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Giroux
Cruzando límites
Trabajadores culturales
y políticas educativas
4
P A ID Ó S
ínipre^ en Ksp.íñíi ITiiitcil in Sp.tm
Este libro está dedicado
a la memoria de m i madre y nú padre
y a Jumes Haldwm,
c/itc fue mi primer maestro.
S UM ARIO
Agradecimientos.................................................................................. II
Introducción....................................................................................... 13
P rimera parte
ESCOLARIZACIÓN Y POLÍTICA CULTURAL
Segunda parte
LOS TRABAJADORES CULTURALES
Y LA PEDAGOGÍA CULTURAL
I. Ernesto Laclan. Wím- RcfJeclioils on the Rcvoluticm oj Our Time. Londres. Verso Prvss, IWO.
pág. 162
16 CRUZANDO LÍMJTES
derecho del público a la libertad de expresión. Bajo la superficie de- esta retó-
t ica se encuentra una política de eliminación. El racismo, la pobreza, el se-
.\ismo. la deslrucción ecológica y otra multitud de problemas ya no se afron
tan desde una perspectiva seria; en cambio, se ha convenido en algo común
desviar o enmascarar la propia complicidad con tales prácticas lachando a
quienes argumentan contra ellas de tiranos ideológicos, que pretenden impo
ner una forma de «corrección política». Para complicar aún más las cosas,
una nueva forma de maccarthismo amena/a la universidad, pero no es un
maccarthismo de izquierdas; es la intolerancia de la que hacen acopio quie
nes, en ios centros de poder, no pueden seguir legitimando tan fácilmente sus
ideologías y prnciicas. Por ejemplo, en el ámbito académico, los iulentos de
cuestionar los electos debilitantes de las perspectivas eurocéntricas sobre la
identidad y la diferencia están siendo aprovechados por los neoconservado-
res como una excusa para etiquetar tales cuestionan!ientos como una viola
ción de la libertad académica. La misma láctica se está usando para denun
ciar a cualquiera que osa expresar la mas ligera protesta contra prácticas
sociales que subyugan, infringen y oprimen. Los opresores son ahora ¡as víc
timas. Cuando se les pide que respondan de sus acciones, los neoconservado-
re.s responden con cr eces, afirmando que las universidades y escuelas están
llenas de radicales (ciertamente una de las grandes exageraciones del siglo,
especialmente en los Estados Unidos) y ele otros agentes culturales diversos
que representan una amenaza para lo que ellos llaman nina cultura común».
Este libro no pretende una corrección política, pero pide que se adopte
una postura política y se aborden diversas injusticias, intentando evitar al
mismo tiempo la duplicación de los medios que crean en principio Uiies in
justicias. Son malos tiempos éstos; la codicia se encuentra por doquier; la
comercialización y la mediocridad dominan la cultura de masas; toda una
generación de jóvenes pobres de color se está perdiendo en la horrible de
vastación de la mala escolarización, la pohreza, la desesperación y el desem
pleo. Los años 90 han puesto de manifiesto el colonialismo presente tanto en
las ciudades de Sos Estados Unidos como en otros países industriales avan
zados.
Este libro intenta abordar muchas de estas cuestiones recurriendo a nue
vos paradigmas, con el fin de escribir de nuevo el significado de la pedagogía,
la educación y sus consecuencias para lina nueva polílica de diferencia cul
tural, la democracia radical y una nueva generación de trabajadores cultura
les. El concepto de «trabajador cultura!» se ha entendido tradicionalmente
aplicado a artistas, escritores y productores de medios de comunicación. En
esle libro, extiendo el abanico del trabajo cultural a personas dedicadas a
profesiones como el derecho, el trabajo social, la arquitectura, la medicina, la
teología, la educación y la literatura. Con ello, mi intención es escribir de
nuevo el concepto y la practica del trabajo cultural, insertando la primacía
de lo político y lo pedagógico. La dimensión pedagógica del trabajo cultural
hace referencia al proceso de crear representaciones simbólicas y a las prác
ticas dentro de las cuales son asumidas. Eslo incluye una particular' inquie-
CRUZANDO LÍMITES
sentido de que1el mejoramiento soc ial ilebe ser la consecuencia necesaria ele
!u prosperidad individual. Los educadores radicales consideran las escuelas
eosno formas sociales. Dichas formas deben educar las capacidades que tiene-
la gente de pensar, de actuar, de ser sujetos y de poder entender ios límites de
sus compromisos ideológicos. Ése es un paradigma radical. Los educadores
radicales creen que la relación entre formas sociales y capacidades sociales es
tal que las capacidades humanas se llegan a educar hasta el punto de poner
en lela de ¡uicie) las formas mismas. Lo efete pretenden las filosofías educa
cionales dominantes es educar a la gente para que se adapte a dichas formas
sociales, Y no para que las interpelen críticamente. La democracia es una ce
lebración de la diferencia (la política de diferencia, la llamo yo), y las filoso
fías dominantes tienen miedo a esto.
P. — ¿Tu postura es que nuestros supuestos fueron sólidos un día y se pa
saron (le inoílti, o que fueron defectuosos desde el principio.J
Giroux. — Si hablamos acerca de perspectivas tradicionales, pienso que
los tradicionalistas han eslado siempre equivocados acerca de la naturaleza
de la educación.
P. — ¿Cómo puedes decir tal cosa?
Giroux. — Permíteme plantearlo de otro modo, diciendo que, dentro del
campo de la educación, los lenguajes que han dominado han sido en general
los que han instrcimenlaI¡zndo en gran medida los futes de la escolarización,
bien privilegiando a ciertos grupos de élites c|ue se convierten en los dirigen
tes de la sociedad, bien limitando el alcance de la educación tan drástica
mente que las escuelas se convierten en meras ladorías de adiestramiento de
personal. Los tradicionalistas carecen de un lenguaje de posibilidad acer ca
del modo en que las escuelas pueden desempeñar un papel importante en la
configuración de la vida pública.
P. — ¿Pero seguro <¡ue la tradición de las artes liberales no ha sido instru-
mentalista en esc sentido?
Giroux. — Afirmo que la educación liberal, en cualquier sentido ideal del
término, ha ocupado siempre un puesto subordinado respecto a los lenguajes
dominantes. Y eso es verdad de forma incuestionable en este país desde los
años 50. Si hablamos de las escuelas públicas, el argumento instrumentalista
es muy, muy convincente. Y lo ha sido desde el principio. Si hablarnos de la
educación superior, depende de qeré clase de escuelas tengamos en mente.
Todos sabemos que nuestro sistema educalivo tiene niveles. Algunas institu
ciones son dé 1ipo profesional. Otras son lugares de verdadero aprendizaje,
aunque principalmente para la elite. ¡Harvard nunca se definirá como una
institución cuya principa] misión sea la promoción del crecimiento indus
trial! Apela a la vida del espíritu, la vida buena, etcétera. ¡Alta retórica! Pode
mos distinguir misiones diferentes. Pero, si nos fijamos en la educación su
perior en general, sosiengo que la ideología instrumentalista prevalece.
P. — I.a ola de 'reformas que hemos experimentado, ¿do ha disminuido e.l
dominio de esa ideología?
Giroitv — No lo creo. A mi modo de ver. ¡a mayoría de ellas han sido equi
vocadas. ¿Cuál ha sido el objeto de c:sas reformas? Vuelta a los elementos bá-
24 ESCOLARIZACIÓN Y POLÍTICA CULTURAL
Giroux. — Antes fue así. Bowles y Gintis se inspiraron en él. Pero, obser
vando el trabajo de los educadores radicales actuales me resultaría difícil de
cir que en él el marxismo es la principal fuente de influencia. Y donde exisie
la influencia marxista en educación, a veces puede ser demasiado reduccio
nista y unidimensional.
P. — ¿Quieres decir que no es hite» marxismo?
Giroux. — Se trata más bien de hasta qué punto es bueno el marxismo
para empezar. Podemos apropiarnos de varios elementos positivos del mar
xismo, pero ¿queremos apropiamos del paradigma c.omo tal?
P. — Parece que, en cierto sentido, el educador radical tiene que hacer eso
precisamente, porgue en el siglo XX el marxismo ha sido el que ha proporciona
do el principal lenguaje crítico. ¿Dónde más buscarías?
Giroux. — Yo diría que para ser un educador radica! hoy tienes que asu
mir la tradición marxista. Y resulta indudable que el discurso marxista do
minó al principio porque entonces la mayor parte del trabajo en educación
radical versaba acerca de la teoría de la reproducción.
P. — ¿Qué es eso?
Giroux. — Es una categoría marxista que afirma que la función básica cíe
las escuelas es reproducir los dictados del Estado en el orden económico. Era
una opinión bastante simple y rnecanicista, pero no completamente falsa, y
tuvo importantes consecuencias para la politización del debate acerca de la
finalidad de las escuelas, cosa que el paradigma mismo ignoraba completa
mente.
P. — ¿Pero hay otras tradiciones?
Giroux. — Por lo que a mí respecta, parto de varias posiciones. Hay tradi
ciones críticas que me parecen útiles en la literatura feminista, en la teoría lite
raria y en la teología de la liberación. Pero es difícil ponerle un marbete a todo
esto. Yo me definiría como un buen americano radical, de clase trabajadora.
P. - - ¿Populista?
Giroux. — Por supuesto. Un populista cr ítico que incluye elementos de
26 KSC01.ARIZACIÚN Y POLÍTICA CULTURA!.
IWW, Bill Havwood. C. Wtighí Mills, Martin l.uther King y Michael I lan ing-
loii. Con nlras palabras. tiente que habla a la gente en un lenguaje que digui-
íica -,¡i historia v su experiencia. No entiendo cómo puedes hablar a la gente
sin eeicbrar sus voces.
P — ( Cómo surgió tu ínteres por este campo?
GimiiN. — Fui a la universidad gracias a una beca do baloncesto. Empecé
en ciencias, peni entonces se presentó la guerra de Vietnam, y de repente la
teoría social cobró una enorme importancia. Cnanto más leía, más iba ere-
tiendo mi interés por enseñar. No solo ¡o veía com o lin modo de producir un
impacto, sino lambién como una prolusión marav illosamente noble. Y toda
vía me lo parece. Una de las cosas que intento imprimir en mis alumnos es la
importancia que tiene este campo.
P. ■- ¿Sohre qué hicitle tu tesis doctoral?
Giroux. — Fue un estudio de cnnículos. Me interesaban los dilurentes
modos en que los chicos aprenden en las escuelas y las maneras en que se se
leccionan las asignaturas del currículum. F.n mi elapa de erre i miento, apren
der era una actividad colectiva. Pero, cuando fui a la escuela e intentaba com
partir el aprendizaje con otros estudiantes, eso se consideraba un fraude. El
currículum me enviaba claramente el mensaje de que aprender era una em
presa sumamente individualista, casi sigilosa. Mi experiencia de clase obrera
no contaba. No .sólo no contaba, es que era denigrada. Me estaban reprodu
ciendo de acuerdo con lina lógica dilerente. Creo que las escudas deberían
ocuparse de las lormas de vida. No snn simplemente lugares de instrucción.
Son culturas que legitiman ciertas formas c)e conocimiento y rechazan «iras.
El lenguaje para comprender este fenómeno por vías bastante refinadas' está
empezando a surgir ahora.
P. — ¿Por ejemplo >
Giroux. — Pongamos por caso el trabajo que se está realizando sobre
idenlogia y lenguaje en las escuelas. Es muy ?ico. Si crees que el lenguaje
construye activamente la realidad social, lo mismo que la refleja, que el len
guaje siempre se desarrolla a partir de un sentido de la dilerencia — si algo es
esto, no es aquello— , y que e! lenguaje siempre incluye tipos particulares de
valores, entonces puedes plantear interrogantes. Puedes pr eguntar: ¿ci¡á! es
la relación entre lo que se aprende y ¡as pedagogías en uso? ¿De dónde pro
cede el lenguaje que éstas usan? ¿De quién son los intereses que promueve?
¿Cuáles son sus supuestos de valor? Y otras semejantes.
P . — Al pensar en tas escuelas de los barrios céntricos de las ciudades, lo que
parece ocurrir es que el tipo de educación ofrecido casa mal con la experiencia
de aquellos a quienes se ofrece.
Giroux. — En mi opinión, hemos instmmentalizado tanto el proceso de
educación que hemos olvidado que el referente desde el que operamos es una
lógica blanca de clase media-alta que no sólo modula las voces subordinadas,
sino que en realidad las silencia. Si crees que la escnlai ización tiene que ver
con el relato de alguien, su historia, el conjunto de sus recuerdos, una serie
concreta de experiencias, entonces resulta claro que una sola lógica es abso
lutamente insuficiente.
LA ESPERANZA DE LA EDUCACIÓN RADICAL 27
Así, d aprendizaje 110 sólo se debe conectar con el aprendizaje dentro de las
escuelas, sino que se ha de extender a ia configuración de la vida pública v
las relaciones sociales. La proletarización de la profesión docente ha hecho a
los educadores demasiado dependientes e impotentes. ¿Te da esto una idear1
P. — Muy bien. ¿No quemas, por esas mininas razones, que todos los profe
sionales fueran intelectuales transformativos?
Giroux. — ¡Desde luego! Pero ten en cuenta que sólo la profesión docente
tiene la responsabilidad principal de educar ciudadanos críticos, mientras
que podríamos afirmar que la primera responsabilidad de, por ejemplo, la
profesión médica es curar. Los educadores tienen una responsabilidad públi
ca que, por su misma naturaleza, les implica en la lucha por la democracia,
listo hace de la profesión docente un recurso público único y poderoso.
P. — ¿Están yendo en esta dirección ¡as escuelas de Magisterio?
Giroux. — F.n pocas palabras, se puede responder que están comenzando
a moverse, pero muy lentamente. Y tengo que deeir, sin citar nombres, que
algunas de nuestras escuelas de Magisterio más progresistas se han con velli
do en reaccionarias de una manera decepcionante. Tienden cada vez más a
contratar a la gente ni modo de un director de empresa, y las vocus criticas
que se pueden oír son pocas, muy pocas.
P. — Habla un poco de. tu experiencia docente.
Giroux. — Es a la vez mnv gratificante y muy ardua.
P. - Habíanos de la parle ardua.
Giroux. — Ln mayoría de nuestros estudiantes se sienten a gusto definién
dose como técnicos y empleados. Para ellos es muy duro verse de repente ex
puestos a una línea de pensamiento critico que, además de poner en lela de jui
cio su propia experiencia, plantea al mismo tiempo cuestiones fundamentales
sobre ¡o que debería ser la enseñan/a y a qué fines sociales debería servir. No
poseen un marco de referencia ni un vocabulario con el que expresar la impor
tancia fundamental de lo que hacen. Están atrapados eir la lógica del mercado
y la jerga burocrática. No podemos defender lo que hacemos de ese modo. No
podemos justificar nuestra posición del modo mejor. Siempre acabamos po
niéndonos a la defensiva y damos ante los demás la imagen de ser personas
marginales y de segunda categoría. Si, por otra parte, exponemos las razones
en favor de una democracia crítica, podemos presentara! mismo tiempo las ra
zones en pro de la importancia fundamental de la profesión docente. De una
cosa estoy seguro: el viejo paradigma está muriendo, no sólo desde e! pinito de
vista de su eficacia, sino también desde la perspectiva de su legitimidad.
P. — Eso se suele denominar positivismo, y se ha afirmado más de una vez
que el positivismo ha muerto. Sin embargo, parece ser un cadáver muy vivo.
Girou.x. — No, no ha muerto. No estoy diciendo eso en absoluto. Lo que
tú llamas positivismo, yo prefiero llamarlo racionalidad tecnocrática o cien
tificismo que identifica la idea de pr ogreso con el concepto de productividad,
que a su vez se define separando su discurso de las cuestiones de poder, polí
tica y valores. Lo que digo es que ese paradigma se está viniendo abajo, no
que esté muerto. Fíjate en los sistemas escolares urbanos. Se están desmoro
nando por todo el país.
1A LSt’ERANZA DE LA EDUCACION RADICAL 29
P. — ¿Peto no es más que una voz? ¿No es el modelo qui- establecemos? ¿No
compendia ¡as mejores experiencias que deseamos emular? Para ser i ranea, ¿no
es esa v o d e l blanco de clase media la mejor voz que un estudiante pertenecien
te a una minoría urbana puede adoptar?
Giroux. — Desde un punto de vista instrumental, es verdad. Pero es una
verdad que oculta peligros. El problema de esa postura es que dificulta a la
gente el darse cuenta de lo importante que es la cuestión de la voz. Nos hace
mos incondicionales y no llegamos a damos cuenta de la violencia simbólica
que la voz dominante puede ejercitar. Y voy a decir otra cosa: inclusa para la
mayoría blanca de clase media, la educación sirve a menudo, muy a menuda,
para silenciar más que para capacitar.
P. — Una idea eficaz. Haces que ¡a enseñanza parezca un trabajo muy duro.
Giroux. — Es un trabajo muy duro. Por eso es necesario que los profeso
res sean intelectuales, que se den cuenta de que enseñar es una forma de me
diación enlrc diferentes personas v dilercnles grupos de personas y de que no
podemos ser buenos mediadores a menos que seamos conscientes de cuáles
son los referentes de la mediación en la que estamos implicados. Enseñar es
algo complejo, mucho más complejo que dominar un cuerpo de conocimien-
lo y poner por obra curríeulos. Lo que pasa con la enseñanza es que la es
pecificidad del contexto es siempre fundamental. No podemos escurrir el bul
to invocando reglas y procedimientos que no respetan los contextos.
P. — Tu visión de 1a educación parece convertir en inútil la tradición.
Giroux. — Como he dicho antes, la naturaleza de nuestros problemas edu
cacionales es nueva v carece de precedentes. En ese sentido no hay tradición
a la que apelar. Pero hay elementos de pedagogía crítica en todas las tradi
ciones. El educador radical se ocupa de !a tradición como de cualquier otra
cosa. Debe ser asumida, y no simplemente recibida. Las tradiciones son im
portantes. Contienen grandes intuiciones para comprender, tanto lo que que
remos ser, como Jo que no queremos ser. La cuestión es: ¿en qué contexto
queremos juzgar la tradición? ¿En torno a qué sentido de finalidad? Necesi
tamos un referente para hacerlo. Si no tenemos un referente, nos falta enton
ces el contexto que dé sentido a la tradición, pues ella no nos proporciona el
años entre «la educación como función de la sociedad» y «ta sociedad como
función de la educación». Con olías palabras, ¿eslún las escuelas para servir
y reproducir sin ningún tipo de crítica la sociedad existente, o para cuestio
nar el orden social con el fin de desarrollar y promover sus imperativos de
mocráticos? Obviamente, yo opto por esto última. Creo que las escuelas son
las instituciones principales para educar a los alumnos para la vida pública.
Más concretamente, creo que las escuelas deberían servir para proporcionar
a los estudiantes el conocimiento, el carácter y la visión moral que edifican el
coraje cívico.
P. — La expresión «coraje c ívico» suena bien.
Giroux. — Vamos a necesitarlo mucho.
P. — Volveremos n hablar alguna vez.
Giroux. — Así So espero.
Capítulo 2
La elección de Iciipnaje y el uso que ile el se hace suri básicos para la defini
ción que un pueblo da de sí mismo en relación con su entorno natural y social,
Empiezo este capítulo con una cita de Ngugi Wa Thiong'O, escritor afri
cano situado en la vanguardia de las luchas poscoloniales para definir de
nuevo el significado coma una construcción histórica v social. Lo que nos in
teresa de este punlti no es simplemente la negativa a dar el lenguaje por su
puesto, sino la comprensión de cómo se produce y se escribe de nuevo dentro
de los legados ideológicos y materiales dei imperialismo y el colonialismo.
Por tanto, en el ámbito del lenguaje es chinde las huellas de un viaje teór ico y
político comienzan a aparecer corno parte de un intento más amplio de
afrontar el significado como una forma de memoria social, las instituciones
como poderosas portadoras y legitimadoras del significado, v las prácticas
sociales como lugares donde el significado es inventado de nuevo en el cuer
po, el deseo y en las relaciones entre el yo y los otros.
El lenguaje en todas sus complejidades se convierte cn fundamental, no
sólo en la producción de significado e identidades sociales, sino también
como condición constitutiva de la acción humana. Pues es en el lenguaje don
de los seres humanos quedan inscritos y clan forma a esas modos de trata
miento qtre constituyen su sentido de lo político, lo ótico, lo económico v lo
social.
Este libro trata de lo que a menudo se denomina las crisis de significado
y autoridad que han acosado a muchas de las democracias occidentales en
¡os añas 90. Por supuesto, cualquier crisis se puede configurar- de nuevo para
afianzar la autoridad de una narrativa totalizadora que encierra la verdad
como una ciencia y la acción como una categoría unjversalizadora. Lo que yo
pretendo, más bien, es cuestionar la autoridad y los discursos de estas prácti
cas unidas al legado de un colonialismo que construye directamente o está
implicado en relaciones sociales que mantienen vivos el privilegio v la opre
sión como fuerzas activas que deteiminan la vida diaria dentro de los centros
v los márgenes del poder. Dentro del predominio dej lenguaje de la crisis cul-
Pan tln- Lasl Pos!. Caljaiv. I >1Caleaiv Pr«». 1990. pa*. 176.
Rl'P 111RAS POSCOIONMI.ES /POSIBILIDADES DEMOCRATICAS 35
pnscoloniüJ. veanse Berma P;trrv. «-Probk-ins in Curren! I Iléones ni Colonial Discourse», The (A-
ford Liieran- kcvteiv lJ I W87 i, 2/ Síí: Abtlul .)¡mMoh;uneil, Xhiwchc.an HCsiht'Uc.^: I he Poh:ics¡ o¡ Li-
inalurv in Colonia! tfnea. AmliL'tM. 1'riiu‘iMrv nf MiissachuseJls Press. Gavairi C. Spivak,
The pasCo!ont/it irme: ¡t/ienicu.v Snuit-vr*'*. Dialnyins. í>arah Haras\m (cvmp.). Nueva York,
RouileJpc. !990.
36 KSCOLARIZAUÓN V POLÍTICA Cl.'I.TURAI.
lílico, no puerle haber ninguna base sobre la que alronlar las cuestiones del
poder, ia dominación, el su (Vi miento humano y ias posibilidades de la Incita
humana. En esta ocasión, adopto un punto de vista enraizado en un discurso
de emancipación que reconoce que las formas subjetivas y objetivas de do
minación se han de abordar como parto de un provecto educacional que es el
punto de partida para el compromiso político. Por tanto, ias variados posi
ciones teóricas objeto de apropiación crítica en este libro resultan importan
tes en la medida en que proporcionan las categorías y la práctica teórica con
las que dedicarse a formas de transgresión que cuestionan el conocimiento
y las relaciones sociales estructuradas desde la dominación. Esto supone un
provecto político tjue va más aliá de las luchas meramente discursivas, que
pretende además transformar las relaciones no discursivas e insliiucionales
de poder conectando las Juchas educacionales con luchas más amplias por la
democratización, pluralización y reconstrucción de la vida pública.
A continuación, me propongo analizar brevemente algunos de Sos suplíos
los teóricos que caracterizan el variado trabajo de diversos teóricos poscolo
niales.' Con ello quiero apropiarme criticamente dichos supuestos como par
te de un esfuerzo por entraren diálogo con este cuerpo de trabajo y, además,
afrontar su critica como parte de un intento tic cuestionar alguna de ias cate
gorías primarias que construyen formas actuales de leoría v práctica educa
cionales radicales (incluido mi propio trabajo). Al mismo tiempo, quiero usar
alguna de las intuiciones fundamentales de las leonas poscoloniales pata ha
cer problemáticas y para extender las posibilidades que han surgido dentro
de los complejos y a veces contradictorios discursos del modernismo, femi
nismo y posmodernismo. Por último, quiero definir ias categorías teóricas
básicas en torno a las que desarrollo las nociones de cruce de Ironteras y pe
dagogía fronteriza como formas de política cultural.
8. Homi BhaMia, «The Commitmcnl lo Theory,>, New Fommiions 5 (verano de 1988), pág. 5.
Véase también Tony Ciwlev, Standard linglish and the Politics ¡>l Ijjnguagc, Urbana, University of
Illinois Press, 1989.
12. Gayatri C. Sfrivak, diado on An^lu McRubbic. -SlraU^iiN o! Vipilancc: An tntemeu \«iih
Cavatri ChaknU'orty Spivak», fílock 10(1985), pág. 9
J3. Véanse, por ejemplo, Michael Apple. «Iniroduction». en Daniel ?. Listón (comp.). CapiiaUsi
Schoois, Siueva York, Roudedge, 1989; William Profrieck, <-Revjew ol Capitalisí St hools ;intl Solio
oling and the Sirugplc for Public Life», en Socialt.s»i and Oemocmcx 9 (otoño/invierno de 19HW.
Í7M73; Jennitcr M. (Inrc, AVhat Can We Do for Yon! Whut Can "Wc" Do for You">•». t.ehtcano-
uci( Fouwlattons 4.3 (verano de 1990). 5-26; Stan Karp, «A Revicw of Peter McLaren s Lije ¡n Schc-
oh». Radical Teacher 19 (invierno de 1991), 32-34. Véase mi detallada respuesta a la nirsumi de la
claridad v el lenguaje en Hcnry A. Giroux, «Writinp for the Miases and Olhc-r Liher.i! Simplismo»-.
S'inahsni mui linnonai-y 11 (septiembre de 199U). 163-171; Herirv A Girou.x v Peter Mel aren
« Lanuiiti'.-e. SlIiooIíiu*, and Subjecüvity: Bevond a Pedagogy of Rcproduction and Resalante*» en
Kathryn Bonnan, Piyush Swami y Lonnie Wagstaff (conips.), ('ontempotan' {smus w U.:S ¡'din a-
RUPTURAS POSOOI.ONlAI.ES/rOSIBIUPADES DEM0CR.VI
presente aquí una forma de euroccntrismo que se niega a inquirir los funda
mentos de su propia narración, su propio sentido de ubicación y el modo en
que se inscribe en una política de diferencia. Al negarse a inquirir cómo el cu-
rocentrismo puede ser cómplice en la formación de su propia identidad, en
cuanto que se constniye en la interacción del lenguaje y la diferencia, a ¡os
teóricos educacionales criticos les resulta difícil entender cómo el lenguaje
a cerrar el paso a la parcialid
representación
[ación fundamental para la constricción
c de mullí-
pies identidades sociales, culturas públicas y formas de práctica política.1’'
42 ESCOLARIZACIÓN V POLÍTICA CULTURAL
Jidward Said y bel! hooks iluminan aspectos diferentes de! debate sobre la
política de ubicación que se han convertido en fundamentales para varios pa
radigmas teóricos, incluyendo varias versiones del feminismo y el posmod tr
uismo. Para todas estas posiciones es básica la importada de cuestionar, vol
ver a cartografía!'y a negociar esos límites del conocimiento que reclaman la
condición de narrativas maestras, identidades lijas y una representación ob
jetiva de la realidad. Dentro de los discursos feminista y posmoderao, esto se
ha expresado mediante el reconocimiento de la naturaleza situada del cono
cimiento, la parcialidad de toda pretensión de conocimiento, el carácter in
determinado de la historia y la naluraleza mudable, múltiple y a menudo
contradictoria de la identidad.IS Lo que se ventila aquí es el asunto de quién
ría soda), muchos teóricos educacionales se han abstenido de arromar criticamente Jas limitaciones
de ios pi o) cetos políticos implícitos en supropio trabajo v haruecumdo.en cambio, a predicar ia im
portancia de la accesibilidad del lenguaje Eeóríco v de privilegiar ía nráciica sobre Ja teoría. El llama
miento a escribir en un lenguaje educacional cuva claridad v bmnhandad se pregona parece que se
ba convertido en el equivalente políneo r* lüeoioeuo ue una visión moral v política que se hunde cada
ve/ más bajo el peso de so propio anmmclecmahsino velu \ nisav», Jateoría edu
cacional se va dJuyendo cada vez mas cu ta practica dcoidu a la previstcmelectoral isla de la impor
tancia de centrarse en lo concreto c n el I In egia educacionales.
Argumentar contra lorio eslo no priende ser un eiemcio intehpeiiie resuelto a invenir meramente la
trascendencia de Jas categorías, de modo que la leona tenea pnondad sobre la práctica, o d lenguaje
absiraao sobre ei lenguaje de imágenes trmaíes. Tampoco estov sugiriendo simplemente que los edu
cadores críticos lancen un argumento igualmente reduccionista contra ct uso ac un lenguaje claro o
la importancia de la práctica. Lo que se debate es la necesidad, taniode cuestionar como de rechazar
el reduccionismoy las exclusiones que caracterizan las oposiciones binarias que conforman estas ten
dencias demasiado pragmáticas.
16 i-ílward W. Said. '>nncnl3Íi$m Rccnnsidered», Cultural Critique 1(otoño de 1985). pág. 91,
)7. hrroks, capítulo 15 de Yearning, páys, 145 s‘ 149.
18. Un punto de referencia impórtame para esta posición es Donna Hnjaway. «SUuated Know-
ledgcs; The Science OuesWon in Feminism and the Pnvdege oí Pan»al Perspectiva», Fnni?tist Sin-
dies 14:3 (otoño de 1989). 575-599.
rup n ú is !’OSCih.onui.;:s /posibilidades dlm ocra iicas
19. ibíd.
20. Joan Borsa. -Touarck ;i Poliltc?» of l.oumon*', (uw;cííd>? Uomavr Siiidits (pnnv.ivtva do
no sólo so haga capa/, de escuchar a! otro coU-ctivn, sino (.pío aprenda lambió»
a hablar de un modo que sea lomado en serio por ese otro colectivo»." En
esle caso, el discurso poseolonial extiende la? consecuencias radicales de la
diferencia y la ubicación haciendo que esos conceptos estén atentos a sentar
las bases para formas de aulorrepresentación v conocimientos colectivos en
los que el sujeto y el objeto de ia cultura europea se hagan problemáticos,
aunque en modos radicalmente diferentes de los utilizados por las radicales
y conservadoras occidentales.
En segundo lugar, el discurso poseolonial escribe de nuevo la relación en
tre el mareen y el centro al desconstruir ]as ideologías colonialista c imperia
lista que estincturan el conocimiento, los texlos v las practicas sociales occi
dentales. Kn esle ámbito, hav intentos de demostrar como la cultura y el
colonialismo europeos «se implican profunda v reciprocamente».’3 Esto su
pone algo más que escribir de nuevo o recuperar las historias v memorias
sociales reprimidas del otro; significa comprender v hacer visible como el
conoeimienlo occidental está revestido de estructuras históricas e institucio
nales (¡uc privilegian y al tiempo excluyen lecturas, voces, esteticas. autoridad,
representaciones v formas de carácter social particulares. En el discurso poseo
lonial, Oí udenie y la altendad no se relacionan como polaridades o dicoto
mías, sino en formas en que ambos son cómplices y resistentes, victimas y
fautores. Aunque no se puede olvidar que el legado del colonialismo ha sisnii-
licado muerle y destrucción a gran escala, así como imperialismo cultura!
para el otro, el otro no es meramente lo contrario del colonialismo oecidcntai,
ni Occidente es un tropo homogéneo del imperialismo.
Esto nos lleva a una tercera intuición proporcionada por los discursos
poscolcmiales. La inquietud actual por la «muerte del sujeto» no se puede
confundir con la necesidad de afirmar el carácter complejo y contradictorio
de la acción humana. El discurso poseolonial nos recuerda que es ideológi
camente cómodo v políticamente sospechoso que los intelectuales occidenta
les hablen de la desaparición de! sujeto hablante del interior de las institu
ciones de privilegie! y poder. Esto no significa que los teóricos poscoloniales
acepten el concepto humanista de sujeto como identidad unificada v fija. Al
contrario, el discurso poseolonial concuerda en que el sujeto hablante se
debe descentrar, pero no pretende que todos los conceptos de acción huma
na y cambio social deban ser rechazados. Entendida así, ¡a noción posino-
dernista de sujeta se debe aceptar y modificar a fin de extender, no eliminar,
la posibilidad de permitir la acción humana. Como mínimo, esto significaría
llegar a entender Jas fuerzas y límites de la razón práctica, la importancia de
las implicaciones «lectivas, c-1 discurso ético como un recurso para la visión
social y la existencia de múltiples discursos y recursos sociales que propor
cionan ¡as bases y la necesidad mismas de dicha acción.
Los discursos poscoloniales representan un espacio donde teorizar de
nuevo, ubicar v abordar las posibilidades de una nueva política basada en la
24. Richard Keamt'y, The ilcAe of hnaynmnon. MmíK-apolis, tJniveiMty oí Míntvsou* Press,
25. Cayairi C. Spivak. Making oí Amerit-ans, ilie Tenching i>í finglish, and ihc Fuíure ¡>f
Culiui al Siudics*. NewLitcratir Hi¡<¡r»y 214 MQ90). 781-798.
26. Ibíd , pág. 785.
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RUPTURAS l’OSCOLONIAI.KS•’ POSIBII.1DADHS Dl:MOCR,\Tll AS 49
que los estudiantes pueden leer v escribir denlrn y contra los códigos cultu
rales existentes, teniendo ai mismo tiempo la oportunidad de crear nuevos es
pacios para producir formas nuevas de cononmiento, subjetividad e identi
dad. Denlrn de un discurso así, las realidades sociales v políticas importantes
quedarían asumidas v no excluidas dei curricuJtin) escolar, y c! proceso de
leer de forma diferenciada y crítica no sólo se aplicaría a (extos dominantes,
sino también internamente a .sí mismo.
Ejemplos más concretos de pedagogía lionteriza se pueden encontraren el
trabajo reciente que se está realizando sobre leona educacional y cultura po
pular.’4 Dentro de los parámetros de dicho trabajo, se está trabajando en tres
importantes cuestiones. En primer lugar. Iiav una inquietud básica poi mm-
prender cómo se relaciona la producción de significado con las implicaciones
afectivas y la producción de placer.''Desde e.sta perspectiva, es necesario que
las profesores incorporen en sus pedagogías una comprensión teórica de
cónto la producción de significado v las economías de placer se convierten en
elementos constitutivos comunes de las identidades de los estudiantes, de
cómo los estudiantes se ven a sí mismos y cómo construyen una visión parti
cular de su luturo. En segundo lugar, la naturaleza del modo en que los estu
diantes están inscritos en diferentes economías aletti\ as y ias asumen precisa
una nueva reflexión a la luz de \arias consideraciones pedagógicas importan
tes. Una de dichas consideraciones es que la producción v regulacuín del deseo
se debe ver como un aspecto crucial del modo en que los estudiantes median,
relacionan, resisten v crean formas culturales y de conocimiento particulares.
Otra inquietud es que la cultura popular sea considerada un aspecto legitimo
de las vidas cotidianas de los estudiantes v analizada como una luer/a prima
ria en la configuración de las diversas y a menudo contradictorias posiciones
subjetivas que adoptan los estudiantes. En tercer luear, es preciso que la cul
tura popular se convierta en objeto serio de estudio en el currículum oficial.
Esto se puede hacer tratando la cultura popular, bien como un objeto distinto
de estudio dentro de las disciplinas académicas particulares, tales como los es
tudios sobre los medios de comunicación, bien echando mano de los recursos
que genera para afrontar varios aspectos del currículum oficial. Trataré e.sta
cuestión con más detalle en otra sección de este libro.
En todos estos ejemplos, ios elementos importantes de una pedagogía
fronteriza indican modos en que esas narrativas maestras basadas en versio
nes blancas, patriarcales y clasistas del mundo pueden ser cuestionadas críti
camente y eficazmente desterritorializadas. Esto es, al ofrecer un lenguaje
teórico para establecer nuevos limites con respecto ai conocimiento asociado
muy frecuentemente con los márgenes y la periferia de lo dominante desde e!
punto de vista cultural, la pedagogía fronteriza crea la posibilidad de incor
porar al currículum prácticas culturales y sociales que ya no precisan ser car-
34. Hcnrv A. Giroux y Roger J. Simón (comps.). Popular Culture, SchoaltDi; ond E\ciyda\ l.i}c.
Nueva York. Bergin and Garvey Press. 1988.
35. J.ii'A'i L*r»ceGros.sbíTg, «The Coiik \i nf Audirm.vs yrul fin" Polillo of DilíiTenix», Ainitulian
Jmirnai v¡ Conmmniceititm I6(1S)S9), H-J'i.
50 HSCOLAR1ZACION Y POrÍTICA CULTURAL
.16. Kobena Mvrcer. ciuidocn tórrame Kenny. «Traveting Theory; The Cultural Politics oí Race
RlJPTl'RAS POSCOLONMI.US /POSIBILIDADES DEMOCRÁTICAS 51
cesitan crear las circunstancias para que los estudiantes hablen de f'arma di-
lóente ;i lir. de que sus narrativas se puedan afirmar y afrontar críticamente
¡unto con las coherencias y contradicciones que caracterizan tales experien
cias. No sólo deben oír las voces de esos estudiantes que han estado tradicin-
nalmente silenciados: deben tornar en serio lo que todos los estudiantes di
cen, asumiendo las consecuencias de sus discursos desde una perspectiva
histórica y relanonal más amplia. Igualmente importante es la necesidad de
proveer espacios seguros para que los estudiantes afronten criticamenle a los
profesares, a las demás alumnos, así como kis límites de sus propias posicio
nes como ci-uzadores de fronteras que no tienen que poner sus identidades en
tela de juicio cada vez que abordan cuestiones sociales y políticas de las que
no tienen experiencia directa. Dicho simplemente: se debe animar a los estu
diantes a cruzar las fronteras ideológicas v políticas como un medio de ex
pandir los límites de su propia comprensión en un contextu que sea pedagó
gicamente seguro v socialmcnlc educativo, v no autoritario ni Heno de la
sofocante suficiencia de una determinada corrección política. Más concreia-
mente, la experiencia del estudiante se tiene que analizar como pai te de una
política democrática más amplia de voz y diferencia.
Como parte de un provecto de voz y de diferencia, una teoría de pedago
gía fronteriza necesita abordar Ja cuestión de cómo las representaciones y las
prácticas que identifican, marginan y definen la diferencia como desvnlori-
zación del otro se aprenden, se interimi/.an, se cuestionan o se transforman
activamente. Esto es, resulta imprescindible que una pedagogía así reconoz
ca e inquiera críticamente el modo en que la colonización de las diferencias
por parte de grupos dominantes se expresa y sostiene mediante representa
ciónos en las que !a humanidad del otro es denigrada ideológicamente, o bien
implacablemente negada. Además, tal pedagogía necesita abordar el modo
en que se puede asumir una comprensión de estas diferencias a fin de cues
tionar las relaciones predominantes de poder que las sustentan. La pedagogía
fronteriza debe crear las circunstancias para que los estudiantes se dediquen
a levantar nuevos mapas culturales como forma de resistencia. A los estu
diantes se les debe dar la oportunidad de dedicarse a anal tsis sistemáticos de
las maneras en que la cultura dominante crea fronteras empapadas de terror,
desigualdad y exclusiones forzadas. Los estudiantes necesitan analizar las
circunstancias que han incapacitado a otros para hablar en los lugares donde
quienes tienen poder ejercitan la autoridad. Así, los educadores críticos de
ben reflexionar más sobre cómo la experiencia de la ruarginnlidad a nivel de
vida cotidiana se presta de manera productiva a formas de conciencia oposi
cionista y transformativa. Así mismo, los designados como otro deben reivin
dicar y también rehacer sus historias, voces y sueños como parte de una lu
cha más amplia por cambiar aquellas relaciones materiales y sociales que
niegan el pluralismo radical como base de la comunidad política democráti
ca. Esto supone una pedagogía en la que se dé un cuestionamiento crítico de
las omisiones y tensiones que existen entre las narrativas maestras y los dis
cursos hegeniónieos que componen el currículum oficial y las autorrepresen-
laciones de los grupos subordinados tal y como aparecen en historias, textos,
52 tíSCOLAFU/.ACIÓN Y l’Ol ITICA CU I l'KAL
ses iIl* la gente y que reconozcan la materialidad del conflicto, del privilegio \ de
b dominación. Así. crear tales culturas consiste íumlamennilmenie en hacer
transparentes los ejes dol poder en el contexlo de la», esiiut linas acmk-nm as.
disciplínales e institucionales. así como en las relaciones iiiicrpcrsonalcs (mas
que en las relaciones individuales en el ámbito académico).’
Además, los estudiantes se deben apropiar de mi;* manci :> igualmente cri
tica, cuando sea necesario, los códigos y conocimientos que constituyen las
tradiciones históricas y culturales más amplias y lambién las menos conoci
das. Tras esta práctica pedagógica subvace la importancia de comprender
cómo las subjetividades son producidas dentro de esas conl iguracíones de
conocimiento y poder que existen fuera de ia inmediatez, de la propia expe
riencia, pero son básicas en las formas de determinación persona] y social,
las obligaciones de una ciudadanía crítica y la construcción de culturas pú
blicas críticas. La pedagogía fronteriza indica también la necesidad ele plan
tear cuestiones fundamentales relativas a cómo los estudiantes realizan im
plicaciones particulares de significado y afecto, cómo se inscriben dentro de
relaciones tríádicas de conocimiento, poder y placer, y por qué los estudian
tes pueden ser indiferentes ante las formas de autoridad, conocimiento y va
lores que se producen y legitiman en nuestras aulas y universidades.
Además, el concepto de pedagogía fronteriza .sugiere algo más que la sim
ple apertura de diversos espacios e historias culturales para los estudiantes.
También significa comprenderlo frágil que es la identidad cuando se adentra
en zonas fronterizas entrecruzadas dentro de diversos lenguajes, experien
cias y voces. Allí no Itay sujetos unificados, sólo estudiantes cuyas voces y ex
periencias, de múltiples estratos y a menudo contradictorias, se entremez,-
clan con el peso de historias particulares que no encajan fácilmente en la
narrativa maestra de una cultura monolítica. Tales zonas fronterizas se de
ben considerar lugares para el análisis crítico y también una fuente potencial
de experimentación, creatividad y posibilidad. Además, estas zonas fronteri
zas donde se encuentran negros, blancos y latinos, entre oíros, demucsi ran la
importancia de una perspectiva multicéntrica que permite a los estudiantes
reconocer y analizar cómo las diferencias dentro de varios grupos (y entre
unos y otros) pueden incrementar el potencial de la vida humana y las posi
bilidades democráticas.
