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CAPÍTULO 1

ENFOQUE EXISTENCIAL: EL CONOCIMIENTO


EN LA VIDA COTIDIANA
1.1. INTRODUCCIÓN
Los autores de este libro participamos de una corriente de pensamiento
a la que suele conocerse como fenomenología existencial. En lo que hace al
conocimiento que podemos tener de este mundo y de las cosas, objetos o
entes que lo pueblan adherimos por ello a la tesis de que la forma originaria
por la que tenemos acceso a tales entes consiste en el trato que mantenemos
con ellos en nuestra vida cotidiana. Esta tesis nos compromete con algunos
desarrollos teóricos que resaltan especialmente en este capítulo y en el
dedicado al conocimiento en las ciencias sociales, pero que en alguna
medida se encontrarán a todo lo largo de este libro.
Desde el punto de vista didáctico esta toma de posición tiene una
consecuencia muy favorable ya que la aproximación al conocimiento desde
la perspectiva del hombre común y su vida cotidiana permite al estudiante
ejercer su capacidad crítica desde el mismo punto de partida ya que él
puede controlar con ejemplos tomados de sus situaciones cotidianas las
generalizaciones, abstracciones y construcciones propias de todo
conocimiento.
Como veremos más adelante, ese conocimiento, o bien se encuentra
implícito en la conducta del hombre —especialmente en ese trato que
tenemos o mantenemos con los entes que pueblan el mundo—, o bien se
encuentra explícito en palabras. Pero antes de desarrollar esta idea conviene
aquí tener presente una distinción entre el conocimiento socialmente
definido como tal y el conocimiento propiamente dicho que
caracterizaremos más adelante como una pretensión o aspiración por la
verdad.
Al describir la forma en que se da el saber o conocimiento en la vida
cotidiana del hombre común, encontraremos que ese saber domina una
zona pequeña del mundo, zona a la que denominaremos “mundillo
familiar”. Esta zona está rodeada por otra, en la cual el saber no reina sino
que está entremezclado con la ignorancia: es una zona de penumbra.
Finalmente, la zona de penumbra está rodeada por una zona que no tiene
límites, sobre la cual no hay saber alguno: lo desconocido.
Como ya hemos visto, el saber del hombre común puede ser o bien
implícito o bien explícito. Al saber que se encuentra implícito en la acción
misma, en la conducta del hombre, lo denominaremos, por razones que se
explicarán más adelante, practognosis. En cuanto al saber que se encuentra
explícitamente formulado en palabras, lo denominaremos opinión (doxa, en
griego).
El saber implícito en la acción, vale decir la practognosis, no debe ser
confundido con actos mecánicos o instintivos. Como veremos en el
capítulo siguiente, la conducta instintiva contiene también conocimiento
pero se trata de un conocimiento atesorado en el genoma y en el ácido
ADN que no constituye una conducta aprendida por el individuo, animal
humano o no humano. En cambio, la practognosis, tanto en los animales
humanos como en los que no lo son, es el resultado de un aprendizaje
hecho por el propio individuo. Por otra parte el hombre tiene unas pocas
conductas claramente instintivas y el resto de sus conductas, son conductas
aprendidas.
Si le diésemos a la palabra “habilidad” o “habilidades” un sentido
suficientemente amplio como para comprender la habilidad de permanecer
de pie, de gatear, o de caminar, pero también la habilidad de llamar la
atención mediante un grito, por ejemplo; entonces todo el conocimiento
practognótico de alguna manera estaría comprendido bajo el rubro
“habilidades”. Sin embargo, es interesante destacar la forma de adquisición
de estas habilidades así definidas en un sentido amplio de la palabra. Por lo
pronto, encontramos la adquisición que se realiza por medio del
procedimiento general del ensayo y del error (o ensayo y supresión de
errores), la que se adquiere por imitación y la que se adquiere por el juego.
Todos estos procedimientos de aprendizaje se han observado también en
los animales en su vida natural. En el caso del hombre está también claro
que forman parte de este conocimiento no solamente este tipo de
habilidades, que comprendería también una orientación temporoespacial en
el sentido que se traduce, por ejemplo, en palabras como “adelante-atrás”,
“arriba-abajo”, sino también habilidades de carácter pos-reflexivo. Vale
decir que se trata de conocimientos que previamente han sido adquiridos
reflexivamente por medio de la palabra, pero que después pasan al plano
practognótico.
Mientras en el saber practognótico implícito en la acción hay siempre
cierto grado, mayor o menor, de acierto en el trato con los entes que
pueblan el mundo; el saber, que se hace explícito en palabras, que hemos
denominado opinión, puede ser verdadero o puede ser falso.
El trato con los entes intramundanos es practognótico pero no reflexivo,
vale decir que los entes no son destacados del conjunto de la situación
general que vive el individuo. Siguiendo a autores de la línea de la
fenomenología existencial, denominaremos a este trato que encierra un
conocimiento, apertura al mundo propia de la existencia. Pero en cualquier
momento esa relación puede interrumpirse y uno de estos entes
intramundanos con los cuales estábamos en un trato —quizá porque él se
muestra defectuoso— puede convertirse en objeto (ob-jecto); algo que nos
hace frente, al cual se presta una atención especial y, eventualmente, se lo
convierte en objeto de conocimiento.
Hemos dicho que el saber que se traduce en palabras —la opinión—,
puede ser verdadero o falso. De este modo la definición más simple del
conocimiento sería “el conjunto de opiniones verdaderas”. Pero ocurre que
los enunciados, el conjunto de palabras con los cuales se pretende dar
cuenta de la estructura del mundo y de los entes intramundanos no tienen
un sello que dé una garantía de que tales enunciados sean verdaderos.
Justamente por este motivo, los hemos denominado opiniones (doxa) y no
ciencia (episteme).
De modo que, de acuerdo con este punto de vista, la verdad no
constituye una posesión segura del conocimiento, sino que es aquello a lo
que el conocimiento aspira. Esto nos conecta con las tres zonas de las
cuales hablamos al hacer la descripción general de cómo se da el
conocimiento en la vida cotidiana: el mundillo familiar, la penumbra y lo
desconocido. En este sentido podemos afirmar que el conocimiento es una
relación con lo desconocido que consiste en indagarlo o investigarlo. El
hombre en la actitud de conocer trata con lo desconocido ya sea éste parte
de la zona de “penumbra” ya sea parte de lo “desconocido total”. De este
modo vamos a definir al conocimiento como una actitud, y no como un
conjunto de proposiciones o enunciados verdaderos. La actitud abierta al
conocimiento significa que de algún modo se acepta la existencia de lo
desconocido, que hay algo que no se conoce, actitud que es el punto de
partida de la tarea de conocer. En cambio la actitud cerrada al conocimiento
es la actitud que reduce el cosmos al mundillo familiar, por lo que se
pretende que ya nada hay para indagar o investigar porque todo se conoce.
Conforme a este segundo punto de vista una enciclopedia, por ejemplo,
sería considerada como un libro de ciencia; pero está claro que las
enciclopedias no son libros de ciencia, sino recopilaciones de los resultados
de investigaciones que efectivamente hicieron los científicos en su intento
de escudriñar lo desconocido para conocerlo.

