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INSTITUCIÓN EDUCATIVA PRIVADA

ISAÍAH BOWMAN
CUENTOS DE VANGUARDIA. Me volví. Era pequeño y frágil. El sombrero de palma le cubría
medio rostro. Sostenía con el brazo derecho un machete de
EL RAMO AZUL campo, que brillaba con la luz de la luna.
Desperté, cubierto de sudor. Del piso de ladrillos rojos, recién -Alúmbrese la cara.
regados, subía un vapor caliente. Una mariposa de alas grisáceas Encendí y me acerqué la llama al rostro. El resplandor me hizo
revoloteaba encandilada alrededor del foco amarillento. Salté de entrecerrar los ojos. El apartó mis párpados con mano firme. No
la hamaca y descalzo atravesé el cuarto, cuidando no pisar algún podía ver bien. Se alzó sobre las puntas de los pies y me contempló
alacrán salido de su escondrijo a tomar el fresco. Me acerqué al intensamente.
ventanillo y aspiré el aire del campo. Se oía la respiración de la La llama me quemaba los dedos. La arrojé. Permaneció un instante
noche, enorme, femenina. Regresé al centro de la habitación, vacié silencioso.
el agua de la jarra en la palangana de peltre y humedecí la toalla. -¿Ya te convenciste? No los tengo azules.
Me froté el torso y las piernas con el trapo empapado, me sequé -¡Ah, qué mañoso es usted! –respondió- A ver, encienda otra vez.
un poco y, tras de cerciorarme que ningún bicho estaba escondido Froté otro fósforo y lo acerqué a mis ojos. Tirándome de la manga,
entre los pliegues de mi ropa, me vestí y calcé. Bajé saltando la me ordenó.
escalera pintada de verde. En la puerta del mesón tropecé con el -Arrodíllese.
dueño, sujeto tuerto y reticente. Sentado en una sillita de tule, Mi hinqué. Con una mano me cogió por los cabellos, echándome la
fumaba con el ojo entrecerrado. Con voz ronca me preguntó: cabeza hacia atrás. Se inclinó sobre mí, curioso y tenso, mientras el
-¿Dónde va señor? machete descendía lentamente hasta rozar mis párpados. Cerré
-A dar una vuelta. Hace mucho calor. los ojos.
-Hum, todo está ya cerrado. Y no hay alumbrado aquí. Más le -Ábralos bien –ordenó.
valiera quedarse. Abrí los ojos. La llamita me quemaba las pestañas. Me soltó de
Alcé los hombros, musité “ahora vuelvo” y me metí en lo oscuro. improviso.
Al principio no veía nada. Caminé a tientas por la calle empedrada. -Pues no son azules, señor. Dispense.
Encendí un cigarrillo. De pronto salió la luna de una nube negra, Y despareció.
iluminando un muro blanco, desmoronado a trechos. Me detuve, Me acodé junto al muro, con la cabeza entre las manos. Luego me
ciego ante tanta blancura. Sopló un poco de viento. Respiré el aire incorporé. A tropezones, cayendo y levantándome, corrí durante
de los tamarindos. Vibraba la noche, llena de hojas e insectos. Los una hora por el pueblo desierto. Cuando llegué a la plaza, vi al
grillos vivaqueaban entre las hierbas altas. Alcé la cara: arriba dueño del mesón, sentado aún frente a la puerta.
también habían establecido campamento las estrellas. Pensé que Entré sin decir palabra.
el universo era un vasto sistema de señales, una conversación Al día siguiente hui de aquel pueblo.
entre seres inmensos. Mis actos, el serrucho del grillo, el parpadeo
de la estrella, no eran sino pausas y sílabas, frases dispersas de EL M E J O R P A V I M E N T O T A M B I É N E S B E N D I C I Ó
aquel diálogo. ¿Cuál sería esa palabra de la cual yo era una sílaba? N ROJA
¿Quién dice esa palabra y a quién se la dice? Tiré el cigarrillo sobre Cacharros apilados en el suelo:
la banqueta. Al caer, describió una curva luminosa, arrojando cuán dulces los labios de Ninalla sorben Pommery greno first
breves chispas, como un cometa minúsculo. Minkoff, un ruso de pura cepa, se despista en un atajo
Caminé largo rato, despacio. Me sentía libre, seguro entre los Palmas bambolean en torno: senos usados turgentes de rubio.
labios que en ese momento me pronunciaban con tanta felicidad. /Global. Insulso
La noche era un jardín de ojos. Al cruzar la calle, sentí que alguien Trago de vino (longitud: 63 centímetros) escupidos en ollares
se desprendía de una puerta. Me volví, pero no acerté a distinguir /de tonos rojos. Queen!!
