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PARASHAT BERESHIT

Parashat Bereshit

Nuevamente iniciamos y descubrimos…

“Esa es la razón que el hombre fue creado en forma unipersonal


para enseñarnos que quien destruye a una sola persona, la Torá
lo considera como si destruyese un mundo entero. Y que aquél
que salva una sola persona, la Torá lo considera salvador de
todo un mundo. Y para enseñarnos la grandeza del Señor. En
efecto, cuando el hombre funde muchas piezas con un sólo
molde, todas se asemejan; D-os, en cambio, ha modelado al
hombre a la efigie del primer hombre, empero, ninguno se
parece a su prójimo”

(Sanedrín 4:5)

Rabino Yerahmiel Barylka (Israel)

Mi más cercano compañero en el uso de las piruetas literarias


me comentaba que iniciar otra vuelta en la lectura y el estudio
de la Torá, tiene algo de grandioso, de ‘allegro ma non tropo’.

Para él es más que claro que éste, será el último año de su


ignorancia, que por fin va a comprender todo y en todos sus
aspectos. Que desde ahora la Torá le va a hablar, por fin, a él, y
percibir definitivamente que la Torá fue recibida para él, para
que al fin la pueda leer y estudiar como si fuera la primera vez.
En éste año, sabe, que se convertirá en un ben Torá y agregaba
que ‘no hay mejor comienzo del año que iniciar, desde ‘El
Principio’: desde Bereshit.

Quedé extasiado al recibir estas líneas que ahora comparto con


ustedes. En pocos renglones, me explicó el significado de
Bereshit y casi de toda la vida judía. Al grado que siento que
agregar cualquier letra a las citadas podría hacer perder el gozo
y la alegría que su trascripción puede provocarles. Confieso que
le envidié su regocijo. Pero, manifiesto también, que me lo
contagió.
Bereshit se lee después de jornadas de oración y reflexión, de
alegrías y de cantos y bailes por el privilegio del goce en el
estudio y no es de sorprender entonces que convoque a la
nostalgia de épocas que fueron extremadamente creativas. En
la añoranza propia que provoca la repetición, aparece un flash
de la época en la que, con algunos de los lectores, gozamos un
año completo interpretando de cien maneras, sólo el primer
versículo del Libro de los Libros. Fue un buen entrenamiento
para sumergirnos en el inagotable mar de la parshanut, aún a
riesgo de perder perspectiva del mensaje.

También me acuerdo, las discusiones con las lererkes del kinder


de Yavne, sobre la utilidad de hacer que los niños de 4 y 5 años
memoricen la Creación de cada jornada, cuando el mismo
Shlomó el más sabio de todos los hombres, no consiguió
entender sus misterios. Supongo que los niños siguen
aprendiendo esos conceptos que obligatoriamente olvidarán
hasta encontrarse, ya adultos, nuevamente con la sucesión de
las etapas de la Creación.

Pero Bereshit, el Libro Primero, es algo muy especial. Desarrolla


a todo su largo una crónica de los conflictos entre los hermanos
que fueron nuestros antepasados y que nos marcaron con su
sello. Imprimieron en nosotros sus virtudes y nos dejaron el
recuerdo de sus errores, todos humanos, que intentamos
disimular. Al releer sus vidas, nos encontramos con tantos
contrastes, que parecen pertenecernos, como si fueran parte de
nuestra propia biografía. La diferencia es más en los tamaños de
la experiencia que en su modo.

En el principio, después de recorrer la creación del Universo, de


los cielos y la tierra, la luz y la oscuridad, el mar y la tierra seca,
los frutos y los animales, leemos: “Y D-os creó al Adán a su
imagen; a imagen de D-os lo creó, hombre y mujer los creó”
(1:27). Ese versículo es la base del valor del ser humano, de su
igualdad entre sí, de su semejanza y similaridad, y de su amor.
Ya nos enseñó Rabí Akiva, “querido es el hombre que fue creado
a Imagen”, derivando del versículo la prohibición del
derramamiento de sangre, aún antes de la entrega de la Torá.
Prohibición que sería infringida muy rápidamente.
En la discusión entre Rabí Akiva y Ben Azai acerca del principio
más valioso de la Torá, si el “ama a tu prójimo como a ti
mismo” de Vaikrá 19:18, y “Cuando D-os creó al ser humano, lo
hizo a semejanza de D-os mismo. Los creó hombre y mujer”
(5:1-2), rabí Akiva considera que el amor es el máximo valor,
pero Ben Azai eleva a la igualdad por encima de cualquier otro
valor. El tiempo hizo que el pueblo judío adoptara ambos
principios como valores superiores. De esos valores logró
legislar infinidad de normas fundamentales. Si ofendes a un
individuo no es a la persona a la que agravias, sino es a D-os
mismo. Después de todo, los humanos no somos más ni menos
que Imagen.

El “amarás a tu prójimo”, no es una expresión teórica. Es una


obligación, precedida por la obligación de amarse a uno mismo.
Rabí Akiva le fijó una limitación aparente (Baba Metzia 62 a),
“tu vida precede a la de tu prójimo e Hilel la interpretó diciendo
que “lo que odies no lo hagas a tu próximo” (Shabat 31a),
porque es muy difícil aplicar positivamente una frase que parece
declarativa.

El principio de la creación “a imagen” presenta diversos dilemas


que, por lo menos quienes residimos en Israel, tenemos que
enfrentar casi a diario. Un ejemplo de ellos, son las acciones que
el ejército y las fuerzas de seguridad tienen que llevar a cabo
para salvar la vida de seres humanos amenazados por la acción
de grupos terroristas. En este caso, Israel debe
obligatoriamente perseguir a todos los que quieren afectarle, ya
que también el “otro”, el enemigo, debe actuar según las
normas, que acepten que nosotros también tenemos “imagen”.
Esa lucha de autodefensa debe hacerse éticamente, y sin
alegría. Cuando Iehoshafat el rey de Iehudá derrotó a los
amonitas y a los moabitas, leemos en II Divrei Haiamim 20: 21-
22: “Al día siguiente, madrugaron y fueron al desierto de Tecoa.
Mientras avanzaban, Iehoshafat se detuvo y dijo: «Habitantes
de Judá y de Jerusalén, escúchenme: ¡Confíen en H’, y serán
librados! ¡Confíen en sus profetas, y tendrán éxito!» Después de
consultar con el pueblo, Iehoshafat designó a los que irían al
frente del ejército para cantar a H’ y alabar el esplendor de su
santidad con el cántico: «Den gracias a H’; su gran amor
perdura para siempre.» La Torá nos desafía para encontrar un
verdadero equilibrio basado en nuestros valores.

Regresemos al tema de la Creación a Imagen. De la lectura del


versículo aprendemos que todos, sin excepción, fuimos creados
siguiendo la Imagen. Los ricos y los necesitados, los judíos y los
gentiles, los fuertes y los débiles, por lo que no debemos
intentar exclusiones. Esa es la fuente de los Derechos Humanos
y de las obligaciones en el judaísmo. Estamos obligados a
respetar los derechos, incluso cuando se trata de actitudes de
nosotros con nosotros mismos. No tenemos derecho a declinar
nuestra autodeterminación, como no tenemos derecho a
renunciar a nuestra vida buscando abreviarla por la razón que
fuere, ni el derecho a dañar nuestro cuerpo o nuestra alma.
Tampoco nosotros mismos tenemos el derecho de afectar a la
Imagen que llevamos dentro como don. Quien avergüence a una
persona, deshonra a la Divinidad que está en contenida en ella.
Así nos dice la mishná en Sanedrín 4:5:

“Esa es la razón que el hombre fue creado en forma unipersonal


para enseñarnos que quien destruye a una sola persona, la Torá
lo considera como si destruyese un mundo entero. Y que aquél
que salva una sola persona, la Torá lo considera salvador de
todo un mundo. Y para enseñarnos la grandeza del Señor. En
efecto, cuando el hombre funde muchas piezas con un sólo
molde, todas se asemejan; D-os, en cambio, ha modelado al
hombre a la efigie del primer hombre, empero, ninguno se
parece a su prójimo”.

Misterioso pero real. Clarísimo. Sin vueltas. Tan simple y tan


difícil de llevar a cabo.

El dilema presentado por Rabí Akiva, pregunta qué hacer


cuando dos amigos se encuentran en el medio del desierto
teniendo bebida suficiente que permitiría que uno solo de los
dos pueda seguir vivo. La respuesta instintiva parecería que es
mejor que los dos mueran, sin embargo el maestro nos enseña
que “nuestra vida prevalece sobre la del otro”. Cuando
contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas
que allí fijaste, me pregunto: «¿Qué es el hombre, para que en
él pienses? ¿Qué es el ser humano para que lo tomes en
cuenta?» Pues lo hiciste poco menos que un dios, y lo coronaste
de gloria y de honra: lo entronizaste sobre la obra de tus
manos, todo lo sometiste a su dominio”. Palabras más que
claras, a las que les permito agregar, simplemente “porque lo
creaste a Tu imagen”.

Shabat Shalom,

Rab. Yerahmiel Barylka

PARASHAT NOAJ

Parashat Noaj

“Entra tú y toda tu familia en el arca, porque a ti he visto justo


delante de mí en tu generación” (7:1)

¿Un “tzadik in peltz”?

Una de las preguntas más difíciles que nos presenta la Torá es


la referida al Diluvio Universal y a su actor más visible, Noaj. Si
Noaj es un justo, es una cuestión que en su momento, Rashí
con proverbial maestría intentó contestar con la discusión entre
Rabí Iojanán y Reish Lakish en Sanedrín, dejándonos de alguna
manera, la elección en nuestras manos. Pero, aún seguimos
preguntándonos si además del castigo a una generación que se
había pervertido, el diluvio sirvió para que el ser humano sea
mejor.

El diluvio universal fue un parteaguas en la Creación,


provocando el nacimiento de una nueva, apenas bajaron las
aguas. Uno de los más discutidos filósofos de las últimas
décadas, Yeshayahu Leibowitz, veía que el mundo anterior al
diluvio que fue creado por la Misericordia Divina, fue conducido
sin seguir las reglas de la naturaleza. Según nuestra visión de
normalidad todo en él era milagroso, en él no había orden
definido, los cambios eran imprevisibles e ilógicos, las
temperaturas pasaban de un extremo a otro sin que se
sucedieran las estaciones, podía cambiar y ser destruido en
cualquier instante. Pero, en el nuevo mundo nacido después del
diluvio, hay normas universales que rigen la naturaleza y otras
que rigen las conductas de los seres humanos, como los siete
preceptos de los hijos de Noaj decididos aún antes de la entrega
de la Torá en Sinaí. El diluvio no cambió la naturaleza humana
ni modificó las conductas de los seres humanos. La única
diferencia es que, al establecerse la normatividad, aparece la
posibilidad del castigo por el crimen cometido, lo que hace que
hasta el mismo Noaj pueda ser juzgado retroactivamente según
esas pautas. Una vez que existe la norma se puede saber cuál
será la consecuencia de su violación. D-os reconoce que el
instinto del hombre es perverso desde su juventud, pese a lo
cual promete no volver a maldecir la tierra por culpa suya, ni
destruir a todos los seres vivientes, y mientras la tierra exista,
habrá siembra y cosecha, frío y calor, verano e invierno, y días
y noches. (Ver Bereshit 8:21-22). Si aceptáramos ese
razonamiento, concluiríamos que el nuevo mundo es menos
bueno que el anterior. El nuevo necesita de normas más claras,
de regularidad, y ya no hay confianza en las capacidades
humanas de elegir entre el bien y el mal si esos valores no son
normados.

El Rabino Dr. Yechezkel Lichtenstein, nos dice que Noaj y su


familia fueron los primeros habitantes del nuevo mundo, sólo
que se encontraban vestidos en el momento del nacimiento del
nuevo universo. Pero en las personas nada cambió. Noaj se
emborrachó, Jam fue maldecido, y el instinto de los seres
humanos continúa siendo perverso desde la juventud. Pese a
que el mundo ha cambiado, los seres humanos regresaron a ser
lo que fueron antes. No escarmentaron con el terrible castigo. El
rav de la yeshivá donde estudié, planteaba que también en
otras oportunidades, D-os había reducido el “standard de
excelencia” de sus criaturas, incapaces de elegir una vida más
elevada. Enumeraba a las segundas tablas escritas por la mano
de Moshé a diferencia de las primeras que, con el mismo texto,
había escrito D-os mismo, a la discusión que los jajamim traen
acerca de las críticas de Iosef a sus hermanos a quienes le
exigía una conducta de mayor pureza, e incluso a la orden de
regresar a la cueva que una Voz le diera a Shimón bar Iojai y a
su hijo después que habían “quemado” a quienes se ocupaban
de trabajos mundanos. El diluvio sólo logra corroborar que los
seres humanos no pueden aceptar el nivel que se les exigía en
la primera Creación.

