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Un hombre bueno es difícil de encontrar 1

Margaret Earley Whitt

En la historia que titula la primera colección de cuentos de O’Connor, el Desequilibrado


dice algo sobre la abuela que es verdad, en sentido figurado, para cada uno de los relatos en
la antología: “Habría sido una buena mujer […] si hubiera tenío a alguien cerca que le
disparara cada minuto de su vida”.2 O’Connor sentía que solo cuando se alcanza ese
momento de violencia última, ese momento precisa y explícitamente antes de la muerte, la
gente es lo mejor que puede llegar a ser. Diez personajes mueren en estas diez historias,
seis de ellos en el relato epónimo. La violencia se abre camino en todas las historias porque
la visión de O’Connor estaba guiada por una creencia profunda: “El novelista con
preocupaciones cristianas encontrará en la vida moderna distorsiones que le son
repugnantes, y su problema será hacer que éstas aparezcan como distorsiones a un público
acostumbrado a verlas como naturales; y puede que se vea forzado a tomar medios incluso
más violentos para mostrar su punto de vista a ese público hostil”.3
Harcourt, Brace publicó la colección el 6 de junio de 1955; el 31 de mayo O’Connor
fue entrevistada en el programa Galley-Proof por Harvey Breit, entonces editor asistente en
la sección de libros del New York Times4. Como escribiera en una carta a Robie Macauley
dos semanas luego de la transmisión, estaba preocupada por su aparición televisiva, puesto
que temía no poder pensar en nada para decir además de “¿Eh?” y “Ah, no lo sé” y tener
que hacer penitencia “en el gallinero para contrarrestar estas influencias malignas”5. De las
treinta y siete preguntas que Breit le hizo en el programa de treinta minutos, que también
incluía la dramatización de “La vida que salven puede ser la tuya”, ella respondió treinta y
cuatro, dando unos simples “sí” o “no” ocho veces. La entrevista culminó cuando Breit le
pidió que haga un resumen sobre el relato que estaba siendo dramatizado, puesto que no
había tiempo para mostrarlo todo: “Flannery, ¿te gustaría contarle a la audiencia qué sucede
en la historia?”. Su respuesta fue particularmente franca: “No, claro que no. No creo que se
1
Tercer capítulo del libro Understanding Flannery O’Connor, Carolina del Sur: University of South Carolina
Press, 1997. Traducción de Fermín Gdansky Orgambide para la Cátedra de Literatura Norteamericana (UBA).
[N. d.T.]
2
Flannery O'Connor, Flannery O'Connor: Collected Works, ed. Sally Fitzgerald (New York: Library of
America, 1988), p.153. Todas las citas parentéticas de Un hombre bueno es difícil de encontrar corresponden
a esta edición en inglés. [En español, citas tomadas de Cuentos completos, trad. de M. Covián et al., Buenos
Aires, Lumen, 2016. N. d.T.]
3
Flannery O'Connor, Mystery and Manners, ed. Sally y Robert Fitzgerald (New York: Farrar, Straus and
Giroux, 1969), pp. 33-34.
4
Una filmación del programa Galley-Proof se encuentra en la Colección O’Connor de la Biblioteca Dillard
Russell en la Universidad de Georgia, Milledgeville. Es el único medio existente para ver a O’Connor y
escucharla hablar.
5
Flannery O'Connor, The Habit of Being, ed. Sally Fitzgerald (New York: Farrar, Straus and Giroux, 1979),
p. 81.
pueda parafrasear una historia así. Creo que solo hay una manera de contarla, y es la
manera en la que está contada la historia”.6 La integridad de O’Connor respecto a su arte
cortaba de raíz todas las preguntas que consideraba insípidas. Cuando volvió a
Milledgeville, le escribió a un amigo que el programa había sido “medianamente
espantoso” y que estaba feliz de haber “vuelto con las gallinas”, quienes no sabían que
había publicado un libro.7
Los críticos contemporáneos estaban intrigados por lo que leían, pero sin muchas
certezas respecto a qué escribir sobre ello, o cómo responder. John Cook Wyllie, de la
Saturday Review, se redujo a la banalidad de “la chica de veras sabe escribir”. En una
demostración de cómo el talento no es necesariamente reconocido al instante, de lo difícil
que es reconocer a quien seguirá presente más de medio siglo después, Wyllie pone la
escritura de O’Connor en “los primeros puestos entre las jóvenes escritoras del país, junto a
Nancy Hale y Frances Gray Patton”8. Sylvia Stallings, que en su reseña sobre Sangre sabia
tres años antes se había interrogado “dónde, con una entrada inaugural como esa, se había
dejado llevar”9, responde su propia pregunta al deleitarse con la “evidencia fresca” de los
“dones fuertes y originales de O’Connor”. Stallings alaba su habilidad para “hacerse con el
detalle importante […] en una realidad [que] generalmente no es agradable”10. El crítico de
la revista Time es otro que no pudo ver más allá o por debajo de las historias, a pesar de que
los diez cuentos le parecen “fulminantemente sarcásticos” y escritos con “una ironía brutal,
un humor cargado de energía y un estilo maléficamente directo, como una sentencia de
muerte”. Al señalar que O’Connor intenta acercarse en “La persona desplazada” a “un
significado simbólico en la sub-trama […] algo sobre la salvación”, Time reduce el esfuerzo
a una “torpeza artística”, la misma falla que “estropeaba” Sangre sabia11. En una carta a un
amigo, O’Connor dijo que al leer la reseña “casi [le] dio una apoplejía”12.
En The New Yorker, O’Connor recibe una pequeña mención por su habilidad para
describir la lengua y las costumbres de sus personajes, pero es criticada por cuentos que, en
última instancia, son insignificantes y carecen de profundidad13. Cuando vio la nota, le
comentó a una amiga: “Ahora entiendo por qué esas cosas son anónimas”14. En este punto
de su carrera, ni la prensa católica comprendía su ortodoxia, a pesar de reconocer su “visión
inquebrantable”15. Catholic World señala que O’Connor brinda “un ardiente rechazo a la
cultura del Cinturón Bíblico, a las mentes malvadas y pequeñas, a las costumbres malvadas

