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ZAGUAN

Si el corazón perdiera su cimiento,


y vibraran la tierra y la madera
del bosque de la sangre, y se sintiera
en tu carne un pequeño movimiento
total, como un alud que avanza lento
borrando en cada paso una frontera,
y fuese una luz fija la ceguera,
y entre el mirar y el ver quedara el viento,
y formasen los muertos que más amas
un bosque ciego bajo el mar desnudo
-el bosque de la muerte en el deshoja
un sol, ya en otro cielo, su oro mudo-
y volase un enjambre entre las ramas
donde puso el temblor la primer hoja...

Dos frases de invitación a un prólogo, con que iniciamos estos


comentarios nos permiten comprender el sentido de la vida que Rosales tenía y
el hilo de Ariadna que nos permite salir del laberinto enrevesado de su largo
poema La casa encendida y descubrir su emocionante luminosidad. El primero
dice “todo está restañándose, porque lo quiere Dios, en la alegría”. Restañar es
la acción curativa que elimina el sangrado de las heridas y nos permite iniciar
su proceso curativo. Vivir es posibilitar en Dios que la alegría de los mil
momentos radiantes restañe nuestras zozobras y tristezas interiores. Aprender
a mirar para aprender a vivir.

La segunda es un alegato contra esa demoledora tesis existencialista


de que el hombre es un ser nacido para la muerte. Frente al morir como
acabamiento de todo se alza un esperanzado vivir que llega hasta la vida eterna
y que se construye aquí y ahora en la actitud que ha descubierto el poeta: “Es
justo y necesario conservar los afectos como eran y los recuerdos como serán,
y atar los unos y los otros, en una misma ley de permanencia; es justo y
necesario saber que todo cuanto ha sido, todo cuanto ha temblado dentro de
nosotros, está aún como diciéndose de nuevo en nuestra vida y en la vida. Y en
este esfuerzo humano para recuperar el tiempo vivo, y conservar en nuestra
alma un equilibrio de esperanzas ya convertidas en recuerdos y de recuerdos ya
convertidos en esperanzas, por mantener, como se pueda, esa memoria del
vivir, ese legado que es la unidad de nuestra vida personal”.

El poema se ha comparado a la subida de San Juan de la Cruz en


medio de la noche oscura, guiado por una luz interior -que yo bien me sabía-
hasta la cumbre donde reposa junto a la amada-Dios mismo. Esa luz interior
guía al poeta hasta recuperar, mediante el recuerdo redivivo, la unidad de su
interior, -hasta entonces, fragmentos o retazos de un pasado- , rescatados por
la palabra del alma, la poesía. En definitiva vivir desde dentro y hacia dentro,
con la delicadeza de saber vivir a la altura del espíritu y no sólo en la superficie
de los sentidos. Como precisa en su ensayo Clara María España “A partir de lo
más contingente, el poeta trasciende lo cotidiano y conduce lo meramente
anecdótico al plano de la experiencia universal.”

Al comentar Julián Marías este poema de su amigo Rosales nos dijo


que la casa del poema son muchas casas, cuatro por lo menos: la de la infancia
en Granada, la de la residencia en la Facultad de Filosofía en Madrid, la de
Altamirano 34 y la que al final del poema se transforma en la casa encendida.
No es la casa física, sino la que se queda en nuestra intimidad como espacio
ideal donde hemos habitado plenamente. Dice brillantemente Marías que una
casa para serlo tiene que ser un “dentro pero abierto”. Sin interioridad no hay
casa; pero si no está abierta a los demás es prisión, espacio irrespirable sin
ventanas ni balcones. En el poema la casa se convierte en un espacio mágico
donde se aúnan todos los recuerdos y cobran, en la unidad de nuestro ser, vida
propia, el amigo, la amada, la familia y los padres. No se trata de una
evocación cronológica, sino poética. Todo se entremezcla porque el valor
máximo se lo da en cada momento la percepción del poeta en la palabra
iluminada. Curiosamente se trata de una narración, en su forma externa, pero
es una historia cuyo hilo argumental lo da el sentimiento emocionado, es decir,
poético.

Tras el prólogo comienza La casa encendida con un soneto perfecto


por la forma, como si el poeta hiciera un guiño a quienes lo catalogaron por su
poesía anterior –abril, por ejemplo- como poeta neoclásico o garcilasista. Pero
por el lenguaje figurado que emplea es absolutamente visionario, surrealista en
la escuela de los Aleixandre o Cernuda. El resto del poema está escrito en verso
libre. Lo titula zaguán, espacio cubierto, situado dentro de una casa e inmediato
a la puerta de la calle. Espacio de transición entre la cancela exterior y la
vivienda propiamente dicha. En el capítulo XXII de “El contenido del corazón”
nos da el poeta alguna pista de lo que para él significa el zaguán: “un espacio
donde dejar completamente atrás los problemas cotidianos y adentrarnos en un
lugar íntimo donde la felicidad es posible, es decir, la casa, el hogar materno”.

En el soneto se nos adelantan las vicisitudes que hay que superar


para poder entrar en la casa encendida. Se trata de una oración condicional, en
la que no se desarrolla la consecuencia de la condición. ¿Qué pasaría si..? y la
respuesta en positivo nos la da la totalidad del poema, no el soneto.

¿Qué ocurriría si de pronto nuestro interior viviera un terremoto que


hiciera tambalear los asentamientos de nuestro espíritu? Qué ocurriría si
perdiera el corazón su cimiento, y vibrara el bosque de la sangre y hasta en la
carne sintiéramos un movimiento total, y que un alud eliminase las fronteras,
hasta quedarnos en una oscuridad iluminada por una luz fija y que entre el
mirar y el ver solo quedara el viento?

Desde los afanes de cada día, desde la rutina de la cotidianidad no


descubriremos nada de nuestro auténtico ser. Sin un estremecimiento que nos
derrumbe nuestros asentamientos de comodidad, no caeremos en la cuenta de
lo que se oculta en nuestro ser más hondo. Solo un cataclismo en el alma
puede hacer aflorar un bosque ciego bajo el mar desnudo donde todos los
seres que más hemos amado aparecieran como un enjambre entre las ramas
donde puso el temblor la primera hoja. Y para responder la pregunta escribió
Rosales su poema.

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