3?. Chnndra T. Molianty. <On R;ice and Vnicc1», Culiura! Critique 14 (invierno de I9?W/I 99(1).
lU'PTURAS F<ISC0L0N1ALES /POSt MUDADI-S DFMOCRÁTI LAS 53
¡.A l'KPACUCÍ.A IKONTI.KIZA V I I. DISCURSO !)h (IRI C/M.K>N DEL l’HOI fAOK
mujeres, pero. pensando sobre iní mismo desde ia dimensión política de ini
propia ubicación, puedo hablar de las cuestiones del racismo y el sexismu
como cuestiones éticas, políticas y públicas, que implican en su red de rela
ciones sociales a todos aquellas que se sitúan cn la vida pública, aunque des
de difer entes esferas de privilegio y subordinación. Kxterrder la lógica de tal
posición equivale a crear unas condiciones, dentro de instituciones particu
lares, que permitan tonto a profesores como a alumnos ubicarse a sí misiruis
v a los otros en historias que movilicen sus esperanzas de futuro en lugar de
destruirlas. Tal posición reconstruye a los profesores como intelectuales cu
yas propias narrativas se deben situar V examinar como discursos abier tos,
parciales y sometidos a un continuo debate v revisión.
En conclusión, considero esencial que los educadores, entre otros traba
jadores culturales, aborden las cuestiones en juego en la nueva política cultu
ral de diferencia como temas pedagógicos y políticos. Dichos temas necesitan
ser tratados dentro de articulaciones movili/.adoras más amplias, tales como
la vida pública, el nacionalismo y la ciudadanía. La cuestión pedagógica pre
sente aquí es articular la diferencia como parle de la construcción de un nue
vo tipo de política, lenguaje y sujeto, que sería múltiple v democrático.
Capítulo 3
1¡emos entrado en una era marcada por una crisis de poder, patriarcado,
autoridad, identidad y ¿tica. Muchos teóricos de diversas disciplinas la Kan
descrito, para bien o para mal, como la era del posmodei Mismo.1Es un perío
do desbarrado entré los estragos y los beneficios del modernismo; es una era
en la que los conceptos de ciencia, tecnología y razón se asocian, no sólo con
e! progreso social, sino también con la organización de Ausehwitz y la creati
vidad que hizo posible Hiroshima.' Es un tiempo en el que el sujeto huma
nista parece haber perdido ya el control de su destino. Es una era en la que
)as srandes narrativas de emancipación, procedentes de la derecha o de la iz
quierda políticas, parecen compartir una afinidad con el terror y la opresión.
Es además un momento histórico en el que la cultura ha dejado de ser consi
derada una reserva de los hombres blancos, cuyas aportaciones a las artes, li
teratura y ciencia constituirían el campo de !a cultura superior. Vivimos cn
un momento en el que se está lanzando un serio ataque contra un discurso
modernista donde el conocimiento queda legitimado casi exclusivamente
desde un modelo europeo de cultura y civilización. En cierto modo, la lucha
por la democracia se puede ver en el contexto de una lucha más amplia con
tra cieñas car acterísticas del modernismo que representan los peores legados
de la (raciman de la Ilustración. Y contra esas características es contra tas
1. Análisis representativos do! abanico de disciplinas, géneros y amores que pueblan cf resba
ladizo paisaic conocido como pasmodernismo se pueden encontraren H. Fosier (comp.)» The Antt-
Aí^iht'tic. /,w;v.s on PoMwadenj Culture. Fort Townsend, Washington. Hay Press. 1983; lhab Has-
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2. Mark Póster. Critica! 7fce«rv and Pn.^síruauraihti, Hhaca, Comell Universily Press. I989.
F.SCOl.ARIZACKI.'! V POLITICA CIiI.Tt.'RAI.
ele estos discursos pueden sei^ir para profundizar las posibilidades demo
cráticas dentro del mismo proyecto modernista. Pues lo que interesa 110 es
simplemente la aparición do un nuevo lenguaje para repensar lu tradición
modernista, sino también la reconstrucción de los requisitos polílicos. cul
turales y sociales para realizar una concepción radical de ciudadanía y pe
dagogía.
Donde se puede ver a las claras que estamos viviendo una era en la que se
está construyendo un nuevo sujeto político es en los acontecimientos que han
tenido lugar durante es los últimos años en Europa oriental: lia caído el muro
de Berlín: los partidos comunistas estalinistas del bloque oriental van, a to
dos los efectos, a la desbandada; la Unión Soviética está modificando radi
calmente una identidad forjada con el legado del leninismo y el bolchevismo:
y las narrativas maestras del marxismo están siendo configuradas de nuevo
dentro de las cambiantes identidades, prácticas culturales v posibilidades
imaginarias desatadas en el discurso naciente de una democracia radical. En
Europa del esle, se están construyendo los requisitos teóricos y políticos para
un ciudadano posmoderno, aun cuando en el presente sólo existen en forma
de tenue vislumbro, liste es un sujeto político que rechaza el autoritarismo de
las narrativas maestras, que lechaza las tradiciones que solo permiten reve
renciarlo que ya es, que niega las 1orinas instrumentales y unlversalizadas de
racionalidad que eliminan lo histórico y lo contingente, que se opone a la
ciencia como fundamento universal de la verdad y el conocimiento y que
pone en duda el concepto accidental de subjetividad como yo estable y cohe
rente. Estas perspectivas mudables y estas relaciones sociales emergentes
han conseguido radicalizar las posibilidades de libertad y alinnar la capaci
dad de los seres humanos para moldear .sus propios destinos como parte de
una lucha más amplia por la democracia.
En los países industrializ,ados occidentales. L'is revoluciones en Europa
oriental por la libertad, la igualdad y la justicia aparecen en los medios de co
municación dominantes como la denodada lucha del otro contra la esclavi
tud mediada por el comunismo. Pero en los Estados Unidos éstos son acon
tecimientos que tienen lugar en los márgenes de la civilización, relacionados,
sí, con la identidad política y cultural de Occidente, perú no fundamentales
para ella salvo como mimesis. En los medios de comunicación de masas, las
luchas por la igualdad y la libertad en Europa del este han sido analiz.adas
con la lente de un discurso modernista que reproduce nociones sumamente
problemáticas de ia tradición ilustrada. Por ejemplo, muchos teóricos occi
dentales ven la remodelación de las fronteras políticas y sociales de Europa
oriental desde una perspectiva modernista reduccionista, como el «final de la
historia», una metáfora del ya incuestionable triunfo de la democracia liberal
capitalista. En esta hipótesis, la.s características ideológicas que definen el
centro de la civilización medíante el discurso de las democracias occidenta
les se han extendido va a los márgenes, cultural y políticamente «desvalidos»,
de la civilización.
Esta posición es curiosa, porque no reconoce que las revoluciones de Eu
ropa del este pueden estar indicando, no el .final de la historia», sino el aeo-
58 ESCOLARIZACIÓN Y POLITICA CULTURA!.
ter histórico v contingente? Dicho de o lio modo, ¿qué se puede hacer para
fortalecer y extender kis tendencias oposicionistas del modernismo?
Me ¡impongo sostener que el modernismo, ei posmodemismo y el femi
nismo representan tres de los discursos más importantes para realizar una
política cultural y una práctica pedagógica capa/, de extender y fomentar teó
ricamente una política radica! de la democracia. Aunque reconozco que estos
lies discursos son internamente contradictorios, ideológicamente diversos y
teóricamente deficientes, creo que, si se plantean desde el punto de vista de
las conexiones entre sus diferencias v la base común que comparten de modo
que se currijan mutuamente, ol recen a los educadores críticos lina maravi
llosa oportunidad teórica y política para reflexionar de nuevo sobre la rela
ción entre escolarización y democracia. Cada una de estas posiciones tiene
mucho que aprender de la fortaleza y ¡a debilidad teóricas de los otros dos
discursos. Un encuenli >■dialogal entre ellos, no sólo leí-, ofrece la oportunidad
de reexaminar la parcialidad de sus perspectivas correspondientes, lln en
cuentro asi indica también nuevas posibilidades ele compartir c integrar sus
mejores intuiciones como parle de un provecto democrático radical más am
plio. Juntos, estas diversos discursos brindan la posibilidad de iluminar el
modo en que los educadores críticos podrían colaborar con otros trabajado
res culturales en diversos movimientos para desarrollar v promover un dis
curso más amplio de lucha política y colectiva. Se trata de intentar propor
cionar un discurso político y teórico que pueda ir más allá de una estética
posmoderna y un separatismo feminista, a fin de desarrollar un proyecto en
el que pueda sur gir una política de diferencia dentro de un discurso compar
tido de vida pública democrática. Así mismo, está también sobre la mesa la
importante cuestión de cómo se podrían perseguir los discursos del moder
nismo, posmodemismo y feminisma en el marco de un esfuerzo político más
amplio por repensar los límites y presupuestos más básicos de ana pedagogía
crítica coherente con una política cultural radical.
Voy a desarrollar estas cuestiones con el método siguiente. En primer lu
gar, analizaré de forma esquemática algunos de los supuestos básicos que ca
racterizan varias tradiciones modernistas, incluida la enérgica defensa por
parte de Jürgen Habermas del modernismo social y político. En segundo lu
gar, analizaré algunas de las cuestiones centrales que el posmodemismo ha
convertido en problemáticas en su encuentro con el modernismo. En tercer
lugar, voy a destacar los aspectos más progresistas de lo que se podría eti
quetar ampliamente corno teoría feminista posmoderna destinada al servicio
de la promoción, tanto de sus propias tendencias críticas, como de los aspec
tos más radicales del modernismo y el posmodemismo. Finalmente, voy a in
dicar cómo estos tres discursos podrían contribuir a desarrollar algunos prin
cipios importantes en ¡a construcción de una pedagogía crítica para la lucha
democrática. A estas cuestiones paso a continuación.
60 KSCOI.AKIZACJÓN 'i' POLÍTICA CULTURAL
7. Eugenc Lunn, Marxism and Modemism. BerkeJey, University of California Press, 1982; David
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Jürgen Habermas, The Phiiosophical Discoursc of Modemity. F. Lav.Tence (*rad.). Camhndge, MIT
Press, 1987
11. [.a va clásica ddensa de h modernidad i-nel débale pi>Mnodenio se puede cnennu ,»i en Ha-
bermas, «An Incompleta Projecl» y Phtlosophicd! Distour^t'. l’na comparación mu*redante de dos
opiniones diferentes sobre la modernidad se puede encontrar en Marshall Berman. -Why Moder-
nism Slill Matters-, Tikkun 4:! 1(1988). 81 -86. v Ncllv Richard, «PoMmndi-rnism ;md Peripherv».
Thtrd Tv.xt 2 (1987/1988). 5-12
61
v la razón se unlversalizo
desde un punto de vista cognitivo e instrumental como !a base de un modelo
de progreso industria], cultural y social. F.n esta noción de modernidad está
en juego una visión de ta identidad individual y colectiva en que la memoria
histórica se concibe como un proceso lineal, el sujeto humano se conviene en
la fuente última del significado y la acción, y se construye una noción de te
rritorialidad geomáiiea v cultural dentro de una jerarquía de dominación v
................." ~ ' nados mediante el
a privilegiada.1'1
n doble per-
r> for
mal. Pero es en la tradición oposicionista, con su aversión absolutamente
Los modernistas, tal y como yo los describo, están en esle mundo a la vez a
guslo y reñidos- con él. Celebran los triunfos, y se identifican con ellos, de ia cien
cia, arte, tecnología, comunicaciones, economía y polílicn modernas —en una
palabra, de Indas ¡as actividades, lécnicas y sensibilidades que permiten al gé
nero humano hacer lo que la Biblia decía de Dios, que podía «hacer todas las co
sas nuevas»—. Sin embargo, se oponen al mismo tiempo a traicionar la moder
nización de su propia promesa y potencial humanos. Los modernistas exicen
renovaciones más profundas y radicales: los hombres v mujeres moderaos de
ben convertirse en los sujetos, y también en ios objetos, de ia modernización;
MODERNISMO, POSMODERNISMO VFEMINISMO 63
deben aprender a cambiare] mundo que los esta cambiando, v hacerlo suyo pro
pio. Ll modernista sabe que es posible: el hecho de que el múralo haya cambiado
tanto es la prueba de que puede cambias todavía tiuis. I-.l modernista puede,
comí; dice la frase de Hogc), «mirar de fren le a lo nep.ilivo v vivn con ello.'. Id he-
c!)o de que «todo lo que es sólido se disuelva en el niro es fuente, no de desespe
ración, sino de fuerza V afirmación Si todo debe pasar, que pase, pues: la gente
moderna lienc el poder de crear un mundo meiorqiieel mundo que ha perdido.
Habermas ha sido uno de los defensores más enérgicos del legado del mo
dernismo. La obra de Habermas es importante porque, al forjar su defensa
del modernismo en el contexto de una crítica de los discursos posmodernista
y postestrvcturalista surgidos en Francia desde 1968, ha abierto un debate
entre estas posiciones aparentemente contrapuestas. Además, Habermas ha
intentado revisar y reconstruir ei trabajo anterior de sus colegas de la escue
la de Francfort, Theodor Adorno y Max Horklieimer, revisando su visión pe
simista de la racionalidad y de la lucha democrática.
Habermas considera ia posmodernkla.I no tanto una cuestión cié estilo y
cultura cuanto de política. El rechaza de las grandes narrativas por parte del
posmodernismo, su negación de los fundamentos epistemológicos y su acu
sación de que la razón y la verdad están siempre implicadas en relaciones de
poder son considerados por Haber mas un abandono de la modernidad y tam
bién una amenaza para ella. Para él, el posmodernismo se relaciona de forma
paradójica con el modernismo. Por una parte, incorpora las peores dimen
siones de un modernismo estético. Esto es, difunde los aspectos de la van
guardia que «viven en la experiencia de rebelarse contra todo lo normativo».2ft
En este sentido, el posmodernismo se hace eco del intento del surrealismo de
socavar la autonomía cultural del arte eliminando tos límites que lo separan
de la vida cotidiana. Por otra parte, el posmodernismo representa una nega
ción del proyecto de la modernidad social al rechazar su lenguaje de razón,
derechos y autonomía universales como fundamento de la vida social mo
derna. Según Habermas, el argumento del posmodernismo de que realismo,
consenso y totalidad son sinónimos de terror representa una forma de agota
miento político y ético que renuncia de forma injustificada a la tarea inaca
bada de! imperto de la razón.2.
Desde el punto de vista de Habermas, los pensadores posmodemistas son
conservadores cuyas raíces filosóficas se han de encontrar en diversas teorías
irracionajistas y enemigas de la Ilustración que presentan una peculiar afini
dad política con el fascismo. Por lanío, el posmodernismo socava el proyecto
todavía en marcha de la modernidad, con su promesa de democracia me
diante el imperio de la razón, la competencia comunicativa y la diferen
ciación cultural. El posmodernismo es culpable del doble crimen, en este
caso, de rechazarlos dogmas más básicos del ethos modernista y, así mismo,
de no reconocer sus aportaciones más emancipadoras a la vida contemporá
nea. En el primer caso, el posmodernismo subraya en exceso, y de forma te
meraria, el papel de la diferencia, la coniingencia y el lenguaje frente a toda
apelación a pretensiones unlversalizadas y transcendentales. Para el posmo-
demista, una teoría sin la garantía de la verdad define de nuevo la relación
entre discurso y poder y, de este modo, desestabiliza la fe modernista en el
28. Donatas Kelliicr, «i'osur.oilcrmsm as Social Theorv: Some Ch.iilenges and Probiinis», Thc-
o,y. Culture, and Soí-iVív 5:2 & 3(1988), 239-269.
29. Hnbennrw «Mvlh and Enlightenment». pág. 18.
MODERNISMO. POSMODERJSÜSMO Y FEMINISMO 67
cativa proporciona la base, no sóKi paca su situación de habla idea!, sino tam
bién pitra su visión más amplia di- reconstrucción social. Con sus distinciones
entre un mundo exterior de prácticas sislémicas directivas y un mundo inte
rior privilegiado de proceso comunicativo, la racionalidad en este caso repre
senta en cierto modo una división entre un mundo empapado de poder ma
terial, expresado en la evolución de subsistemas de modernización racional
complejos y en continuo crecimiento, y otro determinado por la razón uni
versal y la acción comunica!iva. En el núcleo de’ esta distinción se encuentra
un concepto de democracia en el que ¡a ludia y el conflicto no se basan en
una política de diferencia y poder, sino en un intento conceptual y lingüísti
co de definir el contenido de lo que es raciona!.10
I.a defensa de la modernidad por parte de Kabennas no se enraíza en un
cucKlionamicnto rigoroso de la relación entre discursos, estructuras institu
cionales v los intereses que éstos producen y legitiman dentro de condiciones
sociales específicas. En vez de eso, se centra en la competencia lingüistica y
el principio de consenso con su problemática principal definida por la nece
sidad de eliminar los obstáculos que llevan a una «comunicación distorsio
nada», Esto no sólo indica una visión particular del poder, la política y la mo
dernidad; también legitima, como señala Stnnlev Aronouitz. un concepto
especifico de razón v de aprendizaje:
}f) Michael Ryan, Pohfúy a>r(¡ Cuitare: Work¡ng Hypai¡n for <¡ pníRevolntioyw>y Sncietv, Bal
tniioiL. Thoíohns Hopkins UniveiÑitv Press. 1989.
41 Aronowilz, «PosimodürmMTi :md Polines», pág. 103.
Nancy l:raser, «What isCi iiicnl :ibout Crilicai Theory? The C:\sc oí Hubemías and Gcndcr».
Nrw í./cnvoii Critique i2:2 0985), 97-M!.
W Bárbara Epstein, «Rerhinking Social Movcmem Thooj\». RckLw 20:1 (1990),
68 LSC0URJ7.ACIÓN Y POLÍTICA CULTURA!.
cree que los defectos de la Ilustración sólo se pueden compensar con más ikis-
tración. La crítica totalizada de la razón recorta a la baja la capacidad de la ra
zón para ser crítica. Se niega a reconocer que la modernización irae consigo
avances, así como distorsiones cié la razón Entre los primeros menciona la «fur-
maltzación» y la «refracción reflexiva» de las tradiciones culturales, la universa
lización de las normas \ generalización de los valores y la creciente individua-
ción de las identidades personales —requisitos Iodos ellos de esa organización
efeciivaiiicme democrática de la sociedad mediante la cual la razón pura puede
convenirse finalmente en práctica.’
N egaciones fosmodf.rnas
Creo que el discurso cid posmodernismo es algo por lo que merece la pena
Incluir, y no simplemente en cuanto categoría semántica que precisa ser some
tida a un rigor definidor cada ve/ mas preciso. Como discurso de pluralidad,
dilcrcncia y narrativas múltiples, el posmodernismo se resiste a ser inscrito en
ningún principio articulado)' único encaminado a explicar, bien la mecánica de
ia dominación, bien la dinámica de la emancipación. De lo que se trata es de la
necesidad ele explotar sus intuiciones contradictorias y oposicionistas de modo
que puedan ser objeto de apropiación al servicio de un proyecto radical de lu
cha democrática. El valor del pnsmodeniismo estriba en su pape! como signi-
ficadnr mudable que refleja y también contribuye a las inestables relaciones
culturales y estructurales que caracterizan cada vez más a los países industria
lizados avanzados de Occidente. E¡ punto importante aquí no es si el pos mo
dernismo se puede dofmit dentio de lus parámetros de la política particular,
sino cómo sus mejores intuiciones podrían ser objeto de apropiación dentro de
una política democrática progresista y emancipadora.
I.o que me proponen sostener es que. aun cuantío el posmodernismo no
aporta rm principio ordenador particular para definir un provecto político
particular, posee una coherencia rudimentaria con respecto al conjunto de
«problemas y cuestiones básicas que han sido generados por los diversos dis
cursos del posmodernisnin, cuestiones que antes no eran particularmente
problemáticas, peni que ciertamente ahina lo non»."' El posmodernismo
plantea cuestiones y problemas para trazar de nuevo y re-prese.nlar los lími
tes del discurso y la critica cultural. Las cuestiones que el posmodernismo ha
planteado se pueden ver, en cierto modo, a través de sus diversos rechazos de
todas las «leyes naturales» y pretensiones trascendentales que, por defini
ción, intentan «escapar» de cualquier tipa de fundamentación histórica y
normativa. De hecho, si hay alguna armonía subyacente entre ios diversos
discursos dej posmodernismo, se da precisamente en su rechazo de las esen
cias absolutas. Argumentando con razones parecidas. Laclan sostiene que la
posmodemidad en cuanto discurso de critica social v cultural comienza con
una forma de conciencia epistemológica, ética y política basada en tres nega
ciones fundamentales:
40. Nancy Fraser y l inda NichoKon. -Sucia] Crhicism Withoul Phikvsophv: An Uneounier Bet-
wccn Feininisin und Poslmodei'nis.m». en A. Ro.ss (comp. ), Universal Abundan? The Poiitics i>/Pf.w
73
4V Umilv l licks, «Deterritorialization aod Bordo \Vnliti(:.. m l< Merrill (comp i. Ethk\\.-Ae«-
hci,c<: pnsMadem Posiüons, 47-58.
44. F.<ia cuestión se trata en varios ensayos hriUame» en Rnssel) R-mismi Manha Cever,
ccnlrismo y la culi Lira patriarcal occidentales. En ia medida cn que el posmo-
dernísmo ha rechazado el elnocentrismo de la cullura occidental, ha librado
también una batalla contra esas formas de conocimiento académico que sir
ven para reproducirla cultura dominante occidental corno un canon y tradi
ción privilegiados, inmunes a la historia, la ideología y la crítica social.''"
76 i sí oí \;<!/ u ion y poi.i n< .\ cultural
ración, por partí- del posmodemismo. de la política del runlm y los márgenes.
Esleí es, el posmodn nismo 110 solo impugna la forma v contenido de los mo
delos dominantes Je conocimiento, sino que también produce nuevas formas
de conocimiento con su insistencia en echar abajo las disciplinas y tratando
objetos de estudio (pie eran irrcpresoitables en los discursos dominantes del
canon occidental.
La crítica posmodema presta un importante servicio teórico y político al
ayudar a los considerados «otro» a reivindicar sus propias historias y voces.
Al hacer problemático el concepto dominante de tradición, el posmodernis
mo ha desarrollado un discurso sensible al poder que ayuda a grupos subor
dinados v excluidos a dar sentido a sus propios mundos sociales e historias,
al tiempo que brinda nuevas oportunidades de producir vocabularios políti
cos v culturales con que definir y moldear sus identidades individuales y co
lectivas. Lo que está aquí sobre la mesa es una nueva versión escrita de la
historia dentro de una política de diferencia que sustituya las narrativas to
talizadoras de la opresión con narrativas múlliples y locales, que defiendan
sus identidades e intereses como parte de una reconstrucción más amplia de
una vida pública ilcmocrálicn. Craia Owens capta el provéelo de posibilidad
que lorma parle de las voces reí'indicativas que se han visto relegadas a lo
marginal v, por tanto, parecen irreprescntables. Aunque en esta exposición
las mujeres surgen coma la fuer/a privilegiada de lo marginal, su análisis es
igualmente válido para diversos grupos subordinados:
49. Craig Owens. ' The Discoursc of Oih*r<: Feminista and Po.stinmL'mivrn». en H. ToMer
MODERNISMO. POSMODMRMSMO V FEMINISMO 77
F.slo nos lleva a una tercera dimensión de una política culturo! posmo-
dema. Como parte de una política de diferencia más amplia, el posmodernis-
iiiü se ha centrado también en los modos en que la modernidad funciona
como una narrativa maestra imperialista que conecta los modelos occidenta
les de progreso industrial con las farmas hegemónicas de cultura, identidad
v consumo. Dentro de este contexto, el proyecto de modernidad relega todas
las culturas no occidentales a la periferia de la civilización, puestos avanza
dos de historias, culturas y narrativas insignificantes
En el discurso del modernismo neocolonia!, Ja cultura de! otro va no se
inscribe cn unas relaciones imperialistas de dominación y subordinación me
diante el puro ejercicio de! poder militare] burocrático. El poderse inscribe
ahora en ampos dirigentes de producción cultural que traspasan láeilmente
las fronteras nacionales y culturales. Los bancos de datos, las transmisiones
de radio v los sistemas de comunicaciones internacionales pasan a formar
parte de !a vanguardia de una nueva red mundial de imperialismo cultural y
económico. La modernidad alardea ahora de su mensaje universal de pro
greso a través de los expertos e intelectuales que envía a las univ ersidades del
Tercer Mundo, mediante los sistemas de representaciones que produce para
saturar de vallas publicitarias toda Latinoamérica y mediante las imágenes
de propaganda que emite desde los satélites a los televisores de los habitantes
de Africa, India v Asia.
El posmodernismo pone de manifiesto, tanto la cambiante naturaleza tec
nológica del imperialismo poseolonial, como las nuevas formas de resistencia
emergente que encuentra. Por una parte, rechaza ia idea ele que la relación co
lonial sea un «ininterrumpido psieodiama de represión y subyugación».'1Se
intenta comprender cómo e! poder no es sólo dirigido, sino también asumido,
resistido y convertido en objeto de lucha. Según esta hipótesis, el otro no su
fre el destino de ser declarado inexistente de forma genérica, sino que carga
con el peso de la especificidad histórica y cultura!. En parte, esto se ha tra
ducido en un intento radical de leer la cultura del otro como una construc
ción más que como una descripción, como una forma de texto que evoca y no
simplemente representa.^ Dentro de este marco hipotético, la relación entre
el sujeto y el objeto, la invención y la construcción, nunca es inocente y siem
pre está implicada en la teorización relativa a ios márgenes y el centro. Lo
que está aquí sobre la mesa es un intento de hacer problemáticas las voces de
quienes internan describirlos márgenes, aun cuando lo tragan en beneficio de
5!. Richard Roih, .‘I he Colonial ksjuricncc ;>nd ¡(s Poslinod^ni Falo, 84 (oloño
tic 19891. pág. 250.
52. James Ciilíord v Gcoree Marcus (comps 1, Wnting Culture: The Poelics and Pobñcs of Eih-
ftngniphx, Berkt*kA. l'niversiiv oí California Prc><, 1986; James CtiffurJ, The Prcdicavwnt ofCtdtu-
>\ ¡KHittnih CVjiiíuv Fthm^iaplfs: Ijifrunire. and An. Cambridge. Harvard Líniversin Press. 19^.V
78 F.SC'Ot.AR17.ACIÓN Y PlH.ÍTlCA CUI/ITRA!.
a emancipación v la justír ¡a social. ' Esto sugiere aun otro aspecto del el is-
ui so poscolonial que el posmodernismi >ha comenzado a anah/ai como par-
e Je su prupia política cultura).
En la era posmoderna, los límiles que una vez retuviere») la diversidad, la
íni de deliniila de lot nía estrecha y rcduclora mediante los csteieotipos do
minantes. La representación no se limita a excluir, también dclme la dijeren
cia cultural construyendo acrimínenle la idemidad del otro para los grupos
Las características ex-cét»ricas de¡ paradigma del juego .so pueden interpre
tar como muestras del poder paético de la imaginación para trascender los lími
tes de la conciencia egocéntrica, \ desdo luego amropocéntrica —explorando de
eso modo diferentes posibilidades de existencia—• Dichas «posibilidades-» bien
pneden parecer imposibles en el nivel de la realidad admitida.61
62. Jacques Dcirickt. O/ (iwrfurw/otogv, G. Spivak ítrad.), Baltimore. Johns Hopkins University
Press. 1S76; Michci FchicjuIi, Foucauh, M. 0977a). Language, Counter-Memon-, praaice: Seleeled
Essays and hi(er\-ie\w<, D. Bowch;ud (comp.) Iihaca, Comeii Universitv Press. 1977a; P<7uvr and
KnowUuiíiv -SV/ívW Ífrírn iov> c>ui Oiht'r Wn/in^s', Q. Gordon (comp.!. Nueva York. Parvtheon,
197?b, Discipline muí Piun.di fht Jhnh «filie Prisun. Nueva York. Vintnyc Books. \979, The ¡ihiot?
o] Sexualúy, \uiwnc i -1uinrrocha imi¡. Nueva York, *9S0; Jacques Lacan, Speceh and l^nguagc in
Ps\choa<u¡lxsis. A WiUlcn tirad.i. Baltimore. The Johns Hopkins Universily Press, 19SS; Lantau y
MODUHNtSMO. I'ÜSMODI-.RNJSMO V FEMINISMO 8!
Je conflicto y Jucha, y ífi subjetividad e.s vis tu como un lugar tunta tic libera
ción toma tic subyugación. E) modo en que leí subjetividad se rclaciana con
temas de identidad. iim-ncionalidad y deseo es una cuestión profundamente
política, indisolublemente vinculada con las fuerzas sociales \ culturales que
se extienden mucha más allá de la conciencia personal del llamado sujeto hu
manista. Ni la naturaleza misma de la subjetividad, ni sus capacidades para
la determinación persunal y social, pueden seguir estando situadas dentro de
las garantías de lenómenos trascendentes o esencias metafísicas. En esta
perspectiva posniodema, la base de una política cultural v de la lucha por el
poder lia quedado abierta a la inclusión de las cuestiones del lenguaje v la
identidad. A continuación me propongo tratar el iñudo en que varios discur
sos feministas inscriben de nuevo algunos de !os presupuestos básicos del
modernismo v del posmodernismo en el marco de una práctica cultural y de
un provecto político más amplios.
67. Frascr y Nicholson, «Soual Crilici.sin Withoi.it Philosuphy», en A. Ross (coinp.), Universal
Abandon? The Politici nf Posimoiicnustn. 92. 99.
68. M. MjIsoh, ,J. O'íinrr. S Weslplüil-Wihl y M. Wver. « Introduclicn», en M. Malson, J O'Barr.
S. Westphal-Wi!i! v \1 Wver (comp^.), f'cnttmsr Theo>\ in Pxictite ntid Process, Chicago Universin
of Chicago Press, 1989a. 1-13
84 KSCOLARIZAC KÍN V POLÍTICA CULTURAL
pin opresión y que la dominación asume una formo singular y sin complica
ciones. El desafio Icminisla ;i ic corsé ideológico del modernismo lo expre
sa bien bell hooks. quien evita la polílica separatista al invocar una distinción
importante entre el papel que las feministas podrían desempeñar a la llora de
afirmar su propia lucha particular contra el patriarcado, y ei papel que pue
den desempeñar en el marco de una lucha más amplia por la liberación:
El esfuerzo feminista por acabar con la dominación patriarcal dc-hc ser de in
terés prioritario precisamente porque insiste en erradicar la explnUu.ión y la
opresión del contexto familiar y de todas las demás relaciones íntima:-... t i fe
minismo. como lucha de liberación, debe existir separado v como parte de la lu
cha más amplia por erradicar la dominación en Indas sus formas. Debemos en
tender que la dominación pal riarcal comparte un fundamento ideológico con el
racismo y otras formas de opresión de gmpo, que no cabe esperar que se puedan
erradicar mientras tales sistemas permanezcan intactos. Este conocimiento
debe conformar coherentemente la dirección do la teoría y la práctica feminista.
Desgraciadamente, el racismo y el clitismn de clase entre las mujeres ha condu
cido Irecuenlcmente ;¡ !a supresión v distorsión de su conexión, de modo que
ahora resulta necesario que las pensadoras feministas mnquen y revisen ür;m
parte de la icoría feminista y la dilección del moyimiemo feminista. Hsie es
fuerzo de revisión e.s cmz.as mas evidente en el neutralizado reconocimiento ac
tual de que el sexismo. el racismo v la explotación clasista constituyen sistemas
de dominación entrelazados - que el sexn. la raza y la clase, y noel sexo solo, de
terminan la naturaleza de la identidad, estatuto v circunstancia de cualquier ió-
mina. el grado en <|ue sera o no sera dominada, la medida en que tendrá el po
der para dominar.
70. Meaghan Mon is, The Ptraie.< fiiiiice*-- íemifusin, rrudin^. poMmodemistn, Londres, Verso
l’iw . 1988. páji- I*-
MODERNISMO. POSMODI.-RNISMO Y FEMINISMO 85
1 1 \anas leoncas leminisius traían e?tos temas al uempo que rechazan <>liacen problemática
i-ualqilK'l Ii-iauon con el posniuik-rumno. Por e|emp1o. véanse Nanev llail.voik, -Poslinoilernism
and Ponutai Cbansc Issik-s Inr I cminjsi Theorvu. t uhural Cntique 14 (invierno de 1989-1990), IS
33: Rua Felski. ( Fem¡nism Pnsimodcmism. and ihc CTinque of Moderniiv*, Cultural Critiqué 13
(mono de 19&9V u-W. Pnrn una serie de anahsis reoneos feministas conccrnicntes a ia construc
ción del íK'nevo -vlos mrxk>s de disiMun Mícutl. vc;uise los dos número esjxcialcs de Cultura! Cn'íi-
que. 13 v 14(1989. 1989-1990).
¡señalado vanas lemmisias, muchos de los lemas tratados en los
Jo analizados también. aunque de formas diferentes, en .gran par-
do>dc íc»>ai'ujs 10. Véanse Mom.s. Ilw Pirales Fiartcce. v ho-
86 ESCOLARIZACIÓN V POLÍTICA CULTURAL
Ptiestn (|tn‘ es imposible dentro de esle capítulo analizar todas estas cuestio
nes con gran detalle, vnv a tratar alguna ele los tendencias más importantes
implicadas en estas posiciones.
Prcss, 1989, Judilli Bullir. GtnM TmubÚ-, Nueva York. Romlcdge. 1990: Caiol Patentan. The Se
xua¡Cimttac-t. Stanlord, Stanlord University Press. 1988: y Michcle Wallaee, Umsib,lit\ Muís. Uro-
Launelis (conip.)' Fertuntst Studies.'CritU-al Slmlits. Bloomini>lr>n. Indiana Universiiv Press. 19S6,
pag. 9
I:SCOLAR1/ACIÓN V POLÍTICA CULTURAL
Ese eslogan con tamo gancho, cío personal os político», aborda la conexión
entre el vo y la realidad política. Sin embargo, ü menudo se interpretó como si
significara que identificar el dolor personal en relación con estructuras de do
minación no sería simplemente un estadio inicial dentro del proceso de llegada
a la conciencia política, a fa consciencia, sino que seria lo único necesario. Kn
muchos casos, la identificación del dolor personal no se vinculaba lo suficiente
con la educación global para la conciencia crítien de una resistencia política co
lectiva. Centrarse en lo persona) en un marco que no impone el reconocimiento
de la complejidad tic las estructuras de dominación podía conducir fácilmente a
kienrilicadtmcs erróneas, a la creación de otro complicado nivel más, con una
consciencia inexistente o distorsionada. Esto acontece a menudo en un contex
to feminista cuando la raza y/o la clase no se consideran factores determinantes
de la constnterión soci-.i! de la realidad marcada por el propio género y, lo que
c.s más importante, de la medida en que uno sufrirá la explotación y ia domitta-
80. hooks, Taíkitig Back, p.ig. .^2. Vc/asu uunbiOn Fcíski, Bcyoiu! ¡:t »<inÍM Acsfhetics.
81. de Lauretis, Femitas; Siudies/Cmual Studies, páa. I£.
82 Julia Krisitva. fOseilJ;iíton beiwccn Powct and Denial*. cu I* M¿trks c 1. de Courtmon
MODERNISMO. POSMOD1 KMSMO V
que la posición en qi
te (masque trascendxlida) ce
enbe
dieiún femenina)- El concepto... de posicinnamiento pune do manifiesto el modo
en que usan las. mujeres su perspectiva posicional como un lugar desde el cual
interpretar y construirlos valores, y no como un punto dentro de un conjunto de
valores detesmínado de antemano.9'
Las feministas han suscitado lambién tilia inquietud por la tendencia pos-
moderna a presentar el cuerpo como algo tan fragmentado, móvil c ilimitado
que induce a confusión sobre cómo es generado y situado realmente dentro
de configuraciones concretas de poder y formas de opresión material. La in
sistencia posmodema en la proliferación de ideas, discursos y representacio
nes resta importancia, tanto a los difeiemes modos en que son oprimidos los
cuerpos, como a la nwncra en que éslos son construidos tic forma diferente
mediante relaciones materiales especificas. Feministas como Sandra Lee
Bartky han aportado una lectura posinoderna de la política del cuerpo exten
diendo la idea de Foucault de cómo el crecimiento del Estado moderno ha
ido acompañado de un intento sin prccedenlcvs de disciplinar el cuerpo.Qfi
Bartky difiere de Foucault en que ella emplea una perspicaz noción de dife
rencia, demostrando cómo el género esni implicado en la producción del
cuerpo como lugar de dominación, lucha y resistencia. Por ejemplo, Bartkv
indica las medidas disciplinarias de las dietas, la tiranía de la delgadez y la
moda, el discurso del ejercicio y otras tecnologías de control. También va
más allá de Foucault cuando afirma que el cuerpo se debe ver como un lugar
de resistencia y vincularlo con una teoría más amplia de la acción.
El feminismo posmodemo proporciona una política fundamentada que
emplea los aspectos más progresistas del modernismo y el posmodernismo.
En su sentido más general, reafirma la importancia de la diferencia conso
parte de una lucha política más amplia por la reconstrucción de la vida pú
blica. Rechaza todas las formas de eseneialismo, pero reconoce la importan
cia de ciertas narrativas formativas. Así mismo, proporciona un lenguaje de
poder que afronta la cuestión de la desigualdad y la lucha. Al reconocer la im
portancia de] lenguaje y las estructuras institucionales en la construcción de
las subjetividades y la vida política, promueve una crítica social que recono
ce la interrelación de los agentes humanos y las estructuras sociales, un lugar
de sucumbir ante una teoría social sin agentes o en la que los agentes son
simplemente el producto de amplias fuerzas estructurales e ideológicas. Fi
nalmente, el feminismo posmodemo proporciona una teoría social radical
imbuida de un lenguaje de crítica y posibilidad. En sus varios discursos están
implícitas nuevas relaciones de parentesco, trabajo, escolarización, juego,
ciudadanía y alegría. Éstas son relaciones que vinculan una política de inti-
99. Vaclav Havel citado en M. Oreskcs. .America'# Polines Loses Way as lis Vision Changos
World», New York Times (1990), pág. 16.
100. E. P. Thompson, .Historv Turas on a New 1 lince» Tftt Nation (29 de enero de 1990). pág.
120.
101. Adam Michnik, «Notes on the Revolution». .Vnr York Times Magazim, 11 de marzo de
I 990, pág. 44.
96 liSCOLAKÍZAClÓN V POLÍ IKA ClIl.TUK-M.
mía Sucha por Ja libertad vía cligmdad humana. Como dramaturgo v antiguo
prisionero publico. Havel os la encarnación do dicha lucha. Eli la segunda, E.
P. Thompson, el historiador v pacifista inglés, recuerda al público americano
que la historia no ha terminado, sino que debe seguir abierta para afrontar
los muchos problemas v posibilidades que los seres humanos tendrán que en
carar cn d siglo xxt. En la tercera, Adam Michnik, fundador del Comité de
Defensa de los Trabajadores de Polonia y miembro electo del Parlamento po
laco, aporta una ominosa revelación de una de las características básicas del
totalitarismo, sea de derechas o de izquierdas. Anuncia una sociedad que
teme la política democrática, al tiempo que reproduce una sensación de de
sesperación colectiva en gran escata. Todos estos autores están empeñados
en la lucha por recocer el modelo ilustrado de libertad, acción y democracia,
al tiempo que intentan afran lar tas circunstancias de un mundo posmoderno.
Estas afirmaciones sirven para destacarla incapacidad del público ameri
cano para captar el pleno significado de la democratización de Europa del
este desde la perspectiva de lu que revela acerca de la naturaleza de nuestra
propia democracia. En Europa del esíe y en otros lugares hay una intensa ¡la-
macla a la primacía de lo político y lo ético como fundamento de ta vichi pú
blica democrática, mientras en los Estados Untelos existe un rechazo conti
nuo del discurso de la política y la ética. Políticos electos de ambos lados de
los partidos establecidos se quejan de que la política americana está próxima
a «la triviali/,ación, la atomización y la parálisis». Políticos lun diferentes
cumo el difunto Lee Auvaler, antiguo presidente del Partido Republicano, y
YValter Móndale, antiguo vicepresidente, coinciden en que hemos entrado en
un tiempo en el que gran parte del público americano cree que «las tonterías
lo inundan todo... (y que] tenemos lina especie de política de la inutilidad».'0’
Al misino tiempo, varias encuestas indican que, mientras la juventud de Po
lonia, Checoslovaquia y Alemania está extendiendo las fronteras de la demo
cracia, la juventud americana está desinteresada y, además, en su mayor parte
mal preparada para luchar por la democracia y mantenerla viva cn el siglo xxi.