6
Rosemary M. Magee, ed., Conversations with Flannery O'Connor (Jackson: UP of Mississippi, 1987), p. 8.
7
O'Connor, Habit, p. 84.
8
John Cook Wyllie, “The Unscented South”, Saturday Review, 4 de junio de 1955, p. 15.
9
Sylvia Stallings, “Young Writer with a Bizarre Tale to Tell”, New York Herald Tribune Book Review, 18 de
mayo de 1952, p. 3.
10
Sylvia Stallings, “Flannery O'Connor: A New, Shining Talent among Our Storytellers”, New York Herald
Tribune Book Review, 5 de junio de 1955, p. 1.
11
“Such Nice People”, Time, 6 de junio de 1955, p. 114.
12
O'Connor, Habit, p. 89.
13
“Briefly Noted”, New Yorker, 18 de junio de 1955, p. 105.
14
O'Connor, Habit, p. 88.
15
James Greene, “The Comic and the Sad”, Commonweal, 22 de julio de 1955, p. 404.
y pequeñas”, pero desfallece ante “La persona desplazada”, una “parábola maravillosa, pero
no totalmente clara”16.
Estaba sucediendo algo grotesco y poderoso, aunque los críticos tenían dificultades
para verlo en la ficción. La actitud despreciativa que pautaba las reseñas de Sangre sabia,
donde sus personajes eran considerados una especie menos que humana, ya no estaba
presente. Las alabanzas de los críticos se centraban en su habilidad para capturar la voz
sureña y su atención al detalle, pero, en su mayoría, consideraban que sus obras acababan
en el grotesco. Se daban cuenta de las distorsiones exageradas de las que O’Connor se
servía, los marcados distanciamientos de lo natural, lo esperable, lo típico; pero las razones
para tales composiciones repetitivas, el movimiento de lo ridículo a la fealdad absurda y
cómica, los confundían. La misma autora debía explicar y defender el uso del grotesco. Su
interés estaba en combinar lo que veía en el mundo concreto que la rodeaba con aquello que
existía “en un punto no visible a simple vista”, que encarna el misterio de la existencia
humana17. Ante todo, quería la atención del lector. Su uso del grotesco era una manera
efectiva para dominarla, pero para muchos de sus primeros lectores el grotesco se volvía un
fin en sí mismo.
Orville Prescott, crítico del diario The New York Times, se refirió a O’Connor como
una “escritora de cuentos extraordinariamente consumada”. Elogió su originalidad, su
indiferencia al “cacique literario de Oxford, Mississippi”,18 pero, como la mayoría,
consideraba que las historias concluyen con “una nota de horror grotesco”. Sin embargo,
está entre los primeros en sugerir algo que sería una respuesta popular a los personajes de
O’Connor: “Sus observaciones estúpidas, sus pensamientos despreciables, sus conductas
miserables atormentan la mente”. O’Connor era una escritora a quien muchos comenzaban
a responder con una adoración apasionada, precisamente porque tenía el poder de
“atormentar la mente”. Prescott es consciente de que los lectores percibirían su trabajo de la
misma manera que él: “Obviamente, Un hombre bueno es difícil de encontrar no es un
plato para todos. Aquellos a quienes atraiga lo disfrutarán inmensamente”.19 Cuando
O’Connor leyó la reseña, le repitió a su anterior editor, Robert Giroux, lo que le habían
dicho: “[Harcourt] me mandó la reseña de Orville Prescott y me dijo que fue lo más cerca
que estuvo del éxtasis y que ese día vendieron 300 ejemplares”.20
Dos días después, en la Sunday Times Book Review, Caroline Gordon, una amiga de
O’Connor que a menudo le consultaba cómo venían sus historias, hizo una apreciación
distintiva. Fue la primera reseña que indicó no sólo que O’Connor se destacaba entre sus
contemporáneos, sino también cómo: “La señorita O’Connor, además de su aparente
preocupación por la escena visible, tiene también un profundo interés en problemas
morales, incluso teológicos. En estas historias el Sur rural es, por primera vez, visto por una

