosas que rige en las fábricas y rumiar lo que ya se conoce desde
hace mucho tiempo.
159
les quedaría más remedio que “cruzar sobre el pecho hurí»
las manos inútiles” y . .. ceder el campo de acción a ln*
señores Struve y Prokopóvich, que arrastran el movimiento
obrero “por la línea de la menor resistencia”, es decir, |mi*
la línea del tradeunionismo burgués, o a los señores Zubálne,
que lo arrastran por la línea de la “ideología” clerical-poli,
daca.
Recordad el ejemplo de Alemania. ¿En qué consistió rl
mérito histórico de Lassalle ante el movimiento obrero ¡ilc
mán? En haber apartado ese movimiento del camino del ti n-
deunionismo progresista y del cooperativismo, por el cual .se
encauzaba espontáneamente (con la participación benévola d»
los Schulze-Delitzsch y confortes). Para realizar esta misión,
fue necesario algo muy distinto de la charlatanería sobre la
subestimación del elementó espontáneo, sobre la táctica-pro
ceso, sobre la acción recíproca de los elementos y del medio,
etc. Para ello fue necesario desplegar una lucha encarnizada
contra la espontaneidad, y sólo como resultado de esa lucha,
que ha durado largos años, se ha logrado, por ejemplo, que
la población obrera de Berlín, de sostén del partido progre
sista, se haya convertido en uno de los mejores baluartes de
la socialdemocracía. Y esta lucha no ha terminado aún, ni
mucho menos, hoy día (como podrían creer gentes que estu
dian la historia del movimiento alemán a través de Prokopó
vich, a través de Struvé). También en e¡ presente, la clase
obrera alemana está fraccionada, si se puede usar esta ex
presión, en varias ideologías: una parte de los obreros está
agrupada en los sindicatos obreros católicos y monárquicos;
otra, en los sindicatos de Hirsch-Duncker, fundados por los
admiradores burgueses del tradeunionismo inglés; una ter
cera, en los sindicatos socialdemócratas. Esta última es in
comparablemente mayor que las demás, pero la ideología
socialdemócrata sólo ha podido conquistar esta supremacía y
sólo podrá mantenerla librando una lucha porfiada contra
todas las demás ideologías.
Pero —preguntará el lector— ¿por qué el movimiento
espontáneo, el movimiento por la línea de la menor resisten
cia, conduce precisamente a la supremacía de la ideología
burguesa? Por la sencilla.razón de que la ideología burguesa
es mucho más antigua por su origen que la ideología socia
lista, porque su elaboración es más completa y porque posee
160
tncdios de difusión incomparablemente más poderosos.1* Y
Élihnto más joven es el movimiento socialista en un país, tanto
p á s enérgica debe ser, por lo mismo, la lucha contra toda
Imitativa de afianzar la ideología no socialista, tanto más
Resueltamente se dgbe preservar a los obreros de los malos
Consejeros, que chillan contra “la exageración del elemento
'jWjnsciente”, etc. Los autores de la carta de los “economis
tas”, haciendo coro a Rab. Dielo, fulminan diatribas contra
Ir intolerancia, propia del período infantil del movimiento.
A esto contestamos: sí, nuestro movimiento reahnente se
encuentra en su infancia y, para que llegue con mayor cele
ridad a la madurez, debe precisamente contagiarse dé intran
sigencia con quienes frenan sú desarrollo prosternándose ante
la-espontaneídád.. ¡No hay nada más ridículo y nocivo que
presumir, de viejo militante que hace .ya mucho tiempo pasó
por todos los episodios decisivos de la lucha!
En tercer lugar, el primer número de Rab. Mysl nos se
ñala que la denominación de “economísmo” (a la cual no
tenemos, claro está, el propósito de renunciar, pues, de uno u
otro modo, es un mote ya establecido) no expresa con sufi
ciente exactitud la esencia de la nueva1corriente. Rab. Mysl
■no repudia por completo la lucha política: en los estatutos
de las cajas, publicados en su primer número, se habla de la
lucha contra el gobierno. Rabóchaya Mysl entiende tan sólo
que “la política sigue siempre dócilmente a la economía” (en
tanto que Rabócheie Dielo varía esta tesis, asegurando en su
programa que “en Rusia, más que en ningún otro país, la
lucha económica está ligada de modo inseparable a la lucha
política” ). Estas tesis de Rabóchaya Mysl y de Rabócheie
Dielo son falsas de punta a cabo, si entendemos por política
161
la política socialdernócrata. Como ya hemos.visto, es muy li«
cuente que la lucha económica de los obreros esté ligada (i|
bien, no de modo inseparable) a la política burguesa, clcrkhl,
etc.. Las tesis de Rab. Dielo son justas,, si entendemos por |wn
lítica la política tradeunionista, es decir, la aspiración común
a todos los obreros de . conseguir del Estado tales o cualp»
medidas, cuyo fin es remediar los males propios de su .sillín*
cióp, pero que todavía no acaban con esa situación, es decir,
no suprimen el sometimiento del trabajo al capital. Esta
aspiración es realmente común, tanto a los tradeunionislw
ingleses, que mantienen una actitud hostil: frente al sociiu
lismo, como a los. obreros católicos, a los obreros “de Zubií-
tov”, etc. Hay diferentes clases de política. Vemos, pues, cinc
Rab. Mysi, también en lo que. a la lucha política se refk-n'
más que repudiarla.se prosterna ante .su espontaneidad, anle
su falta de conciencia. Al reconocer plenamente la ludia
política derivada . en forma . espontánea del propio movi
miento obrero (o dicho con más exactitud: . los. anhelos y la»
reivindicaciones políticas de los obreros), renuncia por com
pletó a elaborar independientemente una política socialde-
mócratá específica, que corresponda a los objetivos generales
del socialismo y a las condiciones actuales de Rusia. Más
adelante demostraremos que Rab. Dielo incurre en el mismo
error.
162
\
W GQLAI I . B U JA R IN .
163
Teoría del materialismo histórico será utilizado como lihttt 0
texto en las. escuelas oficiales del partido en la Unión Sov
tica, durante la década de los veinte.
Lukács y Gramsci critican duramente el pensamiento 0
Bujarin, expuesto en su. Teoría del materialismo, histórl^
Lukács llegará a decir: “la teoría de Bujariri,muy cercann (It
materialismo burgués-científico-natural, contiene el tipa tlt
una Science que desdibuja lo esencial del método marxisltn !n
reducción de todos los fenómenos de la economía y de le lA
ciología a relaciones sociales entre hombres”,
E l propio Lenin reconocía la brillantez intelectual de lili*
jarin, pero tenía serios reparos a su interpretación del Miir«
xismo. “Sus' concepciones teóricas — decía Lenin— m uy rlifh
cilmente pueden calificarse de enteramente marxistas, pital
hay en él algo de escolástico (jamás ha estudiado y creo qit*
jamás ha comprendido por completo la dialécticaJ.” 1
Sin embargo, pese al marcado carácter mecánicista th I
pensamiento de Bu jarin, hay que reconocer que fue él, junto
con Lenin y Pteobrazenski, uno de los pocos marxistas qtta
estudió a fondo la problemática del período de transición.
Mientras Lenin vive, Bujárin comparte con él las cri
ticas al burocratismo que aqueja al aparato soviético. Poste
riormente, entre 1926 y 1927 Bujürin toma una postura con
traria a Trotski, Zinóuiev y Kámenev sosteniendo junto n
Stalin una línea de apoyo a los campesinos y de avance pací
fico al socialismo. Cuando Sudiñ plantea la colectivización
forzada de la agricultura, Bujarin se pasa a la oposición. En
1929 se le ataca como “desviacionista de derecha” y empieza
a ser marginado de los cargos en el partido. En 1¿)37 es ex
pulsado del Comité Central, procesado y finalmente el 13 de
marzo de 1938, fusilado. Pocos días antes de ' ser ejecutado
escribió una carta, que recién pudo ser publicada hacia 1965
donde dice: “Salgo de la vida. Inclino la cabeza, pero no
ante el hacha proletaria, que ha, de ser despiadada, pero
limpia. M e siento impotente ante la máquina infernal que uti
liza procedimientos medievales, posee una■fuerza gigantesca,
fabrica la calumnia organizada y funciona cínica y segura”.2
164
LAS CLASES Y .L A L U C H A DE GLASE*
165
sostuvieron que sería la clase trabajadora, el proletariado; los
socialis as revolucionarios, por su parte, sostenían que el cam
pesinado tomaría la dirección en este caso. Los hechos die
ron la razón a los marxistas. El campesinado apoyó a los
proletarios en su. lucha contra los terratenientes, y los capita
listas, porque el proletariado favorecía lá apropiación de la
tierra <por los campesinos y posibilitaba el desarrollo de
la economía agrícola. A pesar de esto, los campesinos son
muy poco inclinados al comunismo y se adhieren , con todas
sus fuerzas a las viejas formas de cultivo y de la economía en
general. Sería interesante . determinar : las razones de este
fenómeno, la lucha heroica del prole ariado y su incompara
blemente mayor receptividad en relación con el campesinado
para aceptar la ideología comunista y la labor reconstructiva.
Y no es suficiente alegar que los campesinos no son más re
volucionarios porque no son tan pobres, porque entonces
nosotros podríamos preguntar: ¿por qué el lumpenprólela-
r i a t .(mendigos, desclasados) no suministra’ los, principales
destacamentos de luchadores? ‘
Es. importante saber cuáles son los rasgos que debe poseer
una clase, para poder realizar la metamorfosis social, para
realizar el pasaje, en este caso, de la forma capitalista a la
forma socialista. ........
1. Debe sér. úna clase económicamente[ explotada y po
líticamente oprimida, bajo la sociedad capitalista; de Votro
modo,. la clase mo tendría motivo, para oponerse al orden
capitalista y ño se rebelaría-bajo ninguna circunstancia.1
2. Se deduce—para exponer e l asunto crudamente— que
debe ser una clase pobre, porque deJofra maneflv.n0. tendría
oportunidad de1 comprobar su pobreza al compararla con la
riqueza de otras clases.
■ 3. Debe ser una clase productora, porque si no lo es, es
decir, si no toma parte en la producción de valores, en el me
jor de los casos, podría sólo destruir, pero seria incapaz de
construir, crear,-organizar. r. . ...
'. 4. Debe ser una'clase .que no esté vinculada con la pro
piedad privada, porque una clase cuyo interés material, se-
base én; la propiedad privada estará inclinada, naturalmente,
a aumentar sú propiedad y no a aboliría como exige el co-’
nmnismo. ' ¡
5. Esta clase debe estar unificada por las condiciones de
166
Ir» J*a existencia y habituada al trabajo en común, al trabajo
TJ- l' codo con codo. De otro modo, sería incapaz de desear —y
.e- )¡mucho menos de construir— una sociedad que es la personi-
os 1ficación del trabajo social del trabajo de camaradas. Más
a- ' aún, una clase que no reúna estas condiciones no podría lle
la var a cabo una lucha organizada ni crear un nuevo poder
Jo estatal.
n En él siguiente cuadro, la presencia o ausencia de estas
i.S
características, en las diversas clases y grupos, es indicada
n con un signo + o — '
0
167
«
artículos: artículo lo.) No habrá orden ni gobierno; artículo
2o.) Nadie estará obligado a cumplir el artículo precedente.
Hemos visto, pues, cómo las condiciones materiales de
existencia determinan la psicología y la ideología de las cla
ses y grupos. El proletariado demuestra: odio contra el ca
pital y contra el estado capitalista, espíritu revolucionario,
hábito de la acción organizada, una psicología de camaradas,
una actitud productiva y constructora de las cosas, desprecio
a lo tradicional, posición negativa con respecto a “la sacro
santa propiedad privada” ese pilar de la sociedad burguesa,
etc. El campesinado evidencia amor a la propiedad privada
—que les vuelve hostiles a toda innovación— , individualis
mo, exclusivismo, desconfianza, todo- lo que está fuera de los
límites de la aldea. El lampenfiroletariat, demuestra jnestabi-
Jidad,, falta ,de disciplina, odio a lo viejo, pero impotencia
para construir u organizar algo núevo.' Üna personalidad
individualista de desclasado, cuyas acciones están basadas
solamente en locos caprichos. En cada una de las clases men
cionadas hallamos la ideología que corresponde a su psicolo
gía: en el proletariado, el comunismo revolucionario; en el
campesinado, el apego a la propiedad; en el lumpeñproleta-
riat, urí anarquismo vacilante e histérico. Evidentemente, pues,
la presencia o ausencia de las características enunciadas ,en
el cuadro reproducido más arriba dan la nota fundamental
de la psicología e ideología de la clase o el grupo. En otras
palabras, las .condiciones de existencia son las. que explican
su conciencia. , *■
. En viejas polémicas entre maixistas. y socialrevolucióná-
rios- rusos, estos ,últiinos planteaban el problema social desde
el punto, de vista de-la filantropía, de la “ética”, de la “com
pasión” hacia, el “hermano débil”, y otras tonterías propias
de noble intelectual. Para la mayoría de estos “ideólogos”, el
problema de. las clases era una cuestión ética de intelectual
torturado por problemas de conciencia, quienes, en su deseo
de derrocar al absolutismo, que' era un obstáculo a su paso,
buscaban -apoyo en el campesino (hasta el momento en que
éste puso fuego a .las posesiones.de las tías y tíos del intelec
tual), cuya confianza trataban de ganar, compensando así
su propia culpa con . un “noble proceder con respecto a los
humillados y ofendidos”. Para los marxistas en tanto, no se
trataba de poner caras compungidas ni de realizar obras de
168
I
filantropía, sino de ponderar las capacidades de cada clase,
para saber qué actitud tomaría cada una de ellas en la lucha
inminente por el socialismo y a cuál correspondería la direc
ción en esa lucha.
Un buen estudio (aunque conservador y apologético, des
tinado a apoyar a las Centurias Negras) de la psicología. del
campesino se. encuentra en el libro, del pastor evangélico A.
L’Houet [Zur Psychologie des Bauerntums, 2a. ed. Mobr,
Tübingen, 1920). Este sapiente dómine cristiano considera al
campesinado, "sobre todo, como una reserva de salud corpo
ral, mental, moral y religiosa, como la reserva guerrera del
país” (p. 4). (L’Houet con esto quiere decir carne de cañón.
N. B.) Este pastor, quien cita entre las características de la fir
memente enraizada clase campesina la “homogeneidad”, su
separación con el resto del mundo, su tradicionalismo, etc,,
ofrece una excelente descripción de la psicología de clase del
campesinado; pero se inspira y extasía precisamente con
aquellas cualidades por nosotros consideradas como “el cre
tinismo de la vida rural’’ (M arx). Por ejemplo, L ’Houet ala
ba la inercia del campesinado, su hostilidad ante toda inno
vación: “Contrastando con una preferencia franca por todo
lo que es nuevo, el campesino; sin lugar a dudas, pertenece
a un mundo que reverencia lo viejo, que conserva los temas
antiguos: de la vida, que guarda aún la rueda y la pátina de
las piedras arcaicas. Posee la desventaja de que se retrasa,
de que no sigue-el ritmo de- los tiempos, pero también la
gran ventaja de que todos los hechos de su vida, en razón
de este carácter unilateral, se caracterizan por su seguridad,
firmeza y por el uso de métodos probados y veidaderos”
(p. 16). Esta inercia se. encuentra en .todas sus cosas, en “el
apego. al lugar en que originariamente se asentara, al viejo
hogar, a los viejos nombres de las. fincas, a .los nombres bau
tismales, hábitos, trajes típicos, dialectos primitivos, poesía
folklórica, a la vieja estructura espiritual, a los viejos rostros.
En todo hallamos-el mismo sentido conservador” (p. 16).
L’Houet haba dejicioso el hecho de que las moradas campesi
nas en 1871 fueron prácticamente iguales que en la Edad de
Piedra. Se regocija hasta con la simplicidad y pobreza del
alma campesina y con el hecho "de que el número de pro
blemas vitales, encarados en. cualquier momento, en él sentido
religioso, moral, artístico •—o cualquier otro—, es extrema-
16 9
daménte'restringido, legando cada generación el m ism o accn ,i
espiritual a la siguiente” (p. 29). Se complace al hallar rjuí
.estas limitaciones, este “cretinismo” —qué no es la culjm
sino el infortunio del campesino—, no es destruido por t*l
vapor y la electricidad, porque par a él este “concepto estúli
co dél pasado es la base de una sencilla y grandiosa existcnciít
en el sentido antiguo” (¡ !). La "firmeza?*, la desconfianza, ¡.i
avaricia, la codicia adquisitiva del campesino son, desde lue
go, altamente estimadas por nuestro dómine a lo largo de
interminables páginas. Estos ejemplos expresan con toda, cla
ridad el carácter de la psicología e ideología clasista de los
grandes' terratenientes y sus sacerdotes, quienes alaban y
fomentan precisamente aquéllas cualidades dél campesinado
que le impiden “ponerse a tono-con la' época”.
La psicología de la nobleza rural (los terratenientes feuda
les) está caracterizada por el misino declarado espíritu con
servador y reaccionario crudamente expresado, que ninguna
otra clase posee en la misma proporción.
Esto'no es difícil de comprender. Los terratenientes feuda
les, ' como sabemos, son los representantes supremos dé la so
ciedad' feudal, • la que ' ha': desaparecido en .casi todos los
páíses: La fidelidad a Ia ’tradición, a “Jó establecido”, el culto
á lafaniilia aristocrática' (su’excelencia,"su faina, su valor),
simbólicamente expresado -por él “árbol genealógico”, los
“servicios” y los méritos/ él “honor”; las cóstúmbres propias
a lá-nobleza, el desprecio por el plebeyo, el derecho a limitar
el intefcambi ó séxual y de cualquier otra clase a aquéllos de
iguál rango social, son los rasgos' característicos de esta clase
que'fué 'nna Vez la clase dominante.* *
Lá psicología é'ideológía en las cláseí de la sociedad bur
guesa, es decir, las clases urbanas,’soii mucho más flexibles.
La- burguesía, sobré todo en el período de su evolución, cuan
do aun no estaba aráenazada por la revolución proletária, no
sé caracterizó por el conservadurismo estricto de la nobleza.
Sus’ rasgos característicos eran é\ individualismo, resultante
de lá :competencia, y el racionalismo, frutó del cálculo econó
mico, como fundamentos vitales- de está clase.' La psicología
170
e ideología liberales (diversas “libertades”) estaban baudas
en la “iniciativa' del empresario”. Wémer Sombart y Max
Weber hacen observaciones muy interesantes, particularmen
te sobre la psicología económica de la burguesía en las diver-
Itts etapas de su desarrollo! Sombart, por ejemplo, se remonta
hasta el nacimiento de la psicología del empresario, la cual
lurgió necesariamente ide la fusión de tres tipos psicológicos:
el del conquistador, el del organizador y el del traficante. Del
Conquistador toma la habilidad para hacer planes y ejecu
tarlos. El conquistador tiene “rudeza y persistencia, elastici
dad, energiá mental, atención concentrada y voluntad indó
mita”. El organizador debe ser capaz de “controlar” hombres
y cosas de manera tal que obtenga el máximum de resultado
útil. El traficante, el mercader, se distingue por su capacidad
de discutir su negocio y ganar siempre.* La burguesía estaba
Caracterizada en los periodos'de su más elevado desarrollo
por una combinación de estos tres rasgos. No: insistimos- so
bre la psicología del proletariado por haberla discutido ya
ampliamente.-
Es indiscutible qu¿;'la psicología e ideología de las clases
pueden cambiar, ' dependiendo ello de.las alteraciones e n su
"existencia social", como ha sido repetidamente-establecido
en los capítulos anteriores! Pero hagamos una observación más.
Dé todo lo diohó se deduce claramente que la, psicología de
las clases intermedias constituye también una etapa interme
dia, mientras que la 'de los grupos mixtos es una psicología
mixta, efe. Esto explica el hecho de que la pequeña burgue
sía y el campesinado, por ejemplo, “vacilen” constantemente
entre el proletariado y' la burguesía, porque “dos almas
—¡ay!— moran en su ¡pecho, etc.” Marx plantea el asunto en
El 18 Bru mario dé Luis Bonapár.te: “Sobre las diversas for
mas, dé propiedad, sobre las condiciones sociales de existen
cia, se levanta toda una superestructura de sentimientos,
ilusiones, modos: dé pensar y concepciones de vida diversos
y plasmados de un modo peculiar. L a clase entera los crea .y
los plasma derivándolos de sus bases materiales y de las-rela
ciones sociales correspondientes.”
171
La “clase en s i1 y la “clase para si”
La psicología e ideología de clase, la conciencia de claip,
no sólo en lo que respecta a sus intereses temporales, sin.)
también a sus intereses universales y permanentes, son rcsul.
tado .de la posición de la clase en j a producción, lo que tu»
significa, de ningún modo, que esta posición de la clase pro
ducirá de inmediato en ella una conciencia de sus intereses
básicos y generales. Por el contrario, puede afirmarse qw
ello ocurre pocas veces. Porque, en primer lugar, el procese
de producción mismo en la vida jgal pasa a través de un
número.. de etapas evolutivas, y las contradicciones en !n
estructura económicaisólo aparecen en un período, avanzado
én^Ia~évolución. Eirsegundo lugar, una clase no desciende
madura del cielo, sino que es engendrada, por así decirlo,
jncopsCieMemente,..por elementos de una serie de. otros grupos
sociales (clases de. transición, clases intermedias y otras cono
binációñes sociales). En tercer lu g a r . transcurre usualmenlt-
ciertq tiempo antes dé que una. clase, a través de las expc-
riénciás 3é luchaadquiera conciencia dé sí y de sus intere
ses peculiares y . especiales, spiraciones e “ideales” .. sociales,
que la han de distinguir decisivamente de todas las otras
clases de una sociedad, dada.- En cierto lugar, no debemos
ojvidar las manipulaciones psicológicas e ideológicas sistemá-
ticameñté’'3in^dás.'p"ór jabelase - dominante con la ayuda de
su aparato estatal, con'el propósito dé, p r una parte, ani
quiláis. lqsJjrotes.de conciencia dé clase de los oprimidos, y,
por otra parte, incide ríes su propia ideología por todos los
medios ó, al. menos, influenciarlos en lo posible., Todas estas
circunstancias ;permiten que una clase puedá existir'cómo
úh“ conjunto de personas que desempeñan un papel deter-
miiíádo en el proceso de producción antes de que exista
cómo una. clase j con: conciencia de sí. La clase existe, pero
aún no eS .consciente. Existe como un factoréh la producción,
como un conjunto específico de relaciones de producción, .pero
¿o existe todavía como .una fuerza social independiente,. que
cóhoce súV necesidades, que comprende su misión, que tiene
'conciencia dé su posición peculiarj de su personalidad, de
la hostilidad.de sus intereses con los de las otras clases. Para
designar estas dos étapas diferentes en el proceso de evolu
ción de una clase, Mane hace uso de dos expresiones: .deno
mina cíase “an sich”~(en sí) a tina clase aún no consciente;
172
llama clase “für sich” (para sí) a una clase consciente ya de
173
V.: A. YADOV ,
174
Ifltpiración liberal. Los términos “ideólogo” e “ideológico”
los emplean, Marx y Engels, no menos despectivamente que
Napoleón, pero a diferencia de este, su desprecio -ya. no se
prefiere a la impotencia de los .“ideólogos” en el sentido coti
diano, sino a la inconsistencia teórica de sus construcciones.
Análogo uso de la pa abra lo hallamos también en obras
posteriores de los fundadores del marxismo, En Miteria de
filosofía dice Marx dirigiéndose a Proudhon: “Constru-
c o n ^ S ^categorías' dé la economía política el edificio
e un ..sistema ideológico, se dislocan los miembros, del sistema
el término “ideológico” se emplea
como sinónimo de reflejo deformado de la realidad,* En. las
¿Eras”' de ¡os' años 80-90 , Engels examina, en más de una
Focasión,. las peculiaridades del progreso ideológico y de sus,
leyes. Señala que lá ideología es. él conjunto de ideas' conce-'■
,_bidas como entidades', con propia sustantividad y sometidas",,
tan sólo a sus leyes propias de desarrollo,® En este sentido ’
apíca los términos "ideología” e “ideológico” :a Hegel en.su
oErsTEudwig Peüerbach y el fin de la filosofía clásica alema- ■
t/a. a^c5mó'.'a~todos, los' filósofos, sociólogos y economistas
que se a-tormentan con la pretensión de construir un sistema
de ideas imbuido de un principio único que aglutine a
todas,"pero tergiversando . las relaciones reales de las cosas,
en .jun espíritu idealista.. El término “ideológico” , hace, refe
rencia al círculo de ideas divorciadas de la. realidad, con la
particularidad d e que los - ideólogos ; ignoran, este divorcio
“pues si no. lo ignorasen, se habría.. acabado toda la: ideolo
gía”.6!Engels escribe:. “Gon los; reflejos económicos, políticos
y de otro género sucede lo mismo que con los reflejos en el
ojo humano. Pasan a través de. un prisma, y por, eso aparecen
é n jo rm a invertida, es decir, al revés. Sólo falta el aparato
nervioso.»que, para nuestra representación, las ponga de
nuevo al derecho.” 7 E n !julio dé 1893 én carta a F: Mehring
s K . Marx,¡Miseria de la filosofía, trad.- esp., E d . e n L e n g u a s E x
tr a n je r a s , M o scú ( s . a . ) ., p , 103. . ,
•* K . M a r x , E l capital, e d . r u s a , t. i, p . 378.
S . F . E n g e ls , Ludwig Fenerbach y el fin de la filosofía clásica ale.
mana, K . M a r x y F . E n g e ls, Obras escogidas, en d o s to m o s , ed. esp.,
M o s c ú , 1 9 5 2 , t. n , p . 371.
®. Jbidem.
