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Parcial de Literatura Francesa

En el siguiente parcial analizaremos cómo en lenguaje, en sus distintos niveles, da


cuenta de una reescritura de la tragedia griega por parte de Racine en Berenice, es decir,
cómo Racine reivindica el concepto clásico de “tragedia griega” a partir de distintos
procedimientos relacionados a una dualidad del lenguaje: el decir y el no decir.

El texto de Williams acerca de la tragedia, nos demuestra que este es un concepto


que ha ido evolucionando en la historia; que cada época lo ha ido moldeando a su gusto, y
que por lo tanto la tragedia griega hay que pensarla como fuente que “ha dado forma a la
tradición occidental” (Williams, año, p.35); dando paso además a pensar distintos tipos de
acontecimientos como tragedia.

Si bien Racine, en la obra de Berenice, es cercano a la doctrina clásica, por ejemplo,


al utilizar a personajes griegos, o al mantener una estructura de cinco actos, como bien lo
indica la tradición, también hay ciertos puntos de fuga en donde toma elementos de la
tragedia pero los subvierte: los modifica y los inserta nuevamente a su modo. Racine busca
proporcionar placer y emoción, sin la necesidad de seguir estrictamente las reglas. Un
primer ejemplo puede ser en relación al coro: en las tragedias griegas es habitual que haya
coro, sin embargo en Berenice, no hay lugar para este de un modo tradicional. Racine
convierte al coro en el bullicio del pueblo romano (cita).

Ahora bien, un segundo elemento que Racine subvierte es el relacionado a la


estructura de las tragedias. Goldman (año) dice: “Berenice es una tragedia sin peripecia ni
reconocimiento” (p.438), y por ende una tragedia sin acción: entonces si no hay acción,
tampoco hay tragedia. Sin embargo creemos que en realidad sí hay tragedia porque sí hay
acción: una acción que sucede en el plano del lenguaje, convirtiéndolo así en el verdadero
héroe de esta obra. Un lenguaje que es tan complejo, que podemos incluso distinguir cierta
dualidad en él. Entonces, no hay peripecia ni anagnórisis, pero sí hay apotiposis del
lenguaje.

Por un lado encontramos esta afasia del lenguaje, en tanto imposibilidad de decir lo
que se debe decir. Una afasia que está reflejada en el personaje de Tito, que no puede
finalizar sus oraciones, no le salen las palabras justas para asumir su destino, y se traducen
en puntos suspensivos al final de sus oraciones. Racine juega aquí con la unidad de lo
decible y lo no decible: “Desde hace días, muchas veces quise hablar ante ella, y desde la
primera sílaba se traba mi lengua, y mi boca, cien veces, se hiela” (Racine, año, p.47).

Bernice sufre también de cierta apotiposis: ella intenta hablar repetidas veces con
Tito, pero este se lo impide, sale de la escena. Su afasia es tan incontrolable, que contagia a
otros personajes, como Antíoco, que permaneció callado cinco años antes de contarle a
Berenice sus sentimientos. Pero también se expande por toda la obra de tal modo, que
incluso se traduce en la poca materialidad verbal que caracteriza los diálogos de los
personajes.

Sin embargo, así como nos encontramos con un lenguaje constreñido y cerrado,
también nos encontramos con que es este el que permite que toda la acción de la obra se
produzca. Esta es la otra cara de la moneda: el lenguaje actúa, protagoniza, media todos los
acontecimientos y provoca la acción que falta entre el resto de los personajes: “lo que
sucede en escena solo ocurre en las palabras” (Romero, año, p. 20), convirtiéndonos en
espectadores/lectores que contemplan un continuo tironeo entre lo dicho y lo no dicho. La
clave para entender la simplicidad de esta tragedia, que no es ni más ni menos que una
tragedia del lenguaje, está en el juego del decir y el no poder decir.

Un tercer y último elemento relacionado con la regla clásica de que toda tragedia
debe terminar en muerte o catástrofe, encuentra sentido en el plano del lenguaje: “No es de
ningún modo necesario que haya sangre y muertos en una tragedia...” (Racine, p.25).
Berenice se convierte así, en una tragedia en donde el lenguaje muere porque los personajes
no pueden hablar, porque las palabras no encuentran materialidad. Racine trabaja con una
acción dependiente de lo que los personajes pueden decir, y no de lo que pueden hacer.

En conclusión, Racine propone una obra en la que el verdadero héroe es el lenguaje,

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