16
En “New Books”, Catholic World 182 (octubre de 1955),p. 66.
17
O'Connor, Mystery, p. 42.
18
Se refiere a William Faulkner. [N. d.T.]
19
Orville Prescott, “Books of the Times”, New York Times, 10 de junio de 1955, p. 23.
20
O'Connor, Habit, p. 87.
autora cuya ortodoxia se condice con su talento. Los resultados son revolucionarios”.
Gordon cita la respuesta de Henry James a Guy de Maupassant como una analogía para
explicar cómo el engorroso abordaje del crítico vacilaba frente al nuevo talento inesperado
de esta joven escritora estadounidense. Debe sentir, aventura Gordon, “que una leona se
cruzó en su camino”21. A pesar de que O’Connor “no contaba” con que Un hombre bueno
es difícil de encontrar vendiese muchas copias22, a la antología le fue sorprendentemente
bien: tres impresiones para septiembre de 1955 tuvieron como fruto 4.000 ejemplares en el
mercado23. Al año siguiente, la editorial inglesa Neville Spearman compró los derechos del
libro. Cuando se publicó dos años después, el nombre había sido cambiado a El negro
artificial y otros relatos. Al ver la edición, O’Connor enfureció, puesto que el cambio en el
título se hizo sin permiso y en la tapa “había un africano negro y grande, en aparente
agonía, una agonía granítica”24.
O’Connor redefine la unidad familiar en cada una de estas historias (por ejemplo:
nieta-abuelo, abuelo-nieto, abuela-hijo-madre de los niños-niños); sin embargo, repite
cuatro veces una situación madre-hija con personal de ayuda. Muchos de sus personajes
centrales no tienen nombres, más bien se los refiere con los roles que asumen en sus
historias. En cada uno de los cuentos, un visitante o una visita inevitablemente altera la
escena hogareña y cualquier orden previo existente. Estos visitantes toman diversas formas:
un niño nonato, un vagabundo manco, tres pirómanos juveniles, un fugitivo demente.
Como resultado de las interacciones, el protagonista y/o el visitante aprende algo que él o
ella no había tenido en cuenta antes de la experiencia. La forma narrativa parece directa y
sin grandes complicaciones, pero cada una de estas historias es un llamado de atención para
el lector complaciente, porque en algún momento específico e identificable O’Connor lleva
el mundo familiar al otro lado, mientras las acciones literales y figurativas corren una
carrera hacia un final agotador.
Por cada relato, O’Connor relaciona una acción o un gesto con un personaje que
llama la atención al lector por ser diferente o, como mínimo, inesperado. Es en este
momento que la historia se desplaza a un nuevo nivel, uno que trasciende “cualquier
cómoda alegoría que pueda haber sido pensada o cualquier categoría moral que el lector
hubiese podido imaginar”; entra “en contacto con el misterio”25. El uso que O’Connor hace
del grotesco se encuentra con el misterio en esos momentos violentos. Al tanto de que el
público moderno no compartía su visión, se acercó a ellos de esta manera: “La violencia es
capaz de hacer volver mis personajes a la realidad y prepararlo para aceptar su momento de
gracia […] Esta idea –que la realidad es algo a lo que debemos ser retornados a un precio
considerable– es una que pocas veces es comprendida por el lector ocasional, pero que está

