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CAPÍTULO 1

EPISODIO 1: ¿Podemos amar a los animales y al mismo tiempo


comérnoslos?
" ¡Regrésenlo!", Lisa quería decirles a sus padres:" ¡regrésenlo a
donde lo hayan comprado!". Se sentó frente a su nuevo regalo de
cumpleaños: un tocador con una serie de lucecitas alrededor del espejo,
como en los vestidores de los teatros, "Bien podrían haberme dicho:
“¡Aquí tienes, hazte bonita!', pensó Lisa. Ella estaba segura de que
nunca sería bonita de ninguna manera.
Pero ella aceptó el regalo murmurando: "Caray, gracias", y ahora
estaba observando su cara en el espejo.
“Cada rasgo está mal, se quejó para sí. "Nada está bien. La frente
está muy alta, los ojos están muy separados, la boca está muy ancha y
la nariz muy respingada. Y mira estos dientes, ¡separados como si
fueran teclas de piano!" Estaba incluso molesta de que sus orejas fueran
ligeramente puntiagudas de arriba. De pronto sonrió, mientras
recordaba a su padre diciéndole temprano aquel día: "Sabes, Lisa, con
tus facciones deberías haber sido un fauno". Estaba aún entretenida
con la idea cuando su madre entró al cuarto. La señora Iriarte sonrió
suponiendo que Lisa había estado usando el tocador. "La comida está
lista", dijo suavemente.
A Lisa le encantaba el pollo rostizado y este pollo estaba
especialmente bien rostizado, así que su papá lo pudo partir con mucha
facilidad. Él sabía lo mucho que le gustaban las piernas de pollo, por lo
que le dio una. Estaba maravillosamente tierna y jugosa.
Lisa recordó cómo Chucho había tratado de molestarla el otro día en
la escuela. “Lisa Iriarte come pollo muerto”, había dicho. Pero Lisa no
se había enojado. Sólo se rió y le contestó: “Alguien a quien no le guste
el pollo, al menos como lo hace mi mamá debe estar absolutamente
loco”. Pasó su plato para que le sirvieran otra pierna.
Después de la comida, Lisa salió. Todavía no llegaba a la banqueta
cuando el señor Jiménez se acercó paseando su perro, controlándolo
con una correa. El señor Jiménez era nuevo en la vecindad; en realidad
Lisa ni siquiera lo conocía. Cuando él y su perro llegaron frente a la casa
de Lisa, el perro vio una ardilla cerca de un árbol y corrió tras ella. El
señor Jiménez jaló la correa y el perro cayó con las patas abiertas.
Entonces se levantó otra vez gruñendo y forcejeando para corretear a
la ardilla, la cual desapareció detrás del árbol. El señor Jiménez empezó
a caminar, pero el perro permaneció quieto. Mientras más jalaba y
tironeaba la correa, más se resistía el perro. El señor llamó a su perro,
le gritó, pero el perro no se movió. Finalmente recogió una pequeña vara
de un arbusto cercano y comenzó a pegarle; el perro se agachaba sin
moverse, recibiendo los golpes. Lisa miró a los dos con horror. No podía
ni siquiera gritar. De pronto saltó y trató de agarrar la vara. "¡Deje de
hacer eso!", ordenó furiosa. Sorprendido, el señor Jiménez le arrebató
la vara y se volteó diciendo: "¿Y a ti qué?". Fuera de sí, con rabia, gritó:
"¡Yo también soy un perro!". El señor Jiménez se encogió de hombros
y comenzó a jalar de nuevo la correa. Ahora el perro dejó de resistir y
comenzó a caminar a su lado. Pronto se perdieron de vista.
Al día siguiente, en la escuela, Raúl Garcés dijo: "¡Caray, me la pasé
muy bien este fin de semana, mi papá me llevó a cazar patos!"
"Se necesita mucho valor para cazar patos", dijo Marcos
sarcásticamente, "siempre van muy armados...".
"Qué chistoso", contestó Raúl.
"Ni siquiera te los comes, entonces, ¿para qué los matas?", insistió
Marcos.
"Hay demasiados, replicó Raúl. Si los cazadores no matan el
excedente, habrá patos por todos lados".
"Claro, claro. Apuesto que los cazadores son los únicos que han
contado cuántos hay y decidieron que había demasiados para así poder
seguir tirándoles. Apuesto que los cazadores seguirán matando
animales hasta que ya no quede ni uno".
"¿Y qué?, intervino Chucho. Nos libraríamos de ellos".
"La gente tiene derecho a cazar, le dijo Raúl a Marcos. Está en la
Constitución",
"La Constitución nada dice sobre la cacería, respondió Marcos Sólo
