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LA IGLESIA AGENTE DE EVANGELIZACIÓN1

APRENDAMOS DE JESÚS Y DE FELIPE


(Primera Parte)
Tener gracia, sagacidad, encanto y sensibilidad, son características de aquellas personas que son capaces de establecer relaciones
rápidas y relajadas con otras personas de una amplia variedad de trasfondos. Esa es una cualidad que deberíamos codiciar y
cultivar todos. La gente necesita vernos, no solo como ejemplos de lo que Cristo puede hacer, sino también como personas puente
que los ayuden también a ellos a llegar allí.
Algunas afirmaciones útiles acerca de esta forma de tender puentes son las siguientes: Dios quiere que yo sea su persona, pero
igualmente desea que sea yo mismo y no trate de copiar a otros o imitar sus dones. El es el Dios de la variedad infinita, y puede
usar cualquier tipo de personalidad.
Es muy posible que se produzcan contactos ocasionales, y debemos echar mano de inmediato a esas oportunidades pasajeras
porque tal vez no vuelvan a repetirse. La franqueza, el humor, la sensibilidad y el amor constituyen los principales ingredientes para
hacerlo, juntamente con una pizca de esa sal o un fogonazo de esa luz que Jesucristo ha traído a nuestra vida. A veces pienso que
puede compararse con la astucia de quien pesca con mosca, el que Lanza su insecto sobre un pez y si este está hambriento lo
ingiere; en caso contrario el pescador acostumbrado no continua azotando el agua, sino que sigue adelante sabiendo que alguno de
esos días el pez picará. No somos llamados a tomar por asalto las puertas de la incredulidad, sino a avanzar humilde, sensible y
vigilantemente tras el Espíritu Santo, y a estar listos para dar una palabra en sazón cuando Él abra el camino. La oportunidad de
hacer girar una conversación puede muy bien presentarse después de un programa de televisión o una película, o tal vez durante
una discusión sobre algún tema moral como el aborto o los beneficios de las grandes empresas. El llevar una insignia discreta o
dejar por la habitación alguna revista cristiana puede dar lugar a una buena charla. El testimonio sencillo de la realidad de
Jesucristo en su propia experiencia tiene mucho poder. Un «yo he comprobado...» no es algo que pueda rebatirse; después de todo
lo que usted aporta a la conversación es su propia experiencia. El otro deberá hacer con ella lo que mejor le parezca.
En ocasiones la persona con quien estamos hablando se quedará callada y no querrá seguir la conversación. Vale la pena dejar ahí
el asunto, pero simplemente dele algo sobre lo cual reflexionar: «Muy bien, dejemos esta cuestión... Pero creo que eres un poco
miope.» Sobre todo sea natural. Haga lo que le parezca oportuno. Algunas veces descubrirá que su amigo tiene muchas ganas de
abrirse y de discutir las cosas. Tal vez durante algún tiempo haya estado deseando en secreto hablar de la fe cristiana sin encontrar
una oportunidad hasta el momento. En tal caso dele libertad, sea un buen oyente y comience desde ahí. Otras veces vera que,
como respuesta a su iniciativa, se saca a colación uno de los tantos temas trillados. Es muy posible que eso sea una táctica para
mantenerlo a distancia. Entonces, cierto toque de humilde buen humor y una breve pero inteligente respuesta dejará abierto el
camino para otra ocasión. Otras veces aún, es necesario traspasar la cortina de humo y revelar la pobreza de la excusa que se da,
pero sería prudente no hacer esto en público. A la gente nunca se la ayuda a progresar humillándola. Naturalmente, puede que la
persona esté lista para una charla seria en ese mismo momento; de ser así deje cualquier otra prioridad y siga la corriente. Trátela
como trataría a un amigo.
Y en cuanto a los amigos, a menudo hay que recorrer un buen trecho para llevarlos a Cristo. Necesitamos ganarnos el derecho a
hablar por medio de la solicitud, los intereses compartidos, la oración y el testimonio silencioso de nuestra vida. A medida que vaya
pasando el tiempo descubriremos como funciona y dónde vive espiritual e intelectualmente nuestro amigo. Vale la pena intentar
descubrir la necesidad que siente una persona en su vida, y relacionar con ella a Jesucristo. Alguna gente sostendrá que no siente
necesidad alguna; en tal caso no es prudente intentar fabricarla. Entonces acometa el tema de la verdad: ¿Vino o no vino Jesucristo
de Dios? , ¿Resucitó o no resucitó de los muertos? Si estas cosas son ciertas, entonces no se trata simplemente de sentir
necesidad. En caso de que Jesucristo sea Dios y haya venido a este mundo por causa de gente como nosotros, es que estábamos
necesitados, profundamente necesitados, nos demos o no cuenta de ello.