21
Caroline Gordon, “With a Glitter of Evil”, New York Times Book Review, 12 de junio de 1955, p. 5.
22
O'Connor, Habit, p. 87.
23
Sally Fitzgerald, ed., “Chronology”, Collected Works, p. 1248.
24
O'Connor, Habit, p. 249.
25
O'Connor, Mystery, p. 111.
implícita en la visión cristiana del mundo”.26 Todas las historias de O’Connor, en última
instancia, van hacia ese punto, y alguien aprende algo hasta ese momento desconocido.

“Un hombre bueno es difícil de encontrar”

La historia que titula la colección, ya publicada en 1953 en Modern Writing I, es la más


violenta de las que la componen. Elizabeth Hardwick, al recordar a O’Connor al momento
de su muerte, describió la historia como “divertida […] a pesar de que seis personas son
asesinadas”27. Una familia nuclear, con abuela incluida, sale de Atlanta para tomarse unas
vacaciones de tres días en Florida. La abuela le pide a su hijo, Bailey, que se desvíe por un
camino de tierra para visitar una mansión antigua. Cuando recuerda que la mansión que
quiere mostrarle a su familia se encuentra en otro Estado, patea accidentalmente su canasta.
El gato que escondió en la canasta salta al hombro de Bailey, lo que le hace perder el
control del auto, y vuelcan. El Desequilibrado, de quien la abuela advirtió a su hijo en el
primer párrafo, casualmente es el primero en llegar al lugar del accidente. Sin descuidar sus
modales sureños, el Desequilibrado se deshace sistemáticamente de los miembros de la
familia, disparándoles él mismo u ordenándoselo a sus secuaces, Bobby Lee y Hiram. En lo
literal, la historia es aterradora. Debido al nivel de detalle puesto en cómo la familia se viste
y se relaciona, también es divertida, de una manera grotesca.
En una región reconocida por su hospitalidad, los miembros de esta familia se tratan
con una deferencia hostil. Los modales sureños están subvertidos como inversiones
cómicas. La abuela es prácticamente ignorada siempre que habla; los niños, John Wesley y
June Star, son abiertamente antagónicos a los mayores, tanto a los de su familia como a los
propietarios del establecimiento de Red Sammy Butt. Cuando la irrespetuosa June Star
muestra su baile de tap, rechaza cortante la oferta de adopción de la esposa de Red Sam:
“¡No viviría en un lugar medio en ruinas como este ni por un millón de dólares!” (141).
Tampoco le interesa que la abuela los acompañe en el viaje. O’Connor da a June Star un
programa de radio al que hacer alusión: “No se quedaría en casa aunque la nombraran reina
por un día [queen for a day] […] ni por un millón de dólares” (137). A pesar de que el
programa, demasiado emocional, “Queen for a Day” se estrenó en 1956, en la radio uno
con formato similar comenzó a transmitirse en 194528. Algunas mujeres contaban historias
de sus vidas para evocar un sentimiento de empatía en la audiencia, que aplaudía a quienes
consideraban merecedoras del premio y del título de “Reina por un día”. Inevitablemente,
la ganadora sería aquella que pudiese brindar la papilla sentimental más espesa. El
programa se prestaba a la parodia. June Star conoce de radio, pero parece ser ignorante de
los cuentos y estereotipos de la región. Cuando la abuela cuenta la historia de la sandía,