En vez de ser un modelo de democracia, los Estados Unidos se han hecho
indiferentes a la necesidad de luchar por las condiciones que hacen de la de
mocracia no una actividad mortecina, sino real. En todos los niveles de la
vida nacional y cotidiana, la anchura y profundidad de las relaciones demo
cráticas están en franco retroceso. Nos hemos convertido en una sociedad
que parece exigir no más democracia, sino menos. En algunos sectores, la de
mocracia se ha convertida realmente en subversiva. ¿Qué supone esto a la
hora de formular unos principios rectores para repensar el propósito v signi
ficado de la educación y la pedagrigía crítica dentro de las crisis actuales? A
continuación me propongo situar parle del trabajo que lie ido realizando so
bre pedagogía crítica a lo largo de la última década, ubicándolo dentro de un
contexto político más amplio. Esto es, los principios que formulo más ade
lante representan cuestiones educacionales que se deben colocar en el con
texto global de la políliea. Además, estos principios proceden de !a conver-
MODERNISMO. I’OSMODURNISMO Y FEMINISMO 97
1-1ámbito de la pcOaao^ía critica Jpucdcn encontrar en: Can' Nelson (cx.mp ), Theory in the Ciass-
l.ibjnii. bmu-rMiv ol Illinois Pros*. ¡9bb: David Linnu-siom.1(comp.), Critica! Pah^o^y atid
Cuitum! Pouct. Nueva 'íork. Berein ;md Garvev Press. 198b; Henrv A, Gmou.t y Rogcr Simón
(comps.). Popular Culture. Schoohn^ and JZverxday Life. Nueva York, Bergin and Gorvey, 1988;
Henrv A Giroux v Pcn-r McLaren (comps ). Critica! Pedai>o%\\ thc State, and Cultural Struggk, Al-
bam. SLíN^ Press. 19^). Pninuii Donnhuc v Lllen Ouamlalil (comps.), Reclaimiiif* Pedagopy: The
ttheionc ot the t lu.sSiaont. (.íubomlalr. Southern Illinois llnivcrsilv Press. J989; Susan L. Cubrid c
98 HSCOLARIZAOÓN Y POLITICA CULTURAL
i04 Chandra T. Mohaniv. “On Race and Yoicr; Challenge lar Liberal £ducaiion in the
[990s>*. Cultural Cnttque (¡mi^no de 1989-1S90». í 79 208
MODERNISMO. POSMODERNJSMO Y FEMINISMO 99
ira la desigualdad y como un discurso para extender los derechos humanos bá
sicos. Esto indica una noción de ética atenía, lanío a la cuestión de los dere
chos abstractos, como a los contextos que producen relatos, lochas e historias
particulares. Desde el punto de vista pedagógico, es necesario que el discurso
ético se estudie con respecto a las relaciones de poder, las posiciones del suje
to y las prácticas sociales que activa. No se trata de una ética esencialista ni re
lativista. Es un discurso ético basado en luchas históricas y atento a la cons
trucción de relaciones sociales libres de injusticia. La calidad de! discurso ético
no se basa simplemente en la diferencia, sino en la cuestión de cómo surge la
justicia a partir de las circunstancias históricas concretas v las luchas públicas.
3. Es preciso que la pedagogía se centre en la cuestión de la diferencia de
un modo éticamente estimulante y políticamente translormativo. Aquí están
presentes al menos dos conceptos de diferencia. En primer lugar, la diferen
cia se puede incorporar a la pedagogía crítica como parte de un intento de en
tender cómo las identidades y .subjetividades de los estudiantes se con.stji.iyen
de modos múltiples y contradictorios. En este casa, la identidad es examina
da a través de su propia historicidad y de las complejas posiciones del sujeto.
La experiencia del estudiante, en cuanto categoría, no se debe limitar peda
gógicamente al ejercicio de autorreflexión de los estudiantes, sino abrirse
como una elaboración propia de la raza, el género y la clase para incluir los
diversos ¡nodos en que las experiencias e identidades de los estudiantes han
sitio constituidas en diferentes formaciones históricas y sociales. En segundo
lugar, fa pedagogía critica se puede centrar en cómo las diferencias entre gru
pos se desarrollan v se sostienen en torno a conjuntos que posibilitan, v tam
bién impiden, las relaciones. En este caso, la diferencia se conviene en indi
cador para entender cómo los grupos sociales están constituidos de maneras
que forman parle integrante del funcionamiento ele cualquier sociedad de
mocrática. El examen de la diferencia en este contexto, no sólo se centra en
registrar las diferencias espaciales, raciales, étnicas o culturales estructura
das desde la dominación, sino que también analiza las diferencias históricas
que se manifiestan en las luchas públicas.
Corno parte de un lenguaje de crítica, los profesores pueden convertir en
problemático el modo en que las subjetividades son situadas dentro de on
conjunto históricamente específico de ideologías y prácticas sociales que ins-
crihen a los estudiantes en diversas posiciones subjetivas. Así mismo, un len
guaje como éste puede analizar cómo las diferencias internas a los grupos so
ciales y las que median entre ellos se construyen y sostienen dentro y fuera de
las escuelas mediante redes de dominación, subordinación, jerarquía y ex
plotación. Como parte del uso que los profesores hacen de un lenguaje de po
sibilidad, éstos pueden considerar la oportunidad de estudiar las relaciones
entre conocimiento y poder en las que se construyen múltiples narrativas y
prácticas sociales en torno a una política y una pedagogía de la diferencia que
brinda a los estudiantes la oportunidad de leer el mundo de forma diferente,
de resistir al abuso de poder > al priv ilegio y de construir comunidades de
mocráticas alternativas. La diferencia en este caso no se puede considerar
simplemente como un registro de la pluralidad o como una política de afir-
KSCOLAR1ZAC1ÓN V POLÍTICA CULTURAL
100
marión. Kn vez de eso, se debe desarrollar dentro de prácticas en las que las
diferencias se pueden afirmar y iransformar en su articulación con ¡as cate
gorías históricas y relaciónales básicas para las fornias emancipadoras de la
vida pública: democracia, ciudadanía y esferas públicas. Tanto desde el pun
to de visia político como pedagógico, la categoría de diferencia no se debe
simplemente reconocer, sino definir relacionalmente partiendo de prácticas
antiiracistas, antipatriarcales, multicénlricas y ecológicas, fundamentales
para el concepto de comunidad democrática.
4. La pedagogía crítica necesita un lenguaje que permita, solidaridades y
vocabularios políticos en competencia que no reduzcan las cuestiones de po
der, justicia, lucha y desigualdad a un guión simple, una narrativa maestra que
suprima lo contingente, lo histórico y 1» cotidiano corno objetos serios de es
tudio. Esto supone que el conocimiento cunicular no se debe tratar como un
texto sagrado, sino que se ha de desarrollar como parte de un continuo en
cuentro con diversas narrativas y tradiciones que se pueden volver a leer y u
formular desde vna perspectiva política diferente. La cuestión a este respecto
es cómo construir un discurso de autoridad textual que sea sensible al poder y
se desarrolle como parte de un análisis más amplio de la lucha a propósito til
la cultura, librada en los niveles dt‘1conocimiento de los cum'culos, la pedago
gía y el ejercicio del poder institucional. Esto no es un simple argumento con
tra un canon, sino que configura de nuevo el significado y uso del canon. F.1 co
nocimiento se tiene que volver a examinar constantemente partiendo de sus
límites y se ha de rechazar en cuanto cuerpo información que sólo se tiene
que transmitir a los estudiantes. Como ha señalado Laclau, establecer límites
a las respuestas dadas por lo que se puede considerar una valiosa tradición
(asunto también susceptible de discusión) es un importante acto político.105Lo
que l.aciau eslá sugiriendo es la posibilidad de que los estudiantes se apropien
creativamente del pasado como parte de un diálogo vivo, una afirmación de la
multiplicidad de las narrativas y de la necesidad de juzgar dichas narrativas,
no como discursos intemporales o monolíticos, sino como invenciones socia
les e históricas que se pueden configurar de nuevo en beneficio de la creación
de formas de vida pública más democráticas. Aquí se abre la posibilidad de
crear prácticas pedagógicas caracterizadas por el libre intercambio de ideas, la
proliferación del diálogo y las condiciones materiales para 1a expresión de la li
bertad individua] y social.
5. 1.a pedagogía crítica necesita crear nuevas formas de conocimiento
mediante su insistencia en romper los límites disciplínales y crear nuevas es
feras en las que se pueda producir el conocimiento. En este sentido, la pedago
gía crítica se debe reivindicar como una política cultural v Lina forma de me
moria social. Ésta no es unn cuestión meramente epistemológica, sino de
poder, ética v política. La pedagogía crítica en cuanto política cultural indica
la necesidad de insertar la lucha a propósito de la producción y creación de
conocimiento en el marco de un intento niás ampliu de crear varias culturas
105. Laclau. .Politics and the Limiis of Modemitv». en A. Ross (comp.). I:mver:,<i¡ Aho,„!m,>
MODERNISMO. MOSMODFRNJSMO Y FEMINISMO
lum se puede considerar un guión cultural que presenta a los estudiantes for
mas particulares de razón, que estructuran relatos y formas de vida espccíli-
eos. lin rste sentido, la razón implica y está implicada en la intersección Ud
poder, el conocimiento y la política. En segundo lugar, no basta con rechazar
una defensa eseneinli.sta o universalista de la razón. En vez de eso, los limites
de la razón se deben extender hasta reconocer otros caminos por los que la
gente puede aprender o adoptar posiciones subjetivas particulares. En este
caso, es preciso que los educadores enl sentían más a fondo cómo aprende la
gente mediante relaciones sociales concrelas, mediante ¡os modos en que el
cuerpo se sitúa a través de Ja construcción del hábito y la intuición, y me
diante la producción e implicación de deseo v afecto.
7. La pedagogía crítica necesita recuperar un sentido de las alternativas
combm¿>ndo un lenguaje de crítica y posibilidad. H1 feminismo posmodemo
ejemplifica esto, lauto en su crítica del patriarcado, como en su intenta de
construir nuevas formas de identidad y de relaciones sociales. Merece la pena
notar que los profesores pueden tratar esle tema a propósito de varias consi
deraciones. En primer lugar, los educadores necesitan construir un lenguaje
de crítica que combine la cuestión de los límites con el discurso de libertad y
responsabilidad social. Esto es, al tiempo que la libertad permanece como
una categoría esencia! en el establecimiento de ias condiciones para los dere
chos éticos y políticos, se debe considerar también como una fuerza en la que
se ha de comprobar si se expresa en modos de conducta individual y colecti
va que amenazan el ecosistema o producen lormas de violencia u opresión
contra individuos y grupos sociales. En secundo lugar, es necesario que la pe
dagogía critica examine desde un punto de vista programático un lenguaje de
posibilidad que sea capaz de elaborar pensamientos arriesgados, que afronte
un proyecto de esperanza y anuncie el horizonte del «todavía no». Un len
guaje de posibilidad no tiene por qué disolverse en una forma r.osificada de
utopía; al contrario, se puede desarrollar como un requisito para alimentar
convicciones que tienen e) coraje de imaginar un mundo diferente y más jus
to, y de luchar por él. Un lenguaje de posibilidad moral y política es algo más
que un vestigio pasado de moda del discurso humanista. Es fundamental
para reaccionar ante los seres humanos que sufren y padecen, no sólo con
compasión, sino también con una política y un conjunto de prácticas peda
gógicas que puedan configurar de nuevo las narrativas existentes de dominio
v transformarlas en imágenes y ejemplos concretos de un futuro por el que
merece la pena luchar.
Hay cierto cinismo característico del lenguaje de la izquierda. Para esta
postura, es básico el rechazo de todas las imágenes utópicas, de todos los
llamamientos a «un lenguaje de posibilidad». Tales rechazos se justifican a
menudo arguyendo que «el discurso utópico» es una estrategia empleada por
la derecha y, por tanto, está ideológicamente manchado. O bien se desecha la
noción misma de posibilidad como una categoría poco práctica, y por tanto
inútil. P,ri mi opinión, eslo representa, no tanto una crítica seria, cuanto una
negativa a ir más allá del lenguaje de agotamiento y desesperación. Lo que es
fundamental profundizaren respuesta a esta postura es una noción perspicaz
MODERNISMO. I’OSMODLRNISMO Y FI-MINJSMO 103
ele posibilidad, que distinga eulre lenguaje «dislópico* y utópico. l/.n el pri
mero, el llamamiento a¡ lutun» se basa en una lumia de romanlicí.smo nos
tálgico que exige ti» regreso a mi pagado que en la mavoria de los casos sirve
para legitima]' relacione?. de dominación y opresión Asi mismo, como dice
Conslance Penlev. un discurso «distápico» a menudo «se limita a soluciones
que, o son individualistas, a están vinculadas a una idea romántica de resis
tencia de pequeños grujios a modo de gueirilla. La verdadera atrofia de la
imaginación utópica es ésla: podemos imaginar el luturo, pero no podemos
concebir el tipo de estrategias políticas colectivas necesarias para cambiar o
asegura]* dicho luim os I"; Rn contraste con el lenguaje de la disiopía, un dis
curso de posibilidad rechaza la vaciedad apocalíptica yol imperialismo nos
tálgico v ve la historia como abierta, v la sociedad, como algo por lo que me
rece la pena luchar con Ja imagen de un Futuro alternativo. Éste es el lenguaje
del «todavía n i», en el cual la imaginación es rescatada v alimentada con el
esfuerzo por construir nuev as i elaciones forjadas a parí ir de estrategias de
resistencia colectiva basadas en un icconocimienlo crítico, tanto de lo que la
sociedad es, como iU> lo que podría llegar a ser. Paral rascando a Waltcr Ben
jamín, éste es un discurso de imaginación y esperanza que empuja a la histo
ria contra corriente. Naney Frases ilumina este sentimiento subrayando ia
importancia de un lenguaje de posibilidad para el proyecto de camhio social:
«Permite ia posibilidad de una política democrática radical en la que la críti
ca inmanente y el deseo transíigurativo se entremezclen».11^
8. La pedagogía crítica necesita desarrolla!' una teoría de los educadores
y trabajadores culturales como intelectuales transformativos que ocupan
ubicaciones políticas y sociales específicas. Más que definir el trabajo del pro
fesor con el estrecho lenguaje del profesionalismo, una pedagogía crítica ne
cesita determinar más cuidadosamente cuál podría ser el pape! de los profe
sores como trabajadores culturales dedicados a la producción de ideologías y
prácticas sociales. En un nivel, esto supone que los trabajadores culturales re
nuncien primero al discurso de objetividad y descentramiento y después
adopten una práctica capaz de revelar los parámetros históricos, ideológicos
y éticos que condicionan su discurso y sus consecuencias para el su, la socie
dad, la cultura y e¡ otro. Es preciso que los trabajadores culturales no sólo de
senmarañen los códigos ideológicos, representaciones y prácticas que estruc
turan el orden dominanre, sino que reconozcan también «esos lugares y
espacios que heredamos y ocupamos, que sirven de marco a nuestras vidas en
formas muy especificas y concretas, que son tanto parte de nuestras psiques
como emplazamiento físico o geográfico».109La práctica de la crítica social se
convierte en inseparable del acto de autocrítica; una no puede tener lugar sin
la otra; tampoco tiene ninguna prioridad sobre la otra; ai contrario, ambas se
deben considerar relaciónales y mutuamente constitutivas.
F.n film nivel, es necesario qlsc los trabajadores culturales desarrollen nn.i
política no totalizadora que ¡es li-.ma atentos a los contextos parciales v espe
cíficos de las comunidades v furnias de poder diferenciadas. Esto no es una
llamada a ignorar narrativas teóricas v relaciónales más extensas, sino a
ahondar el poder de los análisis poniendo ele maniliesto In especificidad de
los contextos en que e! poder se hace operativo, la dominación se expresa a sí
misma y ¡a resistencia actúa de maneras múltiples y productivas. En este
caso, los profesores y trabajadores culturales pueden emprenderla crítica so
cial dentro y nu lucra de los discursos ético y político; pueden abordar cues
tiones que den signilicado a los contextos donde actúan, pero al mismo tiempo
los relacionen con articulaciones más amplias que reconozcan la importan
cia de narrativ as lormativas más extensas. Desde e.stc punto de vista, la críti
ca, la resistencia y la transformación se organizan mediante sistemas de co
nocimiento v redes de solidaridad que abarcan lo local v lo mundial. Es
preciso que los trabajadores culturales tomen en serio el modelo de Foucault
del intelectual específico que reconoce la política de la ubicación personal.
Esto es importante, pero insuficiente; los trabajadores culturales deben In
citar también activamente corno intelectuales públicos que pueden referirse y
abordar cuestiones más amplias que afectan tanto a la inmediatez de su ubi
cación, como al contexto mundial más amplio. Los intelectuales transforma
tivos deben crear redes de solidaridad con quienes comparten identidades y
experiencias localizadas, pero también deben desarrollar una política de so
lidaridad que se extienda hasta aquellos otros que viven en un mundo global
cuyos problemas no se pueden desechar porque no ocupen un espacio local e
inmediato. Las cuestiones de los derechos humanos, la ecología, el aparlheid,
el militarismo y otras formas de dominación contra seres humanos y también
contra el planeta nos afectan a todos directa e indirectamente. No es una
mera cuestión política; es también una cuestión profundamente ética que si
túa el significado de la relación entre el yo y el oiro, los márgenes v el centro
y el colonizador y el colonizado en contextos más amplios de solidaridad y lu
cha. Es necesario que los educadores desarrollen prácticas pedagógicas que
110 sólo aumenten las posibilidades de conciencia crítica, sino también de ac
ción translorniativa. Desde esta perspectiva, los profesores y otros trabajado
res culturales estarían involucrados en la invención de discursos, prácticas y
relaciones sociales críticos y democráticos. La pedagogía crítica se representa
ría a si misma como la construcción activa de formas particulares de vida, y
no como su transmisión, Más específicamente, en cuanto intelectuales trans
formativos, los trabajadores culturales y los profesores se pueden dedicara la
invención de lenguajes a lin de proporcionar espacios a sí mismos, sus estu
diantes y públicos para repensar sus experiencias desde un punto de vista que
identifique las relaciones de opresión y además ofrezca también caminos por
los que superarlas.
9. Para la noción de pedagogía crítica es básica una política de voz que
combine un concepto posmodemo de diferencia con una insistencia feminis
ta en la primacía de lo político. Este empeño supone tratar la relación entre
lo personal v lo político de una manera que no reduzca lo político a lo perso
MODERNISMO, POSMODHRNISM!) V FEMINISMO 105
nal, sino que Íoruile/.cíi la relación entre Iris dos para así. cn lugar de ivnun-
ciar a abordar las formas y estructuras institucionales que contribuyen a lor-
nias de racismo, sexismoy explotación clasista, las afronte. Esto supone unas
intervenciones pedagógicas impártanles. Pata empezar, c¡ yo se debe consi
derar un primer lugar de politización. Esto es, la cuestión de cómo se con-
truve el yo de maneras múltiples y complejas se debe analizar como parte de
un lenguaje de afirmación y también como una comprensión más amplia del
modo en que las identidades se inscriben en y entre varias formaciones so
ciales, culturales e históricas. Afrontar cuestiones relativas a la construcción
del yo es abordar problemas de historia, cultura, comunidad, lenguaje, géne
ro, raza v clase. Es plantear interrogan les relativos a qué prácticas pedagógicas
es necesario emplear, que permitan a los estudiantes hablar en contextos dia
logísticos que afirmen, inquieran y extiendan las comprensiones que tienen de
sí mismos y de los contextos globales cn que viven. Tal posición reconoce que
los estudiantes tienen varias o múltiples identidades, pero también afinna la
importancia de ofrecer a los estudiantes un lenguaje que les permita recons
truir sus energías morales y políticas al servicio de la creación de un orden so
cial más justo v equitativo, que socave las [ elaciones de jerarquía v dominación.
En segundo lugar, una política de voz debe ofrecer estrategias pedagógi
cas y políticas que afinnen la primacía de lo social, intersubjetivo y colectivo.
Centrarse en la voz no significa sólo afirmar los relatos que los estudiantes
cuentan, ni alabar la posibilidad de la narración. Tal posición a menudo de
genera en una forma de narcisismo, una experiencia catártica <|ue se reduce
a identificar la cólera sin el provecho de teorizar para entender, ni sus causas
subyacentes, ni lo que signilica trabajar colectivamente para transformar las
estructuras de dominación responsables de las relaciones sociales opresoras.
Suscitar la conciencia de uno se ha ido conviniendo cada vez más en un pre
texto para legitimar formas hegemónicas de separatismo fortalecidas por lla
mamientos interesados a la primacía de la experiencia individual. Lo que a
menudo se expresa en tales llamamientos es un antiintelectualismo que se
aparta de cualquier forma viable de compromiso político, especialmente del
dispuesto a abordar v transformar diveisas formas de opresión. El llama
miento a afirmar simplemente la propia voz se ha ido reduciendo cada vez
más a un proceso pedagógico tan reaccionario como intimista. Una noción
más radical de voz. debe partir de lo que bel! hooks llama una atención críti
ca a teorizar la experiencia como parle de una política más amplia de com
promiso. AJ referirse específicamente a la pedagogía feminista, afirma que el
discurso de confesión y memoria se puede usar para «desplazar el centro de
atención de la mera identificación de la propia experiencia... para hablar de
la identidad en relación con la cultura, la historia v ia política».Mli Para hooks,
contar cuentos de persecución, o la expresión de la propia voz, no es sufi
ciente; es igualmente indispensable que tales experiencias sean objeto de aná
lisis teóricos y críticos capaces de conectarlas con nociones más amplias de
solidaridad, lucha y política, en lugar de separarlas de ellas.
106 h.SC<>I.AKI7AClÓN V POLÍTICA CULTURA!.
Esle capítulo intenta analizar algunos de los supuestos básicos que domi
nan los discursos del modernismo, el posmodernismo v el feminismo pos
moderno. Pero, con ello, recba/a contraponer estos mov imientos entre sí e
intenta, en cambio. ver cómo convergen en el marco de tm provecto político
más amplio vinculado con la i i-constmroión de la vida pública democrática.
Así mismo, lie intentado situar aquí la cuestión de la práctica pedagógica
dentro de un discurso más vasto de compromiso político. La pedagogía no se
define simplemente como algo que acontece en las escuelas. Por el contrario,
es postulada como fundamental para cualquier práctica política que trate las
cuestiones de como aprenden los individuos, cómo se produce el conoci
miento v cómo se uhikIi uyen tas posiciones subjetivas, lin este contexto, la
práctica pedagógica se refiere a lormas de producción cultural que son, de
modo inextricable, históricas \ políticas.
La pedagogía es, en cierto modo, nna tecnología del poder, el lenguaje y la
práctica, que produce y legitima formas de regulación moral y política, que
constmve y ofrece a los seres humanos visiones particulares de sí mismos y del
mundo. Tales visiones nunca son inocentes v están siempre implicadas en el dis
curso y relac iones de la ética y e! poder, invocar la importancia de la pedagogía
equivale a plantear cuestiones, no simplemente acerca de cómo aprenden los es
tudiantes, sino también sobre cómo los educadores (en el sentido amplio del
término) constniyen las posiciones ideológicas v políticas desde las que hablan.
El potito decisivo aquí es un disetn-so que sitúa a los seres humanos dentro de
la historia y, además, pone de manifiesto los límites de sus ideologías y valores.
Tal posición reconoce la parcialidad de todos los discursos, de modo que la re
lación entre conocimiento y poder estará siempre abierta al diálogo y al com
promiso crítico personal. La pedagogía se ocupa de las implicaciones intelec
tuales, emocionales y éticas que hacemos dentro de nuestro intento de negociar,
acomodar y transformar el mundo en el que nos encontramos. El propósito y la
visión que impulsa una pedagogía así se debe basar en una política y una pers
pectiva de ia autoridad, que vincule la enseñanza y el aprendizaje con formas de
capacitación personal y social que aboguen por formas de vida comunitaria que
extiendan los principios de libertad, igualdad, justicia y libenad al mayor nú
mero posible de relaciones institucionales y vitales.
Ai definirse dentro de las tradiciones del modernismo, el posmodernismo
V el feminismo posmoderno, la pedagogía ofrece a ios educadores una opor
tunidad de desarrollar un proyecto político que abarque los intereses huma
nos que van más allá de la política particularista de clase, etnia, raza y gé
nero. Esto no es una llamada a desechar la insistencia posmodema en la
diferencia, sino más bien un intento de desarrollar una política democrática
radical que acentúe la diferencia dentro de la unidad. Este esfuerzo significa
desarrollar un lenguaje público que pueda transformar una política de afir
mación en otra de lucha democrática. Para una política v una pedagogía así,
es fundamental una nación de comunidad elaborada en tomo a una concep
ción compartida de la justicia social, los derechos y las facultades. Dicha
MODERNISMO. POSMODKRNISMO Y FEMINISMO 107
D E SC E N T R AR E L CA N O N : N U E V A C O N F IG U R A C IÓ N
DE LOS L ÍM IT E S D IS C IP L IN A L E S Y PED A G Ó G IC O S
I. Por supuesto, es preciso hacer constar una advertencia. Muchos académicos liberales y de
i/quierdas cnnsiilcnui la universidad, en general, como un lugar constituido desde relaciones de
eonsetTadores creen que las verdaderos intereses de la universidad trascienden los temas políticos
y norroai¡vos, y que éstos representan un programa que está siendo llevado adelante exclusiva
mente por académicos de izquierdas que- están socavando los principios más básicos de Ja vida
urovcrsiuirin. Por ejemplo, el antiguo Secretario de Educación William .1. fienneti ha afirmado que
la mayoría de las universidades están controladas «por un programa político de izquierdas» que
promueve Jos intereses de feministas, marxisías V varios grupos étnicos. Este argumento neocon-
servador se expone a menudo en defensa de un discurso académico objetivo, equilibrado e iinpar-
eial. La pretensión de objetividad, verdad y principios que trascienden la historia y el poder puede
ser consoladora para los ncoconscrvadorcs. pero en realidad el discurso de tales grupos no es más
que una máscara retórica que apenas oculta su propio programa ideológico, sumamente cargado.
Los continuos aiaques neoconservadores contra la acción afirmativa, los estudios étnicos, la eru
dición radical, la modernidad, y cualquier otra cosa que amenace el currículum tradicional y las
relaciones de pudor que sustenta, representan una visión particularizad?, no unlversalizada, de l.i
universidad y de su relación con la sociedad en general. El ejemplo más reciente de «objetividad»
y conciencia pública neoconservadoras quedó patente en un encuentro reciente en Washington,
D.C.. de 301) estudiosos conservadores cuyo principa! programa fue reivindicar las universidades y
encontrar modos de poner en tela de juicin a los académicos de izquierdas, a los que uno de los
participantes se refirió como «los bárbaros en medio de nosotros» (pág. )4), que están cuestio
nando la autoridad del canon tradicional. Tras esta forma de crítica subyace el no tan invisible lla
mamiento ideológico a la «carga del^hombre blanco», de educar a quienes existen fuera de los pa-
pmgrania político «reaccionario» que caracteriza la nueva ofensiva cultural de grupos tales como
la National Association of Scholars. El informe sobre la conferencia apareció en Joseph Berger,
-Conservativo Scholars Attock "Radiealizatíon" of Universitíes», New York Times, 15de noviembre
110 ESCOLARIZACION Y POLITICA CULTURAL.
marbete de moda, poro despectivo, ck‘ «politicamente correclo», usado por li
berales v neoconservadorcs, capte adecuadamente el complejo conjunto de
motivos, ideologías v pedagogía de diversos eruditos progresistas y radicales
que intentan afrontar la relación entre conocimiento y poder- tal corno se ex
presa a tr avés de la historia y el proceso de la formación del canon discipli
na!. Eo realidad, la acusación deque los estudiosos radicales han de ser con
denados por ejercitar una forma de terrorismo teórico no parece ser nada
más que un tniro retórico que apenas oculta el programa ideológico suma
mente cargado de los. eruditos neoconsetvadores que se niegan a abordar ver
daderamente las consideraciones políticas v teóricas que están siendo plan
teadas actualmente dentro del mundo académico por feministas, genle de
color y otros grupos minoritarios.2
La protesta por la intrusión de la política en ia vida académica no es otra
cusa que una negativa a reconocer que el canon y la locha a propósito de la
finalidad y el significado de las artes liberales ha desplegado desde el prin
cipio una lucha política. No hay disciplinas, pedagogías, eslmcturas institu
cionales ni formas de erudición que no estén contaminadas por las confusas
relaciones de valores e intereses mundanos.3 Por ejemplo, la historia, confi
guración y legitimación del canon en las artes liberales no se puede separar
de la cuestión del afianzamiento de la autoridad. Como señala Gayatri Spi-
vak, «los cánones son la condición y función de las instituciones, pr esuponen
lormas particulares de vida y son inevitablemente políticos».'1
Más en concreto, Ins diversos interrogantes que se han suscitado reciente
mente acerca de la defensa, reconstrucción o eliminación de un canon parti-
Siorm Ovtr (lie Univorsitv», The f c York ífrvínv ofBooks 37:1 (6 de diciembre de 1990); Alian hlo-
cmi, Giants «nJ Chvarfy Essays ¡960-1990, Nueva York, Simón and Schusrer, 1990; y Rcjgcr Kimball.
Teuured Radicáis: How Polines has Corrupta! Ottr Higlter FJm:arinn. Nueva Yol k. Harpci and Row.
1990. Todos estos libros coinciden en lamentarse porque los progresistas y radicales han corrompido
la universidad politizando el curriculum. En esra acusación snn básicas las .sujiosicioncs de que los
conservadores son politicamente neutrales y de que su exigencia de una reforma educativa es objeii-
va y libre de principios. La pretensión de Searle es un poco más sutil, aunque no menos confusa. Afir-
ma que, puesto que las criticas snciales vinculan la reforma universiifiría con e| objetivo más amplio
l.os sueños llegan tanto de día como tic noche. Y ambos tipos de sueños están
motivados por los deseos que pretenden satisfacer. Pero los sueños diurnos di
fieren de los sueños nocturnos; pues el «yo» que sueña despierto |x;rsisie en todo
momento, consciente, privadamente, concibiendo las circunstancias e imágenes
de una deseada vida mejor. El contenido del sueño diurno lio es, como el del
nocturno, un viaje de vuelta a las experiencias reprimidas y su asociación. Se
ceñirá, en la medida de ¡o posible, en un viaje hacia delante sin restricciones, de
modn que, en lugar de reconstituir lo que ya no es consciente, se pueden traer a
la vida y al mundo, fantaseando, las imágenes de lo que todavía no es.'
NUKVA CONFIGURACION DE LOS LIMITES DISCIPLINALES
10. Las citas que preceden y siguen ai pasaje de Bloch son de Rogcr Simón. «F.inpou eirticut as
a Pedagogv of Possibiiity». págs. 371 y 372 Eslov en deuda con Simón por varias de tas ideas de esla
sección sobre Bloch y por la relación entre la ensoñación y el proceso de escolari/ación.
I I. León Botslein ilustra alguno de los elementos ideológico» proseóles en el leiltnuijf do de
sesperación cultural caracleristico del discurso educacional de la nueva derecha:
Véase León Boisiein, -Kdiicaiion Rtform m the Reagan Era: False Palhs. Broki*n IVomiscv-,
Soaol Polfcv {primavera de 1988), páe. 7. Para una crilica de la ideología de ia decudonciA cultural
en las universidades, vea-* Jcrrv Mctrnn, \fmver^ics and ¡he Myth of Cntmra! Dt’dme. ÍW nt.
m*.
ESCOLARtZAClÓN Y POLITICA CT'L I LRAl
Esto nos sirve para rec ontar que las visiones supuestas en la cslructura y
el discursn de las alies liberales no son ni ideóle>gicámenle neutrales ni polí
ticamente inocentes. Las visiones siempre pertenecen a alguien y, en la me
dida en que se traducen en curriculos y prádicas pedagógicas. no sólo deno
tan una lucha a propósito de formas de autoridad política y órdenes de
representación, sino que también pesan mucho a la hora de regular las iden
tidades morales, las voces colectivas v los futuros de los otros.1-’ En cuanto
prácticas institucionalizadas, las visiones echan mano de valores específicos,
mantienen relaciones particulares de poder, clase, género, etnia y raza, y a
menudo autorizan formas oficiales de conocí míenlo, l’ or esla razón, las vi
siones siempre lienen una dimensión moral y política. Además, llegan a ser
importantes no como signo de una preocupación jinne por el logro académi
co o la posición social, sino como contexto desde el cual organizar las ener
gías de una visión mora! y creer que uno puede ser iinponume, lanío comba
tiendo la tiranía y los alaques internos contra la libertad humana, como
creando una sociedad que manifieste en sus relaciones institucionales y coti
dianas coraje moral, compasión v justicia cultural. Después de lodo, de esto
se debería ocupar la vida entera de la universidad: la política y ética de soñar,
soñar un futuro mejor y 'soñar un mundo nuevo.
El debate actual sobre la educación representa algo más que un comentario
sobre el eslado de la educación pública y superior en este país: es básicamente
un debate ncerca del significado de la democrat ia, la critica social y el papel de)
pensamiento utópico en la constitución, tanto de nuestros sueños, como de los
relatos que turjamos con el iin de dar sentido a nuestras vidas. Esle debate ha
dado un giro importante en la última década, v hoy como aver sus términos los
establecen principalmente los extremistas y antiutópicos. Críticos como Alian
Bloom, Lynne V. Cheney, Roger Kimball y John Silbcr han presentado un pro
grama y finalidad para configurar la educación superior que separan la equi
dad de la calidad, v la critica cultural, del discurso de responsabilidad social.
So capa de intentar revitalizar el lenguaje Je la moralidad, en realidad estos crí
ticos y políticos han lanzado un serio ataque contra algunos de los aspectos
más básicos de la vida pública democrática y las obligaciones sociales, morales
y políticas de los ciudadanos críticos y responsables. Lo que se está valorizan
do con esle lenguaje es, en cierto modo, una visión de la educación superior ba
sada en una celebración de la uniformidad cultural y tina imagen rígida de la
autoridad: además, el programa neoconsen’ndor paja la educación superior in
cluye un llamamiento a transformar ]a educación superior en una cabeza de
playa académica para defenderv limitar el currículum a una versión eurocén-
trica y patriarcal, estrechamente definida, de la tradición occidental v una vuel
ta a) viejo modelo de enseñanza como transmisión.
Dentro de esta nueva fiíosofia pública, hav una expresión de duda impla
cablemente franca acerca de )a viabilidad de la democracia.,J Lo que a pri-
mera vista parece ser un debate acerca del significado y finalidad del canon
se lia convertido en mui ludia por «la definición moral de la élites del nia-
fiana».1'1Desgraciadamente, éste no es un debate que se esté llevando dentro
de los parámetros del intercambio crítico. Se están poniendo cada vez más
de moda las sombras de maccarthismo, muy extendido durante los años 50
en Jos Estados Unidos, entre quienes ostentan el poder usando su influencia
en la prensa, en simposios públicos generosamente subvencionados y me
diante grupos privados de expertos muy bien financiados para suscitar la
acusación de que los académicos que se dedican a estudiar la relación entre
las arles liberales y el discurso de poder y ciudadanía lian de ser juzgados
por sus motivos, más que por sus argumentos. Con gran profusión de retóri
ca melodramática, Roger Kimball, por ejemplo, editor de The New Criterion,
nos dice que los radicales académicos motivados politicamente, prescin
diendo de. su orientación teórica particular, lienen corno objetivo nada me
nos que la destrucción de los valores, métodos y metas de la civilización oc
cidental, Al equiparar a los defensores de un currículum nuiiiícnltnral con
las fuerzas de la barbarie, Kimball construye una oposición reduccionista en
la que los conservadores se convierten en los defensores de la civilización
misma. Kimball no ahorra palabras sobre la importancia de su lucha mesiá-
Críticos como Alian Bloom y John Silber extienden el tono y la lógica de ta
les ataques .sosteniendo que la naturaleza misma de la civilización occidental
está siendo atacada por la infiltración en el campo de las humanidades de crí
ticos que constituyen un partido monolítico (ciertamente, una exageración
desconcertante, dada la infinita fragmentación y divisiones que caracterizan a
la izquierda norteamericana). Lo que está aquí enjuego es algo más que el na
cimiento de un nuevo nativismo: es también la naturaleza de la libertad acadé
mica tal y como se ha cultivado en las artes liberales durante las últimas déca
das. La ponzoña del maccarthismo se está usando una vez más para limitar el
debate y constreñir los llamados excesos de la democracia. Por ejemplo, en vez
de abordar la complejidad de los temas que se están afrontando sobre la natu
raleza de las artes liberales y la construcción ideológica del canon, John Silber,
rector de la Boston University, ha urgido a sus compañeros conservadores a
mK<md the Stnwle í<" Public Ule: Sianlcv Aronowil/. v Hcnrv A. Girou.x, Education Vnder Siege.
Ciíinhv, Míiss.-iUiiim-Mv 1985
14. Brooks. -Wcsifin Civ al Bav». pág. 5.
15 Roger Kimball. .~Te„un-J Rcdicals-, As PostScript». The New Criterion (enero de 1991),
pág. 13
116 LSCULAKi'Z/U'lÓN Y POLITICA CH. IURAL
abandonar toda cortesía para con estudiosos cuyo trabajo es considerado polí
tico. En lugar de estimular un debate riguroso, Silbcr ha urgida a sus cíjmpañe
ros conservadores a dar nombres, a desacreditar a los educadores que han
elegido dedicarse a formas de crítica social (trabajo que la nueva derecha con
sidera político) reñidas con el programa de la concepción mítica i]iie la nueva
derecha tiene de la universidad como un depósito construido sobre los pilares
de una irndieión no problemática y venerada.11’ En la era Bush, tristemente, se
dan pocos intentos de entablar un diálogo acerca de los supuestos que confor
man la imagen tradicional del currículum y el canon; por el contrario, ahora los
privilegiados y los poderosos cn el ámbito académico y en puestos guberna
mentales defienden abiertamente toscas funciones policiales como un modo de
regular la vida universitaria. ¡F.l acabóse del espíritu de la denioL lacia y la liber
tad académica!
La pérdida de visión utópica que caracteriza esta posición no es más evi
dente en ningún otro lugar que en la obra de Alian Bloom, 77/c Ciosiitg of the
American Miad, y en la de E. D. Hirsch, Cultura! ¡.tteiacy.' Para Bloom, el im
pulso al igualitarismo y el espíritu de crítica social representan los principales
elementos responsables de la decadencia de los estudios superiores. Bloom
sostiene que la universidad debe dejar de educar intelectuales cuyo gran cri
men es que a veces se convierten cn adversarios ele la cultura dominante o ha
blan de una cultura más vasta en relación con la calidad de la política y la vida
pública contemporáneas. F.l preferiría que el currículum universitario se orga
nizara en tomo a los grandes libros y se usara selectivamente para educara los
estudiantes procedentes de lo que él llama los veinte mejores colegios de elite
para ser reves-iilósoios. Lo que Bloom parece sugerir al hablar de reforma es
nada menos que un esfuerzo para hacer explícito lo que las mujeres, la gente de
color y los estudiantes de clase trabajadora han sabido siempre: los recintos del
aprendizaje superior no son para ellos, y el sistema educativo tiene por finali
dad reproducir una nueva clase de mandarines,
Hirsch, corno Bloom, presenta un ataque frontal encaminado a proporcio
nar un lenguaje programático con el que defender las escuelas como lugares
culturales; esto es, como instituciones responsables de reproducir el conoci
miento v los valures necesarios para fomentar las virtudes históricas de la cul
tura occidental. Hirsch présenla esta imagen de restauración cultura] me
diante un concepto de alfabetización que se centra en las estructuras básicas
del lenguaje, y aplica esta versión de alfabetización cultural a la consideración
más amplia de las necesidades del colectivo empresarial, así como al mante
nimiento de las instituciones norteamericanas. Para Hirsch, la nueva econo
mía de sen-icios requiere empleados que puedan escribir un memorándum,
leer dentro de un contexto cultural específico y comunicarse mediante una
] 6. SjJbcr, citado en Carokn J Mooncy, -«Scholars Decrv Campus Hostilitv to Wcsiem Culture
ai a Time Whcti Moiv Naiions F.mbiaci- hs Valúes-*, The Chto’iirlt' of High-r t-ducaHun, 30 <U* ene
cyacy and hffptn t'rithi'tl ihe Souts o/Tnjm \ Siudcnts. Nueva York, 1987. E. D. Hirsch. Jr., Cuhwal
NUEVA CUNl-IGURACTÓN DL l.OS LIMITES DJSCTri.INAl.LS ||7
cado, experiencia y voz que los estudian les usan para dar razón de sí mismos
v del imindi) que los rodea. En esta negativa a posibilitar que hablen quienes
han sido silenciados, a admitir las voces del otro y a legitimar v reivindicar la
experiencia del estudiante como una categoría fundamental en la producción
del conocimiento, es donde el carácter del discurso dominante actual sobre el
canon revela su ideología totalitaria y antidemocrática.
Dicho con términos de Bloch, esta nueva filosofía pública conservadora re
presenta una forma de ensoñación en la que la tradición no está del lado de la
democracia y la diferencia, sino que es una forma clel «todavía rio» despojada
del lenguaje de esperanza y ahogada por un discurso en el que la historia y la
cultura son algo cerrado. Es una filosofía pública en la que la enseñanza se re
duce a una forma de transmisión, el canon es postulado como una relación al
margen del turbulento flujo del conocimiento y el poder, y los intelectuales son
mgidok alegiememe a asumir sus papeles como funcionarios del imperio.1’
Merece la pena observar que Bloom, Cheriey v otr os ncoconservudorcs han
sido capaces de llevar a cabo una tarea que, pnr lo general, los humanistas y
progresistas no han conseguido realizar. Han situado la cuestión del currícu
lum en el centro del debate acerca de la educación y de la democracia, pero han
abogado por una imagen de las artes liberales forjada como parte de un dis
curso antiutópico que sirve para desconectar la finalidad de la educación su
perior de la tarea de reconstruir la vida pública democrática listo no quiere de
cir que no hayan invocado los conceptos de democracia y ciudadanía en sus
argumentos. Pero con ello han reducido la democracia a conseguir el acceso a
una versión no problemática de civilización occidental y a un aprendizaje defi
nido como adiestramiento de buenos ciudadanos, esto es, «sujetos compla
cientes y agentes de la autoridad hege^Tíónica».’1, Al negarse a vincular la de
mocracia con formas de capacitación personal y social, los neoconservadores
han sabido suprimir la relación entre aprendizaje, justicia social v ciudadanía
critica. Esla nueva ofensiva cultural lanza un desafio formidable a los huma
nistas que han intentado defender la educación en las artes liberales desde la
perspectiva de una disciplina sumamente especializada y remitida a sí misma
que sostiene, bien una pluralidad de cánones, bien un canon que sirve de mo
delo de rigor científico y depurada investigación metodológica. En tales casos,
la finalidad de las artes liberales se define, aunque desde perspectivas ideológi
cas diferentes, partiendo del punto de vista asumido de crear un individuo li
bre, emprendedor, educado y cabal. Aunque bien intencionado, este discurso
deja a un lado las relaciones sociales más importantes, constitutivas del con
cepto de educación. Esto es, ignora la función social y política de las relaciones
particulares entre conocimiento, poder y pedagogía, y cómo sirven para cons
truir' a los estudiantes individual y colectivamente dentro de los límites de un
orden político que a menudo dan por supuesto.