1.2. DESCRIPCIÓN DEL SABER ESPONTÁNEO DEL HOMBRE COMÚN:


EL MUNDILLO FAMILIAR, LA PENUMBRA, LO DESCONOCIDO
Tomemos como ejemplo que nos sirva de hilo conductor el caso de un
hombre cualquiera que se está conduciendo en una situación vital.
Supongamos que se trata de un labriego. El labriego se levanta por la
mañana con el sol para hacer sus tareas en el campo, se viste, engancha los
caballos de tiro y sale con sus herramientas a labrar la tierra. Este labriego,
con su conducta, va mostrando cierto saber. Si habla con su mujer por la
mañana, es porque sabe el idioma que utiliza; si sale a la mañana con el Sol
y regresa al anochecer, sabe del curso del día y la noche; sabe que el Sol
sale por Oriente y se esconde por Occidente; sabe enganchar los caballos
de tiro; sabe utilizar las herramientas de labranza; sabe cuándo sembrar y
como cosechar, etcétera. Un hombre, por más ignorante que sea, sabe
muchas cosas, y ese saber lo manifiesta en su actuar con cierta eficacia.
Lo que el labriego de nuestro ejemplo sabe se refiere a su “mundillo
familiar”. El mundillo familiar es la circunstancia en la cual el hombre vive
y sobre la cual tiene cierto conocimiento o saber.
El labriego que vive en su “mundillo familiar” está también rodeado de
una zona respecto de la cual su conocimiento o saber es mucho más difuso
o dudoso. Por ejemplo: si él recorre habitualmente su comarca conoce sus
accidentes y senderos, pero de la comarca que linda con la suya sabe
menos. Alguna vez la vio desde un monte o quizá en alguna oportunidad
lejana paso por ella. Pero es notorio que no tiene con la comarca lindera la
familiaridad o el saber que tiene respecto de su mundillo familiar. Decimos,
por ello, que el mundillo familiar del labriego está rodeado de una zona de
penumbra. El saber sobre esta zona de penumbra no tiene la precisión ni la
consistencia que tiene la familiaridad con su mundillo cotidiano. Inclusive
—como caso extremo— su saber sobre las comarcas linderas puede
consistir en meras referencias que alguien alguna vez le hizo; puede ser un
saber de mentas. Puede haber oído que en otras tierras se habla otro idioma,
que se tienen otras costumbres, que los hombres tienen otro color, etcétera.
Se advierte lo endeble del saber “por referencias” frente al saber que
implica el obrar cotidiano.
Todavía, si ampliamos la perspectiva, podemos observar que la zona de
penumbra está rodeada por una zona en la que no hay ningún saber: una
zona sin límites de lo desconocido. Así, hay comarcas sobre las cuales no
tiene referencia alguna o civilizaciones que ni siquiera imaginó. Decimos
por ello que la zona de penumbra está inmersa en un ámbito sin límites de
total oscuridad.
Ilustremos el punto con otro ejemplo. Sea un conductor de taxi en la
ciudad de Buenos Aires. Se levanta, higieniza, cepilla sus dientes, le dice a
su mujer —p. ej. — “Che, Negra, cebáme unos mates”. Desayuna al tiempo
que lee el diario. Encuentra en él un artículo escrito por un renombrado
economista sobre la inflación y sus causas y comienza su lectura que debe
abandonar pues no alcanza a entenderlo. Luego pone en marcha su auto y
emprende su recorrido habitual en busca de pasajeros. Todo marcha sin
tropiezos, hasta que un pasajero pide ser llevado a una calle y número que
nuestro conductor no conoce o recuerda. No hace falta proseguir la historia
del ejemplo. Nuestro hombre común ha mostrado un considerable
conocimiento de hábitos higiénicos, poner en marcha y conducir su auto en
la ciudad (ha respetado manos, luces, velocidades máximas, etc.), un
conocimiento del español hablado según el uso porteño y un conocimiento
limitado del español escrito.
La descripción del saber en nuestros ejemplos reproduce la iluminación
por un foco de luz: una zona bien iluminada (el mundillo familiar bien
conocido), una zona de penumbra (lo vagamente conocido), todo ello
inmerso en una zona sin límites ele oscuridad total (lo desconocido).
1.3. PRACTOGNOSIS. CONTENIDO ELEMENTAL DEL SABER
PRACTOGNÓTICO. VERDAD Y FALSEDAD COMO ALTERNATIVA
DE LA OPINIÓN O DEL DISCURSO DE CORRESPONDENCIA
Si reflexionamos un poco sobre el conocimiento del hombre común —
tal como lo hemos visto en los ejemplos proporcionados en la sección
precedente— veremos que él es de dos tipos o clases muy distintos: uno es
el saber que se encuentra implícito en un obrar más o menos eficaz; el otro
es un conocimiento explícito en palabras cuando el hombre habla acerca de
las cosas. Es lo que hemos denominado, respectivamente, practognosis y
opinión (doxa, en griego).
La palabra practognosis es algo difícil pero ineludible. Viene de dos
palabras griegas: praxis (acción) y gnosis (conocimiento). La he tomado de
Merleau Ponty 1 y significa, pues, un saber que se encuentra implícito en la
acción. Si, por ejemplo, bajo unas escaleras, suelo hacerlo muy bien sin
pensar para nada en ello y la cosa se me hace bastante difícil si trato de
bajarlas haciendo consciente lo que hago. Ahora mismo estoy escribiendo a
máquina con bastante fluidez; pero si ustedes me preguntan en qué lugar
del teclado se encuentra una letra cualquiera me pondrían en serios apuros
Existen en el hombre unos pocos actos instintivos en estado de pureza
(como por ejemplo parpadear, masticar la comida y deglutirla). Todas las
restantes acciones de nuestra vida cotidiana son de algún modo aprendidas
y encierran, por lo tanto, un saber aprendido. Interesa hacer, pues, un
sucinto inventario yendo de lo más elemental a lo más complejo para
aquilatar la importancia que tiene el saber practognótico en el hombre.