26
O'Connor, Mystery, p. 112.
27
Elizabeth Hardwick, “Flannery O'Connor, 1925-1964”, New York Review of Books, 8 de octubre de 1964,
p. 21.
28
Alex McNeil, Total Television: A Comprehensive Guide to Programming from 1948 to the Present, 3rd ed.
(New York: Penguin, 1991), p. 621.
John Wesley la entiende al instante, porque se da cuenta de que la historia es “graciosa” ya
que hace hincapié en la creencia popular de que los negros sureños están fascinados con la
sandía. June Star, por otro lado, está segura de que no podría interesarse por un hombre que
“solamente le trajo una sandía un sábado” (140). No está al tanto de los mitos y
presupuestos sureños, como una versión más joven de Joy/Hulga de “La buena gente del
campo”.
La madre de los niños, que no tiene ni nombre ni idea de cómo vestirse bien ni
noción de limpieza, usa pantalones y “la cabeza atada con el pañuelo verde” (137-138)
durante dos días seguidos. Según la cosmovisión de la abuela, la madre no está a su mismo
nivel al momento de vestirse como una dama. Cumple únicamente el rol de “la madre de
los niños”, y se la refiere de esa manera dieciséis veces; nunca es “la mujer de Bailey” ni la
“nuera de la abuela”. Ese rol limita y socava sus posibilidades. Nunca disciplina a sus hijos,
ni siquiera cuando son irrespetuosos con la abuela o con extraños. Tiene un lugar, pero dice
poco, solo recuerda sus modales cuando está por morir. Cuando le preguntan si quiere ir a
encontrarse con su esposo, la respuesta es “sí, gracias” (151).
Las únicas palabras cordiales que Bailey ofrece a su madre las dice cuando está
siendo escoltado para morir: “¡Estaré de vuelta en un minuto, espérame, mamá!” (148). De
todos modos, la conversación central para el significado profundo de la historia es el
intercambio entre el Desequilibrado y la abuela, porque aquí O’Connor muestra su
“momento de gracia”. Ambos personajes ya superaron la rutina de los modales sureños,
pero aun así se siguen rigiendo por ella: “Sé muy bien qu'eres un hombre bueno […] ¡No
eres una persona común!” (148), y complejizan la conversación sumando a Jesús. Para la
abuela, la conversación sobre Jesús es parte de los modales, cómo dos extraños entablan
una charla educada y desesperada a la vez. Para el Desequilibrado, las palabras son más
pesadas. Como Hazel Motes en Sangre sabia, que sabe que es impuro, el Desequilibrado
sabe que “no [es] un hombre bueno” (148). Jesús lo deja perplejo, porque “rompió el
equilibrio de todo” (151). Las palabras de la abuela ofrecen un atisbo de sabiduría y
esperanza, pero emanan de una fuente que no comprende la profundidad de su significado.
Le sugiere que rece y le pida ayuda a Jesús, aunque momentos antes los secuaces mataron a
Bailey y a su nieto, John Wesley. Mientras intenta que le salga la voz, Hiram y Bobby Lee
están guiando a la madre de los niños, el bebé y June Star hacia el bosque, para que se unan
a los muertos. Cuando finalmente le sale la voz, lo apenas audible llega mediante el
narrador: “‘Jesús, Jesús’. Quería decir ‘Jesús te ayudará’, pero de la manera en que lo decía
era como si estuviera maldiciendo” (151).
Cuando la abuela escucha el tiro que viene del bosque, instantáneamente vuelve a lo
único que la ata a la vida, la parte de su mente que controla el comportamiento exterior en
una región consumida por las apariencias: “¡Jesús!... ¡Tienes buena sangre! ¡Yo sé que no
dispararías a una dama! ¡Sé que vienes d'una familia buena! ¡Reza! Por Dios, no deberías
disparar a una dama” (151-152). O’Connor pone la palabra “Jesús” en un lugar ambiguo.