7 K . M a r x y F . E n g e ls, Cartas, escogidas, e d .: r u s a , M o s c ú , 1 9 4 8 ,
p . 425.
||f/ 175
/
caracteriza a la ideología como conciencia falsa.8* Finahnrn»
te, en la última edición del Anti-Dühring aparecida en vklrt
r'del autor, después de señalar que los principios gener.ilpt
(deben ser fruto de la investigación de los fenómenos del rrmit»
do y no ¿1,punto d e partida de una teoretización, EngrI*
r dice: “Obtener estos resultados por medio de una construí
' ción producida en la cabeza, partir de ellos como si fucrnti
v el fundamento y, más tarde, reconstruir con ellos mentalmrii.
te el mundo, esto es precisamente ideología, la ideología qim
hasta ahora había contagiado también todas las variedades
del materialismo;” 0
Desde un punto de vista formal podría parecer que Mut<
y Engels a lo largo de toda su labor teórica —desde La id<'"
logia alemana {1846) hasta el Anti-Dühring (1894) — vincn
laban el concepto de “ideología” con la idea de reflejo de
formado de la realidad. En semejante confusión cayó, por
ejemplo, V: Adoratski, director de la primera edición de l;u
obras completas de Marx y Engels.101
Los sociólogos burgueses y los revisionistas de nuestros
días atribuyen conscientemente a los fundadores del marxis
mo una caracterización surtamente negativa de toda ideolo
gía. Esta “interpretación” sé encuentra literalmente en todos
los manuales burgueses sobre sociología.11
Sin embargo, todo., aquel que considere sin prejuicios
las manifestaciones correspondientes de Marx y Engels verá
que-ellos llaman conocimiento falso a las construcciones teó
ricas de los ideólogos burgueses (historiadores, economistas y
filósofos alemanes, “verdaderos socialistas”, Hegel, Proudhon,
Dühring, etc.). Marx señaló más de una vez que el interés
de clase, si entra en contradicción con la trayectoria objeli-
8 Ibidem, p . 4 6 2 .
8 F . E n g e ls, Anti-D&hring, e d . ru s a , 1960, p . 317.
10 A d o ra tsk i' e s c rib ía : “ E l p e n s a m ie n to im p re g n a d o , d e . ideolo-
g ism o n o p u e d e s e r c ie n tífic o . U n a co sa es l a c ie n c ia , y o tr a , la
'i d c d l o g i á . . . T o d a id e o lo g ía e s n o c iv a y a q u e im p id e v e r la re a li
d a d . . . E l m a rx is m o es e n e m ig o d e lá id e o lo g ía .” (V . A doratski,
“S o b r e l a id e o lo g ía ” e n l a re v is ta Bajo la bandera del marxismo No.
1 1 -1 2 , 1 9 2 9 , p p . 202, 2 08, 2 0 9 ) ( e n r u s o ) .
11 S o b re esto lla m a l a a te n c ió n e l p ro fe s o r n o ru e g o A m e N acss
q u e h a re a liz a d o u n a in v estig a ció n , s e m á n tic a especial d e l térm in o
“ id e o lo g ia ” (C f. A m e N a e s s , Democracy, ideology and objecti.vity,
O s lo -O x fo rd , 1 9 5 6 ).
176
vn de la historia obliga al ideólogo reaccionario a desfigurar
lírtéálfdnd en beneficio de ese interés.
"Los fundadores del marxismo-leninismo no ¡e limitaron
a una concepción tan. estrecha de la ideología. Cuando Marx
quería subrayar la dependencia general de la vida espiritual
rlc la sociedad respecto de las relaciones económicas incluía
en la esfera de la ideología toda la filosofía, así como las
Ideas políticas, jurídicas, artísticas, etc., de la sociedad,12 Y
aunque no encontramos en Marx y Engels una definición
enteórica de la concepción del mundo como ideología, sin
|embargo, después de crear científicamente las concepciones
políticas, jurídicas, estéticas, éticas y filosóficas del proleta-
j,rindo y de poner al desnudo las raíces económico-sociales,
gnoseológicas e históricas de la religión y de someter esta
íiltima a una crítica demoledora, forjaron el sistema de ideas
que Lenin exhortó a desarrollar “como doctrina de! socialis
mo científico, o sea, .el marxismo”.13
Si en Marx_y„Enge.ls el término “ideológico” entrañaba..
ConTrecuencia un^ matiz despectivo conio sinónimo de modo
idealista'y metafísico de-abordar la-realidad, posteriormente
S?tFlüaTiz7se. pierde y en Lenin ya no lo encontramos en
absoluto. Cuando Lenin se lanza contra sus .adversa ríos ideo
lógicos, el tono despectivo y sarcástico no recae sobre él con
cepto de “ideología” en cuanto tal; sino sobre los calificativos
correspondientes: “pequeñoburguesa”, “filistea”, “burguesa”,
“de las Centurias Negras”, etcétera.
Asi, pues, el uso que Marx y Engels hacen del concepto
de “ideología” debe examinarse teniendo en cuenta la in
fluencia qué la situación histórica concreta de aquel tiempo
ejercía sobre dicho concepto.
Analicemos ahora más detalladamente la ideologia como
una de las formas de la actividad espiritual de la sociedad, en
estrecha y mutua relación con otras formas: psicología so
cial, conciencia social y cultura espiritual.,
La conciencia del hombre no puede ser otra cosa que su
ser consciente, decía Marx. Su dependencia respecto del ser
12 K. M arx, Contribución a la critica de la economía política,
ed, rusa, Moscú, 1950, pp. 7-8.
13 V. I. Lenin, La agitación política y el "punto de vista de
clase", en Obras Completas, ed. esp., Editorial Cartago, Buenos
Aires, 1959, t. v, p. 346.
177
social es lo común, lo que unifica a todas las formas de; In
vida espiritual. Pero, al mismo tiempo, cada una de ellni
cumple una función social específica y tiene sus rasgos pro
pios que se manifiestan claramente en estos tres aspectos: ¡i)
en el modo de reflejar el ser; b) e n los lados del ser social
que se reflejan en la forma dada y c) en la mayor o mcum
profundidad de este reflejo.
Desde _el puntp.jle vista del modo de reflejar ej ser su
cial, la ideología es un proceso complejo con múltiples me
diaciones. En su desarrollo influyen tanto el, régimen econó
mico de la sociedad como las ideas políticas determinada*
por él, a la vez que todo el conjunto de conocimientos teóric os
! acumulados en el período histórico anterior. En este sentido
puede hablarse de la base económica, política y teórica de
la ideología.
Sin embargo no todos los aspectos señalados de la prác
tica social influyen por igual en el proceso ideológico. I-a
base inmediata de la creación ideológica es el caudal teórico
acumulado con anterioridad sujeto a una relaboración y a
un desenvolvimiento ulterior. En este aspecto, se deja sentir,
la influencia directa de la base política de la ideología. L íi
orientación que sigue en su desarrollo el material que está
a la disposición de los pensadores depende del carácter de
las ideas políticas que sostiene el ideólogo. De acuerdo con
ellas, considera tales o cuales logros teóricos del pasado como
base fundamental y los desarrolla sucesivamente. A esto hay
que agregar que, junto con las ideas políticas, también influ
yen las ideas jurídicas y morales én la relaboración y el
desarrollo de un material dado. En esto precisanjphte se pone
de manifiesto la. dependencia de la creación ideológica res
pecto dé las relaciones económicas. En efecto, son cabalmente
estas últimas las que condicionan las concepciones políticas,
jurídicas y morales, La citada dependencia podemos seguirla
a lo largo de todas las fases del proceso ideológico.14
Como es sabido, en los Congresos XX y XXI del PCUS,
asi como en las Conferencias de los representantes de los
partidos comunistas y obreros, celebradas en Moscú en 1957
14 C f. la c a r ta d e F . E n g els a K . S c h ra id t d e l 27 d e o c tu b re de
1 8 9 0 , K . M a r x y F . E n g els, Obras escogidas e n d o s tom os, ed. esp.,
M o s c ú , 1 9 5 2 , p p . 461 ss.
178
y 1960, se estableció con todo fundamento que la guerra no
es fatalmente inevitable y que existe la posibilidad plena
mente real de evitar el desencadenamiento de una nueva
guerra imperialista. Por su importancia, esta es una de las
tesis cardinales de la ideología comunista.-Dicha tesis tiene,
■n su vez, su correspondiente premisa, a saber: la dialéctica
exige que todo fenómeno social sea examinado multifacéti-
Simeñte, tomando en cuenta los factores que pertenecen a
la~1baie" y~Ios que corresponden a. la superestructura.
intereses vitales de los trabajadores que hallan expre
sión, sobre todo, en sus ideas políticas, jurídicas y morales,
exigen poner fin decididamente a las guerras como medio
para resolver las contradicciones internacionales. La corre
lación objetiva de las fuerzas económicas y políticas en escala
internacional es tai, en la actualidad, que este objetivo es
perfectamente asequible. Y justamente partiendo de los inte
reses de los pueblos, basándose en la teoría maixista-leninis-
la y abordando, desde estas posiciones, la realidad de hoy día,
los partidos comunistas han llegado, en primer lugar, a la
conclusión de que ya hoy existen poderosas fuerzas políticas
y sociales que disponen de medios eficaces para frenar a los
agresores y, en segundo lugar, que en un futuro próximo la
superioridad dé las fuerzas del socialismo y de la paz será
absoluta, “ya antes de la victoria total del socialismo en la
tierra, aún manteniéndose el capitalismo en una parte del
mundo surgirá la posibilidad real de excluir la guerra mun
dial de la vida de la sociedad”.15
Así, pues, la ideología refleja el ser social. Tiene una
base económica, política y teórica,’y las relaciones mutuas
entre ellas son las siguientes: el verdadero fundamento del
proceso ideológico es, en última instancia, la economía, pero
la relación con. ella tiene como eslabones intermediarios las
jijeaspolíticas y jas conquistas teóricas del período anterior.
Debe tenerse, presente, asimismo, que en toda ideología se re
flejan la situación histórica y las tradiciones culturales, nacio
nales, y dé clase, etc., de los países vecinos y de las diferentes
179
capas sociales. Estas influencias imprimen un’ matiz peculiar
a la ideologia.de que se trate.
Ahora bien, en el desenvolvimiento de la ideología no
existe una dependencia directa de ésta respecto de las fuer
zas productivas, como trataron de demostrar Bogdánov y
Bujarin y como siguen afirmando, en la actualidad, algunos
sociólogos burgueses.
En su “ciencia de la organización”, A. Bogdánov señalaba
diversas “adaptaciones ideológicas” que, según él tenían por
fundamento a la técnica.10* En los países occidentales, las
concepciones mecanicistas no pierden su fuerza todavía. Así,
por ejemplo, el sociólogo inglés La Piere escribía en 194.9:
“En esencia, las ideologías derivan de la experiencia y deben
ser consideradas como inventos verbales, semejantes a los
tecnológicos y a los organizativos puesto, que sirven para au
xiliarlos. . . ”.1T Para probar su aserto, La. Piere se remite a la
revolución técnica inglesa del., siglo xvn .que provocó los
“correspondientes cambios paralelos” en la “ideología eco
nómica” . “Las. nuevas ideologías h—escribe:— abren nuevos
horizontes a. la sociedad y corresponden.a una nueva técni
ca.” 18 Ideas análogas sustenta Bertrand Russell en Filosofía
y p o l í t i c a así como otros autores burgueses.
El análisis dialéctico materialista demuestra que. en
tre la "ideología y las fuerzas productivas ;—y, con mayor
razón, la técnica, considerada aisladamente— no existe una
dependencia directa. En la Gran Bretaña por ejemplo en las
actuales condiciones, por lo que toca al.nivel.de desarrollo
de las fuerzas productivas, existen dos ideologías que sé opo
nen entre sí: la proletaria y la burguesa. En la vida social
dé éste país podemos advertir también uña serie'de concep
ciones específicas dél mundo que corresponden a diversas
capas sociales inglesas (él tradeunionismo: entre los obreros,
concepciones liberales y ábiertamente reaccionarias entre dis
tintas capas dé la burguesía, etc.). El mecanicismo tampoco
resiste a la critica cuando se contrapone la vida espiritual de
los países económicameiite desarrollados, y la de los países de
10 A. B o g d á n o v , Psicología social, S a n P e te rs b u rg o , 1906, pp. 67-
83 (e n r u s o ) .
17 L a P iere, Sociology, N e w Y o rk -L o n d o n , 1 9 4 9 , p. 296.
18 Ibidem, p . 297,
18 B e r tr a n d R u sse ll, Philosophy and politics, L o n d re s , 1947.
.1 8 0
débil desarrollo. Asi, en los Estados Unidos impera el racis
mo, en tanto que en los antiguos países coloniales de Oriente
domina la ideología de la igualdad racial. Algunos países
socialistas se hallan todavía muy a la zaga de los Estados
Unidos por lo que se refiere al nivel de desenvolvimiento
de sus fuerzas productivas; sin embargo es indudable la su
perioridad de ellos sobre la Norteamérica imperialista por lo
que toca a la cultura y a la ideología.
Naturalmente, el nivel de desarrollo^ de las fuerzas pro-
ductívastíene que_ve_r con el proceso ideológico. Pero la reía;
cion entre ambos se efectúa a través de las relaciones.de
producción que, dentro de esta cadena, no son más que un
eslabón intermediario; entre las relaciones económicas y las
Tmiñás más abstractas de la. .ideología, como, por ejemplo, la
filosofía donde se da un complejo entrelazamiento de ideas po
líticas, jurídicas y éticas, de aportaciones ideológicas del pasa
do y todo un Conjunto de influencias ideológicas diversas. Fi-
YíSlmenté, esta relación se establece también de acuerdo con
la línea del progreso científico, puesto que sus logros ejer
cen un poderoso influjo sobre la ideología. Por otra parte,
la ciencia en muchas de sus ramas se halla vinculada direc
tamente aTías fuerzas productivas.
Es evidente que por su modo de reflejar el ser social la
ideología se distingue~3e'~ot'ras formas de actividad espiritual,
especialmente de la psicología social.
La psicología social, de la cual hablaremos detallada
mente mas adelánte, es el conjunto de sentimientos, estados
de ánimo, emociones,Tiabitos, inclinaciones, tendencias de la
Tjfllunadrrásgos' especiales del carácter, ideas,e ilusiones que
surgen “sobre la base de la situación social, de una . comuni-
flad j Eqmana. . El concepto colectivo de "psicología social”
incluye la psicología dé las clases y dé las capas sociales, así
¡femóla-'írsofiorhfa' psíquica de las naciones. En la psicología
tíT una clase social las relaciones económicas y político-so--
cíales se reflejan más directamente. Así,- las, condiciones de
vida de la pequeña burguesía determinan su individualismo,
lu limitado horizonte, pasividad política, adaptabilidad, etc.
luí situación económica y política del obrero contribuye a
que arraigue un. sentimiento colectivista, un espíritu de dis
ciplina, la conciencia de la comunidad de intereses de clase,
Id sensibilidad política, la actividad y el espíritu , revolucio-
18 1
nario. Si bien es cierto que la conciencia ideológica del pro
letariado se va forjando en él de un modo muy complejo y
lento, y, además, con el concurso obligado, de los represen
tantes teóricos de la clase; su psicología de clase, en cambio,
se va formando espontáneamente en virtud de sus propias
condiciones de vida. El hombre asimila los hábitos y las
representaciones comunes .acMCa~*'dér‘s éf social que son ca
racterísticas del medio social que le rodea, de un modq,_tan
natural y tan imperceptiblemente como el niño que asimila
su lengua nativa.,
¿Cuál es, desde el punto de vista del modo de reflejar
el ser social,;la'relación entre ideología y conciencia, social?
La conciencia social es la comprensión del ser social que
se pone' de manifiesto tanto en forma teórica sistemática
cómo en forma de “conciencia ordinaria” empírica. Un ele
mento importantísimo dé dicha conciencia social es la psico
logía social. En un sentido restringido, refleja las relaciones
sociales como algo íntegro e imbuido de un principio único.
Én este caso, los conceptos de “ideología” y “conciencia so
cial” se apróximán,20 pero en el primer caso la ideología es
solo una parte integrante o, dicho con más exactitud: deter
minado nivel de conciencia social; en el cual los modos de
reflejarse el ser son más variados, ya que combinan los refle
jos directos e indirectos de las relaciones económicas y de
otros aspectos suyos.
Veamos ahora la cultura espiritual como conjunto de va
lores espirituales y de otros frutos de la actividad cognosci
tiva del hombre acumulados a lo largo de la historia de la
sociedad. En cuanto esfera más amplia de la vida espiritual
comprende la ciencia, la ideología (es decir, las formas ideo
lógicas a las que corresponden las formas de conciencia so
cial), la enseñanza, la educación, los hábitos, las costumbres,
las tradiciones, las creencias, etc., y se halla, sujeta no sólo
a la influencia directa e indirecta de las relaciones económi
cas, sino también a la influencia indirecta de la producción.
En otros términos: en comparación con la ideología los
modos de reflejar el ser son aquí aún más variados que en
la conciencia social.
182
El carácter específico de la ideología se manifiesta preci- -
sámente en que el ser social se refleja desde el ángulo de fot
intereses de determinadas clases.
En Jas sociedades divididas en clases antagónicas, además
de éstas, existen también diferentes capas sociales que impri-
THeíTsu huella en la ideología clasista. La desigual posición
social de las clases se pone de manifiesto éri su desigual parti
cipación en las esferas económica, política, teórica, etc., de
IáTvida y en el diverso grado de influencia que experimentan
^or parte de los elementos de la supraestructura (Estado y
sus'insfituciónes, partidos políticos, organizaciones religiosas,
etc.). A consecuencia, de ..ello, surgen diferentes intereses, y
con Secuencia opuestos, entre las clases, lo que se deja sentir,
”a su vez, en la formación de los productos ideológicos. Lenin
3ecía; “ ,..e l problema se plantea solamente así: ideología'
burguesa o ideología socialista. No hay término medio (pues
la humanidad no ha elaborado ninguna ‘tercera’ ideología;
además, en general, en Ja. sociedad desgarrada por las con
tradicciones de clase nuncai puede existir una ideología al
margemdedas-clases.ni, ppr^ncima..„de las clases)”.21
El grado de expresión de los intereses de ciases en las
distintas ideologías no es el mismo. Esto puede explicarse,
Cn parte, por el nivel de. desarrollo de las relaciones econó
micas de la sociedad: el débil desarrollo de las contradiccio
nes económicas y de clase da lugar a la existencia de partidos
y grupos con un programa político poco claro y, en conse
cuencia, con una ideología, poco clara, confusa, como por
ejemplo la del “verdadero socialismo” en Alemania, o del
lolstoísmo en la Rusia zarista.
En el período de las revoluciones democráticoburguesas
la ideología de las capas sociales de oposición se presentan
con un carácter de universalidad, con lo cual se borran las
contradicciones de clase. En esencia, “cada nueva clase que
a ocupar el puesto de la que domino antes de ella se ve
S ada, para poder sacar adelánte los fines que persigue
si presentar su propio interés como el interés común de todos
los miembros “de Ja sociedad. . . ” 2Z En épocas de revolución
!1 V. I. Lenin, ¿ Qué hacer? cn Obras completas, ed. esp. cit.,
t. v, p. 391.
ía K. Marx y F. Engels, La ideología alemana, trad. de W. Ro
ces, Ed. Pueblos Unidos, Montevideo, 1959, p. 50.
183
esta clase actúa como el portavoz consciente o inconscicnlt'
3<j_los intereses de todas las capas de oposición. Ella es In
que puede despertar el entusiasmo revolucionario de las masa»
populares., Asi sucede, por ejemplo, con la burguesía riacin-
nal de los países árabes a la que' se debe la ideología tic!
nacionalismo árabe. Al desarrollarse ulteriormente los anta
gonismos dé clase, los círculos dirigentes difunden delibera
damente la versión dé que su ideología es la. única verdadera y
nacional., Pero en realidad, ni es la única ni es universal,
sirio pura y simplemente la ideología de la clase dominante.
Bajo la bandera de “una posición al margen de los par
tidos” y del objetivismo se presentan actualmente la mayoría
de los teóricos y dirigentes políticos burgueses. Así, por ejem
plo, el sociólogo norteamericano Ralph Pieris, reprocha a lo.s
comunistas su intransigencia de clase y, como él dice, su
“sectarismo”, al seguir ateniéndose a las indicaciones de Marx,
el cual “exhortaba al partido obrero a preservarse de lo
que él llamaba la ‘influencia burguesa’ ” .23 (Pieris pone iró
nicamente estas dos últimas palabras entre comillas). Sin
embargo, Pieris y sus compañeros de ideas no hacen ningún
reproche a los dirigentes socialdemócratas actuales. En los
nuevos programas de los partidos socialdemócratas europeos
aprobados en los últimos años, se sostiene unánimemente la
tesis de que el movimiento obrero no necesita mantener su
unidad por lo que toca a la concepción del mundo. En el
programa del Partido Socialista de Austria se dice, por
ejemplo: “El socialismo es un movimiento internacional que
no exige, en modo alguno una firme unidad de ideas. Los
socialistas, independientemente de que extraigan sus ideas
de los resultados de un análisis marxista o de cualquier
otro análisis social, o bien de principios humanistas o reli
giosos, aspiran todos a un objetivo común.” 24 Naturalmente,
semejante “apartidismó” én él' terreno de la ideología del
partido “obrero” es una clara demostración de su depen
dencia ideológica respecto de la burguesía.
Finalmente, degrado en que se expresan los .intereses de
clase. ei\. la ideología depende del carácter de la forma ideo-
23 R. Pieris, “Ideological momentum and Social equilibrium”, en
The American Journal of Sociology, 1952, vol. lvu, N o. 4, p. 345.
24 Cita tomada de la revista Kommunist, aúm. 3 de 1960, p. 95
(en ruso).
184
gica de que se trate. Cuanto más concreta sea la forma
«alógica (por ejemplo, las ideas, la política) tanto más acu
sadamente se expresará en ella, el interés de clase, y al reves.
Seria incurrir en la más burda simplificación e l inter
pretar el carácter de clase de la ideología en el sentido de
¿jue la expresión de los intereses de clase agota el contenido
de una forma ideológica.25 Algunas de ellas (por ejemplo, la
ideología política, las concepciones jurídicas y Jas ideas mo
rales) expresan directamente determinados intereses de clase.
Por esta ra 2Ón, Engels y siguiéndolo Plejánov, llamaban a
sus exponentes ideólogos de primer orden. Pero incluso, en
este caso, no es importante el reflejo de la realidad objetiva
misma; lo que tiene un valor humano universal es precisa
mente lo que se conserva en las ideologías progresistas de
Jas formaciones económico-sociales posteriores. En caso con
trario, desaparecería toda posibilidad de una línea de con
tinuidad en el dominio ideológico.
Por ejemplo, en d terreno d e ja s concepciones jurídicas,
nue expresan .en Jornia categórica los intereses de clase, es
‘posible descubrir, sin embargo, un entrelazamiento de ele
mentos clasistas y no clasistas. Así, todo el derecho penal (y
cT derecho no es sino conciencia jurídica objetiviíada) per
sigue las infracciones del orden social. La mayoría de los
llamados delitos penales generales constituyen un peligro para
la sociedad en su conjunto (asesinato, actos de bandidaje,
asaltos, pillaje, violaciones, etc.). La conciencia jurídica or
dinaria (o, como dicen los juristas, la conciencia preventiva
común) y Ja conciencia teórica sistemática de cualquier
dase admiten que estos delitos deben ser castigados penal
mente, pues ellos afectan! casi por igual a los intereses de
todas las clases. Por esta razón, es posible la aplicación par
cial de los códigos penales burgueses en los países socialistas
durante el período de transición. El Ministerio dé Justicia
de la República Democrática Alemana promulgó en 1951
un código penal que contenía algunas disposiciones del código
185
penal de 1872.SG En la República Popular polaca rigen lo-
davía hoy algunas normas del Código penal de 1932, sobrci
todo, en el capítulo consagrado a los delitos contra la pro
piedad (con bienes sociales), y a los delitos contra la vida
y la salud, así como algunos otros.2627*En el periodo que siguió
inmediatamente a la instauración del nuevo régimen ni
todos los países de democracia popular siguieron en vigor Ins
viejos códigos penales con las modificaciones introducidas cu
ellos relativas al castigo de los delitos contra el Estado.
Pero, al mismo tiempo en el enjuiciamiento de los deli
tos comunes por la conciencia jurídica (y por el derecho), a
diferencia de-lo que sucede en las ideologías más abstractas,
la orientación de clase se manifiesta con toda claridad. Esta
orientación se expresa, ante todo, en la defensa por todos
los medios de las relaciones sociales vigentes, es decir, de la
forma dominante de propiedad. Con esto se relaciona direc
tamente también la definición de la personalidad jurídicu
que se defiende, y la cual no se extendía, por ejemplo, al
esclavo en la legislación romana. La conciencia jurídica feu
dal no incluye en el concepto de personalidad jurídica feudal
a todos los súbditos del rey, o bien establece una diferen
ciación dentro de este concepto. En el derecho burgués todo
ciudadano puede ■contar fonnalmene con la defensa de sus
intereses por parte del Estado; sin embargo, las diferencias
de posición social y económica convierten la igualdad, formal
en una desigualdad efectiva. Sólo en la sociedad socialista se
garantiza tanto la igualdad formal como la efectiva de todos
los ciudadanos ante la ley.
El carácter de clase de la conciencia jurídica *e expresa
en la definición de las normas para prevenir y castigar los
delitos contra el Estado; resulta así que algunos actos que
en una sociedad se consideran delictivos en otros no se con
sideran así (la especulación, por ejemplo, no se persigue,
como es natural,-en la sociedad burguesa). Por último, el
interés de clase y las ideas políticas de los jueces tienen una
gran importancia xuando se trata de interpretar tas normas
juHdrcas vigentes, y lo mismo'puede decirse de la concepción
26 Derecho Penal de la Rep. alemana. Parte general. Gosivrizdat,
p. 19.
2T Derecho Penal de la República Popular polaca. Gosivrizdat,
1955, p. 109.
186
'■ ■
>
O A/ c- i- <■-■
Cs
mundo de los miembros de un tribunal a la hora, de
_ ' .yna sentencia.
