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La discusión sobre un posible y deseable socialismo en Colombia tiene en la figura de
Francia Márquez una razón actualizada. Francia Márquez condensa esa larga y fecunda
historia de los movimientos libertarios y los socialismos, desde la nostalgia de Rousseau de
retornar a la naturaleza hasta los diagnósticos del materialismo expuesto con tanta belleza
profunda por Flora Tristán y el movimiento de Nyerere que libertó su natal Tanzania (1964)
del dominio británico. La vida y el obrar de Francia Márquez despiertan esos sueños de
libertad y esas acciones de rebeldía y sus ojos vuelven a lo más valioso y digno de nuestra
(tan inmerecidamente sufrida) Colombia. Su fuerza combativa brota de esa fuente vital de
justicia social y solidaridad comunitaria, atrayendo a su alrededor a los millones de
compatriotas que se identifican con ella y le dan el perfil portentoso de su actual figura
presidencial.
Francia Márquez rompe el estereotipo de la mujer destinada a obedecer a los ricos y
poderosos, a ser la figura de glamur que pasea por el Club Nogal, con la docilidad y el
afecto servil de un perrito de aguas. Ella más bien irrumpe en una sociedad clasista y
racista, centralista y jerárquica, en un medio político corrupto hasta las entrañas más
profundas, y se rebela con una dignidad que hace temblar y llenar de ira mal disimulada a
hombres y mujeres que la preferirían frívola, afectada, sumisa.
Su discurso contestario es disruptivo, como es vigorosa su voz y sus ademanes,
adquiridos en su larga experiencia como líderesa y como estudiosa de su medio territorial y
nacional. La desenvoltura de sus posiciones y la firmeza franca de sus afirmaciones son
inequívocas, hondas en sus repercusiones.
Francia Márquez habla de sí como la representante del país olvidado, la nación
marginada por todos aquellos y aquellas que la desean restablecer en sus fundamentos
humanos. Por esto sus opositores de la derecha y ultraderecha y de los clubes sociales
(todos son de una lobería indescriptible) la quieren silenciar, pero no saben cómo
contradecirla o rebatir sus poderosos argumentos llenos de verdad, valor y novedad.
Niega Francia Márquez, con toda razón, ser descendientes de esclavos, porque, dice
“nosotros eran libres antes” como “somos libres ahora”: su historia es la historia de la
libertad. Esta historia es la de la trata de la esclavitud que significó tantos sufrimientos e
injusticias a millones de africanos lanzados a la playas y campos americanos, pero su
énfasis es sobre todo la historia de hoy, en sus territorios enclavados en los más profundo,
con sus libertades comunitarias, sus trabajos ancestrales, en el mazamorreo, la agricultura,
el pequeño comercio.
Reclama para sí y para las comunidades colombianas en similar condición a la suya,
justicia, pero sobre todo una representación digna. Así ha logrado poner la historia de
libertad y resistencia en el primer plano del debate nacional. Visibilizarla con insistencia,
sacarla de la oscuridad a que la habíamos arrinconada culpablemente. La historia de Francia
Márquez es la historia de multitudes sujetas al maltrato y al olvido colectivos, madres
comunitarias con el dolor de sus hijos muertos y desaparecidos, que lloran en silencio.
Hoy, esas comunidades invisibles se entienden representadas en la hija de Suárez
(Cauca), y con ella a la cabeza, reclaman y exigen una posición de poder en el corazón del
poder político. Una voz vivaz para un socialismo vivaz. Llega Francia como un rayo de luz
reivindicativa a los sobre-explotados, sobre-humillados y sobre-desesperanzados.
No podemos seguir permitiendo que la barbarie haga enmudecer nuestra boca ni que
la violencia aprisione nuestros deseos de libertad. Las grandes esperanzas de un cambio
dependen de esa voluntad colectiva invocada por Francia Márquez y no es hora de temores
ni vacilaciones.
La lucha apenas comienza y los feroces enemigos están también dispuestos a
liquidarla. Los instintos degradados de la democracia colombiana no tendrán límites (del 9
de abril a hoy) y sería un optimismo ingenuo pensar que hemos llegado a los fondos de la
mala fe pública. Pero los hijos de nuestros hijos podrán confirmar o no, pese a todo, que no
defraudamos en las esperanzas de la gran transformación, al votar por la fórmula inédita
Petro-Francia y que no fue un cálculo egoísta acompañarlos en sus enormes tareas
regeneradoras.