Podría ser la manera de hablar de la abuela, como un as en la manga, porque “Jesús” es lo
que le enseñaron, con lo que creció, lo que debe ser usado en la situación retorcida en la
que se encuentra. De la misma manera podría ser una mala palabra. A pesar de que se
presenta a sí misma como una “señora”, no tiene problema en fijarse en un “negrito […]
lindo”29 (139) o en contar la historia sobre el “chico negro” que le robó su sandía (140). Sin
embargo, el Desequilibrado responde al “Jesús” en sus pedidos. Quiere preguntarse por la
seriedad en las acciones de Jesús: “Si Él hacía lo que decía, entonces sólo te queda dejarlo
to y seguirlo, y si no lo hacía, entonces sólo te queda disfrutar de los pocos minutos que
tienes de la mejor manera posible, matando a alguien o quemándole la casa” (152). Para el
Desequilibrado no existe punto medio.
Mientras la abuela se mete en la zanja, el Desequilibrado, cargando una pistola y
usando la camisa del fallecido Bailey, sigue hablando de Jesús. La abuela experimenta una
claridad de ideas y se acerca al Desequilibrado: “¡Si eres uno de mis niños! ¡Eres uno de
mis hijos!” (152). La abuela, en este punto de la historia, no dijo nada que pueda ser
confundido con algo creído genuinamente. Una lectura de este momento es que la abuela,
en el segundo antes de que su existencia sea terminada, puede ver más allá de la farsa que
fue su propia vida. El sistema de sujetos, atados una estructura de clases, que los modales
sureños impusieron en su imaginario colapsa y se revela como una jerarquía artificial: la
abuela reconoce que no es mejor que el Desequilibrado. Incluso podría ser su hijo; incluso
podría ser tan bueno como para ser su hijo. En lo literal, está usando la camisa de Bailey. Si
la historia no se prestase a una lectura más profunda, entonces la abuela seguiría igual y
simplemente estaría confundida por la apariencia del Desequilibrado, confundiéndoselo con
su hijo. Su asesinato sería solo nihilismo. La historia sería solo grotesca.
Apenas escucha sus palabras, el Desequilibrado, “como si lo hubiera mordido una
serpiente” (152), le dispara tres veces. En esta oración, O’Connor empareja la “serpiente”,
relacionada con el Diablo en el Edén bíblico, con el “tres”, un número que utiliza repetidas
veces para referirse a la Trinidad cristiana. Como lectura alegórica, el Diablo es destruido
por la bondad de Cristo. Sin embargo, la “serpiente” está asociada a la abuela, torpe pero
inocente, y el “tres” con el Desequilibrado, lleno de maldad. Las palabras del
Desequilibrado son un recordatorio de las palabras de Cristo a Pedro, “Quítateme de
delante, Satanás” (San Mateo 16:23, San Marcos 8:33), lo que sugiere que quien vio la
verdad también puede ser envenenado por el Diablo y traicionar esa verdad. Como el
Desequilibrado lucha con la pregunta sobre Jesús, y como la abuela reconoce un vínculo
con el Desequilibrado, ambos personajes demuestran ese “bien” que es “tan difícil de
encontrar”. La historia finaliza con la abuela muerta, pero va más sabia a la otra vida. La
vida del Desequilibrado también cambió para siempre, ya que, en las palabras finales a la
abuela sobre sus creencias, reconoce que no hay “placer, sino maldad” (152). Luego de que
la abuela se da cuenta de su conexión con él y la mata, concluye: “No hay verdadero placer
en la vida” (153). El desplazamiento entre un deseo deliberado de maldad como placer a
una comprensión de que la maldad no es placer es una diferencia importante. Con la muerte