En cuanto a Noaj, tratado con superlativos difícilmente aplicados


a ningún otro en toda la Torá, desde que escuché por primera
vez el concepto de “tzadik in peltz”, -un pío envuelto en abrigo
de piel- (que sólo está preocupado por calentarse a sí mismo en
días de frío), no pude sino unirme a quienes interpretan muy
relativamente su tzadikismo. La discusión de Sanedrín 108 a,
aparece en Bereshit Raba entre rabí Iehudá y rabí Nejemiá, casi
en los mismos términos: que fue tzadik, ambos coinciden, la
pregunta es cuál fue el grado de su piedad. El versículo (7:1) en
el que H’ le dice a Noaj: “Entra tú y toda tu familia en el arca,
porque a ti he visto justo delante de mí en tu generación”, limita
de alguna manera el primero de nuestra parashá “Noaj, hombre
justo, era tamim –perfecto [¿?]- entre los hombres de su
generación” (6:9).

Tamim es interpretado como humilde y paciente (Rashí), y


como Tzadik en sus acciones y entero en su corazón (Ibn Ezra).
Pero H’ no usa ni el término tamim y habla únicamente de la
generación de Noaj sin dar lugar a las especulaciones de otros
tiempos. Rashí nuevamente magistral intenta solucionar el
interrogante diciendo que “en presencia de la persona no se la
elogia sino parcialmente”, por lo que no hay contradicción.
También para H’, siguiendo ese criterio Noaj es casi perfecto.

Sin embargo, regreso al modelo de tzadikismo pasivo de Noaj.


Con su accionar se salvó junto a su familia, porque no era
malvado. Pero, no ejerció el liderato que se podía esperar de él
para salvar a los demás. En ello no puede compararse ni con
Abraham ni con Moshé. El profeta Iejezkel, sigue esta línea de
considerar tzadik a quien está en condiciones de salvarse de la
destrucción (14 12): “Vino a mí palabra de H’, diciendo: «Hijo
de hombre, cuando la tierra peque contra mí rebelándose
pérfidamente, y extienda yo mi mano sobre ella, le corte el
sustento de pan, envíe sobre ella hambre y extermine de ella a
hombres y bestias, si estuvieran en medio de ella estos tres
hombres: Noaj, Daniel y Job, solo ellos, por su justicia, librarían
sus propias vidas, dice H’, el Señor”. Noj caminó con D-os,
porque si no, no hubiera podido ser justo. Se hubiera caído.
Necesitaba del apoyo. Y si él no podía sostenerse no tenía la
fuerza para apoyar al otro. Abraham no necesitaba de ese
apoyo. Caminaba solo. “Abraham tenía noventa y nueve años de
edad cuando se le apareció H’ y le dijo: –Yo soy el D-os
Todopoderoso. Anda delante de mí y sé perfecto” (Bereshit 17).

Noaj se encerraba y temía mezclarse con la gente para no


absorber de ellos lo negativo. Abraham salía a estar con todos
sin temor alguno. Su fe era completa. Su fortaleza interior
integral. De esa manera no sólo acercaba a las personas al
judaísmo sino que los podía salvar de la destrucción. El conocía
al otro. Se unía a él para tomar lo mejor y multiplicarlo.

Por último el midrash también compara a Noaj con Moshé.


Acerca de Noaj sabemos que “comenzó a ser un hombre de la
tierra”. Inició como justo y finalizó uniéndose a las partes más
bajas de sí mismo. Moshé, fue llamado “el egipcio” en Shemot
2:19, llega a la categoría de ser “varón de H'”, en Devarim
33:1.

Las personas pueden iniciar abajo y elevarse si cumplen su


misión particularmente si son líderes o maestros, y pueden
iniciar alto y derrumbarse porque olvidan que uno no puede
elevarse solo apartado de los demás.

Nuestra época, es en muchas actitudes prediluviana y de


nuestros conductores esperamos que sepan involucrarse en el
compromiso de salvar a los demás, enseñarles, unirse a ellos
para lograr que mejoren y construyan una sociedad más justa y
formen un pueblo que responda a los mandamientos y a los
llamados de la ética y la moral.

Pero, diluvio ya no vamos a tener. D-os aceptó ya que no somos


mejores que los de épocas pretéritas, ni que el diluvio nos
mejorará aún más. Por eso, nuestro compromiso social debe ser
aún mayor.
Shabat Shalom, desde Sión,

Rab. Yerahmiel Barylka

PARASHAT LEJ-LEJA

Parashat Lej Leja

Una de las características para llegar a Eretz Israel, es anular


todos los sentimientos y deseos frente a la aspiración de H’

Rabino Yerahmiel Barylka

Al final de parashat Noaj leemos que: “Téraj salió de Ur de los


caldeos rumbo a Canaán. Se fue con su hijo Avram, su nieto Lot
y su nuera Saray, la esposa de Avram. Sin embargo, al llegar a
la ciudad de Jarán, se quedaron a vivir en aquel lugar” (11:31).
Allí, está más que claro, que Avram se dirige a Canaán llevado
de la mano de su padre, y no por mandato divino, que no se
dirigieron a una tierra que luego les iban a mostrar sino a un
lugar muy definido. Pero, Teraj, no siguió su camino. Allí se
quedó. Allí murió. No ingresó a Canaán, ni ingresó ningún
miembro de su comitiva.

Es difícil aceptar que Teraj, que había sido un importante


funcionario en el régimen de Nimrod, y había aceptado sus
normas, se dejó llevar por su hijo rebelde y lo condujo para
cumplir lo que recién aparece en el versículo siguiente, tal como
lo explica Redak [1] , y parece más lógica la interpretación de
Jizkuni (Rabi Jizkiahu ben Janoj) [2], que Teraj fue hacia
Canaán con su familia en búsqueda de las tierras que como
descendiente de Shem le correspondían, y que habían estado en
manos de descendientes de Jam. Pero, que en esa caminata
rumbo a la tierra no había ningún mandamiento espiritual.
Pertenecía a los intereses del pasado y no del futuro. Teraj pudo
haber llegado a Canaán – Israel, sin darse cuenta que estaba en
Tierra Santa. También Avram hubiera podido llegar, sin saber
qué superficie estaba pisando, si no hubiera oído el llamado de
Lej Lejá.
Allí está toda la diferencia. Aquí está el contraste que vivimos
todavía en nuestros días, entre quienes están en la tierra de
Shem que les pertenece, por ser descendientes de Abraham y
aquellos que están en su tierra por haber seguido el llamado de
Lej Lejá, de cortar con el pasado, con creencias anteriores, con
solidaridades caducas, con lazos familiares y con sus amistades,
su cultura y su idioma.

El Salmista (45:10) nos deleita diciéndonos: “Escucha, hija,


fíjate bien y presta atención: Olvídate de tu pueblo y de tu
familia. El rey está cautivado por tu hermosura; él es tu señor:
inclínate ante él”, describiendo la rebelión necesaria contra los
padres y el lugar de nacimiento, para elegir seguir la senda de
H’ que parece señalarnos el primer versículo de la lectura de
esta semana. Sólo faltaría en él, el mandato de dirigirse a una
tierra desconocida.

Cuando hay un Llamado, aparece un objetivo que va más allá de


lo geográfico.

Sobre Teraj, no se hubiera podido aplicar el versículo que


aparece poco más adelante: «Yo lo he elegido para que instruya
a sus hijos y a su familia, a fin de que se mantengan en el
camino de H’ y pongan en práctica lo que es justo y recto. Así H’
cumplirá lo que le ha prometido» (18:19), porque su viaje no
tenía un mandato. No tenía nada que aleccionar a su familia
más que en las artes de la subsistencia.

El llamado de Lej Lejá, resuena también para nosotros, estemos


incluso residiendo en la Tierra de Israel.

Es una voz que no ha dejado de repicar en nuestros oídos y


corazones desde entonces. Como que aún no hemos llegado a la
heredad que no acabamos de descubrir porque todavía no se
cumplió del todo el anuncio hecho a nuestro patriarca.

La diferencia parece estar marcada por lo que nos enseña el


Sfat Emet [3] , citando el Midrash que también Rashí nos
presenta: “¿Por qué no le reveló (H’) inmediatamente el lugar?
– Para hacerlo amable a sus ojos y para poder retribuirle por
cada paso, y el rav de Gur, nos da su respuesta: “Simplemente
porque una de las características para llegar a Eretz Israel, es
anular todos los sentimientos y deseos frente a la aspiración de
H’. De allí debemos aprender el principio según el cual debemos
estar preparados para oír y para aceptar lo que no podemos,
que debemos mirar y escuchar lo que está por encima de
nuestras percepciones”.

Si D-os le hubiera dicho a Avram, “sube a Israel”, Avram


hubiera seguido siendo el mismo ser. El hijo del aristocrático
Teraj preocupado por poseer más territorios, fiel a su rey y a su
lugar de nacimiento, con capacidad de liderazgo que había
aprendido las artes de la negociación y la guerra que luego
debería usar, sólo hubiera cambiado su lugar de residencia y su
espacio vital. Pero, difícilmente hubiera cambiado lo suficiente
para convertirse en el Patriarca del Pueblo de Israel, para ser
Abraham.

Ir a la “Tierra que te voy a mostrar”, implicaba un cambio


interior muy profundo. Una verdadera transformación en la
persona, en el espíritu y en la fe. Un corte. Una nueva dinámica.
Implicaba una revelación y un descubrimiento. Exigía una dosis
muy grande de humildad y preparación, para abrir los ojos y
exigirse para descubrir esa muestra. Tener todos los sentidos
puestos en saber ¿dónde estoy? ¿A quién soy fiel? ¿Cuál es mi
misión? Poder cruzar el río y dejar a todos del otro lado. Ser
ivrí-hebreo.

Ser ivrí, -estar del otro lado-, es ser capaz de vivir delante de
todo el mundo luciendo unos valores que los demás o
desprecian o ignoran o combaten.

Al llegar a Israel por el mandato divino, y no por orden del


padre, Avram se comporta sin intereses. Puede pedir a D-os por
los pecadores de Sdom, e intentar la paz con Avimelej el rey de
los filisteos. Puede construir altares para un D-os invisible y lo
que no es menos importante, poder litigar con D-os mismo,
para intentar salvar las vidas de otros, que ni siquiera eran de
su familia.
Avram puede ser el hombre de la fe total, por esa orden: “Como
no me has dado ningún hijo, mi herencia la recibirá uno de mis
criados. — ¡No! Ese hombre no ha de ser tu heredero —le
contestó H’—. Tu heredero será tu propio hijo. Luego H’ lo llevó
afuera y le dijo: —Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas, a ver
si puedes. ¡Así de numerosa será tu descendencia! Avram creyó
a H’, y el Señor lo reconoció a él como justo.” (15:3-6)

Cuando Avram recibió la orden Lej Lejá, pudo al fin liberarse de


los dioses terrenales y poder mirar hacia las Alturas para
descubrir allí, que lo que le anunciaban y que era absolutamente
imposible por la lógica, sería real por la fe.

Shabat Shalom, desde Sión,

Rab. Yerahmiel Barylka


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[1] Radak (Rabí David Kimji), 1160 – 1235, nació y murió en


Narbona, en el sur de Francia. Su padre Iosef y su hermano
Moshé también fueron distinguidos estudiosos de la Torá y
escribieron sus comentarios. Radak siguió a Maimónides a quien
defendió contra quienes se oponían a su filosofía.
[1] Jizkuni (Jizkiahu ben Manoaj), fue un comentarista del S.
XIII (1250-1310), pero las fechas exactas de su nacimiento y
muerte no han sido confirmadas. Su comentario fue impreso por
primera vez en Venecia, y luego en Cremona en 1559. En la
introducción de su obra dice que buscó por naciones y
comentaristas lo mejor para incluir en su trabajo. En sus
escritos se encuentran las huellas de Rashí, Rashbam, y Rabí
Iosef Bejor Shor, pero, Jizkuni no trae las fuentes.

3 Rabí Iehuda Arieh Leib Alter (1847-1905), es el segundo


admur de la jasidut de Gur, que fue llamado Sfat Emet por los
libros que escribió. Nació en Varsovia y quedó huérfano muy
pequeño, por lo que pasó a vivir con su abuelo. Cuando le
ofrecieron ser el rebe se negó y recién aceptó suceder a rav
Janoj Henij Hacohen de Alexander cuando tenía sólo 23 años.

PARASHAT VAYERA
Parashat Vaierá

La atadura de Itzjak

El motivo de la akedá –la atadura o amarradura- de Itzjak es


uno de los más apasionantes de las Escrituras y aparece en
nuestras oraciones, en nuestra tradición, en el arte, y en
nuestras fantasías y sueños.