1.3.1. Orientación temporoespacial


a) En el nivel más elemental se encuentra una orientación en el espacio
y en el tiempo aprendidas por el bebé desde la cuna misma, y a medida que
se incorpora en ella, manosea algún sonajero, gatea y, finalmente, camina.
Esta orientación temporoespacial puede ser traducida a palabras como
“arriba”, “abajo”, “delante”, “detrás”, “antes”, “después”, etcétera. Pero el
bebé posee este conocimiento practognótico mucho antes de haber
aprendido a hablar. En este nivel elementalísimo de la practognosis
encontramos pues, un conocimiento del espacio (entendido como campo de
un obrar) que nos permite explicamos el origen de algunos conocimientos
como, por ejemplo, que la línea recta es la menor distancia entre dos puntos

1
La referencia más precisa la he encontrado en MERLEAU-PONTY, Maurice,
Fenomenología de la Percepción, Fondo de Cultura Económica, México, 1957, pág.
153, pero este autor da como fuente a GRÜNBAUM, Aphasie und Motorik. Fuera de
esta referencia esclarecedora, todos los desarrollos sobre el punto corren por mi cuenta.
2
. El bebé —si no hay obstáculos en el camino— gatea en línea recta hacia
el objeto que apetece.

1.3.2. Resultados del ensayo y el error


b) Todo lo que se va atesorando como conocimiento por el empleo del
método básico de aprendizaje de los organismos vivientes que veremos con
mayor detenimiento en el capítulo siguiente: el método del ensayo y
supresión de errores. Así se aprende que el sol calienta, que el fuego
quema, que un rayo de sol es inasible, sin necesidad de que a uno se lo
expliquen.

1.3.3. Adiestramiento
c) Dado que el bebé humano depende de su madre y, por tanto, de la
socialización 3 en una medida mucho mayor que el resto de los animales, es
difícil que el método de ensayo y supresión de errores funcione en él en un
grado total de pureza. La madre tratara de alejar al hijo del fuego antes de
que éste aprenda por sí mismo que el fuego quema. Aparece así en el bebé
un aprendizaje que podemos denominar adiestramiento y que consiste en
una variante del método del ensayo y el error en la cual un adulto define
qué debe entenderse por acierto y qué por error con un sistema de premios
y castigos 4. Así aprende el bebé, entre otras cosas, a controlar sus
esfínteres.