dice que los hombres tienen derecho a portar armas con propósitos de
defensa. Luego me vas a decir que la gente tiene derecho a cazar lo
que quiera, incluso a otras personas. Una vez vi una película así y nunca
se me ha olvidado",
"¡Eso es ridículo!, respondió Raúl. Matar gente es totalmente diferente
de matar animales”.
"Pero si podemos exterminar a los animales porque decimos que hay
demasiados ¿qué nos va a detener de exterminar a la gente si también
pensamos que hay demasiada?''.
Lisa había estado escuchando la conversación sin decir nada, pero en
ese momento intervino. "Cierto, porque una vez que tengamos el hábito de
matar animales, nos puede parecer difícil detenernos cuando se trate de
personas".
Raúl movió la cabeza vigorosamente: "Las personas y los animales son
completamente diferentes. No importa lo que les hagas a los animales,
sólo debes recordar que no debes hacer lo mismo a las personas".
La conversación se desvió hacia otros temas, pero Lisa estaba
confundida.
"¿Por qué, se preguntó a sí misma, todo parece tan simple y luego,
cuando comienzas a hablar de ello, resulta tan difícil? Marcos tiene razón,
es horrible la manera en que sacrificamos a los animales todo el tiempo,
pero para comerles primero tenemos que matarlos. No entiendo, ¿cómo
puedo estar en contra de matar pájaros y animales, cuando me encanta el
pollo rostizado y la carne asada? ¿No debería yo rehusarme a comer ese
tipo de comida? ¡Ay, estoy muy confundida!”
El papá de Lisa estaba escuchando la radio. Ella se sentó en su cojín
junto al sillón, esperando a que terminara la música. (Cuando se sentaba
así en clase, con sus rodillas recogidas hasta la barbilla y su largo cabello
cayendo lacio, parecía una letra M, según le había dicho en alguna ocasión
Aristeo Téllez).
"Beethoven", dijo el señor Iriarte.
Lisa no dijo nada.
"Cuarteto de cuerdas", dijo el señor Iriarte.
De nuevo Lisa no dijo nada, pero pensó para sí misma: "Él sabe que yo
no puedo distinguir una pieza de música de otra, pero recuerdo todo lo que
me dice; solo quisiera que me dijera más. Entonces se acordó de su
problema. Tal vez debería convertirme en vegetariana, concluyó después
de contarle a su papá sobre su conversación con Raúl, Chucho y Marcos.
"Tendrías dos razones, según entiendo. Primera: sientes pena por los
animales, y segunda: tú crees que si puedes matar animales también
puedes pensar que matar seres humanos está bien".
"Así es. ¿Pero son buenas mis razones?, Raúl dijo que no lo eran".
"¿Ah, sí? ¿Por qué dijo eso?".
''Él dijo que los animales se tienen que matar porque hay
demasiados. Y también dijo que si no tuviéramos animales que matar,
mataríamos más gente ahora".
“¿Raúl dijo que los animales no tienen sentimientos?".
"No dijo ni que sí ni que no”.
"¿Tú crees que los animales tienen derecho a vivir?". "Ay, papi,
¿cómo voy a saber? ¿Derechos de los animales? Nunca oí hablar de
semejante cosa”
El papá de Lisa la observó tranquilamente. "Tu mamá te está
llamando" dijo. Lisa estiró los brazos hacia el frente y entrelazó sus
dedos hacia atrás, luego los separó. Se estiró y salió del cuarto,
mientras su papá la miraba dulcemente hasta que la perdió de vista por
el largo pasillo hacia la cocina.
"Oye, Mónica, la llamó Lisa, ¿Tú qué piensas? ¿Tienen derechos los
animales?".
"Debes estar bromeando". Mónica se rió. "Nadie quiere admitir que
la gente tiene derechos, así que ¿quién va a admitir algo sobre los
animales? Además, puedo verme algún día como abogada en la corte
representando un gato al que le pisaron la cola".
"¿Y qué hay de los niños?, intervino Marcos. ¿Tienen derechos?".
"¡Niños!, volvió a reír Mónica. ¡Ellos están a la mitad del camino entre
la gente y los animales! Esa es la manera como algunas personas
piensan".
"Los niños adquieren derechos cuando crecen", comentó Memo
Borja.
"No, dijo Marcos. Tienes derechos desde el momento en que naces.
Tienes derecho a ser alimentado y vestido. Tienes derecho a la
medicina y tienes derecho a una educación. Tienes muchos derechos
cuando eres niño".
"¿Pero qué hay sobre los animales?, insistió Lisa. ¿Tienen derecho
a no ser matados y comidos?".