En las ideologías de un orden más elevado el interés de
dase no slT manifiesta tan precisamente como' en el terreno
SBlco o moral. Sería ingenuo pensar que el contenido de
ase agota el contenido entero de formas ideológicas como
religión o la filosofía, y que este interés de clase consti
tuye el único objeto de la generalización ideológica. Cuando
Sfñilíatikov redujo toda la filosofía a una expresión directa
dirías relaciones mutuas de clase, Lenin vio en esto un ab
surdo.23
Tomemos_.por...ejemplo, la gnoseología que investiga las
leyes 3el conocimiento. El contenido es aquí, por supuesto,
no el interés de "clase, sino el proceso cognoscitivo mismo,
C&rr'ia' particularidad de.que la existencia de dos formas de
conocimiento—sensible y lógico^;—no tiene'nadaqné ver con
Iris clases y no ha sido nunca puesto en tela de juicio por
nadie. Pero en cuanto el filósofo fija su atención en las rela-
aoiTéilhntrfe. estas' dos formas y en sti importancia en el pro
ceso cognoscitivo ,general, se entabla la lucha ideológica más
Bqconada. Y es evidente que el interés de clase no ocupa
nquí el. ultimo plano. ^Platón, por ejemplój negaba por com
pleto el papel del conocimiento sensible. Cómo se desprende
de su Tratado La república, esto se explica.pon el desdén que
sentía p o r j a “plebe”. Por eT'cbfltrkrio, la aprehensión a
jfríori de las ideas;' qué es propia del filósofo y del gober
nante, a juicio de'Platón, constituye precisamente el verda-
rt^d"conóamientó'. Eobre el sensualismo de los materialistas
ÍPañcesés influyeron el practicismo burgués y el modo realista
de pensar. Naturalmente, hay que tener en cuenta las in
fluencias ideológicas, por ejemplo de Locke, la hostilidad de
los ilustrados franceses al idealismo de los pensadores de la
época feudal, el nivel de la ciencia alcanzado en el siglo
xvnr, etc. Pero la dirección que siguió la gnoseología de ellos
estuvo determinada por su interés de clase. No es casual que
el sensualismo gnoseológico conduzca en el terreno político al
socialismo, como lo demostraron Saint-Simon y Fourier. En-
gcls llamó a Locke hijo del compromiso de clase despuós de 38
187
ia “gloriosa revolución” de 1768. La actitud política cln cm _
promiso se dejó sentir, en cierto modo, en las inconscctir-uplít
de Locke en su gnoseología (doctrina de las cualidades "[>f
m anas” y “secundarias”). Finalmente, la teoría marxisln M
conocimiento, al fundamentar por primera vez el prj
decisivo de la práctica en el proceso cognoscitivo, c \|ir
indudablemente la orientación revolucionaria d e la itlrnl
gía de la clase obrera.
Los ejemplos citados demuestran que los elementos de i'l#
se’y no clasista se entrelazan en las formas ideológicas il*
tal manera que el factor clcusista acaba por imponerse. J'\U
factor determina la tendencia, la orientación del desarrollo
de las concepciones- ideológicas.y la.:jnisión social fundaron»
tal de la ideología como forma específica de la actividad
espiritual.d&.la sociedad.
‘ Cada, forma ideológica refleja un objeto propio —íar
mado históricamente—, o, dicho con más exactitud, en catín
una de las formas de la ideología se capta teóricamente tal it
cuáTasjMcte"ite'l"Sér %~da£'13ste puede ser la actividad poli-
Tica, jurídica, artística, espfrituár'o cualquier pira, pum
"en'todoá los casos el. carácter’de clase de la, ideología se ma
nifiesta de distinto modo de acuerdo con los datos, específi
cos de la forma ideológica de que.súfrate.
Él interés de clase sólo actúa directamente como, objeta
fundamental. de reflejo ideológico én las concepciones poli-
ticas y, en parte, en las jurídicas. En todos los demás casos,
el carácter de clase de la ideología se manifiesta en que todo
jZiidrnSno' se manifiesta aquí a través dél prisma del interés
dé'cláse. e
"Partiendo de semejante punto de vista, no podemos estar
de acuerdo con la opinión de V. P. Tugárinov, de acuerdo
con la cual la concepción de la ideología .como forma de
clase de la conciencia social es un tanto limitada y no co
rresponde en absoluto al uso actual de este concepto. “Nos
otros decimos —escribe Tugárinov—■ ‘ideología religiosa’,
‘ideología bélica’-, ‘ideología del humanismo’, etc. Por-supuesto
la religión tiene raíces de clase; ciertamente, el concepto de
ideología bélica comprende lo que, cada clase aporta a la
ciencia militar; naturalmente, cada forma histórica de hu
manismo contiene un elemento de. clase. Sin embargo, al
utilizar estos conceptos no expresamos este elemento de clase,
188
la diferencia entre la religión y el modo profano, no
gloso, de pensar, la diferencia entre el modo humanista
«pensar y de comportarse, y el modo intolerante, antihu-
ilista, etc. Evidentemente, la ideología debe ser considera
ra forma más amplia sin limitar forzosamente este con-
|)lo al darle un carácter de clase,” 19.
¿Estos argumentos no prueban más bien lo contrario?
)u6 significa contraponer la ideología del .humanismo a la
“logia antihumanista? Gomo hace notar el propio T u -
’nov, esta contraposición siempre es concreta. Por ejem-
o, se puede considerar la ideología imperialista, actual,
traponiendo a ella el humanismo burgués de otros tiempos
si humanismo proletario de nuestra época. Naturalmente,
uede contraponerse a toda la orientación humanista la
'entación del antihumanismo en su conjunto, después de
iderar estas dos orientaciones como ideologías de la
. illíma manera que se pueden contraponer las ideologías pro
sistas y las reaccionarias a lo largo de todo el desarrollo
Ulórico. En este caso, queremos únicamente llamar la aten
ción sobre un aspecto de cada una de las ideologias de clase
tic¡minadas y subrayar algunas peculiaridades generales en
IU desarrollo sucesivo, a saber: el humanismo. Con no menos
fundamento puede afirmarse que hay ideologias optimistas
y pesimistas, objetivas y no objetivas (ilusorias), revoluciona
rlas y contrarrevolucionarias, populares y antipopulares, do
minantes y no dominantes, etc. Todos estos diversos rasgos
Comunes unifican a diferentes ideologías de clase, o bien
Caracterizan a una y la misma ideología desde distintos án
gulos. En todo caso no tratamos aqui de distinguir el fenóme
no social especifico que constituye la ideología sino que nos
proponemos solamente señalar algunos aspectos de sistemas
diversos de ideas.
Pero cuando hablamos de ideología militar o religiosa, no
nos referimos en este caso al contenido, sino a la forma ideo
lógica que corresponde a tal o cual tipo de actividad liistó-
rico-social de los hombres. A esto hay que agregar que la
ideología militar no puede ser considerada como una form a
ideológica especifica. En nuestros días, este concepto carac- 29
189
teriza, en las sociedades antagónicas, el contenido ideológico
del militarismo. La ideología militar imperialista no es *imi
una parte integrante •de la ideología política del imperlnll*
mo.1'
Se habla también de la “ideología de los movimiento*
nacionales” de la “ideología de la casta m ilitar prusiana”, (|p
la “ideología de W all-Street”, etc. Tpdo esto hace refetni»
cia a deienmnadas ideologías de clase, pero, subrayándose, en
eT presente caso, das. peculiaridades nacionales o históricas ile
cada una de ellas,. La ideología de Wall Street es,,la ideólo
gía del imperialismcTñorteamericano, en tanto que la iden
logia prusiana’ésTa d e 'la burguesía alemana, adobada con
vestigios de concepciones feudales y sazonada coii el nació
nalismo en su forma especifica “germana” .
Por lo que toca a la ideología como forma particul.n
de la actividad espiritual,*es un arma teórica de las clases, y
en ejlo estriba precisamente su función social principal.
*■
190
h is t o r ic is m o M A R X IS T E
IV. EL
par
| talii
i
Dentro de la tercera generación de marxistas, Georg
Lukács, Antonio Gramsci y Karl Korsch constituyen sin duda
verdaderos clásicos cuya obra es preciso conocer y analizar
en profundidad.
En. losares autores_ seleccionados paja , este capítulo su
actividad- teórica estuvo profundamente ligada a su práctica
*“ilífica. Es' más, eri todos ellos la preocupación fundamental
S i gq pen^mift^th ..es la vincidadffi“''g§lre'¿Ká'"'CTitre teoría y
graxis.w.,..
Él triunfo del octubre rojo de 1917 va a ejercer una in
fluencia decisiva en la actividad de los tres pensadores. En
mayo de 1919 Antonio Gramsci y un pequeño núcleo de in-
i telectuales marxistas, fundan el periódico L ’Ordine Nuovo
I con la finalidad de ofrecer una orientación teórico.política a
los trabajadores de Turín. En el mismo año. LrtilíScs desarro
lla una intensa actividad política ^¡en.do_ nombrado ..cornisa-,
rio del pueblo en el Ministerio de Instrucción Public^, du
rante la efímera República Húngara, de los Consejos. Karl
Kfeióh, por su parte, desarrolla desde 1919 una fecunda par-
ticipaciórf'gdítica que va a cuímiiíár en su nombramiento
cÓino ministro de Justicia de Turingia en .1923 al. calor de
los^rómétedorés comienzos "de la" revolución alemana.
La convulsionada vida política de la Europa de los años
veiníe^n^uáñTjSÓT&rí^eñte^ a los autores mencionados en
este' capítulo. Las vicisitudes del trabajo político y su con-
■tifción dé"iíitelectua]es revolucionarios hará que sus caminos
se separen adoptando orientaciones diferentes y a veces con
tradictorias. Sin embargo la riqueza de . sus obras seguirá
alumbrando las investigaciones teóricas y las luchas políticas
de las generaciones siguientes.
La producción intelectual de Lukács, Gramsci y Korsch
va a ser objeto de profundos análisis posteriores. En algunos
casos, como el de Gramsci, su producción teórica se va a
transformar en el centro de interés intelectual fundamental
un los últimos años tanto en Europa como en los Estados
Unidos, probablemente debido a su importancia estratégica
para los proyectos políticos de cambio en las sociedades capi
talistas avanzadas. La obra de jGrajiiscr constituye en la ac-
193
tu¡üi^d--un verdadero catalizador de la confrontación ti*
interpretaciones del marxismo.
El pensamiento de Lukács ha suscitado aguda polcniim
al interior del marxismo y sus influencias han sido significa
tivas en la intelectualidad europea y norteamericana, l.oi
aportes teóricos de Korsch no han tenido la misma sucrliv
Su obra no ha sido divulgada con la misma amplitud rjiii’
la de Gramsci y Lulcács, fundamentalmente debido a li r i
causas: a) su alejamiento de. la actividad política miiitanlt',
b) el carácter profundamente crítico de su pensamiento y, i )
lo reducido de su obra, en comparación con los otros autoiv»
seleccionados.
Hay pues, indudables diferencias entre la obra de Lukárs,
Gramsci y Korsch; sin embargo, pese a todo, hay una pode
rosa base en común: los intentos siempre renovados de gene-
ra ru n pensamiento crítico, libre, al margen de.toda limitación
dogmática. Gramsci, Lukács y Korsch son en cierta medida
"valores representativos de una corriente que se rebela, _carta
cual a su medida y cada quien "a su modo, contra las res
tricciones agobiantes de una ortodoxia marxista que en ve/.
■de recrear el pensamiento de Marx lo castra transforman-
.jdojo en dogma.
Hay quienes han ubicado la obra de Lukács, Gramsci y
Korsch bajo el título de “El izquierdismo teórico”, haciendo
referencia al carácter crítico que los tres comparten. Hemos
preferido no utilizar esa terminología porque a juicio nuestro
la palabra “izquierdismo” está marcada de una connotación
ideológica peyorativa y no expresa, realmente la posición de
los autores. Por otra parte, consideramos cuando menos in
suficiente, el apelativo de “teóricos” para intelectuales revo
lucionarios que se preocuparon en forma constante de vincu
lar estrechamente teoría y práctica. Llamar “izquierdista teó
rico” a Gramsci, quien a pesar de la sórdida sentencia del
juez que lo instó a “detener ese cerebro por los próximos
veinte años”, fue capaz de escribir los Cuadernos de la cárcel
en las circunstancias más adversas, es, cuando menos, una
aberración. Estamos conscientes que el rótulo de “historicis-
tas marxistas” no está libre de errores y riesgos, pero lo he
mos escogido porque estamos convencidos que representa más
exactamente el carácter fundamental de sus obras y lo. medu
lar de su pensamiento.
194
La concepción de la historia en la relación teoría-praxis;
objeiividad-su bjetioidad
Si compartimos las tesis de Marx referentes al condicio-
linimento social_.de las ideas, en otras palabras que “ . ..
todas las ideas teóricas que brotan en la historia, sólo pue-
tlFn emprenderse citando sé han comprendido las coadicio
nes materiales de vida "de la época en que sé trátá”, habrá
jttue
i----—aceptar
------ que
’ — ja-historia
- --------- del
— pensamiento marxista ha
--------------- ------
en la que se na desenvuelto, esta anrmacion tan general, que
podría parecer a simple vista una perogrullada, no lo es, si
■e toma en consideración que muchos venerables y respetados
marxistas han olvidado esta cuestión cuando se esfuerzan por
presentar un desarrollo unilineal del marxismo, sin retroce
sos, sin evoluciones, sin quiebres, justificando esa aguda sen-
ten ia de Weber en 1921 de que: “La concepción materialista
tic la historia no .puede ser comparada a un coche de caba
llos al que se puede subir o del que se puede descender a
voluntad; pues una vez que se ha penetrado en ella los re
volucionarios mismos no son libres de abandonarla.” 1 La
concepción. materialista de la historia debe ser aplicada’con
secuentemente a la propia evolución del marxismo.
' “ ETmarxismo nace en el período comprendido entre 1843
y Í85l7, cuando'Fúropa se convulsiona con las últimas ólea-
dáT de 'lás revoluciones burguesas y comienzan a brotar las
manifestaciones específicas de la conciencia de clase prole-
tiyíá.. Este período decisivo en la conformación de la socie
dad burguesa va a permitir el surgimiento de un pensa
miento nuevo, dialéctico, .intensamente crítico y de profundas
f&ices’liBertárias. La su b id l a! poder de Napoleón I I I y la
n?frota de la revolución ,de;:18481 va a convertir a la bur
guesía.—antes revolucionaria— en clase dominante Intere-
lada’eri mantener.y conservar sus privilegios de clase amena-
zados^por la irrupción del movimiento revolucionario del
¡Jroletariado. Ahora bien, es un hecho que después de toda
denrota la política adopta siempre la forma de un problema
b resolver. ¿Cómo resuelve la clase obrera su derrota en la
195
revolución de 1848? Parece ser claro que ^los_resultados di*
1848 inician un profundo cambio en la manifestación pulí
5ca,d^]a-cTáse obrera marcando. un deslizamiento desde 1m
posiciones revolucionarias hacia las orientaciones sindicalisí.n
y socialdemócratas que se integran paulatinamente al onlrti
existente. ' '' ' ‘‘
Los acontecimientos de 1870 en la Comuna de París, smi
sin duda interesantes desde el punto de vista de la presenei.i
■—ya imposible de ignorar— de la clase obrera como prohi
gorrista de la. historia, sin embargo, no van a significar nú*
que una brillante interrupción en ese largo período de inir
gración del movimiento revolucionario de la clase obrera .i
las estructuras del capitalismo europeo.* “Es palmario que
esta integración del movimiento socialista en el orden social
del capitalismo occidental debía influir en la estructura de
pensamiento de-aquel movimiento, aunque continuara pr<v
clamando su lealtad a la obra política y teórica de Marx.’1
Este largo período de paulatina integración de la clase
obrera al orden capitalista, mantenido hasta la crisis de
1905 en Rusia, se va a traducir a nivel de la teoría y el
pensamiento marxista- en un sistemático abandono de la
dialéctica y su transformación en una ciencia contemplativa
de marcado carácter positivista. El hecho de que el interés
histórico ya no se fijase sobre lá dinámica de los procesos
revoluciónanos sino en el funcionamiento interno dsl capi
talismo influyó en la transformación dé la teoría__en_ un. obje
to académico, desvinculado de la práctica política.
Gomo la situación histórica real del proletariado no con
validó las xpectativas más optimistas del marxismo del si
glo xix, muchos socialistas buscaron algo así como una sal
vación fatalista en la persecución de la “verdad científica";
y la ciencia misma se transformó en artículo de fe entre los
sector s de conducción de la Segünda. Internacional, con un
abandona de la base dialéctica d el.pensamiento de . Marx y
196
ni Jransforrnación en una suerte...de.-determinisomo económi-
y cientificismo místico.
* La fdrrnulacíónde un marxismo de carácter .positivo, an-
Üdiaiéctico. significaba eñ Jos .hechos una completa desvincu-
íón dé Ja teoría con la práctica, cuestión que había hecho
S pensamiento de Maix una superación efectiva de los
¡Memas filosóficos anteriores. Porque para Marx la teoría
Jio constituye una simple suma de conocimientos que más
" ^ f c i ^ P ^ t i c a es capaz de aplicar a. la realidad cantil
lente, Muv por el contrario, la práctica transformadora, será
Tara Mane ., una práctica consciente y la conciencia
*crá compren dida ..como un elemento decisivo de la prácti- ■
ca, como su componente necesario y como condición previa
(¡Toda transformación de la realidad. :
Esta orientación estrictamente reflexiva del conocimiento,
que le imprimieron al marxismo teóricos como Kautsky, Ple-
jánov, Hilferding, Bujarin y en cierta medida él propio En-
gels resultaba completamente contradictoria a los principios
dialécticos que Marx había utilizado a lo largo de sus obras.
¿Cuán extrañas habrían aparecido al propio Marx las
afirmaciones hechas por Hilferding en el prefacio a su Ca
pital financiero?: “Al igual que la teoría, la política del mar
xismo está exenta de juicios.de valor. Por ello es equivocada,
aunque esté muy difundida intra et extra muros, la opinión
que identifica simplemente como un sistema científico, o sea,
haciendo abstracción de sus efectos históricos, el marxismo no
Bl más que una teoría de las leyes del movimiento histórico
de Ja sociedad, formuladas por la concepción mancista de la
historia en términos generales, y aplicadas por la economía
inanxista a la época ,de la producción de mercancías. El so
cialismo es el resultado de tendencias que se imponen en la
sociedad productora de mercancías. Sin embargo reconocer
ti valor del marxismo, lo cual implica comprender la necesi
dad del socialismo, no significa, de ninguna manera, emitir
juicios de valor ni tampoco dar instrucciones para el com
portamiento práctico.” 3
¿Cómo entender los planteamientos de Hilferding a la*
197
luz de las Tesis sobre Feuerbach, en las que Marx nfíilillb
“La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misliMln
que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran Mi
solución racional en la práctica hum ana y en la comprimí
sión de esta práctica” ?* Esta interpretación ciéntificista (Isl
pensamiento de Marx que lo presentaba como una vuljJBP
suma de conocimientos desvinculados de toda realidad polllfi
ca no podía más que corresponder a los intentos deliber/ultu
de quebrar esa relación indisoluble entre teoría y prát'llPA
que constituye la característica fundamental del matcviiilln
mo marxista.
Quebrada la unidad dialéctica entre teoría y práctirn gl
pensamiento de M arx quedaba transformado en una doctrina
objetiva y científica de.las leyes de evolución de la sociedad,
cuestión mucho más aceptable para toda la intelectualidnil
burguesa. El socialismo quedaba así convertido en una mi*
sión ética individual que se basaba en la inexorable marrln»
de la historia.
Los defensores de este marxismo positivista, antidialóri ¡
co, mecanicista y e n gran medida dogmático, dedicados a In
tarea de descubrir las leyes universales y objetivas de la mar
cha de la historia y la sociedad,; ñ o sólo .rompían la unidad
dialéctica entre teoría' y práctica, sino que también modifi
caban la base misma de la concepción de la liistoria hecha
por Marx.
Al intentar construir modelos formales, lógicamente con
sistentes, que fuesen capaces de predecir la evolución de Ja
historia, mediante la formulación de leyes universales y re
gularidades empíricas, lo único que se conseguía según la
genial observación de Gramsci, era transformar la esencia
revolucionaria del marxismo en una forma antihistórica de
evolucionismo chato, que dejaba al margen todo el valor de la
.voluntad social de cambio y transformación. En otras pala
bras, la capa dirigente de la Segunda Internacional (1889-
1914) concebía el desarrollo histórico como un conjunto de
principios capaces de ser formulados objetivamente, que con
ducían ineluctablemente hacia el camino de la revolución
proletaria.i
19 9
es la continuación del pensamiento idealista italiano y «i*»
mán y que en Marx se había contaminado con incrusta* litj
nes positivistas y naturalistas. Y ese pensamiento no .ttldll
nunca como factor máximo de la historia los hechos iti m
nómicos en bruto, sino siempre el hombre, la sociedad d i" /i'l
hombres, de los hombres que se retinen, se comprendent
desarrollan a través de esos contactos (cultura) una volutiltili
social, colectiva, y entienden los hechos económicos, los jtit"
gan y los adaptan a su voluntad hasta que ésta se conniel tf
en motor de la economía, en plasmadora de la realidad obp*
tina, la cual vive entonces, se mueve y toma el carácter <1*
materia telúrica en ebullición, canalizable por donde la
luntad lo desee y como la voluntad lo desee." 5
Según el joven Gramsci, el futuro no podía ser el resalla
do de la aplicación de la voluntad humana al material his
tórico disponible, la predicción de los sucesos históricos nu
podía desprenderse de la formulación de leyes uniforme»
concebidas a priori, como pretendían, hacerlo aquellos <|iii*
Gramsci llamó “teóricos bizantinos del marxismo”,* es deni
quienes se empeñaban en valorizar la teoría por sí misni:i,
como un pasatiempo que no tiene a la acción como encuadn'
de referencia.
Posteriormente en los Cuadernos de la cárcel, del Grams
ci ya maduro, esta idea se mantendría invariable: “ .. .
la existencia de condiciones objetivas, de posibilidades (le
liberación, no es suficiente; es necesario ‘conocedlas’ y co-
utilizarlas. Y querer utilizarlas. En este
sentido, el hombre es voluntad concreta, vale decir la apli
cación efectiva de la voluntad abstracta o del imjíulso vital
hacia los medios concretos a través de los cuales se realizará
esa voluntad”.®
. La . revolución ru sa , había demostrado con claridad
que los métodos científicos de conocimiento no pueden mar
char separados de la voluntad transformadora de los hom-1
200
brea. Ahora bien, esa voluntad de cambio debía además, sefN
Consciente, y a ' que és''imjTdiiBle concebir el salto del reino >
de j a necesidad al reinó de la libertad si los oprimidos no \
Wtán conscientes de la necesidad de ese cambio,........ ... . J
El problema del rei o de la libertad, o más específica
mente la transición de la vieja a la nueva sociedad, va a
preocupar profundamente al joven .I^ikács, que en el apogeo
de la República Hiíngara de los Consejos escribe un vehe
mente ensayo en el .que .plantea ...que el reino de la. libertad
significa suite Jodo, la liberación de todos lo s. hombres de
Ja dominación por las leyes ciegas „del...mercado, por los
valores d i' cambio/ La organización socialista de la píodttc-
íTón instituirá la dominación de la vida social por motiva
ciones humanas y no por exig ncias mercantiles/
A mbos pensador s pr ocupaba por tanto el problema
de la valoración de los factores subjetivos en la gestación de
la nu va sociedad. La teoría no debería...tener., una relación
tangencial con la voluntad de transformación expresada en
la práctica revolucionaria, debía ser más bien la expresión
intelectual del proceso revolucionario mismo.
Las "relaciones entre el ser y la conciencia serían tam
bién una piedra de toque de Lukács, Gramsci y Korsch, que
los enfrentaría a los marxistas dirigentes de la Segunda In
ternación L
En 1923 Georg Lukács publica Historia y consciencia
tle clase, Korsch Marxismo y filosofía. Los dos escritos se
ñalarían un hito al interior del pensamiento marxista y serían
objeto de aguda polém ca entre los intelectuales revolucio
narios de la época.
Tanto en Lukács como en Korsch, la, preocupación . fun
damental es rescatar el núcleo originario del pensamiento
de Marx, tergiversado, codificado, transformado por los
epígonos socialdemócratas en una suerte de materialismo na-
lur^L^áj.TSÓialéctico. Ambos se nieg n a aceptar la sepa
ración tajante, entre ser v pensar, entre, sujeto .y. objeto^ entre
hechos v valores. Est separa ión. estricta entre ser, y ...con
dénela, que postulaEa que el pensamiento q..Ía conciencki
debían deducirse o comprenderse como u n .reflejo, de..la.,rea-
7 Georg Lukács, El papel de la moral en la producción com u
nista, citado por Michael Lowy en Para una sociología de los inte
lectuales revolucionarios, México, Siglo XXI, p. 175.
201
lidad material,_ conducía, a juicio de ambos, a la fornnil#»
ción del más simplón de los materialismos, cuestión alwolil*
támente extraña a cualquier intención de. Marx.
El" realismo ingenuo de la teoría del reflejo, que milicia
a las ideas y a la conciencia a simples reflejos de fuei / it
históricas objetivas, conducía necesariamente a un clcrriu
enfrentamiento entre materialismo e idealismo, voluntatiimii
y determinismo, primacía del objeto sobre el sujeto Mr
que en el fondo nada arrojaba de nuevo y por el contrarío
oscurecía los aportes de la dialéctica hegeliana que tan bien
había sabido- aprovechar Marx.
jjukács proponía —en los primeros capítulos de Histm ¡<t
y consciencia de clase— una téoría dialéctica_que quitaba
toda necesidad de. continuar con la polémica entre mate
tialismo y espiritualismo, que por lo demás tenía antiqub.i
mas raíces en. la historia de la ’filosofía. La solución estábil
en.-Ha.optar necesariamente por una o por otra concepción,
sino en trascender el campo de la disputa, cósa que sólo
podía.,lograrse concibiendo a la práctica como la unión
■concreta de pensamiento y realidad. El divorcio entre ser v
pensar, la fajante separación éntre materia y .'espíritu se
disolvía én la unidad dialéctica entre sujeto'y objeto o c*n
otras palabras en la unidad entre teoría y práctica.
El pensamiento y el ser son efectivamente distintos, pero
al mismo tiempo juntos forman una unidad imposible tlr
desconocer, tal como lo habla planteado Marx en sus Ma
nuscritos económico-filosóficos del 44: Sin embargo el pen
samiento en tanto que parte del ser humano, no se. sitúa
fuera del ..procesmlhístóríco. Su tarea deja de ser juram ente
contemplativa, como en la teoría del reflejo. Será el pen
samiento mismo, o en otras palabras la conciencia la que
intervenga como factor decisivo de la transformación his
tórica.