Es considerado el máximo ejemplo de la fe. Después de todo,


una anciana mujer estéril consigue al fin lograr su sueño de
maternidad y el padre que ama a su hijo, al único de su vejez,
debe atarlo y llevarlo a un altar, porque se lo piden su fidelidad
y su amor a D-os.

Nuestros sabios, que vieron en el relato la muestra suprema de


la lealtad, se permitieron preguntar y responder aquellos
interrogantes que la mayoría de las personas no asienten
plantear.

¿Cómo es posible que el primer monoteísta no dudara en


conducir a su hijo hasta el altar y atarlo, tal como solían hacerlo
los paganos de su época y aquellos que les siguieron en la
mayoría de las culturas idólatras?

En las respuestas, muchos encontraron, nuevos elementos para


certificar la fe absoluta de Abraham no sólo en el Creador sino
en Su promesa de un futuro que surgiría de sus entrañas.

¿Cómo es posible que Abraham no percibiera lo que la Torá


prescribe? Tanto en Vaikrá 18:21: “Y no des hijo tuyo para
ofrecerlo por fuego a Molej; no contamines así el nombre de tu
D-os…” como en Devarim 18:9-10: “Cuando entres en la tierra
que te da H’ tu D-os, no imites las costumbres abominables de
esas naciones. Nadie entre los tuyos deberá sacrificar a su hijo o
hija en el fuego; ni practicar adivinación, brujería o hechicería”.
Es obvio que sabía que ésa no era la línea del judaísmo.

El Talmud en Taanit 4 a, intenta quitar el parecido entre la


Akedá de Itzjak y los sacrificios relatados en las Escrituras
cometidos por otros padres, evidentemente preocupado por el
enfrentamiento entre la moral humana tal como es captada por
la inteligencia y la concepción de la fe, que pueda entrar en
conflicto con ella.

La guemará distingue claramente entre la predisposición de Iftaj


de sacrificar a su hija, cuando salió a recibirlo después de la
batalla y la del hijo del rey de Moav, con Abraham.

El rey de Moav, “al ver que perdía la batalla, se llevó consigo a


setecientos guerreros con el propósito de abrirse paso hasta
donde estaba el rey de Edom, pero no logró pasar. Tomó
entonces a su hijo primogénito, que había de sucederlo en el
trono, y lo ofreció en holocausto sobre la muralla”. (Ver II
Melajim 3: 27).

A Abraham, no se le ordenó degollar a su hijo sino “elevarlo


allí”, y a él, le ordenaron expresamente “No pongas la mano en
el niño, no le hagas nada” – ni un rasguño, ni una rasgadura. El
suspenso del texto se disuelve con el final feliz. Se acabó la
prueba. Empieza la vida. Recordemos que Itzjak le dijo a
Abraham: “— ¡Padre! —Dime, hijo mío. —Aquí tenemos el fuego
y la leña —continuo Itzjak —; pero, ¿dónde está el cordero para
el holocausto? —El cordero, hijo mío, lo proveerá D-os —le
respondió Abraham”, (22:7), como que presintiendo lo que
sucedería y proyectando su deseo.

El Rav Abraham Itzjak Kuk, de bendita memoria, expresaba que


si el temor a lo celestial desplaza a la moral natural, no es puro.
Pese a que, la moral humana es relativa y puede interpretarse
controversialmente. Analicemos, por ejemplo, la afirmación de
Reish Lakish, que “aquel que se compadece de los crueles, se
vuelve desalmado con los piadosos” para percibir la relatividad
de la expresión y las dificultades espirituales que podría
provocar a quien intente aplicarla textualmente.

Pero, la ética, tal como es percibida por las personas, debe


prevalecer frente a lo que es descubierto como temor celestial,
excepto, haya, como en este caso, un mandato preciso,
inequívoco, personal, y categórico. Hay que poner orden en la
cabeza cuando alguien desea violar una norma alegando
principios de fe, no prescritos.

Abraham tuvo que enfrentarse al dilema de cómo actuar frente


a su otro hijo, Ismael, su primogénito, al que termina
desheredando y expulsando, porque su conducta no condecía
con los preceptos de conducta elevada que él mismo predicaba,
entre ellos, el de no ser un salvaje asesino, un ” pere adam”. Y,
también allí, debe recibir una instrucción precisa para actuar
contra su concepción y percepción de lo correcto, después de
haber aceptado la revelación de D-os.

Lo revolucionario del mensaje de nuestra parashá, es que


Abraham decidido a aceptar la voz de D-os que pide el sacrificio
de su hijo, tal como lo había visto en la casa de su padre, en el
país de su nacimiento y formación, del que había salido en su lej
lejá, tiene la grandeza de oír y aceptar la voz que le dice: ¡Alto!
Quizás en ese momento haya podido comprender totalmente el
mandato de abandonar lo que podría ligarle a su cultura
anterior. —”Aquí estoy, —respondió. —No pongas tu mano sobre
el muchacho, ni le hagas ningún daño —le dijo el ángel—. Ahora
sé que temes a D-os, porque ni siquiera te has negado a darme
a tu único hijo” (Bereshit 22:12). Ahora está claro. La prueba
fue exitosa. Abraham, entiende la contraorden, pese a que
también el Midrash intenta decirnos que hizo algunos intentos
de modificar la ordenanza que había recibido y para la que se
había preparado. Comprende en un instante que H’ no puede
exigirle ningún sacrificio humano. Que H’ no quiere la muerte de
una persona, ni siquiera para darle vida a otro. Que rechaza
también que un ser humano muera para salvar a la humanidad,
tal como lo proclaman otros pueblos, con fe y con orgullo. No es
ese nuestro pensamiento. Esa tradición nos es totalmente ajena
y que bueno que sea así. Aprobar la muerte de una persona, por
cualquier causa, no forma parte de nuestra cultura.

En una sociedad filicida como la que nos encontramos, es difícil


aceptar, que después de la gran prueba por la que pasó
Abraham exitosamente, el hombre de la fe por antonomasia,
aacepta detener su mano a tiempo y ofrece gustosamente un
sucedáneo.
Así nos brinda el mensaje de la Akedá, según el cual no
queremos ni aceptamos la muerte y que así lo quiso expresar D-
os a través del sumiso acto de la atadura de Itzjak, al que
también se sometió el joven, desconociendo el principio de “a
quien intenta asesinarte, levántate y mátalo”.

Para entender mejor el concepto podemos mencionar lo que


dice Abraham Ibn Ezra, que de las palabras “D-os puso a
prueba”, deduce que lo que H’ deseaba era sólo la prueba y no
el resultado de la misma. Comprobar la reacción de Abraham
pero no llevarlo a la consumación del acto.

En nuestra época, muchos oyen a los dioses que les dicen que
sus hijos deben ser mártires – shahidim- en las guerras santas y
padres y madres se enorgullecen cuando lo logran.

El amor de padres y madres en la cultura judía, destaca y


acentúa, la continuidad a partir de la vida. D-os no quería la
muerte de Itzjak, no la necesitaba, lo que quería es que
nosotros como Abraham podamos escuchar la contraorden y
hacerla norma.

Para que de Abraham surja “una grande y poderosa nación, y


serán benditas por medio de él todas las naciones de la tierra.
Porque le conocí y sé que ordenará a sus hijos y a su casa
después de él, a fin de que guarden el camino H’ para hacer
caridad y justicia; (Bereshit 18: 18-19), se necesitaba de vida.
Esa vida que Itzjak ganó como derecho en su nacimiento.

Shabat Shalom,
Rab. Yerahmiel Barylka

PARASHAT JAYEI-SARA

Parashat Jaie Sará

La parashá de esta semana, Jaie Sara, nos trae en su contenido


y también en su nombre, una serie de mujeres que ocupan un
lugar trascendente del cual podemos llegar a conclusiones
sumamente válidas para nuestra vida también hoy. Si bien
nuestra parashá comienza con la muerte de Sara y la compra de
su sepultura y por ello lleva su nombre, en su médula aparece el
enlace entre Itzjak y Rivka y casi al pasar, una referencia el
envejecimiento de Abraham. La vida misma en todos sus
matices. El texto que habla de la muerte de Sara, se titula “la
vida de Sara”, siguiendo el principio tan conocido que “los justos
después de su muerte, son llamados vivientes”.

Quien deja tras de sí, una heredad tan importante como la de


Sara, continúa viviendo en el tiempo, hasta nuestros días en los
que hablamos de ella como si estuviera presente. Sus hijos
siguen vivos y continúan su conducta, logrando que sus
acciones perduren en nosotros. Por ello, la elección de la esposa
de Itzjak, que debía ocupar el lugar de su madre en la tienda
donde habitaba, es realizada con tanta minuciosidad y relatada
con tanto detalle. No fue suficiente que Rivka no fuera hija de
otras culturas y creencias contradictorias con el mensaje
familiar, sino que necesitaba contar con las virtudes que
permitan el encadenamiento de las generaciones. Itzjak no
podía lograr la continuidad de Abraham y de Sara, sin una
pareja.

“Un día, Abraham le dijo al criado más antiguo de su casa, que


era quien le administraba todos sus bienes: -Pon tu mano
debajo de mi muslo, y júrame por H’, el D-os del cielo y de la
tierra, que no tomarás una mujer para mi hijo de esta tierra de
Canaán, donde yo habito,…” (24:2-4).

Abraham conocía el nivel de la moral de sus vecinos, y no desea


que su descendencia se una a ellos. En eso no transige.
Interfiere en la libertad que gozaba Itzjak para formar pareja.
Con ello, Abraham no juega.

“Irás a mi tierra, a mi cuna, y de allí escogerás una esposa para


mi hijo Itzjak”. Punto. Abraham no interfiere en la elección de la
pareja para su hijo mayor, Ishmael, que se enlaza con una
mujer egipcia, tal como egipcia era su madre “habitó en el
desierto de Parán y su madre lo casó con una egipcia” (21:21).
Abraham sabe qué hubiera deseado Sara y también la respeta.
Itzjak se enamora de Rivka, y de los valores que trae consigo
que son los de su madre. “Itzjak llevó a Rivka a la carpa de
Sara, su madre, y la tomó a Rivka por esposa y la amó. E Itzjak
se consoló de la muerte de su madre” (24:67).

La tienda de campaña de Sara representa según los


comentaristas, no sólo el espacio físico, sino el mensaje
espiritual. “Abraham (que tuvo con Ketura, seis hijos más)
entregó todo lo que poseía a Itzjak. Y a los hijos de sus
concubinas les hizo regalos y, los separó de su hijo Itzjak,
mientras él todavía estaba con vida, enviándolos a las regiones
orientales”, nos dice la Torá en el capítulo 25. Nuestro patriarca,
actúa con los hijos de Ketura según el mismo modelo que había
usado con el hijo de Hagar. Los separa de su casa, los aleja de
Itzjak. No son como él. No deben influenciarlo. Deja a Ketura
con sus hijos para que los eduque como ella siente, tal como
dejó a Ishmael con Hagar. A toda vista, a los ojos de cualquier
padre de nuestra época, esa actitud discriminatoria de Abraham
con respecto a su descendencia subleva y provoca un
sentimiento de desagrado. Incluso en el reparto de los bienes
materiales que no entrega igualitariamente entre su
descendencia.

No podemos disimular tampoco que el récord de continuidad


ideológica de su prole tiene mucho que desear. La Torá nos dice
que Abraham tuvo por lo menos ocho hijos, y sólo uno es
merecedor de ser su continuación. Después de la muerte de
Sara, se preocupa por la esposa de Itzjak, pero no muestra
interés por las parejas de sus otros hijos. Para Itzjak envía a
buscar por una mujer que sea lo más parecida a los de la madre
de este hijo. Itzjak no aparece en el texto bíblico cuando su
padre y su criado se preocupan por su continuidad. ¿Dónde
estaba? ¿Qué hacía? Después de la experiencia de su atadura,
no encontramos a Itzjak junto a Abraham. No se asoma en el
relato de la llegada de Abraham, a Beer Sheva como había
estado junto a su padre cuando se dirigían a pasar la prueba.
Sus caminos se bifurcaron después de la experiencia. Los
midrashim se dividen tratando de explicarnos dónde podría
haber quedado. Algunos intérpretes lo dejan en el monte Moriá
hasta su boda. Allí habría quedado después de la experiencia.
Otros, dicen que Itzjak permaneció estudiando Torá, separado
de su padre, en las yeshivot de Shem y de Ever y otros incluso,
dicen que Itzjak llegó al Jardín de Edén y allí permaneció
escondido.

Pero de pronto, “Itzjac había vuelto del pozo de Lajay Roí, -


«Viviente-que-me-ve»-, él reside en la región del Néguev. Y
salió Itzjac a deliberar (lasuaj) al campo, a la hora de la tarde”
(24:62).