1.3.4. Imitación
d) La imitación de la conducta de los adultos juega también un
importante papel en el aprendizaje humano. Ella, entremezclada con el
método puro del ensayo y el error o con la variante del adiestramiento, es la
que le permite aprender a caminar y a hablar 5.
2
Como es sabido se trata, según Kant, de un conocimiento sintético y a priori.
Desde el punto de vista que se desarrolla en el texto no tendría nada de sorprendente y
podría re formularse advirtiendo que para las distancias que puede gatear un bebé, la
superficie de la Tierra constituye —a todos los efectos prácticos— un plano de la
Geometría cuclideana.
3
Socialización o también aculturación o endoculturación. Se refiere a la recepción
por parte de los menores en un grupo humano cualquiera, de convivencia de la cultura y
hábitos que les inculcan los adultos.
4
Los premios y castigos pueden ser también verbales: alabanzas, retos, reproches,
etc.
5
Con viene insistir acá en que para el chico el lenguaje forma parte de un saber
practognótico: aquel que le permite comunicarse —o comunicarse mejor— con los
adultos de los que depende o con sus iguales. Esto es de sentido común, pero se pone
aún más de manifiesto si consideramos que el chico usa adecuadamente el lenguaje aun
sin saber el significado de las palabras. Por ejemplo: gruesas palabrotas cuyo
1.3.5. Habilidades
e) Después de que el hombre domina la palabra u otros símbolos más
específicos o sofisticados, todavía queda un gran margen para el saber
practognótico:
i) Habilidades comunes
En primer lugar hay cosas que se aprenden mejor haciéndolas que con
una explicación verbal, como, por ejemplo, bajar una escalera, bailar o
andar en bicicleta.
ii) Habilidades posreflexivas
En segundo lugar existen muchas actividades que requieren en mayor o
menor medida un aprendizaje en el que se destaca el uso de palabras o aun
de signos convencionales especiales. Sin embargo, este aprendizaje
conceptual o de signos no basta. Constituye solamente un paso preliminar
para el ejercicio aceptable de la actividad en cuestión que deviene una
habilidad, recién cuando es absorbido en una auténtica practognosis. N os
pueden explicar con palabras qué es lo que hay que hacer para poner en
marcha y manejar un automóvil pero hasta que el encendido, los cambios,
el manejo del embrague, el volante y los frenos no pasen al nivel
practognótico no seremos conductores ni medianamente aceptables. El
aprendizaje en el que intervienen signos especiales puede ejemplificarse
con la música. Un pianista tendrá por fuerza que conocer la simbología
convencional del pentagrama y su dominio lo llevará normalmente al
solfeo, pero si no pasa de ahí aporreará el piano. Solamente después del
dominio practognótico de esta etapa podrá tocar aceptablemente el piano y,
eventualmente, llegar a ser un pianista.
iii) Habilidad en el manejo de símbolos
Finalmente el uso mismo de los símbolos debe llegar a ser irreflexivo y
practognótico a cierto nivel de exigencia. Consideremos, por ejemplo, el
caso de un matemático o un lógico moderno cuando desarrollan sus
fórmulas en un pizarrón: las transformaciones de fórmulas y demás
operaciones habituales no les requieren ninguna reflexión. Las hacen con
una naturalidad y rapidez que denuncia el nivel practognótico que ha
alcanzado su conocimiento de las reglas de inferencia.
1.4. OPINIÓN
1.4.1. Practognosis y opinión
El saber practognótico, implícito como está en una acción más o menos
eficaz, es saber de más o menos y no de todo o nada. Todos, o casi todos,
bailan aunque alguno sea un patadura y otro un eximio bailarín. La mayoría
de las acciones —a diferencia en esto del bailar— conllevan el trato con
algún ente intramundano, sea éste una bicicleta, un automóvil, la tierra de
labranza, un animal o aun otro ser humano. Aquí la acción puede

significado ignora pero que emplea certeramente para agredir.


