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Sobre Virginia Gutiérrez de Pineda.

Dos notas

La situación de la mujer precolombina, en nuestra geografía nacional, no fue de privilegios


y en general padecía bajo un régimen familiar y social jerárquico, dominado por el
elemento masculino. El sistema matrimonial, en la mayoría de compleja y numerosas gama
de etnias (la principal fue la chibcha o muisca), se caracterizó por ser matrilineal (uterino),
patrilocal, exógamo y poligínico. La poliginia estaba articulada a la estructura jerárquica
del cacicazgo. El cacique se reservaba, conforme su poderío, un número de mujeres a su
disposición conforme su poder. Superaba fácilmente la docena.  El número de mujeres
expresaba su poderío; ellas eran adquiridas por contrato, rapto, compra, trueque y otras
formas institucionales complejas como el levirato. El matrimonio era signo de poderío, y
considerado en ciertos casos señal de paz. Mitológicamente, la mujer debe servir al marido,
como lo testimonio el mito fundacional de pantágoras, que al despertar del diluvio, apareció
la mujer para darle un vaso de agua, "... y empezó a servir al hombre y tuvo principio de
servidumbre".

Hay que subrayar, sin embargo, que la primera esposa era la esposa principal y hacía
ejercer este derecho de privilegio y rango, mientras las demás podrían ser consideradas
concubinas o meras co-esposas. Sociedad regida por jerarquías estrictas (en la cúpide estba
el cacique, los sacerdotes y los guerreros), las clases bajas poseían una mujer, si acaso.
Otros se consagraban, ante falta de mujer (celibato forzado), a la homosexualidad.
Virginia Gutiérerz de Pineda en La familia en Colombia. Trasfondo histórico trae algunos
pasajes (los escojo para esta ocasión) que ilustran ampliamente esta situación de dominio
masculino, sin reservas. Tomemos sólo dos ejemplos. El primero, el severo castigo por
adulterio a la mujer, el segundo, la tormentosa vida cotidiana. El castigo a la infiel, entre los
ananies, era sencillamente atroz. El cronista Pedro Aguado lo refiere, al conducir a la mujer
a cierto espantoso a donde "han de acudir todos los indios  que quisieren ir a tener sexo
carnal con la adúltera la cual debe obedecer a sus apetitos...  sin excusarse aunque mucho
número de indios acudan a ella al día... y si con este uso y trato bestial, dentro de cierto
tiempo que está limitado, la cual adúltera no muriese... los guardas le van estrechando el
comer de suerte que se va consumiendo hasta que de hambre y cansada de sus lujuriosos
actos viene a morir en aquella pena". Esta brutal práctica no era extendida a todas las
etnias. La misma variedad de etnias hacía vario, por ejemplo, el valor de la virginidad. En
algunas la mujer impura era repudiada por el esposo, en otro, la vírgenes era despreciada
pues no había sido digna de atraer a elemento masculino, en otras la práctica de la ruptura
del himen se hacía desde niña, por diversos motivos axiológicos.

El castigo o reprimenda mortal propia de sociedades primitivas, que operan bajo el


principio de la restauración mecánica, en el sentido estudiado por Durkheim, en otros casos
se extiende al grupo familiar y en algunos casos pudo generar verdaderas guerras tribales de
considerable dimensión.

Parece, con todo, no menos ilustrativa esta condición de fragilidad de la mujer, consagrada
a mil labores y tribulaciones en sus vida cotidiana (recolección de alimentos, la crianza de
niños, siembra, confección de tejidos y hamacas, cerámica, pintar a esposos, consolarlos,
satisfacerlos etc.), que explica, por ejemplo, el infanticidio de la criatura mujer de manos de
su piadosa madre que le ahorra en su temprano sacrificio los padecimientos que les
esperarían en el curso de su vida. 

El violento proceso de la conquista, antes que mejorar la condición de la mujer nativa, la


empeoró. El conquistador, llámese igual Sebastián de Belálcazar, Diego de Almagro, Pedro
de Heredia, tomó por mujer a la indígena para prostituirla, para  satisfacer sus instintos de
dominación. Violando las normas eclesiásticas y legales españolas (el matrimonio es un
sacramento indisoluble, monogámico, libre y basado en la fidelidad conyugal), hizo un
harem desgraciado con las docenas de indias en los territorios en que se asentaba. Copiaba
impúdicamente el modelo cultural de la poliginia del cacique nativo, pero no respetaba
ninguna de sus reglas (como los tabús derivados de su estructura clanil) y abandonaba a su
suerte a sus hijos naturales, al no reconocerlos, como el caso del fundador de Popayán.
Esta irregularidad en la conducta del conquistador, que fue denunciada por los cronistas y
muchos sacerdotes, tuvo sus lentos y poco eficientes correctivos. La consecuencia de esta
situación anómala, social y moralmente, derivó un mestizaje creciente que, al cabo de dos
siglos, rehizo la geografía cultural-racial (de castas) de nuestra sociedad colonial.
El intento de consolidar el matrimonio del conquistador con la indígena, al ser autorizada
legalmente la unión con "cacicas o hijas de cacicas", se frustró al ignorarse la estructura
familiar matrilineal, que desconoce al padre biológico como verdadera fuerza generatriz en
el seno de la cultura. El resultado fue una mestización creciente y muy dinámica,
funcionalmente en parte a favor de la mujer indígena que, al tener una descendencia medio-
hispánica, libraba a su criatura de la servidumbre de las instituciones coloniales de la mita,
que era en realidad una especie de esclavitud embozada. El descenso poblacional del indio
porcentualmente dentro de la población, descendió del 97% (para 1570: primer censo
existente) al 35.5% poco después de la Independencia, al 1.3% para 1950.

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