nada. Apreté el paso. Unos instantes percibí unos huaraches sobre Pues que es valeroso en grupo, susurra Kuno al rollizo trasero.
las piedras calientes. No quise volverme, aunque sentía que la Ovillo, del que se deshilacha sudoroso antebrazo.
sombra se acercaba cada vez más. Intenté correr. No pude. Me De frente inclinada, conminante: Sibie, naturalmente, dio un
detuve en seco, bruscamente. Antes de que pudiese defenderme, grito inmenso.
sentí la punta de un cuchillo en mi espalda y una voz dulce: Se elevan hemiglobos
-No se mueva, señor, o se lo entierro. Un pedal llameante se desliza, encantador, sobre un abdomen
Sin volver la cara pregunté: en otra parte acariciando.
-¿Qué quieres?
-Sus ojos, señor –contestó la voz suave, casi apenada. TRAGEDIA
-¿Mis ojos? ¿Para qué te servirán mis ojos? Mira, aquí tengo un María Olga es una mujer encantadora. Especialmente la parte que
poco de dinero. No es mucho, pero es algo. Te daré todo lo que se llama Olga.
tengo, si me dejas. No vayas a matarme. Se casó con un mocetón grande y fornido, un poco torpe, lleno de
-No tenga miedo, señor. No lo mataré. Nada más voy a sacarle los ideas honoríficas, reglamentadas como árboles de paseo.
ojos. Pero la parte que ella casó era su parte que se llamaba María. Su
-Pero, ¿para qué quieres mis ojos? parte Olga permanecía soltera y tomó un amante que vivía en
-Es un capricho de mi novia. Quiere un ramito de ojos azules y por adoración ante sus ojos.
aquí hay pocos que los tengan. Ella no podía comprender que su marido se enfureciera y le
Mis ojos no te sirven. No son azules, sino amarillos. reprochara infidelidad. María era fiel. ¿Qué tenía él que meterse
-Ay, señor no quiera engañarme. Bien sé que los tiene azules. con Olga? Ella no comprendía que él no comprendiera. María
-No se le sacan a un cristiano los ojos así. Te daré otra cosa. cumplía con su deber, la parte Olga adoraba a su amante.
-No se haga el remilgoso, me dijo con dureza. Dé la vuelta. ¿Era ella culpable de tener un nombre doble y de las consecuencias
que esto puede traer consigo?
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Así, cuando el marido cogió el revólver, ella abrió los ojos enormes, atravesaban, eran como grandes muros de vidrio que debían
no asustados, sino llenos de asombro, por no poder comprender guardar el último secreto del continente negro.
un gesto tan absurdo. A veces, sus pies habían estado como sujetos; a veces, los asaltaba
Pero sucedió que el marido se equivocó y mató a María, a la parte un sueño excesivamente largo. Y, durante la noche, horribles
suya, en vez de matar a la otra. Olga continuó viviendo en brazos visiones los expulsaban de sus tiendas.
de su amante, y creo que aún sigue feliz, muy feliz, sintiendo sólo A veces, ante sus ojos, parecía arder todo el cielo, y arrojar al cenit
que es un poco zurda. horribles protuberancias como un monstruoso sol. Entonces sus
venas abrasaban por el calor y salían de sus sienes como gruesos
MAR bultos azules. Y el desierto se volvía cada vez más solitario e
¡Oh grande, rebelde y feroz mar¡ infinito. La caravana, como un caracol blanco, se arrastraba por las
Mar vengador, montañas de arena hacia arriba y hacia abajo, subiendo, bajando,
mar como huele incoloro… ¡Anda¡ ¡salta¡ en una espantosa monotonía. Y el fluir eterno de la arena parecía
saltar con salto elástico crecer en sus orejas a veces como un trueno subterráneo.
hasta las nubes, hasta el cenit. Cuántos habían muerto. No lo sabían; por último, ya ni se
¡… Y luego botar y rebotar, sin cansarte esforzaban en contar los muertos. Tampoco se los enterraba. Si
como una enorme bola¡ uno caía muerto de la silla, así permanecía tendido, justo donde
¡ Inundar orillas, puertos, muelles, agachados había caído. Los otros, pronto, cabalgaban sobre él con abúlicos
como búfalos bajos sus retorcidos cuernos de humo¡ ojos, y su sangre se disecaba en sus sillas. Sus cabellos se volvieron
… Aplasta, oh mar, las ciudades con sus corredores de catacumbas blancos, sus voces se secaron, sus recuerdos se perdieron, se
y aplasta eternamente a los viles, sentían como si sobre ellos se sentaran grandes vampiros amarillos
los idiotas y los abstemios, y siega, siega que se balanceaban en sus sienes, y contemplativos hundían su
de un solo golpe las espaldas inclinadas de tu cosecha. boca, que era como una delgada trompa de elefante, entre las
Machucar los pozos de los millonarios, grietas de sus cráneos reventados.