caracterizarse como un trato más o menos adecuado con el ente en
cuestión. Todos los labradores labran, aunque algunos se las arreglan para
obtener una mejor cosecha. Los padres crían a sus hijos, aunque algunos lo
hagan mejor que otros.
Con la opinión, en cambio, ocurre algo muy distinto. El hombre habla
acerca de las cosas y este hablar acerca de las cosas —con el que nos
volveremos a encontrar más adelante como función descriptiva del lenguaje
— es cosa de todo o nada. La opinión puede ser verdadera o puede ser
falsa. Ilustrémoslo con un ejemplo. Sea nuestro labriego que sabe
practognóticamente que el Sol sale por Oriente y supongamos que aventura
esta noción de sentido común en una charla en la mesa del café del pueblo.
El maestro le contesta: “Estás equivocado. Se trata de un movimiento
solamente aparente. En realidad, la Tierra gira sobre sí misma cada 24
horas y este movimiento de la Tierra es el que te hace ver al Sol salir todas
las mañanas por Oriente y acostarse por Occidente”. El labriego respeta la
autoridad del maestro y allí termina la discusión incipiente. Después de
todo, la falsedad de su opinión primitiva no altera sus hábitos de labranza.
Pero cuando Ptolomeo, siguiendo a Aristóteles, sostuvo la misma verdad de
sentido común de nuestro labriego, a saber: que la Tierra estaba inmóvil en
el centro del Universo, sostenía una opinión falsa, cuya falsedad fue
reconocida a duras penas, muchos siglos después, cuando la comunidad
científica de los astrónomos terminó por aceptar el sistema copernicano.
En suma: mientras el saber practognótico entraña siempre algún grado
de acierto, la opinión, en cambio, puede ser redondamente falsa o puede ser
verdadera (aunque esto quizá no tan redondamente) 6.
1.4.2. Del ente intramundano al objeto de conocimiento
Como hemos visto, en nuestra vida cotidiana estamos en un trato
constante con numerosísimos entes intramundanos sin que reflexionemos
siquiera acerca de ello. En este mismo momento en que mi atención se
concentra en escribir estas páginas estoy en trato no reflexivo pero sí
practognótico con la máquina de escribir, lápices, escritorio, silla, zapatos,
ropas, lámpara, etcétera. Convendría dar un nombre a este trato. Vamos a
denominarlo, siguiendo a muchos autores de la línea fenomenológico-
existencial, apertura al mundo de mi existencia. Supongamos ahora que
suspendo el trato con cualquiera de estos entes y lo convierto en tema
destacado del conjunto. La silla, por ejemplo, no parece aguantarme con
firmeza. Me levanto y la observo con detenimiento. La muevo para un lado
6
“No tan redondamente”. Sé que esto suena algo extraño porque lo escolar y
ortodoxo es hablar de que las proposiciones pueden ser verdaderas o falsas y no calificar
esta propiedad que se asigna a las proposiciones. Podrá ser esto cierto para la Lógica y
la Semántica, pero en Epistemología conviene precaverse contra esta simplicidad. Si
quiero saber la hora y son las 10:29, estoy más cerca de la verdad si digo que son las
10:30 que si digo que son las 10:32, aunque en rigor de verdad ambas proposiciones son
falsas.
y el otro y compruebo que los movimientos que me molestaban se deben a
que una de las patas es algo más corta que las otras. Doblo varias veces una
hoja de diario, improvisando así un soporte que coloco bajo la pata
defectuosa, me cercioro de que la silla ya no se mueve y me siento
nuevamente a escribir.
Reflexionemos un poco sobre este episodio trivial. Cuando,
exactamente un instante antes de levantarme de la silla, suspendí el trato
que tenía con ella, entonces, la hice objeto. Objeto como algo que me hace
frente y se destaca de la totalidad de los entes intramundanos que siguen
estando allí y con los que sigo teniendo un trato irreflexivo. En nuestro
caso —como yo quería saber qué andaba mal con la silla— ya la hice
objeto de conocimiento. La observación detenida y los movimientos a que
la sometí fueron los procedimientos de que me valí para indagar lo que
quería. Llegué a la conclusión de que el mal radicaba en la pata más corta.
En esa opinión culmina mi investigación. Aunque una investigación tan
rudimentaria no me da título de científico, pretendo que mi opinión es
verdadera. El comportamiento de la silla —que no se mueve después de
haberle adicionado el improvisado soporte— corrobora que yo estaba en lo
cierto. Arrima pruebas a favor de que mi opinión no era una opinión falsa,
sino una verdadera.
1.4.3. Noción de verdad. La verdad como aspiración
(y no como posesión segura) del conocimiento. Crítica
de la noción de conocimiento como discurso verdadero
Sigamos con el ejemplo de la sección precedente. Si pongo en palabras
la composición del caso que me hice tendríamos algo así:
(1) Esta silla se mueve porque tiene una pata más corta que las otras.
La oración (1) ilustra lo que veremos más adelante como función
descriptiva del lenguaje. “Descriptivo” no se usa acá, conforme al uso
común de la palabra, como cuando decimos, por ejemplo, que un escritor
describe un paisaje o una ceremonia. Descriptivo en rigor quiere decir acá
que este tipo de oración (informativa) puede ser falsa o verdadera. Nos
vemos, pues, remitidos nuevamente a la noción de verdad.
La oración (1) —o, según algunos autores, la proposición que la misma
expresa— es verdadera en el caso en que efectivamente la silla se mueve
debido a que una de sus patas es más corta que las otras. Es falsa en el caso
de que ello no sea así 7. Pero ocurre que no tenemos garantías de que una
proposición sea verdadera. En nuestro ejemplo conductor podría muy bien
ocurrir que al rato de estar escribiendo volviera a moverse la silla y que una
7
En este enfoque existencial es suficiente esta noción de verdad —que es de
sentido común— y no necesitamos ahondar en los problemas filosóficos y los
debates que ha suscitado. Por otra parte, como se expondrá más adelante,
consideramos que es la noción correcta, rescatada en 1933 por Tarski para la
filosofía contemporánea.
indagación más minuciosa me mostrase que el piso se encuentra hundido
en el lugar donde apoya una de las patas. Este desnivel resulta responsable
del movimiento, por lo que tendré que admitir que (1) es falsa (sólo
parcialmente verdadera).
En Filosofía y en las Ciencias de tipo puramente formal —como as
Matemáticas y la Lógica— se ha pretendido que hay proposiciones que
llevan consigo la necesidad de su verdad. Hoy se desconfía de que ello sea
así aún en estos campos del conocimiento. Pero en las ciencias que se sea
refieren a los hechos del mundo —ciencias naturales y sociales— la verdad
de las proposiciones y teorías científicas dependerá en última instancia de
alguna confrontación con los hechos a los cuales se refieren dichas teorías
No hay opiniones, proposiciones y/o teorías que lleven consigo un signo
inconfundible que garantice su verdad. No podemos, por tanto, definir
sencillamente el conocimiento como el discurso (conjunto de opiniones)
verdadero. Por otra parte, la Historia de la Ciencia está repleta de teorías
que fueron consideradas verdaderas en su tiempo y que luego fueron
refutadas y abandonadas. Su falsedad no les quita su status científico.
Conviene advertir aquí que la tentativa que criticamos parte de un
supuesto que considero erróneo: caracterizar a la ciencia por sus resultados.
Los resultados del ejercicio del pensamiento científico pueden ser
codificados en una Enciclopedia. Pero esto no da a una Enciclopedia el
status de obra científica. Se trata solamente de una forma de divulgación de
los resultados de la obra de los científicos. La obra de los científicos se
caracteriza por la investigación. Los científicos son investigadores. En la
investigación la verdad se encuentra como aspiración al término de la
misma y no al comienzo (lo que haría inútil a la investigación misma).
Convendría, pues, abandonar la quimera de caracterizar a la ciencia por sus
resultados y tratar de indagar cuáles son los presupuestos de esa actividad
humana que llamamos investigación científica o, sencillamente, ciencia.
1.5. CARACTERIZACIÓN DEL CONOCIMIENTO COMO ACTITUD
El conocer es pues, por su origen, un trato con lo desconocido, un
investigar, que es presidido por una actitud peculiar. Trataremos de
caracterizar dicha actitud por oposición a las actitudes de la ignorancia y
del dogmatismo.

