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ANTROPOLOGÍA
FILOSÓFICA
Una introducción a la Filosofía del Hombre
Quinta edición
Primera reimpresión
ISBN: 978-84-313-2711-8
Depósito Legal: NA 2.437-2011
1. La palabra «apetito» proviene del latín appetere (petere-ad) que significa «dirigirse hacia»;
está connotando, por tanto, dirección, tendencia hacia algo.
2. TOMÁS DE AQUINO, Sobre la verdad, q. 22, a. 1.
66 EL HOMBRE EN EL MUNDO NATURAL
3. VICENTE ARREGUI, J., CHOZA, J., Filosofía del hombre, op. cit., pp. 208-209. Dentro de la au-
toconservación cabría incluir no sólo el rechazo de todo lo que supone un peligro para la vida del ser
vivo, sino también todo lo encaminado a su nutrición y crecimiento.
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sensible). Los animales superiores al poseer toda la dotación de los sentidos ex-
ternos e internos tienen más perfeccionados sus mecanismos instintivos.
b) Innata. Se trata, además, de una tendencia innata, es decir, no adquirida
por el aprendizaje. «La educación y la imitación en nada influyen (en el instin-
to) porque son posteriores a él y en él se fundan» 4. Por esta razón se dice que el
instinto es infalible, sin necesidad de recurrir a ninguna experiencia anterior. No
sucede así en el hombre, en el que el peso del instinto es menor; gracias a su in-
teligencia el hombre posee la capacidad de adaptarse a las nuevas situaciones sir-
viéndose del saber anteriormente adquirido.
c) Universalidad específica. Precisamente por el hecho de ser innato, es de-
cir, que proviene de la naturaleza específica, se trata de una tendencia propia de
todos los individuos de una especie. «Esta estabilidad se puede observar en el he-
cho de que ni en el espacio ni en el tiempo se producen variaciones notables ni
progresos importantes y durables» 5. El instinto propio de cada especie está deter-
minado a un comportamiento fijo que se dirige siempre hacia lo más convenien-
te. Esto hace que el instinto permanezca estable en la especie con el transcurso de
los siglos. Por ejemplo, las hormigas construyen ahora sus hormigueros de mane-
ra igual a como hace veinte siglos.
d) Estable. El instinto define una conducta permanente y estable del sujeto
a pesar de las modificaciones funcionales y de la diversidad de las situaciones ex-
ternas. La especificidad del instinto admite variaciones individuales mayores a
medida que nos vamos elevando en la escala animal (desde los insectos a los ma-
míferos). En estos últimos el adiestramiento y las costumbres influyen más en la
conducta animal, como ha mostrado el conductismo. En la psicología experimen-
tal se suelen distinguir entre los instintos primarios, que son los más difícilmente
modificables, y los instintos secundarios, que son los que admiten una mayor
modificación mediante el ejercicio y la costumbre.
e) Automatismo. «El animal realiza con gran perfección lo que hace por ins-
tinto, pero ni sabe lo que hace ni cómo lo hace, es decir que no tiene que elegir ni
el fin ni los medios que le impone la naturaleza» 6. En otras palabras, el animal
actúa sin tener conocimiento reflexivo de la finalidad de ese instinto. Por eso se
dice que se trata de una conducta automática. Así se explica que el automatismo
del instinto continúe funcionando aunque varíen sustancialmente las condiciones
en que se ejerce el instinto, resultando la conducta animal ineficaz 7.
A diferencia del animal, el hombre posee un conocimiento consciente y re-
flejo del fin de ese instinto, y como además es capaz de proponerse fines con in-
8. Podemos decir que los deseos son instintos hacia lo inmediato, mientras que los impulsos son
instintos mediatos, porque existe una mediación hacia lo conveniente para el sujeto.
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En suma, los impulsos apuntan a bienes más arduos, pero más valiosos. El
dinamismo de las tendencias humanas exige armonizar y completar los deseos
con los impulsos, la satisfacción de lo conseguido y los nuevos proyectos. Aquí
es preciso tener en cuenta que en el hombre las tendencias sensibles, de hecho,
acompañan a la tendencia racional, la voluntad. Pero se da realmente una distin-
ción, como se muestra en el «conflicto» de tendencias descrito anteriormente (el
dulce para el diabético).