La conciencia venía a ser concebida así de manera total-
mente'cfiferente a como lo hiciera él positivismo científico
•: de finales del siglo xix, y la ortodoxia mafxista de la Segun-
' da Internacional. Lejos de asignarle un papel contemplativo
■a la conciencia, lejos de “reflejar” simplemente los hechos
•fusESncds, "la . conciéhcí|,'. transfomiaba la situación histórica
la que se integra. Así entonces l«ij^e_era.concebido^como
ruptura entre, teoría y práctica se convierte en una unidad
202.. , . ■ = r i-
dialéctica como elementos integrantes de una totalidad: la
Sutoria.
203
tficación del sujeto y el objeto, va a llevar a Lukács a i
chazar las tesis de Engels sobre la extensión del mélmlij
dialéctico a la naturaleza, desarrolladas en su Anti-Dühfing
y en la Dialéctica de la naturaleza. El método marxista dclilft
estar.,limitado a la realidad históricb-sOcíal, cualquier ¡ni cu.
to de hacerlo extensivo á las ciencias dé la naturaleza sólo
podía traducirse en una transformación del marxismo en
ürf mero mecanicismo omniinterpretativp, ,con el evidciiln
peligro dé quebrar lo esencial del método dialéctico: su in»
tención'’ transformadora,
Lukács afirma: “Esta limitación del método dialéctico u
la realidad histórico-social. es muy importante. Los equívn
eos dimanentes de la exposición engelsiana de la dialéctica
deben. esencialmente a que Engels —siguiendo el mal ejem
plo de Hegel—• amplía el método dialéctico también al
conocimiento de la naturaleza. Pero las determinaciones de
cisivas de la dialéctica —interacción de ; sujeto y objeto,
unidad de teoría y práctica, transformación histórica del
sustrato de las categorías como fundamento de su transfor
mación en el pensamiento etc.— no se dan en el conocimiento
de la naturaleza.” 8
Al plantear Engels que la dialéctica es “la ciencia do
las leyes generales del movimiento y de la evolución de l.t
naturaleza, de la sociedad humana y del pensamiento” existe
el peligro evidente de transformar el núcleo del.pensamiento
de Marx en. un Corpus filosófico-científico, en un sistema
omniabarcante, cuestión bastante lejana a las pretensiones
del propio Marx.
Lukács insiste en la recuperación de las idq^is básicas
de Marx, cuando concibe a las ciencias de la naturaleza y
a la técnica basada en ellas, como elementos del conjunto
histórico-social que deben ser explicadas a través de la teoría
dialéctica de la historia. Todo intento de llevar las cosas
más allá sentaba las bases de un nuevo materialismo dt:
típico carácter . metafísico.
Las tesis de Historia y consciencia de clase y de Marxismo
y filosofía, van a ser objeto de las críticas más duras por
parte de la dirección de la Internacional Comunista a través
de Bujarin y Zinoviev. Durante el año de 1925 Lukács y
205
gía debían • ser comprendidas como un reflejo de la hmt
natural.
Gramsci es meridianamente claro ál respecto cuando
afirma: “El postulado esencial del materialismo histórin»,
que asevera que toda fluctuación política e ideológica pucdí
ser presentada y expuesta como expresión inmediata de lB
estructura (es decir, de la base) debe ser considerado i»tj
teoría como infantilismo primitivo, y combatido en la prac
tica con el auténtico testimonio de Marx.” 10
El asunto de la superestructura en general y de la iclrn
logia en particular, será objeto de, aguda preocupación iln]
Gramsci de los Cuadernos de la cárcel. El pensamiento
marxista no había profundizado lo suficiente en el análisis
de las nuevas formas de control ideológico que utilizaba ni
capitalismo para el mantenimiento y la perpetuación de sin
estructuras. Todo , parecía relegarse al estudio de las fomini
de dominación, directamente inmersas en la esfera de lo
producción? En esta gigantesca tarea de restauración <Ir|
marxismo por un lado y.de enriquecimiento teórico por otro,
Gramsci distingue entre dos formas fundamentales del con
trol político: las d e . dominación (fuerza y coerción físiru
directa) encargadas de la represión en sentido estricto; y
las de dirección (control y dominación ideológicos) encarga
das de la obtención del consenso necesario para el funciona
miento de la democracia burguesa eii todas sus variantes.
Según los análisis de Gramsci, ningún estado podría
sostenerse invariablemente sobre sus aparatos represivos. Tar
de o temprano era preciso que generara formas de obten
ción de legitimidad y consenso, de parte de las clases subal
ternas. En ese sentido el estudio y análisis del complejo sistema
de instituciones que componían lo que metafóricamente
Marx había llamado superestructura se hacía cada vez más
necesario. Los sindicatos, las escuelas, la familia, y todas las
instituciones vulgarmente llamadas privadas, tenían entonces
una importancia transcendental en el estudio de las formacio
nes sociales. De. tal manera que una j i e r las, etapas, funda
mentales de la lucha revolucionaria era el combate ideoló
gico. Sin embargo, la ortodoxia marxista seguía” aferrada a
206
la teoría del reflejo y a la determinación económica de las
¡3eav$n. valorar la importancia de jas formas dé "córtemela”
locial.
Karl Korsch se rebela también contra esta manera inge
nua y dogmática de concebir tanto las relaciones entre el
icr y la conciencia como las vinculaciones entre base econó
mica y superestructura. Las formas de conciencia, las ex
presiones ideológicas no son de ninguna manera vulgares
quimeras que. se generan en la cabeza de los hombres corno
un simple reflejo de la realidad económica. Muy por el
Contrario, las expresiones superestructurales son expresio
nes sociales "muy prácticas” y “muy objetivas”, a las cuales
tólo se puede enfrentar de una manera también práctica y
objetiva. “Solo desde el punto de vista ingenuo y metafisico
del sentido común burgués se considera al pensamiento como
Oigo autónomo respecto del ser y se define la verdad como
la concordancia de la representación con un objeto situado
fuera de ella y que se ‘refleja’ en ella, y sólo ese punto de
vista puede sostener que, si las formas de conciencia eco
nómicas (es decir, las ideas económicas de la conciencia
precientífica y extracientífica de la economía científica), tienen
una significación objetiva, puesto que a ellas corresponde una
realidad ( la realidad de las relaciones materiales de producción
que ellas captan), todas las formas de conciencia más elevadas
no son más que lucubraciones sin objeto, llamadas a disol
verse una vez revolucionada la estructura económica de la
sociedad y abolida su supraestructura jurídica y .política en
la nada que en el fondo siempre ha sido.” 11
Es absurdo que el pensamiento maixista insista en plan
tear ideas filosóficas ya superadas por la propia práctica de
la historia. Lo que deberá ser criticado y en último término
transformado es la estructura total de la sociedad burguesa.
'Podas las ideas jurídicas, políticas, religiosas, etc., que con
forman la estructura espiritual de la sociedad burguesa de
lira n ser criticadas teóricamente y transformadas práctica
mente por la crítica revolucionaria de la sociedad del socia-
linno científico, materialista-dialéctico, que abarca la totalidad
«le la realidad social, del mismo modo que es objeto de esa
207
crítica la estructura económica, jurídica y política ilr l|
sociedad, y al mismo tiempo que ésta.12
Korsch combate esa tendencia del marxismo vulgar A
adoptar una actitud puramente negativa frente a la rrnll»
dad de la ideología, tendencia qué el propio M arx liabÍA
enfrentado con mordacidad, particularmente en su polémie#
con Proudhon sobre la cuestión de si el proletariado dcliU
limitar su acción a la lucha económica directa.
Retomando el pensamiento de Marx, fundamentalnm 11ri
expresado en las Tesis sobre Feucrbach, Korsch afirma: “11im
práctica revolucionaria que se limitara a una acción dirt'i lit
contra la esencia terrenal de las quimeras ideológicas y ti ti
tara de no ocuparse para nada de la transformación y abolí
ción de las ideologías mismas, sería desde luego tan abstrae l»i
y poco dialéctica como un método de pensar teórico de i-Mn
tipo que, a la manera de Feuerbach, se limite a reducir tod:u
las representaciones ideológicas a su núcleo material, teñe
nal.” 13 De tal modo que el marxismo es un análisis unitario
y totalizador de la sociedad burguesa, en los diferentes planm
en que se estructuran las relaciones sociales. Ahora bien, el
hecho comprobado de que el análisis y la crítica marxistas ten
gan como eje la economía política, o más bien la crítica a la
economía política, no significa de ninguna manera que el
marxismo tenga solamente a la esfera productiva como ob
jeto principal de preocupación. El fenómeno de la cosifica-
ción, tan sintéticamente expresado por Engels cuando dice:
“La economía no trata de cosas, sino' de' relaciones enlrc
períonas^ y, éñ 'júrtiína instancia, entre' clases; ahora bien,
estas relaciones están siempre ligadas a las cosas y* aparecen
como las cosas”,11 no es una característica exclusiva de la
base económica sino que se manifiesta en toda la estructura de
la sociedad capitalista y de manera especial a nivel de lo que
Marx llamaba las formas jurídicas, políticas, religiosas, artís
ticas o filosóficas, es decir las formas ideológicas.
Es un hecho que el fenómeno de la cosificación penetra
toda la vida social del capitalismo y a nivel de la superes-
i í K arl Korsch, Marxismo y filosofía, op, cit., p. 66.
13 K arl Korsch, Marxismo y filosofía, op. cit., p. 53.
11 Fiiedrich Engels, Contribución a la crítica de la economía
política de K. Marx, en Obras escogidas de Marx-Engels, Editorial
Progreso, Moscú, p. 355.
208
clura genera determinadas formas de conciencia social,
e se conciben como independientes del proceso social en.
1 cual se desarrollan. Estas formas de conciencia social,
c al imaginarse situadas por encima de la sociedad son
presiones de conciencia falsa, son para Korsch el elemen-
0 específico de la ideología: “Ideología es sólo la concien-
ti falsa, especialmente la que atribuye a una. manifestación
rejal de la vida social una existencia independiente; por
pimplo: las representaciones jurídicas y políticas que con
sideran al derecho y al Estado como potencias independien
tes ■situadas por encima de la sociedad.” 1516 En otras pala
bras, la ideología es entendida en Korsch como la expresión
tul el plano de la conciencia de la apariencia objetiva del
Capitalismo: la cosificación.
Karl Korsch plantea en Marxismo y filosofía la imperio-
>n necesidad de enfrentar “el gran problema capital de ia
lalación entre la revolución proletaria y la ideología, tan
(loscuidado por los teóricos socialdemócratas”. Posteriormente
'Vi su Anticrítica, Korsch rechazará la concepción leninista
(lo la ideología, que aunque jamás fue defendida teórica
mente por Lenin (fundamentalmente porque siempre lo
U^consideró una tarea secundaria), había sido convertida por
los continuadores de Lenin en u n a ' filosofía roarxista-léni-
nista, que llegaba a extremos absurdos y se basaba en con
cepciones primitivas, predialécticas y aún pretrascendentales
de las relaciones entre ser y conciencia. “Parte principal •y
■medular de esta ideología bolchevique era también una
Ideología estrictamente filosófica que se calificaba a sí misma
(le restitución de la verdadera y auténtica filosofía marxista
| y trataba de establecer sobre esta base la . lucha contra todas
j ins demás tendencias filosóficas que se producían en el seno
del movimiento obrerq,^ 10
Había que evitar —a juicio de Korsch— toda esta garría
(lo devaneos filosóficos que transformaban el pensamiento de
Marx en otra forma de ideología. . .
Lukács, por su parte, dedicará gran parte de Historia y
eonsciencia de clase a estudiar los problemas de la relación
entre el ser y la conciencia. Particularmente en el ensayo
209
“Consciencia de clase’1 delimitará sus posiciones en Iiitlui ti
problema de la ideología. Al igual que en Korseli y P0
Círamsci, en Lukács la ideología será algo más que nuil lililí
pie quimera subjetiva. La ideología es la expresión iiiImiVí
en el plano de la conciencia lJe"'Tár'aparTenc¡a objetiva i|l ~
adopta 'la"uplUidaid “ capitalista.' ’
Lukács ■la ideología es ante todo conciencia lm
conciencia que, a pesar de _ser r e,alr-corresponde- a. una p<
cióñ . Mcial deterqijpada..a-partir de la-cual- no., es pcnlllll
un conocimiento verdadero. En la sociedad capitalista ¡M
únicas clases capaces de llegar a una verdadera conciriii'l»,
son las clases motoras del modo de producción: burf>ut'i|||
y proletariado. Las otras clases, sectores, fracciones o rn| ifti
que conforman la sociedad capitalista están impedidas Jim
su ubicación en la estructura social de lograr una conririi
cia verdadera, su visión de la sociedad se convertirá inrvl»
.tablemente en ideología. La pequeña burguesía, los arlrni*
nos, los pequeños productores del campo (campesinos) cli ,
presentarán formas de conciencia falsa y su concepción ilej
proceso social será por tanto ideológica. Como plantea 1,tn
káes: “Sus propias finalidades, que existen exclusivamvilla
en conciencia, se convertirán. siempre e inevitablemente vn
formas puramente ideológicas, cada vez más vacías, rntlii
vez más aisladas de la acción social.” 17
. La burguesía en cambio. podría ser capaz de tener uim
conciencia verdadera, totalizadora del proceso social, pin
cuanto está inmersa profundamente en el proceso produc
tivo. Sin embargo la conciencia de clase de la jmrguesía «r
transformará.en. ideología,' es decir..en; c6nciéncia*fals.a, por
que en ella se encuentránjsn contradicción su conciencia ilr
clase y su interés, de clase. Será el interés de clase de l:i
burguesía, el interés de mantenerse en el poder, el que piv-
sionárá a la conciencia de clase burguesa a transformarse en
ideología.: Su visión parcial de la sociedad será presentada
como la única posible, su criterio de organización de la
producción será defendido como el criterio objetivo y verda
dero, en circunstancia de que es claramente el criterio de una
clase y de ninguna manera el dél conjunto de la sociedad.
210
Hemos tratado de resumir los aportes que hacen al e s
tudio de las superestructuras, Lukács, Gramsci y Korsch.
latamos seguros que este prólogo apenas servirá de pequeña
aproximación al estudio del problema. La lectura de los
(textos seleccionados en este capítulo permitirá un conoci
miento más adecuado del asunto en cuestión.
V . ■ c. v.
211
GYORGY LUICÁCS
212,
Lukács agrega a sus preocupaciones filosófico-liiemicu
una intensa actividad política. Asume la crítica marxiste
de la sociedad burguesa y se une al movimiento obrero.
Participa en los acontecimientos revolucionarios de 1919
tomo comisario del Pueblo en el Ministerio de Instrucción
Pública y como comisario político de la Quinta División
Roja durante el efímero gobierno de Bela Kun.
Después del fracaso de la República Húngara de los
Consejos, Lukács se refugia en Viena donde empieza a co
laborar en Kommunist, órgano de la I I I Internacional.
En 1923 publica Historia y consciencia de clase, recopi
lación de una serie de artículos escritos entre 1919 y 1922.
La obra estudia las relaciones del pensamiento de Marx, con
la filosofía hegeliana, resalta la importancia fundamental de
sus primeros escritos. El libro, polémico desde sus inicios,
recibirá la desatención y el menosprecio de parte de los
teóricos ligados todavía a la Segunda Internacional y la crí
tica violenta de la ortodoxia soviética. Filosóficamente sus
detractores lo consideran más bien un hegeliano de izquier
da que un **materialista consecuente3’.
La lucha contra las posiciones de Lukács, pasó a formar
parte de las preocupaciones, fundamentales de los filósofos
soviéticos, principalmente A. M. Deborin y Luppol. Duran
te la celebración del quinto congreso del Comintern, Nico-
lai Bujarin en ese entonces el máximo representante del
partido ruso en la I I I Internacional, lo ataca acusándolo
de “desviación izquierdista”. Los mismos epítetos recaerán
sobre Korsch, Bordtga y Graziadei.
En 1929 Lukács expone su punto de vista sobre la cues
tión política en Hungría en un programa de acción conoci
do bajo el título de Tesis de Blum. Si bien es cierto que las
Tesis de Blum están escritas en clave leninista, algunos as
pectos referidos a la necesidad de abandonar la perspectiva
de una dictadura del proletariado, en el sentido bolchevique
del término, ameritan una nueva acusación de heterodoxia
sólo que ahora será “desviación derechista”.
Como respuesta a los ataques recibidos de parte del Co
mité Ejecutivo de la Internacional Comunista, Lukács, es
cribe su Autocrítica y se retira de la vida activa del partido.
En 1933 viaja a la U R SS donde permanece casi diez años.
Colabora en el Instituto Filosófico de la Academia de Cien
cias de la URSS.
Regresa a Hungría a mediados de 1945 y se incor finta
al cuerpo docente de la Universidad de Budapest como <<>•
tedrático de Estética y Filosofía de la Cultura. Es nomhteidu
presidente de la Academia de Ciencias de Hungría. Nueva
mente se incorftora a la vida política de su país. En 1945
es elegido miembro del Parlamento húngaro. Durante to\
diez años siguientes Lukács va a profundizar sus esturliin
sobre Hegel. En 1948 publica El joven Hegel y en 1954
El asalto a la razón, probablemente el menos logrado de sin
libros. Su actividad política se orienta hacia la construcción
de un partido alejado de la influencia stalinista. En 195(1 f'i
nombrado miembro del Comité Central del Partido Coinu
nista húngaro y ministro de Instrucción Pública en el
gobierno de Nagy. A raíz del fracaso del movimiento reno
lucionario es deportado a Rumania. Regresa a Hungría en
abril de 1957 e inicia un nuevo retiro de la vida polítiru
dedicándose a sus trabajos sobre estética.
Desde su retorno a Hungría en 1957 hasta la fecha tit
su, muerte, el 4 de junio de 1971, Georg Lukács, tr abajino
en sus estudios sobre literatura, filosofía, teoría política t
estética. Sus obras serán traducidas a muchos idioma.r y mi
prestigio intelectual crecerá constantemente. Es nombrado
doctor Honoris Causa de las universidades de Zagreb y de
Gante. Sus escritos juveniles serán publicados en ediciones
piratas por los estudiantes alemanes de la “nueva izquierda'.
E l gobierno húngaro reconocerá el gran valor de Georg
Lukács, enterrándolo con los honores de “héroe del Pueblo".
CONCIENCIA DE CLASE*
214
la burguesía, se presenta como un proceso de descomjjosi-
ción, como una crisis permanente, significa para el prole
tariado —aunque también, por supuesto, en forma de cri
sis— la acumulación de fuerzas, el trampolín para la victo
ria. Ideológicamente esto significa que la misma creciente
comprensión de la esencia de la sociedad, en la que se
refleja la lenta agonía burguesa, redunda para el proletaria
do en un constante aumento de fuerzas. La verdad es para
el proletariado un arma victoriosa; y tanto más victoriosa
Cuanto más desconsiderada. La cólera de la desesperación
con la cual la ciencia de la burguesía combate el materia
lismo dialéctico se hace de este modo comprensible: ella
estará perdida en cuanto que se vea obligada a poneise en
ese terreno. Lo cual, a su vez, permite comprender por qué
el proletariado y sólo el proletariado tiene en la recta com
prensión de la esencia de la sociedad un factor de fuerza
de primerísima fila, e incluso redondamente el arma de la
decisión.
Los marxistas vulgares han ignorado siempre esta pe
culiar función de la conciencia en la lucha de clases del
proletariado, y han entronizado una mezquina “política rea
lista” en el lugar de la gran lucha de principios que apela
u las cuestiones últimas del proceso económico objetivo.
Como es natura], el proletariado tiene que partir de los
datos de la jsituacióri inmediata. Pero sé dist'ingúé''de las de-
tíSTcíases por el Hecho de que ’no' se detiene ante los acaeci
mientos singulares de la historia, ni tampoco se deja sim
plemente arrastrar por ellos, sino que constituye él mismo
la esencia de las fuerzas motoras y actúa centralmente sobre
el centro mismo del proceso del desarrollo social. Los marxis
tes vulgares al. alejarse de ese punto de vista central, del
punto metódico en que se engendra la conciencia de clase
proletaria, se sitúan en el plano de conciencia de la bur
guesía. Y sólo a un marxista vulgar puede sorprenderle que,
puestos en ese plano, en el terreno de lucha de la burguesía,
ésta resulte económica e ideológicamente superior al pro
letariado. Y sólo el marxista vulgar es capaz de inferir de ese
hecho, causado exclusivamente por su actitud, la superioridad
(le la burguesía como tal y en general. Pues es obvio que,
prescindiendo incluso de sus medios de fuerza reales, la
burguesía tiene, en este terreno, más conocimientos, rutinas,
215
etc., a disposición; ni tampoco puede sorprender el que,
cuando su enemigo acepta su propia concepción básica, J,i
burguesía se encuentra, sin méritos propios; en una pn.si
ción de superioridad. La superioridad del proletariado saíne
la burguesía, que le es en todo lo demás superior —intcln1
tualmente, organizativamente, etc.— estriba exclusivamenie
en que el proletariado es capaz de contemplar la sociedad
desde su mismo centro, como un todo coherente, y, por ln
tanto, es también capaz de actuar de un modo centra] tjnr>
transforme la realidad entera. Esa superioridad consiste ivi
que para la conciencia de clase del proletariado la teoría y
la práctica coinciden, y en que, por lo tanto, el proletn
riado es capaz de lanzar conscientemente su propia acción
como momento decisivo en la balanza del desarrollo hisló-
rico. Cuando los marxistas vulgares desgarran esa unicl.nl
están cortando el nervio que enlaza. la teoría .proletaria con
la acción proletaria en una sola unidad. Reducen regres i
vamente la teoría al tratamiento “científico” de los síntomas
del desarrollo social y hacen de la práctica ,una agitación
sm base ni finalidad, a merced de los resultados singulares
de un procesó cuyo dominio intelectual metódico han aban
donado.
La conciencia de clase que se produce sobre ese funda
mento, tiene que mostrar la misma estructura interna que
la de la burguesía. Pero cuando, entonces, salen empujados
a la superficie de la conciencia, por la construcción del
proceso, las mismas contradicciones que en el caso de la bur
guesía, la consecuencia es mucho inás grave para el prole
tariado., Pues el autoengaño de la .conciencia .“ íaisa" que si'
produce en la burguesía está, por lo menos, en armonía con
sP~MÍ.uac,ión_ debelase, pese' a todas _sus cASadtcdones y a
toda su falsedad .objetiva. Por supuesto que no puede salvarla
de la ruina, de la constante agudización de esas contradic
ciones; pero puede por lo menos darle posibilidades internas
d e . seguir luchando, presupuestos internos incluso de éxitos
pasajeros. En cambio, en el. .proletariado. ,?sa conciencia no
só lo presenta las indicadas contradi cejo nes .internas. (bur-
guesás)/sinpj;qué.Tñtega' a'demás las necesidades de ía_acción
impuesta...por, la situación económica del proletaria.do,_,por
ieán"'las ideas' que,él, se haga^aHiuTespecto. El
proletariado tiene qué obrar proletariamente, pero- su propia
216
teoría marxista vulgar le desdibuja la perspectiva del camino
recto. Y esa contradicción dialéctica entre la acción prole
taria objetiva y económicamente necesaria y la teoría mar-
xista vulgar (burguesa) se encuentra en constante intensifi
cación. O sea: la significación motora o inhibidora que
tienen, respectivamente, la teoría verdadera y la falsa au
mentan al aproximarse las luchas decisivas en la guerra de
las clases. El “reino de la libertad”, el final de la “prehisto
ria de _la ^irimBiidád” significa precisamente que las rela
ciones cosificadas entre los hombres, la cosificación', empieza
a"perder su’poder sobre el hombre y a entregarlo a éste.
Cuando roías se aproxima ese proceso a su meta, tanto más
importante es la conciencia. que el proletariado,, tenga de
áiTláreá^^rw ncIéricia de clase, y tanto más intensa e , in
mediatamente tiene .que determinar esa conciencia sus ac-
ctóiíési Pues’él'ciego poder de las fuerzas motoras no procede
‘automáticamente” hacia su objetivo, su autodisolución, más
que hasta llegar el momento en que ese punto se encuentra
en proximidad alcanzable. Una vez dado objetivamente el
momento de la transición al “reino de la libertad”, la situa
ción se manifiesta precisamente en el hecho de que las fuer
zas ciegas lo son en sentido literal, y empujan hacia el
abismo con energía creciente y aparentemente irresistible,
mientras que sólo la voluntad consciente del proletariado
puede proteger a la humanidad de una catástrofe. Dicho
de otra manera: una vez inaugurada la crisis económica de
finitiva del , capitalismo^ el 'Séstino He lálfévólucian (y, con
él, el de la humanidad) depende de la madurez ideológica
'Sel proletariado, de su conciencia de, clase.
Con eso queda, determinada la peculiar función que tie
ne la conciencia de clase para el proletariado,: a diferencia
de su función para otras clases. Precisamente porque.^el pro-,
letariado como clase no puede liberaFse .sin suprimir *la ■so-
ciedad de clases como tal “su'cóhciencia, la_última conciencia
3e clase de -la historia de la humanidad, tiene, p o r una,
parte. ..que coincidir .con la revelación. de la esencia de „la
sociedad,y^.por otra parte, tiene que consumar una unidad
cada vez más_arofunda de la teoría, y la práctica. Para el
proletariado, la “ideologia” no es una bandera bajo la cual
luchar, ni una capa disimuladora de sus verdaderos objeti
vos, sino la finalidad y . el arma mismas. Toda táctica del
217
í
c
• proletariado que no obedezca a principios o carezca de rlloi
' rebaja el materialismo histórico a m era “ideología”, imprnlj
.' aT'jpfbletariadó' un método de lucha burgués (o pcquriin
i' burgués), ry . le arrebata sus mejores fuerzas, al atribuir a m
conciencia de clase la función meramente concomitanlc u
inhibidora, (lo cual es siempre inhibición para el prolctai íu
do) de una conciencia burguesa, en vez de la función nr. (ivn
de la conciencia proletaria.
* *
218
llamadas al dominio y, por lo tanto, fueron capaces de reali
zar revoluciones victoriosas, se encontraron subjetivamente
epte una t' rea mucho más fácil, a causa precisamente de la.
iliadecuación de su conciencia de dase respecto de la es
tructura económica subjetiva, o sea, a causa de su incons
ciencia respecto de su propia función en el proceso del
desarrollo social. Les bastó con imponer sus intereses inme
diatos mediante la fuerza de que disponían, y el sentido so
cial de sus acciones les quedó siempre oculto, entregado a
1la “astucia de la razón” en el proceso social detenninado.