Itzjak regresó al lugar donde “Hagar dio a D-os, que hablaba


con ella, el nombre de: «Tú eres el D-os que me ve», porque
dijo: « ¿Acaso no he visto aquí al que me ve?» Por lo cual llamó
al pozo: «Pozo del Viviente- que-me-ve»…” El lugar donde había
nacido Ishmael, su hermano mayor. (16:13-14).

Después de su akedá, va al lugar donde estaba Hagar, ¿acaso


para devolverla a Abraham?, como nos enseña Rashí citando el
midrash, o ¿para unirse en el dolor y el sufrimiento de Hagar,
identificándose con ella y con el de su hermano Ishmael? Lo que
nuestros sabios comprendieron del término lasuaj, tan difícil de
traducir, es que en ese espacio, Itzjak instituyó, la plegaria
minjá, porque allí fue a elevar sus rogativas. Sintiendo lo que el
salmista, con sus palabras inimitables nos dice (Tehilim 102)
como modelo: “Oración de un afligido, cuando está angustiado y
delante de H’ derrama su lamento. H’, escucha mi oración y
llegue a ti mi clamor. No escondas de mí tu rostro en el día de
mi angustia; inclina a mí tu oído; apresúrate a responderme el
día que te invoque”. La oración de Itzjak pasó a ser fija porque
surgió de la congoja y de la zozobra, de las profundidades de su
alma. En el mundo jasídico, se diría que en el campo, hasta el
césped se une a la oración fortaleciéndola, y Rabí Jiiá bar Abá,
aprende del versículo, que siempre debe elevarse la oración
desde una casa que tenga ventanas (Brajot 31 a), para poder
estar unido al medio que lo rodea, a las personas y a la
naturaleza: “Los árboles de H’ están llenos de savia, los cedros
del Líbano que él plantó. Allí las aves hacen sus nidos; en los
cipreses tienen su hogar las cigüeñas. En las altas montañas
están las cabras monteses, y en los escarpados peñascos tienen
su madriguera los tejones” Para apreciar, ¡cuán numerosas son
tus obras! H’, ¡Todas ellas las hiciste con sabiduría!

Itzjak, se eleva aún más después de la akeidá, al unirse al dolor


de Hagar, que le permite abrir su corazón en la oración, para
poder desde ese momento, ver a Rivka. Desde el pozo del
“Viviente que me ve”, puede ver a su pareja. “De pronto, al
levantar la vista, vio que se acercaban unos camellos. También
Rivka levantó la vista y, al ver a Itzjak, se bajó del camello y le
preguntó al criado: – ¿Quién es ese hombre que viene por el
campo a nuestro encuentro? -Es mi amo -contestó el criado.
Entonces ella tomó el velo y se cubrió”. Recién entonces, pudo
llevar a Rivka, tomarla por esposa, amarla, y consolarse por la
muerte de su madre. Al fin, había encontrado a la sucedánea de
la madre, la que educará a sus hijos, que son los de Abraham
Itzjak y Iaacov, a los que nos referimos en nuestras plegarias.
Sara ya no está con nosotros, pero, queda su espíritu. A partir
de ella y de Rivka, continuamos nosotros, los hijos de Abraham,
que no somos los únicos de él, pero, sí los únicos de Sara, que
continúa viva en nosotros. La mujer. La que nos formó en sus
valores. Los principios que tuvo Rivka, la esposa de Itzjak.

Shabat Shalom, desde Sión,

Rab. Yerahmiel Barylka

PARASHAT TOLDOT

Parashat Toldot

y el conflicto entre hermanos

Rabino Yerahmiel Barylka

Esta parashá nos presenta un nuevo conflicto entre hermanos


en la familia de nuestros patriarcas. Esta vez, preanunciado por
los movimientos de los mellizos Esav y Iaacov, en la matriz
materna, que se expresa posteriormente en la competencia por
la primogenitura hasta su venta, y las maniobras por las
bendiciones que el padre concede a sus hijos. La respuesta a la
inquisitoria de la madre preocupada «Dos naciones hay en tu
seno; dos pueblos se dividen desde tus entrañas. Uno será más
fuerte que el otro, y el mayor servirá al menor.» (25:23), sigue
vigente aun en nuestros días y su expresión, más que simbólica,
excede el marco familiar para presentarse, al igual que entre
Itzjak e Ismael, en el ámbito universal.

La parashá nos trae la obra y vida de la única pareja


monogámica de los patriarcas: Rivka e Itzjak. La única que no
abandonó ni por un instante la Tierra de Israel, por lo que no
fue a Egipto como Abraham y Iaacov, matrimonio que tuvo sólo
dos hijos y una buena situación económica. “Itzjak sembró en
aquella región, y ese año cosechó al ciento por uno, porque H’ lo
había bendecido. Así Itzjak fue acumulando riquezas, hasta que
llegó a ser muy rico” (Bereshit 26:12-13). Itzjak, Iaacov y Iosef
nacen de madres que tuvieron que superar la esterilidad.

La diferencia entre esta pareja y la de Abraham y Sara ya


aparece en el momento del encuentro. Abraham tomó a Sara.
¿Quién era Sara? ¿De dónde había salido? ¿Cómo se acercaron?
– La Torá nada nos dice sobre ello, excepto en las genealogías.
Sin embargo, nos presenta el momento del encuentro entre
Rivka e Itzjak acerca del cual comentáramos la semana pasada.
La Torá nos relata de qué manera, Rivka fue consultada antes
de seguir al criado de Abraham a su locación. Así seguía el
principio de la virilocalidad, fijar la residencia de los recién
casados, en el lugar en que moraba el marido antes del
matrimonio. “—Llamemos a la joven, a ver qué piensa ella —
respondieron. Así que llamaron a Rivka y le preguntaron: —
¿Quieres irte con este hombre? —Sí —respondió ella. Entonces
dejaron ir a su hermana Rivka y a su nodriza con el criado de
Abraham y sus acompañantes. Y bendijeron a Rivka con estas
palabras: «Hermana nuestra: ¡que seas madre de millares! ¡Que
dominen tus descendientes las ciudades de sus enemigos!»
Luego Rivka y sus criadas se prepararon, montaron en los
camellos y siguieron al criado de Abraham. Así fue como él tomó
a Rivka y se marchó de allí” (Bereshit 24:57-58).
Sin embargo, esa pareja casi ideal, tuvo que enfrentarse
respecto a sus hijos que ya se habían enfrentado no sólo en el
seno materno sino en las transacciones respecto a la
primogenitura frente a la ultimogenitura (el privilegio concedido
al nacido en último lugar entre un grupo de hermanos)[1] pese
a los caminos entreverados que recorren los hijos en búsqueda
de mayores derechos antes sus padres. En esta nueva familia,
el “bueno” para el padre, no lo fue para la madre, ni el “malo”
de Itzjak fue otra cosa que el bueno de Rivka.

Hubiera sido lógico que Itzjak no se equivocara con respecto a


su hijo. Después de todo, Iaacov “era un hombre entero,
sentado en las tiendas”, alumno de Shem y Ever, los maestros
de la época, y Esav era “hombre que sabe cazar, hombre del
campo”. Pero, Iaacov nunca le reveló a su padre que había
adquirido su primogenitura, quizás por vergüenza por el precio
que pagó. Pero, Esav, siguió presumiendo de ese título. Itzjak
que después de todo había gozado de su ultimogenitura y
elegido por Abraham su padre, no debía discriminar entre el
primogénito y su segundo –pero lo hace-.

Rivka es la hija de Betuel, el arameo, palabra que en hebreo, si


se le cambia el orden de las letras de aramí se convierte en
ramaí, el embaucador, y nieta de Najor el hermano de Abraham
que se había quedado junto a su padre y el resto de la familia
aferrado a los bienes materiales, a su fe idólatra sin animarse a
ingresar a Israel, pese a que le faltaban pocos pasos, y una
decisión. La mujer debe luchar para poder cortar el cordón
umbilical que la liga genéticamente con prototipos, que si bien
forman parte de la familia patriarcal, no representan sus
mejores virtudes. No en vano, el midrash la describe como una
rosa entre espinas, parafraseando el Cantar de los Cantares. Ya
en su primera aparición en las Escrituras se la ve, con
personalidad definida y con una maravillosa predisposición para
las buenas acciones, casi similares a las de su futuro suegro, la
de poder recibir a los anfitriones y hacerles sentir bienvenidos y
bien atendidos. Da de beber a los camellos y ofrece albergue a
un desconocido. Rivka alcanza abandonar el hogar paterno a
muy joven edad para poder desarrollarse en otro medio con
otros valores. Su descubrimiento de las diferencias entre los dos
hijos, le permite salvar la vida de Iaacov cuando logra
convencer a Itzjak de enviarlo lejos del alcance de su hermano,
después que hiciera todo para que Iaacov reciba las bendiciones
destinadas a su hermano, que frustrado, deseaba matarlo.
Actúa sin demora y sin revelar sus motivaciones a su esposo,
que no puede o no quiere ver la realidad. No tiene problema de
aceptar recibir el fruto del ofuscamiento de su marido contra su
hijo preferido cuando le contesta antes sus protestas: “—Hijo
mío, ¡que esa maldición caiga sobre mí! — le contestó su madre
—” (27:12). Una vez salvada la vida de Iaacov refugiado en la
casa de su familia, Rivka desaparece prácticamente de la escena
bíblica, como que había cumplido con su disposición de crear
continuidad en la sucesión familiar que luego se convertiría en
un nuevo pueblo. Ni hay mención a su muerte, en las Escrituras,
y nuevamente el midrash es quien intenta llenar el hueco,
recordándonos que si bien Itzjak aún estaba en vida, era muy
anciano, ciego y encerrado en el hogar, mientras Iaacov seguía
en Padan Aram, para evitar que sea Esav quien la sepulte
“sacaron sus restos en la noche (en secreto)- para que nadie
maldiga la memoria de quien lo había amamantado”.

El punto común en la historia de la saga familiar de nuestros


patriarcas pareciera estar ubicado en que el elegido para
continuar la bendición de H’, en casi todos los casos, logra
convertirse en ese papel después de haber pasado por infinitas
pruebas, y lo logra muchas veces contra la voluntad del padre
biológico[2]. Plantear el tema de esta manera y dejarlo abierto,
nos permite renunciar a nuestra omnipotencia cuando pensamos
que todo nos es comprensible.

Sin duda, las elecciones no tienen que ver con las convenciones
humanas, sino con los méritos propios. El elegido es quien opta
ser preferido por sus méritos. No es un tema familiar. David
descendió de una mujer que se integró al judaísmo cuando los
hombres de su propio pueblo no debían formar parte del
judaísmo por mandato divino. De aquí deberíamos aprender que
los caminos de H’ son totalmente indescifrables por nuestra
limitada inteligencia. Por lo menos hasta que se cumpla la
profecía de Ieshaiahu (11:1 in fine): “Del tronco de Ishaí
brotará un retoño; un vástago nacerá de sus raíces. El espíritu
de H’ reposará sobre él: espíritu de sabiduría y de
entendimiento, espíritu de consejo y de poder, espíritu de
conocimiento y de temor a H’. Él se deleitará en el temor de H’
no juzgará según las apariencias, ni decidirá por lo que oiga
decir, sino que juzgará con justicia a los desvalidos, y dará un
fallo justo en favor de los pobres de la tierra…”

Shabat Shalom desde Sión,


Rab. Yerahmiel Barylka

[1] Caín, Ishmael y Esav eran primogénitos pero no fueron


elegidos. La humanidad desciende de Shet el hijo menor de
Adam. Y Abraham amó a Ishmael: “Por eso le dijo a H’: —
¡Concédele a Ishmael vivir bajo tu bendición!” (Bereshit 17:18)
justo cuando D-os le avisa a Sara que será madre, como
deseando expresar que ya había cumplido con su paternidad. “A
lo que H’ contestó: — ¡Pero es Sara, tu esposa, la que te dará
un hijo, al que llamarás Itzjak! Yo estableceré mi pacto con él y
con sus descendientes, como pacto perpetuo. En cuanto a
Ishmael, ya te he escuchado. Yo lo bendeciré, lo haré fecundo y
le daré una descendencia numerosa. Él será el padre de doce
príncipes. Haré de él una nación muy grande”. Podríamos
continuar con la prole de Iaacov, cuyo primogénito fue Reubén,
pero, éste no es el espacio para ello. Y es Iaacov, quien bendice
a los hijos de Iosef según otro orden, pese a que el mismo Iosef
pide continuar con la primogenitura cuando pide la bendición
para sus propios hijos que Iaacov invierte.
[2] Ver también la historia de Tamar y sus mellizos. Peretz es el
que sigue la bendición y de él nacerá David, ungido pese a ser
el menor de los hijos de Ishay. David elige como sucesor a
Shlomó que tampoco fue su primer nacido.

PARASHAT VAYETZE

Parashat Vayetze

–¿Soy yo acaso D-os, que te ha negado el fruto de tu vientre?”