1.5.1. La actitud de la ignorancia. La negación de lo


desconocido como un estrechamiento del Mundo.
Decadencia y declinación del carácter protagónico
en la asunción de la ignorancia como actitud (descanso
en la especialización y/o en el dogma)
Saber practognótico y opinión (la cual puede ser verdadera o falsa) se
dan, como hemos visto, en el hombre común, el hombre de la calle, como
un precipitado natural y sin requerir la adopción de ninguna actitud
especial, en pura “actitud natural”. Pero el conocimiento, propiamente
dicho, no se da en forma igualmente gratuita. Él es el resultado de un
esfuerzo una búsqueda que supone, antes que nada, una peculiar actitud: la
actitud cognoscitiva.
Aquí entendemos por actitud una disposición a actuar de cierta manera.
Esta actitud cognoscitiva puede perfilarse por oposición a aquella que
es su contraria: la ignorancia como actitud. Examinaremos esta última para
pasar luego al análisis específico de la actitud cognoscitiva.
La ignorancia como actitud consiste en la negación de lo desconocido.
Este ámbito desconocido que como oscuridad total rodeaba el mundillo
familiar en el que reina el saber, es negado expresa o implícitamente por la
actitud de ignorancia. Al ser negado no actúa ya motivando la inquietud del
hombre por conocer: si no hay algo desconocido no hay ya nada por
conocer, y el hombre queda así encerrado en el pequeño ámbito del
mundillo familiar del cual no puede ya salir.
No se crea que la actitud de la ignorancia corresponde siempre a gente
que es ignorante. Por muchos y profundos conocimientos que se tengan, si
se piensa que ya no hay nada por conocer, se está asumiendo la ignorancia
como actitud. Un buen ejemplo de actitud de ignorancia lo dan los doctos
físicos de la época de Galileo que ridiculizaron sus experiencias sobre la
caída de los cuerpos y se negaron a observar las lunas de Júpiter por el
telescopio, basados en la autoridad de Aristóteles.
La ignorancia como actitud surge como una de las respuestas posibles
del hombre que se aterra frente a la inmensa noche que lo rodea. Para no
vivir aterrado niega la existencia de lo desconocido.
El sentido existencial de esa actitud es una decadencia y declinación
del carácter protagónico del hombre en el ámbito del conocer, de la
apertura racional del mundo. El hombre es el protagonista de su propia vida
y de la historia, y como tal debe abrirse paso y ampliar los horizontes del
mundo bregando con lo desconocido. Mal puede ejecutar su rol
protagónico si comienza por negar lo desconocido condenándose a un
quietismo que se conforme con lo que ya conoce. Esto implica un
estrechamiento del mundo, ya que todo queda reducido al limitado
mundillo familiar. El hombre que asume la actitud de la ignorancia
convierte el universo, que tiene una estructura abierta con infinitas
posibilidades, en la estructura limitada y cerrada que es su pequeño
mundillo familiar. Si bien puede continuar desenvolviéndose con eficacia
en sus tareas rutinarias, ha declinado el papel protagónico que le
corresponde, limitándose a subsistir en un mundo sin posibilidad de
apertura y nuevos horizontes.
La justificación que suele darse de la ignorancia como actitud, tiene,
históricamente, dos formas diferentes. Una de ellas es el descanso en la
especialización, la otra el acudir al dogma.
El descanso en la especialización es la forma más reciente de
justificación de la actitud de negar lo desconocido. En ella no hay un negar
directo respecto del total desconocido, pero hay una sólida creencia de que,
para cualquier problema que se presente en cualquier ámbito, siempre va a
haber un especialista que posee el conocimiento adecuado para resolverlo.
Así lo desconocido desaparece, puesto que si se piensa que siempre hay un
especialista que conoce cualquier parcela que el hombre común ignora,
resultaría que entre todos los especialistas completarían un conocimiento
total sin fisuras. En su idea no hay lugar para lo desconocido, porque
cualquier lugar de la zona de oscuridad va a estar cubierto por el saber de
algún especialista. Pero ésta es una idea mítica que lo único que hace es
ocultar el hecho de que lo desconocido efectivamente rodea al hombre por
todos lados.
En verdad cuando llega el momento de tomar una decisión el
protagonista debe tomarla y no siempre puede descansar en el
conocimiento de un especialista. Por ejemplo: en materia económica hay
especialistas autorizados que sostienen una política monetarista, y
especialistas tan autorizados como aquellos que defienden una política
económica estructuralista. Quien debe conducir una nación debe elegir,
entre los di versos especialistas que sostienen posiciones divergentes, cuál
ha de ser su asesor. Y esa elección de protagonista no puede encargársela a
ningún tipo de especialista. En esa circunstancia el hombre que no está
dispuesto a declinar su carácter de protagonista de su propia vida y de la
historia no tiene escapatoria. La responsabilidad de su elección va a recaer
siempre sobre él. Por ello lo más adecuado es asumir realmente el rol
protagónico correspondiente e interiorizarse lo mejor posible del problema
para iluminarlo todo lo posible y luego decidir sabiendo que se lo hace
frente a lo desconocido. Esa misma situación, que hemos descripto para el
campo económico, se repite en materia de sistemas políticos, problemas
históricos, etcétera. En todas las materias humanas y sociales por lo menos
ocurre constantemente que siempre hay diversas corrientes de opinión