NUEVA CONFIGURACION DE LOS LÍMITES DISCIPLINALES 119
...Yo diría que los debates acerca del canon son, en muchos sentidos, debates que inducen a
error. Los argumentos parecen versar sobre la inclusión o exclusión de textos y autores particula
res o sobre incluir o excluir tipos de libros y autores («mujeres» y «minorías» son los categorías ope
rativas habituales). También parece como si los debates acerca del canon fueran sólo desacuerdos
sobre cuestiones de representación... Cuntraciamenie a lo que parece ser el objeto cid debate ha
blar del canon styiuhca que tío eslamos abordando directamente los modos en que nuestra socie
dad se estructura desde la dominación. Vivimos en una jerarquía fundada en lo racial y organiza
da. ademas, medíanle divisiones por clase y género. Reducir estos complejos modos de desigualdad
a cuestiones de representación en un plan de estudios es un método excesivamente simplificado de
aparentar resolver estas contradicciones sociales, y, sin embargo, asi es como se ha librado la bata
lla en Columbia v Stanford, por poner dos ejemplos de campus dedicados a debatir la importancia
de obras canónicas de la cultuia occidental. Lo absurdo de estas batallas ardientemente cuestiona-
tías v sumamente apasionadas es que los defensores de un cambio radical en los planes de estudio
canónicos se ven loivados a actuar como si la inclusión de los textos que ellos apadnnan hiciera de
alpún modo accesible la experiencia de las mujeres o las minorías como tipos genéricos. Los mis
mos que sostendrían con términos críticos muy complejos que los textos literarios no reflejan ni re-
presen/ajj t);íeclamejíle 3a realidad, sino que reconstruyen y representar! realidades históricas
particulares, se encuentran a si mismos exigiendo que ¡a identidad de un grupo social se vea rcpre-
120 KSCOLAR17.ACIÓN Y POl.iTICA CTLTt'RAL
El debate sobre el canon se debe configurar de nuevo ron el l'in i!o abordar
cuestiones de lucha donde el poder y el conocimiento se cruzan para producir y
legitimar ór denes específicos de representaciones, valores e identidades. Como
tal, la cuestión de la formación del canon se debe afrontar desde nna perspecti
va que aborde la formación histórica del canon y las pedagogías con las que es
enseñado, y cómo dichas pedagogías han proporcionado o excluido las cundi-
ciones y conocimiento necesarios para que la gente marginal recupere sus pro
pias historias V hable y apr enda en lugares ocupados por quienes tienen el po
der dominante para determinar criterios y actuaciones. En otras palabras, se
deben defender las artes liberales en provecho de la creación de ciudadanos crí
ticos, más que «buenos». Esto es, el concepto de artes liberales se tiene que re
constituir en torno a una relación conocimiento-poder en la que la cuestión del
curriculum se vea como una forina de producción cultural y política basada en
una concepción radical de ia ciudadanía y la sabiduría pública.
Al vinrular las artes liberales con los imperativos de una democracia critica,
el debate sobre el significado y naturaleza de la educación superior se puede si
tuar dentro de un contexto mas amplio de temas relacionados con la ciudada
nía crítica, la política y la dignidad de la vida humana. Desde este pumo de vis
ta, resulta posible proporcionar base lógica y finalidad a la educación superior,
que pretende crear ciudadanos críticos y reconstruir la vida comunitaria exten
diendo los principios de la justicia social a todas las esferas de la vida económi
ca, política y cultural. Esta posición no anda lejos de los argumentos expuestos
por John Dewey. George S. Counts, C. Wrigbt Mills y, más recientemente, Han-
nnh Arendt y Alvin Gouldner. Estos teóricos forjaron los elementos de una filo
sofía pública en que las artes liberales eran consideradas un lugar social impór
tame para icvitalizar la vida pública. Dewey, por ejemplo, afirmaba que una
educación libera! daba a la gente la oportunidad de involucrarse en los proble
mas más hondos de la sociedad, adquirir el conocimiento, destrezas y respon
sabilidad etica necesarias para «una participación razonada en públicos orga
nizados democráticamente».21 Mills urgía a los intelectuales a definir las artes
liberales y sus propios papeles medíante un compromiso con la formación de
unos ciudadanos críticos y comprometidos. Imaginaba las altes liberales como
un lugar social desde el cual los intelectuales podían movilizar una visión moral
y política comprometida con la reivindicación y recuperación de la vida pública
semada por un única novela. Aciu:ir como si un grupo excluido, marginado o dominante fSluin-
rn rcpreseniado en un te.xio particular es, en mi opinión, un error... Es necesario que nuestra ense
ñanza establezca conexiones con los smmhcados cuhuraks v tas ideologías dominantes que cs-
Veasi- ademas Tom Momson, -Unspeakable Things Unspoken: The Afro American Prcsence in
American Literatura. Michiwn Qtwr'erlx Revitnv (invierno do 1989), 1-34.
Esta lila eojiucia se recoge en Piank Hearn. ¡(cason a„JFtw hm i,i&molof;,cal rhouRht.
Boston, 1 pap. 17.i. Las afirmaciones clásicas de Desvcy sobre esle asunto se pueden encontrar.
por suplíoslo, en John Dewv, Democmey and EJucatiun. Nueva York. 1916, y John Dewey. The P„-
NU-VA CONFIGURACION DI-, !.0S LIMIIKS DISCIPLINALAS
democrática.‘ J fin su sentido más «enera!, esleí significa forjar la finalidad tic la
educación superior dentro de una filosofía pública comprometida con una con
cepción radical de la ciudadanía. el coraje cívica y la sabiduría pública. Más
lonovlamcnii', esto significa impugnar la imagen de la educación superior
como un accesorio de In empresa v rechazar las ideologías y teorías del capital
humano que reducen el papel de los intelectuales univereitarios a la condición
de técnicos industriales y funcionarios académicos, cuyo provecto político, o ca
rencia de provrcln en absoluto, quedan patentes a menudo por sus pretensiones
cié objetividad, certidumbre y profesionalismo. Significa cuestionar el estéril
instrumentalismo, egoísmo v desprecio por la comunidad democrática qiif se
ha convertido en el sello de la era Reagan-Bush.?' Significa reconocer las injus-
licias estructurales de la sociedad v organizarse contra ellas, que nos impiden
extender nuestra solidaridad a aquellos otros que se esfuerzan bajo el peso de
diversas formas de opresión y explotación. También significa realzar y ennoble
cer el signilicado y finalidad de- una educación en artes liberales concediéndole
un lugar verdaderamente fundamental en la vida social de una nación, donde se
puede convertir en foro público para abordar con preferencia las necesidades
del pobre, del desposeído y del privado de sus derechos civiles.
Una filosofía pública que hace la promesa de reionnar la educación en ar
tes liberales como parle de una revitalización más amplia de la vida pública
suscita pri'gunlns importantes respecto a qué significa el concepto de capaci
tación para realizar prácticas pedagógicas en las aulas, listo es: si ¡a educa
ción en arles liberales se ha de desarrollar en relación con principios cohe
rentes con una filosofía pública democrática, es igualmente importante
desarrollar formas de pedagogía crítica que incorporen dichos principios y
prácticas, una pedagogía crítica en la que tales prácticas se entiendan en re
lación con, y no ni margen de, las economías de poder y privilegio presentes
en formaciones sociales v políticas más amplias.
24, Víase. |Xir ejemplo. C. Wrighl Mills, ftwer, Politics. and Pniple: The Colletted Essays of'C.
Wnghi Mills. Irving Loujs Horowjiz (conip.), Nueva York. 1963, espcdalrncnie -Social Role of tlie
Iniellcelual» y «Mass Sociely and Liberal Educalion».
2?. Para un lial.amienu> ctirtco de esla ccieMÍón. véase Rubén N. Bellah, Richard Madjen. Wil
Iriim M Sullivan, Aun Snidlci y Sicvcn M. Tipion, Había of the Hcori: Individualum imtl Coiinnii-
ment ni Anierjetni Life, Bejkclev. 1985, pnmun excelente análisis v í ntica de la americana y la
decadencia de la comunidad lal > corno se desc ribe en Habits o/ the Heart, véase Frediic R. Jame
snn. «On Habite of ilie Henil», en Charles H. Rcvnoids y Ríiljih V. Norman (coni|>s.). Cnmtnunin in
122 ESCOLARIZACIÓN Y POLÍTICA CULTURAL
se pueden encontrar en Henrv A Girmix y Pcier Me]_aren (comps ). Cnticnl Pedngogy, The Sime muí
Cultural Siruggk. Albany, SUNY Press, 1988; Henry A. Giroux y Roger r. Simón (comps.). Popular
Culture and Criticol Pedogogy. Nueva Vork. Bergin and Gatvcy, 1989; Patricia Donahue y Ellen
Quarldah! (comps ). Rcctaiming Pcdcigo^: The Rhctoric a(thc Classrootn, Carbondalc, Soufhcm Illi
nois University Press. 1989; Aronowiu v Heniv A. Giroux, Postmodem Educa,oír, v Roeer I. Simón.
Tcaching Agaimt the Grahi, Nueva York, Berain and Garvey Press. 1991.
w r VA conficuwación DI: los límites disciplínales 123
27. La demociaeia, ni cslt: caso, esta vinculada a la ciudadanía entendida como una íorma de
autogestión ^nslimida en las ptmcipalcs esferas económicas. aciales v culturales de la sociedad.
La d^rnucriu ki, en ci sentido en que se esta ufando aquí. alroma la cuestión de la transferencia de
poder, de las élites v lat autoridades eiecum'iis que controlan los aparalos económico y cultural de
124 KSt'OLAR17ACiÓN V rOLITJCA CULTURAL
tic definir como «tesoros t'iiíiuralcs» concreta lo que se tía convertido en el ar
gumento básico para reformar las artes liberales.’'' Por esa razón, quizás, pa
rece corno si el debate se pudiera reducir a la cuestión de los contenidos de
los programas de cada asignatura. F.l concepto de pedagogía crítica que- pro
pugno supone una oposición fundamental a esta postura. Pues, en los gran
des desafíos que afrontamos como educadores universitarios, lo que se exige
es un argumento más crítico y fundamental que trascienda la limitada con
centración en el canon. Lo que la cuestión de la pedagogía crítica plantea cn
este debate es que la crisis en la educación en artes liberales es una crisis de
linalidad y significado históricos que nos desafía a repensar de forma crítica
la relación entre el papel de la universidad y los imperativos de una demo
cracia cn una sociedad de masas.
Históricamente, la educación en artes liberales se concibió como la pre
paración esencia! para gobernar, para regir —más concretamente, como la
preparación y equipamiento de la élite gobernante— . Los currículos en artes
liberales, compuestos por lo «mejor» que se había dicha o escrito, pretendían,
como tía observado Elizabeth Fox-Gfnovese, «proporcionar a individuos se
lector una historia, cultura v epistemología colectivas para que pudieran di
rigir el mundo con elicacia»."'1El canon, considerado una posesión de las
clases o grupos dominantes, estaba forjado mmo una salvaguardia para ase
gurar que la propiedad cultur a) de tales grupos era transmitida de generación
en generación junto cor» las ¡taciendíis familiares. Así, desde esta misma pers
pectiva parece muy apropiado que el canon de alfabetización debiera ser so
metido a revisión —como lo ha sido antes en el curso de la expansión de la
democracia— de modo que ¡urdiera incor por ar- y reflejar también la expe
riencia y aspiraciones de las mujeres, minorías e hijos de la clase trabajadora
que han ido entrando en el ámbito académico.
En una concepción como la anterior, se ha de encontrar, dentro de su fi
nalidad y orígenes sociales elitistas, una visión radical de la educación en ar
les liberales. Pero esto no significa que las cuestiones más importantes relati
vas a la reforma de las artes liberales estriben en el mero establecimiento del
contenido del canon de las ar tes liber ales según el modelo de las universida
des de elite. Por el contrario, la cuestión más importante pasa a ser la de for
mular de nuevo el significado y finalidad de la educación superior en formas
que contribuyan al cultivo y regener ación de irnos ciudadanos críticos e in-
lormados, capaces de participar activamente en la formación y gohierno de
una sociedad democrática. Dentro de este discurso, lo pedagógico se convier
te en político, y el concepto de un canon de artes liberales impone una lectu
ra crítica y con mayor base histórica. Lo pedagógico se hace rnás político al
pr oponer que los modos en que los estudiantes afrontan v examinan crítica
mente el conocimiento son precisamente una cuestión tan importante como
28. Las dos siguientes pápinas están sacadas de Hcn.v A. Girwtx v Harvev J. Kase. «The Lite-
ral Ans Musí Be Relormed u> Serve Democralic Hnds», The Chrmkk of Higher Eáuc«l>on, 29 ele
marzo de 1489, A44.
29 t-lirabeih Fov-Gcnowse, -The Claims nt a Commtm Culture Gerulcr, Race. Chss an<l ilie
MUEVA CONFIGURACIÓN DK LOS UMITES DISCIPLINALES 125
la selección de los textos que se han di' usar en una fiase o programa. Emo os,
una noción democrática de educación liberal rechaza las visiones de las hu
manidades que traten los textos cuma sagrados, y la instrucción, como mera
transmisión, liste concepto cid canon socava la posibilidad tic diálogo, discu
sión v pensamiento critico. Además, trata el conocimiento como una forma
de herencia cultural que está más allá de consideraciones relativas al modo
en que podría estar implicada, como se ha señalado anteriormente, en prác
ticas sociales que explotan, infantilizan y oprimen.
Los cánones que hemos heredado, en sus variadas formas, no se pueden re
chazar simplemente romo parte de la ideología de privilegio y dominación. En
vez de eso, los textos privilegiados de los cánones dominantes u oficiales se de
ben examinar respecto al importante papel que han desempeñado en la deter
minación, para bien o para mal, de los principales acontecimientos de nuestro
tiempo. Además, hay formas de conocimiento que han sido marginadas por los
cánones oficiales. Hay nobles tradiciones, historias y narrativas que hablan de
importantes luchas por parte de las mujeres, los afroamericanos, las minorías
v otros grupos silenciados que necesitan ser oídos para que tales grupos pue
dan reivindicar sus propias \oces como parte de mt proceso tanto de afirma
ción como de indagación critica. Se debate aquí una noción de pedagogía
como forma de política cultural que rechace una restauración superficial del
pasado y niegue la historia como monólogo. Una pedagogía critica reconoce
que la historia se constituye ert diálogo v que alguna de las voces que compo
nen ese diálogo han sido eliminadas. Una pedagogía así exige un debate públi
co relativo a las memorias dominantes y los relatos reprimidos que constituyen
las narrativas históricas de un orden social. En erecto, una pedagogía critica re
conoce que la formación del canon es un asunto que concierne tanto a la re
fundición como a la nueva interpretación del pasado; que la formación del ca
non encama el continuo «proceso de reconstrucción de la "capacidad colectiva
de reflexión” sobre la experiencia cultural vivida... que reconoce que los "con
ceptos de pasado y futuro son esencialmente conceptos del presente"».30 Di
chos conceptos son básicos para la política de identidad y poder y para las me
morias que estructuran el mudo en que la experiencia es autorizada, individual
y colectivamente, y experimentada como forma de identidad cultural.
En cuanto elaboración histórica, la pedagogía crítica actúa en un doble
sentido para abordarla cuestión de qué tipos de conocimiento se pueden po
ner en vigor, que posibiliten la formación de una sociedad democrática, en
vez de subvertirla. En un nivel, autoriza formas de contramemoria. Excava,
afirma e inquiere las historias, memorias y relatos de los «otros» desvaloriza
dos, que han quedado marginados del discurso oficial del canon. Intenta re
cuperar y mediar esas formas de conocimiento y prácticas sociales que se han
visto descentradas de los discursos de poder. Ciertamente, tal conocimiento
potSría incluir los escritos históricas v contemporáneos de feministas como
Marv Wollstonecraft, Charlotte Perkins Gilman y Adrienne Rich; escritores
-H>. Caí! V:\taskakis. «The Chippewa aml thc Oiticr: Uv¡n}>.ihu Hiriw.o- of I ac Dn Flambenu".
Cultmnl Studir.s 2;3 (octubre <ie 1988), pig. 2h8
I 26 l-.SCOi.ARI/'ACIÓN V POLÍTiCA CULTURAL
32. bell hooks, «Choosing the Margin as a Sp.-ice (.1 kadual Opcnnes*». Yeanmte. Boston,
South i-ml Press, 1990, 145-152.
NIJF.VA CONFIGURACIÓN DE LOS LI.VUTHS I.11SC1P1.1NAI.KS |29
34. Caten Kapl:m. ~Detemioiial¡zaci<>n:The Rewriting of Home and Exile in Western Feminist
NL'IÍVA CONFIGURACION DE LOS LÍMITES DISCIPLINALES 13)
Introducción
I. Editorial. -The Biggcsi Secret of Race Relaiions: The New Whilc M in orm Eboux
ne (abril de 1989), píe. 84: John B. Kellog. ■■Torces o! Chance» Pb Duba Kafpen (noviembre de
I9S8), 199 204.
?. Midióle Fine, Fr,ln,mK Alhanv, SI W Press IWI.
KSCOLARtZACIÓN Y POLÍTICA CULTURAL
3. Kirk Johnson, «A New Ccneralion ofRacism ¡s Secn». The Nm- >'».* Times, 21 de agr.su. de
1989. 20; Kathy Dobie. .The Boys oí Be»so»hu.sH. The Wlage Vmce 54:36 (5 de septiembre de
4. Chanta! Mouffe, «Hegemony and New Political Subjecls: Toward a New Concept of Demo
rracy». en Carv Nelson y Lawrence Grossbcrg (comps.). Marxixm and the Interpretarían of Culture,
Urbana. University of Illinois Press, 1988, páp. 102. Para una análisis extenso de un concepto de de
mocracia similar al mió, véase Stanley Aronnwitz, The Crisis in Hn:i,mcal Matenalisnt, Minneapo-
¡is, lJniversiiy of Minnesoia Press, 1990, especialmente el capítulo 8.
5. John Páreles. .Hieres a New Somid in Pop Miisic: B.golrv». The New York Tunes, Sece. 2,
iJ.immiM;, 10de septiembre de 1989, págs, Ifl. 32 Véase también Lawrenre Grossbere. He Galla Cci
Oíit oI 7las Place: Rock, Politics, and Postmodemttv. Routledt-e. próxima aparición. “
o I Sie tema se desarrolla en Stanley Aronou ,t7y Hent> A. Giroux. Postmoicm Educan»;: Po-
MÁS Al l A DI: t.A POI.frtCA DE PI.1RAUSM0 135
7. Lsia pnstm;i se hi/.o lamosa por ve/. primera en Daniel Movnihan, The Negro Family: The
Cd<e for Nuttonal -1. mm. Waslimulon. D.C.. U.5>. Department ot Labor, 1985. Para tíos reacciones a
eMc inlorme. veai^e Mamn Wnphl Iulelman. f-atnilics m Peril: An Agenda for Social Ciumge, Cam
bridge. Harvard l.'imvrsiiv Press. 198/. v Hortense J. Spilleis, •Mammai Baby, Papas Mavbc: An
American T.»rammai Buok». Diocniu'* 17-?lverano de 19S7), 65-St. Véase también un número «■
peciat de lh¿ Nt.uio’i \24-31 de miro de mojado >iScapegoaúng ihe Bla^k Fa¿nilv: Black Wo-
136 KSC0LARIZAC1ÓN Y POLITICA CL'LTUKAI.
EitjcMo Laclan, «Pobues and thi? Limils of Modcmnv» en Andrew Ross (comp.), r>ti\o<f!¡
8.
Abandon?ThePoliticsofPostm
othm
ism
. MinncapoJis. l'rmrrsüv ol Mmnesolrt Press, 03-H2; NcIK
9 G-.iy'alri C. Spivak, /» Other WorWs: Lssaxs w LuUarvl Polines. Londres. Meiheun. JVS7 Víase
lomhúfn Abdttl R. JanMohnmed v David Llnvd (comp1 '.). Tiic Watnrv «;'?</ ( (/mext nf \1¡'j<j»iív DA-
cwíMt'. York, Oxíord ünivrmK Picks. 1990.
MÁS ALLÁ DE LA POLITICA DK PLURALISMO 137
den encontrar, corno señala Coniel Wesi, en l;i lógica de tres I ¡adiciones orno-
peas fundamentales: la ¡udeocnslmna, la científica y la psicosexual. Merece la
pena citarlo ampliamente a propósito de este lema:
La lócica racista judoneristiana emana del relato bíblico donde Cant ve la des
nudez de su padre Noc. pero no la cubre, y por ello recibe el castigo divino en
forma de enncerccinuenio de su progenie. Dentro de esta lógica, la piel negra es
nna maldición divina debida a la laitü de respeto y a] rechazo de la autoridad pa
terna. La lomea racista tienlilica descansa e« un moderno discurso filosófico
guiado por metáforas oculares sncaas, sustentado por anotaciones cartesianas
sóbrela primacía del suieto v la preeminencia de la ropreseritackin y reforzado
poi ideas bacomanas de observación, ev idencia y eonlirmación que promueven
\ estimulan las actividades de observación, comparación, medición y ordena
miento de las características físicas de los cuerpos humanos. Dado el renovado
aprecio v apropiación de la esteuca v las normas culturales clásicas, dentro de
esta lógica, las nociones de fealdad negra, deficiencia cultural e inferioridad in-
icleelual quedan legitimadas por la autoridad de la ciencia, cargada de valores,
pero prestigiosa. La loaica racista psicoscxual procede (le las obsesiones fálicas,
provecen>¡tes edipiras v oncniaci chics anal-sadicas de la culluni c’iir <>]ica t|cic do
tan a los hoinhies v mujeres africanos de destreza sexual; ven a los alrieunos
como padres crueles v vcnsalivos; hijos frivolos y despreocupados: o madres pa-
sivas v sulndíis: e identifican a los africanos con la suciedad, el oloi clelesiabíc y
las heces. [-.» pocas palabras. ios africanos son asociados con actos corporales
de defecación, violacion v subordinación. Demro de esta lógica, los africanos
son abstracciones andantes, cosas inanimadas o criaturas invisibles. Para las
tres lógicas partidarias de la supr emacía blanca, que operan .simultáneamente
en el Occidente moderno, los africanos personifican lu ahondad degradada,
ejemplifican lo radicalmente diverso y encaman la diferencia extraña.
10, Cornel WcM, »Mnr\is! Thmi v .mil ihe Speuficitv <>l Afin-AmcTuMü OpprcsMun», en Nclson
138 E.SCOLARIZACIÓN Y POt ¡TICA CULTURAL
11. David kulb. Tlir Lnnque oj Pura Moilernity: Hegel, Heidegger, and After, Chicago, llnivorsity
of CiML'nf.u Picss. 1986. especialmente los capítulos primero y último. Véase también Anthony Gid-
tlens. //»• ti¡ Mademuw Stanfortl. Siaulonl Umversity Press. l'l'XI.
¡2. Siuan i Lili. «Gramscj s Relcvancc lor ihv Study of Race and Lthnicity», Jnuma! of Com-
Ioí , han comí/ruado a siluar el lema de ia ra7a cn mi contexto más vasto. Además de tas abras fe
ministas citadas cn este capitulo, véanse bell hooks Yeanúrtg: Race, Gender, and Cultural Politics,
Boston, Souili Lnd Press, 1990; Miehele Wailace, hn’isibüity Bhtes, Londres, Verso Press. 1991;
Trinb T. M;nl\ ha. Htirntn. Wa/ivc. Other, Bloomington, Indiana University Press, 1989. Véanse
también los íínei sus ariiculos contenidos cn Russell Fcrguson, Martha Gevcr, Trinh T. Minh-ha,
Coinel Wesl lcr>ir>ps I Out Ihere: A’larg¿nali:atia>i and ConíewpciYOr, Cultures, Cambridge. MIT
Pivss. 1490'. Havtd Iheti C.oldberg (comp.), A>intoin\ o¡ Racisrn, Minneapoiis. Universnv of Mmne
sota Pirss, 1990; Henrv Louis Cales. Jr.. (comp.). Rcading Black. ReaJing Fmiin N Y k
Meridian. I|,|'JI: Gion.i An?aiudua (comp.), Makiti# l'tuc, Mnking Soul: Crcali\T a>id t_rrru ut Pers
pectiva hx l'/f ’f p r o¡ Color, San Fiancisco, An Aunt Lute Foundation Book, 1990 <hairrira TaJpa-
de Mohantv. Ann Ru.^so y Lourpes Toircs (comps.), Third 'Aorta Womcn and the Poluta <:¡ jeiin-
uisnr Hlrinnimr.'nt. Indiana l/nhersiiy Press, J99!.
MÁS ALLÁ m-: ¡ A POLÍTICA DE Pl.URAUS.VIO 139
14. ThelindofO
Scoii Lash y Jo!\n Uirv, rganizedCapitalism
lí. Stanlev Aronowiiz, .pr.simockmism and Polines», Social Teu 18(1 MJ7/I9SS), pág. 113.
. M;nlison. Universjtv of Wiscctnsin
Press. ¡987; Scotl T.ash, Sociologv ofPostmodemism, Nueva York. Rnuiltdgr, 199(1.
140 HSCOLARJZACIÓN Y POLÍTICA CULTURAL
bido elaborar una teoría compleja y satisfactoria del racismo mmu parte de
una teoría más amplia de la diferencia y la lucha democrática. E! ejemplo clá
sico de esto lo representan Jas versiones de marxismo que han reducido la lu
cha y ia diferencia a un logoccntrismo reduccionista que tmiver.sah/a la cla
se trabajadora como el agente colectivo de la historia. F.l marxismo se cree el
discurso productivista de la modernidad, pero rechaza el concepto liberal de
la clase media como el agente de la historia. La economía marxista rechaza el
imperio del mercado como el fin de la ideología e inserta en su luga)- el im
perio ile ia clase trabajadora como el fin proyectado de la historia. Desde este
punto de vista, el racismo está unido históricamente al nacimiento del capi
talismo y no se le concede categoría independiente como fuente irreductible
de explotación o de lucha. En este caso, el concepto de protagonismo históri
co pierde su carácter pluralista. En consecuencia, el racismo queda subsumi-
cio dentro de la lógica modernista del esencialismo, donde la razón y la histo
ria parecen moverse siguiendo una lógica interna ajena al ejercicio de la
diferencia y la pluralidad. En electo, la lucha ile clases se convierte en la ca
tegoría universal que relega todas las demás luchas, voces v conflictos a una
simple distracción en la marcha de la historia.1'
Los teóricos sociales radicales han mostrado durante mucho tiempo su
oposición a la clásica teoría marxista de la raza, pero este trabajo sólo en las
últimas décadas ha propuesto la categoría de diferencia más allá del csencia-
lismodel nacionalismo afroamericano, el separatismo cultural, el pluralismo
organizado y el discurso del exotismo vanguardista.1" El fracaso del moder
nismo a propósito de la raza se puede constatar en sus modos de estructurar
el discurso de reforma educativa sobre esta cuestión.
15. Por supuesto, esta tosquedad típica del eionomiíino es un poco exagerada, pero su espiti
yoral Race», Democrulir Uft V) 2 (marzo abril de 1991). pógy 9, 19. Véase también Jim Slecper. lite
Closest of Sirnngers: Liberaüsm and the Poivics of Race >■>Sen York, Nueva York, W. W Norton,
19S9. Para una crítica de esta posición, véanse Stanley Aronowitz. The Crisis of Hisioricol Materta-
lism. Minneapolis, Univcrsilv ol Minnesota Press, 1990; Ernesto Laclan y Clmnlal Mouffe. Hege-
mtmy andSocialisl Strategy Londres, Verso Books. I9S5-
16. Véanse las fuentes enumeradas en la nota 12. Además, dos obras importantes lie consulla
sobre estos temas son Come! Wcse Pmphesy Delire! once: An Afro-America» Revolurionar.■Chrisiia-
nity, Nueva York, Westminster Press. 1982: Cnn.el West, The Amerit an Evo,ion of Piulas,,Phv. Ma-
dison, UniverMty ol Wisconsm Pies*. !9t>9: Coco Fusco. •r.iutJsies ol Opposilionalily: Rofleciions
on Recent Confcrences in Boston and New ^ork». Vr.-c» 29 4 lotoño de 198S), SO-93.
17. Este tema aparece en 1lenrv A. Giroux. SchaoHng and the Struggle for Public Life. Minneu-
polis, University of Minnesota Press. 19X9. Véase también Aronnu.it/ v Girnux. PostnwJern Educa
MAS ALLA Dli LA POLITICA Pk PLURALISMO J 41
18. Algunas excepciones incluyen John Young (comp ), Breaking ¡he Masaic: Ethivc ¡den!¡lies in
Canaduui Societx, Toronio, Gramond Press, ! 987; Lisa Albrechi y Ro^c Brcwer (comps.). Brid^es of
Power: Wometi‘s Xíuhu¡diural Alliofux'.s, Sania Cniz, California, New Snciciy PublKhei'S. ! 990: Ca-
meron McCarthy, Rac¿ and Curricidnm: Socio! hn'qaulitv and ¡h< Thcoriv^ dtui Polrüo of Diffcrvnce
in Coutcntporaiy Utxearch on Scltotiling. Nueva York. Falrncr Press, 1990; Christínc E. Skwler
Icomp.), Empowmnent Tfaangh Mnhicuhurai Educativa, Aihany. SUNY Press, 199(; Lucy R Lip-
pard, Mtxed Blcs±ings: New ,4>t in Mtdhcul¡nra¡ America. Nueva York, Pantheon Books, 1990.
19. Ha/el V Curby, «Tin* Canon: Civii Wat and ReronMiuctíon», Mwhi^an Quarlcrly /¿c\iViv
28:1 (invierno de 1989), pág
20. Sobre el Jema de afrontar la blancura como una categoría racial básica en la construcción
det pnder moral v de la dominacinri político cultural, véanse Richard D\rr, «Whitc». Scnrtr 29:4
(otoño de 1988). 44-6*4: Cornc) Uest, «The New Cultura) Poljr its ol‘ DífTcrcncc», Ortabir 53 i\crana
do 1990). 93-109, espenalrtUMíe pai?. 105, Rux>ell fer^viNím. IniruductiorK Invisible Ccn{er<\ en
Russell Ferguson v otros (comps ). Ouf Títere, Cambridge, MIT l*ress, 199!, 9-14; Robert Young,
W'hite MyíhobQtcs: W’mmn !Jis¡m\ and rfn- U'o/, Nueva York. Rimilcdgc, 3990
?l. Toni Mmr(son. ■l'nspeakihle Thinov Unspokrn: The Aím American PrcsiMice in Amcnam
142 i :SC0I.ARIZ,1'ClÓN Y POLÍTICA CULTURAL
22 Ibkl . I!
22>. fssnc Julien y Kobona Mercer, «Inlrodticlion: De Margin and de Cení re». Scrcen 8:2 (198 7),
24. Hu?el V. Carhy, «Mulii-CuiLure», Señen Educalion 34 (primavera de 1980), pán V hooks.
MÁS ALLÁ DE LA POLITICA DE PLURALISMO 143
25. Para una detallada exposición de la distinción enire formas ópticas v conservadoras de
posmodemismo, véase Slaniev Aronowil/. v H^m-v A Gnoux. Posimodem Bduraiion.
26. Knhc-n Mcníll, -<F I \ 1 AP M i P r>R 1 MoitiII (comjv J.
Lthi(\/Acsi!n’(ic: Prutruodem rosmons. Washington, D.C.. Mviisonni-uve Itcss, 1988, 7-1 .V
7.1. Ha) Fosít-r (compj. ¡he Ann-Acuheu*:: /:vsi;w on /'«»>;/;todvni ( trinar. 1¡nvscnd. Washing
ton. Bay Press. 1983; lía! Foster (mnip.). Dtscwcxiom in ínnti’nim>rai\ lhI/í/ic N. I. Scatde. Hav
Press. 1987; Linda Hutche P tP d \ lo U I ke. 1988.
144 liSCOLARIZACIÓN ■> POU’YICA ! t i II HV..
universal v la ingeniería social.28 Por tanto, la pregunta básica para los mo
dernistas ha sido «¿Cómo puedo interpretar y dominar este mundo? ¿Cómo
me constituyo dentro de el?». El posmodernismo no parte de un sentido tan
cómodo de ia ubicación vía historia. Subordina la razón a la incertidumbre
y lleva su sentido de desconfianza hasta 1ranéeles iones que abren líneas de
investigación completamente diferentes.
Svgmunt Bauman capta las modificaciones políticas y epistemológicas
entre modernismo v posmodernismo en las diferentes preguntas \ líneas de
investigación que sigue cada uno de ellos. Escribe:
[Los posmodemistas] apenas cuentan con axiomas que puedan utilizar como
punto de partida fiable, v tampoco siguen una dirección clara. Antes de pasar a
explorar el mundo, deben averiguar qué mundo(s) hay por explorar. Por lo tan
to: «¿Qué mundo es? ¿Qué se ha cíe hacer en él? ¿Cuál de mis voes ha de hacer
lo?» —en este orden (...) las preguntas típicamente modernas son, entre otras:
«¿Qué se puede saber? ¿Ouién lo sabe? ¿Cómo lo saben y con qué grado de cer
teza?». Las preguntas típicamente posmodernas no llegan tan lejos. En vez de
ubicar la tarea de) sujeto cognoscente. intentan ubicar al sujeta eognoseente
mismo. «¿Que es un mundo? ¿Qué tipos cíe mundos existen? ¿Cómo están cons
tituidos y en qué difieren?» Aun cuando comparten el interés por el conoci
miento. los dos tipos de investigación formulan sus problemas de lorma dife
rente: «¿Cómo se transmite el conocimiento de un sujeto cognoscente a otro, y
con qué grado de fiabilidad?», en comparación con “¿Oué sucede cuamJu mun
dos diferentes se enfrentan, o cuando se traspasan los límites entre los mun
dos?». No es sólo que las preguntas posmudernas no puedan usar la «certeza»;
es que ni siquiera les sirve la fiabilidad. El arte de la epistemología modernista
de tener siempre ventaja parece irremediablemente fuera de lugar en esa reali
dad pluralista con la que la investigación omológica posmoderna se reconcilia
primero, para abordarla después. En dicha investigación, aquel abrumador de
seo de poder que animaba la búsqueda de lo último (y era lo único que podía
animarla) levanta escaso apasionamiento. Las cejas son Id único que se levanta
ante la confianza en uno mismo que en otro tiempo convirtió la búsqueda de la
mirada absoluta en un proyecto plausible.29
28. Jean Fran^ois Lyotard, The Posimodem Condition: A Repon on Knowkdge. Minneapofis,
University of Minnesota Press, 1984.
29. Svgmunt Bauman, «Sirangers: The Social Consiruction ol Um'vcrsalíiy and Pamcularítv><,
Telas 78 (invierno cíe 1988-1989), pág. 12.
30. Dick Hebdige. <rPosimodemism and ”ihe other sido'». Jotmial <>f ComniuiiicMion Inquiry
10:2 (1986), pág. 81.
MÁS ALLÁ DE LA POLITICA DE PLURALISMO 145
lética y social.’7
' Así mismo, el pnsmodcmisniti lia pioporcionado las condi
ciones necesarias para explorar y recuperar tradiciones de varias formas de
alteridad como una dimensión fundamental tanto de la esleía cultural wnm
de la sociopolítica. En otras palabras, el énfasis del posmodemismo en !<i
problemático de la alteridad ha llevado consigo una concentración en la im
portancia de la historia como forma de contramemoria;’c' una insistencia en
el valor de lo cotidiano como fuente de acción y capacitación;-” una com
prensión renovada del género como práctica histórica y social irreductible,
constituida can representaciones personales y sociales plurales;'* y una in
serción de lo contingente, lo discontinuo y lo ¡rrepiesentable como coorde
nadas para cartografiar de nuevo y repensar las fronteras que definen la exis
tencia y ubicación personal en el mundo.
Otro aspecto importante del posmodemismo es que proporciona una se
rie de referentes para inquirir el concepto de historia como tradición v tam
bién para remodelar y escribir de nuevo el modo en que la experiencia indi
vidual y colectiva puede ser debatida, entendida, sentida y plasmada. Por
ejemplo, el posmodernismo apunta a un mundo en el que la producción de
significado ha llegado a ser tan impnrtante como la producción de trabajo, a
la hora de determinar los límites de la existencia humana. Tres asuntos están
aquí sobre la mesa. En primer lugar, se rechaza la idea de que las estructuras
ideológicas v políticas estén determinadas y gobernadas por una única lógica
económica. Las formas culturales V sociales contienen un abanico de posibi
lidades discursivas e ideológicas que sólo se pueden captar dentro ele las
posiciones contextúales y contradictorias en que son asumidas; además, aun
que tales formas son reproducidas en las condiciones de producción capita
lista, influyen y son influidas por tales relaciones. Esto no supone un rechazo
de los análisis materialistas de la cultura, sinu del reduccioni.smo vulgar que
a menudo acompaña a su interpretación clásica. En segundo lugar, el traba
jo no proporciona la base exclusiva del significado ni de la comprensión del
conjunto múltiple y eomplejn de las relaciones sociales que constituyen la so
ciedad en general. En este caso, los antagonismos sociales basados en con-
35. Por ejemplo. Dcnnis Furbei- emplea Inpintura y la fotografía de nn mudo que hace parecer
dudosa la dislímión entre ambas. I:n la folografia, esta tradición se manifiesta claramente en l:i
ohra de Shcmc Levinc, Barbara Kruger y Cindy Sherrmin. Para ejemplos y análisis de lus mu-vas
Poeucs nj pLtmodemisw. Brinn WaMs (comp.). Biasted A!kg<mcs, Cambridge. M1T Pirsv 1988:
Brian Wallis (comp J, Ari Afier Modemisnr, Hnl Fostcr. Recordings: An, Spectatle. C.uUwai Politice,
Seatile, Bay Pre.ss. 1985: Roben Hexvison. Fumrc Tense: A New Art for the Nincties. Londres, Mel
hcun, 1990: Abigail Soíomon-Codcau. Phorography ar the Docb.lluzhJ. Silverman, Posnnodenúsnt
Phüosophy ¿liid theArts, Nueva York, Roulledge, 1990-
36. Caren Kaptan. «Dctmiioríalb.ations: The Rewríüng of Home and F.xilc in Western Femi-
nisr Phcoursc.., Cultura! Critú¡ue 6 (1987), 187-1lain Chimbéis. Borda Dialogues: Jonmey*
MÁS ALLÁ DE LA POLÍTICA DE PLURALISMO 147
Hielos religiosos, ilc genero, raciales y étnicos, entre otros, poseen su propio
dinamismo y no se pueden reducir a la lógica de las relaciones capitalistas.
Mas concretamente, los diversos discursos del materialismo histórico va no
describen el orden social. En tercer lugar, el modo en que los sujetos son
constituidos desde el lenguaje no es menos importante que el modo en que
son construidos como sujetos dentro de las relaciones de producción. El
mundo de ki discursivo, con su conjunto de términos y prácticas significan
tes, es esencial par a el modo en que la gente se relaciona consign misrua, con
los otros y con el mundo que le rodea. Es un mundo textual, a través del cual
las personas desarrollan un sentido de la identidad personal y colectiva v se
relacionan entre sí, no un mundo que se pueda explicar simplemente desde la
perspectiva de los eventos causales que siguen las determinaciones regla
mentadas de las leyes físicas y económicas.'9 La economía política del signn
no reemplaza la economía política; simplemente asume su legitimo lugar
como categoría principal para entender cómo se forjan las identidades den-
no tle relaciones particulares de privilegio, opresión v lucha. Al seguir esla lí
nea de investigación, el posmodernismo sirve para deslerritorializar e¡ mapa
del entendimiento cultural dominante. Esto es, rechaza la iradición europea
como el referente exclusivo para juzgarlo que constituye la verdad histórica,
cultural y política. No hay tradición o relato que pueda hablar con autoridad
v certeza por toda la humanidad. En efecto, el posmodernismo crítico sostie
ne que las tradiciones se deben valorar por sus intentos de identificar lo par
cial, lo particular y lo específico; desde este punió de vista, las tradiciones de
muestran la importancia de constituir la historia como un diálogo entre
diversas voces enzarzadas en una lucha dentro de relaciones asimétricas de
poder. Las tradiciones no se valoran por sus pretensiones de verdad o autori
dad, sino por los modos en que sirven para liberar y aumentar las posibilida
des humanas. En otras palabras, la tradición no representa la voz de una
visión universal de la vida; en vez de eso, sirve para ubicar a la gente lúcida
mente en sus historias haciéndoles cnnscientes de las memorias constituidas
desde la diferencia, la lucha y la esperanza. La tradición, desde el punto de
vista posmoderno, es una forma de contramemoria que recobra las identi
dades complejas pero sumergidas que determinan la construcción social y
política de la vida pública.40
El posmodernismo rechaza el discurso modernista sobre la historia, vista
como uniforme, cronológica y teleológiea. En contraste, el posmodernismo
39. libios lemas se (raían en Emesio Laclan y Chantal Mouffe, Hegcmonv andSociatiíi Strategv,
Londres, Verso Press. I9S5; Ernesto Laclan, New Rcflccíians or, the Revohmon ofOur Tinte, Lon
ilvcs, Vei-so Books, 1990; Stanley Aronowilz, Vu Crisis in Historical Maierialism. Sobre diferentes
interpretaciones <lc las cambiantes circunstancias económicas, políticas y culturales que caracteri
zan la condición posmodema. véanse Lasli Uny, 11k End of Organiad CapitaUs»,: David Harvcy,
The Ctmditian of Postmodemitv. Nueva York. Basil Blackwl-II, 1989; Sieven Cimnor. ñwmndembt
548 ESCOLARIZACIÓN Y POL ÍTICA CULTURAL
aboga por tina visión de la historia que sea descentrada, discontinua, frag
mentada \ plural. Jim CoIIins Iit'iic razón cuando afirma que el posniodc-r-
nismo cuestiona esla visión de la historiografía haciendo problemáticas «las
historias que pretenden minimizar la heterogeneidad en su búsqueda de un
estilo dominante, un espíritu colectivo o cualquier otra concepción unitaria
parecida».11 Explica esto con más detalle afirmando:
44 Por supuesio, esle lema se traía en infinidad de estudios del posmodemismo. Un análisis
importante se puede encontrar en Laelnu y Mouffe, H^’c>fionv and SocuiÜm S¡raf<’rv. Véase también
Slavoj Zi/ck, ¡h<' Stiblime Ohjfcl of I(h?<>loyv. Londres. VV¡-so ISnoks. |9Sy
MÁS ALLÁ DE LA POLÍTICA DE PLURALISMO
estratos, siiio que también rechaza la idea de que la conciencia v la razón in
dividuales sean los determinantes más importantes en la configuración de la
historia humana. En vez de eso., postula una íe en las formas de transforma
ción social atentas a los límites históricos, estmcturalcs e ideológicos que de
terminan la posibilidad de autorrenexión v acción. Señala la solidaridad, la
comunidad v la compasión como aspectos esenciales del modo en que desa
rrollamos y compiendemos las capacidades que poseemos para experimentar
el mundo y a nosotros mismos de un modo significativo.'15 Pero lo hace insis
tiendo en que, ante la ausencia de un sujeio unificado, podemos repensar el
significado de la solidaridad mediante un reconocimiento de los múltiples
antagonismos y luchas que eanut erizan Santo el concepto del yi> como la rea
lidad social en general. Al reconocer la multiplicidad de las posiciones subje
tivas que median y son producidas por (y medíanle) significados y prácticas
sociales contradictorios, se hace posible crear un discurso de valores demo
cráticos que requiere una «multiplicación de las prácticas democráticas, ins
titucionalizándolas en relaciones sociales cada vez más diversas... [para que]
podamos, no sólo defenderla democracia, sino también profundizarla».'"’ Di
cho de otro modo, el posmudernismo ofrece tina serie de referentes pata re
considerar el modo cn que somos constituidos como sujetos dentro de un
conjunto de condiciones políticas, sociales y culturales que cambia rápida-
■47. CorneJ Wcsl, «Black Ctjlíuic and Posimodemisivi", en Uai'lwa Knmer v Pliil Marinni
Ucimpv j, Ri inakiug Seattle, Ba\ Press, 19^9, pá£. 90.