Memo replicó: "Es su derecho matarnos y comernos si pueden
agarrarnos y es nuestro derecho matarlos y comérnoslos si podemos
agarrarlos".
"¿Lo mismo vale para matar gente?, preguntó Aristeo. ¿Es sólo el
hecho de ser capaces de atraparlos lo que nos da derecho a matarlos?".
"Así es, contestó Memo. Y cuando sucede, lo llamamos guerra y
entonces está bien".
Esa noche, Aristeo acorraló a su papá antes de que el señor Téllez
pudiera desdoblar su periódico de la tarde.
"Papá, ¿tú qué piensas? ¿Debe la gente comer animales?".
"Solo cuando están cocidos. Crudos no son muy buenos".
"Papá, vamos ya. Los chicos de la escuela estaban hablando hoy de
eso. ¿No sería mejor si todos dejaran de comer carne?".
"¿Qué pasa? ¿Hay escasez de carne?".
"No, pero tal vez no esté bien matar animales sólo para
comérnoslos".
"Si quieres que la gente deje de comer pescado y carne, más vale
que estés seguro de tener otro tipo de comida lista para ellos".
"Eso es fácil. Hay que sembrar más granos y verduras". Es más fácil
decirlo que hacerlo".
"Tal vez hay demasiada gente". En el momento en que Aristeo dijo
esto, se sintió incómodo. Recordó el comentario de Raúl sobre la
necesidad de matar patos porque había demasiados. Aristeo movió la
cabeza: "No entiendo. Hay demasiadas cosas que deben ser tornadas
en cuenta".
"Bueno, replicó su papá, pero ¿quieres ver el cuadro completo, o no?
Así es que debes tomar todo en cuenta". "¿Todo?".
"Claro. O piensas que está bien matar a los animales y conocerlos,
o no. Debes tomar todos los hechos en consideración: ¿qué sucede si
comemos carne y qué sucede si no lo hacemos?".
"Entonces ¿qué debemos hacer?".
El señor Téllez abrió su periódico. "¿No crees que lo que debemos
hacer depende mucho del tipo de mundo en el que queremos vivir?".
"Supongo".
''Pues esa es mi respuesta. Algo puede parecer malo, pero cuando
tomas en cuenta todo, puede parecer bueno. O al revés, algo puede
primero parecer bien, pero después puede parecer malo, ya
considerando todo".
Aristeo miró a través de la ventana por un momento. Luego dijo
lentamente: "Tú sabes que hay drogas en la escuela. Todo el mundo lo
sabe. Todos saben quién las tiene y cómo conseguirlas. Los chicos que
entran en eso realmente se ven muy mal muchas veces, pero los que
proveen las drogas no sienten que están haciendo nada malo. El señor
Téllez asintió y Aristeo continuó: Y los que surten a los vendedores, no
pueden ver nada malo en lo que hacen, como acarrear la mercancía en
sus coches. Y los que producen la substancia dicen: "No sé porque me
persiguen a mí, si no estoy haciendo nada malo".
"Tal vez no quieran ver el cuadro completo".
"Pero aunque lo hicieran, se preguntó Aristeo: ¿Actuarían de manera
diferente?".
"Esa es una buena pregunta", replicó el señor Téllez y volvió a leer su
periódico.
Aristeo no estaba satisfecho. "Papá, sólo una pregunta más. Mira. Se
supone que debemos ser generosos, ¿no?".
"Sí".
"Bueno, el otro día un niño que conozco me pidió que le prestara dinero y
sucedió que yo tenía justo la Cantidad que él necesitaba. ¿Debí haber sido
generoso y prestárselo?".
"¿Tú, qué crees?".
"Bueno, yo sabía para qué lo quería. Era para comprar drogas".
"¿Y realmente le habrías ayudado dándole el dinero?".
"Supongo que no".
"¿Y el dar es siempre correcto, sin importar las circunstancias?”.
"Supongo que debes tomar en cuenta las circunstancias".
"Todo debe considerarse", dijo el señor Téllez, acomodándose una vez
más en su silla. "Estoy decidido a leer mi periódico". Por la manera en que
lo dijo, Aristeo supo que era cierto.
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"Tal vez, en realidad no me importan los animales", dijo Lisa.
"Está diciendo tonterías otra vez", comentó Mónica.
"No. Lo digo en serio'', replicó Lisa. "Si realmente me preocupara por
ellos, no me los comería. Pero me los como. Entonces, realmente no me
preocupo por ellos".
"Desearía que el único problema que yo tuviera fuera el de si me como
un plato de pollo rostizado o no", rió Mónica.
"No, Lisa tiene un buen punto, dijo Aristeo. ¿Cómo puede ella decir una
cosa y hacer otra? ¿No deben concordar nuestras ideas con lo que