(Bereshit 30:1-2)
En los últimos años se ha puesto de moda enseñar
indoctrinando y para ello, no sólo quienes lo hacen se alejan del
texto sagrado sino que también ignoran, con intención o no, las
investigaciones y comparaciones de los exegetas clásicos. Lo
más grave es que la enseñanza mutilada, es contraria al espíritu
de los jajamim z”l, que no temían a las letras de la Torá y de
cada una sacaban las enseñanzas más valiosas. Es ese el
espíritu que queremos, también en esta parashá, plantear
aspectos muy humanos de nuestros patriarcas. Seguimos así
esa vieja tradición y tenemos muy presente el versículo
magistral, que nos enseña: “El ojo que se burla de su padre y
menosprecia la enseñanza de la madre, que lo saquen los
cuervos de la cañada y lo devoren las crías del águila” (Mishle
30:17). El desafío no es simple, pero, si deseamos honrar las
enseñanzas de la madre, y dignificar las instrucciones del padre,
debemos aceptarlo y ver de qué manera actos y palabras de
nuestros antepasados tal como los trae la Torá nos brindan
enseñanzas que perduran por los siglos.
Vaietzé -“Y salió Iaacov”. No fue. Rashí nos dice que el que se
va a la golá, ‘sale’, no va. Fuera, ya no puede ver la “escalinata
apoyada en la tierra, y cuyo extremo superior llegaba hasta el
cielo. Por ella subían y bajaban los ángeles de D-os…” (Bereshit
28:12). Durante toda su estadía en la casa de Lavan H’, recién
aparece nombrado al final para ordenarle regresar a la casa de
sus padres. Mientras estaba en tierra ajena, aún cuando el
peligro lo acosaba, debe arreglárselas solo.
Y Iaacov esa persona tan sensible y tan enamorada de Rajel, el
mismo que en su encandilamiento recibe fuerzas que no
contaba para mover la enorme piedra que guardaba la fuente,
no siempre puede guardar todas sus virtudes y todos sus
modales, fuera de su medio. Cuando tiene que apoyar y
contener el dolor, reacciona con enojo. Su respuesta contradice
la imagen que tenemos del patriarca. ¿Con quién estaba
enojado Iaacov? – Acaso, ¿consigo mismo?, ¿con H’ cuya
presencia percibía lejos? ¿con su Rajel, por la manera en que le
reclamó?
También en nuestros días muchas mujeres gritan como Rajel
“tráeme descendencia pues si no me siento como muerta”, pese
al gigantesco adelanto en los tratamientos de fecundidad,
impensable hace pocos años atrás, todavía no todos logran éxito
en sus anhelos de paternidad y maternidad.
De la requisitoria de Rajel y de la respuesta de Iaacov, de este
grito desesperado, de otra de nuestras figuras históricas que
sufrió de esterilidad, podemos aprender magistralmente cómo
manejarnos en situaciones difíciles, frente a personas que
atraviesan por momentos de angustia y zozobra.
Lamentablemente, cuando la persona que está frente nuestro
sufre ante escenarios que no siempre se pueden manejar,
dominar o elaborar, no siempre sabemos cómo reaccionar, qué
decir, qué hacer, cómo poder ser útiles, cómo sobrellevar la
situación.
En nuestra parashá, nos encontramos con uno de los casos en
los que una persona está desesperada y reclama de otra una
ayuda que ella no puede conceder, por lo que reacciona con
enojo que deja ver la frustración que siente por no poder
satisfacer el pedido recibido.
Los versículos de la Torá: “Cuando Rajel se dio cuenta de que
no le podía dar hijos a Iaacov, tuvo envidia de su hermana [que
ya en ese entonces tenía cuatro descendientes] y le dijo a
Iaacov: — ¡Dame hijos! Si no, ¡muero! Pero Iaacov se enojó
muchísimo con ella y le dijo: –¿Soy yo acaso D-os, que te ha
negado el fruto de tu vientre?” (30:1-2), hablan por sí solos.
Rajel, no acepta esa respuesta. No la entiende. Pero, no
protesta. Deseosa de lograr con su deseo le da la solución a
Iaacov, la de una matriz sustituta, y le dice que tome a su
criada Bilhá*.
Nuestros sabios compararon la respuesta de Iaacov a la
angustia de Rajel, con la que dio Abraham a Sara, a su zozobra
por la misma causa de su esterilidad. “Ya ves que H’ me ha
imposibilitado de dar a luz; te ruego… y oyó (atendió) Abram el
ruego de Sarai (16:2)”. Abram, deseoso de tener descendencia
no menos que Sarai, no toma decisiones sin ella, y cuando ella
viene a él, con el tema de la esterilidad y encara a su pareja,
éste sólo reacciona escuchándola. Sin duda, esa actitud es la
más recomendable. Abraham respondió como un sabio, nos dice
el midrash, y Iaacov, desde sus entrañas.
La lección que nos da el Midrash, nos presenta varios principios
de relaciones humanas. Las personas no pueden escuchar
regaños cuando se encuentran deprimidas y angustiadas.
No se deben pronunciar admoniciones, ni llamar la atención, y
reconvenir a quienes sufren. No se le ponen caras feas a una
persona enojada ni se consuela a nadie cuando frente a él se
encuentra el cadáver de la persona que quiere. Cuando
queremos que alguien corrija su conducta, no necesitamos
hacerle doler manipulándole puntos neurálgicos para tener
éxito, con palabras amables, con una sonrisa y con un abrazo,
se puede lograr mejor efecto.
En circunstancias aciagas del otro, hay que ser empático,
asociarse al dolor, acompañarlo, dolerse juntos, estar en
silencio, ofrecerse para servir. Llorar, oír la angustia, compartir
la aflicción, sumarse a la agonía, ansiedad, amparar en el
desamparo, sosegar en el desasosiego, descompostura, dolor.
En momentos de tribulación y zozobra se postergan las
explicaciones eruditas y no se sacan conclusiones. No se
disfraza la realidad ni se la disimula, por más dramática que
sea. Se deja para otro momento la adulación, el halago, y la
lisonja. No en el momento del gran dolor.
Pero…, todos tenemos la tendencia de actuar impulsivamente,
de otra manera, de decir nuestras verdades, pese a que son
duras. Y eso no ayuda a nadie. Ni a nosotros.
Entre la respuesta medida de Abraham y la impulsiva de Iaacov,
el midrash prefiere la del primero.
Nuestra parashá comienza con la salida de Iaacov, y finaliza con
su regreso a Israel.
La guemará en Ketuvot 100 b, nos dice: “quien habita en Eretz
Israel, es como si tuviera D-os, y quien lo hace fuera, es como
si careciere de El”, quizás la respuesta a la actitud de Iaacov se
encuentre en este simple renglón del Talmud.
Entonces H’ le dijo a Iaacov: «Vuélvete a la tierra de tus padres,
donde están tus parientes, que Yo estaré contigo» (31:3).
Allí volvió a ser el patriarca Iaacov.

Shabat shalom, desde Sión,


Rab. Yerahmiel Barylka
______________________
* Los nombres de los hijos de Bilhá nos enseñan que Rajel se
consoló con ellos, y que además tenía claro que quien se los
concedió no fue otro que H’, sin embargo continúa intentando
ser madre. Ver el texto hebreo de 30: 6-8 “Y Rajel exclamó:
«¡D-os me ha hecho justicia! ¡Escuchó mi plegaria y me ha dado
un hijo!» Por eso Rajel le puso por nombre Dan. Después Bilhá,
la criada de Rajel, quedó embarazada otra vez y dio a luz un
segundo hijo de Iaacov. Y Rajel dijo: «He tenido una lucha muy
grande con mi hermana, pero he vencido.» Por eso Rajel lo
llamó Naftalí”. Rajel, entiende después lo que había entendido
siempre, que la maternidad era un don divino: “Pero D-os
también se acordó de Rajel; la escuchó D-os y le quitó la
esterilidad. Fue así como ella quedó embarazada y dio a luz un
hijo. Entonces exclamó: «D-os ha borrado mi desgracia.» Por
eso lo llamó Iosef, y dijo: «Quiera el Señor darme otro hijo.»
(30:22-24). Después de todo, la respuesta de Iaacov no fue
alejada de la realidad. Véase que en el versículo aparece el
Nombre dos veces, porque fue oída y recordada.

PARASHAT VAISHLAJ

Parashat Vaishlaj

“Salió Dina, la hija de Lea que le había dado a luz a Jacob, a ver
a las hijas del país. Y la vio Shjem hijo de Jamor, el jiveo,
príncipe de aquella tierra; la tomó, yació con ella y la afligió”
(Bereshit 34:1-2).

“Dijo R’ Berajiá en nombre de R’ Levi: Una persona tenía en su


mano un trozo de carne, y cuando el ave de rapiña lo vio, voló
hacia él y lo apresó. Así, cuando Dina hija de Lea, salió, la vio
Shjem hijo de Jamor y la poseyó”. Midrash Rabá.

Lo que sucedió entre Shjem y Dina y posteriormente entre los


hijos de Iaacov y ese grupo, presentan un desafío gigante a
nuestros jajamim que intentan explicarnos las razones más
profundas de la conducta humana y las reacciones de nuestros
patriarcas. También deben enfrentarse a muchas preguntas.
¿Hay culpables? ¿La víctima tiene la culpa? ¿La educación que
recibió fue equivocada? ¿Las actitudes de la madre que imita
inconscientemente no eran las mejores? ¿El violador puede
reparar su acción cuando, enamorado desea tomar a la víctima
como esposa? ¿Después de la acción, cuál debe ser la reacción
del entorno familiar? ¿A qué se debió la inacción del padre?

La Torá identifica a Dina en este contexto como hija de Lea,


quien junto a Iaacov, se mantuvo en silencio después del
terrible incidente por el cual había pasado la joven. Rashí,
basándose en el midrash Bereshit Rabá 81, nos explica que la
referencia a la madre y no al padre en el versículo, se debe
porque también Lea, solía salir, tal como leímos previamente
(30:16) “Cuando Iaacov volvía del campo, Lea salió a su
encuentro…”

Como podemos ver, ese midrash, culpa a Lea por la salida de


Dina, porque ella misma, salía…, atribuyendo a la víctima y a su
madre lo que le sucedió, en lugar de hacerlo al violador.

Otros midrashim, adjudican el suceso a Iaacov, por haber


escondido a su hija, cuando “aquella misma noche Iaacov se
levantó, tomó a sus dos esposas, a sus dos esclavas y a sus
once hijos, y cruzó el vado del río Iaboc” (32:22), para que no
cayeran en manos de Esav, antes de su lucha con el ángel. Ya
que el versículo habla de los 11 hijos, el midrash pregunta,
¿dónde está la hija que falta? Y contesta que “la colocó en una
caja que cerró para evitar que el malvado Esav pusiera sus ojos
en ella y la tome” (Bereshit Raba 76,9). ¿De qué se culpa a
Iaacov? – de haber impedido que su hija se una a su propio
hermano, cuando esa unión hubiera podido lograr modificar a
Esav por la influencia de Dina y se hubiera producido, tal como
comenzaba a ser tradición en la misma familia.

Hasta aquí la culpa es del padre o es de la madre. No es de la


hija. No es de Shjem.

“Iaacov se enteró de que Shjem había violado a su hija Dina


pero, como sus hijos estaban en el campo cuidando el ganado,
no dijo nada hasta que ellos regresaron” (34:5). El padre que
con valor había planeado hasta el último detalle su encuentro
con su hermano y se había enfrentado durante largas horas
luchando cuerpo a cuerpo con el ángel, de pronto queda
silenciado. El midrash, nos trae la cita de Mishle 11:12, que dice
“el hombre de entendimiento se queda callado”, dándole un
valor al silencio, que es el grito más fuerte y desgarrante del
dolor. Iaacov no sabía aún que Shjem, “se enamoró de ella y
trató de ganarse su afecto. Entonces le dijo a su padre:
«Consígueme a esta muchacha para que sea mi esposa». Pero,
parece que está dispuesto a aceptar a los habitantes de la tierra
como parte de su familia. Pero, sus hijos, los hermanos de Dina
no piensan así. “Al tercer día, cuando los varones todavía
estaban muy doloridos, dos de los hijos de Iaacov, Shimón y
Leví, hermanos de Dina, empuñaron cada uno su espada y
fueron a la ciudad, donde los varones se encontraban
desprevenidos, y los mataron a todos. También mataron a filo
de espada a Jamor y a su hijo Shjem, sacaron a Dina de la casa
de Shjem y se retiraron. Luego los otros hijos de Iaacov llegaron
y, pasando sobre los cadáveres, saquearon la ciudad en
venganza por la deshonra que había sufrido su hermana”
(34:25-26).
Pero, si hay acaso, encontramos un silencio que amerita ser
analizado es el de la misma Dina.
¿Qué pensaba Dina? ¿Quería o no deseaba quedarse en la casa
de Shjem cuando sus hermanos la sacaron de allí? Si
releyéramos el caso de Amnón y Tamar, encontraríamos allí la
voz de Tamar expresando su sentir sin lugar a dudas.

