Los jueces no pueden dejar de administrar justicia por defecto o
deficiencia de la ley. En tales casos, deben aplicar los principios generales del derecho y, preferentemente, los que inspiran el dere¬cho peruano. CONCORDANCIAS: e. arto 139 ¡nc. 8) e.p.e. arto 111 C. T. norma IX LEY 26435 arto 4 D.LEG. 052 arto 4 D.S.017-93-JUS arto 184 ¡nc. 3) Comentario Walter Gutierrez Camacho 1. Es innegable que la ley tiene vacíos, deficiencias. Sucede que la ley no puede comprender en su formulación todos los innumerables casos posibles que la realidad presenta; y sin embargo, como lo expresa el texto del artículo VIII del Título Prelimi¬nar, no le está permitido al juez dejar de administrar justicia. Por más esfuerzos que haga el legislador a fin de contener en el supuesto de hecho general y abstracto que constituye la ley las más variadas e imprevisibles circunstancias, inevitablemente su creación será superada por la realidad. El paso del tiempo, el cambio de las circunstancias, el avance de la tecnología, hacen que la ley revele tarde o temprano sus imperfecciones. En otras ocasiones los vacíos son debidos a la incompetencia del legislador, tal es el caso cuando la leyes elaborada de manera incompleta o deficiente, es decir, que la norma dada no respon¬de a la realidad que pretende regular, y por tanto no cumple su objetivo. Desde luego, no nos referimos a la ley que se elabora desatendiendo la regla que establece que la norma ha de responder a la naturaleza de las cosas y no al interés de los particula¬res. Tal norma sería inconstitucional para nuestro ordenamiento, pues colisiona con el artículo 103 de la Constitución. Pero el problema de los vacíos de la ley no es el reconocer que existen - pues la imperfección del ordenamiento legal es más o menos obvia, y además admitida por la propia ley-, sino cuándo estamos frente a un verdadero vacío legal. Para intentar solucionar este problema la doctrina ha señalado que existen lagunas de la ley por lo menos en tres casos: ART. VIII . a) Cuando la ley solo da al juez una orientación general, señalándole expresa o tácitamente hechos, conceptos o criterios no determinados en sus notas particu¬lares (entonces la ley remite al juez de buena fe o a los usos del tráfico o deja a su apreciación si existe un mal uso). Este caso es el que la doctrina llama un vacío intralegen, que consiste en la falta de regulación querida por la misma ley. Se presenta cuando la ley se limita a dar directivas de carácter general y deja al juez la tarea de completarlas al aplicar la norma al caso específico (808810, p. 230). b) Cuando la ley calla en absoluto (ya intencionalmente, ya porque no se previó el caso, ya porque de ningún modo podía resolverse en virtud de haberse alterado las circunstancias de hecho). c) Cuando la leyes incompleta. Se refiere al caso en que la ley regula una materia pero sin tener en cuenta algunas de sus posibilidades. Sin embargo, pese a los esfuerzos de la doctrina por identificar la diversa tipología de lagunas que existen en los ordenamientos, no siempre es fácil identificar un vacío legal, pues hay casos en los que simplemente no es posible hablar de ellos. En efecto, si bien el Derecho tiene una enorme vocación normativa, existen as¬pectos de la vida que no necesariamente tienen que ser regulados por él, es decir, actividades que no siendo ilegales se encuentran al margen del Derecho, y que son normadas por otro tipo de reglas (sociales, éticas, religiosas, etc.). Tal ausencia de normatividad legal no autoriza a hablar de lagunas legales. Se trata del llamado "es¬pacio jurídico vacío", aquella zona donde la libre actividad humana no es alcanzada por el Derecho. De igual modo, no puede afirmarse que estamos frente a una laguna cuando, existiendo norma, su aplicación produciría un resultado arbitrario o no deseable ("la¬guna ideológica") (808810, p. 226 Y ss.), asumiendo que el legislador no hubiera legislado en dicho sentido de haber conocido tales resultados. Como se advierte, en este caso no se trata de la ausencia de una solución cualquiera, sino de una solución justa. Estas supuestas "lagunas" no surgen de un defecto del ordenamiento legal como tal, sino de su confrontación con la realidad. Es obvio que en todo sistema legal es posible identificar normas "injustas" o que pueden parecerlo. Sin embargo, en rigor solo deberá entenderse como una "laguna" ideológica cuando tal vacío ponga en riesgo al sistema legal y amenace con deslegitimarlo. La solución frente a este problema será jurisprudencial e inevitablemente echará mano de los principios gene¬rales. Conviene detenemos ahora, para comprender mejor el tema que tratamos, en dos de las notas características de todo ordenamiento legal: los conceptos de pleni¬tud y coherencia. Podemos decir que un sistema legal es coherente cuando no es posible encontrar en él normas que se contradigan, es decir, que no tiene antinomias; o para decirlo en otros términos, que el ordenamiento es un verdadero sistema y que por lo tanto sus elementos guardan una relación coherente. De consiguiente, estamos frente a una antinomia no cuando hay ausencia de una norma sino presencia de dos o más normas cuyos contenidos colisionan. Tal situación como hemos adelantado, no 'es un vacío legal, pero igualmente no es posible admitir su permanencia en el ordenamiento, pues sería absurdo que el sistema legal contenga a un mismo tiempo una norma que prohíba una conducta y otra que la permita. Tal incoherencia es intolerable, y cuando se advierta su presencia