Después de descubrir dónde se encuentra nuestro amigo, tenemos que tratar de estimular su deseo. Jesús no es nunca aburrido, ni
nuestra conversación acerca de Él debería serlo tampoco. Fascine a su amigo manifestándole lo que él no se espera: que Jesús
está vivo y es enormemente pertinente para su vida diaria. Cuéntele algo relacionado con la diferencia que Cristo ha supuesto para
usted y para otras amistades que ambos comparten. Procure pensar en algún pasaje bíblico en el cual Jesús se haya acercado y
cautivara a una persona de su estilo. Observe la flexibilidad del propio enfoque de Cristo con distinta clase de gente. Con
Nicodemo, un teólogo insulso que se lo sabía todo, habló del revolucionario concepto de un nuevo nacimiento (Jn. 3). A la mujer
samaritana, desencantada de los hombres y de la condición de parias en la que se consideraban los naturales de Samaria, Jesús le
ofreció una aceptación generosa: bebió del mismo recipiente que ella, demostrando así su falta de prejuicios, y le habló de la
cristalina agua interior de vida que podía transformar su penosa caminata diaria hasta el pozo (Jn. 4). Al ladrón que moría a su lado
en terrible agonía, con la fe en que iba a recibir un reino después de la muerte, Jesús le ofreció el alivio y el gozo de estar con él en
el paraíso, el huerto de Dios, ese mismo día (Lc. 23). Esto fue algo tanto más grato puesto que las victimas crucificadas a menudo
pasaban días enteros agonizando. O piense en Zaqueo, tan consciente de la hostilidad y la marginación que sufría, y tratando de
restaurar su soledad mediante ganancias deshonestas. Jesús se ofrece para ir a comer con el (Lc. 19). ¡Me pregunto cuánto tiempo
1
Tomado y adaptado de La iglesia local, agente de evangelización, Michael Green, Apuntes Pastorales Año 2001
haría que no le habían propuesto tal cosa! O en el hombre paralitico necesitado de sanidad, pero más aun de perdón, lo cual Cristo
sabía y al cual tocó en esa área cruda e insospechada de su vida produciéndose luego la sanidad (Mr. 2). O recuerde a la mujer
sorprendida en el acto de adulterio, la cual no necesitaba que se le mencionase su culpa (Jn. 8): lo que la dejó boquiabierta fue la
generosa palabra de perdón que le dio Jesús.
Como puede usted ver, un enfoque totalmente distinto en cada ocasión, pero apropiado para el individuo del que se trataba.
Nosotros no acertaremos todas las veces —lejos de ello—, pero vale la pena ponerse ese objetivo. Jesús es el único camino a
Dios, y no obstante hay muchas sendas que llevan a Cristo. El temor, la esperanza, la confianza y el amor son cuatro de las
principales fuerzas motivadoras de la humanidad, y pueden muy bien proporcionar una forma de llegar al corazón.
Es de la mayor importancia que uno se cerciore de que está logrando comunicarse. A menudo los cristianos creen que están
haciéndolo, cuando no es así, de modo que la gente escucha pero no entiende. Hemos de traducir tanto nuestro lenguaje como
nuestra manera de pensar a aquello que tiene sentido para nuestro amigo; utilizar abundantes ejemplos del ámbito de su
experiencia; tener un pie en el N. T. y otro en el mundo dramático, musical, intelectual y social de la persona. Si tenemos el interés
suficiente nos aseguraremos de ser comprendidos; más aun, de no dar lugar a ser malinterpretados. Y luego deberemos relacionar
a Jesucristo con la persona a la que hemos estado “investigando”.
Como lo hizo Jesús
Es útil ver como el mismo Jesús abordaba esta delicada tarea de atraer a la fe a un individuo. Tal vez el ejemplo más célebre de los
Evangelios sea el de Juan 4; donde Cristo mantiene un dialogo con una mujer de Samaria. Se trata de un pasaje muy conocido y
que tiene algunas lecciones importantes que enseñarnos.
Primeramente, es claro que en el interior de Jesús había un fuego ardiente, un deseo apasionado de compartir las buenas nuevas
del Reino, así como el sentir de que sería con alguien de Samaria. «Le era necesario pasar por Samaria» (v. 4). Pero realmente no
tenía por qué hacerlo. Si bien es cierto que la ruta directa atravesaba esa región, las relaciones entre judíos y samaritanos eran tan
malas que los hebreos ortodoxos se tomaban la molestia de dar un gran rodeo para evitar la contaminación que supondría el entrar
en dicha zona. Sin embargo no sucedía lo mismo con Jesús, quien sentía pasión por alcanzar a los necesitados.
