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Martes VI de Pascua 24 de mayo de 2022 – Colegio SSVM

παράκλητος
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Raimundo Jordán: «Ella es nuestra Abogada ante el Hijo, como el Hijo lo es ante el Padre. Es la
procuradora que nos gestiona nuestros intereses y da valor a nuestras plegarias. Frecuentemente
libera con su misericordia a los que merecían ser castigados con la justicia del Hijo. Ella es el tesoro
de Dios, y, a la vez, la tesorera de las gracias, que enriquece con abundantísimos dones espirituales
a los que la sirven, y, potentísima, les protege contra el mundo, el demonio y la carne. Nuestra
salvación está en sus manos. Después de su Hijo, Ella es la dueña de toda criatura, y glorificará en el
futuro a los siervos que la honran en el presente». (Royo Marín. Devoción a María. pág 100)

1. Dones del Espíritu Santo


“En el caso de los dones, la moción divina que los pone en marcha es muy distinta: Dios actúa,
no como causa principal primera—como ocurre con las virtudes— , sino como causa principal
única, y el hombre deja de ser causa principal segunda, pasando a la categoría de simple causa
instrumental del efecto que el Espíritu Santo producirá en el alma como causa principal única. Por
eso los actos procedentes de los dones son materialmente humanos, pero formalmente divinos, de
manera semejante a la melodía que un artista arranca de su arpa, que es materialmente del arpa,
pero formalmente del artista que la maneja. Y esto no disminuye en nada el mérito del alma que
produce instrumentalmente ese acto divino secundando dócilmente la divina moción, ya que no
actúa como un instrumento muerto o inerte—como el cepillo del carpintero o la pluma del escritor
— , sino como un instrumento vivo y consciente que se adhiere con toda la fuerza de su libre
albedrío a la moción divina, dejándose conducir por ella y secundándola plenamente.” (pág. 100)

2. El don de temor
El primero de los dones en jerarquía es el don de temor, que se refiere al temor filial perfecto
por el cual uno desea servir y agradar a otro por amor, y por amor no quiere ofenderlo. No mira
tanto a la pena (temor al castigo), sino a la culpa (temor a la ofensa).

Los dones se relacionan íntimamente entre sí y con todas las virtudes cristianas,
especialmente con la principal que es la caridad. El don de temor se relaciona muy especialmente
con la esperanza, la templanza, la religión y la humildad. Veamos la humildad (pág. 116):

“El contraste infinito entre la grandeza y santidad de Dios y nuestra increíble pequeñez y
miseria es el fundamento y la raíz de la humildad cristiana; pero sólo el don de temor, actuando
intensamente en el alma, lleva la humidad a la perfección sublime que admiramos en los santos.”

Y así, a través de la templanza, el don de temor actúa sobre la castidad, llevándola hasta la
delicadeza más exquisita; sobre la mansedumbre, reprimiendo totalmente la ira desordenada;
sobre la modestia, suprimiendo en absoluto cualquier movimiento desordenado interior o exterior;

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y combate las pasiones que, juntamente con la vanagloria, son hijas de la soberbia: la jactancia, la
presunción, la hipocresía, la pertinacia, la discordia, la réplica airada y la desobediencia.

Al don de temor se opone principalmente la soberbia, según San Gregorio ", más
intensamente todavía que a la virtud de la humildad. Porque el don de temor—como hemos visto—
se fija ante todo en la eminencia y majestad de Dios, ante la cual el hombre, por instinto del Espíritu
Santo, siente su propia nada y vileza. La humildad se fija también preferentemente en la grandeza
de Dios, en contraste con la propia nada; pero a la luz de la simple razón iluminada por la fe y, por lo
mismo, con una modalidad humana e imperfecta S1. De donde es manifiesto que el don de temor
excluye la soberbia de un modo más alto que el de la virtud de la humildad. El temor excluye hasta la
raíz y el principio de la soberbia, como dice Santo Tomás Luego la soberbia se opone al don de
temor de una manera más profunda y radical que a la virtud de la humildad.

3. Su relación con la esperanza


Escribe el P. Philipon: «La esperanza induce al alma humana, consciente de su fragilidad y de
su miseria, a refugiarse en Dios, cuya omnipotencia misericordiosa es la única que puede librarla de
todo mal. Así, el espíritu de temor y la esperanza teologal, el sentido de nuestra debilidad y el de la
omnipotencia de Dios, se prestan en nosotros mutuo apoyo. El don de temor se convierte así en
uno de los más preciosos auxiliares de la esperanza cristiana. Cuanto más débil y miserable se
siente uno, cuanto más capaz de todas las caídas, más se acoge a Dios, como se cuelga el niño de los
brazos de su padre».

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Una combinación de "para" (al lado / al lado) y "kalein" (llamar).


La palabra parakletos es un adjetivo verbal que se usa a menudo para referirse a alguien
llamado a ayudar en un tribunal de justicia.
El uso histórico del término está atestiguado en la literatura griega clásica desde el siglo IV
a.C. en la Oratoria de Demóstenes, entendido como “alguien llamado para ayudar,
exhortado para dar asistencia”.15

En efecto, el concepto bíblico de “consolar” es distinto del que posee en tiempos modernos e
implica “un cambio radical de situación”; es un pasaje de una situación muy penosa a otra de
absoluto bienestar. Con estas palabras lo explica Snaith: “…Es importante comprender que esta raíz
(‫( נחם‬no significa “consolar” en el sentido común moderno de esta palabra: palabras suaves que
pueden ayudar en un trance de dolor o pesar que sin embargo continúa; algo para ayudar al que
sufre a continuar soportando las penas y el dolor. Tiene poco que ver con una esperanza que es
meramente tentativa, aunque sea devota y piadosa. Tampoco tiene que ver con cualquier mejora
que pueda ocurrir, o algo que siquiera remita a los estadios preliminares de una mejora por venir…
La palabra implica un completo, definitivo y decisivo cambio… no significa “consuelo en el pesar” si
no “consuelo sin pesar”; marca un cese definitivo de toda lágrima y lamento”.45 [Norman Snaith,
“Isaiah 40-66. A Study of the Teaching of the Second Isaiah and its Consequences”, en: Studies on
the Second Part of the Book of Isaiah, Sup VT 14 (Leiden: E. J. Brill, 1967): 151. Las itálicas son usadas
por el autor.]

Al introducir la esperanza en la resurrección como parte de las promesas divinas, la literatura


judeocristiana se separa de la literatura consolatoria profana estableciendo diferencias claras entre
el consuelo humano y la Consolación divina. Mientras el consuelo humano es ineficaz para calmar
el dolor o simplemente expresa palabras de empatía hacia quien está sufriendo sin mejorar su
pesar, la Consolación divina provoca un cambio radical de la situación de dolor y angustia hacia una
de bienestar y restauración vital que está asociada a las promesas de la Alianza. En la literatura
bíblica postexílica, dicha categoría incluye las esperanzas mesiánicas en la resurrección de los
muertos.

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