frente a las cuales no hay manera de declinar la responsabilidad en los
especialistas. Por ello el descanso en los especialistas no es una solución
para el trato del hombre con lo desconocido.
La otra forma en que la actitud de la ignorancia pretende hallar
justificación consiste en una remisión al dogma. El que está en la actitud de
la ignorancia niega acá la presencia de lo desconocido sustentando, en su
lugar, un dogma, una creencia absoluta. Habitualmente el que está en la
actitud de la ignorancia no es el creador del dogma, ni aun siquiera su
sustentador activo, sino que tan sólo lo ha adoptado pasivamente. El
descanso en el dogma permite al que está en la actitud de ignorancia
circunscribirse nuevamente a su mundillo familiar confiado en que no hay
tal desconocido circundante que lo amenace. Esta forma de justificación de
la ignorancia no es sólo la primera históricamente sino, con mucho, aun la
más importante. En ella lo desconocido no es cubierto a trozos como en el
caso de los especialistas, sino en principio como totalidad.
Dada la enorme importancia de las creencias no sujetas a examen tanto
en la vida de los pueblos (mito) como en la vida individual y social —
creencias, de las que hablaba Ortega y Gasset, y en particular prejuicios de
todo tipo que son asimilados junto con la educación informal y formal— se
justifica que para destacar los perfiles de la actitud cognoscitiva que nos
interesa dediquemos alguna atención a la actitud dogmática propiamente
dicha, es decir, a la que prevalece entre los creadores y sustentadores
activos de las creencias dogmáticas.
1.5.2. La actitud dogmática. La opinión sobre lo desconocido
sustentada por el propio proyecto. Las ideologías
Históricamente la primera forma de habérselas el hombre con lo
desconocido es la actitud dogmática. El dogma consiste en sustituir la
presencia viva de lo desconocido que alienta más allá de las fronteras del
saber por algunas creencias o proposiciones que deben aceptarse en forma
indiscutible. Desde el momento en que se aceptan las proposiciones
dogmáticas como verdad absoluta, lo desconocido no está ya aterrando al
hombre ni acosándolo, ni siquiera incitándolo a ampliar su horizonte
conociendo más, sino que ha sido sustituido por el dogma.
La humanidad ha sido dogmática mucho tiempo y lo seguirá siendo
mientras el pensamiento crítico no ponga en crisis todos y cada uno de los
dogmas. Lo desconocido que rodea al hombre nunca se presenta en forma
cruda sino que se oculta tras una serie de dogmas de distintas clases y
dimensiones; por ello la tarea previa de todo conocimiento es siempre
poner en crisis el dogma que ocultaba ese desconocido que se intenta
conocer racionalmente.
¿Cómo se originan los dogmas? ¿Por qué el hombre recurre a ellos? En
primer lugar tenemos como origen del proceso que desemboca en el dogma
la amenaza constante que representa lo desconocido para el hombre. A él,
que debe hacer su propia vida, le resulta insoportable hacerlo acosado por
lo que desconoce: ello le trae inseguridad y temor. Para salir del paso
sustituye la presencia viva de lo desconocido por una opinión conveniente a
su proyecto y sobre esa base construye su vida. No debe pensarse que éste
es un proceso consciente, ya que en este caso perdería toda virtualidad.
Usando una termología corriente en psicología analítica —aunque quizás
en forma no muy ortodoxa— diríamos que el hombre apurado por la
realización de su proyecto existencial (sus intereses) proyecta sus propios
deseos (en el “objeto”) formándose así una imagen del mundo (el teatro —
o mejor “campo”— de su acción) a la medida de su propio proyecto. En el
infinito ámbito de lo desconocido, donde no existe (precisamente por ser un
infinito desconocido) contralor alguno por parte de una objetividad
auténtica (de conocimiento propiamente dicho) tan sólo el éxito de la
acción aparece como garantía de la corrección de la imagen así formada. Es
el éxito de la acción, y sólo él, el que “confirma” la imagen que
proporciona el dogma (así, por ejemplo, la efectiva sumisión de los
esclavos, o de las mujeres, “confirma” la imagen del dogma sobre su
“inferioridad”). Si luego la imagen misma o las creencias son cuestionadas
aparece propiamente la ideología como una “racionalización” del proceso
—en su origen inconsciente e irracional— poniendo aquí como presunto
fundamento (pseudo fundamento) lo que en rigor sólo era un producto de
una situación de hecho (así se pretende ver la inferioridad de ciertos
hombres como “fundamento” del régimen que los somete a esclavitud). El
ideólogo que así pretende dar razón del fenómeno obra normalmente, de
buena fe, porque él ha encontrado efectivamente lo que él describe en el
“objeto” descrito, y no advierte —porque está en el inconsciente— que lo
ha encontrado después de haberlo proyectado él mismo. O sea, él encuentra
racionalmente en el “objeto” aquello que ya había puesto antes en él en una
forma inconsciente.
Este tema de las ideologías fue puesto de manifiesto por Carlos Marx, y
después que él las señaló fueron apareciendo importantes investigaciones y
desarrollos sobre ellas. Las ideologías son respuestas que, apariencia
científica (porque utilizan toda la terminología y las formas de las
ciencias), tienden una verdadera trampa al conocimiento porque en
definitiva son una respuesta dogmática más en donde el dogma está puesto
al servicio de ciertos intereses.
Tomemos algunos ejemplos. Aristóteles, con el peso de toda su
