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ÁRBOL DE LA KÁBALA
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partir del minúsculo pero poderoso punto de la yod (y), en un
servicio o sharet (trw) al mundo,, un don para los seres
humanos, un regalo a los demás. Esos tres pasos sucesivos,
difíciles de dar, son sin embargo indispensables si se quiere
avanzar en un conocimiento que los entendidos no dudan en
calificar cono el “Yoga de Occidente”.
La red o reshet tiene, como la cadena transmisora o
shersheret imaginada por el maestro Alexandre Safrán, una línea
básica horizontal y otra vertical, fijadas o relacionadas entre sí por
meditación de los nudos. La línea vertical cada quien está a solas
consigo mismo, allí donde su comprensión lo sitúa: por la
horizontal, en compañía de los demás e inmenso en el diálogo
didáctico que lo instruye. El cruce o contacto entre los nudos es –
en términos neurológicos- la sinapsis que la red nerviosa establece
para la energía de la alef (a) se polarice hacia la yod (y), onda y
partícula respectivamente. Cuando el pensamiento se expresa en
palabras, la onda se hace partículas; cuando las palabras tienden
hacia el pensamiento, por el contrario, la partícula se hace onda.
En ese juego cósmico constante, artífice y mago, cándido y sabio
en igual medida, el kabalista aprende a ser un tejedor y destejedor
de redes. O, como le dijo Jesús a Simón-Pedro: conociéndolas
deviene un pescador de hombres.
Hoy, ahora mismo, ese principio de fuego o de luz cálida está
contenido en el Arca de la Ley o arón ha-kodesh (wrqh wvra).
En efecto, ¿qué otra cosa puede haber en el mencionado arca o
arón (wvra) sino la misma luz u or (rva) que nos busca y a la
que también nosotros buscamos? Para que el encuentro se
produzca debemos, gradualmente, conectarnos a la red con el fin
de que a través de ella pueda fluir la energía que, en su lugar y
momento, debe transformarse en nuestra propia iluminación. El
principio es eterno, la red el espacio/tiempo y el servicio la acción
cotidiana.