tocándolos como tambores, A veces, grandes pájaros blancos pasaban sobre ellos en salvajes
y lanzar, lanzar, mar vengador, bandadas, de dónde venían, adónde volaban.
nuestro cráneos explosivos entre las piernas de los reyes. A veces, detrás de las montañas de arena, que se hundían en la luz
Y decid, Vagabundos y bandidos del crepúsculo, oían el sonido salvaje de una música militar, como
si no es este el boliche que esperabais. miles de tambores; a veces, desde el horizonte, agitado por el
calor, asomaban enormes monstruos como grandes elefantes
LA CIUDAD DE PLOMO blancos que otra vez habían desaparecido de pronto. Y la duración
Bum. Un terrible golpe de timbal desgarró el aire y la majestuosa de su viaje se hacía cada vez más interminable e interminable;
luna se elevó como un gran cohete ardiente. Era como un enorme como un hilo blanco manaban los hilos de la barriga de una gran
disco de cobre en el muro de un gigantesco templo. Y planeó en las araña blanca, que flotaba a su lado como una enorme nube blanca.
nubes negras como una roja carcajada que se desliza por el rostro Descansaba, cuando ellos descansaban; caminaba, cuando ellos
negro de un ángel exterminador. caminaban. Y su cercanía los atormentaba, no se atrevían a mirar;
Iluminó los inmensos e infinitos desiertos, en los que se cuando a veces volvían la cabeza para mirarla furtivamente, ya se
desvanecían las torres de la ciudad de plomo, pequeñas y había ido. Allí sólo quedaba una gran mancha blanca, enigmática,
arrugadas por la luna como pequeñas y famélicas plantas, y ante en el aire ardiente. Pero si se giraban, entonces aparecía de nuevo,
los ojos de los caminantes se agitaban en el aire tenue como si las y les perseguía de forma vampiresca, vigilante, incesante. Y sentían
ondas luminosas de la luna las hubiesen transformado por una sus grandes ojos saltones, rojos, en su nuca, como el frío tentáculo
vibración misteriosa. de un pulpo hinchado.
Ese era, por tanto, el misterio del desierto. Entonces los vientos, A veces, les parecía como si vagaran eternamente en círculo, año
cada vez más altos, habían soplado durante milenios la ardiente tras año, bajo el mismo cielo, desterrados al mismo movimiento
sabana de blanca cabeza, las grandes montañas de arena, las giratorio, como satélites de una misteriosa constelación invisible
enormes dunas, habían quemado cada vez más desoladores, que los mantenía en su trayectoria y los hacía oscilar a su
habían calentado cada vez más terribles. Por eso, todos los oasis se alrededor, como un prestidigitador que deja girar en torno a su
habían secado; por eso, el agua en los odres de los camellos se cabeza una esfera.
había vuelto tan salobre y fétida como el agua pantanosa. Así pasaban ante un cielo eternamente parecido, en el que
Sus guías se habían extraviado, ciegos y dementes, seducidos por recortaban sus siluetas, entre la mañana y la tarde.
fuegos fatuos, señales falsas, extraños cambios de lugar de las Casi olvidaron sus nombres, su lenguaje se redujo a las más simples
montañas de arena. Algunos de los tuaregs se habían vuelto locos, expresiones, hundieron sus pensamientos dentro de sí, como
habían perdido a sus guías en la arena, algunos habían sido ensordecidos por una catarata que brama eternamente.
llamados como por voces absolutamente misteriosas, de repente Una mañana despertaron en el fondo de un valle cubierto de
se habían apartado de la hilera de la expedición, precipitadamente arena. Estaban solos. Sus guías habían desaparecido con los
habían descendido montados a caballo los valles de arena, todavía camellos, sólo unas pocas bolsas de agua se hallaban todavía
se les veía aparecer a veces sobre la cima de una duna lejana. alrededor en la arena.
Entonces desaparecían en el desierto. Y la caravana se paralizaba Y los guardianes de los guías yacían con las gargantas cercenadas
de espanto. Algunos, de repente, habían perdido la vista y en la arena. Y el blanco sello del horror estaba grabado en sus
agarraban con sus manos el aire vacío, los otros, con frecuencia, se frentes.
negaban ya a guiarlos. Y sólo los habían podido empujar hacia ((Ahora avanzan a pie. Oyen rodar una carreta, ven caballos.))
adelante al ponerles los fusiles en la nuca. La ciudad se había
rodeado de una muralla de hechizos, invisible, y los cielos, que ellos

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