29
En el original “pickaninny”. Se trata de una palabra peyorativa para referirse a los niños y niñas negros. Es
una derivación de la palabra pequenino del portugués. [N. d. T.]
de la abuela, el Desequilibrado también recibe un “momento de gracia”.

“El templo del Espíritu Santo”

Publicado originalmente en la Harper’s Bazaar de mayo de 1954, “El templo del Espíritu
Santo” es uno de los dos cuentos en la colección que hace hincapié en la experiencia
católica y es el único que la privilegia por encima de otras confesiones o perspectivas
religiosas. Dos primos de 14 años, Susan y Joanne, pasan el fin de semana fuera del
internado con su prima sin nombre de 12 años, a quien se la nombra como “la niña”. El
título viene de la línea que las chicas aprendieron de la hermana Perpetua; cuando se
encuentren en un estado de excitación causado un chico, simplemente deben decir: “¡Pare,
señor! ¡Soy un templo del Espíritu Santo!” (199). A las chicas, esa frase les parece hilarante
y difícilmente pueden decirla sin reír frenéticamente. La niña no lo ve como algo gracioso.
Las muy diferentes respuestas que las primas y la niña tienen al mismo lenguaje y actividad
proveen la tensión y el humor en el cuento. Lo que cada lado piense que es divertido o no y
por qué o cómo o hasta qué punto es divertido contribuye al objetivo de O’Connor. El foco
está puesto en el descubrimiento que tiene la niña durante el fin de semana: ser “un templo
del Espíritu Santo” es un tema serio, lleno de misterio más allá de su comprensión.
Cuando los chicos del lugar, Wendell y Cory, quienes llevan a las visitantes a la
feria, les cantan una serenata –a ellas y a la niña, escondida– con himnos protestantes, las
chicas intentan controlar sus risitas. La incomodidad juvenil que sienten al tratar con el
sexo opuesto sólo hace que los chicos pasen a cantar “The Old Rugged Cross”. Las chicas
responden en latín con el “Tantum Ergo” de la misa, al que Wendel, no reconociendo lo
que escucha, lo identifica como “canto judío” (202). La niña le grita con frustración al
“pedazo de burro de la Iglesia de Dios” (202) y se cae de su escondite en la maleza.
La niña oscila entre un interés moderado por ir a la feria y un obsesivo compromiso
imaginario con los misterios de la Iglesia Católica, encendido por el retorno de la feria. Al
visitar la feria el año anterior, sintió curiosidad por esas carpas cerradas con fotos borrosas
de diversos freaks30, a quienes comparó con “mártires esperando a que les corten la lengua”
(203). Como se imaginó que lo que había en la carpa tenía algo que ver con la medicina, se
había decidido a ser doctora cuando fuese grande. En su cabeza, entonces, si fuese doctora
y lo que hay dentro de la carpa para adultos es sobre medicina, podría entrar legítimamente
y satisfacer su curiosidad. Sin embargo, debido a que las imágenes en la carpa le
recordaban a los antiguos mártires cristianos, luego de un año de haber ido a la feria se da
cuenta de que ser doctora no sería suficiente. En su cabeza pasa rápidamente de doctora a
ingeniera a santa y finalmente a mártir. Las posibilidades de lo que sea que haya dentro de
esas carpas no son nada frente a la riqueza de su imaginación con la idea de mártires “en
aceite hirviendo”, destrozado “por leones” (204).

