La arquitectura hotelera en Argentina ha sido en la última década uno de los rubros de
mayor expansión. La carencia de establecimientos para la hospitalidad fue proverbial durante largos años, y quizá por ello se produjo lo que muchos denominaron una “segunda ola” de construcción de grandes hoteles internacionales en el casco urbano de la ciudad, sucesora de la anterior en los lejanos años 70. Los grandes hoteles de cinco estrellas que fueron erigidos a principios de la década del 90 fueron en realidad, la punta de lanza de un fenómeno cuya continuación se materializó en numerosos hoteles destinados a franjas de usuarios más masivas. Tras varios cuatro estrellas –nuevos y remodelados-, se multiplicaron en la ciudad hospedajes de la más diversa escala y categoría, en lo que hoy puede considerarse una verdadera renovación de la plaza disponible. Pero los hoteles han llegado ya a los suburbios de la metrópolis, y para ello el primer sitio elegido pos las grandes cadenas fue Pilar, en la actualidad una verdadera ciudad satélite que fue pionera en la tendencia de los clubes de campo y barrios cerrados. Al público que hoy habita en la localidad se suma una numerosa población itinerante, conformada por hombres de negocios y viajeros que trabajan temporariamente en las empresas del gran parque industrial que crece en el área. Por ello, la vera de la ruta 9 vio en los últimos años multiplicarse la tipología conocida como “motel” u hotel de ruta, tan difundida en los Estados Unidos y antes infrecuente en el país. Si bien la mayor parte de estos nuevos hoteles está equipada con buen nivel de confort, su arquitectura no había presentado novedad alguna, en edificios que se limitaron a repetir las consabidas tipologías que se multiplican en los “countries”, resabios de antiguas influencias predominantemente europeas que se corresponden con otros climas y lejanos períodos de la historia. Pero un ejemplo reciente sale del molde con audacia e innegable contemporaneidad, el Hotel Camberland, una obra de Zarr Arquitectos – Roberto Zubeldía y Ramiro Zubeldía. Entre los aciertos de la obra, se destaca la particular conjunción entre una inspiración contemporánea e internacional y una correcta apropiación del terreno, con sus condiciones y su paisaje circundante. El partido se opone al usual entre sus pares estadounidenses, con un patio central que en vez de abrirse hacia la calle a modo de un estacionamiento vehicular a veces vecino a la piscina, fue planteado en el interior del terreno. En efecto, para lograr un clima aislado de la ruta, el edificio fue desarrollado a partir un gran volumen que contiene los espacios públicos, situado como vértive del giro entre dos alas de habitaciones en línea, una de ellas recta y la restante levemente curvada. Desde el exterior, la compleja articulación de planos verticales, paños transparentes y un gran alero de paneles de aluminio se constituye en el signo publicitario más perceptible del hotel sobre la llanura infinita que conforma su marco. Los vehículos circulan por el borde exterior interior del hotel y los huéspedes pueden acceder a las habitaciones desde allí o atravesar el lobby y recorrer la circulación perimetral interior, esta vez peatonal y protegida por una leve cubierta metálica sobre su deck de madera. Entre el interior de las habitaciones y el gran parque, pequeños jardines se transforman en expansiones privadas con vista a la piscina central, cuya forma acompaña a las líneas de las alas del edificio. En ambas líneas, las habitaciones se agrupan en módulos de cuatro unidades. Los espacios entre ellos contienen áreas de servicio, pero son en realidad los elementos de la morfología que permiten mayor libertad compositiva, en una ligera rotación de la planta para una de las alas, hasta adquirir la forma curva que transforma a la L inicial del partido en una C con su parque central abrazado por la construcción. haga click en las imágenes para verlas ampliadas.