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Pensar en las prácticas del lenguaje implica concebir de otro modo el objeto de enseñanza. Ya no se
trata de enseñar lengua –los tipos de textos y sus aspectos lingüísticos–;5 sino las prácticas sociales
que llevamos a cabo con el lenguaje: hablar y escuchar, leer y escribir.6 Si el objeto son estas prácticas,
los contenidos fundamentales de enseñanza son los quehaceres del hablante, del lector y del escritor, por
ejemplo relatar una experiencia a otros, escuchar atentamente un relato, compartir la lectura de un texto,
comentar lo leído, releer un párrafo que no se comprendió, planificar lo que se va a escribir en relación con
el propósito, etc. Como señala Delia Lerner refiriéndose a las prácticas con el lenguaje escrito:
1
DGCyE, Diseño Curricular para la Educación Inicial, 2007, Resolución 3161/07.
2
En este campo se puede mencionar a Emilia Ferreiro, Ana Teberovsky, Ana Sandbank, entre otras.
3
Son importantes los trabajos de Delia Lerner y Magaly Pimentel en Venezuela; Ana Kaufman y Myriam Nemerovsky
en México; Telma Weisz en Brasil; Liliana Tolchinsky, en España; Delia Lerner, Ana María Kaufman, Mirta Castedo,
Claudia Molinari, en la Argentina entre otras investigadoras.
4
Lerner, Delia, Leer y escribir en la escuela: lo real, lo posible y lo necesario. México, Fondo de Cultura Económica,
2001, “Apuntes desde la perspectiva curricular”, pp.82-83.
5
DGCyE, Diseño Curricular para la Educación Inicial, 2007, Resolución 316/07.
6
DGCyE, Diseño Curricular para la Educación Primaria. Primer Ciclo. La Plata, DGCyE, 2008, “Prácticas del Lenguaje”.
7
Lerner, Delia, ob. cit, 2001, pp. 98-99.
8
DGCyE, Diseño Curricular para la Educación Primaria. La Plata, DGCyE, 2008.
9
DGCyE, Marco General de Política Curricular. La Plata, DGCyE, 2008, “Anexo 2. Sujetos en Diálogo Intercultural”,
pp. 43-50.
10
Reyes, Graciela, Cómo escribir bien en español. Madrid, Arco Libros, 1999, pp. 48-49.
PROPÓSITOS
• Habilitar la palabra para que todos los alumnos puedan exponer sus ideas y opiniones, compren-
der el punto de vista de los otros y profundizar el propio.
• Propiciar que los niños hablen espontáneamente en la propia variedad lingüística, teniendo en
cuenta el contenido, él o los destinatarios y el contexto de referencia (qué es lo que quieren de-
cir, a quién o a quiénes se dirigen, cuándo debe hablar, cuándo no debe o no conviene hacerlo,
dónde, de qué manera, cuál es la situación comunicativa –formal o informal–) y así mejorar sus
interacciones comunicativas.
• Promover situaciones de enseñanza en la que los niños puedan iniciarse en la apropiación del lenguaje
escrito, poniendo en juego sus propios saberes, para reconceptualizarlos y construir otros nuevos.
• Favorecer el desarrollo de situaciones didácticas que posibiliten la constitución de una comuni-
dad de lectores y productores de textos en la sala y en el jardín.
Las prácticas del lenguaje se interrelacionan, se involucran unas a otras, por lo tanto no pueden ense-
ñarse aisladas. Hablar, escuchar, leer y escribir son acciones cotidianas en las que docentes y alumnos
están inmersos, pero para favorecer su enseñanza en este documento se las presentará en dos grandes
grupos: prácticas del lenguaje oral y prácticas del lenguaje escrito. Se presentará cada una de ellas y
se enunciarán los contenidos y las orientaciones de enseñanza.
11
Castedo, Mirta, “La diversidad, el cambio y el poder en el lenguaje como objeto de enseñanza”, publicado en el libro
de resúmenes del Congreso Internacional: Políticas culturales e integración regional. La Plata, 2004.
Los niños al asistir al jardín ingresan en un espacio diferente al familiar, ya que participan en uno de
los primeros ámbitos públicos de su vida. Dejarán de estar solo con personas de su entorno próximo
para empezar a establecer nuevos acercamientos y construir nuevos vínculos con otros niños y adul-
tos, comienzan a aprender a ser alumnos, compañeros o amigos, nenes de la sala tal o cual, etc. En
este proceso, para nada sencillo, la comunicación oral ocupará un papel muy importante.
En el marco familiar, el lenguaje de los niños está muy contextualizado, todos generalmente lo en-
tienden sin necesidad de que hable claro o que lo que diga ofrezca la información necesaria para que
interlocutores no frecuentes lo interpreten; en cambio, en el jardín, los pequeños afrontan el desafío de
tratar de ser escuchados y comprendidos por otros que desconocen esas cuestiones implícitas. Los niños
en ese proceso pasarán progresivamente de una comunicación apoyada en lo gestual y en lo sobreen-
tendido, a una donde prevalezcan los intercambios lingüísticos cada vez más adecuados a la situación
comunicativa y a los diferentes contextos, incluido el escolar. En ese sentido, el niño debe interpretar
formas de comunicar propias de la interacción en la escuela. Debe aprender que el docente también
se refiere a él cuando se dirige a todo el grupo, por ejemplo cuando dice: “los nenes de sala rosa van al
patio”. También tendrá que interpretar que cuando el docente les dice “vamos a lavarnos las manos”, en
realidad significa “ustedes van a lavarse las manos”; o que cuando dice “la seño está contenta porque los
nenes cantaron muy bien”, quiere significar “yo estoy contenta porque ustedes cantaron bien”. En el de-
sarrollo de estas situaciones, los chicos van descubriendo que el lenguaje no es siempre literal y que cada
contexto ofrece diferentes desafíos para comprender los significados que circulan en la comunicación.