Pero como el proletariado se encuentra en la historia con
la tarea de" 'iiná'-'tr'ánsformációri consciente de la sociedad,
tiene que producirse en su conciencia de clase la contra-
d¡ti£ióii~'diaTéctica éntre el interés inmediato y la meta últi-
máj^ñtre" el~momento singular y el todo. Pues el momento
Jmgiiiaf dél proceso, la situación concreta con sus concretas
exigencias, es por su naturaleza inmanente a la actual socie
dad, a la sociedad capitalista, se encuentra sometida a sus
leyes y a su estructura económica. Y no se hace revolucio
naria más que si se inserta en la concepción total de! pro
ceso, cuando se introduce con referencia al objetivo último,
remitiendo concreta y conscientemente más allá de la socie
dad capitalista. Pero eso significa, subjetivamente conside
rado, para la conciencia d e clase del proletariado, que la
relación . dialéctica . entre, el. interés inmediato y la acción
objetiva orientada al todo de la sociedad queda situada
en la conciencia del proletariado mismo, en vez de desarro
llarse, como ocurrió con todas las clases anteriores, más allá
de la conciencia (atribuible), como proceso, puramente ob
jetivo. La. victoria revolucionaria del proletariado no es
pues, como para las demás clases anteriores, la realización
inmediata del ser socialmente dado de la clase, sino ■—como
ya lo vio y formuló agudamente el joven Marx— la autosu-
peración de la clase. El jdanífiestó Comunista \£orrnn\a. esa
diferencia del siguiente modo: “Todas las clases anteriores
que conquistaron para sí el dominio intentaron asegurar. la
fósi¿ionTjiíe j a habían logrado en la vida: sometiendo. la so-
C¡e3ad e'ntéra a las condiciones de su logro. Los proletarios
'WT’puéden conquistar para sí las fuerzas sociales de pro
ducción más que suprimiendo su propio anterior modo de
apropiación y,< con ello, todo modo de apropiación existido
219
hasta ahora.’,’ (Cursiva mía) Esta dialéctica interna di> IR
situación de clase dificulta, por un lado, el desarrollo (k|
lá conciencia de clase proletaria a diferencia del caso de [R
burguesía, que en el despliegue de su conciencia de cliijR
pudo quedarse en la superficie de los fenómenos, detemdi
en la empina más abstracta y grosera, mientras que para q[
proletariado, y ya en estadios' muy primitivos de su desaíro»
lio, el rebasamiento de lo inmediatamente dado fue una ini»
posición, básica de su lucha de clases. (Marx2 lo subraya ya
en sus observaciones acerca del levantamiento de los téjalo»
res de Silesia.) Pues la situación de clase del proletariado
presenta la contradicción directamente a su conciemin,
mientras que las contradicciones que para. la burguesía ir»
sultán de su situación de clase tenían que darse como limita
ciones extremas de su conciencia. Pero, por otra parte, rsn
contradicción significa que la conciencia “falsa” tiene m
el desarrollo del proletariado una función completamente
distinta que en cualquier clase anterior. Pues mientras qiu»
incluso observaciones correctas de hechos o momentos suri-
tos del desarrolle^ mostraron en la conciencia de clase de In
burguesía, por su relación al todo de la sociedad, las limita
ciones de esa conciencia y se revelaron como “falsa” con
ciencia, en cambio, hasta en la conciencia “falsa” del pro
letariado, hasta en sus errores dé hecho, hay una tendencia
objetiva a la verdad. Bastará a este propósito con aludir a la
crítica social de los autores utópicos, o a la ulterior y revo
lucionaria elaboración de la teoría de Ricardo. A propósito
de esta última escribe categóricamente Engels:3 “Pero in
cluso lo que es falso económico-formalmente ppede aún ser
verdadero desde el punto de vista histórico universal...
Tras la incorrección económico-formal puede esconderse un
contenido ecoiTÓmíco muy verdadero.” Sólo con eso se hace
réOTlüble"'la' cdhtfádicción en la conciencia de clase del pro
letariado, y se hace al mismo tiempo factor consciente de la
historia. Pues la tendencia, objetiva a lá verdad que alienta
incluso en la conciencia “falsa” del proletariado no significa
en modo1alguno la posibilidad de que esa verdad aparezca
220
I'pcr sí misma a Ja luz, sin un esfuerzo activo del proletariado.
[AI contrario. Sólo aguzando la conciencia mediante, una
Júción y una autocrítica consciente se obtiene de la mera.
Intencionalidad hacia la verdad, eliminando sus. falsos re
cubrimientos, el conocimiento realmente verdadero, histó-
uente significativo y sociálmente revolucionaria Ese
["conocimiento sería, ciertamente, imposible si no le subyacieta
J la mencionada tendencialidad objetiva, de modo que en este
Ijpunto también se confirma la frase de Marx4 según la cual
"la humanidad no se plantea nunca más que tareas que
IbBuede resolver”. Pero lo único dado es, también en este caso,
llfheramente la posibilidad. La solución misma no puede ser
Ijaino fruto del acto consciente del proletariado. La misma es-
IfcTuetura de Ja conciencia en que se basa la tarea histórica
1del proletariado, la remisión más a llá . de la sociedad exis
tente, acarrea la escisión dialéctica, de. esa conciencia. Lo
que en las demás clases se manifestó como contraposición
entre los intereses, de clase y los intereses, de la sociedad, como
contraposición entre el acto individual y sus consecuencias
sociales, etc.¿ y por lo tanto, como limitación última de la
conciencia, se trasfiere en el caso del proletariado, como
contraposición entre, el interés momentáneo y, el- objetivo
final, a la interioridad de la conciencia -de clase proletaria
misma. Por consiguiente, lo que posibilita la victoria mate
rial del proletariado en lá lucha de clases es la superación
interna de esa escisión dialéctica.
Ahora bien: esa misma escisión abre camino a la com
prensión de que —como se destacó en el lema de este ar
tículo— la conciencj a . d e ..piase n o . a»_J&. conciencia __psico -
lógica de proletarios individuales, rú laco n eien £ ͧ
totalidad (en el sentido de la-psicología derlas masas), sino
e l sentido, hecho consciente, de la situación histórica,,jd&, la
mclase. El interés particular y momentáneo en el cual se ob
jetiva en cada caso ese sentido, interés que no puede nunca
ignorarse si se quiere evitar que la lucha de clases del pro
letariado recaiga en el estadio más primitivo de la utopía,
puede tener, en efecto, dos funciones: la de ser un paso en
el sentido que lleva a la meta o la de encubrir ésta. La *
221
decisión acerca de cuál de las dos formas desempeñará iltn
pende exclusivamente de la conciencia de clase del pwl*
tañado, y no de la victoria o el fracaso en cada brtlttlln
aislada. Marx ha llamado muy pronto la atención acerca tlf*
este peligro, particularmente presente en la lucha puramcul»
“económica” de los sindicatos:5 “Al mismo tiempo, los tim
bajadores.. : no tienen que exagerarse el resultado final tlü
ésas luchas. No deben olvidar que luchan contra coiur».
cuencias, y no contra las causas de. esas consecuencias.,,
que están aplicando paliativos, sin sanar la enfermedad. I’m
eso no deberían limitarse exclusivamente a esas luchas di*
guerrillas, por otra parte inevitables. . ., sino esforzarse ni
mismo tiempo por la transformación y utilizar su fuetzn
organizada como una palanca para la enajenación, definitivn
del sistema asalariado,’!
La fuente de todo optimismo se encuentra precisamctile
en la tendencia a partir de los efectos y no de las caua:u,
de las partes y no. del todo, de los síntomas y no de la comí
misma: el optimismo ve en los intereses particulares y en In
lucha por ellos no un expediente educativo para la luclin
final, cuya decisión depende de la aproximación de la con
ciencia psicológica a la atribuible, sino algo valioso en ni
mismo, o, por lo menos, algo que ya por sí mismo aceren
a la meta; el optimismo se basa, en una palabra, en la con
fusión del estado afectivo o psicológico de conciencia de ln.i
proletarios con la conciencia de clase del proletariado.
Lo grave prácticamente de esa confusión se aprecia vicie
do que, por causa de ella, el proletariado muestra a menucln
en su acción una unidad y una compacidad mucho meno
res que las que correspondería» ;á la unidad de las tendencias
económicas objetivas. La fuerza'y la superioridad de la con
ciencia de clase Verdadera y práctica estriba precisamente cu
la capacidad de descubrir por detrás de los síntomas divi
sores del proceso económico su unidad como desarrollo total
de la sociedad. Pero en la época1del capitalismo ese movi
miento total o global no puede mostrar aún en sus forma:;
externas de manifestación ninguna unidad inmediata. Ll
fundamento económico de una crisis mundial, por ejemplo,
es sin duda unitario y, como tal, comprensible unitariamente
222
desde el punto de vista económico. Pero su forma espacio-
temporal de manifestarse será aislada en sucesión y fasta en
simultaneidad, no sólo según los diversos países, sino tam
bién según las diversas ramas de la producción de los diversos
países. Así pues, cuando el pensamiento burgués “transfor
ma los diversos fragmentos de la. sociedad en otras tantas
sociedades sustantivas” 0 comete sin duda un error teorético
grave, pero las consecuencias prácticas inmediatas de esas falsas
teorías responden perfectamente a los intereses de clase capi
talistas. La clase burguesa es, por una parte, incapaz, desde el
punto de vista teorético general, de levantarse por encima de
la comprensión de .particularidades y sintomas del proceso eco
nómico (por la cual incapacidad se encuentra también en últi
ma: instancia condenada prácticamente al fracaso). Pero, por
otra parte, en la acción práctica iiunediata de la vida cotidia
na, le interesa infinitamente imponer al proletariado ese tipo
de conducta. Pues en este caso, y sólo en este caso, se impondrá
claramente .su superioridad organizativa, etc., mientras que
ila organización del proletariado (completamente diversa), su
organizabilidad. como ■clase, no conseguirá nunca vigencia.
Cuando más • avanzada la crisis económica, del capitalismo,
tanto más claramente se revela, . incluso prácticamente, esa
unidad del proceso económico. También se da, ciertamente,
en los tiempos llamados normales, y en ellos ha sido también
perceptible desde el punto de vista de clase del proletariado;
pero la distancia entre la forma, apariencia! y el fundamento
último era demasiado dilatada para que en la acción del
proletariado el hecho pudiera suscitar consecuencias prác
ticas. La situación cambia en los tiempos decisivos de crisis.
La unidad del proceso total está entonces al alcance de la
mano. Tanto que ni .siquiera la teoría del capitalismo con
sigue sustraerse completamente a ella;, aunque, ' de todos
modos, sigue sin serle plenamente accesible. E n ; esta situa
ción la suerte del proletariado y, con la suya, la del entero
desarrollo de la humanidad depende: de que el proletariado
dé o no dé ese único paso que es ya objetivamente posible.
Pues aunque los diversos síntomas de la crisis se presenten
sueltos (según los países y las ramas de la producción, como6
223
crisis “económicas” o como crisis “políticas”, etc.), y aun
que, consiguientemente, su reflejo en la conciencia psiin
lógica inmediata de los trabajadores tenga también un rn
rácter inconexo, sin embargo, hoy es ya posible y necesai io
el rebajamiento de esa conciencia: y capas constantemciiln
crecientes del proletariado sienten ya instintivamente su un
césidad. La teoría del oportunismo, cuya función fue en apa
riencia, hasta llegar a la crisis aguda, meramente inhibí
toria del desarrollo, muta ahora en sentido complétame n Ir*
contrario al proceso. El oportunismo tiende ahora a impcdii
el ulterior desarrollo de la conciencia de clase proletaria .1
partir de su inmediatez puramente psicológica hasta la arle
cuación al desarrollo general; tiende a rebajar la concieru ¡ti
de clase del proletariado al nivel de su imnediaiez psicológica,
dando, así 'al progreso, hasta ahora instintivo, de la concien
cia develase una dirección contraria a sus fines. Está teoría
que, mientras no estaba dada la posibilidad práctica de uní
ficar la conciencia de clase proletaria, aún pudo conside
rarse, con alguna benevolencia, como un mero error, asumí*
en esta situación el carácter del engaño premeditado (culi
independencia de que sus portavoces sean psicológicamoiiir
conscientes de ello o no lo sean). El oportunismo cumplí
ahora respecto de los acertados' instintos del proletariado la
misma función: que’ ejerció siempre la teoría capitalista: rlr-
nuncia la comprensión recta de la situación económica global,
la recta conciencia de clase del proletariado —y su forma
organizativa, el partido com unista^ como algo-irreal, comu
un principio ajeno a los intereses “verdaderos”j de los traba
jadores : (o sea, a sus intereses inmediatos, aisladamente nacii i-
nales o profesionales) y a su conciencia de clase “verdadera"
(o sea, a la conciencia de clase .psicológicamente dada).
Pero-la conciencia de clase, aunque no sea una realidad
psicológica, no es tampoco una mera ficción. La marcha iníi»
nitamehte torturada de la revolución proletaria, llena de re
tiradas, su constante vuelta al.punto de partida, su perma
nente autocrítica, de la que Marx habla en su célebre pasn
del Brumaire, encuentra explicación en la realidad de esa
conciencia.
Sólo la conciencia del proletariado puede mostrar el ru-
mino: que..Ué^a.fuera.jiejJa crisis del capitalismo. La crisis r:.
permanente mientras no existe esa conciencia, y vuelve a su
224
unto ele partida, repite la situación, hasta que al final,
Infinitos sufrimientos, tras terribles rodeos, el aprendizaje
empírico de.la.historia consuma.el proceso de la conchuda
del proletariado ,y le entrega la dirección de la historia. Pero
5T~proletariado no tiene aquí elección. Como ha dicho Maro,7--
ItjenR que TTepgr a ser una clase_no_ sólo “frente al capital”¡f:
sino también, “para sí misqijC’j esto es: ¿¡ene que levantar’
la necesidad económica de su lucha • de clase hasta una
voluntacl^consciente, hasta una conciencia de clase eficaz.
Los humanitaristas y pacifistas de clase que, queriéndolo o
no, trabajan por decelerar ese proceso ya por sí mismo tentó,
doloroso y lleno de crisis, se aterrarían si comprendieran los
sufrimientos que cargan al proletariado con la prolongación
de ese aprendizaje. Pues el proletariado no puede sustraerse
a su misión. El problema consista sólo en saber cuánto tiene
que, sufrjr _aun- hasta llegar a la madurez ideológica, al cono
cimiento adecuado dé su situación de clase, hasta su con-
ciShcia de clase.
«w - •
Cierto que esa vacilación, esa oscuridad misma, es un'
síntoma de crisis de la sociedad burguesa. El proletariado,
como producto del capitalismo, tiene que estar necesaria
mente sometido a las formas de existencia del que lo ha.
engendrado. Esa forma de existencia es la inhumanidad, la
cosificación. Sin duda: el proletariado es, por su mera exis
tencia, la crítica, la negación de esas formas de vida. Pero,
antes de que se consume la crisis objetiva del capitalismo,
antes de que el proletariado mismo consiga la plena com
prensión de esas crisis, la verdadera conciencia de clase, el
proletariado es mera crítica de la cosificación y no se levanta,
como tal, por'encima de lo negado más que negativamente.
Aún más: si la crítica no consigue ir más allá de la mera
negación de una parte, si no apunta, al menos, a la totali
dad, entonces ni siquiera rebasa en ningún sentido lo nega
do, como se ve en la mezquindad pequeñoburguesa de la
mayoría de los sindicalistas. Esta crítica mera, esta crítica
desde el punto de vista del capitalismo, se revela del modo
más llamativo en la separación de los diversos campos de
1 Elcnd der Philosophie (Miseria de la filosofía, ed, alem an a),
162.
225
lucha. Ya el mero hecho de la separación indica que l;i
conciencia del proletariado está aún sometida a la cosifi-
cáción.. Aunque, naturahnente, le es más fácil darse cuenta
de la inhumanidad de su situación de clase en el terreno
económico que en el político, y en el político, a su vez, más
fácil que en el cultural, sin embargo, todas esas separaciones
muestran precisamente, el poder no superado de las formas
de vida capitalistas en el proletariado.
L a „ conciencia cosificada se queda forzosamente presa
en los dos extremos, dej. empirismo grosero y de la utopía
.aBitoCta, análogamente y con la misma falta de perspecti
vas. Cori ello la conciencia se convierte en mero espectador
pasivo de un movimiento de las cosas según leyes externas,
sin"poder ínte'rveiuf.jde ningún.tnodo en... él, o bien se con
sidera a sí misma como un poder que. consigue, a su objetiva
voluntad, dominar el moyimiento .de_ las cosas, en sí sin
sentido.. Ya heñios considerado el empirismo en bruto de los
oportunistas en su relación con la conciencia de clase del
proletariado. Ahora interesa sólo comprender la función de
la utopía como rasgo esencial de la degradación interna de la
conciencia de clase. (La distinción, puramente metodológi
ca, aquí establecida entre empirismo y utopía no significa
en absoluto que no puedan unificarse en ciertas corrientes,
y hasta en ciertos individuos. La verdad es que se presentan
muchas veces juntos, y que tienen además una íntima co-
pertenencia.)
Los trabajos filosóficos del joven Marx se orientaban en
gran parte.a conseguir una comprensión correcta de la fun
ción de la conciencia en la historia frente a las diversas
doctrinas falsas de la conciencia (tanto la “idealista” de la
escuela hegeliana cuanto la “materialista” de Feuerbach).
Ya el Epistolario de 1843 entiende la conciencia como inser
ta en el desarrollo. La conciencia nó se encuentra fuera
del desarrollo histórico. No. tiene que esperar a que, el . filó
sofo, la..introduzca, en el'..Otando* razón.porJa. cual.el filósofo
no tiene derecho a contemplar orgullqsamente de arriba
abajo las pequeñas luchas del mundo y despreciarlas. “Sólo
mostramos al mundo aquello por lo cuál propiamente lucha,
y la conciencia es. cosa que no tiene más remedio que apro
piarse aunque no quiera.” Por eso se trata sólo de “expli-
226
carie sus propias acciones." 8*La gran polémica contra Hegel’
Cn L a Sagrada Familia se concentra principalmente en tomo
de ese punto. La ambigüedad de Hegel consiste en que su
espíritu absoluto no hace la historia sino aparentemente, y
luego la resultante trascendencia de la conciencia respecto
de los hechos históricos ideales se convierte en manos de sus
discípulos en una contraposición orgullosa —y reacciona
ria— entre el “Espíritu” y la “Masa”, cuyas ambigüedades,
cuyos absurdos y recaídas por detrás del plano ya alcanzado
por Hegel ha criticado M arx sin reservas. Como comple
mento de eso se tiene la crítica aforismática a Feuerbach.
En éste se entiende la cismundaneidad de la conciencia,
alcanzada por el materialismo, como un mero estadio del
desarrollo, como estadio de “la sociedad burguesa”, al que
se contrapone la “actividad práctico-crítica”, la “transforma
ción del mundo” como tarea dé la conciencia. Con eso se
tenía el fundamento filosófico para un balance de la uto
pía. Pues en el pensamiento utópico se manifiesta la misma
dualidad de movimiento social y conciencia del mismo. La
conciencia abandona su más-allá, entra en la sociedad y la
pasa del camino falso por el que discurría al camino recto.
El carácter no desarrollado del movimiento proletario no
permite a esos pensadores todavía ver en la historia misma,
en el modo como el proletariado se organiza en clase, o sea,
en la conciencia de clase del proletariado, el portador del
desarrollo. Todavía no son capaces de “darse cuenta de lo
que ocurre ante sus ojos y hacerse órgano de ello” .10
Pero sería una ilusión creer que con esta crítica de la
utopía, con el conocimiento histórico de que se ha hecho
objetivamene posible un comportamiento ya no utópico res
pecto del desarrollo histórico; la utopía quede materialmente
eliminada de la lucha liberadora del proletariado. No queda
1 eliminada más que en la medida y para los estadios de la
conciencia de clase en y para los cuales se ha realizado
efectivamente la unidad real de teoría y práctica descrita por
Marx, la intervención práctica y real de la conciencia de
ciase en el curso de la historia y, con ello, la comprensión.
8 Naehlass (Postumos), 1, 382.
D C f. el artículo “¿Qué es marxismo ortodoxo?”
10 Elend der Philosophie (Miseria de la filosofía, ed. alem ana),
109. Cr. Manifiesto, tu, 3.
22?
práctica de la cosificacíón. Pero eso no ocurre uniformemen
te ni de una vez. En este punto aparecen gradaciones no sólo
nacionales o “sociales”, sino también propias de la concien
cia de clase de las mismas capas obreras. La separación entre
economía y política es el caso más característico y también
el más importante. Hay capas proletarias que tienen el ins
tinto de clase acertado para su lucha económica, y hasta son
capaces de levantarlo a conciencia de clase, pero en cam
bio, permanecen en un punto de vista completamente utó
pico cuando se trata de la cuestión del estado, por ejemplo.
Es obvio que eso significa una división mecánica. La visión
utópica de la fünción de la política tiene por fuerza que
repercutir en las concepciones acerca del desarrollo econó
mico, particularmente en las concepciones acerca del todo
de la economía, en una interacción dialéctica (por ejemplo,
teoría sindicalista de la revolución). Pues sin conocimiento
real de la interacción entre la economía y ía política es. im
posible uña lucha contra el entero sistema económico, por
no hablar ya.de una, reorganización de toda la economía.
Lo poco que está superado el pensamiento utópico ya eri
este estadio, el más próximo a los intereses vitales inmediatos
del proletariado y en el que más claramente permite descu
brir la actual crisis en la marcha de la historia cuál es la
conducta correcta, se aprecia por el efecto de teorías com
pletamente utópicas como la de Ballod o la del socialismo
gildista. Esta estructura tiene que revelarse aún más crasa
mente en todos los terrenos en los que el desarrollo social
no ha madurado todavía tanto como para producir por sí
mismo la posibilidad objetiva de una consideración de la to
talidad. Esto se aprecia del modo más claro en el compor
tamiento teorético y práctico del proletariado respecto de
cuestiones puramente ideológicas, respecto de las cuestiones
de la cultura. Estas, cuestiones ocupan hoy una posición
prácticamente aislada en la conciencia del proletariado;
todavía no se ha presentado en absoluto a la conciencia su
conexión orgánica con los intereses vitales inmediatos de la
clase y con la totalidad de la sociedad.. Por eso lo conseguido
en este terreno rebasa muy pocas veces la mera autocrítica
del capitalismo, realizada por el proletariado. Y por eso lo
positivo logrado en este campo, tanto en la teoría cuanto
en la práctica, tiene un carácter casi puramente utópico.
228
Esas gradaciones son, pues, por una parte, necesidad^
históricas objetivas, diferencias en cuanto a posibilidad obje
tiva de conciencia (conexión entre la política y la econo
mía, a diferencia de las cuestiones culturales); pero, por otra
parte, cuando existe la posibilidad objetiva de la conciencia,
significan gradaciones en la distancia entre la conciencia de
clase psicológica y el conocimiento adecuado de la situación
total. Estas gradaciones no pueden ya reducirse a causas
económico-sociales. X a teoría objetiva^ de la conciencia de
_clase es la teoría de su posibilidad objetiva. Desgraciadaméii-
te7"ño está prácticamente estudiado el alcance de la estrati
ficación de problemas y la estratificación de los intereses
económicos dentro del proletariado, problemática cuyo estu
dio llevaría sin duda a resultados muy importantes. Por
profunda que fuera la sistemática típica de las estratifica
ciones en el proletariado' y en los problemas de la lucha de
clases, siempre se presentaría en ella la cuestión de la reali
zación efectiva de la posibilidad objetiva de la conciencia
de cíase. Mientras que en otras épocas esta cuestión no se
planteaba más que para individuos extraordinarios (piénsese
en la previsión, nada utópica, del problema de la dictadura
en la obra de Marx), hoy día se ha convertido en un pro
blema real y actual para toda la clase: el problema de la
transformación interna del proletariado, de su desarrollo
hasta el estadio correspondiente a su propia misión histórica
objetiva. Una crisis ideológica cuya solución posibilitará
finalmente la solución práctica de la crisis económica mun
dial.
Acerca de la longitud del camino que el proletariado tie
ne que recorrer ideológicamente, sería muy peligroso hacerse
ilusiones. Pero no menos lo sería subestimar las fuerzas que
en el seno mismo del proletariado actúan en el sentido de
la superación ideológica del capitalismo. El mero hecho
de que toda revolución proletaria produzca el órgano de
lucha del proletariado entero, capaz de desarrollarse hasta
ser órgano estatal, el consejo obrero, y de que lo produzca
de un modo cada vez más radical y consciente, es, por ejem
plo, una señal de que la conciencia de clase del proletariado
se encuentra en este punto en situación de superar victo
riosamente la naturaleza burguesa de su capa dirigente.
El consejo obrero revolucionario, que nunca debe con
229
fundirse con sus caricaturas oportunistas, es una de las for
mas por las cuales ha-luchado incesantemente la conciencia
de la clase proletaria desde su nacimiento. La existencia y el
constante desarrollo de ese órgano muestran que el proleta
riado se encuentra ya en el umbral de su propia conciencia
y, con ello, en el umbral de la victoria. Pues el consejo obrero
es la superación político-económica de la cosificación capi
talista. Del mismo modo que en la fase posterior a la dic
tadura ha de superar la división burguesa entre la legisla
ción, la administración y la jurisprudencia, así también está
llamado, ya: en la lucha por el poder, a superar la disper
sión espacio-temporal del proletariado y a poner la econo
mía y la política en la unidad verdadera de la acción prole
taria, contribuyendo de este modo a ' conciliar la escisión
dialéctica entre él interés inmediato y el objetivo último.
Por todo eso no hay que ignorar nunca la distancia que
separa el estado de conciencia de los trabajadores, incluso
de los más revolucionarios, dé la verdadera conciencia de
clase- del proletariado. Pero este hecho se explica cJ mismo
por la doctrina marxista de la lucha . de clases y la con
ciencia de clase. El proletariado se realiza a sí mismo al
suprimirse y superarse, al combatir hasta el final su lucha
de clase y producir así ¡a sociedad sin clases. La lucha por
esa sociedad, mera fase de la cuál es incluso la dictadura
del proletariado, no es sólo uña lucha con el enemigo exter
no, con la burguesía, sino también y al mismo tiempo una
lucha del proletariado consigo mismo; con- los efectos des
tructores y humillantes del sistema capitalista en su con
ciencia de clase. El proletariado no conseguirá «bu victoria
real más que cuando haya superado esos efectos en sí mismo.