30
Nos decidimos por dejar el original en inglés para referirnos a lo que en castellano solemos conocer como
“fenómeno de feria”. Más adelante, dejamos también boy scout y girl scout en inglés. [N. d.T.]
Los poderosos efectos de los misterios de la Iglesia Católica dirigen las rutinas de
su vida. Cuando se va a dormir la noche que sus primas y sus citas están en la feria, olvida
rezar; pero la música del organito la mantiene despierta, así que recuerda salir de la cama,
arrodillarse, y repetir las oraciones que mecánicamente aprendió en la iglesia. De a
momentos, su imaginación vira hacia la imagen gráfica de “Cristo camino del Calvario,
aplastado tres veces por la tosca cruz” (205), y entonces, igual de abruptamente, su mente
abandona el pensamiento. Esa noche, la niña se deleita en la alegría de no ser protestante:
“¡Gracias a Dios que no estoy en la Iglesia de Dios, ¡gracias, gracias, Señor!” (205). A
pesar de que la obsesión con Cristo se reitera a lo largo de la ficción de O’Connor, se la
suele caracterizar con algún fundamentalista protestante evidentemente enloquecido. Este
control que la Iglesia Católica tiene sobre la imaginación de la niña no tiene par en el canon
de O’Connor.
La historia del hermafrodita que las primas cuentan a cambio de aprender cómo una
coneja da a luz es el factor central en el “momento de gracia” de la niña, cuando comienza
nuevamente a sondear la enormidad de los misterios de la vida. Cuando aprende que Dios
puede hacer que una persona sea mujer y hombre, sin dos cabezas, se ve forzada a pensar,
literalmente, debajo del cinturón, aunque no tiene idea de cómo imaginar qué significa esto,
tal como lo indica su conversación medio soñada y medio imaginada entre el hermafrodita
y la audiencia en la carpa. En un nivel más profundo y perturbador, comprende algo sobre
el poder y el misterio de Dios. La niña, sin embargo, sigue siendo una niña; todavía no
puede aprehender totalmente qué son los genitales femeninos y masculinos. En su promesa
por explicar cómo una coneja tiene sus crías, vuelve al confort de una versión segura e
infantil del mundo; la coneja simplemente “los escupió por la boca” (207).
Las palabras del hermafrodita que las primas citan a la niña –“No lo discuto. Él
quiso que yo fuera d’esta manera” (209)– quedan en la mente de la niña y caen en la
conmoción de llevar a las primas de vuelta al convento. El grupo llega a tiempo para la
bendición, y la mente de la niña pasa por su maldad usual hasta un momento de
arrepentimiento verdadero, e igual de rápidamente va hacia el freak de la feria en el
momento en que el sacerdote levanta “el ostensorio con la hostia” (208). Cuando se van, la
monja abraza fuertemente a la niña, aplastando “su mejilla contra el crucifijo sujeto a su
cinto” (209). Durante el retorno al hogar, la niña, marcada, oye la historia de su chofer, el
porcino Alonzo, quien cuenta que la feria fue cerrada por los predicadores a causa de lo que
había en las carpas. Otra vez, la imagen de la hostia surge frente a ella, esta vez emanando
del sol.
La niña sabe más de lo que sabía antes de que sus primas la visitaran, pero no puede
recomponer la imagen completa: el cuerpo es “un templo del Espíritu Santo”, Dios puede
hacer una persona que sea hombre y mujer al mismo tiempo, estos freaks no tienen dos
cabezas, la hostia es tanto la Iglesia como el mundo. Si Dios puede hacer todo esto, ¿qué va
a hacer de ella? Ser “un templo del Espíritu Santo” no es algo risible o para tomarse
ligeramente, ni siquiera por un minuto.

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