hacemos? ¿No deben concordar nuestras acciones con nuestras
creencias?".
"¡Eso es cierto!, exclamó Toño. Todo debe concordar, la manera en que
pensamos y la manera en que vivimos, todo debe conectarse''.
"No sé, dijo Aristeo moviendo la cabeza. Tal vez eso es ir muy lejos".
Nadie tenía nada que agregar, y en unos cuantos momentos Mónica y
Lisa estaban secreteándose.
Entonces llegó Chucho con Memo Borja. Todos trataron de ser chistosos,
pero después de un rato los chistes comenzaron a ser una fuerte charla llena
de insultos amistosos.
Cuando Memo molestó a Mónica, ésta tenía en la punta de la lengua algo
sarcástico sobre la hermana de Memo, pero se contuvo cuando recordó que
la hermana de Memo, de hecho, era un poco retrasada en comparación con
otros niños de su misma edad.
En nombre de Mónica, sin embargo, Lisa dijo a Memo: "Ah, síguele, ¡tu
mamá lava ropa ajena!".
Memo se fue. Chucho estaba furioso: "¿Por qué le dijiste eso?".
Lisa miró a Chucho sorprendida. "¿Qué?",
"¡Lo sabes muy bien! Sobre su mamá que lava ropa ajena".
"No tiene nada de malo lavar ropa ajena, dijo Mónica. Mucha gente que
yo conozco lo hace. Es una cosa perfectamente honesta. ¿Apoco estás en
contra de la gente que trabaja duro?".
Pero Lisa estaba estupefacta. "¡No sabía que fuera cierto!", se lamentó.
"¡Ay!, vamos Lisa, Mónica dijo consoladoramente: no creo que Memo se
haya molestado en realidad".
"¡Apuesto a que sí!, insistió Chucho. ¿Te gustaría que algún presumido
hablara de lo que hacen tus papas?".
Mónica se encogió de hombros. "Yo diría que no le hicieras caso. Estarías
gastando saliva".
Pero Chucho no iba a permitir que el asunto terminara así. "¿No es
suficientemente malo que hayan matado al papá de Memo? Seguro que su
mamá recibe una pensión, pero no es mucho. Trabaja en un hotel haciendo
la limpieza y para completar, lava la ropa de algunos huéspedes. Caray, ¡sólo
a ti se te ocurre burlarte de ella, Lisa!".
Lisa estaba muda. Nada de lo que pudiera decir Mónica la podía consolar.
"De haberlo sabido –se repetía una y otra vez –lo habría tomado en cuenta
y no habría dicho lo que dije. No importa que él no se haya sentido herido. No
lo debería haber dicho. Aun así, en medio de su desgracia, un pensamiento
medio chistoso cruzó por su mente: ¡La próxima vez no hablaría hasta estar
segura que lo que tuviera que decir fuera totalmente falso!".
Pero no podía desprenderse del sentimiento de haber hecho algo
vergonzoso, aunque ella no había querido lastimar a Memo. Luego empezó
a preguntarse si realmente era su intención lastimarlo. "¿Pero por qué habría
yo querido hacer una cosa así? Él siempre ha sido muy lindo conmigo. Y
seguro que él ya tiene suficientes problemas propios. No necesita de mí para
tener más problemas". Entonces se le ocurrió que éstas podían haber sido
precisamente las mismas razones por las que ella había tratado de lastimarlo.
Este pensamiento la hizo estremecerse.

Esa tarde, Lisa no salió de su cuarto para ir a comer. Sus padres


insistieron, pero ella se rehusó tan tercamente que finalmente la dejaron
en paz. El olor de la carne asada subió por las escaleras y logró llegar
hasta donde ella estaba acostada boca abajo en su cama. El sabroso
olor se sumó a su tormento y a su satisfacción, pues ella sentía que si
se negaba la cena, especialmente una comida con carne asada, de
alguna manera compensaba lo que había hecho.

Pero esto no parecía ayudarle mucho, aunque se retorcía en la cama


al pensar en las zanahorias y en las cebollas asadas, y en el jugo de la
carne sobre las papas fritas. Se sintió un poco mejor sólo cuando
resolvió tratar, en un futuro, de ser más considerada antes de hacer o
decir cualquier cosa que pudiera herir los sentimientos de alguien.
"Desearía también lograr que lo que hago concuerde con lo que pienso.
¡Pero eso quiere decir que tengo que olvidarme de la carne asada y del
pollo rostizado! ¿Qué caso tiene hacerme una promesa que no pretendo
cumplir?".

Estaba orgullosa de sí misma por no haber comido la carne asada.


Pero esa noche, antes de irse a dormir, vació el refrigerador.

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