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El ecologismo se configura cada vez más como un retorno al paganismo, con su culto a los
animales e incluso a los árboles. Foto (contextual): Juan Gómez / Unsplash.
No pocos de los que se califican de ecologistas no se limitan a una defensa del medio ambiente
dirigida a reducir los efectos negativos y las agresiones derivadas de la acción del hombre. Lo
han convertido en una verdadera religión. Posiblemente sea ya la mayor religión de nuestro
tiempo, al menos en Occidente.
Una religión que sustituye en muchos al cristianismo. Una religión panteísta, en la que el
nuevo dios es la Madre Tierra, en la que las personas adoran a los animales y los elevan al nivel
de los humanos, y no faltan quienes abrazan a los árboles, no como un ejercicio puramente
deportivo, sino como integración con ellos.
Son sin duda reales los problemas ecológicos. Estos deben ser abordados y tratados de
resolver desde una óptica científica, pero muchos van más allá: se ha convertido en una
religión ecológica, con sus dogmas, sus anatemas, incluso sus sacerdotes y sus profetas y
teólogos, sustituyendo al pensamiento científico. Muchos son los ejemplos. Entre ellos que se
impida hablar y se hostigue a quienes se muestran escépticos ante determinadas
interpretaciones del cambio climático, o que una chiquilla como Greta Thunberg sea asimilable
a las sacerdotisas o profetas y provoque con algunas ideas simples una convulsión mundial.
En una óptica similar puede situarse el desarrollo del veganismo. Va más allá del simple
rechazo a comer carne.
Todo está en la línea de que cuando se deja de creer en Dios se cree en cualquier cosa, como
decía Chesterton. En todos o casi todos los tiempos ha habido intentos de sustituir a Dios. En
unas ocasiones ha sido la ciencia, en otros la revolución, el progreso, el comunismo… Para
algunos, a nivel más individual, es el dinero, el placer, el éxito.