■48. Richard Bemsirin. «Melaphísio, Criiique. ;md l’iopia»*. Thr /?«Wnr nf \h \ -42
MÁS AI.LÁ DE LA POLÍTICA DE PLURALISMO 151
y ira baje can ellas como par le de la ludia para combatir el racismo y otras
formas de dominación. luchando al mismo tiempo por revitalizar la vida pú
blica democrática. Es importante reconocer que un posmodemismo crítico
necesita proporcionar a ios educadores una visión más compleja y perspicaz
de la relación entre cultura, poder y conocimiento. Cuando los conceptos de
dilerencia, poder y especificidad se vinculan con el lenguaje de la vida públi
ca democrática, se pueden entender como parte de un discurso público que
ensancha y profundiza las libertades y derechos individuales mediante, y no
contra, una noción radical de democracia.
A continuación, voy a trazar el modo en que se podría elaborar y exponer
un discurso posmoderno de resistencia mediante el discurso de las autoras v
feministas afroamericanas cuyo trahajo sirve para volver a escribir e inscribir
las relaciones entre el poder y los temas de diferencia, ludia, política de iden
tidad y narrativa. Al decidir centrarme en ios escritos de feministas afiuame-
ricanas. 110 pretendo hablar coma, por o dentro de semejante política de ubi
cadón. Mi propia política de ubicación como varón académico blanco me
sitúa para ¡tablar de las cuestiones de racismo v género reconociendo lúcida
mente mis propios intereses al tratar estas prácticas como parle de un pro
yecto político más amplio para extender el alcance y significado de la lucha
democrática y de una política de solidaridad Cinzar fronteras, en este caso,
fcirma parte de un ¡nlentu de seguir destruyendo una política de silencio his
tórico y eliminación teórica que sirve para reprimir y marginar las voces del
otrn. Lo que nos interesa es la necesidad de entender la especificidad de la
producción cultural desde su propio punto ele visia, (al y como os producida
mediante las diversas voces de feministas afroamericanas constituidas en di
ferentes relaciones de poder. Además, los cruces de fronteras de este tipo pre
cisan cuestionar la autoridad y las prácticas de la repr esentación dominante
a fin de configurar de nuevo la posibilidad de edificar formas nuevas de iden
tificación y solidaridad a través de «ría política de diferencia. Lo que se de
bate aquí no es un mero intento de crear formas de autocrítica y entendi
miento, aun cuando éstas no se deben descartar sin más, sino de escribir de
nuevo las condiciones para formas de solidaridad, poniendo de manifiesto
las variadas contribuciones que las mujeres de color están realizando en sus
intentos de llegar a la voz v también de dar voz a narrativas críticas y trans
formativas que vuelvan a configurar profundamente el significado de la justi
cia, la autonomía y la libertad como una condición para convenir la diferen
cia en esencial para la vida democrática. Tal posición escribe de nuevo ía
relación entre los márgenes y los centros, al resistirá la tendencia a construir
el mundo mediante e! bagaje conceptual de un discurso colonia) eurocéntri-
co, creando al mismo tiempo nuevas esferas públicas críticas como lugares
de resistencia y transformación que cuestionan los centros neocoloniales de
poder, ideológicos e institucionales, que existen.
152 liSCOLARIZ.ACKJN V POLÍTICA CULTURAI-
■49. La literatura sobre crsic lema es abundante Tres trabajos representativos sobre escritora^
ncuias sim: Giddhiüs. n muí Whcrc f linter: íhc impeler of Rlm k \lomoi on Riicf Se*
m America, Nueva York, Buniam Books, IW ; Mari Hvans (comp.), Black Women Wrilers (J950
19X0): A Critica! Fx-aluation, Nueva York, Anchor Press, 1984; Henry Louis Gates. Jr., Rcadin^
Black. Reudinz Feminist. Imputantes trabajos teóricos que estudian los escritos <k mujeres negras
son; Barbara Chrisnan, Bhu'k Femini.M Criiici.vn. Nuevo York Pergamon, 198S; Susan Wilhs, Sju>-
ci¡i itiy Bhit A HVm»" — The Atnencan J-xpcneim . Madison, l’niversitv of Wisconsin Press.
I98?; Haze) V. Carby, Recumiructing W'omanhood: The Umergence o/(he AfroAmerican U'omen A/o-
vciisr, Nueva York, Oxford Universav Press. 1987: Muluíle Wallact:. Black Macho and the Mvíh of
ihe Supenvonujit, Londres. Verso Books. 1990: Michrlc Waliacc. hivisibilitv Bluts, especialmente
las pá»s. 129-255. Shanm Wckh. A /V»iíuki Hhic ofRhk
50. Chnsiiun. Black Fi'numsi Cnnnsin.pag. 159.
51 Citada en John McCIuskcv, Jr.. «And Cal) Everv Generación Blc.ssed: Theme, Sel lingand Ri*
ínal in ¡he Wi>rLs ol Paule Maishall». en F.vans (comp ), Black Women Wniers, p.^. 316.
52 Véanse. pnj ejemplo. Audre Luidr Sisier (hmult-i. Treedom. California. 'Ihc Crossim;
Press. 198*4, hopks. Talkiuf' finck. Bollón. .Suuih l:nd Puss. 1989, Ycammgs, Bnsion, Souih luid
Press, 1990; Wallaee, Black Macha: June Jordán, On Calí, Boslon, South End Press. 1939; y Car bv.
l.o que Carby indica es parte de un intento teórico más amplio por porte
de Sas feministas afroamericanas de rechazarlas nociones estrechas de iden
tidad afroamericana y, al mismo tiempo, poner también en tela de juicio las
ausencias culturales que ubican histórica y sodalmente a la etnia blanca den
tro de posiciones subjetivas que ciegan a muchos blancos ante los mecanis
mos de upariíteiJ cultural y tas rekiriones de poder que son constitutivas dv lo
que .significa ser parte de una cultura eurocéntriea dominante en Norteamé
rica. Como dice Coco Fusco. ..Hay ausencias estructuradas, endémicas en
esta historia, que funcionan para mantener las relaciones de poder. Por de
cirlo directamente, nadie ha hablada todavía dei "yo" implícito en el “otro'’, o
de quienes están denominando a los "otros". El poder, velado y silencioso, si
gue en pie».'* Las feministas afroamericanas han prestado un servicio enorme
al separar el estudio de (a diferencia de un Ínteres exclusivo en los márgenes,
v haber puesto de manifiesto con ello que cualquier análisis de identidad ra
cial debe incluir un análisis de cómo actúa el otro dominante para ocultar ac
tiva y sistemáticamente su propia identidad histórica y cultural a) tiempo que
desvaloriza la identidad de otros grupos raciales. Al cuestionar ei modo en
que se lian construido los límites de la diferencia mediante códigos y dicoto
mías euroccnlricos dominantes, resulta posible ahondar en nuestra com
prensión de cómo la etnia blanca se construye con sus intentos de situar a los
otros. Pero no sóio eso: también resulta posible reconsiderar la cuestión de la
subjetividad y !a resistencia fuera de los esencialismos paralizantes que han
caracterizado la teoría humanista dominante. La identidad ya no es algo lijo,
sino Huido, mudable y múltiple. Al mismo tiempo, la opresión se puede ver
ahora en sus múltiples antagonismos y relaciones sociales. Una vez que la
cultura dominante es racializada dentro del discurso de la etnia y las relacio
nes existentes de poder, resulta posible escribir historia desde la perspectiva
de los empeñados en la lucha contra el genocidio cultural. Las voces comien
zan a surgir ahora de ubicaciones diferentes y ya no están autorizadas a ha
blar únicamente a través de una perspectiva eurocéntrica que las define en su
propio interés, bell hooks conecta esta aparición de múltiples voces con una
lucha más amplia por una política y una identidad decisivas para la recons
trucción de la subjetividad afroamericana. Escribe:
54. Carby, «The Canon: Civil Way and Reconsiniciium. páe. 39.
55- Fusco, «Fanlasies of Oppositionality», pág. 91).
MÁS ALLA DL LA POLÍTICA DH PLI RAI 155
156 i sroi.arizauon V mi.nttw cui. i i ;rai.
MÁS Al.l.Á Ot LA POLÍTICA DE PLURALISMO 157
En cierto modc, asistir a escudas separadas solo para negros, con profesores
negros, supuso qni? yo llegar a a entender a los poetas negros como capaces de
hablar con muchas voces... El poeta negro, tal y como lo ejemplifica Gwendolvn
Brouks y más taide Amiri Baraka, tenía muchas voces —sin que ninguna wv.
aislada se identificara corno más o menos auténtica—. La insistencia en encon
trar una coz, un estilo definitivo de escribir y leer Ja poesía de uno, encaja de
masiado claranienie con una noción estática del yo y de la identidad que estaba
generalizada en ambientes universitarios. Parecía que a muchos estudiantes ne-
158 ESCOLARIZACIÓN Y POLITICA Cl'LTl'RAI.
¡;nis les resultaba problemática nuestra siiiucion precisamente por micsim sen
tido del vi; v, por definición, nuestro voy. no se concibe como uiiilaiei.il. mono
logante o estático, sino nías bien como imiltidimensioiui! Nos senil,unos mu a
gusio con ei dialecto como con el inglés estándar. A los indieiduo.s que habla»
lenguas distintos del inglés, que hablan lersa lo mismo que ingles estándar, les
parece que un aspecto necesario de la antoafirroaoun es no sentirse obligados a
elegir una voz en detrimento de la otra, no declarar una más autemk a, sino más
bien constinir realidades sociales que celebren, rccomi/can y alirmen las dife
rencias. la variedad... para reivindicar todas las lenguas en que hablamos, para
convertir en habla las muclws lenguas quedan expresión a la imica realidad cul
tural de un pueblo/'1
Como paite ele una política de diferencia, una pedagogía antinacista ten
dría que investigar la relación entre lenguaje y vo/. en el marco de una in
quietud más amplia por !a lucha y los antagonismos democráticos. I:.n lugar
de hablar de allahcti/.ación, la teoría educacional radical tendría que educar
a los profesores y administradores para hablar y escuchar los muchos len
guajes y lormas de entender el inundo. Esto no sólo crearía la posibilidad de
que mucha gente hablara desde la indudable ventaja de sus propias expe
riencias; también transformaría ele forma múltiple y acusada jos lugares dis
cursivos y no discursivos desde los que los administradores, profesores, estu
diantes, padres y vecinos podrían participar en un diálogo v en colectivos de
solidaridad. Un discurso educacional radical también educaría a la gente
Irente a la tiranía que subyacc tras las narrativas logoeéotricas, las \erdades
que parecen existir más allá de toda crítica y el lenguaje que socava la tuerza
de los encuentros democráticos. En este contexto. June Jordán es iluminado
ra al contrastar de forma neta las consecuencias de una diferencia de lengua
je con la realidad en que se encuentra la mayoría de la gente en la actual co
yuntura histórica de los Estados Unidos:
I.ik reíalos son importantes. Ñus mantienen vivos. Hn los barcos, en los cam
pamentos, en los hamiis, el campo o la prisión, en c.unino, en luga, en la clan
destinidad. asediados, en la angustia, en el margen mismo, el euentaenenlos nos
arrebata del borde y nos trae de vuelta para oír el sigmentc capítulo. Capítulo tu
yos pioiogonislas somos nosotros. Nosotros, el héroe lie los ruemos. Nuestras
vidas, preservadas. Cómo fue. cómo sea. Pasandolo como un i elevo. Eso es lo
que me esfuerzo en hacer: pr oducir relatos que salven nuestras vidas.
t>6 R.irh.ii;i Chrisii.m. -The Race for Tbcorv», Cul'nral Critique Mprimavera de 1987), pág 52.
67. Toni Cade Bambara, "Evaluador! 1? the Issuc». en Kian.v Bkn k Womcn Wnrt'rs, pág. 4b.
68. Véase \Vü)is,Sprcifytng. 1987.
J60 F.SC'ÜLARIZACIÓN V P01.IT1CA CUU'URAI.
69. Michelle Gibbs Russcíl. «Black Eved Blues Connections; From the Insiíle Oui». en Charlo»
k ftunch v Sandra PoDnck (eomp.v). U’ay-nm^ í)ur Hviv; Lsstiys m Vavinisi Hduvation, Trumrms-
bi>rp, Nueva Yurk.Tht* Crossinu Press. 1983. papv 2/4 275.
70. Juiu‘ Jordán, «Whcrc Is the Lc>vc.V en Barbara H. Andolsen, Chrístine Gurdorf VMan/ Pe
llouer (comps.Uo)»ew'í tV>¡i.íno?ívmvo Hvmvrt s Couscnnec, Nueva York, Hnrper and Row, J9S5,
páj!. 203.
MÁS ALLÁ OH LA POLÍTICA DE PLURALISMO 161
peligrosos; cié conflicto, opresión v exclusión, llaman a aquellos ele nosotros que
son, a menudo sin saberlo, cómplices en estructuras de control a unirse a la re
sistencia y la transformación. Pues aquellos de nosotros que son miembros de la
ven desafiados por las historias del oprimido marginado a captar los limites de
nuestra sabiduría ética y política —ei limitado atractivo de nuestro sistema eco
nómico capitalista, nuestro limitado aprecio de la vitalidad y determinación de
la otra gente a determinar sus propias identidades—. (...) Nosotros, en el primor
mundo, no somos responsables de ios otros; somos responsables de nosotros
mismos —de ver los límites de nuestra propia visión y de rectificar los daños
causados por ia rvtrogante violación de esos límites.’ 1
Welcli aboga por tina noción dialéctica de narrativa. Afirma con razón
que es necesario recuperar las narrativas de grupos subordinados como «re
cuerdos peligrosos» que vuelven a esctibii e inscribir los hilos históricos de
la comunidad forjados en la resistencia y la lucha. También alinna que tales
relatos son necesarios para construir un discurso ético que condene las na
rrativas maestras eurocéntríco-norteamericanas, de modo que puedan ser
examinadas lmí I icameiite y desechadas cuando sea necesario en interés de la
construcción de relaciones sociales y comunidades de lucha que proporcio
nen curación, salvación y justicia. Al mismo tiempo, Michele Wallace apun
ta una reserva crítica a la alaban/a y uso de la estructura narrativa en los es
critos de mujeres afroamericanas/2 Sostiene que el éxito de la actividad
novelística de mujeres afroamericanas contemporáneas es privilegiado por
grupos dominantes para excluir otras formas de representación discursiva.
Esto no da al traste con lo que he dicho sobre la importancia de la estructu
ra narrativa en las obras feministas afroamericanas. Sólo pretendo situar el
modo en que ese trabajo puede ser objeto de apropiación por parte de la cul
tura dominante de maneras que reproduzcan y refuercen formas de desi
gualdad y racismo. En este caso, la crítica cultural teórica se convierte en el
discurso exclusivo de la mayoría de los académicos blancos, mientras que la
crítica cultural teórica de las feministas afroamericanas es ignorada o mar
ginada.
vida que no este reñido con los principias de justicia, libertad e igualdad.'’
Tal discurso debe estar conformado por una inquietud posmoderna por esta
blecer las condiciones materiales e ideológicas que permitan a formas de vida
múltiples, específicas y heterogéneas entrar en juego como paite de una pe
dagogía Fronteriza de la resistencia posmodema. En otras palabras, los edu
cadores deben preparar a los estudiantes para un tipo de ciudadanía que no
separe los derechos absUactos del ámbito de lo cotidiano y no definan la co
munidad como la práctica legitimadora y unifirantt’ de una narrativa históri
ca y cultural unidimensional. El posmodemismo radicaliza las posibilidades
emancipadoras de la enseñanza v e! aprendizaje como parte de una lucha
más amplia por la i ida pública democrática v la ciudadanía crítica. Y lo hace
negando formas de conocimiento v pedagogía envueltas en el discurso legiti
mador de lo sapradu v lo sacerdotal: rechazando la razón universal como fun
damento de los asuntos humanos: sosteniendo que todas las narrativas son
parciales; \ realizando una lectura critica de todos los textos científicos, cul
turales v sociales como construcciones históricas y políticas.
Desde este punto cié vista, los parámetros más amplios de una pedagogía
antirraosta eslan conformados por un proyecto polílico que vincula la crea
ción de ciudadanos críticos con el desarrollo de una democracia radical; se
trata ae un proyecto político que une la educación con la lucha más amplia
por una vida pública en la que diálogo, visión v compasión permanecen críti
camente alemas a los derechos y condiciones que organizan el espacio públi
co como una forma social democrática y no como im régimen de terror y
opresión. Es importante insistir en que la diferencia y el pluralismo, desde
este punto de vista, no suponen reducir la democracia a la equivalencia de in
tereses diversos; por e! contrario, se aboga por un lenguaje en el que las dife
rentes voces y tradiciones existan y florezcan hasta el punto de que escuchen
las voces de los otros; un lenguaje que se empeñe en un intento continuado de
eliminar fonnas de sufrimiento subjetivo y objelivo y manlenga las condicio
nes en las que el acto de comunicar y vivir extienda la creación de esferas pú
blicas democráticas en lugar de restringirla. Se trata de un provecto lanto po
lílico como pedagógico, v exige que las prácticas pedagógicas antirracistas se
desarrollen dentro de un discurso que combine una filosofía pública demo
crática con una Icoiía posnioderna de la resistencia. En esta perspectiva, la
cuestión de la pedagogía fronteriza se sitúa dentro de esas consideraciones
culturales y políticas más vastas que están comenzando a definir de nuevo
nuestra visión tradicional de la comunidad, el lenguaje, el espacio y la posi
bilidad. Es una pedagogía atenta a desarrollar una filosofía pública demo
crática que respete la noción de diferencia como parle de una lucha común
por extender v transformar la calidad de la vida pública. Dicho brevemente,
el concepto de pedagogía fronteriza no supone un simple reconocimiento de
las fronteras mudables que socavan V territoriali/.an de nuevo las configura-
MÁS At.LÁ DF. LA POLÍTICA DE PLURALISMO 163
74. Mouffe, «Radical Dtii.«Ki-jev», At,,,-..;,m a,ni the hm-rpMati,,,, o/ Culture, en Ross (comp.).
Universal Abandon?, pág. 42.
75. Aronowilz. The Crisis Uistoneal Maierialism.
164 ESCOLARIZACIÓN Y POLÍTICA CULTURAL
Ksto supone que los piolcsoros usen su autoridad para crear cn el nula
unas condiciones en las que las dilcivnlcs opiniones acerca do la raza se pue
dan airear, pero no lrular como simple expresión de opiniones o sentimien
tos individuales.'9Andrew I latinan señala acertadamente que los educadores
deben negarse a tratar ei ra< ismo como una cuestión de prejuicio individual,
y contrarrestar ese tipo de postura abordando los «fundamentos estructura
les de [la] cultura del racismo».-''1' Un;\ pedagogía antirracista debe demostrar
que ias opiniones que sostenemos sobre ia raza tienen diferente peso histórico
e ideológico, forjado en relaciones asimétricas de poder, y que siempre en
carnan intereses que determinan prái ticas sociales de maneras particulares,
fin otras palabras, una pedagogía antirracista no puede tratar las ideologías
como simples expresiones individuales del sentimiento, sino como prácticas
históricas, culturales y sociales que sirven, bien para socavar, bien para re
construir la vida pública democrática. Estas opiniones se deben asumir sin
silenciar a los estudiantes, pero también se deben examinar minuciosamen
te, a la luz cié una lilosoüa publica que identiliqiie el racismo como lo que es
y pida cuentas a las prácticas e ideologías racistas en términos políticos v éticos.
En euarlo lugar, es necesario que ios educadores entiendan cómo la expe
riencia cotidiana de marginaliclacl se presta a frailías de conciencia oposicio
nista y transformativa. Pues es necesario que los designados como otros rei
vindiquen v rehagan sus historias, voces v visiones como parte de una lucha
más amplia por cambiar aquellas relaciones materiales y sociales que niegan
e! pluralismo radical como la base de una comunidad política democrática.
Sólo medíanle una comprensión así pueden los profesores desarrollar una
pedagogía fronteriza que cree Ja posibilidad de que los estudiantes reivindi
quen sus voces como parle de un proceso de capacitación, y no simplemente
como lo que algunos han llamado una iniciación a la cultura del poder.81No
basta que ios estudiantes aprendan cómo resistir al poder que es opresivo,
que los identifica de una manera que socava su capacidad de gobernar en lu
gar de servir y que les impide luchar contra formas de poder que subyugan y
explotan. Por ejemplo, el llamamiento de Lisa Delpit a que los educadores in
tegren a los estudiantes afroamericanos en lo que ella asume de forma no
problemática como «ia cultura del poder» parece estar vinculado con el
modo en que dicho poder se construye en oposición y valores democráticos y
se usa corno fuerza de dominación/’
No pretendo decir que ia autoridad de la cultura dominante blanca sea
cía Bizzcll. «Classroom Authoriíy and Crilicul Pedagogv», American Lileran•History (de próxima
aparición), y Patricia Biy.zell. «Power. Aulhoríty. and Critica! Pctkigogv». Journal of Basic Wriüng
Ule próxima aparición).
79. Chandra Mohanty es excelente suhre osle punto. Vóasc «On Race and Voice: Challenger íot
l.iliL*ral F.ducaiinn in the I990s». Cithnuif Criíiqitt (ímiemo de I981*-19%). 179-208.
80. Andrew Hannan. «Rruism. Polniev and ilic Curriculum*, i'inti.sh Jottmal af ¡Sociafagv of
¡ülucciñou 82 ()987), pág. 127.
81. I.isn Delpit, *<Thc Sitcnced Dialogue: 1\>wcr and IVdacngv in Lidueatinc Othcr Pcoplc's Chil-
dren». Harvard Educaíional Rcview 58:3 ti 988). 280-298.
82. Ibíd.
l-'Sf O! AKI/ACIÚNÍ Y POLÍTICA CULTUKAL
de una sola pieza. ni quiero dar a entender que rio debe ser objeto tío eslu-
dio. I.o que nos interesa aquí es forjar mi concepto de poder que no se re
duzca a una forma de dominación, sino que sea crítico y emancipador, de
modo que permita » ios estudiantes, tanto ubicarse en la historio, como
apropiarse erílica. no servilmente, de los códigos culturales y políticos de
sus propias tradiciones y de otras. Además, ios estudiantes que se ven obli
gados £i renunciar a su herencia racial para triunfar no se convierten en per
sonas «sin razan, como Signithia Fordham ha afirmado; se ven ubicados de
la! modo que sólo les cabe aceptar las posiciones subjetivas que son la fuen
te de poder de una cultura blanca y domíname.,v' La habilidad de la cultura
eurocéntrica, masculina v blanca para normalizar y unlversalizar sus pro
pios intereses actúa tan bien que Fordham da poca inipoi tancia al modo en
que la blancura en cuanto construcción cultural e histórica, en cuanto lugar
de narrativas dominantes, ejercita la forma de autoridad que impide a los
estudiantes nebros hablar mediante sus propias memorias, historias y ex
periencias. Delpit \ Fordham tienen razón al intentar centrarse en cuestio
nes de impotencia, en cuanto que se conectan con la pedagogía y la raza,
pero ambas oscurecen esta relación n) no iluminar con mayor claridad el
modo en que el poder actúa en esta sociedad dentro de las escuelas para
alianzar y ocultar diversas Iorinas de racismo y subyugación. El poder es
polifacético, y es preciso que entendamos que no sólo funciona simplemen
te como una fuerza de opresión, sino también cnmo base tlt’ la resistencia y
la capacitación personal y social. Es necesario que los educadores forjen un
concepto de autoridad posmoderno y crítico, que descentre las pretensiones
esencialistas de poder y, al mismo tiempo, luche por las relaciones de auto
ridad y poder que permitan hablar a muchas voces, para así iniciara los es
tudiantes en una cultura que multiplique, en lugar de restringir, las prácti
cas democráticas v las relaciones sociales como parte de una lucha más
amplia por la vida pública democrática.
En quinto lugar, es preciso que los educadores analicen el racismo no sólo
como fuerza estructural e ideológica, sino también en los modos diversos e
históricamente específicos en que aparece. F.sto es particularmente cierto en
las expresiones más recientes y nuevas de racismo que están surgiendo den
tro v hiera de los Estados Unidos entre la juventud, en la cultura popular y en
su resurgimiento en las esferas más altas del gobierno norteamericano.8'1
Cualquier concepto de pedagogía antinaeista debe nacer de marcos v con-
le.xtos específicos y debe permitir que su carácter propio sea definido, en cier
to modo, por los límiies históricamente específicos y contextúales de los que
surge. Al mismo liempo, una pedagogía así debe renunciar a toda pretensión
de método científico o, si vamos a eso, de cualquier pretensión objetiva o
transhistórica. En cuanto práctica política, una pedagogía antirracista se tie-
8V Signitiiia Fordham, >■Rurek'Ssnfss as a Factor iri Biatk Studcnls’ Scliool Success: PraL’rna-
Ik Sirsicgy nr Pvrrhic Víctoi^?*, Ihtn ard Educanona! Review 58:3 (1988), 54-82.
84, Hall, ..Tt’aL-hiliL! Ra«.x->-. t il .Iones v JefTcoatc (comps.l, The Sfhoo! m Multicultural
MÁS ALLÁ DF. LA POLÍTICA DE PLURALISMO 169
85. RotíL-r i. Simón, «For a Pedagogy of Possibilily*, Cniical Pedagogy Neiworker 1:1 (1981), 54-
86. Riihuul JohnM»n. «Whal is CuHurnl SíulIics Anyway?», Social Tcxt 16 (¡mimio de
1986/1987), 811.
87. Estos lemas se iralan en Cathcnne Bclsey, Critica! Practice, Nueva York. Meíham. 1980;
Tony Benneii, -Texis in Historv: The Determin.it ions of Readmgs and Thcir Te.xlS '. en CVrck Airkl-
ge. Cenít tieunmy.ion \ Roberl Y<'im£ (cotnps.), I‘ast-$tructuralis>n and ¡h? ¡ o¡
Nueva Yi«k. Gimhmlci.’ l'muTsity Press, (987; Aronowitz y Gi roux, Posimotlenx iidnt nrinn
170 ESCOLAR IZACIÓN 'i POLITICA CUl.TURAI
tic pedagogía fronteriza puede.' ayudar :i nbu ;ir a los prolcsorcs dentro tic los
límites sociales, políticos y culturales que delim-i) v median de maneras com
plejas su modo de actuación como intelectuales que ejercitan jornias parti
culares de regulación mora] v .social. La pedagogía fronteriza llama la aten
ción sobre lo ideológico y sobre lo parcial como elementos fundamentales en
la construcción del discurso y la práctica profesoral. En la medida en que los
profesores hacen problemática la construcción de sus propias voces, histo
rias e ideologías, van prestando mayor atención a la allericlatl como cuestión
profundamente política y pedagógica. Hn oirás palabras, al desconstruir los
principios latentes que conforman sus propias vidas y pedagogía, los educa
dores pueden empezara reconocer los límites subyacentes tras la parcialidad
de sus propias opiniones. Tal reconocimiento ofrece la promesa de permitir
a las proiesoi es 11 estructurar sus rolnóoiics pedagógicas a fin de afrontar de
88. Para modos específicos en que la voz y la difeiencui se tratan desde un pimío de vista pe-
MÁS Al.LÁ DE i A POLÍTiCA DE PLURALISMO 171
1 Publicadas respectivamente por Temple Umvmily Press (1981). Bergin and flaivev U9SJ).
Berpin and Garvcv (1985). Bergin and Garvcv <1988). l’niversitv oí Minnesota Press (1988). Deakín
Umversity Press (1990) y Universitv of Minnesota Press (1991).
2. Publicados respectivamente por SUNY Press <1989), Bergin and Garve\ 1198‘» v SUNV Pu-ss
(1991)
PliDAGOGJA CRITICA Y PODER CULTURAL 177
nos. Estos puntos no deben confundirse. Estamos mostrando una teoría que
examina el modo en que uno ve las realidades mismas que asume. Cuando la
gente dice que escribimos en un lenguaje que no es tan claro como debería
ser, aunque eso pudiera ser cierto, está también reaccionando ante la extra
ñe/a de un paradigma que genera cuestiones suprimidas en la cultura dorni-
D.T. — ¿Cuáles son los nuevos paradigmas que transmite el lenguaje peda
gógico? ¿El discurso de la pedagogía crítica no se basa en las críticas de los mo
delos convencionales de escolarización, de los intereses que encarnan, los va
lores que promueven, los gmpos a los que favorecen v perjudican?
U.G. — La pedagogía crítica ha nacido de mía necesidad de identificar la
contradicción entre lo que las escuelas aloman hacer v lo que realmente ha
cen. Esta postura tiene tanto puntos fuertes como débiles.
D.T. — ¿Quieres decir que es un analisis reactivo?
H.G. — Históricamente, las escuelas raía vez fueron autocríticas acerca
ele sus finalidades v medios, v los poros movimientos que las cuestionaban
eran muy marginales. Pero algo sucedió en los anos 70. Samuel Bovvles y
Herbert Gintis publicaron un lihro titulado Schooling in Capitaüst America:
Educa!ioiial Rcforni and ihe Coniradíclúnis o [ Economic Life,' que lanzó
una forma de análisis unida a teorías <te reproducción social. Esto no era pe
dagogía crítica, sino un intento de desenmarañar ciertas injusticias políticas
v económicas dentro de la educación. Pese a su importancia en la politiza
ción del lema de la escuela, estaba aún construido sobre un concepto oiwe-
lliano de dominación que era abrumador y carecía de un discurso de resis
tencia.
Ademas, se centraba casi exclusivamente en las funciones laborales. Se
decía que las escuelas reproducían las relaciones sociales necesarias para
178 LOS TRABAJADORES CULTURALES Y LA PEDAGOGÍA CULTURAL
Después llega Alian Bloom. Éste es uno de los momentos más importan
tes de la historia de la educación en los Estados Unidos, cuando la derecha
comienza a librar una lucha tremendamente activa en el frente cultural. Dice
que la escuela existe para preservar la civilización occidental. No sólo necesi
tamos una estructura que adiestre trabajadores, sino también un medio de
tratar los prohiemas de ideología v de formaciones culturales, particular
mente en cuanto están vi neniadas a tradiciones que consideramos vitales
pata la hegemonía norteamericana. Pero ei argumento conservador va aún
más lejos y dice que, probablemente, el lugar en que las tradiciones se ven so
cavadas de forma más peligrosa es dentro del discurso democrático.
D.T. — ¿Cuestionan la democracia?
H.G. — Sí- invocando el infame Trilateral Commission Sludv de 1965,
según el cual debemos limitar los excesos de la democracia, controlar la crí
tica social y vigilar las universidades. Bloom no se disculpa cn absoluto.
Sostiene que la nación está empeñada en una política cultural en la cual la
democracia se convierte en subversiva, la cr ítica resulta peligrosa y los in
telectuales que no recogen el manto de la tradición no deberían enseñar en
la universidad. Asi, me parece que lo que Bloom y E.D. Hirsch Jr. hicieron
-junto con Dianne Ravitch, John Silber, Chester Finn Jr. y Wílliam Be-
netl— fue en realidad ayudarnos a reconsiderarla cscolari/ación como for
ma de política cultura] — en lugar de tenerla simplemente por una forma de
dominación cultural.
Ciertamente me forzaran, a mí entre otros, a reconsiderar cómo íbamos a
definir nuevamente las escuelas como lugares de lucha, donde ei poder es
productivo v donde el eje no está simplemente entre la reproducción y la re
sistencia. Se trata más de la complejidad con la que actúa el poder y de las
identidades contradictorias y de múltiples estratos que se asumen. Se trata de
la producción de formas par ticulares de vida. Debido a! ataque desde la dere
cha, comen/amos a realizar este cambio increíble. Ya no decíamos simple
mente, desde una perspectiva pedagógica clásica de izquierdas, «Muy bien,
aquí hay una escuela, vamos a identificar los intereses ideológicos dominan
tes qire están presentes y sirven para oprimir a profesores y alumnos».
D.T. — Sin embargo, ése es un punto importante al que se debe llegar.
H.G. — Por supuesto; es rm aspecto esencial. Pero hay al menos otras dos
cuestiones básicas en la configuración de la política cultura!. Además de
identificar intereses, hemos de preguntar cómo funcionan dichos intereses.
¿Cómo producen formas particular es de vida? Y, io que es más importante,
IOS TRAI!A.! \DOR!:S l'ULTLRALES Y L.A PIÜJAGOl.tA < IV ¡: KA:.
lientos de considerar cómo son asumidos. Sin tener en cuenta la cuestión di;
cómo son asumidos, suponernos que las ideologías son absorbidas en virtud
di- su existencia, y no que se luche continuamente a propósito de ellas.
D.T. — Con «asumidos», ¿quieres decir cómo están integrados en la vida
cotidiana?
II.G. - - Sí, cómo responde la gente a ellos. ¿Dónde interviene aquí una
teoría de la acción? Simplemente porque un currículum es racista, ¿significa
esto que todos los de la clase se convertirán en racistas? Simplemente porque
\m curriculum se base en una noción Afteriim¡>e déla cultura, ¿significa esto
que todo el mundo saldrá pensando de ese modo? Debemos interesamos por
el modo en que los estudiantes construyen realmente el significado, por cuá
les son las categorías de) significado y qué ideologías traen consigo los estu
diantes a sus encuentros con nosotros. En la interacción entre texto, profesor
v alumno siempre se crea aigo en tomo a la especificidad de la situación en
que le encuentras.
D.T. — P.l signilicado es una parte negociada de la transacción.
H.G. — Dadas las diferentes variables de cada contexto, la gente escribe el
significado, en lugar de recibirlo simplemente. Eso le parece peligroso a la de-
i echa porque hace problemático el conocimiento. Significa tomar en serio las
identidades de las culi mas subordinadas. Significa que no puedes tener cu
li iculos estandarizados. Cuando ensanchamos nuestra idea de cómo funciona
una ideología, comienza a manifestarse un círculo de poder que tiene más que
ver' con aquello de lo que debería tratar una política cultural de la escolariz.a-
ción. Para mi, hay cuatro puntos principales. En primer lugar, obviamente
hay un aparato material presente en el Estado, en las empresas que confec
cionan los libros tic texto, en los bancos, etc. En segundo lugar, está el tema
del texto. ¿Quién los autoriza, quién ios produce, cuál es el peso histórico de
la gama de significados que ponen a nuestro alcance o legitiman? Y los textos
incluyen todo, desde las imágenes visuales a los curríeulos. En tercer lugar,
está la cuestión de la ideología. ¿Qué ideologías y experiencias vitales entran
en el contexto de un aula particular? Finalmente, están las comunidades. Uno
debe examinar las comunidades para entender cómo las ideologías acumulan
peso histórico para los chicos, cómo proveen las condiciones para implicacio
nes intelectuales v emocionales concretas. Además de abordar las ideologías
que los chicos traen al aula, me interesan las condiciones históricas, sociales
y políticas que en principio crean experiencias vitales para estos chicos. Aun
que estas cuatro cuestiones se plantean una y otra vez, desgraciadamente la
mayoría de la gente de la izquierda se centran en el primer aspecto.
I.UUJA Y DEMOCRACIA
D.T. — ¿Qué se puede decir de las formas en que actúan las teorías de la
escolarización y la política cultural a la hora de su aplicación práctica?
¿Cómo funcionan de hecho estas premisas en las escuelas, por ejemplo?
H.G. — Las escuelas y los profesores necesitan conseguir una visión de
PEDAGOGÍA CRÍTICA Y PODER CULTURAL 181
por qué están haciendo lo que eslán haciendo. Por esta razón se necesita de
finir d trabajo intelectual dentro de: un concepto de autoridad por ei que se
pueda pelear. Eso significa que ha de tener un referente ético y político. Para
mí, esto significa definir la escolalizadón y ia reconstrucción de la vida pú
blica, porque en e'ste país el lenguaje de la democracia ha sitio separado del
lenguaje de la escolarización, salvo como término peyorativo.
D T. — La derecha se ha apropiado del lenguaje de la democracia. Dicen
que sus valores nos unen a tocios, que su herencia es lo que nos hace un todo.
Por supuesto, los dos sabemos que no es así, pero ellos han adoptado esa ter
minología.
H.G. - En realidad, hav dos versiones de esa posición. Los Bloom dicen
que la democracia es peligrosa para la educación superior.
D.T. — Anarquista, en última instancia.
H.G. — Sí; después están los Ravitch y los Hirsch, que, aunque usan ei len
guaje de la democracia, lo manipulan siempre de un modo cine produce el
misinn efecto. Eliminan sus principios fundamentales y básicos y ponen en
su lugar expresiones como «tradición» o «cultura común». Sin analizar nun
ca la democracia como práctica social radical, vuelven a poner en clave el tér
mino modificando su significado.
Es necesario que los trabajadores culturales de izquierdas aborden la de
mocracia como un lugar de lucha v la reivindiquen desde ema perspectiva que
tome en serio las cuestiones de calidad. |usiicia, libertad v diferencia. Ese es
un asunto muv práctico para mi. Es necesario que reivindiquemos conceptos
progresistas de io público en la escolanzacion pública, de modo que ia edu
cación se pueda convertir en un verdadero servicio público, igual que se po
dría decir, quizás, qoe es preciso tratar las artes pedagógicamente de la mis-
ción entre los principios y sus aplicaciones. Las cuestiones más amplias de vi
sión se pueden ver rápidamente relegadas al cubo de la basura de la implica
ción académica. Asi, los profesores llegan y exigen 25 maneras dilerentes de
enseñar desconsirucción o estudios sol jales. Se centran en una metodología
fetiche que excluye el examen de sus papeles como intelectuales públicos, de
las instituciones donde trabajan y de la sociedad en general. El lenguaje que
aprenden o asumen está despuliti/.ado-, es en gran medida un lenguaje de pro
cedimicnto v de técnica.
D.T. — (;A qué atribuirías esta? r;A la merranlíli/.ación del conocimiento?
( A la estandarización y pnjfesionaliy.ación de¡ trabajo?
H.G. — La ideología del positivismo es muy influyente en la educación
norteamericana. Representa intereses importantes y complementa muy bien
las relaciones sociales capitalistas. Quiebra el conocimiento. Convierte a la
gente en consumidores. L.\¡i]|<i ci lenguaje de la comercialización. A! mismo
tiempo, hay un legado ¿le maccarlliismo en la educación norteamericana que
está volviendo a resurgir.
D.T. — Por no hablar de libros como el de Charles Svkes, Profsoim (1988),
que presenta la universidad como un escondrijo para académicos perezosos
y con la permanencia concedida.
H.G. — El ataque contra la pcnnanencia es en realidad un ataque contra
los derechos civiles de los educadores qoe se atreven a levantar sus voces. Es
otra forma de censura qoe esta lotv.audo los educadores y trabajadores cul
turales a reconsiderar la (unción de la lucha en una reconstrucción continua
de la vida pública democrática. Como pedagogo, estoy trabajando constante
mente para recordarle a la gente, tanto dentro como fuera de mi campo, que
la democracia, lo mismo que se da, también se puede quitar,
Puedes definir la democracia dentro de los estrechos límites de la política
electoral, o puedes definirla como una contienda constante dentro de cada
aspecto de la vida diaria. Entendiendo eso, podemos hacer articulaciones en
tre el trabajo cultural específico que realizamos nosotros y otros campos. Tú
y yo sabemos que Jos conocimientos e identidades siempre conciernen a tas
relaciones entre el poder, el lenguaje, las imágenes, las relaciones sociales vía
ética. Aunque podemos hacer cosas diferentes, hay algo que nos conecta
cuando tenemos la sensación de estar dentro de la lucha por la democracia.
Operamos en terrenos diferentes, pero esa diferencia no llega a ser antagóni
ca, sino básica para la articularión.
D.T. — Antes has dejado claro que éste es siempre un proceso dinámico.
Los conservadores alirmnn a menudo que estamos ya en una democracia ca
bal y que no se debe cuestionar.
H.G. — El caso Mapplethorpe permite darse perfecta cuenta de ese pun
to. En Cincinnati, el director del museo, Dennis Barrie, fue de hecho proce
sado. Su vida no se alinea con una exposición fotográfica particular, sino con
el tipo de crítica social intrínseco a la naturaleza misma de la democracia. Su
lucha es mucho más amplia que las artes. [Posteriormente, Barriey el Cincin-
natí Contemporaiy Ails Center fueron absvieltos] La lucha es a propósito de
nuestra capacidad para identificar realidades de maneras que no sean sim-
PEDAGOGÍA CRÍTICA Y PODER CULTURAL 183
A utókidad y acción
D.T. — Por hacer el papel de abogado del diablo durante un minuto, ¿qué
hay del argumento de que !a enseñanza apera dentro de relaciones de poder
desigual, pese a las teorías de acción y resistencia, v de que incluso los princi
pios de pedagogía crítica son transmitidos a un estudiante a través de un pro
fesor dominante? Si estamos hablando acerca de lo que nos construye a todos
y nos motiva en lo que hacemos, ¿cómo un profesor que practica la pedagogía
crítica no va a comunicar una ideología a otra persona por su propio interés?