En el transcurso de la jornada escolar se dan ocasiones en las que los niños pueden pedir, preguntar,
conversar, opinar, comentar, relatar, explicar, entrevistar, escuchar. En cada una de ellas, tendrán
que producir e interpretar textos orales, es decir hablarán teniendo en cuenta qué es lo que quieren
decir y a quién o a quiénes se dirigen, también escucharán, es decir, atenderán a quién habla para
poder comprender lo que dice. A lo largo de la escolaridad, no solo tendrán que transformar el
contenido y la forma del discurso oral, sino que también aprenderán a ejercer una escucha atenta que
progresivamente irá siendo más activa y crítica. Por lo tanto, el rol del escucha es solo en apariencia
pasivo, ya que exige que los niños interpreten lo que otros dicen: “escuchar es comprender el mensaje,
y para hacerlo debemos poner en marcha un proceso cognitivo de construcción de significado y de
interpretación de un discurso pronunciado oralmente”.12 Para que estos procesos se lleven a cabo el
docente debe aprovechar las situaciones cotidianas y espontáneas y planificar las situaciones en las
que sea necesario poner en juego las prácticas del lenguaje oral para que los niños puedan hablar
libremente en su variedad lingüística y acceder a la posibilidad de recurrir a formas relativamente
formales según la situación comunicativa y, a su vez, aprender a escuchar al otro, actividad que
excede ampliamente el mantenerse en silencio mientras el otro habla y espera el turno.
CONTENIDOS
• Solicitar la atención del adulto ante una necesidad o problema empleando el lenguaje oral por
sobre el gestual.
• Pedir a un adulto o a los pares un objeto.
• Pedir al adulto que lo ayude ante una situación conflictiva.
• Pedir al docente un cuento, poesía, canción que prefiera.
• Preguntar sobre algo desconocido.
12
Casany, D., Luna, M., Sanz, G., Enseñar lengua. Barcelona, Grao, 2000, p. 101.
ORIENTACIONES DIDÁCTICAS
Las situaciones espontáneas en las que los niños hablan y escuchan son producto de interacciones so-
ciales y, por lo tanto, están presentes en la vida de la sala. Durante estas situaciones, el docente tiene
un rol muy importante: estimular los intercambios orales entre los niños y escuchar lo que los niños
dicen. En todas estas oportunidades el docente tiene que estar atento para intervenir estimulando el
uso del lenguaje, ya que en muchos casos los niños se manifiestan a través de gestos, llantos, gritos,
etc., sin necesidad de hablar, ni escuchar.
Es posible que ingresen al jardín niños cuya lengua materna no sea el español y que, por lo tanto, debe-
rán aprenderlo durante su escolaridad. La apropiación de una nueva lengua se realizará a partir de los
intercambios cotidianos con los otros niños y con la intervención docente, que apoyará los procesos de
comprensión y de expresión de estos alumnos. La sala es un espacio privilegiado para este aprendizaje,
ya que de igual manera que aprendió su primera lengua en el hogar escuchando a los demás comunicar-
se con él, así en la interacción con los otros comenzará a hablar el español. Cuando los chicos emplean
el lenguaje con mayor fluidez se presentan situaciones en las que relatan un episodio vivido del cual
no participaron los compañeros o narran una historia que le fuera relatada fuera del jardín, como en el
caso de un cuento leído por la abuela o una película vista con su familia. Las intervenciones del docente,
ante en estos casos, no pretenderán corregir, ni dictar a los niños la manera correcta de organizar y co-
municar lo que quieren relatar, sino ayudarlos a organizar sus textos orales para hacerlos comunicables.
Por ejemplo, ayudar a los niños a que tengan en cuenta que los destinatarios no conocen los personajes
del relato, o el tiempo y lugar donde sucedieron los hechos, si se trata de un hecho vivido realmente o
visto por televisión; es decir, se busca favorecer la elaboración de relatos más comunicables teniendo en
cuenta los destinatarios. En estos momentos, es importante que el docente muestre interés, escuche a
cada niño con atención y se proponga generar un ambiente de escucha en el grupo. Las intervenciones
deben orientarse a que el niño que habla agregue los datos que omite por ser obvios para él. Los niños
13
DGCyE, Orientaciones Didácticas para el nivel Inicial 4ª parte. La Plata, DGCyE, 2005, “Hablar y escuchar en el jardín
de infantes”, pp. 98-100.
14
Cazden, C., El discurso en el aula. El lenguaje de la enseñanza y del aprendizaje. Madrid, Paidós, 1991.
15
Ver “Los títeres en el nivel inicial”, que se encuentra en el apartado de “Teatro” en este Diseño Curricular.
16
DGCyE, Orientaciones Didácticas para el nivel Inicial 4ª parte. La Plata, DGCyE, 2005, “Hablar y escuchar en el jardín
de infantes”, p. 93.
17
Ibídem, pp. 94-98, “En la ronda de intercambio, ¿hay intercambio?”.