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Como se puede ver, que se diga que la primera bifurcación se haya dado en el
año 880 d.C., es una fecha relativamente reciente que no justifica la
fragmentación ocurrida en los dialectos centrales (por ejemplo, el Huanca).
Torero en 1984 concluye que la primera ruptura del quechua debió producirse
“en un período en varios siglos anterior, lo suficientemente largo como para que
se generen los rasgos diferenciales (básicamente gramaticales) que separaron
al protoidioma en I y II” (Torero 1984: nota 2). Esto quiere decir que la primera
bifurcación del protoquechua se habría producido a principios de nuestra era y
no en el año 880, cuando las sociedades del valle del Rímac, que tendrían en
Cajamarquilla su centro más importante estaban en su pleno desarrollo (entre
400 a 450 de n.e.). La segunda expansión, que corresponde a la división del
QII, es cuando el QIIA se va en dirección de la sierra norte y el QIIB-C hacia la
costa sierra sur desplazando a los dialectos aimaras, lo que habría tenido lugar
tras la decadencia de Cajamarquilla, hecho que se repercute en Viñaque y en
Tiahuanaco en el sur; lo que termina en el encumbramiento de Pachacámac en
el siglo VIII, como centro del poder económico y religioso. Finalmente, tras la
caída de éste (aunque continuaba siendo un poderoso e importante centro
religioso hasta la llegada de los españoles y el saqueo y profanación
emprendidos por Hernando Pizarro), surge Chincha como poderoso centro
mercantil, sea terrestre y fundamentalmente marino, que habría dado como
resultado la tercera expansión del quechua, como “lengua de relación”, en este
caso como QIIB, por la costa norte hasta el Ecuador, y el QIIC en dirección del
este y del sur. De esta manera, como se ve, el cuadro cronológico originario es
corregido, por lo que se sabe que el Pachacámac será el impulsor de la
segunda dispersión de la lengua y no el responsable de su primera escisión,
como se habría sugerido al inicio, en razón a las dataciones proporcionadas
por la glotocronología.
De esa manera, Torero llega a conclusiones mucho más realistas y en
comentarios de Cerrón-Palomino “el propio sentido común aconsejaba una
datación mucho más temprana para la escisión del protoquechua así como
para explicar la profunda diversificación interna de QI y su “alejamiento” del QII,
sobre todo, en sus puntos extremos” (1987: 331).
4. CONSIDERACIONES FINALES
Ahora bien, las fases expansivas del quechua, como es de suponer, implicaron
la eliminación de otras lenguas que ocupaban los territorios cubiertos
actualmente por aquél. Si bien no hay evidencias directas respecto de las
hablas que preexistían en el área de dispersión del PQ, a excepción de los
islotes lingüísticos aimaras formados por el jacaru y el cauqui (Yauyos, Lima),
los indicios de la existencia de otros idiomas aumentan a medida que se
rastrea la expansión de la lengua en sus dos fases restantes. Sin embargo,
siendo relativamente abundantes –aunque no siempre precisas– las
referencias a los distintos sustratos lingüísticos sobre los que se asentó el
quechua en su última expansión, las correspondientes a las hablas que se
distribuían en el área inundada por la segunda fase expansiva resultan más
vagas.
Por lo que toca al área cubierta por el quechua central, creemos que hay
evidencias indirectas que señalan la presencia previa de un sustrato aimara,
hasta por lo menos la zona colindante con el antiguo territorio de culli, en las
provincias norteñas de Ancash. Así parecen indicarlo no sólo la toponimia sino
también cierto número de lexemas, si bien reducido (aunque faltan aún
estudios destinados a la “depuración” del léxico atribuible al quechua),
encontrados entre los dialectos de QI (cf. Adelaar 1986, Cerrón-Palomino
1987). De hecho, la subvariedad yaru del huáncay, designada así por Torero
por corresponder aproximadamente al área de ocupación de dicha etnia, no
acusa mayor influencia aimara que la que muestra el dialecto huanca.
Finalmente, el quechua ha desplazado en su avance hacia el norte a muchas
lenguas, y desde el centro hacia el sur lo hace en contra de los dialectos
aimaras previamente expandidos (tal como lo atestigua la toponimia) y del
mismo puquina cuando éste estaba en proceso de aimarización.
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