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Por un lado encontramos esta afasia del lenguaje, en tanto imposibilidad de decir lo
que se debe decir. Una afasia que está reflejada en el personaje de Tito, que no puede
finalizar sus oraciones, no le salen las palabras justas para asumir su destino, y se traducen
en puntos suspensivos al final de sus oraciones. Racine juega aquí con la unidad de lo
decible y lo no decible: “Desde hace días, muchas veces quise hablar ante ella, y desde la
primera sílaba se traba mi lengua, y mi boca, cien veces, se hiela” (Racine, año, p.47).
Bernice sufre también de cierta apotiposis: ella intenta hablar repetidas veces con
Tito, pero este se lo impide, sale de la escena. Su afasia es tan incontrolable, que contagia a
otros personajes, como Antíoco, que permaneció callado cinco años antes de contarle a
Berenice sus sentimientos. Pero también se expande por toda la obra de tal modo, que
incluso se traduce en la poca materialidad verbal que caracteriza los diálogos de los
personajes.
Sin embargo, así como nos encontramos con un lenguaje constreñido y cerrado,
también nos encontramos con que es este el que permite que toda la acción de la obra se
produzca. Esta es la otra cara de la moneda: el lenguaje actúa, protagoniza, media todos los
acontecimientos y provoca la acción que falta entre el resto de los personajes: “lo que
sucede en escena solo ocurre en las palabras” (Romero, año, p. 20), convirtiéndonos en
espectadores/lectores que contemplan un continuo tironeo entre lo dicho y lo no dicho. La
clave para entender la simplicidad de esta tragedia, que no es ni más ni menos que una
tragedia del lenguaje, está en el juego del decir y el no poder decir.
Un tercer y último elemento relacionado con la regla clásica de que toda tragedia
debe terminar en muerte o catástrofe, encuentra sentido en el plano del lenguaje: “No es de
ningún modo necesario que haya sangre y muertos en una tragedia...” (Racine, p.25).
Berenice se convierte así, en una tragedia en donde el lenguaje muere porque los personajes
no pueden hablar, porque las palabras no encuentran materialidad. Racine trabaja con una
acción dependiente de lo que los personajes pueden decir, y no de lo que pueden hacer.