H.G. — Dos cuestiones. Quiero reiterar que el conocimiento se produce
más que se recibe. Eso plantea un interrogante muy interesante sobre el con
cepto de autoridad. Puedes ejercer la autoridad de maneras que no estable
cen las condiciones para que el conocimiento se produzca y se asuma. Yo lla
maría a eso autoritarismo. O puedes ejercer la autoridad para crear unas
condiciones en las que se encuentre una tensión básica en el núcleo de núes
tro modo de enseñar. Esle método estimula la reflexión personal, el aprender
de (os demás y el dar nueva configuración a formas de práctica cultural.
Por tanto, cabe estar teóricamente en lo cierto y pedagógicamente equi
vocado. Cabe que yo pueda entrar en una clase y diga que este conocimiento
es absolutamente valioso, porque es una pedagogía antirracista que trata las
cuestiones de diferencia de una manera profundamente utópica. Ciertamen
te, podemos justificar el hacer eso, pero lo que no podemos justificar es su-
pemer que eso es todo lo que debemos hacer. Tenemos que considerar tam
bién cómo el conocimiento puede ser tratado de maneras que lo convierten
en objeto de análisis y no de reverencia. También es preciso que considere
mos cómo el conocimiento se entiende dentro de los contextos de las expe
riencias que los estudiantes traen a nuestras clases. No estamos allí simple
184 I OS TRABAJADORES CULTURALAS V I.A t'LDAGOGÍA CULTURAL
mente para producir conocimiento, de modo que éste se pueda debatir, sino
también para ser autocríticos nosotros mismos y aprender de tas formas de
conocimiento producidas en cuanto procedentes de Ja clase, de nuestros es
tudiantes, de la comunidad v de sus textos.
Sin embargo, debemos tener siempre presente nuestra obligación de no
rehuir la autoridad, sino de ejercerla en nombre de la formación personal y
social. Eso significa recordamos siempre que e! poder se debe ejercer dentro
de un marco que permita a los estudiantes conformamos y ser más críticos
acerca de sus propias voces, así como ser conscientes de los códigos v repre
sentaciones cuhuraíes de otros, más allá de la inmediatez de su experiencia.
Como trabajadores culturales, debemos ser conscientes de Ja naturaleza par
cial de nuestras propias opiniones.
No pretendo aiirmar simplemente que, como intelectual blanco de clase
media, no tengo derecho a hacer otra cosa que escuchar las voces de los opri
midos. Eso supone que la ubicación social v la política de identidad determi
nan y garantizan absolutamente el modo en que uno trata las cuestiones po
líticas. No tengo ningún problema en exorcizar la autoridad con tai de ser
constanlemente autocrítico acerca de los límites de mi propio conocimiento.
Es preciso reconocer e! significado de situar a los estudiantes en unas rela
ciones de diferencia y articulación que les impulsan de forma coherente ha
cia formas de lucha consigo mismos, con los profesores v con la sociedad en
general.
D.T. — Ése es un problema muy difícil. Conozco profesores que se han
sentido frustrados con las técnicas centradas en el alumno porque no funcio
nan. Los estudiantes resisten porque no creen realmente que el profesor les
esté cediendo autoridad. Reconocen instintivamente que ia institución está
ejerciendo una influencia más que determinante sobre lo que ocurre en el
aula.
H.G. — Es ingenuo negar la existencia de la autoridad. En vez de intentar
negarla, uno debería investigar cómo se ha de ejercitar.
D.T. — No puedes evitar la autoridad, porque es una condición psicológi
ca. Crea ona relación de transferencia.
H.G. — F.l problema de la autoridad suscita otras cuestiones diversas. No
somos simplemente intelectuales en flotación libre. Estamos inscritos dentro
de instituciones que poseen el peso histórica de tipos particulares de poder.
Oueramos o no, particularmente enmo profesores de universidad o gente im
plicada en otras instituciones culturales, no nos representamos simplemente
a nosotros mismos. Somos representaciones de la autoridad, y decir a los es
tudiantes que las instituciones y las prácticas de poder no existen equivale, en
realidad, a ser engañoso acerca délos modos en que esas instituciones deter
minan nuestros propios papeles. Por esa razón debemos llegar a ser cons
cientes de nosotros mismos mediante el ejercicio de formas oposicionistas de
autoridad; no sólo cuestionar dichos papeles, sino deshacerlos cuando sea
necesario.
Me encuentro con demasiados estudiantes que proceden de lugares don
de tienen miedo de hablar. Toda su vida han estado silenciados. Ahora se está
PEDAGOGIA CRITICA Y PODt R CULTURAL 185
haciendo muy popular el decir que los intelectuales no tienen derecho a ha
blar, que no tenemos ningún derecho a apropiamos de la voy de) oteo. Cier
tamente, no tengo ningún derecho a totalizar' al otro ni a decir que puedo ha
blar por el otro. Puedo hablar de v sobre racismo, sexi.smo y otras cuestiones
como consideraciones que se deben poner cu tela ele ¡nido en una sociedad
democrática, pero, ¿qué ocurre cuando nos encontramos en clase con estu
diantes que han sido mutilados y tienen miedo de hablar? ¿Cómo suscitar te
mas que les animen a hablar? Si intento hacer tal cosa, ¿significa eso que, en
cuanto hombre blanco, he violado alguna categoría qtie dice qtie súk> los ne
gros pueden hablar de opr esión?
L:r experiencia se tiene que leer de forma crítica; nunca bahía por sí mis
ma. Esto indica la necesidad de ejercer la autoridad como una política de
compromiso, y no como una política de aseivión o como tina política de lo
personal/confesional. La autoridad se debe usar para proveer' las condiciones
pedagógicas que capaciten a los estudiantes, no sólo para hablar', sino tam
bién para desarrollar las capacidades críticas y el coraje para transformar las
condiciones que en principio les oprimen a ellos y a otros.
D.T. — Obviamente, uno tiene que ser nuiv cuidadoso al hacer esto.
H.G. — Dado el poder que los intelectuales públicos tienen alguna ve/., me
parece que tenemos obligaciones al menos para inaugurar un discurso en tor
no a lo irrepresentable, lo qtie no se ptiede expr esar' dentro de las relaciones
sociales, particularmente dentro de grupos sabedores de que genei almente
hablar supone ser castigado. Quiero ayudai a crear esos espacios oposicio
nistas sin dominarlos. No quiero decir que ésta sea la única verdad que debe
prevalecer. Pero, como intelectual pública, tengo la obligación de escribir de
nuevo las narralivas de posibilidad para quienes han ocupado posiciones
subjetivas donde eso no ha sido posible anteriormente.
Profesores y comunidades
Introducción
mas suciales a los que se enfrenta actualmente osla sociedad. Dichos pío
bit-mas no sólo son políticos por naluralc/.a. sino lambién pedagógico*, listo
es. cuando quiera que el poderv el conocimiento se unen, la política no m »Ii >
funciona para situara la gente de forma diferente con respecto a la acometi
da ele la riqueza y el poder, sino que lambién provee las condiciones para la
producción y adquisición del aprendizaje. Dicho de otro modo, ofrece a las
personas oportunidades para tratar y reflexionar sobre las condiciones que
las moldean a ellas y su relación con los demás. En este sentido, lo pedagógico
versa sobre la producción de significado y la primacía de lo ético y lu político
como una parte fundamenta) de este proceso. Esto significa que citalquici
anaiisis de la eseolarización pública tiene que abordar las realidades políti
cas, económicas y sociales que construyen los contextos formadores de la ins
titución de la cucolarización y las- condiciones productoras de las diversas po
blaciones de estudiantes que constituyen sus colectivos. Esla perspectiva
supone poner de manifiesto los problemas y circunstancias sociales que a liv
ian a los estudiantes que corren peligro en nuestra sociedad, reconociendo al
misino tiempo que es preciso abordar dichos problemas desde una perspecti
va tanto pedagógica como política, dentro y fuera de las escuelas.
Los problemas que están surgiendo no son de buen agüero, ni para el des
tino de ¡a cscolari/.aeión pública, ni para la credibilidad del discurso de la de
mocracia misma, tal y como se practica actualmente en los Estados Unidos.
Por ejemplo, se ha estimado que casi el 20% de todos los niños menores de I 8
años viven por debajo del límite de la pobreza. De hecho, los Estados Unidos
se sitúan en primera posición entre las naciones industrializadas en pobreza
infantil; así mismo, junto con Sudáfrica, los Estados Unidos son el único pa/s
industrializado que no provee de atención sanitaria universal a niños y muje
res embarazadas. Además, la desigualdad económica empeora: el pobre es
cada vez más pobre, mientras que el rico es cada vez más rico. De hecho, la
desigualdad en el reparto de la riqueza lite mayor en 1988 que en ningún otro
momento desde 1947. Como han señalado Sally Reed y Craig Sautter, «el
20% más pobre de las familias recibió menos del 5% del producto interior
bruto, mientras que el 20% más rico recibió el 44%... El 1% de ias familias po
see el 42% de la riqueza neta de todas las familias de los Estados Unidos».2Al
mismo tiempo, es importante observar que los intentos neoconservadorc-s de
desmantelar la escolarizadón pública en este país durante la última década
se han manifestado no sólo en la exigencia de documentos justificativos y el
desarrollo de una política escolar basada en la lógica mercantil de la elección,
sino también en los implacables recortes que han afectado a los más depen
dientes de las escuelas públicas, es decir, los pobres, la gente de color, las mi
norías, la clase trabajadora y otros grupos subordinados. El «compromiso»
Reagan con la educación y los desfavorecidos se manifestó vergonzosamente
en políticas famosas por restringir radicalmente I ds londos federales para pro
gramas importantes como Aid to Families with Dependent Children, reducir
2. Sullv Reed v R. Craiis Sautter. ..Children of Povertv: The Status of I 2 Million Youna Ainen-
t.nis... Phi Dl’Iia Kappan (jtmio d? 1990), K5.
t A INFERENCIA RESISTANTE Y EL REGRESO DE LA PEDAGOGIA 195
3. Fn este punió, la cuestión es realizar una política de diferencia que permita a diversos ira-
bajadores cuhuralcs reconsiderar y ahondar el propósito y significado de una democracia radical.
Chanta] Mouffe dicc cosas interesantes sobre este tema:
Raymond Williams nos recuerda que la relación entre los estudios cultu
rales y la educación tiene una histuria larga, que parece haber sido olvidada
en los Estados Unidos. Más concretamente, el legado teórico e histórico de
los estudios culturales ha sido ignorado en gran medida por los educadores
progresistas norteamericanos. En parte, esto se debe a que ¡a teoría educa
cional radical nunca ha escapado de forma satisfactoria a una excesiva in
quietud ortodoxa por la relación entre escolarizaciún y economía política, y
se ha negado a asumir las tradiciones complejas y cambiantes que han con
formado las diversas formaciones y proyectas donde se han desarrollado los
estudios culturales.5
Aunque no es mi intención reconstruir la historia de los estudios cultura
les, ni presentar un análisis de sus siempre cambiantes puntos teóricos fuer
4, Ravmond Williüms, «Adult Education and Social Chango.. UVtn; I ('tune ¡o Soy. Londres.
HutchinMMvRadus. J989. págs>. 162, 1SS.
5. Algunos de los mejores comentarios, tanto sobre la historia como sobre* los presupuestas bá
sicos que conformaron los estudios culturales, al menos en sus versiones británicas a partir de los
años cincuenta, se pueden encontraren Lawtence Grossbere, «Tin- Formatioris of Cultural Studies:
An American in Bimiingham». Svatepies 2 (1989). 114-149; Lawrcnci* Gros'-borü, lis ti Si». Sydney,
Australia, Power Publicalions, 19S8; Richard .¡ohnson. «The Ston So Far: nrni Furtlicr Transfor-
malions?»,en David Punter (comp ), hurotlncñon lo CtihumlStudics. Nueva York, Lon?man, 1986,
277-313: Stuart Hall, «Cultural Studies: Two Paradiems». Media. Culture and .SrciVrv 7 (1980), 57
S2, Meaclian Morris, -Bünalitv m Cultural Smdies», J)i\tonrft- til? (!988), 3 29
LA DIFERENCIA RESISTENTE Y El. REGRESO DE LA PEDAGOGÍA ] gj
tes y débiles, deseo centrarme en alguna de las consecuencias que tienen para
proporcionar una serie de categorías que profundizan el provéelo democráti
co radical de escolarización, exponiendo al mismo tiempo de forma teórica el
discurso v la práctica cié la pedagogía crítica como forma de política cultural.
A continuación, pretendo presentar los estudios culturales coma un proyecto
político y pedagógico que proporciona mía convergencia entre una especie de
modernismo que trata temas de acción, voz y posibilidad, y aquellos aspectos
de un discurso posmodernista que han desconstmido críticamente cuestio
nes de subjetividad, lenguaje y diferencia. En efecto, voy a sostener que los
estudios culturales ufrecen un terreno teórico para reconsiderar la escolari-
ter\eneión v posibilidad.
Los estudios culturales son importantes para los educadores críticos pot
ente sientan los cirnientos pura convertir varias cuestiones en fundamentales
pata una teoría radical de la cscolari/ación. En primer lugar, ofrece la base
para crear nuevas formas de conocimiento al convertir el lenguaje en consti
tutivo de las condiciones para producir significado en el marco de la relación
entre conocimiento \ poder. F.l conocimiento y el poder son ainceptuadus de
nuevo en este contexto volviendo a afirmar, no simplemente la indeterminación
del ¡enguaje, sino también la construcción histórica y social del conocimiento
mismo. En este casa, la estrategia de indagación de los estudios culturales in
dica una evaluación tle las disciplinas dentro de las cuales se configura el co
nocimiento intelectual. Sostener que dichas disciplinas se construyen en cir
cunstancias históricamente específicas conduce al descubrimiento de que,
cuando dichas circunstancias han sido superadas, queda en entredicho la le
gitimidad de las formas dominantes de conocimiento. Por tanto, los esfuer
zos para preservar las distinciones entre las ciencias naturales, sociales y hu
manas y las artes se pueden considerar modelos de la política e historicidad
de las disciplinas académicas. En lugar de mantener el conocimiento en al
gún tipo de correspondencia con una realidad objetiva encerrada en sí mis
ma, un estudio cultural crítico ve la producción de conocimiento en el con
texto del poder. Las consecuencias de estos puntos de visla son: reorganizar
el conocimiento de acuerdo con la estrategia de transgresión; definirlas dis
ciplinas tradicionales tanto por sus exclusiones como por sus inclusiones; y
rechazar las distinciones entre cultura superior e inferior.
Es de interés fundamental establecer, no simplemente cómo surgen los
criterios estéticos, sino cómo «nuestras interpretaciones de la saciedad, la
cultura, la historia y de nuestras vidas, esperanzas, sueños, pasiones y sensa
ciones individuales incluyen intentos de conferir sentido en vez de descubrir
l o Lo que aquí está enjuego es algo más que la crisis de representación. Lo
que los estudios culturales ponen de manifiesto es la necesidad de subrayar
las cuestiones de cultura, cambio y lenguaje: con los temas igualmente im
portantes de acción y ética. Las cuestiones de cultura son profundamente po-
] 94 >os TRABAJADORES CULIURALES y l.A PEDAGOGIA CULTURA!.
Inicas v él ¡cas \ e.vi.wn prácticas Icólicas y pedagógicas en ias tpit los educa
dores \ les trabajadores culturales entren en un continuo diálogo y lucha que
afronten las obligaciones de la ciudadanía crítica y la construcción de csleras
públicas que proporcionen «la justificación de un pluralismo cultural, que
pretende abordar las necesidades e intereses de una serie de públicos... y ser
dicaz en ¡ma serie de niveles».' Esto supone algo más que una política de dis
curso v clilcrencjj. También indica una polílica de lumias sociales v cultura
les en las que se crean nuevas posibilidades para identificar concretamente
qué ludias merece la pena emprender, qué alianzas se han de establecer como
resultado de tales luchas v cómo un discurso de diferencia puede profundizar
la lucha política \ pedagógica por la justicia, la igualdad y la libertad.
En segundo lugar, a) definir la cultura como un terreno contestado, lugar
de ludia v iransfnrmacíón, los estudios culturales ofrecen a los educadores crí
ticos la oportunidad de ir más allá de los análisis culturales que idealizan de
forma mmáulica la vicia cotidiana o traían la cultura como mero reflejo de la
lógica de dominación.^ Una versión más crítica tic los estudios culturales plan
tea cuestiones sobre las relaciones entre tus márgenes y d centro del poder, es
pecialmente en cuanto que están configuradas por y en tomo a las categorías
de raza, clase y género. Con ello, una versión de ios estudios culturales confor
mada crítica y políticamente ofrece a las educadores la oportunidad de impug
nar ideologías hegemúniens, leer la cultura de lorma oposicionista v desea ns-
tmir el conocimiento histórico como un modo de reivindicar identidades
sociales que clan voz colectiva a las, luchas de grupos subordinados. En este
caso, la cultura no se considera simplemente corno un indicador de la especifi
cidad de diferentes identidades culturales. La cultura también se configura de
mievo conio discurso político y pedagógico, no sólo para poner en tela de jui
cio formas de subordinación que crean injusticias entre grupos diferentes
cuando estos viven sus vidas en la práctica, sino también como una base para
cuestionar los límites institucionales e ideológicos que han enmascarado his
tóricamente sus propias relaciones de poder tras formas complejas de distin
ción y privilegio. Por tanto, los estudios culturales indican la necesidad de ana
lizar la relación entre cultura v poder como diferencias históricas que se
manifiestan en las ludias históricas, textuales y públicas.
Hn tercer lugar, los' estudios culturales ofrecen la oportunidad de reconsi
derar la relación entre el lema de la diferencia tai y como se constituye den
tro de las subjetividades y entre grupos sociales. Esto supone comprender
más claramente cómo las cuestiones de subjetividad se pueden tratar de ma
nera que 11 d eliminen la posibilidad de acción individual y social. En cuanto
tales, ias subjetividades se consideran contradictorias y múltiples, produci-
7. Rita Filski, -Kermnism, Realism, and ihc Avant-Garde». en Anclrcw Milncr. Philip Thomp
son > Chri.s VV'onh (mnips ). Posrmoefeni Cohditions. Nueva York. Bcrg Pubhshrrs, 1990, p.íps. ?6,
75.
8 Para un análisis excelente de algunas de las trampas toórioas vu donde han caído varías for
mas de eMiitli<* culturales, véanse Meaehnn Morris, «Banalily in Cultural Studics», Di$cour<c 10:2
(198&), }-29\ «Always Already Cultural Siudies: Two Confeienees and a Manifestó»,
77;r ./omual nj ¡hs UtJwss! Modcm Latiguage Associatton 24:1 (1991). 24-38.
LA IjIFliRi:NCIA RES1STENTF. V EL REGRESO DE LA PEDAGOGÍA | 95
cías más c|tie chulas, y son lauto abordadas como rediticias dentro de circuns
tancias sociales e históricas particulares. Es importante señalar el fomento
do una práctica pedagógica basada en lo que Lairv Gmssberg llama una teo
ría ele la articulación. Escribe:
Finalmente, los estudios culturales sientan las bases para entenderla peda
gogía como lina lorma de producción cultural, en vez de como la transmisión
de ana paríicular clcstrc'/.n, cuerpo de conocimiento o conjunto de valores. En
este contexto, la pedagogía crítica se entiende cuma una práctica cultural de
dicada a la producción de conocimiento, identidades y deseos. En cuanto for
ma de política cultural, la pedagogía crítica supone inventar un lenguaje nue
va para .situar nuevamente las relaciones profesor-alumno dentro de prácticas
pedagógicas que abran, en lugar de cerrar, las fronteras del conocimiento y el
aprendizaje. Las disciplinas va no pueden definir los límites del conocimiento
ni determinar el abanico de preguntas que se pueden hacer. Así misma, la pe
dagogía etílica, dentro de la tradición de unos estuchas culturales anteriores,
acaba cun la idea dominante de que la cultura como pedagogía versa sobre-
transmisión y consumo. Por arriesgado que sea este acercamiento, siiv e para
inventar de nuevo el proyecto y la posibilidad de enseñar y aprender dentro de
un contexto que asume sus propios presupuestos ideológicos en lugar de su
primirlos. Con ello, la pedagogía crítica puede afirmarse en el terreno de las
convicciones mediante fomtas de tratamiento ético y trabajo cultural que
alrontan libremente prohlemas reales que se plantean en la vida cotidiana. En
efecto, en cuanto forma de producción cultura!, la pedagogía crítica se con
vierte en un referente crítico para entender cómo vanas prácticas dentro del
circuito del poder inscriben instituciones, textos y culturas vividas en formas
particulares de regulación social y moral que presuponen visiones particula
res del pasado, el presente y el futuro. A continuación me propongo desarro
llar aún más la relación entre los estudios culturales y alguna de las cuestiones
mencionadas antes como parte de un debate más amplio sobre el lenguaje, la
diferencia, la voz y la pedagogía.
La educación puede muy bien ser, por derecha propio, el instrumento por el
cual cada individuo, en una sociedad como la nuestra, puede- conseguir acceder
196 los TRABAJADORAS CULTURALES Y L.A PÜDAÜOGÍA CULTURA!.
a cualquier clase de discurso. Poro lodos sabemos que cn sti distribución, cn k>
que permite i- impide, sigue los trillados líenles de batalla cid conflicto social.
Cada sistema educativo es un iiicd¡0 político de mantener u modificar la apro
piación de] discurso con el conocimiento y poder que lleva consigo. '
Eli los Estados Unidos hay una larga tradición de ver las escudas como
instituciones relativamente neutrales cuyo lenguaje y relaciones sociales re
flejan los principios de la igualdad de oportunidades. Por ejemplo, las teorías
liberales de la educación se basan en la creencia de. que los estudiantes tienen
libre acceso al lenguaje y conocimiento que las escuelas proporcionan en el
marco de su responsabilidad pública para educar. Más recientemente, los
educadores radicales se han inspirado en \anas tradiciones teóricas que vin
culan lenguaje y poder para refutar este supuesto." No sólo dejan patente la
ingenuidad de taíes opiniones al revelarlas restricciones sociales y políticas
que operan sobre el lenguaje; también proporcionan una intrincada lectura
de romo e! lenguaje escolar funciona a través de una red de jerarquías, prohi
biciones v negativas para recompensar a unos estudiantes y negar a otros el
acceso a lo que se puede aprender y decir dentro de los confines de la escola-
ri/ación dom inan te.Para los educadores radicales, las escuelas son lugares
donde el conocimiento v el poder entran en ¡elaciones que se articulan con
conflictos que se resuelven luchando en la sociedad más amplia. F.n esla tesis
resulta básico el supuesto de que el lenguaje de la escolan zación está impli
cado en lormas de racismo que intentan silenciar las voces de grujios subor
dinados cuvo lenguaje principal no es el inglés y cuyo capital cultural es mar
ginado o denigrado por ¡a cultura dominante de escoiarización.
En esta visión del lenguaje, hay tres elementos importantes que es nece
sario reiterar. En primer lugar, el lenguaje tiene un fundamento social y se
debe considerar un Jugar de lucha que implica la producción de conocimien
tos, valores e identidades. En segundo lugar, en cuanto fenómeno social, el
lenguaje no se puede separar de las fuerzas y conllictos de la historia social.
En otras palabras, la historicidad de la relación entre formas dominantes v
subordinadas de lenguaje permite comprender mejor In contestación del su
puesto de que el lenguaje dominante en cualquier momento dado sería sim
plemente el resultado de un proceso que se daría de forma natura], y no el
fruto de luchas y conflictos históricos y específicos. En efecto, la literatura so
bre lingüística social, desconstrucción y posieslnicturalismo proporciona
una lección importante al negarse a analizar la relación entre lenguaje y po
der desde una perspectiva simplemente sincrónica y estructural. Aunque los
educadores radicales se interesan vivamente por el tratamiento de las ideolo
gías que estructuran los paradigmas lingüísticos dominantes y las formas de
10. Miche) Foucauk, -The üisenurse orí Languaee». The Anhaeolnoy 0f Knon7<y/¡lv. Londre\.
Tmislock, 1972, pág. 227.
)), Para un resumen de lo.s diversos discurso.v que los educadora radical*.^ esüir» asumiendo
actuaimenie, véase Diane Macdunel!, Theoric. of Discoutsr. Lundrcs. Blackudl, 1986.
12. Trato esta cuesiión en Dcnry A. Girot:\. Scfiooh'ny <¡>jsí ihr Sirit¡xfe for i'ubiu Ufe, Minnea
polis, Uníversity uf Minnesuta Press. IV88.
LA DIFERKNCIA KFSIS ll'NJ J. Y ¡ J R¡ (,RI SO :>t LA I'LD.VWGIA 197
_ . e de po
sibilidad».16 En este caso, se insiste en percibir el lenguaje como una fuerza
3osioionista y también como una fuerza afirmativa. Esto es, se piensa que
3 '^ '
dades que impugnan y contestan las condiciones mismas en las cuales se ex
perimentan y vivt'n la hisloria, el deseo, la voz v el lugar. Dentro de este con
té* lo la educación radical of rece a los educadores una aproximación crítica a
la pedagogía, forjada en el discurso de diferencia y voz.
El discurso de diferencia usado tanto por Gloria Anzaludua como por Au-
dre Lorde proporciona una vislumbre del fundamento múltiple y movedizo
que el término sugiere. Definido en oposición a códigos hegemónicos de cul
tura, subjetividad e historia, varios teóricos sociales han empezado reciente
mente a usar un discurso de diferencia para poner en tela de juicio algunas
de tas aserciones dominantes más fundamentales que caracterizan las cien
cias sociales tradicionales. Como he señalado en otros capítulos, los teóricos
que escriben sobre antropología, feminismo, teología de la liberación, educa
ción crítica, teoría literaria y una multitud de otras áreas rechazan fir
memente los supuestos tradicionales relativos a la cultura como un campo de
experiencias compartidas definido desde un punto de vista etnocéntrico oc
cidental; además, los teóricos críticos han rechazado el supuesio humanista
19. Angela P. llams, «Race and Essentialism in Feminist Legal Theory». Sínnfonl U u Reno.-
42 (febrero de 1990), pág. 5S1. Para un análisis de tas mujeres de color que han contribuido de ma
nera significativa a una leoria de la diferencia, véanse kimberle Crenshaw, ■.Demarf.inalizinp (he
Intcrstfition of Race and Sex: A Black PcminiM Critique of Ani¡di.v:rirn¡ii;.i¡on Doctrine. Feminist
TheoiA and Anliracist Poütics». The üutversttvof Llncat-o LegalForum (19Í9), 139-167: Repina Aus-
tm, -Sapphire Bound!., H’iscousin Law ttevicv (otoño de 1989). 559-578. Estoy muy cn deuda con
Linda Brodkevporliamarmi alencion sobreestá liieralura Además, vease el excelente ii abajo de Lin
da Brodkcv. .Tmvard a Feminist Rlieioric ol Difference». Auslin. Univcrsiiy of Texas. 1990.
200 LOS TRABA.IADORF.S CLI.H KAI HS V I A FKDAW'iGIA C1LTI RAI.
ciones pro!esor-ah¡mno. Aunque éstos deben ser lemas impor lantes para los
educadores críticos, una pedagogía crítica más viable necesita ir más allá,
analizando cómo se asumen de hecho las ideologías en las voces y experien
cias vitales ele los estudiantes en cuanto que clan significado a los sueños, de
seos y posiciones subjetivas donde ellos habitan. En esle sentido, Icjs educa
dores radicales necesitan crear las condiciones para que los estudiantes
hablen de modo que sus narrativas se puedan afirmar y asumir junto con las
coherencias y contradicciones que caracterizan tales experiencias. Más con
cretamente, la cuestión de las experiencias del alumno se tiene que analizar
como parte de una política snás amplia de voz y diferencia.
Como señala bell books, llegar ¡1 la voz significa «pasar del silencio a la pa
labra como un gesto revolucionario... la idea de encontrar In \<v. de uno o de
poseer una voz asume una primacía en el discurso hablado, la escritura v la
acción... Sólo podemos hablar como sujetos. Como objetos, permanecemos
sin voz —nuestros seres los definen e interpretan otros - (...) La conciencia
de !a necesidad de hablar, de dar voz a las diversas dimensiones de nuestras
vidas., es un modo |dc comenzar] el proceso de educación para una concien
cia crítica».29 Esto supone que los educadores necesitan acercarse al aprendi
zaje no simplemente tomo adquisición de conocimiento, sino como produc
ción de prácticas culturales que olreccn a los estudiantes un sentido de
identidad, lugar v esperanza. Hablar de voz es abordar una cur'stión más am
plia: cómo las personas, bien se convienen en agentes en el proceso de hacer
historia, bien funcionan como sujetos bajo el peso de la opresión y k¡ explo
tación dentro de los diversos límites lingüísticos e institucionales que produ
cen culturas dominantes y subordinadas en cualquier sociedad dada. En esle
caso, la voz proporciona un referente critico para analizar cómo los estu
diantes se ven privados de voz en contextos particulares al no permitírseles
hablar, o cómo los estudiantes se silencian a sí mismos por miedo o ignoran
cia respecto a la fuerza y posibilidades que existen en los múltiples lenguajes
y experiencia que los conectan con un sentido de acción y autolormación. A)
mismo tiempo, las voces forjadas en la oposición V la lucha crean las condi
ciones cruciales por las que individuos y grupos subordinados pueden reivin
dicar sus propias memorias., relatos e historias como parte de una continua
Jucha colectiva por impugnar las estructuras de poder que intentan silenciarlos.
Al ser capaces de escuchar críticamente las voces de sus alumnos, los pro
fesores se convierten en cruzadores de fronteras, no sólo gracias a so capaci
dad de hacer que diferentes narrativas sean utilizahles para sí mismos y para
otros estudiantes, sino también al legitimar la diferencia como una condición
básica para entender los límites de la voz propia. Al ver la escolarización
como una forma de política cultural, ios educadores radicales pueden unir
los conceptos de cultura, voz y diferencia para crear un territorio fronterizo
donde existan múltiples subjetividades e identidades en el marco de una
práctica pedagógica que proporcione el potencial para expandir la política de
solidaridad y comunidad democrática. La pedagogía crítica sirve para poner
20 bell hooks, Talkmg Back. Boston, .South Lncl iYcss. 1989. p;is. 12.
LA DIFERENCIA RESISTENTE Y El. REGRliSO DE LA PEDAGOGÍA 201
22. Por supuesto, leñemos uns vasta literatura de amkolonialismo que señal» estu imiv ilnra-
mente. Por ejemplo, véanse el capílulo 2 de este libio y Franu hiiiMi. Rfock Shti. Whitr Masks.
Nueva York, Grove Wcidenfeld, 1967; Albcrl Memmi, The Cohvrcr omi the LolomietL Boston. Be-
acon Press, 1965. Para un ejemplo particularmente convincente del uso del lenguaje en la p?oduc-
i ion de b diferencia como indicador del colonialismo, véase Wa Thmnp ». Decolomrmx ¡he \U>t¡l
Véase también Edward W. Said, Oricntalism, Nueva York, Vaniapc Rook*.. 19/9. Por supuesto, la
mayor parte de la literatura anticolonial construye la diferencia, mediante las dicotomías moder
nistas de colonizado contra colonizador, enemigo contra adversario. Mas recientemente, de modo
especia] enel discurso racista que está desarrollando la derecha francesa, el concepto de diferencia
está siendo afirmado mediante temas que parecen renunciar al racismo (el derecho a ser dileremc)
pero en realidad se usan para reproducir ¡:us efectos. Sobre esta cuestión véanse Alam Pohcar. <-Ra-
ci.smand Its Mirror Images», 7Wo.v 83 {primavera ríe 1990), 99-108; Piene-Andre Ingun-lf. « The
New Cultural Racism in Franco», Trios 83 ¡primavera de 1990), 109-122.
23. Sean Cubil*. «íntioduction: Over ihc Borderlmcs». Señen .•sOi-í (otoño de 19fc9). pac. S.
24. Paula Rothenberg, «The Construction. Deconstrurtion. and Reconsirm non ol Dilfert n<o»
Hrpatia 5:1 (primavera de 1990), pág. 47.
25. ibíd.,pag. 43,
LA DIFERENCIA RESISTANTE Y EL REGRESO DI; J.A PEDAGOGÍA 203
32 Véase el capitulo fj de este libro, "Nueva deímic ion de las fronteras Je raza y cinia: más allá
de la política tic pluralismo».
W June Jordán. AVniiing for a Ta\í-\ The ProgtvstiYv (junio de 19S9), p¿ie. 16. Por supuesto, el
llamamiento a superar una política de diferencia e identidad reproductora de narrativas totaliza
doras no se debe confundir con una critica de Iodos los teoncos movimientos sociales que Iratan
cuestiones particulares a fin do promover luchas espccilieas eonlra el lacisinu. el sexismo y la ex
plotación clasista. Uu ha critica esta ¡jar arnizada solo ittandu tales cuestiones se utilizan en el mar
eo de una política de aserción v separatismo que sirve para silenciar olías voces progresistas y gru
pos oprimidos, fcn oMe aiso la política de identidad v el discurso de diferencia se reducen a una
narrativa hecemomea. La complejidad de las cuesnones que rodean la relación entre una política
ile ubicación dileiencia \ esencialismo se tratan cu íeresn de Lauretis. «l he hssence i>l ihe Trian
gle, or. lakiny the ktsk ni F.ssenlialism Scnousiv: Feminist Thcorv m italv. ihe U.S., and Brilain»,
DifferctK? 1:1 u erario de 1989}. 3-37. Cnmcl West, «The New Cultural Polines oi Diíference», Octo-
hei ^^ Uera no de 1 9^-109: Rila Fe! ski. ■<Feminist n. Pnsimoílet nism. and the Ci ilique oí Mo-
deinm- ( Ilihir/;} ( i MujKt- I 3 (o|<>
n<>de Jv,s9V .ví-M'.
206 l-OS TRABAJADORES CULTURALES Y LA PUIMGOOÍA Cl.'l Tl'RAt
conumidades, como uu foro para crear la unidad sin negar l;¡ espc-ctlicidad.'1
3-4. Chiinial Mouffe, ..The Cmcs I.üsson». The Nm Sratcman ami Sorir,> (7 de oembre de
LA DKERHNCJA RESISTENTF. V KL RECíRF.SO DE LA PEDAGOGÍA 207
35, Renato Rosaldo. Culture and Tmth. Bosu.n, Beacon Press, I98S
208 ‘-OS TRABAJADORES CULTURALES y LA PUDAGOGÍA CULTURAL
ehuselK, Hfcrymand G;wvi'v Publishers, 1988’, KmhUvn WiMt-r. T»ac for Chayi^e, Snulh
Híidlev. MassacfuJiL'üs, Bemn and Garvcv* PubWshcrs. 1 J . i v MatLmd,/W«7 Makhi ¡t, Bou]-
(.íor, V/cstview Press, 1988.
3. Las excepciones incluven el trabajo realizado en .SoreH hdticattoH, en Inglaterra, durante fi
nales de los años 70 y principios de los 80 y el curso v esenrns cíe Cultura Popular U203 ofrecidos
por ve/. primera por la Opcn University en 1982 {y concluido* ¡euenicmente). Por ejemplo, véase d
fai Culture: A Tcadmip Ohjcu», Scrcán Educador» 34 {primavera ele 19X0), f7-2</; lain Chambers,
-Retltinkirifr; Popular Ctiliuiv"». Scrcctt Edmuaon 3o vio 1980!, i 13-117: lain Chambers,
■'Pop Müsie: A Teaching Perspectiva*, S*:reen Educaann W íivr;mo de 19Í1), 35*44; Len Master-
man. Teaching Abont Teleihion. Londres. Macmiflan. HS0: Len Masierman. -TV Pedagogv»,
.Vrrtvn Education 40 (otofin invierno 1981/1982), 88-^2', David n.mrs, Popuhr Culture. Cln.\, and
Schooür.g, Londres, Open Universily Press, 1981.
LA CULTURA popular como pedagogía df.l placer 213
concreto. A menudo. tos modos en que los estudiamos afrontan de hecho tal
conocimiento se dan por descontados. Se supone que si uno tiene acceso a
lina comprensión ideológicamente correcta de lo que se ha de en tendel, la
única cuestión seria que se ha de plantearen relación con !a pedagogía es de
procedimiento técnico: esto es, ¿se debe usar un seminario, una conferencia
o algún otro método de enseñanza?'’ En la segunda aproximación, la pedago
gía queda reducida a una inquietud y un análisis relativos a los intereses po
líticos que estructuran formas particulares de conocimiento, modos tic cono
cer v métodos de enseñar. Por ejemplo, los métodos concretos de enseñanza
se podrían analizar según incorporen o 110 intereses sexistas, racistas o cla
sistas, sirvan o no para silenciar a los estudiantes, o promuevan o 110 prácti
cas que incapaciten y despojen de su destreza a los profesores.* En ambos
acercamientos, lo que a menudo se ignora es el concepto de pedagogía como
forma de intercambio v producción cultural que aborda el modo en que el m-
nocimienlo es producido, mediado, rechazado v representado dentro de rela
ciones de poder lanío dentro como lucra de la e.seolanzacion.
Desde nuestro ponto de vista, la cuestión de la pcdngoiiui critica exige una
atención a cómo los estudiantes construven activ amente las categorías de sig
nificado que prefiguran ei modri en que ellos producen el conocimiento en el
aula v reaccionan ante él. Al ignorar las tnrma.s culturales y sociales que es
tán autorizadas por los jóvenes y, al mismn tiempo, sirven para capacitarles
o incapacitarles, los educadores corren el riesi’o de ser cómplices en silenciar
y anillar a sus estudiantes. Esto es ft> que hacen inconscientemente los edu
cadores al negarse a reconocer la importancia de aquellos lugares y prácticas
sociales ajenos a las escuelas que moldean activamente las experiencias del
estudiante y mediante los cuales los estudiantes a menudo definen y constru
yen su sentido de identidad, política y cultura. La cuestión en juego no es de
pertinencia, sino de capacitación. No nos interesa simplemente motivar a los
estudiantes para que aprendan, sino más bien crear las condiciones de apren
dizaje que posibiliten que los estudiantes se ubiquen en la historia e inquie
ran la idoneidad de dicha ubicación como una cuestión tanto pedagógica
como política.'1
4. Ansbas poskiKis si: pueden encomia en Thcodore Mills. Norton y Reviví! Oüman (comps.),
.Studus in .Soaalut Nueva York, Monlhlv Revimv Press. ll)H7. Un ejemplo clasico (.le pri
vilegiare! conocimiento eo el cri< dentro educacional se puede en11 ¡Mirar en Picnv Bom dieti v Jenn-
Uamtc Pa.sseson, Rcproditanm ni í-dttcntioti. Society, and Culture, Londres. Sage Pubhslicr.s, 1977;
Rachc'l Phili p, hnowledfie. Idi-oío^w und the Politics of Schoolitig, Nuei/a York, Routledge and Keyan
Paul. iyso.
5. Gran pane del jrahnjo radical que se ocupa del curriculum oculto cayó en la (rampa teórica
de privilegiar las relaciones sociales y los procesos pedagógicos por encima de las relaciones entre
conocimiento v poder: el ejemplo mejor conocido es Samuel Bowles y Herbert Gintis. Schooling ni
Gtpiialitt Animen. Nm?va \<nk. B;imc Hooks. 1976; o<ro ejemplo se puede encontraren Robert V.
Rutlnugh, Jr.. Stanley L. ColdMein \ t.;idd Hok. (fuman Interesa, in the Curriculum. Nueva York,
Teaehcrj. College l’ress. I^s-I
6 li.ua cuestión se ir;ti;t con detalle cn Henry A. Girous, Schoolinfi and the Struggle fot Public
Ufe, Mmneapn)í>. llrmerMiv of Minnesoia Press, 1988; Valone Walkerdine, «On the Regutation of
Spcakine and Silente: Suhiecnvii\. Class. and Gender in Comemporary SchooSing», en Language,
214 LOS TRABAJADORAS CULTURALES Y LA f’LPAGOGÍA CULTURAL
Ge.iiíhr and Chitdhootl, Carolyn Steedman, Cathy Urwin y Valerie WaJkerdme {comps.), Londres,
Routledge and Kegan Paul, 1985, 203-241; Roger i. Sirnon, «Empcmerrnem as a Pedagogy of Pos-
sihfliiy-, Lanpuage Arts 64:4 (abril de 1987), 370-382, Michcllc Fine. Frnming Drapauts. Albanv,
SUNY Press. 1«91.
7. La cuestión de la polinc» y pedagogía de la implicación emociona) se estudia en Larrv Gross-
berg, «Teaching ihe Popular», en Theorv in ihe Classroom, Carv Nelson (corap.), Urbana, University
of Illinois Press, 1986. J77-200. Para un análisis excepcional de la relación entre el placer y lo po
pular, véase Colín Mercer, "Compbcit Plcasure», en Popular Culture and Sacia¡ Rctaúms, Tnny Bal
udí, Colín Mercer y Janet Woolbcool (comps). Londres, Open University Press, 1986. 50-68. Véan-
ye también vanos artículos en Fredric Jamcson v otros. FormaUons of Pleasure, Londres, Routledge
and Keuan Paul, 198.3: Rop-r 1. Simón, Tenchim; Againsl ¡he Gnún. Nueva York. Bergin and Garvcv
Press, 1992.
