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LICENCIATURA EN TEOLOGÍA
POR
TUTOR
¿Cómo llegó a constituirse este canon? Esta pregunta pasa por responder a otra:
¿Existió un primer canon que pudiera tomarse como base para la inclusión o
exclusión de futuros libros dentro de la colección sagrada? Mi respuesta es que sí.
Ese primer canon fue la Torá. La mensajera del Señor llama a los escritos de
Moisés el «alfa de la historia bíblica» (White, El Deseado de todas las gentes
2007). Y se puede apreciar las constantes referencias de otros autores bíblicos a
la Ley de Moisés, una clara indicación de que consideraban como normativa la
obra de él (Nichol, Comentario Bíblico Adventista t 1 1992).
Ahora bien, ¿ya existía un Canon del Antiguo Testamento en tiempos del Señor
Jesús? La pregunta es relevante porque nos ayuda a pensar en el momento en
que presumiblemente se habría fijado en canon judío. Cuando leemos en los
Evangelios la forma en que el Señor Jesús citó las Escrituras, es claro que en su
tiempo ya existía la colección de libros que nosotros conocemos como el AT
(Lucas 24:44). Un testimonio adicional sería el de escritores como Filón, un judío
alejandrino del siglo I a.C. y el historiador Flavio Josefo que vivió en el siglo I d.C.,
quienes citan los libros del AT (Horn 1995).
Para terminar esta sección cabe preguntarnos cuándo pudo haberse tenido la
colección completa de la Biblia que nosotros conocemos. Al parecer ya en el siglo
II d.C. diferentes Padres de la Iglesia habían confeccionado listas con la mayoría
de libros contenidos en el canon del NT (Berzosa 2013), así que ya se podía decir
que se tenían los 66 libros canónicos. Sin embargo, lo que aceleró la necesidad de
tener claridad sobre el canon bíblico total, fue la obra de Marción. Él sostenía que
había que renunciar por completo al AT y a toda obra que lo citara (Nichol,
Comentario Bíblico Adventista t 5 1992).
Uno de los grandes desafíos de Dios es cómo acercarse a nosotros que somos
pecadores. Para salvar esa brecha Dios eligió a personas que comunicaran su
mensaje. Estas personas son los profetas. Sin embargo, ellos mismos debían vivir
en los límites de su tiempo.
Por ello es importante reconocer que tanto el idioma en el cual los profetas
expresaron el mensaje de Dios, como el contexto social que enfrentaron y la
cultura en medio de la cual vivieron, influyó en la manera que entregaron los
oráculos divinos.
La Biblia fue escrita en hebreo, arameo (en algunas partes) y en griego. Estos
idiomas son muy ricos en significados. Además, en los más o menos quince siglos
que tomó la redacción de toda la Escritura, sus escritores fueron muy variados:
algunos fueron reyes, otros pastores de ovejas, hubo pescadores, etc. Vivieron
recién cuando fueron liberados de Egipto, otros durante la época próspera de la
monarquía davídica, y algunos fueron al exilio babilónico, mientras que otros
vivieron bajo la dominación del Imperio Romano.
Todo eso hace que la Biblia sea muy rica en estilos literarios, enfoques, lenguaje y
figuras; pero, gracias a la dirección del Espíritu Santo, tenemos una obra
congruente, comprensible y dotada de autoridad, cuyo objetivo es poner a
Jesucristo como el foco de las Escrituras (Asociación Ministerial de la Asociación
General de los Adventistas del Séptimo Día 2018)
Sin embargo, hay un argumento que me parece mucho más importante: el ejemplo
de Jesús. En los Evangelios nos damos cuenta de cuánta estima tenía el Señor
Jesucristo por las Escrituras. Elena de White lo dijo de la siguiente manera:
Al enseñar a estos discípulos, Jesús demostró la importancia del Antiguo
Testamento como testimonio de su misión. Muchos de los que profesan ser
cristianos ahora, descartan el Antiguo Testamento y aseveran que ya no
tiene utilidad. Pero tal no fue la enseñanza de Cristo… El Salvador se
revela en el Antiguo Testamento tan claramente como en el Nuevo. 1
V. Los libros apócrifos.
El primer punto que debemos destacar es que los protestantes llamamos apócrifos
a los libros que en los círculos católicos llaman deuterocanónicos. La elección de
palabras no es al azar. «Apócrifo» hace referencia a lo oculto, pero también a lo
espurio (Horn 1995), mientras que «deuterocanónico» hace referencia a un
segundo canon y significaría que los libros bajo su designación son de segunda
inspiración (Ampuero 1995). Como Adventistas del Séptimo Día es más preciso
usar el vocablo «apócrifo», esencialmente porque no creemos en grados de
inspiración y porque dichos libros no abonan al conocimiento salvador de nuestro
Dios.
Al analizar esos libros saltan a la vista las razones por las cuales no pueden
considerarse dentro del canon de las Escrituras: En primer lugar sus
inconsistencias históricas (Ampuero 1995), verbigracia, los primeros versículos
introductorios del libro apócrifo de Judit dicen que Nabucodonosor era rey de
Asiria y vivía en Nínive, algo históricamente incorrecto. Además, sus doctrinas no
armonizan con el resto de las Escrituras (Rhodes 2012); por ejemplo, Tobías
presenta una práctica mágica (Tobías 8:2-3) y en Macabeos aparece la noción de
orar por los muertos para garantizar su salvación (2 Macabeos 12:44-45).
VI. Conclusión
1
Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, (México D.F.: Gema Editores, 2007), 755.
Es innegable que todavía queda mucho por decir, pero lo más importante que
podemos enfatizar lo dijo el profeta Isaías hace mucho tiempo: «La hierba se seca
y se marchita la flor, mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre»
(Isa. 40:8).
En este breve recorrido por algunos temas importantes acerca de las Escrituras,
se vuelve evidente el cuidado de Dios sobre su Palabra. Es un verdadero milagro
tener la Biblia como la tenemos hoy. Su preservación es un testimonio en sí
mismo de la presencia del Espíritu Santo guiando a su pueblo.
Por ello, nosotros hoy tenemos el privilegio y el deber de poner en alto el Libro
Santo y exponerlo con humildad ante el mundo, para que conozcan que Dios ha
hablado y su Palabra tiene poder. Permitamos que sus páginas llenen nuestras
vidas y digamos como los discípulos: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras
de vida eterna» (Juan 6:68).
Bibliografía
Ampuero, Dr. Víctor E. «Evaluación de los Libros Deuterocanónicos.» En
Comentario bíblico adventista t 4, de Francis D. Nichol, 83-120. Buenos
Aires: ACES, 1995.
Horn, Siegfried H. Diccionario Bíblico Adventista del Séptimo Día. Buenos Aires:
ACES, 1995.
White, Elena G. de. El Conflicto de los Siglos. México D.F.: APIA, 2011.