En nuestra parashá, su sentimiento inexpresado da lugar a


poner el acento en la relación entre la familia patriarcal, y las de
los otros pueblos. El verbo utilizado repetidamente para
describir la acción de Shjem es mancillar (el concepto hebreo es
tumá, impureza ritual).
Es también el midrash arriba citado, que al equiparar la actitud
del violador al de una ave de rapiña, deja establecido con
claridad que los rapaces no van con vueltas, cuando quieren la
presa la toman, se abalanzan sobre ella, no temen, y no les
importa en manos de quien esté. Incluso si ponen en peligro su
vida. La víctima, pues, no es la culpable. Tampoco su familia.
Pese al terrible drama de Dina, la familia de Iaacov, a diferencia
de la de sus padres y abuelos que tuvieron que expulsar a los
hijos, permanece unida. Tendrán conflictos internos, no habrá
exclusiones de parte del padre.
Después que se perdiera la oportunidad que quizás Iaacov
deseaba, de integrar a toda la familia de Shjem que había
pasado por parte del proceso de conversión al aceptar
integrarse y pasar por la cirugía nada fácil para adultos de la
circuncisión, le queda a Iaacov su propia familia. Los hijos de
Iaacov, unidos en acciones innecesarias de castigo colectivo, y
dos de ellos, también en el asesinato del grupo de Shjem, son
reprendidos por su padre que cree en otro tipo de justicia. Ellos
no habían hecho ningún intento de reparación, ni el que
establece la Torá en Devarim 22: 29… “el hombre le pagará al
padre de la joven cincuenta monedas de plata, y además se
casará con la joven por haberla deshonrado. En toda su vida no
podrá divorciarse de ella”.

Ya en su enfrentamiento con su hermano, Iaacov nos había


brindado una lección que hay que prepararse para todas las
eventualidades y usar todos los medios a su alcance para
sobrevivir. Ya en la lucha con el ángel de la cual salió victorioso
pero herido, sabía que de él se espera otra cosa. Pero, como
padre, no siempre pudo lograr que sus hijos sigan su camino.

La discusión entre padre e hijos, parece formar parte del dilema


de integración a otro pueblo que tiene otras normas de
conducta, asimilarse y desaparecer de la historia, o separarse
totalmente de esa posibilidad.

Cuando Iaacov ordena limpiar los ídolos, quizás hace referencia


a aquellos que después de la acción de los hijos contra la familia
de Shjem, los trajeron consigo.

-Coherencia- exigió Iaacov, si ya no nos mezclamos, (habrá


pensado) tal como yo mismo luché para evitar siquiera dos tipos
de valores en la familia e impedí que mi hija se quede con mi
hermano, malvado a mis ojos, y ustedes siguieron ese principio
y no aceptaron a la familia de Shjem pese a su circuncisión que
es la muestra más valedera de la sinceridad que tenían de
unirse con nosotros, quiten también los símbolos de la fe que no
compartimos. La parashá debería haber terminado con estos
versículos: “Entonces Iaacov dijo a su familia y a quienes lo
acompañaban: «Desháganse de todos los dioses extraños que
tengan con ustedes, purifíquense y cámbiense de ropa. Nos
vamos a Bet El. Allí construiré un altar al D-os que me socorrió
cuando estaba yo en peligro, y que me ha acompañado en mi
camino.» Así que le entregaron a Iaacov todos los dioses
extraños que tenían, junto con los aretes que llevaban en las
orejas, y Iaacov los enterró a la sombra de la encina…” (35:2-5)

Shabat Shalom,
Rab. Yerahmiel Barylka

PARASHAT VAYESHEV

Parashat VAYESHEV

Las acciones de los seres humanos, se juzgan en las Alturas, no


sólo por la forma en que la perciben los seres humanos, sino por
sus intenciones, escondidas al ojo del observador terrenal[3].

Vayeshev comienza con Iaacov, pasa a Iosef, habla de Reubén y


Iehudá, y finaliza con Potifar y el ministro de bebidas. Entre las
figuras de la lectura semanal, se encuentran personalidades
aparentemente menores como las de Tamar[1] y la esposa de
Potifar que no aparece por su nombre en el texto, y que intenta
seducir a Iosef y al fracasar hace que lo encierren para que
luego se convierta en el gobernador de Egipto, trayendo a su
padre y a toda su familia al primer exilio del pueblo judío. Son
textos posteriores los que nos revelan que su nombre era Zalija.

Hay quienes especulan que ese incidente de Iosef es el que


posibilitó el Éxodo y la recepción de la Torá porque sin él, el hijo
querido de Iaacov, hubiera continuado siendo criado en la casa
de Potifar y su familia no hubiera llegado a Egipto. Hay en esta
interpretación, algo muy valioso, que es el mensaje que nos
dice que una acción llevada a cabo en un lugar y en un
momento, puede desatar una sucesión de acciones impensables
en un primer momento e indescifrables para la mayoría de las
personas. Claro, que los tosafistas que así lo interpretan, lo
hacen muchos siglos después del suceso. Los contemporáneos
no pudieron prever jamás lo que iba a suceder después. Hay en
esta línea de pensamiento un mensaje para cada uno de
nosotros que se apura en sacar conclusiones incluso de acciones
inconclusas y derivar de ellas hipótesis y especulaciones.

Nuestros sabios juzgan con benevolencia no sólo a Tamar, a


quien el mismo Iehuda da la razón, sino también a la esposa de
Potifar (Ver Sotá 10 b, y Bereshit Raba 85, 2), acerca de quien
afirman que había consultado a sus astrólogos que le habían
revelado, que de ella (o de su hija) Iosef iba a tener
descendencia. “¡Vengan y vean las obras de D-os, las cosas
admirables que ha hecho por los hijos de los hombres!” (Salmos
66:5), es la invitación del salmista que sirve como introducción
a esa interpretación. Nuestros sabios identificaron a Osnat hija
de Poti Fera, el sacerdote de On, que según Bereshit 41:45,
Iosef tomara por esposa como la hija de esa mujer (ver Ialkut
Shimoni) [2].

Las acciones de los seres humanos, se juzgan en las Alturas, no


sólo por la forma en que la perciben los seres humanos, sino por
sus intenciones, escondidas al ojo del observador terrenal[3].
Son las mujeres de esta parashá las que toman iniciativas, no
esperan que los hombres decidan por ellas, no son pasivas.
Cuando su interés y por su intermedio, el interés del pueblo se
haya en juicio deciden por el pueblo todo.

Sin embargo, otras fuentes nos traen una interpretación


totalmente diferente de los mismos versículos, que nos llevan
incluso a encontrar una figura jurídica que recién en nuestra
época se ha impuesto que es la del “abuso de la autoridad” para
obtener medios o acciones reprobadas. Hay por cierto, una
escuela completa que intenta ver en esas mismas acciones el
mal personificado[4].

En el Talmud (Sotá 32 a) la esposa de Potifar, es criticada


porque confabulaba abusando de su posición de ser la cónyuge
del amo de Iosef, que le confería autoridad sobre el criado, para
disponer de él como mejor le placía. Uno de los midrashim nos
cuenta que condujo a Iosef a pasear por el palacio, llevándolo
de habitación en habitación, hasta llegar a su punto de destino y
allí encontró un ídolo grabado en el cielorraso, que cubrió por
respeto, antes de continuar con sus intenciones. A lo que Iosef
la increpó diciendo, cubres un ídolo inerme para que no te
observe tu accionar y al Santo Bendito que tiene ojos en todo
lugar, ¿no temes?
Nuestros sabios comenzaron a llamar a Iosef a partir de este
relato que aparece en el midrash “Iosef Hatzadik”[5], sin
perjuicio que en la guemará rabí Iojanán interpreta el versículo:
“Pero aconteció un día, cuando entró él en casa a hacer su
oficio, que no había nadie de los de casa allí” (39:11), que
también Iosef sabía de qué se trataba. Ese versículo es discutido
también por Rav y Shmuel, quienes se cuestionaban si había ido
a trabajar realmente o simplemente porque fue a hacer sus
necesidades (en una velada alusión que sabía para qué causa
estaba allí). Sin embargo, Iosef huye aunque deje en manos de
la mujer sus prendas que servirán para encarcelarlo.

El relato de la Torá no lo dice expresamente, pero, es evidente


que las autoridades, incluyendo a Potifar, no creyeron en la
confabulación que la mujer tramó, aún usando argumentos que
hacían referencia al origen y la clase social de Iosef: “–Miren,
nos ha traído un hebreo para que hiciera burla de nosotros. Ha
venido a mí para dormir conmigo, y yo di grandes voces. Al ver
que yo alzaba la voz y gritaba, dejó junto a mí su ropa, y salió
huyendo. Puso ella junto a sí la ropa de Iosef, hasta que llegó su
señor a la casa. Entonces le repitió las mismas palabras,
diciendo: –El siervo hebreo que nos trajiste, vino a mí para
deshonrarme. Y cuando yo alcé mi voz y grité, él dejó su ropa
junto a mí y huyó fuera. Al oír el amo de Iosef las palabras de
su mujer, que decía: «Así me ha tratado tu siervo», se encendió
su furor. Tomó su amo a Iosef y lo puso en la cárcel, donde
estaban los presos del rey; y allí lo mantuvo” (39:14). Si Potifar
hubiera creído lo que su mujer le dijo no hubiera encarcelado a
Iosef sino lo hubiera mandado a ejecutar inmediatamente. Los
midrashim nos relatan que distintas pruebas que intentó fabricar
la mujer fueron llevadas a expertos que demostraron que eran
un embuste. Pese a todo Iosef, sale de la trampa, y después de
la cárcel llega a los máximos honores.

La mujer de las Escrituras, lejana estaba de ser objeto y sus


acciones dejaron su impronta en nuestra historia como nación,
como la dejan en nuestra historia familiar. Parece repetitivo,
pero, conviene recordar que nuestros Padres y Madres
fundadores, fueron seres humanos sometidos a los mismos
deseos e instintos que como a nosotros mismos, nos enfrentan
con pruebas que debemos pasar exitosamente, según nuestras
propias capacidades. Si ellos pudieron, nosotros también somos
capaces de ello.

Shabat Shalom, desde Sión,

Rab. Yerahmiel Barylka


________________________
[1] Tamar debe enfrentarse con su suegro Iehudá, engañarlo,
embarazarse de él teniendo mellizos. Uno de sus descendientes
llegará a ser nada más y nada menos que David el rey de Israel,
ascendente de quien esperamos el pronto nacimiento de Mesías.
[2] Jizkuni nos dice que haber tomado a la hija de Poti Fera
como esposa, demuestra que no estuvo involucrado con la
madre. Otros consideran que la misma familia de la mujer y
Faraón necesitaban rehabilitar a Iosef después de lo que sufriera
por la acción de la mujer. Para Faraón estaba claro que “el
hombre inteligente y sabio”, sobre el cual “está posado el
espíritu divino”, no podía haber caído en esa trampa. Es de
suponer que Faraón citó a Potifar para verificar personalmente
la verdad de la acusación y se convenció que no era sostenible.
Por ello, Iosef no fue encarcelado sino en un instituto para
detenidos políticos (39:20). La boda fue arreglada por el mismo
Faraón.
[3] En varios discutidos casos, algunos de nuestros sabios son
más que benévolos en sus interpretaciones, como es el caso de
las hijas de Lot, en el que rabí Ieoshúa ben Korja, destaca en
Nazir 23 b, que por la acción de la hija mayor, generaciones
después tendríamos también como descendiente al rey David. El
Santo Bendito fue quien hizo que en la cueva hubiera vino, que
dieron de beber a su padre para que pierda la conciencia.
Aparentemente esa indulgencia, se basa en las buenas
intenciones de las mujeres que tenían según ellas entendieron
una buena razón para su conducta, que era la de la salvación de
la humanidad que creían podría desaparecer.
[4] Incluso nos encontramos con quienes reprueban a Iaacov
por haber besado a Rajel, y a ella por haber sido besada tal
como leemos: “Y sucedió que cuando Iaacov vio a Rajel, hija de
Labán, hermano de su madre, y las ovejas de Labán, el
hermano de su madre, se acercó Iaacov y removió la piedra de
la boca del pozo, y abrevó el rebaño de Labán, hermano de su
madre. Luego Iaacov besó a Rajel, alzó la voz y lloró” (Bereshit
29:10-11). Sin embargo, hay consenso entre los intérpretes en
no ver allí ningún acto reprobado.
[5] Los sabios aportan también otras explicaciones que
justifican que le llamen el justo, a las que nos referiremos con la
ayuda de H’ en el comentario de la semana próxima.