La separación de los diversos terrenos que deberían estar
unidos, los diversos •estadios de la conciencia alcanzados
por el proletariado hasta ahora en los diversos terrenos de
su lucha, son un termómetro exacto de lo que ya ha con
seguido y de. lo que aún tiene que conseguir. El proletariado
no puede ahorrarse ninguna autocrítica, pues sólo la verdad
puede aportarle la victoria: la, autocrítica ha de ser, por lo
tanto, su elemento vital.-
230
E L CAMBIO FUNCIONAL DEL MATERIALISMO HISTÓllICIO
231
expresión intelectual de la situación económica objetiva. En
este sentido se lleva a concepto el resultado decisivo del ma
terialismo histórico, el hecho de que la totalidad y las fuer
zas motoras del capitalismo no pueden captarse con 1¡ii
categorías groseras, abstractas, ahistóricas y externas de la
ciencia de la clase burguesa. Así, pues, el materialismo his
tórico es por de pronto una teoría de la sociedad burguesa
y de su estructura económica.
II
»-
ANTONIO GRAMSCI
233
tado y puede volver a Italia, gracias a la inmunidad /un
lamentaría.
Desde su posición de diputado, Gramsci combate ditm
■mente al f ascismo y se enfrenta a Mussolini. Durante el año de
1926 la presión fascista se hace insostenible, y la persern
ción a todas las organizaciones populares hace prácticamni
te imposible el desarrollo de la actividad política en Italia.
A pesar -de la situación, Gramsci se niega a partir al exilio
'y el 6 de noviembre de 1926, violando todas las garantías de
la inmunidad parlamentaria, Gramsci es detenido y enviado
ef prisión.
En mayo de 1928 se lleva a cabo el juicio contra Grámv i
y es condenado a veinte años de prisión. La parodia ríe
juicio será clausurada con la tristemente célebre- sentencia
del fiscal, que refiriéndose a Gramsci dice: “Hemos de im
pedir durante veinte años que este cerebro funcione’’.
Gramsci pasará el resto de su vida en prisión. Durante
los once años de cautiverio seguiría escribiendo incansable
mente, a pesar de las terribles condiciones dé la cárcel y tic
su salud cada vez más deteriorada. En noviembre de 1932,
la celebración de los diez años de fascismo reduce la pena
de Gramsci a doce años: Terriblemente enfermo, padecien
do de insomnios, trastornos digestivos, tuberculosis, mal de
Pott, arterioesclerosis, es trasladado en octubre de 1933 ti
la enfermería de la cárcel de Civitavecckia: El 21 de abril
de 1937 ' Gramsci cumple su condena y seis días después
muere.
La amplísima obra de Gramsci, se puede dividir en das
partes fundamentales : a) el conjunto de artículos y ensayos
escritos en los años previos a su encarcelamiento, en los pe
riódicos: Avanti, II Grido del Popoló,' L’Ordine Nuovo,
L’Unitá, y Stato Operaio y b) los escritos de la prisión,
publicados por primera vez en italiano entre 194-8 y 1951,
por la editorial Einaudi bajo el título de Quademi dei car-
cere. Los Cuadernos de la cárcel constituyen ún total de
4 000 cuartillas mecanografiadas ' (aproximadamente 2 848
págirws) reunidas por los editores en 32 cuadernos.
En los Cuadernos de la céac.e\, Grcirnsci se dedica princi-
palmehfe'a desarrollar una nueva teoría marxista aplicable
a la.s cóndiéídnes 'iel capitalismo avanzado. Los Cuadernos
tocan gran cantidad de temas, entre los que cabe destacar:
234
"historia italiana”, "educación”, "cultura”, "filosofía”, "el
■papel de los intelectuales” , "la teoría del estado”, etcétera.
La obra de Antonio Gramsci que citamos a continua
ción, corresponde a la que ha sido traducida al español. Hay
■que dejar en claro, que los títulos de muchas de ellos no
fueron puestos por Gramsci, sino por los recopiladores o las
editoriales que emprendieron la tarea de publicarlas: Cartas
desde la cárcel; Notas sobre Maquiavelo, sobre política y
sobre elestado moderno; Los intelectuales y la organización
de la cultura; El materialismo histórico y la filosofía de
Benedetto Croce; Literatura y vida nacional; El “Risorgi-
mento”; Cultura y literatura (selección); Introducción a la
filosofía de lá praxis (selección); La política y el estado mo
derno (selección); La formación de los intelectuales; Ma
quiavelo y Leriin; Literatura y cultura popular; Pasado y
presenté.
235
conducta exista contradicción? ¿Cuál será, entonces, la verda
dera concepción del mundo: la afirmada lógicamente coma
hecho intelectual o la que resulta de la real actividad de cada
cual, que se halla implícita en su obrar? Puesto que el
obrar es siempre un obrar político, ¿no puede decirse que
la filosofía real de cada cual se halla toda contenida en su
política? Este contraste entre el pensar y el obrar, esto es,
la coexistencia de dos concepciones del mundo, una afir
mada en palabras y la otra manifestándose, en el obrar mis
mo, no se debe siempre a la mala fe. La mala fe puede ser
una explicación satisfactoria para algunos individuos singu
larmente considerados, o también para grupos más o menos
numerosos, pero no es satisfactoria cuando el contraste se
verifica en las manifestaciones de la vida de las amplias
masas; en tal caso dicho contraste sólo puede ser la expre
sión de contradicciones más profundas de orden histórico
social. Significa ello que un grupo social tiene su propia
concepción del mundo, aunque embrionaria que se mani
fiesta en la acción, y que cuando irregular y ocasionalmente
—es decir, cuando se mueve como un todo orgánico--, por
razones de sumisión y subordinación intelectual, toma en
préstamo una concepción que no es la suya, una concepción
de otro grupo social, la afirma de palabra y cree seguirla,
es porque la sigue en “tiempos normales”, es decir, cuando
la conducta no es independiente y autónoma, sino precisa
mente sometida y subordinada. He ahí también por qué no
_sje puede separar la filosofía de la~política, y por qué se puede
demostrar, al contrario, que la elección de la concegción del
mundo es también un acto..político, r
Es preciso, por consiguiente, explicar por qué sucede que
en cada época coexisten muchos sistemas y corrientes filo
sóficas; cómo nacen, cómo se difunden, por qué la difusión
sigue ciertas líneas de ruptura y ciertas direcciones, etc.
Esto nos muestra cuán necesario es sistematizar crítica y
coherentemente nuestras intuiciones del mundo y de la
vida, fijando con exactitud lo que debe entenderse por
“sistema”, a fin de que no sea comprendido en el sentido
pedantesco y profesoral de la palabra. Pero esta elabora
ción sólo puede y debe ser hecha en el cuadro de la his
toria de la filosofía, que muestra qué elaboración ha su
frido el pensamiento en el curso de los siglos y qué esfueizo
236
colcetivo ha costado nuestro actual modo de pensar, que
resume y compendia toda la historia pasada, incluso en
sus errores y delirios, que no por haber sido cometidos en el
pasado, cuando eran correctos, tienen por que ser reprodu
cidos en el presente, cuando no son necesariamente correctos.
¿Qué idea se hace el pueblo de la filosofía? Se la puede
reconstruir a través de los modos de decir del lenguaje co
mún, Uno de los más difundidos es aquel de “tomar las cosas
con filosofía” que, una vez analizado, no tiene por qué ser
rechazado totalmente. Es cierto que se contiene en él una
implícita invitación a la resignación y a la paciencia; pero,
a lo que parece, el punto más importante es su invitación a
la reflexión, a_tomar conciencia de que lo que sucede es en
él Tondo racional y que como tal es preciso encararlo, con
centrando [as fuerzas racionales y no dejándose arrastrar
por los impulsos instintivos y violentos. Se podrían reagru-
par estos modos de decir populares junto á las expresiones
similares de escritores de carácter popular —tomándolas de
los grandes vocabularios—, de las que forman parte los tér
minos “filosofía” y “filosóficamente”, y se podrá ver que
éstas tienen un significado muy preciso, de superación de
las pasiones bestiales y elementales, en una concepción de la
necesidad que da al obrar una dirección consciente. Este es
el núcleo sano del sentido común, lo que podría llamarse el
buen sentido y que merece ser desarrollado y convertido en
cosa unitaria y coherente. Así aparece claro por qué no es
posible separar lo que se llama “filosofía científica” de la
filosofía “vulgar popular”, que es sólo un conjunto disgrega
do de Idéás V opiniones.
Perq en este punto se plantea el problema fundamental
de toda concepción del mundo, de toda filosofía que se haya
convertido en una “religión”, una “fe” ; es decir, que haya
producido una actividad práctica y una voluntad, y que
esté contenida en éstas como “premisa” teórica implícita
(una “ideología”, se podría decir, si al término ideología se
le diera el significado más alto de concepción del mundo
que se manifiesta implícitamente en el arte, en el derecho,
en la actividad económica, en todas las manifestaciones de
la vida individual y colectiva); esto es, el problema de con
servar la unidad ideológica de todo el bloque social, que
precisamente es cimentado y unificado por esta ideología. La
fuerza de las religiones, y especialmente de la iglesia cató
lica, ha consistido y consiste en que ellas sienten enérgica
mente la necesidad de la unión doctrinaria de toda la masa
“religiosa” y luchan para que los estratos intelectualmentr
superiores no se separen de los inferiores. La iglesia romana
ha sido siempre la más tenaz en la lucha por impedir que
se formen “oficialmente” dos religiones: la de los “intelec
tuales” y la de las “almas simples”. Esta lucha no ha trans
currido sin grandes inconvenientes para la iglesia misma;
pero tales inconvenientes están unidos al proceso histórico
que transforma toda la sociedad civil y que contiene en blo-
' que una crítica corrosiva de las religiones. Por lo mismo,
resulta mucho más la capacidad organizativa del clero en
la esfera de la cultura, y la relación abstractamente racional
y justa que la iglesia en su ámbito há sabido establecer entre
intelectuales y simples. Los jesuitas han sido, indudable
mente, los mayores artífices de este equilibrio, y para con
servarlo han impreso a la iglesia un movimiento progresista
que tiende a dar ciertas satisfacciones a las exigencias de
la ciencia y de la filosofía, pero con ritmo tan lento y
metódico que las mutaciones no han sido. percibidas por la
masa de los simples, si bien aparecen como “revolucionarias”
y demagógicas ante los “integralistas”.
Una de las mayores debilidades de las filosofías, inma-
nentistas en general consiste precisamente en no haber sabido
crear una unidad ideológica entre lo bajo y lo alto, entre
los “simples” y los intelectuales, En la historia de la civili
zación occidental el hecho se ha verificado, en escala euro
pea, con el fracaso. inmediato del Renacimiento, y también,
en parle, de la Reforma, en. comparación con la iglesia' ca
tólica. Esta debilidad se manifiesta en la cuestión escolástica,
en cuánto partiendo de las filosofías irnnanentistas no se ha
intentado siquiera construir una concepción que pudiera
sustituir la religión en la educación infantil; de ahí el sofis
ma seudohistórico por el cual pedagogos no religiosos (acon
fesionales) y en realidad ateos, permiten la enseñanza de la
religión porque la religión es la filosofía de la infancia de
la humanidad que se renueva^ en cada infancia no metafó
rica. El idealismo se ha mostrado también adverso a los
movimientos culturales de “ir hacia el pueblo”, que se ma-
238
nifiestan en las llamadas universidades populares e institu
ciones similares, y no sólo por sus aspectos negativos, poique
en tal caso sólo habría tenido que tratar de hacer algo
mejor. Sin embargo, estos movimientos eran dignos de inte
rés y merecían ser estudiados; tuvieron éxito, en el sentido
de que demostraron, de parte de los “simples”, un entusias
mo sincero y una fuerte voluntad de elevarse hacia una forma
superior de cultura y de concepción del mundo. Carecían,
sin embargo, de toda organicidad de pensamiento filosófico
o de solidez y centralización cultural; se tenía la impresión
de que se parecían a los primeros contactos entre los mer
caderes ingleses y los negros de África, en los que se entre
gaban mercancías de pacotilla por pepitas de oro. Por otra
parte, la organicidad de pensamiento y la solidez cultural
podían lograrse solamente si entre los intelectuales y los sim
ples hubiera existido la misma unidad que debe darse entre
la teoría y la práctica, si los intelectuales hubiesen sido in
telectuales orgánicamente pertenecientes a esas masas, si
hubiesen elaborado y dado coherencia a los principios y pro
blemas que éstas planteaban con su actividad, constituyendo
así un bloque cultural y social. Tratábase, pues, de la misma
cuestión señalada: un movimiento filosófico es tal cuando se
aplica a desarrollar una cultura filosófica para grupos res
tringidos de intelectuales o, al contrario, sólo es tal cuando,
en el trabajo de elaboración de un pensamiento superior al
sentido común y científicamente coherente, no se olvida ja
más de mantener el contacto con los “simples”, y antes bien,
halla en dicho contacto la fuente de los problemas que es
tudiar y resolver. Sólo mediante este contacto una filosofía
deviene “histórica”, se depura de los elementos intelectua-
listas de naturaleza individual y se hace “vida”.1
239
Una filosofía de la praxis sólo puede presentarse inicial
mente en actitud polémica y crítica, como superación del
modo de pensar precedente y del pensamiento concreto
existente (o del mundo cultural existente). Es decir, sobre
todo, como crítica del “sentido común” (luego de haberse
basado en el sentido común para demostrar que “todos” son
filósofos y que no se trata de introducir ex novo una cien
cia en la vida individual de “todos”, sino de innovar y tor
nar “crítica” una actividad ya existente) y luego de la filo
sofía de los intelectuales que ha dado lugar a la historia de la
filosofía y que, en cuanto individual (y, en rigor, de desarrollo
esencial en la actividad de algunos individuos particularmen
te dotados), puede considerarse como la “cumbre” del pro
greso del sentido común, por lo menos del sentido común
de los estratos más cultos de la sociedad y, a través de éstos,
también del sentido común popular. He aquí por qué una
introducción al estudio de la filosofía debe exponer sintéti
camente los problemas nacidos del proceso dé desarrollo de
la cultura general, que se refleja sólo parcialmente en la
historia de la filosofía y que, a pesar de ello, en ausencia
de una historia del sentido común (imposible de construir
por falta de material documental), sigue siendo la fuente
máxima de referencia para criticarlos, demostrar su valor
real (si aún lo tienen) o el significado que han tenido como
anillos superados de una cadena, y para fijar los nuevos
problemas actuales o la ubicación actual de los viejos pro
blemas.
La relación entre filosofía "superior” y sentido común
está asegurada por la “política”,, así como, está asegurada por
la política la relación entre el catolicismo de los intelectuales
y el 3é los'“simples” . Las diferéncias existeiites entre ambos
casos son, sin embargo, fundamentales. El hecho de que la
iglesia deba afrontar el problema de los “simples” significa,
en verdad, que ha habido ruptura en la comunidad de los
“fieles”, ruptura que no puede ser eliminada elevando a los
“simples” al nivel de los intelectuales (tampoco se propone
la iglesia este objetivo, ideal y económicamente despropor
cionado a sus fuerzas actuales), sino ejerciendo una disci-
240
plina de hierro. sobre los intelectuales a fin de que no pasen
de ciertos límites en la distinción y no la tomen catastrófica
e irreparable. En el pasado estas “rupturas” en la comuni
dad de los fieles eran' remediadas por fuertes movimientos de
masas que determinaban, o se resolvían en la formación
de nuevas órdenes religiosas en tomo a fuertes personalida
des (Domingo, Francisco),2
- Pero la Contrarreforma esterilizó este pulular de fuer
zas populares. La Compañía de Jesús es la última gran orden
religiosa de origen reaccionario y autoritario, con carácter
represivo y “diplomático”, que señaló con su nacimiento el
endurecimiento del organismo católico. Las nuevas órdenes
aparecidas después tienen escasísimo significado “religioso”
y un gran significado “disciplinario” sobre la masa de los
fieles;. son ramificaciones y tentáculos de la Compañía de
Jesús, o se convirtieron en tales, instrumentos de “resisten
cia” para conservar las posiciones políticas adquiridas, no
fuerzas renovadoras y de desarrollo. El catolicismo se ha
convertido en “jesuitismo”. El modernismo no creó órdenes
religÍQ5as,_si.no un partido jo o lític o la democraaá 'cfistiáñá.2
La posición de la filosofía de la praxis es., antitética. a la
católica: Ja filosofía de.la praxis no tiende a mantener a_los
“simples” en su filosofía primitiva del.sentido coinún, sino, al
¿oñtrano,. a conducirlos^ hacia una concepción superior de
la vida. Se afirma la exigencia del contacto entre intelec
tuales y simples, no para limitar, la actividad científica y
mantener la unidad al bajo nivel de las masas, sino para
construir un bloque intelectual-moral que haga posible un
241
progreso intelectual de masas y no sólo para pocos grupo*
intelectuales.
El hombre activo, de masa, obra prácticamente, pero n»
tiene clara conciencia teórica dé su obrar, que sin embaiy/i
es un conocimiento del mundo en cuanto lo transform a. Su
conciencia teórica .puede estar, históricamente, incluso on
contradicción con su obrar. Casi se puede decir que tiene
dos conciencias teóricas (o una conciencia contradictoria) :
una implícita en su obrar y que realmente lo une a todos
sus colaboradores en la transformación práctica de la reali
dad; y otra superficialmente explícita o verbal, que lia
heredado del pasado y acogido sin crítica. Sin embargo,
esta conciencia “verbal” no carece de consecuencias: unifica
a un grupo social determinado, influye sobre la conducta
inoral, sobre la dirección de la voluntad, de manera más o
menos enérgica, que puede llegar hasta uil punto en que la
contradicción de la conciencia no permita acción alguna,
ninguna decisión, ninguna elección y produzca un estado
de pasividad moral y política. La comprensión crítica de sí
misma se logra a través de una lucha de “hegemonías” po
líticas, de direcciones contrastantes; primero en el campo de
la ética, luego en el dé la política, para arribar finalmente a
una elaboración superior de la propia concepción de la reali
dad. La conciencia de formar parte de una. determinada
fuerza hegeinónica (esto es, la conciencia política) es la
primera fase para una ulterior y progresiva , autocqnciencia,
en la cual teoría y práctica se unen finalmente. Pero la uni-
.dad de la teoría y de la práctica no es, de ninguna máriera,
algo mecánicamente dado, sino un devenir histórico, que
tiene su fase elemental y primitiva en el sentido de “distin
ción”, de “separación”, de independencia instintiva, y que
progresa hasta la posesión real y completa de una concep
ción del mundo coherente y unitaria. He aquí por qué es
necesario poner de relieve que el desarrollo político del
concepto de hegemonía representa un gran progreso filosó
fico, además de un progreso político práctico, porque nece
sariamente implica y supone una unidad intelectual y una
ética conforme a una concepción de la realidad que ha su
perado el sentido común y se ha tomado crítica, aunque
sólo sea dentro de límites estrechos.
Sin embargo, en los más recientes desarrollos de la filo
242
sofía de la praxis la profundización del concepto de unidad
entre la teoría y la práctica se halla aún en su fase inicial;
quedan .todavía residuos de mecanicismo, puesto que se
habla d e ja , teoría como “complemento”, como “accesorio”
de la práctica, de la teoría como sierva de la práctica, parece
correcto_que .también ..este problema,deba ser ubicado his-
Jóricarnente, es decir, como un aspecto del problema práctico
dejos intelectuales. Autoconciencia crítica significa, histórica
y políticamente, la creación de una élite de intelectuales;
una masa humana no se “distingue” y no se toma indepen
diente per se, sin organizarse (en sentido lato), y no hay
organización sin intelectuales, o sea, sin organizadores y di
rigentes, es decir sin que el aspecto teórico del nexo teoría-
práctica. se distinga concretamente en una capa de personas
“especializadas" en la elaboración conceptual y filosófica.
Pero este proceso de creación de intelectuales es largo, difícil,
lleno de contradicciones, de avances y retrocesos, desbandes y
reagrupamientos, y en él la “fidelidad” de las masas (y la
fidelidad y la disciplina son inicialmente la forma que asume
la adhesión de la masa y su colaboración al desarrollo de
todo fenómeno cultural) es puesta a dura prueba. El proce
so de desarrollo está vinculado a una dialéctica intelectüáles-
málaj JTHísiraib~de"'Iós-in telectu al es se desarrolla cuantitativa
y cualitativamente; pero todo salto a una nueva “ampli
tud” y complejidad del estrato de los intelectuales está ligado
a un movimiento análogo de la masa de los simples que se
eleva hacia niveles superiores de cultura y amplía simultá
neamente su esfera de influencia, entre eminencias indivi
duales o grupos más o menos importantes en el estrato de los
intelectuales especializados. Sin embargo en el proceso se
repiten continuamente momentos en los cuales se produce,
entre masa e intelectuales (o entre algunos de ellos; o entre
grupos de ellos) una separación, una pérdida de contacto. De
ahí :1a impresión de “accesorio”, de complementario, de subor
dinado. Insistir sobre el elemento “práctica” del nexo teoría-
práctica, luego de haber escindido, separado y no sólo distin
guido ambos elementos (operación meramente mecánica y
convencional), significa que se atraviesa u n a fase histórica re
lativamente primitiva, una fase aún económico- corporativa, en
la cual se transforma cuantitativamente el cuadro general
de la “estructura”, y la cualidad-superestructura está en vías
de surgir, aunque, no está todavía orgánicamente foraiadii.
Hay que^destacar_la impqrtánqj^y_.el_significado que tienen,
erTeT" mundo moderno, los partidos políticos, para la elabo
ración y la difusión de las concepciones del’mundo, en cuanto
elaboran la ética y la política' confórme a las. mismas, as
' decir, funcionan como “experimentadores” de- dichas ..con
cepciones. Los partidos^.&eleccionan individualmenteula njasa
actuante, y láTíelécción se produce conjuntamente en el carri-
'ptí~ práctico' y ' e n 'é l teóricOj . con ' una relación tanto m¡ís
estrecha éntre teoría y práctica cuanto más radicalmente
innovadora y.antagónica.de los viejos modos de pensamiento
es la concepción. Por ello se puede decir que los partidos
son los elaboradores de las nuevas intelectualidades integra
les y totalitarias, esto, es, el crisol dé la unificación de teoría
y práctica, entendida como proceso histórico real; y se
comprende que su formación sea necesaria a través de la
adhesión individual y no al modo "laborista”, puesto'que
si se trata de dirigir orgánicamente a “toda la masa econó
micamente activa”, ello no debe hacerse- según viejos esque
mas, sino innovando, y la' innovación no puede ser de masas,
en sus primeros estadios sino por intermedio de una élite en
la cual la concepción implícita en la actividad humana se
haya convertido, en cierta medida, en conciencia actual,
coherente y sistemática, y en voluntad precisa y decidida.
Es posible estudiar una de estas fases en lá discusión a
través de la cual se verificaron los más recientes desarrollos
de la filosofía de la praxis, discusión resumida en iin artícu
lo de D. S. Mirski, colaborador de Cultura* Puede verse
cómo se ha producido-el paso de una concepciórf mecani-
cista y puramente exterior a una concepción activista, que
se acerca más, como se ha observado, a una justa compren
sión de la unidad entre teoría y práctica, aun cuando no
haya captado todavía todo el significado sintético. Se puede
observar que el elemento determinista,.;fatalista, mecanicista,
ha sido un “aroma” ideológico inmediato de la filosofía de
la praxis, una forma de religión y de excitante (al modo
de los estupefacientes), pero necesaria, y justificada históri-
* Alude probablemente al artículo de D. S. Mirski, Demakrcilic
und Partci im Bolschewismus, en la selección Demokratie und Partei,
preparada por P. R. Rhoden, Viena, 1932, de la cual habla Giaeser,
Bibliografía fascista, 1933. ( n . de la e ).
244
crimen te por el carácter “subalterno” de determinados estra
tos sociales.
Cuando no se tiene la iniciativa en la lucha, y cuando. Ja
lucha misma termina por identificarse con una serie de derro
tas, el deterninismo mecánico se convierte en una fuerza
formidable de resistencia moral, de cohesión, de perseve
rancia paciente y obstinada. “He sido vencido momentánea
mente, pero la fuerza de las cosas trabaja para mí y a la
larga... ”, etc. La voluntad real se disfraza de acto de fe en
cierta racionalidad de la historia, en una forma empírica y
primitiva de finalismo apasionado, que aparece como un
sustituto de predestinación, de la providencia, etc., de las reli
giones confesionales. Es necesario insistir en el hecho de que
aun en ese caso existe realmente una fuerte actividad voli
tiva, una intervención directa sobre la “fuerza de las cosas”,
pero de manera implícita, velada, que se avergüenza de sí
misma, y por lo tanto, la conciencia es contradictoria, carece
de unidad crítica, etc. Pero cuando el “subalterno” se torna
dirigente y responsable de la Actividad económica dé .masas,
el mecanicismo aparece en cierto momento como un peligro
inminente, y se produce una revisión de toda la manera de
pensar porque ha ocurrido un cambio en el modo social de
ser. Los límites y el dominio de la “fuerza de las cosas” son
restringidos. ¿ Por qué? Porque, en el fondo, si el subalterno
era ayer una cosa, hoy ya no lo es; hoy es una persona histó
rica, un protagonista; sí ayer era irresponsable porque era
“resistente” a una voluntad extraña, hoy se siente responsa
ble porque ya no es resistente, sino operante y necesaria
mente activo y emprendedor. Pero incluso ayer, ¿fue sola
mente mera “resistencia”, mera “cosa”, mera “irresponsa
bilidad”? Ciertamente, no. Al contrario, es menester poner
de. relieve que el fatalismo no es sino la. forma en que los
débiles se revisten de una voluntad activa y real. He ahí
por qué es necesario, siempre, demostrar la futilidad ■del de-
terminismo mecánico, el cual, explicable como filosofía in
genua de la masa y, sólo como tal,' elemento intrínseco de
fuerza, cuando es elevado a la filosofía reflexiva y coherente
por los intelectuales, se convierte en causa de pasividad, de
imbécil autosuficiencia, y ello sin esperar que el subalterno
haya llegado a ser dirigente y responsable. U n a parte de la
masa, aunque subalterna es siempre dirigente v responsable,
245
y la filosofía de la parte precede siempre a la filosofía del
todo, no sólo como anticipación teórica, sino como necesi
dad actual.