En segundo lugar, puedo ver que Cristo se molestó por un solo individuo (v. 7), saltó las convenciones hablando con una mujer a
solas, desafío al agotamiento (v. 6), y aceptó aquella oportunidad cuando seguramente menos ganas tenía.
En tercer lugar, por muy curioso que sin duda le habría parecido a la mujer, Jesús le pidió a esta que le hiciese un favor (v. 7). Esa
es muchas veces la forma de ganarse la confianza de alguien y, a su debido tiempo, su corazón.
En cuarto Lugar, Jesús comenzó por aquello en lo que ella estaba interesada: el agua. Esa mujer no buscaba ninguna conversión
espiritual: había ido en busca de agua. Y con sumo tacto y sagacidad Jesús la hizo avanzar desde allí. Hay que aprovechar las vías
naturales que se nos presentan.
En quinto lugar, despertó la curiosidad de la mujer e hizo que esta sintiera sed espiritual: —Si conocieras —dijo Jesús—... quien es
el que te dice: Dame de beber...» (v. 10). Debemos buscar maneras de conseguir esa curiosidad inicial que hará que la persona
avance en la dirección debida.
En sexto lugar, lo siguiente que resulta obvio en este pasaje es la forma en que Jesús comienza a entusiasmar a la mujer con las
posibilidades de una verdadera vida espiritual. La «fuente» de agua viva en su propio corazón reseco debió ser una imagen poco
menos que irresistible para ella, tan cansada de la penosa caminata hasta el pozo. Y ese entusiasmo hizo posible que la mujer se
conformase con una respuesta muy breve a la pregunta que había planteado en cuanto al lugar apropiado para adorar, algo un
poco ajeno al tema del que estaban hablando.
En séptimo lugar, observo que Jesús no sintió vergüenza de señalarle su pecado. Lo hizo con mucha cortesía y sin profundizar (v.
16), pero también con firmeza. Para que la gente se dé vuelta y encuentre a Cristo, tiene que haber un acto de arrepentimiento. Por
así decirlo, no podemos comer a su mesa sin lavarnos las manos.
En octavo lugar, la mujer tenía una dificultad que planteó entonces (v. 19). No hay duda de que se trataba de un verdadero
problema para ella, pero el exponerlo en ese momento sugiere que quizá haya sido también una especie de cortina de humo. Yo
creo que podemos suponer que la mujer no quería que Jesús continuara indagando en sus asuntos matrimoniales. El Señor
contestó a su pregunta —se tratase o no de una evasiva— con gran concisión, y trajo de nuevo a la mujer al tema que el mismo
había planteado: el agua de vida y lo que ella pensaba hacer al respecto.
En noveno lugar vemos a Jesús guiando a la fe a aquella mujer con gran sencillez y mano segura. La fe en cuestión no estaba muy
bien formulada, ni era muy extensa. Tenía un contenido indudablemente deficiente, pero bastó para que ella y el Salvador iniciaran
el contacto. La mujer albergaba alguna idea de quién era Jesús (v. 26), y tenía cierto vislumbre de la transformaci6n que Él podía
efectuar por medio de aquella o agua viva» (v. 14). Eso era más bien todo: no mucho, pero suficiente.
Y en décimo lugar, este instructivo relato concluye con dos hechos encantadores. Primeramente, vemos que la mujer,
entusiasmada de veras con Jesús, da testimonio a otros de lo que había empezado a descubrir (v. 29). Ese es con mucha
frecuencia el resultado de que alguien encuentre a Cristo: no puede guardar silencio al respecto, sino que desea comunicarlo a los
demás. Y luego descubrimos a los hombres de Samaria que responden a su vez a Jesús (vv. 39-42), en parte como consecuencia
de lo que la mujer les había dicho y en parte por haberle conocido ellos mismos.
El relato entero es un modelo maravilloso de evangelización personal, una lección del propio Maestro. El próximo mes
aprenderemos más sobre cómo llegar a las personas, veremos el método que usó el evangelista Felipe.

APRENDAMOS DE JESÚS Y DE FELIPE


(Segunda Parte)
El mes pasado vimos un modelo maravilloso de la evangelización personal, una lección del propio Maestro.
La gente necesita que nos relacionemos con ellos, de la misma manera en que lo haría Cristo.