LA CULTURA POPULAR COMO PEDAGOGIA DEL PLACER
8- Para un iralamii-WO histórico de este lema, vérse Patrick Brantlingcr. Bread and Circuíev:
Tin n I \lt ( i! ir as Social Dea,y, llliaca. Comcll llnivuixiiy Press. 1981. Usté asumo lia sido
(rulado ¿Mensamente. v no pedemos repetir aquí Indas las [líenles; pero cuelen!^ análisis de las
deficiencias teoncas v políticas de las posiciones de izquierda y de derecha sobre la cultura popu
lar se pueden encontrar en Stuart Hall, «Deconsirticnng "the Popular’’», en People's Hi.trorx and So-
cu h i Jl n M In I Samuel (cooip.), Londres, Roulíctlge and Kcgan Paul. 1981, 227 240, Tons
Bcmteit y Graliam Martin (comps.), Popular Culture: Pasi Prestnt. Londres, Cruom Helm/Opcn Uní-
versuy. 1982; Bennelt. Mercei y Woollacool (comps.), Popular Culture and Social Relations. Vale la
pena señalar que una versión más reciente de eíitismo cultural de izquierdas que desprecia a las
masas se puede encontrar en Jcan Bandrillard. In the Sharlw of the Sikm Majorílies. Paul Foss
lliad.), Nueva York, Semiotexl(e). Inc., 1983; Jean Bamlnllard, SimK/tiiíum, Paul f-oss y oíros
(irads.), Nueva York, Seniioicxi(e), Inc., 1983 El epítome de conservadurismo cultural y odio a la
2 16 LOS TRABAJADORES CULTURALES Y LA PEDAGOGIA CULTURAL
9. Mas 1-lorkhtiraer yTheodor W naorno. Dmlevttc of Etilightenmcni. Nueva York. Hcrder and
Herdor, (1944), 1972 (véase especialmeoic .. i he Culture Indusny Enlighienment as Mass Decep
1,1
lion», )20-) (V7); Tlieudor W. A ) 1 mi the Patlcms of Miís Culturo, en Ma.v Cul
ture: The Popular Ans Amencn, Bmiaid Rosenbcrg y David Mamiing Wtiile (onraps.), Glencoe,
Nueva York, The Fice Press, 105/. eMx'Cialmeille las págs. 4S3-484; Theodor W. Adorno, Mínima
Motaliíi, Londres. New Lefi Books i *9m l '11,-i
10. Theodor VY. Adorno, «Culture JnauMj-e Reeunsidered», New Germán Critique 6 (otoño de
1975), págs. 1S-I9.
LA CULTURA POPULAR COMO PEDAGOGÍA DEL PLACER 2)7
12. Tonv Benncit. «The Polines of the "Popular" and Pooular Culture», en Popular Culture and
Sncitil Rehtionx, Bcnnetl. Merecí v Woollacoot {comps), pag. 15.
P. Ejemplos de esla tradición cn los Estados, Unidos se puede» encontrar en el Journal of Po-
piilm í ni/un!. Véase laminen John G. Cawelti. //;<■,Si.v-Gww Mxstu/tie. Binvlme Creen, Bowling Gre-
<•» Mate L'mvcrvilv Press. 198-1. Par:] un análisis de esla cucalón. vease Stuan Hall, «Deconstruct-
Ing tlie Popular ». kiempltis de uabaio i|uc inleani la hislom v los análisis teoricos si¡n .Inlin F.
Kasson. .-Ilumine ¡he Milhoa CYwv hUmi a, llie Tur,l of tlw O■nturv. Nueva York, tlllt and Wanu,
1978: Duncan WchMcr. LcoLa Ynudcr: The Imagina,y Ammca of Populist Culture. Nueva York,
218 ¡.os trabajadores culturales V la pedagogía cultural
herenle con una visión de la cultura como objeto v de los estudiantes romo
meros portadores del conocimiento recibido. Aun partiendo cíe posiciones
políticos diferentes, ios defensores, de izquierdas y de derechas, de la cultura
superior sostienen a menudo que la cultura del pueblo tiene que ser reem
plazada por formas de conocimiento y valores que están en el corazón de la
cultura imperante. En estas perspectivas, las modalidades de lucha revolu
cionaria v mantenimiento conservador paireen converger en torno a una vi
sión de la cultura popular como una forma de barbarie, un concepto de «la
gente» como inocentones pasivos y un llamamiento a una visión de la ilus
tración que reduce el significado y la producción cultural a los confines de la
cultura superior. Las cuestiones relativas a la naturaleza multidinieusional
de las luchas, contradicciones y reformas que inscriben de modos diferentes
la superficie, históricamente específica, de las formas culturales populares
son pasadas por alto completamente, tanto en las posiciones radicales, como
en las conservadoras antes expuestas.
Las opiniones izquierdistas dominantes sobre la cultura popular no han
proporcionado un discurso apropiado para elaborar una tea ría del análisis
cultural que comience con la cuestión de cómo el poder entra en las luchas a
propósito de los ámbitos del sentido común y la vida cotidiana."’ Y dichas ex
plicaciones tampoco proporcionan una percepción teórica suficiente de
cómo las cuestiones de consentimiento, resistencia y In producción de subje
tividad son formadas por procesos pedagógicos cuyos principios estmetu-
rantes son profundamente políticos. Por supuesto, en las exageraciones que
caracterizan la cultura popular, bien como impuesta desdo anilla, bien geno-
rada espontáneamente desde abajo, hay indicios de la realidad política dc¡
poder cultural, como fuerza de dominación y también como condición de la
lucha y afirmación colectivas. L<¡ importante es no separar esios diferentes
elementos del poilrr cultural unos de olios como oposiciones binarias, sino
captar la complejidad de las relaciones culturales tal y como se manifiestan
en prácticas que capacitan e incapacitan a la gente en lugares y formas so
ciales que dan significado a las relaciones de la cultura popular.17
I7. lisia eucshón ;«parece cn diversos ensayos cn Henry A. Giroux y Rogcr I. Simón (comps.).
Popular Cuhu e S l hitf>, and kvcn'davhje. Nueva York, Bergin and Garvey Press, 1989.
18. Véase Amonio Grainscj. StlcMons ¡rom Prisan Noicbooks, Quintín Moaré y GeoCfruy No
wcll-Sjniih (comps. v líads 1, Nueva \nrk. IntemaUonal Publishers, 197i; Amonio Gtarase i, Sekc-
fions Frotn Cultural Wnfwys. lJavid I oreáis v Cicoffrcv Nowell-Smnh (comps.), Wiiliani Boelhowcr
tirad.), Cambridge. Harvard Universíiv Press, 1985.
19. Larry Gros.sbern proporciona una útil elaboración teórica de la hegemonía corno lucha por
lo popular
La hegemonía no es una locha umversalmcme presente; es una política coyuntural creada por
las condiciones de capitalismo avanzado, cultura y comunicación de masas. . La hegemonía define
los límites cn que podernos luchar,dcniro del campo del «sentido común» o «conciencia popular».
F.* la ludia por ai uruhw ia posición de «liderazgo» deniro de la formación soend, e! ímenio por par
le del bloque dirigente de ganarse ta posición de liderazgo en iodo ei terreno tic la vida política y
cultural. La hegemonía implica la movilización del apoyo popular, por parte de un bloque social
particular, en favor de la amplia gama de sus provéelos sociales. De este modo, la gente asiente a
un particular urden sodat. a un particular sistema de poder, a una particular articulación de las ca
denas de equivalencia por las que el interés de) bloque dirigenie llega a definir ia* principales posi
ciones de la genie >•* una lucha a propósiio de «lo popular*.
Lany Gro^shcJg. «HHoiv, Polilics. and Pnsimodernism: Siuait Hall and Cuhural Si»idii>>.
220 LOS TRABAJADORAS CULTURALES Y LA PEDAGOGÍA CULTURAL
iuer/.a .sancionada <ilíirinlmcj-nte que por lo que él llama la lucha por el lide
razgo hegemónico. El liderazgo hcgemónico se reitere a la lucha por ganard
consentimiento de los grupos subordinados al orden social existente. Al sus
tituir el concepto ele dominación por la lucha begemónica, Gramsci indica
los modos complejos en que el consentimiento se organiza como parte de un
proceso pedagógico activo en el terreno de la vida cotidiana. Según Gramsci,
dicho proceso debe trabajar una y otra vez el terreno cultural e ideológico de
los ampos subordinados a Tin de legitimar los intereses V autoridad del blo
que dirigente.-.
El concepto de hegemonía de Gramsci ensancha la pregunta ele qué grupos
sociales poseerán y ejercerán el poder. Y Jo que es más importante, suscita va
rias consideraciones teóricas relaiivas al modo en que un conjunto de prácti
cas culturales, económicas y políticas sirve para definir, organizar y legitimar
conecpcionL'.s particulares del sentido común.'’1’ La hegemonía de Gramsci ne
cesita ser articulada como un proceso político y también pedagógico. El lide
razgo moral y c! poder estatal están vinculados a un proceso de consentimien
to, en cuanto forma ele aprendizaje, que se alianza mediante la elaboración de
discursos, necesidades, llamamientos, valores e intereses particulares que de
ben abordar v transformar los intereses de los grupos subordinados. Desde
esla perspectiva, la hegemonía es un proceso histórico continuado, mudable y
problemático. Hl c’on sentimiento se estructura mediante una serie de relacio
nes marcadas por una constante lucha política, a propósito ele concepciones y
visiones de! numdo rivales, entre grupos dominantes y subordinados. Vale la
pena señalar aqeií que ésta no es una lucha política enmarcada dentro de las
polaridades de una cultura dominante que se impone y una cultura subordi
nada débil o «auténtica». Al contrano, al afirmar que cada relación de hege
monía es necesariamente una relación educacional, Gramsci deja claro que un
bloque dirigente sólo se puede dedicar a una lucha política y pedagógica por el
20. Al centrarse en la relación entre poder y dominación, por una parle, y consentimiento y lu
dia, por otra. Gramsci destaca no solo la crmli adicción entre los intereses del bloque dirigente y la
impotencia de los grupos subordinados, sino también tas contradicciones entre las opciones que Jos
grupos subordinados loman y la realidad de la conducta que viven concretamente en su vida coti
diana. Pensamiento jr acción, sentido común y experiencia vital se ennvierte» para Gramsci en dó
menlos de una conciencia contradictoria cpie estaría en el corazón de la lucha política y pedagógi
ca Gramsci llantina In t|Ue el entiende por conciencia coniradicioiia en e! siguiente pasaje:
El hnrnhrc en la-masa activo tiene una actividad práctica, pero no tiene una conciencia teórica
clara de su actividad práctica, que. sin embargo, implica entender el mundo en tanto que Jci trans
forma. Su conciencia teórica puede csiar ciertamente en oposición a su actividad. Uno casi podría
decir que tiene dos conciencias teóricas (o una conciencia contradictoria); una que está implícita
en su actividad v que en realidad lo une con sus compañeros de trabajo en la transformación prác
tica del numdo real: \ pira, superhcialmenie explícita o verbal, que ha heredado del pasado, absor
biendo!» de lorma no critica. Pero esta concepción verbiil no deja de tener consecuencia. Mantie
ne mudo un kmupo sol lid espeethen. mfiuve en h conducía moral y en la ditvcüun de la voluntad.
ct>h ehcacia vnrutble. pera a menudo '.on k< lucrza suficiente para producir una situación en la que
el estado t orjiradictnno de conciencia no permite ninguna acción, ninguna decisión ni ninguna
elección. \ produce una condición de' pasmd.id mond \ poli'iiea.
Antonio ümmsci. .Srfcawns fumi Prtsau NoTebooks, Hoare y Smith (comps.), pág. 333.
LA Cl'LTLÍvA POPULAR COMO PEDAGOGÍA DEL l’I.ACER 221
Queremos extender aún más esta intuición y afirmar que las formas cul
turales populares no sólo se leen de maneras complejas, sino que también
incorporada. La gente está empeñada en ludias con, dentro y a veces contra ver
daderas determinaciones y fuerzas con tendencias, en su esfuerzo por apropiar
se de lo que se le da. Por consiguiente, sus relaciones con lexios y prácticas par
ticulares son complejas y t-oii!i adicionas: pueden ganar algo en ia lucha contra
el sexismo y perder algo en ia lucha entura la explotación económica; pueden, a
la vez, ganar y perder algo económicamente; y, aunque pierdan terreno ideoló
gico, pueden ganar algo de fucila emocional Si la vida de la gome nunca está
224 l.OS TRABAJADORAS CULTURALES Y LA PEDAGOGÍA CULTURAL
pie compleja v ,icma, entonces entender lo cultura [pcipular] n-quicic <|tie oh-
seivciuo1' i -hho la nenie c^ta insería activamente ci¡ Linares paihculaies Je la
c ija cotidiana > mino la^ articulaciones particulares capacitan c incapacitan a
Los conceptos teóricos l lave para especificar más la cul tura popular como
lugar particular tic hreba \ acomodación se pueden organizar inicialmente en
tomo a la categoría de lo que nosotros designamos con el marbete de «lo pro
ductivo». Ln su sentido más amplio, usamos e! termino "productivo» para
aludir a la construcción y organización de prácticas adoptadas por grupos
dominantes y subordinados con el fin de asegurar un espacio para producir y
legitimar experiencias y formas sociales constitutivas de formas de vida dife
rentes, forjadas en relaciones asimétricas de poder. El término «productivo»
apunta a dos conjuntos marcadamente diferentes de relaciones denlro de la
usiera de lo popular.
El primer conjunto de relaciones se refiere a los modos en que )n cultura
dominante lunciona como una luer/.a estructurante dentro y a través de lor-
mas populares. I.in este caso la cultura dominante intenta asegurar, tanto se
mántica como y lecti\ ámente, mediante la producción de significado y la re
gulación ilcl placel', la complicidad de los grupos subordinados. En lugar de
recha/ar e ignorar simplemente las tradiciones, ideologías y necesidades que
surgen de las culturas de los grupos subordinadas, la cultura iluminante in
tenta apropiarse y transformar los procesos ideológicos y culturales que ca
racterizan el terreno de lo popular. Lo que se debate aquí son los procesos de
producción selectiva, la distribución controlada v los conceptos regulados
de tratamiento narrativo y consumista.
En el segundo conjunto de relaciones, la noción de productivo se refiere a
los modos en que los grupos subordinados articulan una serie distinta de
contenidos y/o un nivel de implicación en formas populares qtte es de natu
raleza menos distante y más social que el encontrado en las formas cultura
les de grupos burgueses dominantes. Esta articulación y conjunto de relaciones
se caracterizan por una negativa a dedicarse a prácticas sociales definidas
por una racionalidad abstracta, una labor de cartografía teórica, por decirlo
así, que estructura las formas culturales mediante una negación de los cono
cidos placeres e implicaciones afectivas. Para la clase dominante, dicha ne
gativa se entiende a menudo como una capitulación ante el momento, la di
versión del acontecimiento o d «horror de lo vulgar». Una lectura más crítica
podría indicar que la implicación afectiva y el nivel de injerencia activa en
formas populares tales como deportes de barrio, baile punk o bodas de clase
trabajadora representan un importante poste indicador teórico. En este caso,
es una forma particular de carácter social que indica algo más qire la vulgari
dad, la cooptación o lo que Bloch llama la estafa del cumplimiento. En vez de
24. Lawrence Gros4.b1.Tp, «Pimine ih<* Pop Back into PoMmodcmism». en Amlrew Ross
ícomp), Universal Ah<¡»do>i? The Pninics of Postmodcmism. Minneapolis, Uniwrsily oí Minnesuia
Press. 1988, pngs. 369-170.
LA CULTURA POPULAR COMO PEDAGOGÍA DEL PLACER
eso, el carúctei social e¡ue estructura las lormas populares puede cauterio' las
potencialidades y posibilidades irrealizadas necesarias para formas más de
mocráticas y humanas de comunidad y formación colectiva.25 Esto se puede
clarilicar más analizando los principios estructurantes que a menudo carac
terizan las formas culturales dominantes.
Fierre Bourdieu sosliene que las for mas culturales de los grupos burgue
ses dominantes se pueden caracterizar por la celebración de un formalismo,
una distancia electiva respecto al mundo real, con todas sus pasiones, emocio
nes y sentimientos. Las relaciones sociales y su sensibilidad correspondiente
présenles en formas culturales burguesas son las que a menudo mantienen
una implicación de lorma —una celebración de imparcialidad estilizada— .
Por utro lado, a menudo hav un espacio en las formas culturales abarcado
por yiupos subordinados que se organizan en Lomo a una .sensibilidad donde
las necesidades, emociones v pasiones de los participantes resuenan en gran
medida con !as estructuras materiales e ideológicas de la vida cotidiana. Tras
esla.s relaciones sociales, se encuentra a menudo subyacente una implicación
colectiva con rica textura de ejercicio y compromiso afectivo en la que no hay
gran disyunción/inteiTupción entre eí acto y su significado. En otras pala
bras, hay un conjunto activo, colectivo, de experiencias y prácticas sociales
pr esentes en formas culturales subordinadas, incluida una forma de partici
pación pública en la que se rechaza la práctica dominante de distanciar el
cuerpo de la reflexión. Éste es el momento productivo de la corporeidad.
Mcrcer ilumina este punto en su análisis del concepto de Bourdieu de «fo r
mas populares»:
25. UniM Bloch. The Principie ofllope, Cambridge, Massaehusetts, M1T Press (1959). 19S6.
26 Mm-er, ■•Complicii Pleasurc pág. 59.
226 LOS TRABAJADORES CULTURALES Y LA PEDAGOGÍA CULTURAL
27. Fierre Bourdieu, «The Aristocracy of Culture», en Media, Culture, and Sociciv 2:2 (1980),
p.v--- 237 238.
LA CULTURA POPULAR COMO PF.DAGOGÍA DEL PLACER 227
28. La insistencia en e) estudio de textos se puede ver muy claramente en Roland Barthvs. S/Z.
Nueva York, Hill í»nd VVang. ] 974; la insistencia en la relación entre cultura popular v consumo se
LA CUU1JRA POPULAR COMO PEDAGOGÍA DJ-L PLACER 229
ideología mino proceso pedagógico, en este taso, se restringe a cómo los sig
nificados son producidos por lus te.\los v mediados por los públicos, o a ana
lisis que intentan desvelar el modo en que el mercado organiza las necesida-
cles a (ín de comercializar la cultora popular.
Lo que falta de manera particular en estas perspectivas son cuestiones
relativas a rómo las formas culturales se pueden entender como deseo movi
liza dnr de un modo que explique cómo son asumidas dichas formas. Por
ejemplo, ¿mediante qué procesos inducen las formas culturales una cólera o
placer que (iene su propio centro de gravedad como forma de significado?
¿Cómo podemos llegar a entender el aprendizaje fuera de los limites tic la ra
cionalidad, como una forma de compromiso que moviliza y a veces recons
truye el deseo? Estas preguntas indican que la pedagogía no está tan clara
mente acomodada en la producción del discurso. Más bien !a pedagogía
constituyo también una coyuntura en la que el cuerpo aprende, se mueve, de
sea y anhela alirmación. Estas preguntas suponen también un rechazo de la
pedagogía del modernismo, que olrcce formas «ideales» de teoría de la co
municación en las que la tiranía del discurso se conviene en el medio peda
gógico último,n es decir, charla materializada como una lógica separada del
cuerpo mismo. Tenemos que recalcar de nuevo que la cuestión del consenti
miento abre ]a pedagogía a lo incierto, ese espacio que niega lo mensurable,
que legitima lo concreto cié un modo que se siente y experimenta más que se
dice simplemente. Con este ai guíñenlo no estamos intentando privilegiar el
cuerpo o una política de implicaciones afectivas por encima del discurso; lo
que intentamos es subrayar su ausencia en el proceso leori/.ador previo, así
como su importancia para una pedagogía critica.
Vale la pena insistir en que la relación que estamos postulando entre im
plicación afectiva y discursiva no carece de dimensión histórica ni es ideoló
gicamente inocente. Tampoco estamos dando a entender que ideología y
afecto, en cuanto formas particulares de implicación, se puedan entender
mejor postulando una ríguia oposición conceptual entre significado y deseo.
Las formas culturales que movilizan el deseo v el afecto, lo mismo que las lu
chas que tienen lugar a propósito de re-producir e implicar el deseo, el placer
y la corporalidad, están construidas dentro de relaciones de poder que son
siempre ideológicas por naturaleza, pero que producen una experiencia o for
ma de implicación que no se puede entender meramente como una construc
ción ideológica —una experiencia re-presentada y disfrutada a través de la
lente del significado y no a través de la primacía tlel placer y el alecto— . Di
cho de otro modo, las interpelaciones en el sentido althusseriano no son me
ramente ideológicas; son también un llamamiento a formas particulares de
placer, que siempre están situadas históricamente, pero no son privilegiadas
230 l.llSTKABAJAUORKS CULTURALES Y l.A PEDAGOGIA Cl'l.Tl R.M.
Banhes dice que «la ideología pasa sobre el texto v su lectura cuino el rubor
sobre un rostro (en e) amor, hay quien encuentra un placer erótico en esla colo
ración)», v cs><> indica algo de la inquietud coiUenipoiánca por el papel vonira-
dictono de ía ideología. Hay un malestar general debido a que, dentro de la plé
tora de análisis ideológico surgida en los últ.mos años, se ha pasado por alto
algo absolutamente crucial: que ahora puede ser importante mirar por encima
de mies iros hombros c intentar explicar una cierta «culpa >. del disfrute de tal y
tal cosa, pese a su conocida procedencia ideológica y política... Cualquier análi
sis del placer, los modos de persuasión, el consentimiento operativo con una for
ma cultural daila tendría que desplazar la búsqueda de un sigmlieatlo ideológi
co, político, económico o. ciertamente, subjetivo y establecer las coordenadas de
ese «formidable lado oculto» (es decir, e! placer, el gozo) (...), poique !o que nos
interesa aquí realmente es una reestructuración del horizonte teórico dentro del
cual se percibe una foiiua cultural. u
32 Laura Mulve>\-Visual PIcasun; and Narralive Cinema*. Ser**» 16:3 (oioño de 1986). 6-1S.
232 J-OS TRABAJADORES CULTURALES Y LA PEDAGOGÍA CULTURAL
A lo largo de este capítulo hemos sostenido que las formas populares con
dicionan ias implicaciones de racionalidad y afecto, y son también mediadas
por ellas. Al intentar concretar más esta observación enmo un modo de ana
lizar formas populares, y también de usarlas como parte de un proceso peda
gógico crítico, vamos a emprender un análisis específico de la película Dirty
Dancing, escrita por Eleanor Bergstein y estrenada en el mercado norteame
ricano durante el verano de 1987.
Como hemos recalcado anteriormente en este capítulo, el concepto de
cultura popular no se puede definir en torno a un conjunto de significados
ideológicos inscritos permanentemente en formas culturales particulares.
Más bien, el significado de las formas culturales sólo se puede determinar a
través de su articulación en una práctica y un conjunto de relaciones contex
túales, históricamente específicas, que determinan sus placeres, políticas y
significados. Esta posición supone sencillamente el estímulo de Roland Bart-
hes de que «cuando es el cuerpo el que escribe, y no la ideología, hay una pro
babilidad de que el texto nos alcance en nuestra modernidad».50Así, nuestros
comentarios sobre el texto de Dirly Dancing no se ofrecen como obseivacio-
35. Grossberg. fPiilting ihc Pop Back into Postmodemism», pág. 179.
Í6. Roland Bañiles, The Grain oftkc Voice: Inlcn-iews 1962-80. Linda Coverdale (irad ), Nuevo
Vurt. HiJÍ & Wang. 1985, pág. 191.
LA CULTURA POPULAR COMO PEDAGOGÍA DEL PLACER 233
nes abstractas sin observador, sino más bien como un iniorme plenamente
encarnado. La trascendencia pedagógica de esta alirmación no se debe mi
nimizar. Signilica que cuando abordamos a tos estudiantes con una conside
ración crítica de formas culturales particulares (sean textos comercializados,
como las películas, o sean relaciones sociales vividas, como los movimientos
pacifistas o medioambientales locales), debemos empezar con un reconoci
miento y examen de cómo nosotros — nuestros contradictorios y múltiples
voes [plenamente históricos y sociales]— están implicados en los significados
y placeres que atribuimos a tales formas. Lo que interesa aquí no es tanto e!
auloconocimiento como la comprensión y consideración de las posibilidades
y limitaciones inherentes a las diferencias sociales vividas.
La siguiente interpretación de Diriy Dancing ha sido producida mediante
un reconocimiento de nuestras propias implicaciones en esta película. Esta
combinación de razón y placer queda organizada no sólo por nuestro traba
jo compartido como educadores interesados en explicar detalladamente las
complejidades de una práctica pedagógica critica, sino también por unas bio
grafías dentro de tas cuales se lormó nuestra más primitivo sentido de con
tradicción social, dentro ele la yuxtaposición de los movimientos, texturas,
timbre e indumentaria del cuerpo. Hemos vivido nuestras vidas dentro, v a
contrapelo, de conjunciones muy diferentes de clase, género y relaciones ét
nicas. Pero lo que hemos compartido es la conmoción, el temor reverencial y
la producción de deseo al confrontar cuerpos que sabían algo que nosotros
ignorábamos. Para Simón, esta experiencia de diferencia y deseo fue organi
zada, en cierto modo, por haber nacido de un matrimonio constituido supe
rando divisiones de clase. Así, las infrecuentes visitas v las celebraciones fa
miliares con parientes de clase trabajadora y los momentos más frecuentes
en que cueipos adultos — padre y amigos— [con la sintaxis, semántica y vo-
iumen mismo de! habla; con el uso expansivo del espacio y de los gestos] ar
ticulaban formas de pasión y placer suprimidas por la separación ofrecida
con rituales de clase medía de educación y formalismo. Para Giroux, la expe
riencia de tener una cultura diferente inscribe el cuerpo en una perspectiva
que estaba reñida con su propio posicionamiento social, producido cuando
las afiliaciones organizadas a través de! deporte en la escuela superior le lle
varon a pasar el tiempo con negros de clase trabajadora. Asistiendo a fiestas
de fin de semana, bailando al ritmo de cantantes negros de blues como Etta
James y aprendiendo cómo bailar sin mover los pies, dejó patente el hecho de
que el cuerpo podía hablar con un ritmo enormemente diferente de aquel que
estructuraban los bailes de la Catholie Youth Organization, organizados para
jóvenes blancos de clase trabajadora. En nuestras dos situaciones, nuestros
cuerpos estaban posieionados dentro de diferentes conjuntos de experiencias
y prácticas que encarnaban contradicciones que no entendíamos ni éramos
capaces de expresar.
A diferencia de las muchas películas de adolescentes que han barrido los
mercados norteamericano y europeo, Dirly Dancing ubica la formación de
los jóvenes dentro de un conjunto materia) y sociai de prácticas contradicto
rias y en conflicto. Es decir, esta película no trata a la juventud como un es-
234 l.t>S TRABAJADORES CULTURALES Y l.A PEDAGOGÍA CULTURAL
Halo social ¡lisiado, carente de cualquier rclercntc más allá de si mismo, l.as
cuestiones cíe clase y sexismo, cultura y privilegio se unen en un lápiz de re
laciones sacíales que aparecen denlro de la inverosímil ubicación ele un prós
pero centro de vacaciones para las familias de la pujante clase de negociantes
y profesionales judíos.1
Corre el año 1963 y Francés «Baby» Huuseman, su hermana, madre y pa-
dre llegan a Kellernian’s Resort para pasar sus vacaciones de verano. Al poco
de comenzar la película tenemos la sensación de que Baby [que pronto va a
comenzar un programa universitario sobre la economía del desarrollo inter
nacional y después piensa alistarse en las Fuerzas de Paz de los Estados Uni
dos] está aburrida y ajena a los placeres v pasatiempos de la nueva burguesía
judía que constituye la mayoría ele los clientes de Kellerman’s Resort. Poro
también nos enteramos rápidamente de que los compromisos políticos idea
listas de Baby con la igualdad y la equidad están enraizados con igual firme
za en el discurso retórico de democracia liberal abrazado históricamente por
su clase (encarnada pm ticularmenle por su padre, médico). Baby es presen
tada con orgullo como alguien que «va a cambiar el mundo» y va a hacerlo
con razón i inteligencia.
Salvo los estudiantes universitarios contratados por Kellerman para tra
bajar en el comedor, el personal del hotel lo forma gente joven cuya expe
riencia y corporalidad definen una ubicación que atraviesa una sólida bañ e
ra de clase v etnia que marea el paisaje del centro de vacaciones. Tales barreras
mis resultan familiares; liemos oslado a ambos lados.
Un atardece)-, tras escapar a ias estupideces de una «noche de entreteni
miento» en Kellerman's Resort, Baby vaga por los jardines c inadvertidamente
descubre lo que para ella es un rincón desconocido, asombroso y fascinante del
lugar de lo popular. Lo que descubre es el terreno del dirty dancing, una forma
de música y movimiento cuyos deseos cifrados y placeres productivos desmo
ronan lo que a ella le parece un cuerpo burgués vacío, para después reconsti
tuirlo con nuevos significados y placeres. Lo que Baby descubre en esta fiesta
de clase trabajadora es la evidente sensualidad del rock y el sou!. Aprende lo
que nosotros hemos aprendido en esa conmoción del desplazamiento, cuando
el propio cuerpo ignorante es llamado a nuevas formas de participación quu
prometen placeres desconocidos, Descubre, dicho con palabras de Barthes,
que «el cueipo humano no es un objeto eterno, con una naturaleza escrita para
siempre... pues en realidad es un cuerpo que fue construido por la historia, por
sociedades, por regímenes, por ideologías».18
37. Llegando aquí se deben hacer dns punluali/acioncs. En primer lugar, rechazamos que el
concepto de clase que se presenta en Dirrr Dancing materialice una nostalgia cla.sista. Esto e5, las
formaciones de clase en este caso no se desarrollan siguiendo lineas étnicas y raciales representati-
«americanos viejos» (protestantes anglosajones blancos)! En segundo lugar, hay una compleja arti
culación de las diferencias por razón de género en esta película que no liemos abordado. Éstas re-
El baile evoca la fantasía porque pone en movimiento una dobic velación que
se proyectil tanto internamente, hacia el yo, como externamente, hacia el «otro»;
lo que equivale a decir que la danza como actividad de tiempo libre conecta los
deseos del yo con los deseos de alguien más. Articula la adolescencia y mocedad
con la feminidad y la sexualidad femenina, y lo hace por y a través de) cuerpo.
Esto l-s especialmente importante porque es el único foro placentero donde las
mujeres tienen aSgiin control y saben qué pasa en relación con !a sensualidad fí-
236 I OS TRABAJADORES CULTURALES Y LA Pl DAGOGÍA CULTURAL.
4ti Anpcla McRohbie. -Dance and &n ¡al Faniasv». en Angela McRobbie y Mica Nava (compO.
CaJer and (niuxiiion, Londres, MacMiIJan, 1984. págs. J44-145
LA CL.'t.TLRA POPULAR COMO PEDAGOGIA DEL PLACER 237
y deliro del cual las diferencias individuales desaparecen. El rock and roll,
como la canción religiosa, parece vincular hábilmente a la gente*unir a jóve
nes y viejos, artistas y público, blancos y negros, dirigentes y dirigidos, en tina
expresión de celebración del sueño americano donde la relación entre poder
social y desigualdad simplemente se esfuma.
cOtié manifiesta, pues, nuestra compresión de Dirty Dancing respecto a
los procesos de persuasión? Nuestro argumento es que la relación vital de
Baby con la gente de clase trabajadora que se encuentra está mediada por
una doble implicación movilizada tanto por la posición subjetiva que ella
adopta dentro del discurso de! liberalismo, como por las formas culturales
populares de la vida de la clase trabajadora dentro ele Jas cuales ella experi
menta los placeres del cuerpo. Lo que se subraya aquí es cómo las formas
culturales populares son importantes a la hora de constituir las identidades
que infJuycn en el nítido en que afrontamos nuevos desafíos y construimos
nuevas experiencias. En este conlexlo, nos estamos refiriendo a la cultura
popular como un campo dentro del cual se moviliza una lornia de implica
ción que es una explicación detallada de cómo se asume cualquier forma
cultura! dada (texto, canción, película y acontecimiento). Vale !a pena hacer
notar lo importante que es ser capa/, de mantener separados, a efectos de
análisis, los aspectos .semánticos y afectivos de la implicación, puesto que
pueden ser contradictorios entre si. Así, no es infrecuente experimentar impli
caciones contrarias en relación cou un texto cultural especílico: por ejem
plo, la música rock puede proporcionar placer, aunque se juzgue muy sexis
ta y racista. Tales contradicciones internas forman parte de las cxpeiiencias
de culpa.41
tro del cual actúa f! significado v la subjetividad, hay varios interroiianles que
un profesor podría irik-nlai respondei. (‘Cuáles son las condiciones históricas
y las circunstancias materiales dentro de las cuales las prácticas de cultura
popular son emprendidas, organizadas, defendidas y reguladas? ¿Crean tales
prácticas nuevos conceptos de identidades v posibilidades? ¿Qué identidades >
posibilidades están desorganizadas y excluidas? ¿Cómo se articulan tales prác
ticas con formas de conocimiento y placer legitimadas por los grupos dom i
nantes? ¿A que intereses e implicaciones sirve un conjunlo particular de
prácticas culturales populares, v cuáles son criticados y cuestionados por la
existencia de éstas? ¿Cuáles son los compromisos morales y políticos de di
chas prácticas, y cómo se relacionan con los compromisos personales de uno
en cuanto profesor |y si hay alquila divergencia, qué implica ésta]?
Todo esto significa que el análisis de la cultura popular no lo considera
mos simple cuestión de «leer» de un lirón la ideología desde formas mercan
tiles, o birn desde formas de relaciones cotidianas vividas. Más bien nos os
lamos moviendo hacia una posición dentro de la cual uno indagaría en lo
popular como campo de prácticas que constituyen la indisoluble tiiada de
Foucault.de conocimiento, poder y placer."' Al mismo üempo, queremos ha
cer una advertencia. Kl prolesor dedicado a una pedagogía que requiere al
guna articulación cic conocimiento y placeres integrada en la vida cotidiana
del estudiante camina por una vía peligrosa. Quizás de forma demasiado fá
cil, estimular la voz del estudianle puede, o convelí irse en una forma de ro
yeitrismo, o bien satisfacer una lorma de expansionismo del ego basado en
los placeres de entender a quienes se nos presentan como «otro». Por esta ra
zón debemos tener clara la naturaleza de la pedagogía que pretendemos. La
cultura popular y la diferencia social las pueden tratar los educadores, bien
como una forma placentera de conocimiento/poder, que permite una más
efectiva individualización V administración de las formas de regulación física
y moral, o bien como el terreno donde debemos hallarnos con nuestros estu
diantes en un encuentro pedagógica crítico y habilitador.
Como profesores comprometidos con ei proyecto de una pedagogía críti
ca, tenemos que ieer el fundamento popular de implicaciones que distorsio
nan y constriñen las polcriciaiidadcs humanas y a quienes dan «voz» a posi
bilidades irrealizadas. En esto consiste toda la lucha pedagógica —crear la
base materia! v discursiva de modos particulares de producir significado y re
presentarnos a nosotros misinos, nuestras relaciones eon los demás y nuestra
relación con nuestro entorno, para asi considerar posibilidades no realizadas
todavía— . Ésta es una práctica utópica que se ha de adoptar por su urgente
necesidad, y también se ha de examinar minuciosamente por sus limitacio
nes intrínsecas, un sentir captado por John Berger en su relato corlo «El
acordeonista». Escribe:
46. Michel Fouc.uih. Poun .SY/ir ¡<d ¡men-iws mid Oíhcr Wr;¡rn^, 1972-I980. Co
lín Gonlon (compj, Nuuv:t VnrJí, 13<>c>kv WSO.
240 LOS TRABAJADORAS CULTURAI.F.S Y LA PEDAGOGIA CULTURAL
Capítulo 9
El arle de León Golub ocupa una posición noble y precaria dentro del
mundo del arle contemporáneo precisamente debido a su negativa a disfra
zar su lógica de oposición política. Para Golub, el aile no es simplemente la
base para establecer una nueva esLética, sino un intento de convertir las cues
tiones de ética, poder y política en primarias dentro de la producción de cri
terios estéticos para una vida democrática. El arte de Golub se resiste a que
dar subsumido en un tosco didacticismo político; evoca imágenes que no sólo
asaltan los márgenes de la suficiencia social, sino también se apartan del
mercado de vanguardia convencional.
Debido a que el trabajo de Golub vincula de forma controvertida cuestio
nes de representación con temas de poder, subjetividad y significado, y sitúa
la pintura en relación con la fotografía como forma de crítica social, es particu-
arle tomo am ti di.' relorma social v como lugar de resistencia a la violencia tío
la dominación estructural; y su [recuente uso de imágenes fotográficas. Sin
embargo, su obra escapa al realismo ingenuo, convencional, propagandístico y
algo sentimental a menucio asociado eon esta tradición.
La obra de Gulub marca además un cambio respecto a la pei'spectiva edu
cativa socialista lukácsiana, que indicaba que «la epistemología con ecta podía
afianzar el valor estético y cognitivo».4 Sus pinturas están infuidas indudable
mente por cierta insatisfacción con el realismo social, traducida en acusaciones
de que la pintura narraliva y descriptiva convencional había comenzado a «ha
cer convencional su propia crítica de la ideología». En cierto modo, la dirección
estética y política de Golub estaba influida por un nuevo tipo de modernismo
crítico que estaba comcir/.andn a afirmarse, una política modernista de repre
sentación que movilizaba una estética oposicionista en tomo a cuestiones de
raza, clase y género. En es (a aproximación, conformada en gran medida por la
crítica que Breelil hace tic Lukács y por los escritos de Althusser, se insistía do
fomia notable en «la diferencia» y la producción de significado mediante el
proceso de significación y el «posicionamiento» discursivo del sujeto histórico.
La «estética de ausencia, discontinuidad y montaje» que subrayaba esta pers
pectiva ayudaba a extender aún nrás las dimensiones de la tradición realista so
cial. De acuerdo con esta crítica, la pintura figurativa de la posguerra «puede
habernos ofrecido el reconocimiento de nuestra no libertad, pero no el conoci
miento de sus leyes». I labia también vina conciencia cada vez mayor, dentro de
esta perspectiva, de que la información vjsuaJ no era capaz de percibir la reali
dad social o la acción social en el nivel de estructura o causa ausente, especial
mente, pues pertenecía a «las exigencias de ¡a representación y producción de
conocimiento a través de cuestiones de género, clase y raza». Según John Ro-
berts, uno de los principales logros de la obra de Golub ha sido su habilidad
prodigiosa para «volverá .situar [la] crítica ''fotográfico-modemista-estmetura-
lista” de las unidades de la pintura descriptiva convencional dentro de los espa
cios narrativos de la tradición realista social».
La obra de Golub, por tanto, ha conseguido volver a elaborar y vigorizar
el modernismo y realismo social reconstituyendo la narrativa para animar al
espectadora observar la actual coyuntura histórica a fin de analizar los elec
tos sensibles al poder de sus prácticas sociales, culturales, tecnológicas v bu
rocráticas. En su tratamiento de la narrativa, Golub procura captar de nuevo
las relaciones entre poder, ética, dominación y acción humana. AJ volver a
configurar la relación crítica entre el espectador y la imagen desde la pers
pectiva de la acción histórica v política. Golub insiste, contra corrientes de
postestrueturallsmo más académicamente domesticadas, que los interroga
torios y la tortura no son meros asuntos de textualidad, estética, el mecanis
mo discursivo de interpelación e inscripción, o la alteración fetichista del su-
4. Las u¡ns de esle párrafo mhi de Robcris. -Zona oí Exclusión», págs. 6 y 7. Para un estudio
ulterior del realismo social, veansf David Shapiro (comp.), Social ReaUsm: Art as Wcapon, Nueva
York. Frederirk lim;ar PuWtshmp Co.. l<m, y Patricia HilK .Social Concern am¡ Vrhrn Radian.
244 ( OS TRABAJADORES CULTURALES Y LA PEDAGOGIA CUl.TURrtl
an lado, ana nan ativíz.neión de los danos de clase, i’enero v raza como momen
tos dentro de ana totalidad mfl.s amplia v opresiva (capital). por el otro, una
narrativiz.aeión de las relaciones de poder entre individuos, crup os v clases
como actos ideológicamente motivados e inteligibles.
arte de Goluh como «un ejemplo del modo en que el rostro publico tU-1 poder
oculta la naturale/.a de sus vc>-dadoras operaciones y relaciones».*
Lo que se produce electivamente en los lienzos de Golub son las represen-
lacionaes de prácticas políticas y sociales ocultas, reprimidas, pero riormaliza-
das, en cuanto que se convierten en «intextuadas» o «encamadas». La encama
ción alude al envolvimiento mutuamente constitutivo de deseo y estructura
social; C5.t<> es, k\ relación dialéctica entre la organización material de la in
terioridad v las lunnas culturales v ¡nodos' de materialidad que ocupamos sub
jetivamente. Estas representaciones constituyen una serie de imágenes cautiva-
domínenle grotescas y moralmente repulsivas, que representan mercenarios,
torturadores y sus víctimas, y asesinos de escuadrones de la muerte.
Las figuras demoníacas y de mirar impúdico de Golub sirven, en cierto
modo, para los mismos propósitos conirahegemónicos y utópicos que las fi
guras grotescas que se encuentran en los escritos de Bajtin sobre el carnaval;
sin embargo, los personajes de Bajtin representan predominantemente la
conciencia masiíieada de la humanidad o «el cuerpo ancestral de toda la gen
te», y las liguras de la obra de Golub no.9 Aunque a primera vista se parecen
al lunipenpnili'lariiit de los lienzos de Golub, las figuras carnavalescas de Baj
lin intentan invertir, descentrar v paiodiar los «cueipos clásicos» que signifi
can los lenguajes serios y autoritarios déla cultura oficial o soberana. Dichas
liguras rellejnn a menudo el placer físico experimentado en el momento en
qtte el cuerpo escapa al control social y cultural — lo que de Certeau llama es
capar a la «ley de lo nombrado",11’ y lo que Bartlies llama juitissauce.
El realismo grotesco de las figuras de Golub retrata, no un cuerpo ancestral,
sino un cuerpo producido burocráticamente a) sen icio de una economía de terror
patrocinada por el Estado, una red generalizada decontrainsurgencia donde la
ideología del fascismo y la materialidad de la carne se conjugan en las figuras del
torturador y el vcnitigo. A diferencia de la parodia carnavalesca que Bajtin hace
del poder estatal, las imágenes de Golub representan el verdadero rostro del poder
de! Estado sin ostentación, desenmascarado e inexorablemente presente, presen
cia que no puede sev amenazada, y mucho menos impugnada por una inversión
carnavalesca o la negación hidiea o paródica de la autoridad. Como señala Terry
Eagleton, «el carnaval nos libera del terrorismo de la significación excesiva, mul
tiplicando, y con ello equiparando, los significados; como tal, nunca está lejos
de... la vacua Iutilidad».11 Las figuras grotescas de Golub no pretenden parodiar
el Estado, en un sentido bajtiniano; ni pretenden eliminar las posibilidades de re
sistencia y lucha social. Más bien captan el filo desnudo del poder, circunscri
biendo las funciones legitimadoras y cosificadoras del Estado. El retrato bruta!