Que la concepción mecanicista ha sido una religión ¡de
subalternos, surge de un análisis del desarrollo de la reli
gión cristiana, que en cierto período histórico y en condicio
nes históricas determinadas ha sido y continúa siendo una
“necesidad”, una forma necesaria de la voluntad de las masas
populares, una forma determinada de racionalidad del m un
do y de la vida, que señaló los cuadros generales para la
actividad práctica real. En este pasaje de un artículo de la
“Civiltá Cattolica” {Individualismo pagano c individualismo
cristiano, fase, del 5 de marzo de 1932) me parece bien ex
presada la mencionada función del cristianismo: “La fe en
un porvenir seguro, en la inmortalidad del alma destinada :t
la beatitud, en la seguridad de poder llegar al goce eterno,
fue el resorte de propulsión hacia un trabajo de intensa
perfección interna y de elevación espiritual. El verdadero in
dividualismo cristiano ha hallado aquí el impulso para sus
victorias. Todas las fuerzas del cristiano fueron concentradas
alrededor de este noble fin. Liberado de las fluctuaciones
especulativas que arrojaban el alma a la duda, e iluminado
por principios inmortales, el hombre sintió renacer las espe
ranzas; seguro de que una fuerza superior lo apuntalaba en
la lucha contra el mal, se hizo violencia a sí mismo y venció
al mundo.” Pero en este caso se trata del cristianismo inge
nuo, no del cristianismo jesuitizado, convertido en un puro
narcótico para las masas populares.
Pero la posición del calvinismo, con su férrea^ concep
ción de la predestinación y de la gracia que determina una
vasta expansión del espíritu de iniciativa (o se convierte en
una forma de este movimiento), es aún más expresiva y sig
nificativa.5
¿Por qué y cómo se difunden, y llegan a ser populares,
las nuevas concepciones del mundo? En este proceso de
difusión (que es, al mismo tiempo, de sustitución de lo6
246
viejo y, muy a menudo, de combinación entre lo nuevo y
lo viejo) influyen (¿cómo y en qué medida?) la forma racio
nal mediante la cual la nueva concepción es expuesta y
presentada, la autoridad del expositor (en cuanto sea reco
nocida y apreciada, por lo menos genéricamente), el perte
necer a la misma organización de quien sostiene la nueva
concepción (pero luego de haber entrado en la organiza
ción por un motivo que no es el de participar de la nueva
concepción). Estos elementos, en realidad, varían según el
grupo social de que se trate y del nivel del mismo. Pero
la investigación interesa especialmente en lo que respecta a
las masas populares, que cambian de concepciones más
difícilmente y que, en todo caso, no las aceptan jamás en
la forma “pura”, por , decirlo así, sino siempre y solamente
como combinación más o menos heteróclita y abigarrada.
La forma racional, lógicamente coherente; la amplitud del
razonamiento que no descuida ningún argumento positivo
o negativo de cierto peso, tiene su importancia, pero están
lejos de ser decisivas; pueden ser decisivas de manera subor
dinada, cuando determinada persona se halla ya en crisis
intelectual y vacila entre lo viejo y lo nuevo, ha perdido la
fe en lo viejo sin decidirse todavía por lo nuevo, etcétera.
Lo mismo puede decirse de la autoridad de los pensa
dores y científicos. Ella es muy grande en el pueblo. Pero,
en rigor, cada concepción del mundo tiene sus pensadores
y científicos que poner por delante, y la autoridad se halla
dividida. Por otra parte es posible, para cada pensador, dis
tinguir, poner en duda que haya dicho las cosas en deter
minado •sentido, etc. Se puede concluir que el proceso de
difusión de las nuevas concepciones se realiza por razones
políticas, es decir, en última instancia, sociales; pero que el
elemento autoritario y el organizativo tienen en este proceso
una función muy grande, inmediatamente después de pro
ducida la orientación general, tanto en los individuos romo
en los grupos numerosos. De allí se concluye, sin embargo,
que las masas, en cuanto tales, sólo pueden vivir la filosofía
como una fe. Es de imaginarse, por otra parte, la posición
intelectual de un hombre del pueblo: se ha formado opi
niones, convicciones, criterios de discriminación y normas de
conducta. Cada sostenedor de un punto d e vista opuesto al
suyo, en cuanto es intelectualmente superior, sabe argumen
247
tar sus razones mejor que él, y, lógicamente, lo derrota en
la discusión. ¿Debe, por ello, cambiar de convicciones el
hombre del pueblo? ¿Y por el hecho de que en la discusión
inmediata no sabe hacerlas valer? Si así fuese, eso debería
sucederle una vez por día, cada vez que enfrentase a un
adversario ideológico intelectualmente superior. ¿Sobre qui';
elementos se funda, entonces, su filosofía, y especialmente su
filosofía en la forma que tiene para él la mayor importancia
como norma de conducta? El elemento más importante tie
ne, indudablemente, carácter no racional, de fe. Pero ¿en
quién y en qué cosa? Especialmente en el grupo social al
cual pertenece, en cuanto piensa las cosas difusamente como
éste: el hombre del pueblo piensa que entre tanta gente no
puede equivocarse de raíz, como el adversario argumentador
quería hacerle creer; que él mismo, es cierto, no es capaz de
sostener y desarrollar las propias razones como el adversario
las suyas, pero en su grupo hay quien lo sabe hacer incluso
mejor que ese adversario determinado, y él recuerda haberlo
oído exponer las razones de su fe, detenida y coherentemen
te, de tal manera que le ha convencido. No recuerda las ra
zones en concreto y no sabría repetirlas, pero sabe que
existen porque las ha oído exponer y le han convencido. El
haber sido convencido una vez de manera fulgurante es la
razón permanente de la persistencia de la convicción aun
cuando no la sepa argumentar.
Pero estas consideraciones conducen a la conclusión de
una ■extrema labilidad de las nuevas convicciones dé las
masas populares, especialmente cuándo estas nuevas convic
ciones contrastan con las convicciones (también nuevas)
ortodoxas, socialmente conformistas según los intereses de las
clases dominantes. Esto se puede ver cuando se reflexiona
sobre la fortuna de las religiones, y las iglesias. La religión o
una determinada iglesia mantiene su comunidad de fieles
(dentro de ciertos límites de las necesidades del desarrollo
histórico general) en la medida en que mantiene permanen
te y organizadamente la fe, repitiendo la apologética, infati
gablemente, luchando siempre y en cada momento con argu
mentos similares, y manteniendo una jerarquía de intelectua
les que den a la fe, por lo menos una apariencia de dignidad
de pensamiento. Cada vez que la continuidad de las relacio
nes entre la iglesia y los fieles se interrumpe violentamente
248
por razones políticas, como aconteció durante la revolución
francesa, las pérdidas sufridas por la iglesia resultan incalcu
lables; y si las condiciones de difícil ejercicio de las prácti
cas acostumbradas se hubiesen prolongado más allá de cier
tos límites de tiempo, existen todas las razones para pensar
que tales pérdidas habrían sido definitivas, y una nueva re
ligión habría surgido,. como por otra parte, surgió en Fran
cia, en combinación con el viejo catolicismo. De allí se
deducen determinadas necesidades para cada movimiento
cultural que tienda a sustituir al sentido común y las viejas
concepciones del mundo en general: 1) no cansarse jamás
de repetir los argumentos (variando literariamente la for
ma) : la repetición es el medio didáctico más eficaz para
obrar sobre la mentalidad popular; 2) trabajar sin cesar
para elevar intelectualmente a más vastos estratos populares,
esto es, para dar personalidad al amorfo elemento de masa,
cosa que significa trabajar para suscitar élites de intelectuales
de un tipo nuevo, que surjan directamente de la masa y
que permanezcan en contacto con ella, para llegar a ser las
“ballenas de corsé”.0
Esta segunda necesidad, cuando es satisfecha es la aue
modifica realmente el “panorama ideológico” de una época.
Por lo demás estas élites no pueden constituirse y organizarse
sin que en su interior se verifique una jerarquizáción de auto
ridad y competencia intelectual, que puede culminar en un
gran filósofo individual, si éste es capaz de revivir concreta
mente las exigencias de la sólida comunidad ideológica, de
comprender que ésta no puede tener la rapidez de movimien
tos propios de un cerebro individual y, por lo tanto, logre
elaborar formalmente la doctrina colectiva de la manera más
adherente y adecuada al modo de ser colectivo.
Es evidente que una construcción de masas de tal género
no puede producirse “arbitrariamente”, en torno a una ideo
logía cualquiera por la voluntad formalmente constructiva de
una personalidad o de un grupo que se lo proponga por el fa
natismo dé sus convicciones filosóficas o religiosas. La adhe-
0 Gramsci quiere significar con dicha expresión, indudablemente,
que los intelectuales de nuevo tipo deben ser los sostenes ideológi
cos y organizativos de las masas. Preferimos traducirla literalmente
por no haber hallado un equivalente en castellano de la misma ex
presividad. (“Stecche del busto” ). (Al. del T .).
24-9
i
sión o no adhesión de masas a una ideologia es el modu
como se verifica la crítica real de la racionalidad e histori
cidad de los modos de pensar. Las construcciones arbitra
rias son más o menos rápidamente eliminadas de la com pe
tición histórica, aun cuando a veces, por una combinación
de circunstancias inmediatas favorables, alcanzan a gozar de
cierta popularidad, mientras que las construcciones que co
rresponden a las exigencias de un período complejo y orgá
nico terminan siempre por imponerse y prevalecer, aun
cuando atraviesan muchas fases intermedias durante las cua
les su afirmación se produce sólo en combinaciones más o
menos abigarradas y heteróclitas.
Estos desarrollos plantean muchos problemas, los más
importantes de los cuales se resumen en el modo y la calidad
de las relaciones entre los diversos estratos intelectualmente
calificados, es decir, la importancia y la función que debe
y puede tener el aporte creador de los grupos superiores, en
conexión con la capacidad orgánica de discusión y de desa
rrollo de nuevos conceptos críticos por parte de los estratos
intelectualmente subordinados. Se trata, por consiguiente, de
fijar los límites de la libertad de propaganda y de discusión,
libertad que no debe ser entendida en el sentido adminis
trativo y policial, sino en el sentido de autolimitación que los
dirigentes acuerdan a su propia actividad, o sea, en el sen
tido propio, la fijación de una orientación a la política cul
tural. En otras palabras: ¿quién fijará los “derechos de Ja
ciencia” y los límites de las investigaciones científicas? ¿Pue
den estos límites y estos derechos ser realmente fijados?
Parece necesario que el trabajo de investigación de nuevas
verdades y de mejores, más coherentes y claras formulacio
nes de las verdades mismas sea dejado a la libre iniciativa
de cada uno de los científicos, aunque estos vuelvan a poner
continuamente en discusión los principios que parecen más
esenciales. Por lo demás, no será difícil descubrir cuándo
tales iniciativas de discusión tienen motivos interesados y no
de carácter científico. Tampoco es imposible pensar que las
iniciativas individuales deben ser disciplinadas y ordenadas,
de tal suerte que pasen por la criba de las academias e ins
titutos culturales de diversos géneros, y sólo después de selec
cionadas sean hechas públicas, etcétera,
Sería interesante estudiar en concreto, para un país de
250
terminado, la organización cultural que mantiene en movi
miento el mundo ideológico y examinar su funcionamiento
práctico. Un estudio de la relación numérica existente entre
el personal que profesionalmente se dedica al trabajo cul
tural activo y la población de cada país, sería también útil
junto con un cálculo aproximativo de las fuerzas libres. La
escuela, en todos sus grados, y la iglesia son las dos mayores
organizaciones culturales de cada país, por la cantidad de
personal que ocupan. Los diarios, las revistas, la actividad
literaria y las instituciones escolares privadas, ya sea como
integrantes de la escuela del Estado o como instituciones de
cultura del tipo de las universidades populares. Otras profe
siones incorporan a su actividad especializada una fracción
cultural no indiferente,, como la de los médicos, oficiales del
ejército, magistratura. Pero es de notarse que en todos los
países, aun cuando en distinta medida, existe una gran frac
tura entre las masas populares y los grupos intelectuales, in
clusive los más numerosos y próximos a la periferia nacio
nal, como los maestros y los curas. Y ello ocurre porque, aun
cuando los gobernantes digan lo contrario, el Estado como
tal no tiene una concepción unitaria, coherente y homogénea,
por lo cual, los grupos intelectuales están disgregados entre
estrato y estrato y en la esfera del mismo estrato. Las uni
versidades, salvo en algunos países, no ejercen ninguna fun
ción unificadora; a menudo un pensador libre tiene más in
fluencia que toda la institución universitaria, etcétera.
A propósito de la función histórica desarrollada por la
concepción fatalista de la filosofía de la praxis, se podría
hacer su elogio fúnebre reivindicando su utilidad para un
período histórico, pero, justamente por ello, sosteniendo la
necesidad de sepultarla con todos los honores del caso. Se
podría parangonar realmente su función con la teoría de la
predestinación y de la gracia en los comienzos del mundo
moderno, teoría que posteriormente culminó con la filosofía
clásica alemana y con su concepción de la libertad como
conciencia de la necesidad. Fue sustituto popular del grito
“Dios lo quiere”, aun cuando en este plano primitivo y ele
mental fuera el comienzo de una concepción más moderna
y fecunda que la contenida en el “Dios quiere” o en la teo
ría de la gracia. ¿ Puede acaso ocurrir que “ formalmente”
una nueva concepción se presente con otro traje que el rústico
251
y confuso de la plebe? Y sin embargo, el historiador, coi»
toda la perspectiva necesaria, puede fijar y comprender (ju»
los comienzos de un mundo nuevo, siempre ásperos y pcdn1»
gosos, son superiores a la declinación de u n mundo d e agonía
y a su canto de cisne.
CONCEPTO DE IDEOLOGIA*
252
Se podrá ver, cuánta cautela real introdujo Marx en sus
investigaciones concretas, cautela que no podría hallar lugar
en las obras generales.1 Gon esta cautela se podrían agrupar,
como ejemplos,. los siguientes:
1) La dificultad de identificar en cada ocasión, estéti
camente (como una imagen fotográficamente instantánea),
la estructura; la política es, de hecho, en cada ocasión, el
reflejo-jdedas. tendencias’.,de, desarroirtf de la estructura, ten
dencias que no_ tienen por. ..qué realizarse necesariamente.
Una fase estructural sólo puede ser analizada y estudiada
concretamente después que ha superado todo su proceso de
desarrollo, no durante el proceso mismo, a no ser que se
trate, de hipótesis, y declarando explícitamente que se trata
de hipótesis. .
2) JDe ello se deduce que un determinado acto político
puede haber sido, un error de cálculo de parte de los diri
gentes de las clases dominantes, error que el desarrollo histó
rico, corrige y supera a través de las “crisis” parlamentarias
gubernativas de las clases dirigentes; el. materialismo histórico
mecánico no considera .'la posibiHdad^ererror, sino"que con*
Videra a todo acto político como determinado por la es-
tructura, inmediatamente, o sea, como reflejo de "una mo-
~3íficación real y permanente, (en el sentido dé adquirida)
3 T k . estructura. El principio del “error” es complejo:
puede tratarse ¡de ün impulso individual por cálculo erra
do, o también de una manifestación de las tentativas de
determ nados grup s o gmpitos, de asumir la; hegemonía en
el interior del agrupamient o dirigente, tentativas que pue
den fracasar.
3) No se tiene en cuenta suficientemente que muchos
actos políticos son debidos..a necesidadesintenja^iCcaí&cter.
"organizativo, estq_es, .ligadas a la.,necesidad de d a r coheren
cia a un~psTftido, a un grupo, ,a una sociedad. Ésto aparece
c la ro j por ejemplo, en la historia de la iglesia católica. Si a
ECONOM ÍA E IDEOLOGÍA*
254
de las ideas”, ha pasado a significar un detennin do “siste
ma de ideas”, puesto que, como es Ió ico, el proceso es fácil
de aprehender y de comprender.
Se puede afirmar que Freud es el último de los ideólo
gos y que De Man es un "ideólogo” ; por lo tanto resultaría
más'extraño el entusiasmo de Croce y los crocianos por De
Man, si no hubiese una justificación “práctica” de tal entu
siasmo. Hay que examinar hasta qué punto el autor del
Ensayo popular2 está asido a la ideología, aun cuando la
filosofía de la praxis representa, una neta superación e his
tóricamente se contrapone en forma decidida a la ideología.
El mismo significado que el término “ideología” ha asumido
en la filosofía cíe la praxis contiene implícitamente un juicio
de desvalor y excluye que para sus fundadores hubiese que
Buscar el "or%én dé la s ’ ideas en..lasV^sensaciones , y,_por_ lo
tanto, en ..último, análisis...en .la . fisiologíaesta, inferna ^ideo
logía” debe ser examinada, históricamente, como, .una..super
estructura” según ja filosofía de la praxis.
Un elemento de error en la consideración del alor de
las ideologías, me parece, Se debe al hecho (hecho que por
otra parte, no es casual) de que se da el nombre de ideología
tanto a la superestructura necesaria a determinada estructu
ra, como a las lucubraciones arbitrarias de determinados in
dividuos. Ipl sentido peyorativo dé la palabra se ha. hecho
^xteBsivQ_y ello„ha..modiñ~¿a3cuy- desnaturalizado’..el análisis
teórico del._concept,o..de ideología; ..El proceso, de este error
puede ser_fácilmente.reconstruido: 1} se identifica a la ideo-
lógliTcomo distinta de la estructura y se afirma que no son
las ideologías lá^ a u e -modifican jajestructura,’"sino"viceversa;
2) se afirma.que cierta solución política es “ideológica”, esto
¿ ^ insuficiente como para modificar la estructura, aun cüan-
do cree poder hacerlo; se afirm a que es inútil., estúpida,.etc.;
3) __se pasa a afirmar que toda ideología es “pura” aparien
cia, inútijj^fúpl3a,jétcétera;
Es preciso, entonces, distinguir entre ideologías históri
camente orgánicas, es decir, que son necesarias a determinada
estructura, e ideologías arbitrarias, racionalistas, “queridas”.
En cuanto históricamente necesarias, éstas tienen una validez
255
cada lucha ideológica en el interior de la iglesia quisiésemos
encontrarle una explicación inmediata, primaria, en la es
tructura, estaríamos aviados. Muchas novelas político-econó
micas han sido escritas por esta razón. Es evidente, en cam
bio, que. la mayor parte de estas discusiones son debidas a
necesidades sectarias, de organización. En la discusión entre
Roma y Bizancio sobre la procesión del Espíritu Santo, sería
ridículo buscar en la estructura del Oriente europeo la afir
mación de que el Espíritu Santo procede solamente del Pa
dre, y en la del Occidente la afirmación •de que procede del
Padre y del Hijo. Las dos iglesia.?, cuya existencia y conflic
to dependen de la estructura y de toda la historia, h an plan
teado problemas que son principios de distinción y de cohe
sión interna para cada una de ellas. Pero podría haber ocu
rrido que. cualquiera de ellas afirmase lo que la otra afirma
en verdad; el principio de distinción y de conflicto se habría
mantenido igualmente. Este problema de la distinción y del
conflicto es el que constituye el problema, histórico, y no la
bandera casual de cada una de las partes.
256
KARL korsgh
253
un sistema social bien interpretado debería suprimirse todo
lo que propiciara la magia clerical, y por io mismo todos los
elementos esenciales de los cultos.8 La nueva concepción del
mundo del materialismo dialéctico moderno que, según Marx
y Engels, es la única científica, se opone rigurosamente a
esta actitud puramente negativa y superficialmente raciona
lista ante fenómenos ideológicos como la religión, la filosofía,
etc. Si queremos hacer resaltar este constraste en toda su
profundidad, podemos decir: para el materialismo dialéctico
moderno es esencial, en primer lugar, interpretar teóricamente
y tratar prácticamente como realidades a las creaciones espi
rituales como la filosofía o cualquier otra ideología. Justa
mente con la lucha contra la rcalidad.de la filosofía, Marx
y Engels iniciaron su actividad revolucionaria en su primer
período y, como nosotros mostraremos, si en tiempos ulte
riores cambió radicalmente su opinión sobre la relación entre
la ideología filosófica y otras ideologías dentro de la realidad
ideológica global, nunca dejaron de tratar a todas las ideo
logías, y en particular, la filosofía, como realidades y no
como vanas quimeras. :
Guando M arx y Engels en los años 40 del siglo xix em
prendieron, primero en un plano teórico y filosófico, la lucha
revolucionaria por la emancipación de la clase que “se halla
en oposición no parcial con las consecuencias sino en opo
sición universal con los supuestos” de toda- lá organización
social existente,3 estaban convencidos de atacar con ello una
parte sumamente importante de este estado social existente.
Ya en el editorial del n. 79 de la Kólnische Zeitung (diario
de Colonia) del año 1842,_Marx había dicho: “la filosofía
no está fuera del mundo de la'misma manera que el cerebro
~-no_está--fuem~He] Tíombre por la; simple razón de que no está
uEkacío en eÍ.i‘ést¿5aago,>? ‘ En é t 'mismo sentido también en
-Su introdúcción a lá Crítica de la filosofía del derecho de
Hegel — ¡es decir, en el escrito del que Marx dijo 15 años
más tarde, en su prefacio a la Crítica dé la economía política,
que en él había dado el paso definitivo a su ulterior punto
de vista materialista!— que “la filosofía del pasado es parte
2 Véase, en cambio la mordacidad de Engels en su polémica con
Dühring (Anti-Dühring, ed. cit., pp. 315 ss.
8 Alachlass (Obras postumas), t. r, p. 397.
* Ibid., t. i, p. 25?.
259
de este mundo y es su complemento,- aunque sea su com
plemento espiritual” .? Y el dialéctico Marx, en el momento
en que pasa de la concepción idealista a la materialista, acla
ra expresamente que el error que comete el partido práctico
en Alemania en aquel tiempo al desdeñar toda filosofía, es en
el fondo tan grande como el que comete el partido teórico
político al no condenar la filosofía como tal. Este último
cree¿ en efecto, que desde el punto de vista filosófico, es decir
con ayuda de las- exigencias derivadas real o supuestamente
de la filosofía (como más tarde Lassalle, quien parte de Fich-
tc), puede combatir la realidad del mundo alemán tradi
cional y olvida que el punto de vista filosófico mismo forma
parte del mundo alemán tradicional. Pero también el partido
político práctico que cree “llevar a cabo la supresión de la
filosofía al volverle la espalda y murmurar algunas frases
banales de disgusto”, en el fondo, según dice Marx, es presa
de la misma estrechez de criterio r tampoco considera “ la fi
losofía parte de la realidad alemana”. Es decir, si el partido
teórico cree “poder realizar (prácticamente) la filosofía sin
suprimirla (teóricamente)”, igualmente equivocado está el
partido que desea suprimir (prácticamente) la filosofía sin
realizarla (teóricamente)-—es decir, sin concebirla como rea
lidad.?
Se ve claramente en qué sentido Marx ha sobrepasado ya
en esta fase el punto de vista filosófico, de sus años de estu
diante. (y de manera muy similar Engels en quien; como am
bos han declarado más tarde muchas veces, por la misma
época se realizó la misma evolución),1 y en qué sentido a
un tiempo, esta superación misma tiene aquí todavía'un ca
rácter filosófico. Las razones por las que podemos hablar de
superación, del punto de vista filosófico son de tres tipos:
í) el punto de vista. teórico que adopta Marx ahora no, se
halla simpleménte en oposición unilateral con las consecuen
cias, sino en contraste universal con los presupuestos de toda
filosofía alemana, tradicional que para él y-para Engelsjahora
romo después, está suficientemente representada en la filoso-*
* Jbid., 1 . 1, p. 390.
* Ibid., t . i , p p . 3 9 0 -9 1 .
7 Véanse, por ejemplo, las observaciones que hace Marx en el
prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política (1859),
e a K . M arx y F. Engels, Obras escogidas, ed. cit.» t. i, p. 332.
260
fía de Hegel; 2) entra, en oposición no sólo con la filosofía,
que no es más que la cabeza, el complemento sólo, ideal del
mundo existente, sino con la totalidad de este mundo; 3) y
sobre todo, esta oposición no es sólo teórica sino al mismo
tiempo práctico-activa. ‘"Los filósofos no han hecho más que
interpretar el mundo de diferentes maneras; pero de lo que
se trata.es de transformarlo”, dice. Marx a modo de conclu
sión en la última de sus Tesis sobre Fcucrbcth. El carácter fi
losófico que sin embargo aún co n seja toda esta superación
del punto de vista puramente filosófico, se manifiesta cla
ramente si consideramos una vez. más, cuán poco se distingue
esta nueva ciencia del proletariado que Marx ha puesto aquí
en lugar de la filosofía idealista burguesa y que de hecho es
radicalmente contraria en su tendencia y sus finalidades a la
filosofía tradicional, respecto al carácter teórico de ésta. Toda
la filosofía del idealismo alemán siempre había tenido, tam
bién teóricamente, la tendencia a ser más que una teoría, más
que una filosofía, como podemos comprenderlo con base en
su ya señalada relación dialéctica con el movimiento burgués
práctico de su tiempo, como lo demostraremos más detalla
damente en un trabajo ulterior. Incluso Hegel, en quien esta
tendencia, característica de todos sus antecesores — Kant,
Schelling y particularmente Fichte— parece haberse inverti
do, en realidad asigna también una tarea a la filosofía qué
en el fondo rebasa el terreno teórico propiamente dicho
y, en cierto modo es práctica. Dicha tarea por otra parte no
es, como en Marx, la de cambiar el mundo, sino por el contra
rio en reconciliar, mediante el concepto y el conocimiento, la
razón como espíritu consciente de sí mismo con la razón como
realidad existente.8 Así como la filosofía idealista alemana de
Kant a Hegel, al aceptar una tarea ideológica de esta índole
(en el cual, como es sabido, el lenguaje común ve el carácter
real de cualquier filosofía) ño ha dejado de ser. una filosofía,
no parece tampoco justificado declarar que la teoría de Marx
ya no es filosófica, únicamente porque ya no tiene que rea
lizar sólo una tarea teórica, sino al mismo tiempo práctica
revolucionaria. Sería más adecuado decir que el materialis
mo de Marx y Engels, tal como se expresa en las once Tesis
261
sobre Feuerbach, y en los demás escritos, publicados o inéditos,
de aquella época,8 por su carácter teórico puede conceptuara'
con toda justicia como filosofía; esto es, como una filosofía
revolucionaria que se plantea la tarea, en cuanto filosofía de
llevar adelante realmente la lucha revolucionaria que se desa-
262
rrolla simultáneamente en todas las esferas de la realidad so
cial contra el estado social actual, en una determinada esfera
de esa realidad: en la filosofía, a fin de conducir, al mismo
tiempo que se llega a la abolición de toda la realidad social
existente,- a suprimir efectivamente Ja filosofía misma que es
parte de ella, aunque sea como parte espiritual. Todo esto
de acuerdo con la expresión de Marx: “No podéis suprimir
la filosofía sin realÍ2arla”.