Pero si nos parece que no podemos siquiera pensar en igualar las habilidades de Jesús, echemos un vistazo
a Felipe tal como se nos presenta en Hechos 8. Evidentemente, Lucas quiere que lo consideremos como un
modelo de esa evangelización personal que tenían los primeros cristianos y que tanto influyó en la
propagación de la iglesia.
Ante todo Felipe era un hombre que tenía contacto con Dios (Hechos 8: 26, 29, 39), y el Señor podía guiarlo
porque el permanecía en Cristo y era sensible a su voz.
En segundo lugar, esa sensibilidad lo llevaba a obedecer (Hechos 8: 26- 27). Felipe fue adonde se le ordenó,
y respondió al suave impulso del Espíritu Santo para abandonar Samaria y desplazarse lejos hacia el sur,
aunque le hubiera resultado muy fácil aducir buenas razones para no hacer aquello que Dios le estaba
diciendo que hiciese.
En tercer lugar, se trataba obviamente de un hombre humilde. Aunque era uno de los siete “diáconos” de
Hechos 6, Felipe había descubierto claramente que sus dones más importantes no estaban en la
administración sino en la predicación, y la primera parte del capítulo 8 del libro de los Hechos abunda en las
proezas que realizó en Samaria, donde parece haber habido algo semejante a un avivamiento. Tal vez
estuviera recogiendo lo que Jesús había sembrado allí. De cualquier modo, Felipe estuvo dispuesto a dejar
atrás todo eso, abandonar el centro de la escena y viajar más de cien kilómetros, internándose en el
desierto, sin perspectivas de encontrar un auditorio, solo porque una persona en aquel lugar lo necesitaba
(algo que él ni siquiera sabía). No le importó que sea el siervo de un eunuco etíope por amor de Cristo.
Ciertamente Felipe no era un hombre caprichoso, ni de difícil.
En cuarto lugar, Felipe era un entusiasta (Hechos 8: 30): uno tiene que serlo para correr a aquel desierto
donde la temperatura puede alcanzar los sesenta grados a la sombra. Su celo debió brotar, en el fondo, de
comprender la necesidad de aquel hombre –sin Cristo y sin esperanza– mientras avanzaba en su carro
leyendo en alta voz. Algo de la propia compasión de Jesús se apoderó de Felipe y lo incitó a la acción.
En quinto lugar, se trataba de alguien con tacto: una virtud que no siempre acompaña al entusiasmo. Así
que no actuó precipitadamente, sino que escuchó, hizo muchas preguntas y ofreció sus servicios (Hechos:
30-35). Luego comenzó precisamente desde donde se encontraba aquel hombre. Un tacto como ese brota
del amor, de un interés real por la gente.
En sexto Lugar, Felipe estaba bien informado. Conocía su Biblia lo suficiente como para reconocer el pasaje
que se leía en voz alta de un modo tan sorprendente al aire del desierto. Pertenecía a Isaías 53, y 61 pudo
utilizarlo muy bien como trampolín para predicar a Jesús. No hay atajos que eviten el aprender de memoria
al menos unos pocos pasajes de la Escritura con el objeto de poder utilizarlos para ayudar a otros.
Naturalmente, ¡no todo contacto ocasional estará leyendo Isaías 53! Pero de cualquier forma la idea es
válida: debemos estar preparados para el enfoque que nos sugiera la situación en la cual se encuentran
aquellos a quienes tratamos de servir.
Por Ultimo Felipe era muy directo (Hechos 8: 35), y le transmitió a aquel hombre necesitado, pero buscador,
no ideas o doctrinas religiosas, sino a Cristo: la persona viva y amante de Jesús. La franqueza parece haber
sido un rasgo característico de Felipe (vv. 5, 12), y todavía resulta eficaz si la utilizamos con amor.
Ciertamente Jesús mismo debe constituir la esencia de lo que tenemos que comunicar a la gente. Él, y solo
Él, puede transformar la vida de las personas.
Amigos que los ejemplos de Jesús y de Felipe nos animen a compartir las Buenas Nuevas de salvación, con
nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo y toda aquél que necesite a Cristo en su vida.
Aprovechemos estas Fiestas Navideñas para comunicar a muchos sobre el amor de Dios por la humanidad.
El Ministerio de Grupos Pequeños les desea “Una Feliz Navidad y un Glorioso Año Nuevo”
Muchas Bendiciones
Jany Estupiñán
Tomado y adaptado de La iglesia local, agente de evangelización, Michael Green, Apuntes Pastorales Año 2001.

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