Se podría proponer una síntesis de estos dos planteamientos, de tal modo que
sea posible admitir que «el comportamiento humano está condicionado por lo que
se le ofrezca como castigo y recompensa desde fuera, es decir, desde el medio so-
cio-cultural en el que nace y vive, y también por el conjunto de fuerzas vitales in-
ternas» 12. Esta síntesis parece que es la ofrecida por el modelo antropobiológico
de Gehlen y Portmann. Según esta propuesta, la especie humana presenta un nota-
ble déficit biológico e instintivo con respecto a otras especies animales, lo que le
hacer ser una especie muy desvalida y necesitada de un largo periodo de protec-
ción y aprendizaje. Ambos autores insisten «en la necesidad de aprendizaje en el
hombre debido a su carácter inacabado, a su pobreza instintiva, a la inespecifici-
dad de sus impulsos, a la lentitud y prolongación excesiva de su desarrollo madu-
rativo y a su apertura al entorno. Pero, mientras que para Gehlen la inconclusión
humana tiene un sentido fundamentalmente negativo, para Portmann el inacaba-
miento y prematuridad biológica resulta ser la oportunidad para el desarrollo de
una forma de vida espiritual, que ya se manifiesta germinalmente en la estructura
biológica humana, y cuya realización sólo es posible contando con contactos so-
ciales intensos y múltiples actos de aprendizaje, relacionándose el hombre con el
mundo cultural que ha recibido en herencia de sus predecesores» 13.
Ciertamente estos planteamientos presentan aspectos que merecen ser tenidos
en cuenta para comprender el dinamismo de la conducta humana. Pero en todo
este debate es preciso apuntar que la diferencia esencial entre la conducta animal y
la humana radica en un factor nuevo y decisivo: la libertad, como parece insinuar-
se, por ejemplo, en la propuesta de Portmann. Si se olvida que el hombre es libre,
se acaba afirmando que su conducta ya está determinada, bien por su herencia ge-
nética (innatismo), bien por un sistema de premio y castigo en él inculcado (con-
ductismo). Si se niega la libertad del hombre, se acaban difuminando los límites
entre la conducta animal y el comportamiento humano. Es necesario subrayar la
importancia de la herencia genética y del aprendizaje, pero éstos son «condiciona-
mientos» de la conducta humana, y no determinaciones de la misma.
12. Ibidem.
13. BARRIO, J.M., Elementos de Antropología Pedagógica, Rialp, Madrid 1998, p. 85.
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cesidades instintivas y en eso consiste la cultura de un pueblo; por eso las cultu-
ras son tan diversas en el tiempo y en el espacio. Por ejemplo, la cultura gastro-
nómica es diferente en cada pueblo, pero satisface una misma necesidad orgáni-
ca: la necesidad de alimentarse es instintiva, pero no el modo concreto de hacerlo
porque no está prefijado.
e) Las finalidades no instintivas a las que el hombre es capaz de dirigirse
pueden constituirse también en objeto de tendencia mediante una inclinación lla-
mada hábito: esta tendencia es aprendida por repetición de actos. El hombre ad-
quiere hábitos mediante el aprendizaje libremente asumido. Los hábitos despla-
zan cada vez más la carga instintiva del individuo. La espontaneidad biológica en
el hombre es insuficiente; es tan débil que precisa del aprendizaje para que el
hombre pueda subsistir como especie. Por esta razón la educación en el hombre
es fundamental para «humanizarse» cada vez más 17. El hábito libremente adqui-
rido por repetición de actos es también libremente actualizado cuando el sujeto
quiere: el hábito se diferencia del instinto secundario (mediado por el aprendiza-
je) porque es utilizado cuando queremos. Un alumno con hábito de estudio es ca-
paz de estudiar cuando se lo propone con más facilidad que otro que no posee ese
hábito. Como veremos más adelante, el hábito operativo bueno (es decir, la vir-
tud) supone un incremento de libertad.
En definitiva, en este nivel instintivo es posible identificar la peculiaridad de
la persona humana porque posee un dominio sobre sus potencias y facultades.
Mientras que en el animal los instintos presuponen la vida biológica y están al
servicio de ella (autoconservación y reproducción), en el hombre se advierte un
proceso distinto: mantenerse en la vida está en función de algo más elevado a lo
que el hombre se dirige de modo libre. Los instintos no modelan la conducta hu-
mana de modo ciego, sino que más bien parecen estar a disposición de la persona.
17. En el hombre la fuerza instintiva es mucho menor que en el animal, como lo manifiesta con
claridad el siguiente ejemplo. En la jungla hindú fueron descubiertos dos niños de 5 y 10 años que ha-
bían crecido con una jauría de lobos. Su comportamiento era muy semejante al de los lobos: el modo
normal de comunicación eran los aullidos y comían hincando los dientes en la carne cruda de sus víc-
timas. Por el contrario, unos lobeznos recién nacidos crecieron en un ambiente «civilizado» («huma-
nizado») y se comportaban como lobos normales. Cfr. LUCAS LUCAS, R., El hombre: espíritu encar-
nado, op. cit., p. 155.