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Este poema de Rosales describe un terremoto interior que sacude los cimientos del corazón y causa que la tierra y el bosque de la sangre vibren. Esto provoca que surja una luz fija en la oscuridad y que entre mirar y ver quede solo el viento. Si esto ocurriera, los seres amados formarían un bosque ciego bajo el mar donde un sol iluminaría su oro mudo.
Este poema de Rosales describe un terremoto interior que sacude los cimientos del corazón y causa que la tierra y el bosque de la sangre vibren. Esto provoca que surja una luz fija en la oscuridad y que entre mirar y ver quede solo el viento. Si esto ocurriera, los seres amados formarían un bosque ciego bajo el mar donde un sol iluminaría su oro mudo.
Este poema de Rosales describe un terremoto interior que sacude los cimientos del corazón y causa que la tierra y el bosque de la sangre vibren. Esto provoca que surja una luz fija en la oscuridad y que entre mirar y ver quede solo el viento. Si esto ocurriera, los seres amados formarían un bosque ciego bajo el mar donde un sol iluminaría su oro mudo.
y vibraran la tierra y la madera del bosque de la sangre, y se sintiera en tu carne un pequeño movimiento total, como un alud que avanza lento borrando en cada paso una frontera, y fuese una luz fija la ceguera, y entre el mirar y el ver quedara el viento, y formasen los muertos que más amas un bosque ciego bajo el mar desnudo -el bosque de la muerte en el deshoja un sol, ya en otro cielo, su oro mudo- y volase un enjambre entre las ramas donde puso el temblor la primer hoja...
Dos frases de invitación a un prólogo, con que iniciamos estos
comentarios nos permiten comprender el sentido de la vida que Rosales tenía y el hilo de Ariadna que nos permite salir del laberinto enrevesado de su largo poema La casa encendida y descubrir su emocionante luminosidad. El primero dice “todo está restañándose, porque lo quiere Dios, en la alegría”. Restañar es la acción curativa que elimina el sangrado de las heridas y nos permite iniciar su proceso curativo. Vivir es posibilitar en Dios que la alegría de los mil momentos radiantes restañe nuestras zozobras y tristezas interiores. Aprender a mirar para aprender a vivir.
La segunda es un alegato contra esa demoledora tesis existencialista
de que el hombre es un ser nacido para la muerte. Frente al morir como acabamiento de todo se alza un esperanzado vivir que llega hasta la vida eterna y que se construye aquí y ahora en la actitud que ha descubierto el poeta: “Es justo y necesario conservar los afectos como eran y los recuerdos como serán, y atar los unos y los otros, en una misma ley de permanencia; es justo y necesario saber que todo cuanto ha sido, todo cuanto ha temblado dentro de nosotros, está aún como diciéndose de nuevo en nuestra vida y en la vida. Y en este esfuerzo humano para recuperar el tiempo vivo, y conservar en nuestra alma un equilibrio de esperanzas ya convertidas en recuerdos y de recuerdos ya convertidos en esperanzas, por mantener, como se pueda, esa memoria del vivir, ese legado que es la unidad de nuestra vida personal”.
El poema se ha comparado a la subida de San Juan de la Cruz en
medio de la noche oscura, guiado por una luz interior -que yo bien me sabía- hasta la cumbre donde reposa junto a la amada-Dios mismo. Esa luz interior guía al poeta hasta recuperar, mediante el recuerdo redivivo, la unidad de su interior, -hasta entonces, fragmentos o retazos de un pasado- , rescatados por la palabra del alma, la poesía. En definitiva vivir desde dentro y hacia dentro, con la delicadeza de saber vivir a la altura del espíritu y no sólo en la superficie de los sentidos. Como precisa en su ensayo Clara María España “A partir de lo más contingente, el poeta trasciende lo cotidiano y conduce lo meramente anecdótico al plano de la experiencia universal.”
Al comentar Julián Marías este poema de su amigo Rosales nos dijo
que la casa del poema son muchas casas, cuatro por lo menos: la de la infancia en Granada, la de la residencia en la Facultad de Filosofía en Madrid, la de Altamirano 34 y la que al final del poema se transforma en la casa encendida. No es la casa física, sino la que se queda en nuestra intimidad como espacio ideal donde hemos habitado plenamente. Dice brillantemente Marías que una casa para serlo tiene que ser un “dentro pero abierto”. Sin interioridad no hay casa; pero si no está abierta a los demás es prisión, espacio irrespirable sin ventanas ni balcones. En el poema la casa se convierte en un espacio mágico donde se aúnan todos los recuerdos y cobran, en la unidad de nuestro ser, vida propia, el amigo, la amada, la familia y los padres. No se trata de una evocación cronológica, sino poética. Todo se entremezcla porque el valor máximo se lo da en cada momento la percepción del poeta en la palabra iluminada. Curiosamente se trata de una narración, en su forma externa, pero es una historia cuyo hilo argumental lo da el sentimiento emocionado, es decir, poético.
Tras el prólogo comienza La casa encendida con un soneto perfecto
por la forma, como si el poeta hiciera un guiño a quienes lo catalogaron por su poesía anterior –abril, por ejemplo- como poeta neoclásico o garcilasista. Pero por el lenguaje figurado que emplea es absolutamente visionario, surrealista en la escuela de los Aleixandre o Cernuda. El resto del poema está escrito en verso libre. Lo titula zaguán, espacio cubierto, situado dentro de una casa e inmediato a la puerta de la calle. Espacio de transición entre la cancela exterior y la vivienda propiamente dicha. En el capítulo XXII de “El contenido del corazón” nos da el poeta alguna pista de lo que para él significa el zaguán: “un espacio donde dejar completamente atrás los problemas cotidianos y adentrarnos en un lugar íntimo donde la felicidad es posible, es decir, la casa, el hogar materno”.
En el soneto se nos adelantan las vicisitudes que hay que superar
para poder entrar en la casa encendida. Se trata de una oración condicional, en la que no se desarrolla la consecuencia de la condición. ¿Qué pasaría si..? y la respuesta en positivo nos la da la totalidad del poema, no el soneto.
¿Qué ocurriría si de pronto nuestro interior viviera un terremoto que
hiciera tambalear los asentamientos de nuestro espíritu? Qué ocurriría si perdiera el corazón su cimiento, y vibrara el bosque de la sangre y hasta en la carne sintiéramos un movimiento total, y que un alud eliminase las fronteras, hasta quedarnos en una oscuridad iluminada por una luz fija y que entre el mirar y el ver solo quedara el viento?
Desde los afanes de cada día, desde la rutina de la cotidianidad no
descubriremos nada de nuestro auténtico ser. Sin un estremecimiento que nos derrumbe nuestros asentamientos de comodidad, no caeremos en la cuenta de lo que se oculta en nuestro ser más hondo. Solo un cataclismo en el alma puede hacer aflorar un bosque ciego bajo el mar desnudo donde todos los seres que más hemos amado aparecieran como un enjambre entre las ramas donde puso el temblor la primera hoja. Y para responder la pregunta escribió Rosales su poema.