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Cuenta el místico español San Juan de la Cruz, en una carta conservada en el Archivo de
Simancas, que Juana la Loca, hija de Isabel la Católica y madre del futuro Carlos V, decía
cosas tales como que "un gato de algalia había comido a su madre e iba a comerla a ella",
extrañas fantasías de una mujer misteriosa. Sobre la regia locura de Juana se han esgrimido
las más caprichosas hipótesis, desde la que afirma que no padecía enajenación ninguna,
sino un intolerable protestantismo cruelmente castigado con el apartamiento, hasta la
versión más común que pretende, según la tesis de Marcelino Menéndez y Pelayo, que "la
locura de Doña Juana fue locura de amor, fueron celos de su marido, bien fundados y
anteriores al luteranismo".
Como hijo de Felipe el Hermoso y Juana la Loca, llegó a manos de Carlos V una vasta y
heterogénea herencia, en la que mucho tuvieron que ver la combinación de matrimonios
dinásticos y una serie de muertes prematuras de los herederos directos de distintos tronos.
Por parte de su abuelo paterno, el emperador Maximiliano I de Habsburgo, recibió los
estados hereditarios de la casa de Austria, en el sudeste de Alemania; por parte de su abuela
paterna, María de Borgoña, obtuvo el ducado borgoñón, que sin embargo estaba en poder
de Francia, y además los Países Bajos, el Franco-Condado, Artois y los condados de Nevers
y Rethel. De su abuelo materno, Fernando el Católico, recibió el reino de Aragón, Nápoles,
Sicilia, Cerdeña y sus posesiones de ultramar; y de su abuela materna, Isabel la Católica,
Castilla y las conquistas castellanas en el norte de África y en Indias.
El verdadero problema residiría en la falta de cohesión de todos estos dominios, por lo que
Carlos se propuso durante todo su reinado superar el concepto feudal del imperio y darle
una nueva dinámica a través de un ideal común que justificase la reunión de territorios tan
dispares bajo una sola corona. La figura del imperio surgió ante él como la entidad política
idónea para aglutinar los distintos dominios y fundarlos sobre una universalidad religiosa.
El ideal común era el cristianismo y, conforme al mismo, Carlos se erigió en el «guardián
de la cristiandad», en momentos en que la unidad de convicciones que habían mantenido
cerrado el mundo medieval estaban a punto de romperse.
Según Menéndez Pidal, Carlos V asumió el papel de coordinador y guía de los príncipes
cristianos contra los infieles «para lograr la universalidad de la cultura europea», de modo
que la idea de cristianismo pasase a ser una realidad política. Sin embargo, ésta no era tarea
fácil en un siglo como el XVI, en el que los sentimientos nacionales se oponían al
universalismo y los príncipes cristianos buscaban consolidar, cuando no ensanchar, su
espacio vital en el viejo continente.
El cardenal Cisneros emprendió viaje, para recibirle, a las playas de Asturias, pero cayó
enfermo y hubo de refugiarse en el monasterio de San Francisco de Aguilera, donde recibió
la noticia de la llegada del rey con un séquito extranjero. El 18 de septiembre de 1517,
después de una dificultosa travesía, Carlos V desembarcaba en el puerto asturiano de
Tazones, perteneciente al concejo de Villaviciosa. Lo acompañaban su hermana Leonor, el
señor de Chièvres, el canciller de Borgoña y numerosos nobles flamencos. Unos días antes,
el 31 de octubre, un monje alemán llamado Lutero había hecho públicas sus noventa y
cinco tesis contra el comercio de las indulgencias, que darían pie al movimiento de
Reforma contra la Iglesia católica romana.
Juana la Loca con sus hijos Fernando y Carlos
Cisneros mandó con urgencia una recomendación al monarca rogándole que despidiese a su
séquito, temeroso, y con razón, de que ello no haría sino irritar a los cortesanos españoles.
Desatendiendo tan prudentes consejos, Carlos mantuvo a su lado a sus amigos y se dirigió a
Tordesillas, donde estaba recluida su madre. Obtuvo de Juana que abdicara en su favor,
formalidad sin la cual le hubiese sido imposible gobernar. Antes de llegar a Valladolid,
Carlos recibió la noticia de la muerte de Cisneros. El cardenal había fallecido sin lograr
entrevistarse con el mozo flamenco y atribulado por un inminente porvenir que él, mejor
que nadie, preveía conflictivo.
Rey de España
De todos los países que heredó, España fue el más difícil de consolidar bajo su dominio.
Carlos se propuso reinar con el exclusivo apoyo de sus compatriotas, repartiendo entre ellos
prebendas y altos cargos, lo cual indignó sobremanera a la nobleza local. El partido
formado alrededor de su hermano Fernando, su condición de extranjero y el
desconocimiento de la lengua castellana pesaron en su contra.
En las cortes de Cataluña las negociaciones fueron más arduas. El rey se encontraba aún en
Barcelona cuando recibió la noticia de que el 28 de junio había sido elegido emperador con
el nombre de Carlos V. El título imperial le era imprescindible para llevar a cabo el
gobierno de las numerosas posesiones bajo el signo de la unidad. La corona de su abuelo
paterno, el emperador Maximiliano I de Habsburgo, no era hereditaria sino electiva, y la
Dieta reunida en Francfort, tras la renuncia de Federico el Prudente, hizo recaer la
designación en su persona. Para conseguirla, Carlos había invertido un millón de florines, la
mitad del cual fue financiado por los banqueros Fugger, quienes vieron en él la clave del
desarrollo económico de Europa.
El desprecio que los asesores flamencos del rey mostraban por los españoles, el favoritismo
en el nombramiento de extranjeros para desempeñar cargos públicos de importancia, las
grandes cantidades de dinero sacadas del reino y la designación de Adriano de Utrecht
como regente durante la ausencia del rey fueron algunas de las causas de la revuelta de los
comuneros. Ésta fue en un principio una verdadera rebelión contra la aristocracia
terrateniente y el despotismo real, y, ante todo, una defensa de la dignidad y los intereses
castellanos nacida en los municipios como un movimiento burgués.
Sin embargo, antes de la derrota de los últimos rebeldes en Villalar, el 23 de abril de 1521,
el levantamiento había degenerado en una revuelta incoherente, identificada más con las
tradiciones feudales que con las reivindicaciones económicas y políticas de la burguesía.
También el reino de Valencia se sublevó por entonces. El movimiento fue animado por las
germanías (asociaciones de artesanos) de Valencia y Mallorca, que lanzaron contra la
aristocracia a las milicias reclutadas para hacer frente a los piratas del Mediterráneo. Carlos
no pudo menos que respaldar a la aristocracia en su acción represiva. Las