PARASHAT MIKETZ

Parashat Miketz

Iosef y Janucá

Rabino Yerahmiel Barylka


“Iosef era el señor de la tierra, quien le vendía trigo a todo el
mundo. Cuando llegaron los hermanos de Iosef, se inclinaron a
él rostro en tierra. Iosef reconoció a sus hermanos en cuanto los
vio; pero hizo como que no los conocía, y hablándoles
ásperamente les dijo: –¿De dónde han venido? -Ellos
respondieron: –De la tierra de Canaán, para comprar alimentos.
Reconoció, pues, Iosef a sus hermanos, pero ellos no lo
reconocieron.” Bereshit 42:6-8

Escribo estas líneas, de regreso en casa, en Israel, después de


recorrer varios países de la Golá, y después de encender la
primera vela de Janucá.

La crisis de la familia de nuestro patriarca Iaacov, nos


acompaña también en esta parashá, Miketz. Es la segunda parte
de la dinámica en las relaciones de los hermanos de Iosef con
él. Hay hambre en su tierra por lo que Iaacov envía a sus hijos
a Egipto para lograr abastecimiento. Llegan a Egipto y allí se
encuentran con la sorpresa más grande: Su hermano, a quien
no reconocieron, pese a ser reconocidos por él. Ahora él, es el
fuerte. De pronto uno de los sueños del soñador se cumple
cabalmente, sus hermanos “se inclinaron a él rostro en tierra”,
pero, pese a ellos no se identifica. ¿Se sentía perplejo y confuso
y por ello no reaccionó? ¿Con su sabiduría entendió que fue H’ le
había brindado pasar por tantas peripecias, para poder ayudar a
su familia? – pregunta Abarbanel*. ¿Hay otras posibilidades?
¿Cuáles? ¿Cuál sería la respuesta correcta?

Todos los años en el invierno boreal los relatos de la vida de


Iosef y sus hermanos y los sueños de Faraón se entremezclan
con las velas de Janucá. Cuando encendemos las candelas
oímos los sueños de Iosef y nos detenemos ante la simpleza y la
belleza de esas visiones.

El texto bíblico nos describe la apropiación de Iosef, el bello, el


preferido, diciendo “porque fui robado de la tierra de los hebreos
y aquí nada he hecho para que me pusieran en la cárcel” nos
dice en Bereshit 40:15. Le nacen dos hijos cuyos nombres
relatan la historia. “Y le nacieron a Iosef dos hijos antes de que
llegaran los años de hambre, los que le dio a luz Osnat, hija de
Puti Fera, sacerdote de On. Y al primogénito Iosef le puso el
nombre Menashé, porque dijo: D-os me ha hecho olvidar todo
mi trabajo y toda la casa de mi padre. Y al segundo le puso el
nombre Efraím, porque dijo: D-os me ha hecho fecundo en la
tierra de mi aflicción” (Bereshit 41:50-52).

No hay como el capítulo 88 de Tehilim, que trata el “enigma” del


sufrimiento humano y que es considerado como un salmo que
plantea la lamentación más lacerante, para describir lo que Iosef
pudo haber sentido en su prisión. Lo que tantos otros seres
humanos, alejados de sus destinos sienten, lo que perciben los
perseguidos, los alejados, los sufrientes. Lo que percibieron los
macabeos cuando se lanzaron a su lucha desesperante ante un
enemigo mucho más fuerte. “¡Llegue mi oración a tu presencia!
¡Inclina tu oído hacia mi clamor!, porque mi alma está hastiada
de males y mi vida cercana al Sheol. Soy contado entre los que
descienden al sepulcro; soy como un hombre sin fuerza,
abandonado entre los muertos, como los pasados a espada que
yacen en el sepulcro, de quienes no te acuerdas ya y que fueron
arrebatados de tu mano. Me has puesto en el hoyo profundo, en
tinieblas, en lugares profundos. Sobre mí reposa tu ira y me
sumerges en todas tus olas. Has alejado de mí a mis conocidos;
me has hecho repugnante para ellos; encerrado estoy sin poder
escapar. Mis ojos enfermaron a causa de mi aflicción. Te he
llamado, H’, cada día; he extendido a ti mis manos.
¿Manifestarás tus maravillas a los muertos? ¿Se levantarán los
muertos para alabarte? ¿Será proclamada en el sepulcro tu
misericordia o tu verdad en el Abadón? ¿Serán reconocidas en
las tinieblas tus maravillas y tu justicia en la tierra del olvido?
Mas yo a ti he clamado, H’, y de mañana mi oración se presenta
delante de ti. ¿Por qué, H’, desechas mi alma? ¿Por qué
escondes de mí tu rostro? Yo estoy afligido y menesteroso;
desde la juventud he llevado tus terrores, he estado lleno de
miedo. Sobre mí han pasado tus iras y me oprimen tus terrores.
Me han rodeado como aguas continuamente; a una me han
cercado. Has alejado de mí al amado y al compañero, y a mis
conocidos has puesto en tinieblas”.

Todas las personas pasan por los estados de dependencia hasta


que adquieren su libertad. Primero dependen totalmente del
Padre, y recién después y con mucho esfuerzo pueden comenzar
a caminar solos. Pero, Padre responde cuando se lo busca, no
siempre desea adelantarse al sufrir. De pronto el hijo debe
gritar, pero, no todos los gritos se oyen. A veces forman parte
de una multitud que los oculta. Otras, son sonidos no
acompañados por la esencia. El grito no sólo es reacción por el
dolor, puede ser por angustia. En la noche egipcia, silencio
sepulcral. Como en las otras noches de los pueblos. No hay
vida. Hay sueños. Pero, desde la prisión se oye el grito
desgarrante. Grito de vida. Grito de valor. El miedoso no grita,
dice nuestro rey David. Y Iosef se libera de la cárcel política. Allí
había otros funcionarios que soñaban.

Y Iosef cambia su apariencia. La Torá recalca la nueva ropa de


la misma forma como destacara la camisa a rayas. Iosef cambia
sus indumentarias pero sigue siendo la misma persona. Así
logra enfrentarse a la nueva cultura, tal como nosotros
aprendemos en Janucá a confrontarnos con la que nos rodea y
es ajena. Que nos pide ropajes que llegan a confundirnos. Iosef
debe ir cambiando de sombreros y de ropajes en el proceso de
la búsqueda de su identidad. Como tantos también en nuestra
época, en tantos países. De la adolescencia como pastor pasa a
ser tan importante. En sus funciones no sólo cambia de ropaje
sino que también le dan un nombre nuevo, le entregan una
mujer, y un puesto. Pero, cuando llega el momento, exclama:
“Yo soy Iosef”,… sigo siendo el mismo pese a mis puestos a mis
ropajes a mi mujer a mis cargos. No he cambiado. “¿Vive
nuestro padre?” – pregunta, porque en él vive. Y en ese
momento, ya no le interesa el poder, el lujo, ni el palacio. Sólo
regresar a su D-os y a su familia, pese a que la misma tanto lo
maltrató. Su vida fragmentada y rota se rearma como un
rompecabezas y alcanza la perfección. No más vida doble. No
más falsas identidades. Y entonces, estamos ya en Janucá con
un mensaje similar.

Iosef se encarga casi personalmente de alimentar a todos pero


maltrata, a los extranjeros que llegan, a los miembros de su
familia. Ajenos al medio. Cercanos al virrey. Sin embargo, Iosef
no solo los acusa sino que les exige a sus hermanos. Entre sus
alforjas coloca la copa que le servirá para retenerlo a su lado y
desprenderse de sus hermanos a los que envía a sus hogares. Y,
Iosef, pese a su poder, sigue temiendo a sus hermanos. Los
temores infantiles no se van tan rápido. A esos bravucones que
quisieron desprenderse de él y lo lograron. Necesita estar
seguro que esta vez no volverán a intentar exterminarlo.
Necesitaba saber también como se comportarían con Biniamin,
si contra él iban a actuar de la misma manera que ya habían
practicado con él o si ya cambiaron las relaciones y las reglas
del juego. Por suerte para Iosef y para nuestra historia familiar,
esta vez los hermanos se unen en defensa del otro hijo de Rajel.

Iosef, el perseguido y censurado aún por su padre, llega a


ocupar un cargo importantísimo y a ejercerlo muy bien. El
soñador se ha convertido en un pragmático. Y allí, en la
ajenidad, recupera su nombre, recobra su identidad, regresa a
su familia, que es la manera de regresar a su pueblo.

Shabat Shalom y Janucá Sameaj desde Sión,


Rab. Yerahmiel Barylka

_____________________________________
* Isaac Abravanel que algunos nombran también como
Abrabanel (Lisboa, 1437 – Venecia, 1508) fue un teólogo,
comentarista bíblico y empresario que estuvo al servicio de los
reyes de Portugal, Castilla y Nápoles, así como de la República
de Venecia. Sus antecesores pertenecían a una destacada
familia de judíos de Sevilla, que emigró a Portugal tras las
persecuciones de 1391 (Su abuelo, Samuel Abravanel, había
sido tesorero de Enrique II y de Juan I, de Castilla). Fue
tesorero del rey de Portugal, Alfonso V, pero, al relacionársele
con un complot contra su sucesor, Juan II, huyó en 1483 a
Castilla, donde residió primero en Plasencia, y posteriormente
en Alcalá de Henares y Guadalajara. Fue agente probado,
comercial y financiero, de Isabel la Católica, a la que prestó
importantes sumas para financiar la guerra de Granada. Se
negó a convertirse cuando el edicto de Granada dispuso la
expulsión de los judíos de España, que él había intentado
inútilmente evitar utilizando su influencia sobre la reina, y se
instaló en el reino de Nápoles, donde estuvo al servicio del rey
Ferrante y de su sucesor, Alfonso II. Cuando el reino fue
invadido por Carlos VIII de Francia, Abravanel debió exiliarse a
Sicilia con el rey Alfonso II. Posteriormente residió en Corfú, en
la ciudad de Monopoli, en el norte de África, y por último en
Venecia, donde falleció en 1508. (La biografía acerca de
Abarbanel fue tomada de Wikipedia).

PARASHAT VAIGASH

PARASHAT VAIGASH

El ayuno de Tevet

Invierno en Israel y en el hemisferio norte. Noches largas y frías


en las que se puede estudiar un poco más. “De las largas
noches de tevet, salieron muchos sabios.” Son éstos, días
breves en Israel y en el Hemisferio Norte. Y enseguida
comenzarán a alargarse como simbolizando que se acerca una
nueva luz, la de la redención. Es un consuelo. Salimos de Janucá
y ya nos encontramos envueltos en el ayuno del 10 de tevet.

Emergemos de Janucá, con el sentimiento que no hemos


aprovechado la fiesta hasta el fin. Salida difícil, porque la razón
del festejo, aún se encuentra en nosotros. Todavía nos hace
falta. Nos enfrenta a dilemas, como si debemos iluminar
únicamente nuestra casa, o si debemos sacar la luz extramuros
e intentar después de reforzar nuestro particularismo para que
se eleve y se convierta en parte de un mensaje universal.
Después de la primera vela habíamos comenzado, un
“crescendo” que se interrumpió abruptamente con la última
vela. Como que necesitábamos un Janucá mucho más largo…
Como que nuestros exilios y dolores, sirvieron, desde siempre
para alimentar al otro con nuestra propia luz, a un precio
demasiado elevado. Pero, ¿acaso se puede lograr algo sin pagar
por ello?

Y en este sábado nos enfrentamos con el fiel cumplimiento de la


profecía revelada a Abraham, cuando le dijeron que debía saber
que sus hijos serían esclavizados. Para ello era necesario que
abandonen sus casas y su tierra y se dirijan a la ajenidad. Es en
Egipto, donde Iosef, asimilado al régimen que servía después de
haber sido acusado y encarcelado, y haber salvado su
economía, se encuentra al fin y revela su identidad a sus
hermanos.

Sólo después, y con 22 años por medio se reencuentra con el


padre que lo había preferido y que en su predilección por él, lo
hace víctima de los celos de sus hermanos que casi le cuestan la
vida.