Es obvio, por lo tanto, que para los revolucionarios Marx
y Engels, que abandonaban el idealismo dialéctico de Hegel
por el materialismo dialéctico, suprimir la filosofía no signi
ficaba en aquella época simplemente hacer de lado la filoso
fía. Y también si queremos darnos Cuenta ahora de la posición
ulterior de ambos ante la filosofía, debemos tomar como pun
to de partida y tener siempre presente que .Marx ,y Engels
eran ya dialécticos antes de ser materialistas. Se interpreta
mal el sentid£r“de- 5ir materialismo" desde un principio y en
forma peligrosa e irremediable, si se pasa por alto que el
materialismo de Marx y Engels ha. sido dialéctico desde el co
mienzo y que también posteriormente en contraste con el
materialismo abstractamente científico-natural de Feuerbach y
en contraste con todos los materialismos anteriores o ulterio
res burgueses:y con el marxismo vulgar, siempre ha sido un
materialismo histórico y dialéctico, es decir, un materialismo
que comprende teóricamente y revoluciona prácticamente la
totalidad de la vida histórico-social. De modo que era per
fectamente posible, y . de hecho así ha sucedido en el desarro
llo ulterior del principio materialista de.M arx y Engels, que
la filosofía llegara a ser para ellos un elemento menos im-
principio materialista-dialéctico en su totalidad, es indispensable com
pletar la descripción que da aquí M arx de su nueva concepción de
la historia con los demás escritos de Marx y Engels, particularmente
los textos, antes mencionados, del primer período (junto a E l capital
y los escritos históricos m ás breves de su últim a época). Personal
mente, he tratado de dar un paso en esta dirección con mi pequeño
trabajo Puntos clatres de la concepción materialista de la historia.
(Después de haber escrito K orsch' estas líneas, exactamente nueve
años más tarde, fue publicada por primera vez en su lengua original
La ideología alemana en el volumen i, ' v, de la edición de Obras
completas de Marx y Engels conocida por la sigla mega (Marx-
Etigels Gesamtausgabe), Berlín, 1932. A su vez, la prim era edición
española íntegra de dicha obra apareció en Ed. Pueblos Unidos.
Montevideo, 1959, en:traducción de Wenceslao Roces), [n . de la u.’|
2G3
portante del desarrollo- histórico-sodal en su totalidad, en
comparación con la importancia que había tenido al p rin
cipio. Sin embargo, paxa una concepción realmente dialéc
tico materialista de la totalidad del proceso histórico era im
posible —y, de hecho, jamás llegaron Marx y Engels a esto —
que la' ideología filosófica o incluso la ideología en general
dejara de ser para ellos un elemento material de la realidad
global, histórico-social (es decir, un elemento que debe ser
comprendido en.su realidad de acuerdo con una teoría m ate
rialista y que en s.u realidad debe ser transformado gracias a
una praxis materialista).
De igual manera que el joven Marx opone su nuevo m a
terialismo en sus Tesis sobre Feuerbach, no sólo al idealismo
filosófico, sino con igual rigor a todo materialismo anterior,
Marx y Engels han subrayado también en todos sus escritos
ulteriores la oposición de su materialismo dialéctico al m ate
rialismo común, abstracto y no dialéctico, y particularmente
han comprendido también que esa oposición tiene una im
portancia muy grande, precisamente para la interpretación
teórica y el tratamiento práctico de la. llámada realidad espi
ritual (ideológica).
“Efectivamente es mucho más fácil”, explica Marx con
respecto a las representaciones ideales en general y al método
de una historia de las religiones verdaderamente crítica en
particular, “encontrar la esencia terrenal de una quimera re
ligiosa mediante el análisis, que, por lo contrario, remontar
se, partiendo de las respectivas condiciones de vida reales, a
sus formas etéreas. Este último es el único método materia
lista y por lo tanto científico.” 10 Una práctica revolucionaria
264
que se limitara a una acción directa contra la esencia tcirc-
nal de las quimeras ideológicas y tratara de no ocuparse |ani
nada de la transformación y abolición de las ideologías mis
mas, sería desde luego tan abstracta y poco dialéctica cuino
un método de pensar teórico de este tipo que, a la manera
de Feuerbach, se limite a reducir todas las representaciones
ideológicas a su núcleo material, terrenal.
Al adoptar esta actitud abstracta y negativa frente a la
realidad de la ideología, el marxismo vulgar comete un error
muy similar al que cometían aquellos teóricos del proleta
riado que, en tiempos pasados y recientes, han intentado de
rivar del conocimiento marxista del condicionamiento econó
mico de las relaciones jurídicas, las formas de Estado y cual
quier acción política, la enseñanza de que el proletariado
podía y debía limitarse a la acción directa, económica.11
265
Es de sobra conocido con qué mordacidad M arx s e ha
enfrentado a semejantes tendencias, especialmente en su po
lémica con Proudhon, pero en general a todas. Cada vez que,
en diferentes épocas de su vida, encontró esa opinión (que
sobrevive aún en el actual sindicalismo), subrayaba m u y
enérgicamente que este “menosprecio trascendental” del Es
tado y la acción política, no es materialista en absoluto y
que, por lo tanto, es teóricamente insuficiente y de conse
cuencias funestas en la práctica.12 Y esta concepción dialécti
ca de la relación entre economía y política ha llegado a ser
a tal grado un elemento fundamental de la'teoría marxista,
que tampoco el marxismo vulgar de la Segunda Internacional
pudo negar su existencia in abstracto, aunque in concreto
haya podido ignorar los problemas de la transición política
revolucionaria. Entre los marxistas ortodoxos no hubo uno
solo que sostuviera, también en principio, que el interés teó
rico y práctico por las cuestiones políticas fuera para el m ar
xismo un punto de vista superado. Este tipo de afirmaciones
se dejaba para los sindicalistas, que, por cierto, también se
remitían a Marx en algunos casos, pero al menos jamás pre
tendieron que se les llamara marxistas ortodoxos. En cambio,
con respecto a las realidades ideológicas muchos buenos m ar
xistas adoptaron y adoptan, teórica y prácticamente, un punto
de vista que puede situarse enteramente eri el mismo plano
que el punto de vista sindicalista acerca de las realidades
políticas. Los mismos materialistas que, ante el rechazo sin
dicalista de la acción política, exclaman con Marx que el
movimiento social no excluye el movimiento político, y que
frente al ánarquismo han insistido tantas veces en que des
pués de la revolución victoriosa del proletariado y, pese a
todos los cambios que ha de sufrir el Estado burgués, subsis
tirá durante mucho tiempo la realidad política; estas mismas
líticamente, tanto en la teoría como en la práctica. Véase al res
pecto, por ejemplo, la carta a Ruge de septiembre de 1843, en la
que M arx contesta a los ^‘socialistas extremistas”, según los cuales
las cuestiones políticas, como la diferencia entre el sistema estamental
y . el sistema representativo, “son indignas”, observando dialéctica
mente “esta cuestión, en definitiva, sólo expresa de un modo político
Ja diferencia entre el reino del hombre y el reino de la propiedad
privada”.
12 Véanse en particular la s . últimas páginas de Miseria di la
filosofía.
266
personas sienten un desprecio trascendental, típicamente
anarcosindicalista, cuando se les dice que ni el movimiento
social de la lucha de clases proletaria por sí solo, ni conjun
tamente el movimiento social y el político, pueden sustituir
o volver superfluo el movimiento espiritual que debe reali
zarse en el terreno ideológico. Y aún hoy en su mayoría los
teóricos maixistas probablemente conciben la realidad de esos
hechos llamados espirituales en un sentido puramente nega
tivo, enteramente abstracto y no dialéctico, en vez de aplicar
de manera consecuente, también, a este aspecto de la reali
dad global social, el único método materialista y por lo
tanto científico que Marx y Engels tanto pugnaron por in
culcarles. En vez de concebir junto a la vida social y política,
la vida espiritual, y junto al ser y devenir sociales, en el
sentido más amplio de la palabra (como, economía, política,
derecho, étc.), la conciencia social én sus diferentes manifes
taciones, como elemento integrante de la realidad social
total, aunque como elemento ideal (o “ideológico”) ; en vez
de esto, se caracteriza la conciencia de modo totalmente abs
tracto y, en el fondo, metafísico-dualista, como el reflejo de
un proceso evolutivo material que, en definitiva, es lo único
que se considera real, reflejo totalmente independiente, o, por
lo menos, relativamente independiente, pero dependiente en
última instancia de dicho proceso evolutivo material.13
Si ello es así, el intento teórico de restablecer el método
materialista dialéctico, el único científico para Marx, en la
interpretación y el tratamiento de las realidades ideológicas,
debe tropezar con dificultades aún mayores que las que estor
baron el restablecimiento de la verdadera teoría materialista
y dialéctica, profesada por el marxismo en el problema del
Estado: ciertamente, la. trivialización del marxismo que se
produjo en la posición de los epígonos respecto al Estado y
la política, consistía únicamente en esto; en que los teóricos
y publicistas más destacados de la Segunda Internacional no
se habían ocupado suficientemente en forma concreta de
los problemas políticos más importantes de la transición re
267
volucionaria. Sin embargo reconocieron, al menos tn abstrac
to, e incluso subrayaron en sus largas luchas (primera contra
los anarquistas y después contra los sindicalistas), q u e —se
gún la concepción materialista de la historia— no sólo la
estructura económica de la sociedad, base material, en última
instaba a " dé ~ todos los deniás fenómenos histórico-sociales,
sino *también él'Tliérécho y el Estado, ,la supraestructura jurí
dica y política, son' una', tecúidád. y que, por consiguiente, no
pueden ser ignorados o puestos al margen, como hacen.los
anarcosindicalistas, sino que han de ser transformados m e
díante una revolución política. Por él contrario, hasta la
fecha,' muchos marxistas vulgares siguen sin reconocer, ni
siquiera tu abstracto, la realidad de las formas de conciencia
social y del proceso de la vida espiritual. Apoyándose en
ciertas es-presiones de M arx y particularmente de Engels,14 se
presenta, en cambio, toda la estructura espiritual (ideológica)
de la sociedad como una realidad aparicncial que sólo existe
como error, o imaginación, o ilusión en las cabezas de los
ideólogos, pero que en ninguna parte tiene un objeto real. Lo
anterior se supone válido, por lo menos, para todas las ideo
logías llamadas “elevadas”. Según esto, también las repre
sentaciones políticas y jurídicas tienen un carácter irreal,
ideológico, pero siquiera aún se refieren a algo real, es decir,
a instituciones políticas y jurídicas que constituyen la supra-
estructura de la sociedad correspondiente. En cambio, las
representaciones ideológicas “más elevadas” (las ideas reli
giosas, estéticas, filosóficas de los hombres) no corresponde
rían a ningún objeto real. Si queremos llevar al extremo este
modo de pensar, con el fin de hacerlo más claro, podríamos
decir que para él prácticamente hay tres grados de realidad:
1) la economía, única y verdadera realidad en última ins
tancia, en modo alguno ideológica; 2) el Derecho y el Esta-1
268
do, ya no tan reales y, hasta cierto punto, con un carácter
ideológico; y 3) la ideología pura, totalmente sin objeto e
irreal (el “absurdo puro”).
Para restablecer teóricamente las consecuencias reales que
aporta el principio dialéctico materialista a la interpretación
de las realidades espirituales, se impone, en primer lugar, la
necesidad de hacer algunas precisiones, sobre todo termino
lógicas. La cuestión que hay que aclarar en seguida, es la de
cómo concebir, desde el punto de vista dialéctico materialis
ta, la relación entre la conciencia y su objeto. Terminológi
camente debe observarse, ante todo, que a Marx y Engels
no se les ocurrió nunca caracterizar la conciencia social ni el
proceso de vida espiritual, como simple ideología.
Ideología es sólo la conciencia falsa, especialmente la que
atribuye a uiiá manifestación parcial de la vida social una
existencia independiente; por ejemplo: las representaciones
jurídicas y políticas que consideran al. Derecho, y. ai Estado
como potencias independientes situadas por encima de la
sociedad.15 Por lo contrario, en el pasaje en el que Marx ha
dado las indicaciones terminológicas más precisas,15 dice
explícitamente que el conjunto de las relaciones materiales
que Hegel llamaba la sociedad civil, las relaciones sociales
de producción (la estructura económica de la sociedad), for
man la base real sobre la que se levanta, por una parte, la
superestructura jurídica y política, y a la que corresponden,
por otra, ciertas formas de conciencia social. Entre estas for
mas de conciencia social, tan reales en la sociedad como el
Derecho y el Estado, figuran sobre todo el fetichismo de la1
15 Véanse, particularmente, las observaciones de Engels sobre el
Estado en su Feuerback (K, Marx y F. Engels, Obras escogidas. Ed.
esp. cit., t. ir, p. S68).
i* Véase el prólogo a la Contribución a la critica d é l a economía
política (K. M arx y F. Engels, Obras escogidas, Ed. cit., t. 1, pp.
332-33). U na recopilación muy cuidadosa de todo el material filo
lógico y terminológico sobre ésta cuestión se encuentra en el libro
del maixólogo burgués, Hammacher, E l sistema filosófico-económico
del marxismo (1909), particularmente, las pp. 190-206 (ed. alema
n a). Hammacher. se distingue de otros críticos burgueses de Marx
por el hecho de que en su examen de este problema se preocupa por
lo menos de consultar todas las fuentes, mientras que otros, como
Tónnies o Barth se dedican a descifrar únicamente expresiones.o fra
ses aisladas de Marx.
269
mercancía o el valor, analizados por M arx y Engels e n la
Crítica de la economía política, así como los demás conceptos
derivados de él. Ahora bien, la concepción de Marx y Engels
se caracteriza, precisamente, por el hecho de que ellos nunca
consideran como ideología esta ideología económica fu n d a
mental de la sociedad burguesa. De acuerdo con la term i
nología de Marx y Engels, solamente pueden ser ideológicas
las formas de conciencia jurídicas, políticas, religiosas, estéti
cas o filosóficas y tampoco éstas, como veremos más adelante,
lo son necesariamente, sino únicamente en determinadas
circunstancias que ya hemos señalado. Esta posición especial
de las formas económicas de conciencia muestra muy clara
mente la diferente concepción de la filosofía, por la que el
materialista dialéctico ya maduro del último período se dis
tingue del que, aún no totalmente desarrollado, se encon
traba en su primera fase.
La crítica teórica y práctica de la filosofía ocupa el se
gundo lugar, o incluso el tercero, cuarto o penúltimo, en la
crítica teórica y práctica de la sociedad a la que se entregan
Marx y Engels. La “filosofía crítica”, que todavía era la
tarea esencial para el Marx de los Anales franco-alemanes,17
se ha transformado en una crítica más radical de la sociedad,
es decir, que toma las cosas por su raíz,118 y se basa en la
“crítica de la economía política”. El crítico del que antes se
decía que “partiendo de cualquier forma de la conciencia teó
rica y práctica, puede exponer, a partir de las formas pro
pias de la realidad existente, la verdadera realidad como su
deber ser y objetivo final”,18 se ha dado cuenta de qu£, tanto
las relaciones jurídicas y formas de Estado, como las formas
de conciencia social, no pueden ser comprendidas por ellas
mismas, ni tampoco por el desarrollo del espíritu humano
(como pretende la filosofía hegeliana y poshegelianá), sino
que por el contrario, hunden su raíz en las condiciones mate
riales de existencia que forman “la base material, o por así
270
decirlo, el esqueleto”, de toda la organización social.10 Por
tanto, una crítica radical de la sociedad burguesa no puede
ya fundarse en “cualquier” forma de la conciencia teórica
y práctica, como escribía Marx todavía en 1843,21 sino que
debe partir de aquellas formas de conciencia que han en
contrado su expresión científica en la economía política de
la sociedad burguesa. La crítica de la economía política ocu
pa así el primer lugar, tanto en la teoría como en la práctica.
Pero no por esto, esta forma nías radical y profunda de la
crítica teórica y prácticamente revolucionaria de la sociedad,
271
efectuada por Marx, deja de ser una crítica de la sociedad
burguesa en su totalidad y, por ende, también de todas sus
formas de conciencia. Por lo tanto, aunque Marx y Eng'els,
en apariencia sólo raras veces e incidentalmente, llevan a
cabo la crítica de la filosofía en su madurez, en verdad tam
poco la descartan entonces sino que más bien la ejercen de
una manera aún más profunda y radical.
Para demostrar lo anterior, basta restablecer el significa
do plenamente revolucionario de la crítica de la economía
política en Mane, frente a ciertas ideas erróneas, hoy muy
extendidas, acerca de dicha crítica. Al mismo tiempo, esto
permitirá igualmente fijar su lugar en el sistema de la crítica
marxista de la sociedad, a la vez que su relación con la crí
tica de ideologías como la filosofía.
Es un hecho generalmente reconocido que la crítica de
la economía política, esto es, el elemento teórico y práctica
mente más importante de la crítica marxista dialéctico-ma
terialista de la sociedad, es tanto una crítica de ciertas for
mas de la conciencia social de la época capitalista como una
crítica de sus relaciones materiales de producción. Incluso la
“ciencia científica” pura y sin supuestos del marxismo vul
gar ortodoxo, reconoce enteramente este hecho. El conoci
miento científico de las leyes económicas de una sociedad
muestra al mismo tiempo, según Hilferding (véase p. 40 en
que se cita a Hilferding), “los factores determinantes que
rigen la voluntad de las clases de esa sociedad”, y, por tanto,
en este sentido, es también una “política científica”. Sin em
bargo, pese a esta relación entre economía y política, en la
perspectiva totalmente abstracta y nada dialéctica del marxis
mo vulgar, la crítica marxista de la economía política sólo
cumple como “ciencia” una función puramente teórica: cri
tica los errores científicos de la economía política burguesa,
clásica o vulgar. En cambio, el partido político obrero utiliza
los resultados de esa investigación crítico-científica para sus
fines prácticos que, en última instancia, se orientan hacia la
subversión de la estructura económica real de la sociedad
capitalista, las relaciones materiales de producción (y, oca
sionalmente, los resultados de este marxismo son vueltos, en
lá práctica, contra el partido obrero mismo, como hacen por
ejemplo Simjovitch o Paul Lensch).
272
El defecto principal de este socialismo vulgar cortaste en
su apego “nada científico”, para decirlo en términos marxis-
tas, al realismo ingenuo con que el llamado sentido común,
este metafísico “de la peor especie”, así como la ciencia po
sitiva usual de la sociedad burguesa, trazan una tajante
línea divisoria entre la conciencia y su objeto. Se Ies escapa
totalmente que esta separación, que ya sólo tiene un valor
relativo para el punto de vista trascendental de la filosofía
crítica,22 es superada totalmente por la concepción dialéc
tica.23
m
ECONOMIA., POLÍTICA, FORMAS SOCIALES DE CONCIENCIA
(i d e o l o g í a s ) w
274
excluyen recíprocamente., exactamente igual que en la socie
dad capitalista real se enfrentan distintas clases sociales con
intereses contrapuestos, contradictorios y retí [ñocamente ex
cluyen tes.
Para el metafísico no representa tampoco ninguna solu
ción el que Marx declare explícitamente que los conceptos
económicos están condicionados social e históricamente (los
llama “formas intelectuales socialmente válidas, por lo tanto
objetivas para las relaciones de producción de este modo de
producción social históricamente determinado que es la pro
ducción de mercancías” ) y el que añada que es una limita
ción de la conciencia burguesa el que para ella “tales fórmu
las, que llevan escrito en la frente que pertenecen a una for
mación social en la que el proceso de producción domina a
los hombres y el hombre no domina aún el proceso de pro
ducción, sean necesidades naturales tan obvias como el trabajo
productivo mismo”.
Al declarar Marx que en estos conceptos económicos apa
recen a los productores (y lo mismo a la ciencia, que traduce
simplemente a forma científica las nociones precientíficas de
los productores) sus relaciones sociales “tales como son"
(“esto es, no como relaciones sociales inmediatas entre las
personas mismas, sino como relaciones cósicas entre las per
sonas y relaciones sociales entre las cosas” ), resulta impensa
ble para el metafísico que, con el modo burgués de produc
ción, cuya caducidad histórica y particularidad social puede
estar dispuesto a admitir (aunque al hacerlo excluirá incons
cientemente de la caducidad precisamente las determinacio
nes formales más generales), puedan llegar a ser falsas (o sin
sentido) las proposiciones que han sido en algún momento
verdaderas de ese modo de producción. Para el metafísico,
una proposición que designa una cosa “tal como es” es una
verdad atemporalmente válida, y sigue siéndolo aunque el
objeto desaparezca.
En cambio, para el materialista es contradictorio (y ca
rece de sentido) hablar de validez atemporal de proposiciones
sobre cosas sociales e históricas, porque él define esas propo
siciones mismas como cosas sociales (y, por lo tanto, históri
camente mudables). El principio de que “no es la conciencia
de los hombres la que determina el ser, sino a la inversa, el
ser social el que determina la conciencia” no significa para
Marx —que por esta época ya había abandonado hacía tiem
po las cuestiones filosófico-epistemológicas, como todas las
demás cuestiones filosóficas— lo mismo que para el m eta-
físico.
No se trata de una respuesta a la cuestión metafísica de
la relación entre una conciencia en sí y el ser en sí que se le
enfrenta como objeto de conciencia. Está claro desde e l pri
mer momento que el ser consciente,no,es más que una paite
del territorio del ser social (y. por tanto histórico) en parte
consciente y en parte .no consciente. La cuestión es la d e la
determinación activa o pasiva entre las distintas formas del
ser (el derecho y la economía, las formas de Estado y la eco
nomía) y lo mismo entre la conciencia y el ser no consciente. A
esa cuestión responde Marx dentro del estrecho ámbito del
“ser social” al que pertenece como elemento particular la
conciencia (la cual es según esto siempre “social”) hay una
dependencia de la conciencia respecto del ser que es de natu
raleza completamente distinta de la que existe entre el objeto
pensado y el pensamiento del objeto, por la cual el pensa
miento se distingue objetivamente (por así decirlo) como
forma de la realidad, del ser pensado como otra forma de
la realidad (una dependencia más bien del tipo de la depen
dencia de las relaciones jurídicas respecto de las relaciones de
producción): relaciones estructurales, relaciones de desarro
llo; relaciones “unilaterales” en las cuales la alteración de un
ámbito tiene como consecuencia transformaciones cuantitativa
y cualitativamente importantes en el otro, pero no retíproca-
mente; o la alteración en un campo produce efectos dura
deros en el otro, mientras que en el sentido inverso sólo se
produce un efecto instantáneo, breve, transitorio, etc.; relativa
importancia de las transformaciones en los distintos terrenos
para la situación general; más exactamente: repercusión de
las transformaciones de. un terreno en otros muchos y diferen
tes terrenos, mientras que, a la inversa, las transformaciones
producidas en uno. de estos otros terrenos repercuten en re
lativamente pocos campos; imposibilidad de transformar algo
en un campo sin una transformación previa, simultánea o
suficientemente inmediata de otro terreno (o la misma impo
276
sibilidad del intento de mantener un campo inalterado, pese a
transformación de otro ).
E n este sentido se puede entonces decir que las formas
de conciencia de la economía política no se pueden trans-
fonnar antes de la transformación del modo de producción
burgués. Los conceptos económicos no pueden ser destruidos
ni sustancialmente cambiados por la crítica teórica no, como
creería el metafísico, porque tienen por objeto el modo de
producción burgués, sino porque ellos mismos, como objetos
reales, pertenecen al mismo mundo burgués que las reales
relaciones de producción burguesas, y en su estructura, etcéte
ra, están realmente determinados, influidos, contenidos y con
solidados por aquéllas. La incomprensión del metafísico se
manifiesta también, entre otras cosas, en el hecho de que la
conciencia burguesa no puede representarse más que en
forma burguesa otras relaciones de producción temporalmente
previas (o prehistóricas), o presentes en regiones muy aleja
das y sin relaciones con las europeas, o bien relaciones de
producción no burguesas pensadas como futuras (Robinson,
el cazador y el pescador primitivos de Ricardo), y ni siquie
ra los críticos socialistas tendenciahnente antiburgueses reba
san vagas y abstractas nociones.
[Añadido taquigráfico) : También en el hecho de que la
misma dependencia respecto de las relaciones de producción,
y hasta en medida mayor, se vuelven a encontrar en las no
ciones de la (¿burguesía?) que no tienen por “objeto” las
relaciones “económicas”, sino el derecho, la política y las
ideologías “superiores”, esto es, todavía más alejadas de su
fundamento económico material.
277
e s te lib ro
se te rm in ó de im p rim ir
el 10 de marzo de 1982
en lo s t a l l e r e s g r á f i c o s v i c t o r i a , s . a .
p r i y a d a de Z a r a g o z a 18 bis / m é x i c o 3, d. f.
tip o s b a s k e ry ille 8 y 1 0 p u n to s
se im p rim ie ro n tre s m il e je m p la re s
y sobrantes para reposición
en papel ediciones crema de 60 gramos
de la fá b ric a de papel san ju a n
La en o rm e u tilid a d de u n a a n to lo g ía com o ia une
h a n e la b o ra d o V illa g rá n y Ca..3Sigoli re s id e en p o n e r
de m a n ifie s to la p ro d ig io sa m u ltip licid ad de
se n tid o s que h a a d q u irid o la p.t.L 'ora “ id e o lo g ía ”
e n tre m a r x is t a s y no m a r x is t a s , p o r1no h a h e r
pod id o s u p e ra r la d ico to m ía a n te s su ñ a la d u . E n esto
se re v e la n m u c h a s c o s a s , m u c h o s in te re s e s , p ero
so b re todo se re v e la el p ro fu n d o d e sco n o cim ie n to
q u e la, m a y o ría de lo s tra ta d is ta s tie n e de la, o b ra de
M arx.
Iiudovico Silva