246 t OS TRABAJADORES CULTURALES Y LA PEDAGOGÍA CULTURAL
que hace Golub de lal poder sirve de memoria «peligrosa» que da testimonio de
las falsas pretensiones de objetividad, progreso y ciencia modernistas que dislra-
zan las nuevas tecnologías del poder presentes en la construcción de la sociedad
contemporánea. Este poder sólo puede ser cuestionado por una interv ención po-
lítiea directa y lormas continuas de resistencia social y cultural.
En sus representaciones de formas de tortura y opresión agresivamente
horrendas y virulentas, Golub pone de manifiesto la fragilidad de esos cuer
pos que la cultura oficial considera ilegítimos, saerificables y corruptores, y
cómo dichos cueipos viven siempre precariamente al borde de la aniquila
ción. (Metafóricamente, por supuesto, Jas víctimas representan a todos aque
llos a quienes el Estado considera parias: artistas, intelectuales, disidentes
políticos, inconforrmstas, gays V lesbianas, pobres y criminales). El terrible
poder del cuerpo social hecho carne mediante actos autorizados de terror fí
sico que se traducen en la tortura y ejecución de seres humanos forma parte
del poder invisible subyncenlc Iras las leves y protocolos de la democracia.
Como ha observado Foiicault, el poder es productivo, pero sus efectos pue
den ser tanto emancipadores como opresivos, o ambas cosas a la vez.
mar, Jameson escribe que posee «una conciencia constante de todos esos otros
culturales con quienes coexistimos y de cuya existencia se deriva de alguna ma
nera peculiar nuestra propia “identidad” , cuando no se basa más literalmen
te en esas otras culluras, bien por derivación, bien por explotación».Este sen
timiento es particularmente evidente en imágenes cojistjxiidas por Golub al
representar la barbarie política de Latinoamérica, donde no se omite ¡a compli
cidad de los Estados Unidos en la creación de lugares de opresión tercermun-
dislas mediante una dependencia económica forzosa.
Dadas las limitaciones de espacio, este capitulo se limitará a las pinturas
que aparecen en las series «Inlerrogadores», «Mercenarios» y «Escuadrón
Blanco». La serie «Interrogatorio», de 1981 v 1986, representa una política de
detención, encarcelamiento y tortura políticas. Esta serie muestra autorida
des militares infligiendo tortura a víctimas amordazadas, con los ojos venda
dos, atadas o colgadas de los tobillos. La serie «Mercenarios». de 1979 y 1984,
se ocupa de figuras militares contratadas, dedicadas a bromear, mirar impú
dicamente (a veces directamente al espectador), pronunciar insultos y sar
casmos y blandir de forma amenazadora armas automáticas. Las representa
ciones del «Escuadrón Blanco», de 1982, 1983 y 1987, representan actos de
violencia cometidos por la policía, más que por personal militar, con referen
cia específica al infame escuadrón de la muerte derechista que es el brazo po
lítico clandestino del régimen militar que gobierna El Salvador.
T ecnologías de poder/cuerpos
13. Fredric Jameson. prologo a Roberto Fernández Raiamar. Calihan and Oiher Essays, Edward
Baker Orad.). MhineapolLs. Ltniu isitv oí Minnesota Press. 1989. pág. 13-
24H LOS TRABAJADORES CUI.TURAU'.S Y LA PEDAGOGIA CULTURAL
mukis L'ii el nivel ele lo prc-lógico c inconscicnlt*. De hecho, una gran mayoría tic
Lis imágenes tic estas tros series representan precisamente lo que las estructuras
dominanles de opresión y control social intentan ocultar: los turbios manejos
tle) poder iras los sistemas de mantenimiento cultural y las formas de produc
ción simbólica y práctica social. Golab, como Foucault v Altluisser, se ha pro
puesto como proyecto principal tina revelación del modo en que el poder actúa
cu el cuerpo v a ira veis del cuerpo en diversas prácticas sociales y discursivas.
Las figuras de Guluh representan una economía pnlítica y moral alimen
tada por el Eslado y literalmente grabada en la carne con instrumentos de
tortura como un medio de ejercitar la dirección ideológica y social. Repre
sentan para el espectador un desafío directo al aparato docente del Estado,
pues los cuerpos son representados como sirviendo de tablas sobre las que el
ILsiadu despliega suí> códigos «civilizadores», objetos de una rehabilitación
disciplinaria. El concepto modernista del yo como volunlad disciplinada,
como centro indefectible de identidad personal y tle acción social autónoma
c independiente, se viene abajo ante la constatación tic que los mecanismos
tic formación de la idemidad nunca operan en un terreno desprovisto de ios
efectos materiales v lambién ideológicos t!e¡ poder. Tal y como describe Fou-
cault, el cuerpo se convierte en un significado trascendental, por cuanto toda
lurma de normalización o lehabilitación pob'lica va dirigida al cuerpo.14 Ve
mos este poder en la brutalidad desplegada contra las víctimas en las pinturas
ile Golub. Pero también venios en ella las tensiones y coimadiccioncs ¡mientes
en los rostios y posturas corporales <k los agresores. Es, en su manifestación
nías horripilante, un poder que actúa a iravés de conjunlos de necesidades y
deseos producidos social y culturalmente que anuncian la base material de
los modos fascistas tle subjetividad y la barbarie de la voluntad.
De Ceileau describe el proceso por el que la ley se escribe en e) cuerpo
tom o «inlex1uació)i».ls Este proceso se refiere al modo en que los discursos
soberanos tic una sociedad se hacen carne. John Fiske expone el proceso
l;i ley jurídica sólo puede ser eficaz si !a gente tiene cuerpos a tos que se puede
imponer. Asi', la historia de la ley es la historia de los instrumentos ideados para
transformar un sistema abstracto de justicia en conducía social —los desgarra
dores instrumentos de inrtura, la celda tle la prisión, las esposas y porras, el si
tio del prisionero en el tribunal y en última instancia, por supuesto, la horca, Sa
silla eléctrica y la cm/.—. (...) Los instrumentos son los medios por los cuales la
ley .se escribe en ei cuerpo; el cuerpo en sí no tiene significado hasta que la lev.
como e! agente de disciplina social, lo escribe convirtiéndolo en un texto, con lo
cual se inserta en el orden social .1
6
II. N. Fiascr, Unndy Pruclices; Pouvi, Diwoursc, and Gcndev ni Conlempornn■SocUd 'thrtny.
Mmiu ripolis, llniversin- ol Minncsola Press, 19R9, p;í(;. f>0.
15 11uCentran, The Pi artice of kvcrydar Lijti Vt’nsc rimbiér. el análisis de l;i encarnación en Pe-
11-1- JVUI,;m*n .Sthoolins! ilir Pustmodern Botiv: Cultural Petlagopv aml ihe Polines «I Unlle-li-
mcn\>-.J,>itr>ialofEd>,cmwn 170:3 (1988). 53-33.
16. Jnhii Fiske, UnJeruauding Popular Culture. Winchester, Massadiusetts. Lmwn H\man.
1989. p;1S!. 91.
HACIA UNA PEDAGOGÍA crítica de la represen tació n 249
Vistas desde esto perspectiva, los pinturas ele Golub sirven para perturharv
amenazar las convenciones tácitas v la seguridad onlológica que son centrales
en Ja hegemonía cultura). Para la construcción ideológica de la vida burguesa
es primordial el supuesto de que la dominación social es «merecida» mediante
una capacidad y un esfuerzo superiores. Pero lo que ocurre en los lienzos de
Golub es que las imágenes re-modelan eficazmente los límites entre el proceso
de autoconstitución y formación de la identidad v el poder del Estado de hacer
invisible una realidad de exclusión en la que a ciertos grupos se les otorga el es
tatuto y los medios materiales para oprimir a otros grupos. Las pinturas de Go-
¡ub no tienen un «entonces» y un «ahora» específicos; más bien, en la perspec
tiva del espectador hay lugar pasa considera]- —y quizás incluso cuestiona]'—
su complicidad con los torturadores y, en consecuencia, las contradicciones
del poder estatal. Las imágenes masculinas del torturador invitan a una identi
ficación nareisista por parte de los espectadores varones; sin embargo, las con
secuencias morales de dicha identificación no son fáciles de soslayar. El es
pectador (principalmente el espertado] varón en este caso) oscila entre el
embelesamiento (pues los torturadores vuelven la cara al espectador, invitán
dole a participar en el acontecimiento) y la repugnancia. De este modo, la ima
ginería de las pinturas de Golub implica al espectador directamente en el desa
lío de demarcar los límites entre la vida real v el arte, entre significado y
conocimiento. Así, las pinturas de Golub nos invitan a comprender nuestra po
sición política real c imaginaria en la historia, que en este caso no es una suce
sión lineal de acontecimientos, sino un discurso vivido en las conslnicciones
contradictorias y fracturadas de tiempo y espacio. Esta historia proporciona
una posición ventajosa tanto ética como políticamente, no para recuperar o
descubrir- el pasado, sino para entrar en diálogo con él a fin de asumir tanto sus
puntos fuertes como sus limitaciones.17
Así, las imágenes de Golub plantean al espectador las siguientes cuestio
nes: ¿qué historias y construcciones sociales crean las condiciones para la
tortura y el tenor? ¿Cómo podemos entender la tortura en cuanto práctica
social que implica relaciones entre el yo y los otros que se deben entender
desde un punto de vísta tanto institucional como ideológico? ¿De qué mane
ra la tortura de cuerpos es una transgresión ética de los derechos humanos,
aunque a! mismo tiempo es el efecto necesario del establecido mecanismo
político de poder, tanto en las llamadas democracias como en los regímenes
totalitarios? ¿De qué modo la lucha de los Estados Unidos por afianzar la de
mocracia para el otro es un medio necesario para asegurare! control sobre el
otro? ¿Cómo la tortura en cuanto práctica se asume, aprende e inscribe como
una implicación afectiva y racional? ¿Cuáles son los límites de la crítica de la
ideología en el análisis de las representaciones de Golub del sufrimiento hu
mano? ¿Cóino se explica el placer experimentado por alguien al contemplar
la representación por pai te de Golub de la imposición de dolor a otros? En el
sentido en que la obra de Golub plantea tales inleiroganles, convierte el po
17. Compárese con W. Adamson. Mnr\ n„á ría D,í,¡ln^i>nn,a!; ofWar.xis»:. Bcrkclry. Univer-
sity of California Press, 1985.
250 LOS tr a b a ja d o re s c u l t u r a le s y la pedagogía c u l t u r a l
20. Las citas de este párrafo están lomadas de Mick Taussig. Shamanism. Colonialism, am! the
Wild Man: A Study in Terror and Healing. Chicago, The Universiiv of Chicago Press, 1987. págs. 5v 8.
HACIA UNA PEDAGOGÍA CRÍTICA DE LA REPRESENTACIÓN 251
22. Para un estudio sobre ritual, pedagogía v chamanismo, véase P. McLaren, Schooling as a
Ritual Performance. Londres, Ro.itlcdge, 1986.
23. Hsta eiln y ]a Mpim-ntc está» lomadas de Taussig, Shamanism, Cobnialism, and (he Wild
252 LOS TRABAJADORES CULTURALES Y LA PEDAGOGÍA CULTURAL
24. Liit Citas de este párrafo v del siguiente están lomadas de Theodor W Adorno y Eriist
BUicli, «Somctlung’s Missing: A Discmsio» Beiween Ernst Bloch and Theodor W. Adorno on ¡lie
Contmdictions of Utopian Longing», en The Ulopian htnction o f An and Lirem'ure: Selcacd £.v.?av.v,
Jack Zipes y Frank Meekknburg (comps.). Cambridge, The M1T Press, 1988, t ¡7 Primero publi
cado en «Etwas fehlt... iiber die Widerspúdie der utopíschen Sehnsuchi*, Gespráche mil Etrisi
Bíuc/i.Rainer Traub y Harald Wieser (comps.), Francfort del Meno. Snhrkamp Verlag. 1975.
HACtA UNA PEDAGOGÍA CRÍTICA BE t.A Ri:rRESH\'TAClÓN 253
historias que podrían recuperar y lit.s posibilidades que podrían tener tle rei
vindicar el aite tomo un ámbito desde el cual reconstruir conceptos de lucha
emancipadora v ciudadanía critica.'’ En esle ejemplo, la lucha a propósito
del arle se convierte en básica para sislemas de formación personal y social
que son constitutivos de las condiciones para la democracia misma. Se en
cuentra aqui presente Lina pedagogía en la que la diferencia, el conocimiento,
el poder y la política forman parle integrante de lo que signilic.a pensar críti
camente v actuar con coraje ético y cívico.
Una pedagogía crítica de la representación reconoce que las imágenes no
sun ni objetivas ni transparentes, sino que se producen dentro de luga íes dis
cursivos y materiales de disyunción, ruptura y contradicción. El mundo de
las imágenes se entiende mejor desde una perspectiva pedagógica como un
terreno de conteslación que sirve de ubicación a poderes y estructuras prác
tico-discursivas mullivalentes. Esto supone no sólo examinar dichas imáge
nes desde la perspectiva de lo que incluyen, sino examinarlas también desde
el punto de visla de lo que excluyen. Una estrategia así inv ita a los estudian
tes a entender el modo en que instituciones de trasfondo y las rutinas de la
vida cotidiana hacen posibles prácticas sociales y formaciones discursivas
particulares, a disposición de algunos grupos, pero no de «tros. Así mismo,
esta aproximación anima también a los estudiantes a no sacralizar el conoci
miento ni a verlo como algo que simplemente se ha de venerar y recibir, sino
más hien a convalidar el conocimiento que los estudiantes han adquirido a
partir de sus propias experiencias y luchas personales por el significado y la
identidad. En consecuencia, es más apropiado que los estudiantes lean textos
e imágenes productiva y críticamente, en vez de pasivamente. Imágenes
como las de Golub pueden ser cuestionadas e impugnadas mediante las ex
periencias que los estudiantes usan para dar significado al mondo, el lengua
je que utilizan para entender dichas experiencias; y de ese modo, una com
prensión de la producción del conocimiento mismo se puede convertir en
parte del proceso de una pedagogía crítica de la representación.
Estamos insistiendo en la idea de que las interpretaciones nacidas de una
representación dada son siempre mudables, contingentes y parciales; ade
más, su autoridad es siempre provisional y no trascendental. Las representa
ciones no tienen otro significado que el que se les asigna retórica o discursi
vamente. Una pedagogía así reconoce que la formación de conceptos es
modelada y determinada por las fonnas que son inseparables de ella y 110
pueden ser caracterizadas por una universalidad metaempírica que exista in
dependientemente de las contingencias de relaciones diferenciales de poder y
las particularidades sensuales de la vida material.
Esta perspectiva supone algo más que un lenguaje que simplemente imite
o parodie las tendencias deshumanizadoras de la época de la reproducción
mecánica; más bien significa poner al descubierto y reconstituir las conexio
nes políticas entre los signos y estructuras de representación y las tecnologías
de poder que las suscriben. En este sentido, una pedagogía crítica de la re
presentación es necesaria a fin de poder desvelar cómo la materialidad y dis-
cursividad del conocimiento cotidiano condiciona la existencia social de ma
neras determinadas para reproducir economías ocultas de poder y privilegio
que legitiman disposiciones sociales desiguales.
En una pedagogía crítica de la representación resulta básico un examen mi
nucioso de los múltiples modos en que la cultura es inscrita mediante las repre
sentaciones que produce y que la legitiman dentro de relaciones particulares de
poder/conocimiento. Estamos usando el término «representación» de una ma
nera semejante a la de Stuart Hall, quien la define como el modo en que el sig
nificado es construido a través del emplazamiento, posicionamiento y ubica
ción deJ discurso. Hall dice que «el modo en que se representan las cosas y los
‘ mecanismos” y regímenes de representación en una cultura... desempeña un
papel constitutivo, y no meramente reflexivo, a posteriori».28 Hall observa que la
representación es «posible sólo porque la enunciación se produce siempre den
tro de códigos que tienen una historia, una posición dentro délas formaciones
discursivas de un tiempo y un lugar particulares». Al otorgar ai concepto de re
presentación un lugar formntivo y no meramente expresivo en la constitución
de la vida social y política, las cuestiones de uuliura e ideoJogía y lo que Hall des
cribe como «los guiones de representación» —subjetividad, identidad y políti
ca— adquieren una importancia cada vez mayor.
El concepto de representación tle Hall nos obsequia con una subjetividad
de múltiples estratos, compleja y contradictoria, y el mismo Hall reconoce la
necesidad de elaborar, en lugar de eliminar, un concepto de diferencia, identi
dad y acción humana. Al rechazar las narrativas maestras deJ humanismo li
bera! burgués, Hall expresa una visión de la identidad que no «unlversaliza» al
sujeto y se niega a tratar la «alteridad» o «diferencia» como sobrante, exótica o
iirepresentable— algo ajeno a] emplazamiento de la historia, la política v el po
der— . Siguiendo el análisis de Hall, una pedagogía crítica de la represeníación
puede, por ejemplo, empezar por cuestionar la práctica de esencializar que el
sujeto histórico sea africano-americano, portorriqueño, mujer, blanco, etc. —y
por recalcar la inmensa diversidad y diferenciación de las experiencias históri
cas y culturales de tales sujetos—. Lo que se debate aquí es una visión de la sub
jetividad constituida dentro, en lugar de fuera, de determinantes culturales, so
ciales y lingüísticas. Por ejemplo, cuando se aplica a la política de racismo, una
pedagogía crítica de la representación es capaz de ayudar a los educadores a
teorizar de nuevo el concepto de acción y diferencia de tal modo que, en la ter
minología de Hall, es capaz de «desemparejar» la etnia de su equivalencia a na
cionalismo, imperialismo, racismo y la violencia de Estado. De este modo avu-
da a los educadores a reconocer, según Hall, que todos estamos ubicados
étnicamente y que nuestras identidades étnicas son importantes, pero se deben
construir de manera que no marginen, desposean o desplacen al «otro». Como
observa Kobena Mercer, «Lo que está en cuestión es reconocer las diferencias
28. Las citas óc esle párrafo están tomadas de Stuart Hall, «New I¿thnidlieí>, !CA Docttmeiifs
HACIA UNA PEDAGOGIA CRÍTICA PE LA REPRESENTACIÓN 259
29. Lorraine Kenny, .TraveJmg Theory: The Cultural Poli lies of Race and Represcntatiun: An
Interview wilh Kobeim Mercer», Aftcrimage (sepliemlnc do 1990), pág. 9.
30. Abigail Solomon-Godeau, -Living witli Coniradictions: Critica) Practices m the Age of
Supply-Side Aesthetics», Screen (verano de 1987). 2-21.
31. Paul Redding, «Nictzchcan Perspcctivism and ihc Logic uf Practícal Reason», Pie Philo-
sophkal Farum 22:1 (moño de 1990). 72 88.
260 LOS TRABAJADORES CULTURALES Y LA PEDAGOGÍA CULTURAL
32. Gcorg Lukács. The rhn.iT nf ihc Kore!. Anna Bostoek (irad ). Cambridge-, M1T Press, 1971.
33. Cathy N. Davidsor*. «Phoir>£i:\phs uf iHl- Dead; Sherman, Daguerre, Hawthome*, The South
Atlantic Qmirferh' 89:4 {oloño de I990). 667-701.
HACtA L’NA PEDAGOGÍA CRÍTICA DF- LA REPRESENTACIÓN 261
Creo que si la gente aprende de verdad que tiene poder, entonces será una au
téntica amenaza, porque ya no será gente sin poder, sino con poder. Hay gente in
satisfecha en uno u otro nivel acerca de todo tipo de cuestiones. Ha de ser mani
pulada en algún sentido por el gobierno, y la información que recibe tiene que ser
distorsionada para que esto siga siendo una república en vez: de una democracia.
17.1concepto de repúbüca es más burocrático que el concepto de democracia. De
mocracia significa que la mayoría podría verdaderamente cambial' algo.1'
HACIA l'NA PEDAGOGIA CRÍTICA DH LA REPRESENTACIÓN 263
38. Trini, T. Minli-h:i. .Don.mieni.iry is No( a Ñame», fkiober 52 (primavera de 1990). p¡<¡>. 96.
VÓ.SC también MI hooks. Ytan Toronto. BcUveen the Lines, 1990.
Capítulo 10
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2. Pat.iLk Buchanan, .ti, ihe W.u for Amaleas Culture, ¡he "Riglu" Side is Li*in^.RiJummd
Mras Uadrr. 24 de ¡urm> tle 1989-
I..OS TRABAJADORES CULTURALES Y LA PEDAGOGIA a'l.n 'R 'U .
Cnitai»,.
4.
Mimwupoliv Universiiy of Minnesota Press. I99L
Chama) T. Mouffe, «Radical Deroocracv: Modero or PostroodemV en Andrcss Ross
ESCRIBIR CONTRA EL IMPERJO 267
5. Rogcr I. Simón, Reackins Agmnx ihe Gtatn. Nueva York. Bergin and Canev Press. ¡992.
g6. Matlhow Arnotd. citad.» ni Con,el VV,-M. .The New Cultural Polines ni Diffcrence.. Onober
53 (verano de I 990). pá*. 95.
268 trabajadores cvi tcralkx v la pedagogía c:\ ltural
FiSCRIHIR CONTRA El. IMPl.RIO 269
ción occidental y para ridiculizar las expresiones tic cultura popular V las di-
tcrencias culturales que cuestionan las economías de privilegio que, en esta
sociedad, separan el centro y los márgenes del poder v la cultura.
Hirsch también recunc a las escuelas para reproducir el conocimiento y
los valores necesarios para fomentar las virtudes históricas de la civilización
occidental.9 Define la alfabetización como parte de un intento de dominar
una cultura nacional común que representa una colección de nombres, fe
chas y acontecimientos que supuestamente revelan el código maestro de la
alfabetización cultural. Desde la perspectiva de Hirsch, la cultura se ve como
una cápsula temporal de acontecimientos pasados, locuciones sociales pre
dominantes y códigos de conducta sancionados de una nación dada, y sim
plemente se presenta a sí misma para que lodos participen de su lenguaje y
convenciones. La cultura queda reducida, por tanto, a una especie de monu-
mentalismo, y la pedagogía con la que se expresa se organiza en Ionio al pro
ceso de transmisión y la práctica de la regulación política y moral. La opinión
de Hirsch sobre la cultura ignota cómo bis escudas y otras instituciones fun
cionan como lugares complejos de producción cultural, cómo dichas institu
ciones sirven para inmovilizar ciertas versiones de la historia, v cómo las es
cuelas, en particular, niegan inexorablemente su propia complicidad en la
reproducción de formas de desigualdad, dominación y opresión. En este dis
curso, la cultura no se despoli liza simplemente, sino que se codifica de nue
vo en torno a «reliquias, tradición y santuarios consagrados... el sistema de la
escuela pública, el plan de estudios de "inglés” —es como si, a través de una
continuidad ininterrumpida, el espíritu mismo de la ''historia'’ hubiera im
partido su bendición a la nación— » .10 Al despoetizar la cuestión de la cultu
ra y la diferencia, Hirsch acaba en una visión de la alfabetización que limpia
la cultura de su carácter dinámico y contradictorio. Sustentando esta visión
de la alfabetización hay una pretensión de representación neutral, un legado
de la cultura colonial y patricia, y una designación del otro fija, subordinada
e inferior. Lo que está aquí sobre la mesa es algo más que un nativismo re
surgente. Es un intento de apartar del lenguaje de la democracia y la justicia
social la cultura de la alteridad v la política de diferencia.
Este ataque contra la diferencia y la diversidad cultural ha sido tomado
muv en serio por los conservadores culturales y la nueva derecha y se puede
encontrar más recientemente en los intentos por parte de Ravitch y otros de
escribir de nuevo los currículos de la escuela pública de Nueva York y Cali
fornia de tal modo que queden limpios de los ricos legados, conflictos y lu
chas diversas que caracterizan esta nación por cuanto ha sido construida con
diversas voces y tradiciones culturales." El intento de Ravitch de silenciar o
marginar las voces (fe quienes han sido excluidos tradicionaimente de los cu-
rrículos escolar es es indicativo cié cómo el lenguaje del liberali.sirio y el plur a
lismo se está usando cada vez más para dar fe de un nuevo nalivismo y racismo
que ha resurgido durante la última década en los medios de comunicación, la
cultura de masas y las escuelas norteamericana*.
Reconociendo la importancia del cambiante carácter demográfico y cul
tural de los Estados Unidos, Ravitch construye una visión del pluralismo ba
sada cn un concepto de cultura común que sirve de referente para denunciar
cualquier intento por parte de grupos subordinados de cuestionar los estre
chos parámetros ideológicos y políticos por los que se define y se expresa a sí
misma una cu llura así.12 Aunque Ravitcb insiste en que la cultura común
de los listados Unidos r.s multicultural, soslaya cualquier intento de señalar
cómo las configuraciones dominantes de poder privilegian unas culturas so
bre otras, cómo el poder actúa para afianzar formas de dominación que mar
ginan y silencian a los grupos subordinados.
En nombre de una cultura común, Ravitch realiza dos funciones hegeinó-
nicas. En primer lugar, vacía de contenido histórico y político la idea de cul
tura. No hay ningún relato de cómo los diversos movimientos sociales han lu
chado históricamente para transformar un currículum eurocéiitrico que, en
cierto modo, ha servido para excluir o marginar las voces de las mujeres, los
negros y oíros grupos subordinados. Por ejemplo, Ravitch no menciona cómo
diversos movimientos sociales lucharon con éxito a finales de ios 60 y princi
pios de los 70 para añadir currícidos y programas de estudio negros, étnicos
y de las mu jeres, tanto en las escuelas públicas, como en varias instituciones
de enseñan/a superior.1? Tampoco estudia el modo en que la relación entre
cultura e identidad social se constituye «mediante conocimientos jerárquicos
y relaciones de poder» dentro del currículum .Con su insistencia en una cul
tura común, Ravitch elimina los parámetros institucionales, económicos y
sociales que construyen activamente las profundas desigualdades estructura
les y formas de dominación que caracterizan las relaciones entre grupos pri
vilegiados y subordinados, así como los ataques que han sido lanzados con
tra tales prácticas.
La cultura común de Ravitch mega la necesidad de cuestionar las confi
guraciones existentes de poder o de transformarlas desigualdades profunda
mente arraigadas que caracterizan la vida institucional y cotidiana en los Es
tados Unidos. Por supuesto, éste es precisamente su objetivo. Ravitch invoe;v
el pluralismo, la democracia y el consenso para defender un orden dominan
te en el que las cuestiones de poder, política y lucha están codificadas como
formas de desorganización y extremismo. Y lo que es más importante, al de
12. Es ¡m¡x>riantc notar que son prccisamcnie neoconservadores como Ropcr Kimbull quienes
usan ct coiKfplo de cultura común de Ravilch como base para icthazar cualquier critica Je- la cul
tura occ¡denla!. Véase Kimbaü. .Tenured RaJieais».
13. Sobre esla cucslión, véase Chandra T. Mohaniv. «On Race and Voice Challcnccs IY>r Libe
ral Educalion in thc 1990s». Cultural Cnl:q:ic 14 (invierno de 1989-1990). 179-708
KMKIHIR CONTRA R¡ IMPERIO 27!
16. Ibtd.
17. KiUru los ejemplos de este trabajóle encuentran; SianW Aronowil/ y Hcnry A. Giroux,
i.iiuLtuion Ihuitr Sicgc, Soulh Hadlev, Massachusetts, Bergin and Garvey Publishers, 1985; David
Livingslone (comp.), Critica! Pedagogy and Cultural Power, South lladley, Massachusetts, Bergin
and Cnrvey Publishers, 1987; Paulo Freire y Donaldo Macedo, Rending the Word and the World.
Senilh Itatlky. Massachusetts, Berein and Garvey Publishers. 1987: Elcnry A. Giroux s- Peter
Mcl.»rvn ícomps.). Crincül Pedagogy, the Store, and Cultural Sc-uggle, Alhnny, Nuci'a York. SUNY
l>ri. ss,. 19R9; Hehty A. Giroux y Roger 1. Simón (comps), Popular Culture. Schoohng and ¿vt’m/nv
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l.ift. MimuMpolis, l/niversiiv of Minnesota Press, 1988; Dcborah P. Bril/man, Pracn<\' Makcs
Alkuu, Nueva York. SUNY Press.^I 99 í; Ivor Goodsony RobWalkcr. Bingraptiv. hUntitv
;¡>ni Si hi'fliiit:: Epiurdes i‘>í F.ducational Research, Nueva York, The Palmer Prt-ss, 1991; Arniimuiy
\ Gm>ux. Pou»t<->dvm Eiiucútio»: Pohtics, Culture, and Social Criticisni.
ESCRIBIR CONTRA EL IMPERIO
18. Mnhaniy, «Orí Race and Vuice: Chatlcnges for Liberal Educalion in ihe !990s». p;ig. 207,
19. Richard Bollan, según aparece citado en Paul Maltick, Ji ■Ans and ihe Siaiei, Tlie Nenian
1:10 ( I do octubre de 10901, pag. 354
20. Cande S. Vanee, .Reagan's Retengo Resiruciuring the NEA», Arj w Anwrieu (noviembre de
IWOI. 49-59.
21 Mithael S. Jovce. «The .National Endowments for ihe Humanilies and ihe Arlv. Mattáatt
for UaJership. Washington, DC, The Heritage Foundation, 1981. páes. 1040-1041.
274 MIS TRAHAJAÜORKSC'ULTIJRALES Y LA t»LDAGOCl \Cl l.U'IC-U
es hora do aplicar un nuevo criterio al annlisis de nuestra vida cultural —un lti-
cultura superior en una democracia nunca ha sido larca fácil. Pertenece a la na
turaleza misma de la democracia, con su multiplicidad de intereses y gustos, el
cine dicha tarea sea difícil "
23. fiavalri C. Spivnk.. Tin pi,~i-Colo>mil Oilk. Nueva York, Rmnlcdge. Chapmun. and Hall,
276 1.0S TRABAJADORES CULTURALES Y LA PL-D.AGOGÍA CVLTl'RAl.
24. Abignil Sülnmon Gndi-'au. PhoUi^ra^hy Ai The Dock: o¡¡ f'htiiograpluc Insft-
/iiüníi'i. ovil Praciicrs, Minneupolii». Umversity of Minnesota f’rvss, 1'W], páos. 215-216
25. Roger I. Simón. «For a Podagogv of Possibüity». Critica! Nelwotkcr ]: l (lebrero de
278 l-OS TRABAJADORES CULTURALES V LA PEDAGOGÍA CULTURAL
mundo escolar para defender una postura más activista sohre cuestiones de
pedagogía. Desde ei programa del año pasado «Democracy: Lducation» or
ganizado en la ciudad de Nueva York por Group Materia], hasla la compila
ción de vídeo -Magnetic Ymith» más recientemente realizada en l.ACF. en
Los Angeles, pasando por las prácticas de grupos como Ai tists/Tcachers Can
cerned, Ríse and Shine Productions y Tim Rollins + Kíds oh Survival, los tra
bajadores culturales de] estudio y el aula están reconociéndolo indispensable
de !a práctica cooperativa. Para los artislas, esto refleja una insatisfacción
añadida respecto a los modelos kantianos de trascendencia estética que se
paran e! arte de la vida. Los trabajadores culturales reconocen cada vez más
ios límites de la apropiación, el pastiche y el bricolaje apulíücos y posmoder-
nt>s en un inundo de homofobia vivida, opresión racial y desigualdad eronó-
...el .nte tic■ne eJ poder de salvar vidas, y este poder precbamenle e-í e! que se
debe recon ocer, fomcniar y apoyar de todas las forrn as posibles. Pen->si hemos
de hacer es lo. tendremos que abandonar la coiícepcuin idealista de airte. No ñe
ccsilamos iin renacimiento cultural; necesitan! os prá clicas culturales que parli-
cipen atliv;ámente en la iucha contra e! SIDA, fslo necesliamos irasccrider la epi-
demia; nenesliamos acabar con ella.26
Más que cualquier otra cuestión, la crisis del SIDA ha demostrado la ne
cesidad y potencial de alianzas positivas, pues ha movilizado a trabajadores
culturales que nunca se consideraron activistas 'pulírteos. Esta crisis ha fo
mentado formas de práctica cultural de carácter directamente pedagógico,
trabajos que divulgan información pública y también cuestionan ia construc
ción discursiva de la epidemia. El activismo relacionado con el SIDA, de gru
pos e individuos; como Gran Fury, Jan Zita Grover, Símil Gupta, Paula
Treichler, el Tesling the Limits Collective y Simón Watney, ha puesto en pri
mer plano las vías en que el conocimiento público del SIDA se produce a tra
vés del lenguaje y los medios de comunicación. Como dice Crimp, además de
desplegar textos alternativos, el escribir y hacer una película lleva consigo
una crítica del modo en que el mundo cultural participa de las convenciones
de representación o las resiste. No es tan casual que sea exactamente dicho
trabajo el que tanto preocupa a los de la derecha, listo se debe a que c! tema
2t>. Dongla-SCrimp. «A1DS: Cultural Aciivism/Cufuimt Análisis». OaobcrA} (invierno <k- 1987),
ESCRIBIR CONTRA EL IMPERIO 279
pimío de partida con nravor intensidad. Iras hilar redes de «aguda» crítica.
Hn vez de propor cionar a los jóvenes un espacio para que hablen, el estudio
de ia cultura popular se convierte en ana forma de cruce de fronteras en que
el oti'o se convierte en un recurso de valorización y apropiación académicas.
Lo que comienza como un proyecto crítico queda, con frecuencia reducido a
una práctica intelectual que simplemente privilegia a la persona autoritativa
del «vidente». Esta tradición particularmente occidental, tan valorizada en
profesiones culturales, ha contribuido a las opiniones de alfabetización re
trógradamente monolíticas que intentamos desmantelar.
Al mismo tiempo, la objetivación académica de lo popular, irónicamente,
ha dado un tratamiento romántico a la capacidad de «la gente» para escapar-
de las realidades económicas en que habitan. Como lia indicado Meaghan
Mon is, el concepto teórico de conocimiento popular ha sido utilizado para
subvertir una conciencia de «verdadero» racismo, sexismo, homofobia o in
justicia e co n ó m ica .P o r esta razón, los trabajadores culturales deben estar
constantemente atentos a sus propias implicaciones afectivas en los grupos a
los que se dirigen. Escritores, profesores y artistas no son nunca obsenado-
res desinteresados y pueden proyectar fácilmente sus propias miras sobre
aquellos a quienes estudian o representan. Sin embargo, los trabajadores cul
turales rara vez son tan plenamente conscientes de su propia actitud política.
31. Richard Kcarnev The U'uke of hn/¡p>:t‘.)ujy: .Mjnneapnlis, Uni\crsitv of Minnesota Press.
1988. pág. 369.
32 Eslos Jemas *on Hulados cmcn^irnouc en Si Av onoui i ? y Hcnrv A (limnx, l’ustnunh'n»
}■(hicanti’i: PoUtic*, Culture, a>¡tl S<ntal Cmn tsiti, Mnnu .ipolis, iJnuciMlv of MinncM'lü Press. 1^9!.
284 LOS tr a b a ja d o re s cui.turai.ks y la pedagogía c u l t u r a l
apoyados como ¡¡cnit que cuenta, como yente que puede participar en la
producción y adquisición de su propio aprendizaje y como gente que de ese
moilo puede hablar con una \ oz enraizada en su sentido de la historia v el
lugar.
Pero si hemos de ver esta intuición de una manera significativa, debemos
entender que no basta afirmar y dar voz. a las experiencias, a menudo de múl
tiples estratos, que los diferentes colectivos traen al aula o a la galería. Tam
bién es indispensable examinar ¡os trasfondos culturales de los estudiantes y
sus experiencias sociales para que puedan entender tanti) los puntos fuertes
como los débiles que constituyen sus voces, con frecuencia múltiples v con
tradictorias.
Como parte de una pedagogía de la diferencia, los estudiantes deben ns'u-
niii la riqueza de sus propias comunidades e historias, al tiempo que luchan
contra las estructuras de dominación. Deben ser capaces de entrar y salir de
iliferenles culturas para así apreciar y apropiarse los códigos v vocabularios
ele diversas tradiciones culturales a fin de ampliar más el conocimiento, des
trezas e intuiciones que, en el mundo moderno, tienen qtie definir v determi
nar, y no simplemente servir.
una serie tic conexiones ieconucibles por unos en la obra de ios otros.’1Así
mismo, los Irebajadores culi ni ales íiecesilan convertir la cuestión de la re
presentación no sólo en básica para la producción y dcsconstnicción de ideo
logías, sino lambién en primordial para Ja construcción de prácticas pedagó
gicas que aborden cómo el conocimiento y el poder se unen para producir
formas particulares de estar en el mundo, formas particulares de soñar y de
sear, y cómo éstas son asumidas por grupos dominantes y subordinados den
tro de contextos históricos y culturales especilicos. Debemos estar atentos a
Jas formas en que las relaciones vitales de ia siente pueden quedar noveladas
en representaciones de orientación sexual, de clase. edad y raza. Necesitamos
recordar que representación y realidad son conceptos que determinan y son
determinados el uno por el otro. En este contexto, nuestra tarea se convierte
en algo mucho más delicado que la mera corrección de estereotipos negativos
a través del despliegue de imágenes positivas. Como han señalado Skiart Hall
y otros, inclusa imágenes positivas de «clnia gonuina» llenan a veces la im
pronta de la excesiva determinación colonial o funcionan simplemente como
formas invertidas de una lógica anticolonial reduccionista.11 1.a naturaleza
contradictoria y cómplice de la experiencia se pierde en este tipo de análisis y
padece todos los problemas de convenir al olio en alga exótico y romántico.
Más allá de este nivel de crítica textual, lambién necesitamos escudriñar
las estructuras mediante las cuales se formulan tales cuestiones, si bien no
por otra razón que la de examinar el modo en que desvían la atención de ca
tegorías dominantes tales como «masculinidad» v «blancura». A este respecto,
incluso a Ja posición dcsconstruccionisla progresista que inquiere la relación
del margen con el centra se le debe preguntar por el privilegio autoritativo
que concede a sus practicantes europeos — incluso cuando los critica— . En
efecto, esto significa elaborar un concepto de cultura y Jucha política confor
mado por un lenguaje que sea a la vez. histórico, político, pedagógico y espe
ranzado. Queremos concluir' indicando más concretamente alguno de los ele
mentos que podrían conformar dicho lenguaje en un intento de crear y
profundizar la posibilidad de una democracia cultural.
En primer lugar, tos trabajadores culturales deben demostrar la impor
tancia de la memoria histórica. Por memoria histórica entendemos el reco
nocimiento de que no hay lenguaje, conocimiento ni práctica social que este
rnas allá del pasado. Además, la memoria histórica rechaza la idea de pasado
como una progresión lineal, la historia como una serie rio problemática de
acontecimientos que avanza hacia cotas más altas de éxito y progreso. En
este caso, la memoria histórica rechaza el monólogo de teorías y narrativas
totalizadoras. Por el contrario, representa
33. Sobre la necesidad de que los progresistas creer» esferas públicas que les permitan lamo
inas de artnación, víanse varios aiticulos sobre la esfera pública en Sucia! Text. nos. 25 v 26. Vían
se especialmente Nancv Fraser. «Retbinking the Public Spbere». Social Text 25-26 (I9W). 56-80. y
Patricia Mam», «City Coliege as a ÍVsnnoden, Public Spliere». Swiat 71-ai 25-20 (IWO). 81-102.
286 I OS TRABAJADORES Cl'L'í't'KAI J:S Y I A TI- STAGUOIA CUt I l'R.AT
un movimiento o cambín supuesi». que no eslá más allá del pasillo ni alejado de
trui-oilcr a sus detalles, sus márgenes \ silencios anteriores, ¡i sus espacios pre
viamente «en blanco» \ sus redes ocultas, a )>n de extraer de él un sentido más
amplio de lo posible... la lucha no es a propúsitu de una verdad absoluta, el va
cío bnmpilaiite drl releí eme último. . sino a pi oposito de- lo que es «bueno» y
benelicioso para nosotros. En ve/ de fundamentos estables y una directriz ra
cional que no.s acompañe en nuestro viaje por la calzada única de la verdad ba
cía lo «real», buscamos nuestra liberación en las múltiples voces, lenguajes, re
latos lemeninos y masculinos, de un mundo que está, en resumidas cuentas,
menos garantizado, pero, precisamente por eso, es más ligero, más abieno, ac
cesible \, en un sentido profundamente secular, más posible. '
Vease también Cultura; Mull icultui alis — visión liberal de la, 201 203
— y alfabetización. 283
— visión conservadora de la. 274-275 — y estudiantes, 206-207
— y educación, 267 — y estudios culturales, 194
— V pedagogía, 12.'!, 163, 199, 258 259, — v feminismo posmoderno, 92-95
263-264 — y pedagogía. 99, ¡27-129, 163
Véase también Cultura popular; Multó — v poder. 208
culturalismo — y política, 199-200
Cultural Literacv (E. D. Hirsch), 116. Véase también Multieulturalismo
I16n„ 1 I7n Dippo. Don, 48
Culturas fronterizas, 75-79 Dirty Dancing, 232-236, 238 239
Curación, 251-254 Dobie Kathv, 134
Curriculum: Donahue, Patricia, 98, 122
— contenido del, 26 Dostoicvski, Teodora Mikhailwich, 62
— v pedagogía, 100 101, 129, 171,2 7 2- Dowsett, G.W.. 211
273 Dubois, W.E.B., 126
— y política. 109n Durkheim, F.mil, 244
Dvei, Richard, 141
mo 80-82
Zora Noalc, 126, 159
i, 55, 70, 143, 146
294 CRUZANDO IMITES
rie, 203. 2 13 .2 14
52, 161
145. 146