autoridad, sostuvo que hay ciertos hombres inferiores por naturaleza, por lo
cual estaban destinados a obedecer. Y si aquellos que estaban destinados a
obedecer se resistían a hacerlo, podían ser cazados como fieras salvajes por
los hombres destinados a mandar, puesto que estaban rebelándose contra su
propia naturaleza. Para formular esta teoría Aristóteles no se preocupó en
medir los cráneos, o los coeficientes de inteligencia, o la fuerza física, o en
realizar algún tipo de investigación. Él se limitó a decir que algunos
hombres eran inferiores y debían ser esclavos sin dar un fundamento
alguno a su aserción. Esa afirmación aristotélica era muy útil a los
propietarios de esclavos. Su teoría al respecto es una típica respuesta
ideológica: está al servicio de un interés y no tiene otro fundamento.
Algo similar ocurrió respecto de las razas. Los que defendían la
esclavitud eran los propietarios de esclavos, pero no fundaban sus
pretensiones en esa circunstancia sino que esgrimían diversas teorías que
“demostraban” que los hombres de raza negra son inferiores a los de raza
blanca. Esas “teorías” que utilizaban en defensa de su interés eran
ideológicas.
También el mito del Génesis contiene una ideología al servicio de una
estructura social determinada. Según él, Dios creó al varón a su imagen y
semejanza y, como advirtiera que estaba solo, hizo a la mujer para que le
sirviera de compañía. Este mito es justificativo de la sociedad patriarcal en
la cual la mujer está relegada a un plano secundario. La sociedad judía
patriarcal concibió ideológicamente este mito para fundamentar, de alguna
manera, su propia estructura. Y como hasta nuestros días la sociedad ha
seguido prácticamente con una estructura semi patriarcal, ese mito
ideológico ha perdurado como “fundamento” de la situación diferencial de
la mujer respecto del varón 8.
Todo dogma es siempre un prejuicio, puesto que se formula sin tener en
cuenta la cosa a la cual se refiere. Etimológicamente, prejuicio es un juicio
previo a su constatación, como son los dogmas. El dogma se formula sin
atender a la realidad, sólo tiene en cuenta el interés que, en última
instancia, siempre va a estar defendiendo. En síntesis, definimos la actitud
dogmática como aquella que sustituye la presencia vital de lo desconocido
por una proposición o un conjunto de proposiciones. Un paradigma de esta
actitud la dio el Califa Ornar, que, según la leyenda, ordenó la quema de la
biblioteca de Alejandría con el siguiente argumento, formalmente
impecable: “Si los libros que integran la biblioteca están de acuerdo con lo
que dice el Corán, entonces vienen sobrando; y si no están de acuerdo con
él, enuncian falsedades. En ambos casos la biblioteca debe ser quemada”.
Obviamente, ese califa aceptaba el Corán como dogma indiscutible.
1.5.3. La actitud cognoscitiva. Aceptación de la ignorancia
como hecho y su rechazo como actitud.
Elevación de la razón a instrumento primordial
en la apertura del Mundo.
En la actitud cognoscitiva ocurre lo contrario que en la ignorancia como
actitud. En ella se acepta lo desconocido como hecho pero se lo rechaza
como actitud. Cuando se reconoce el hecho de estar rodeado por una
oscuridad, por la inmensidad de lo desconocido, se deja de lado la actitud
de ignorancia para dar el primer paso de todo conocimiento: ir
humildemente hacia lo desconocidopara ver cómo es, y así investigarlo y
develarlo en la medida en que se pueda hacerlo. Ésa es la actitud propia del
sabio, del científico o del filósofo. Cuando el Oráculo de Delfos declaró
que Sócrates era el hombre más sabio de toda Grecia, y se le preguntó a él
qué es lo que sabía para ser considerado el más sabio, Sócrates respondió:
“Sólo sé que no sé nada”. Con esa famosa frase él quiso decir que su
sabiduría consistía en empezar por reconocer esa inmensidad de lo
8
Marx dijo que en toda época las ideas dominantes son las ideas de la clase
dominante, afirmación que, como vemos, podemos extender a todo grupo o conjunto
humano con intereses comunes aunque técnicamente no constituya una clase (v.gr., los
varones frente a las mujeres, etc.).
desconocido en la cual estaba inmerso. Y su sabiduría consistía en esa
actitud y no en un conocimiento cualquiera. Desde el momento en que
Sócrates reconoce que nada sabe, va a estar abierto a todo aprendizaje, y
ése es el paradigma de la actitud cognoscitiva. En cambio el que cree saber,
aunque se ufane de ello está cerrado al aprendizaje.
Eso mismo puede verse en la etimología de la palabra “filosofía”. Ella
no quiere decir sabiduría o conocimiento, sino “amor a la sabiduría”. Ese
amor al conocimiento es la actitud que no se cansa de conocer ni de
aprender, a la vez que acepta la posibilidad de estar en un error y está
dispuesta a revisar sus propias opiniones para reemplazarlas por otras si
resultan más adecuadas.
Si tomamos cierta distancia y observamos a la humanidad en su
conjunto con independencia de lo que puede suceder en ciertas vidas
individuales, vemos que ella tiene este amor por la sabiduría que se traduce
en una constante vocación por conocer cada vez más y mejor. A lo largo de
los siglos la humanidad ha ido ampliando su propio horizonte gracias a los
conocimientos alcanzados. El largo viaje desde la Edad de Piedra hasta los
vuelos interplanetarios ha sido posible gracias al ejercicio de ese amor por
el conocimiento que tiene la humanidad.

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