La parashá nos trae el intento de Iosef de establecer una


reforma agraria en Egipto, que quizás iría acompañada con una
reforma espiritual en las relaciones entre los propios residentes
que se encontraban bajo los designios de Faraón y de una
burocracia sacerdotal que les impedía ser libres. Sin embargo, la
reforma queda incompleta y quizás por ello, los descendientes
de Iaacov quedan esclavizados. Pese al poder omnímodo de
Faraón y la jerarquía de Iosef, su reforma no llega hasta el final
dejando una clase de privilegiados que luego no renunciarían a
sus prerrogativas: “De esta manera Iosef adquirió para Faraón
todas las tierras de Egipto, porque los egipcios, obligados por el
hambre, le vendieron todos sus terrenos. Fue así como todo el
país llegó a ser propiedad de Faraón, y todos en Egipto
quedaron reducidos a la esclavitud. Los únicos terrenos que
Iosef no compró fueron los que pertenecían a los sacerdotes.
Éstos no tuvieron que vender sus terrenos porque recibían una
ración de alimento de parte de Faraón. Luego Iosef le informó al
pueblo: -Desde ahora ustedes y sus tierras pertenecen a
Faraón, porque yo los he comprado. Aquí tienen semilla.
Siembren la tierra. Cuando llegue la cosecha, deberán
entregarle a Faraón la quinta parte de lo cosechado. Las otras
cuatro partes serán para la siembra de los campos, y para
alimentarlos a ustedes, a sus hijos y a sus familiares. – ¡Usted
nos ha salvado la vida, y hemos contado con su favor! –
respondieron ellos-. ¡Seremos esclavos de Faraón! Iosef
estableció esta ley en toda la tierra de Egipto, que hasta el día
de hoy sigue vigente: la quinta parte de la cosecha le pertenece
a Faraón. Sólo las tierras de los sacerdotes no llegaron a ser de
Faraón” (Bereshit 47: 20-26).

Reformas a medias, inevitablemente, crean problemas. Pero, ya


vimos en nuestro comentario de las semanas anteriores que
sólo a través de perspectiva histórica alcanzamos a comprender
el devenir de los acontecimientos y su causalidad. Nunca como
en estos días del año, en los que salimos de Janucá, y nos
adentramos en tevet ello es más actual, y la lectura semanal
nos deja impresas pautas de interpretación que durante muchos
años fueron indescifrables en su relación.

Este shabat proclamarán en los templos sefardíes


solemnemente: “Hermanos de la Casa de Israel, oigan, el ayuno
del décimo mes, será el día miércoles y el Santo Bendito lo
convertirá en gozo y alegría, tal como está escrito: “Así ha dicho
H’ de los ejércitos: El ayuno del cuarto mes, y el ayuno del
quinto, y el ayuno del séptimo, y el ayuno del décimo, se
tornarán a la casa de Iehudá en gozo y alegría, y en festivas
solemnidades. Amad pues verdad y paz”.
La primera y traumática destrucción de Jerusalén se produjo por
medio de Nabuconodosor el rey de Babilonia en el año 3338 de
la Creación, a los 422 años AEC y la segunda destrucción
alrededor de 200 años después que Matitiahu y sus hijos
consiguieron devolver el reinado independiente a Israel. El ocho
de tevet fue finalizada la traducción de la Torá al griego, versión
conocida como la Biblia de los Setenta, también llamada
Septuaginta, o Alejandrina, que es la principal versión en idioma
griego por su antigüedad y autoridad. Su redacción se inició en
el siglo III AEC (c. 250 AEC) y se concluyó a finales del siglo II
AEC (c. 150 AEC), y fue considerada como una ruptura con el
consenso que las Sagradas Escrituras debían quedar
exclusivamente en su idioma original aún cuando durante
algunos años e incluso siglos, en muchos países, el idioma
sagrado no fuera dominado por el pueblo del Libro. El nueve
murieron Ezra y Nehemia. El diez, Nabucodonosor comenzó la
conquista de Jerusalén, sitiándola durante tres años, luego de
los cuales las murallas fueron perforadas, en el mes de tamuz.
“En el año noveno del reinado [de Tzidkiahu], a los diez días del
mes décimo, Nabucodonosor, rey de Babilonia, marchó con todo
su ejército y atacó a Jerusalén. Acampó frente a la ciudad y
construyó una rampa de asalto a su alrededor. La ciudad estuvo
sitiada hasta el año undécimo del reinado de Tzidkiahu. A los
nueve días del mes cuarto, cuando el hambre se agravó en la
ciudad, y no había más alimento para el pueblo, se abrió una
brecha en el muro de la ciudad, de modo que, aunque los
babilonios la tenían cercada, todo el ejército se escapó de noche
por la puerta que estaba entre los dos muros, junto al jardín
real. Huyeron camino a la Aravá, pero el ejército babilonio
persiguió a Tzidkiahu hasta alcanzarlo en la llanura de Ierijo.
Sus soldados se dispersaron, abandonándolo, y los babilonios lo
capturaron. Entonces lo llevaron ante el rey de Babilonia, que
estaba en Riblá. Allí Tzidkiahu recibió su sentencia. Ante sus
propios ojos degollaron a sus hijos, y después le sacaron los
ojos, lo ataron con cadenas de bronce y lo llevaron a Babilonia”
(II Reyes 25:1-7).

En nuestra época se decidió que el ayuno del 10 de tevet sea el


día del Kadish general por las víctimas del Holocausto cuya
fecha de desaparición es desconocida, uniendo en la historia
fragmentos del destino de nuestro pueblo.

“De las largas noches de tevet, salieron muchos sabios”, dijeron


jaza”l, refiriéndose a la mayor disponibilidad de horas para abrir
los textos y estudiarlos. En las noches largas del dolor, debemos
aprender la periodicidad de nuestra propia historia, de nuestra
vida, que aún espera la redención, en los días en los que se
cumplan las profecías y los días de duelo se tornen a la casa de
Iehudá en gozo y alegría, y en festivas solemnidades. Para que
amemos verdad y paz.

Shabat Shalom desde Sión,

Rab. Yerahmiel Barylka

PARASHAT VAYEJI

Parashat Vaieji

Rabino Yerahmiel Barylka

Se nos está acabando el libro de Bereshit y no es fácil


despedirnos de quien nos llenó de emociones todas las semanas
y nos acompañó desde Simjat Torá, brindándonos la odisea de
nuestros patriarcas. El Libro nos brinda enseñanzas invalorables
sobre nosotros mismos ya que, lo queramos o no, somos un
reflejo de nuestros padres y con sus historias nos educamos
desde pequeña edad.

Nuestra parashá llama Vaieji, pese a que, (o, porque), nos habla
de la muerte de Iaacov y de Iosef. Ya habíamos hablado de los
justos que, aunque nos dejen, siguen considerándose como
parte del mundo de los vivientes. Ello no evita el dolor que
sentimos por las pérdidas irreparables, sufrimiento que crece
con la desaparición de los piadosos y misericordiosos.

Durante todas estas semanas aprendimos de sus vidas. En ésta,


también de sus muertes. Iaacov y Iosef saben prever y enseñar
a sus descendientes. Entienden que el ser humano no es eterno
y son conscientes del papel que les reservará la historia familiar,
que ellos sabían desde Abraham que también sería nacional.

Por eso, Padre e hijo, ordenan que sus restos no queden


enterrados en Egipto. Padre hace jurar a Iosef como leemos:
“Cuando Israel estaba a punto de morir, mandó llamar a su hijo
Iosef y le dijo: —Si de veras me quieres, pon tu mano debajo de
mi muslo y prométeme amor y lealtad. ¡Por favor, no me
entierres en Egipto!” (47:29) y Iosef indica a sus hijos bajo
juramento: “Les dijo: «Sin duda D-os vendrá a ayudarlos.
Cuando esto ocurra, ustedes deberán llevarse de aquí mis
huesos.» (50:25). Los últimos versículos de la última parashá
nos documentan la procesión en la cual, Iosef y su familia, los
siervos de Faraón y los ancianos de Egipto, acompañan a Iaacov
a su sepultura en la cueva ubicada en Hevrón, en Canaán,
frente a los ojos de todo el pueblo egipcio. “Entonces Iosef subió
para sepultar a su padre; y subieron con él todos los siervos de
Faraón, los ancianos de su casa y todos los ancianos de la tierra
de Egipto, toda la casa de Iosef, sus hermanos y la casa de su
padre; solamente dejaron en la tierra de Goshen a sus niños,
sus ovejas y sus vacas. Subieron también con él carros y gente
de a caballo, y se hizo un escuadrón muy grande. Llegaron
hasta la era de Atad, al otro lado del Jordán, y lloraron e
hicieron grande y muy triste lamentación. Allí Iosef hizo duelo
por su padre durante siete días. Al ver los habitantes de la
tierra, los cananeos, el llanto en la era de Atad, dijeron: «Llanto
grande es este de los egipcios». Por eso, a aquel lugar que está
al otro lado del Jordán se le llamó Abel-Mitzraim. Sus hijos,
pues, hicieron con él según les había mandado, pues sus hijos lo
llevaron a la tierra de Canaán y lo sepultaron en la cueva del
campo de Majpela, la que había comprado Abraham de manos
de Efrón, el heteo, junto con el mismo campo, para heredad de
sepultura, al oriente de Mamre. Después que lo hubo sepultado,
regresó Iosef a Egipto, él, sus hermanos y todos los que
subieron con él a sepultar a su padre” (50:7-14).

Najmánides ya nos enseñó que “las acciones de los padres son


señales para los hijos”, -lo que sucede a las raíces influye en el
crecimiento de los retoños-, en las que vemos una enseñanza.
Estamos frente al inicio de un largo destierro, de una etapa de
ajenidad. Un pueblo nace fuera de su lar y sus hijos descienden
en todas las categorías de la impureza, al grado que, como lo
señala nuestro contemporáneo, el rabino y escritor Jaim Sabato,
citando a Ezequiel, que no es posible distinguir entre ellos y los
locales: “En aquel día, con la mano en alto les juré que los
sacaría de Egipto y los llevaría a una tierra que yo mismo había
explorado. Es una tierra donde abundan la leche y la miel, ¡la
más hermosa de todas! A cada uno de ellos le ordené que
arrojara sus ídolos detestables, con los que estaba obsesionado,
y que no se contaminara con los malolientes ídolos de Egipto;
porque yo soy H’ su D-os. Sin embargo, ellos se rebelaron
contra mí, y me desobedecieron. No arrojaron los ídolos con que
estaban obsesionados, ni abandonaron los ídolos de Egipto. Por
eso, cuando estaban en Egipto, pensé agotar mi furor y
descargar mi ira sobre ellos. Pero decidí actuar en honor a mi
nombre, para que no fuera profanado ante las naciones entre
las cuales vivían los hijos de Israel. Porque al sacar a los
israelitas de Egipto yo me di a conocer a ellos en presencia de
las naciones”. (Ezequiel 20:6-9).

El profeta nos revela lo que el próximo libro Shemot, no nos


dice tan despiadadamente: Que nuestros antepasados en el
exilio egipcio estaban obsesionados por los ídolos detestables,
eran rebeldes y desobedientes. Y que parte de las plagas se
aplicaron también sobre ellos, pero que finalmente prevaleció la
compasión sobre ellos y la ira por su inconducta se frenó.

Por ello, Iaacov necesita que saquen sus restos de la tierra de


Egipto. Para enseñar a sus hijos que su permanencia allí es
provisional. Para que también los residentes de Egipto
comprendan en el dolor del duelo la unión de los hijos con el
Padre, al que deberán seguir saliendo del pozo en el que
estaban hundidos. No ser sepultado por esos hijos en tierra
ajena, es demostrarles el desacuerdo con sus conductas. Ese
también es el legado de Iosef que citamos. El sabía que: «Sin
duda D-os vendrá a ayudarles”. Por eso, “cuando esto ocurra,
ustedes deberán llevarse de aquí mis huesos.» (50:24-25). Hay
en este mensaje una promesa de redención, que no es nuevo,
que no es producto de un descubrimiento de Iosef ni de una
revelación personal, sino que se basa en la continuidad de la
promesa de H’ a Abraham, Itzjak y Iaacov. Moshé el legislador,
será quien transportará los restos de Iosef marcando que los
Mandamientos no fueron dados en el vacío. Hay una línea de
continuidad. Ese es nuestro pueblo. Por ello, Bereshit nos es tan
valioso. Es nuestra Memoria. Es la memoria del pasado la que
permite la redención del futuro. No hay redención fuera del
pacto.

Iaacov y Iosef se proponen grabar esa historia en sus


descendientes después de sus muertes, porque saben que esa
será la relación que los unirá al Pacto.

Comenzamos con la orden dada a Abraham de dejar su tierra,


su patria, la casa de su padre para dirigirse a una tierra que le
será mostrada y nos despedimos no con el ingreso al exilio, sino
en la marcha a la Tierra de Israel regresando a la tumba de los
Patriarcas. Al lugar de la familia. Por ello, el exilio es provisorio,
no es una condición definitiva. Hay un regreso. Si no se puede
en vida, como sucedió durante tantos y tan largos períodos, que
sea después de ella, como tantos pidieron imitando a Iaacov y a
Iosef.

El regreso a la Tierra, unido a la memoria, es el mensaje de


redención con el cual se clausura la parashá y todo Bereshit.

Shabat Shalom, desde Sión,

Rab. Yerahmiel Barylka

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