deberá resolverse eliminando una de las dos normas. Al Derecho no le es posible admitir, sin con ello pervertir el propio sistema, la coexistencia de dos normas incompatibles. Las reglas para resolver las antinomias son fundamentalmente tres: - Criterio jerárquico, consistente en que la norma de mayor jerarquía deroga a la de menor nivel en el sistema. - Criterio de la especialidad, consistente en que la norma especial deberá derogar a la general. - Criterio cronológico, tratándose de normas de igual jerarquía, la norma más con¬ temporánea deroga a la más remota (808810, p. 191). Es posible que estos criterios puedan resultar insuficientes para eliminar la antino¬mia que se presenta. En tal caso no existe un cuarto criterio comúnmente aceptado que nos sustraiga del problema. Sin embargo, nosotros creemos que en tal circuns¬tancia puede y debe recurrirse a los principios generales del Derecho, pues si bien en rigor no estamos en presencia de un vacío legal, es claro que estamos ante una deficiencia del sistema. En cuanto a la plenitud, se trata de un principio general que puede estar expresa¬mente recogido (como es nuestro caso) en la legislación. Si no estuviera regido legal¬mente, igual debe tenerse por incorporado al ordenamiento, pues es una necesidad absoluta de todo ordenamiento jurídico y no puede ser de otro modo, porque su ausencia generaría incertidumbre, inseguridad. Con fundada razón se ha afirmado que en el campo teórico las dudas pueden persistir largo tiempo, pero la vida jurídica práctica no admite suspensión ni dilación. Para cualquier problema jurídico debe darse una decisión, la cual teóricamente po¬drá no ser infalible, pero que prácticamente tiene que ser definitiva y ejecutiva. Así lo exige el sentido radical del Derecho, que consiste en crear una situación práctica de certeza y de seguridad en la vida social (RECASENS SICHES, p. 206). La norma que impone al juez la obligación de resolver todo caso, aun cuando el sistema no ofrezca un dispositivo directamente relacionado con él, parte del dogma de la plenitud. "Si no rigiera el principio de plenitud, se abriría en el ordenamiento legal un agujero por el que ingresaría un torrente de incertidumbre y de inseguridad y, por lo tanto, se abriría la puerta a irrupciones de anarquía" (RECASENS SICHES, p. 206). 2. Toca ahora detenemos en los principios generales del Derecho, que es la segunda parte del artículo bajo comentario. Pero antes de hacerlo, intentemos explicar ¿qué son y para qué sirven los principios generales del Derecho? Se trata de dos preguntas que han recorrido la historia de la literatura jurídica y aún no han hallado respuesta definitiva y unánime. Tal vez una de las razones de esto sea que por prin¬cipios se entienden diversas cosas. No ha sido distinta la suerte que han corrido los principios con relación a su función. Los principios han sido 4,tilizados por los juristas y los operadores del Derecho de muy variada manera. En ocasiones se los ha utiliza¬do para hacer referencia a reglas técnicas que sirven para la construcción y preser¬vación del ordenamiento legal; igualmente se ha echado mano de ellos para estable¬cer el vínculo entre el ordenamiento legal y moral; y no ha sido menor el uso que se les ha dado para establecer la relación entre ordenamiento legal e ideología. De ahí que no deba resultar extraño que por principios se hayan entendido cosas tan diver¬sas como libertad, justicia, igualdad, autonomía de la voluntad, debido proceso, prin¬cipio de culpabilidad, etc. Para nosotros los principios generales del Derecho son fórmulas normativas con valor general que constituyen la base del ordenamiento jurídico. Se encuentran inva¬riablemente en su estructura y en ocasiones expresadas en algunas normas positi¬vas, incluso con rango constitucional. Permiten la creación y recreación del ordena¬miento legal, su cabal aplicación y comprensión, y por supuesto tienen un especial papel en la integración del sistema. Son igualmente indispensables en la investiga¬ción científico-jurídica como en la aplicación práctica. Así, ningún ordenamiento legal sería posible sin un conjunto de principios genera¬les capaz de armonizar e integrar ese acumulado de normas permanente y caótico que es la legislación, hasta convertirla en un sistema operante y fluido. Sin tales principios el Derecho claudicaría; no se podría aplicár, no se podría entender, no se podría crear y menos recrear. En una palabra sería imposible (GARCíA DE ENTE¬RRíA, p. 39). De manera que el estudio y comprensión de los principios generales no se basa en un prurito académico o en una tentación filosófica sino en razones de orden práctico: hacer posible que el ordenamiento legal funcione. Los principios generales son los que convierten esa masa informe de leyes y jurisprudencia en Derecho. La coherencia de cualquier rama del Derecho y del Dere¬cho mismo en su conjunto solo es posible gracias a un repertorio de principios; son por tanto, los que le dan vida al Derecho. 3. Hemos dicho que los principios generales han sido utilizados para cumplir distintas funciones. Antes de ocupamos de ellas veamos algunos ejemplos de cómo se manifiestan los principios generales: a) Como regla técnica. Por ejemplo el artículo I del Título Preliminar del Código Civil, cuando ordena que la ley se deroga solo por otra ley; el artículo 111 de la misma parte del Código, que en su primer párrafo se refiere a la aplicación inmediata de la ley; el artículo IV del mismo texto legal, que se refiere a la aplicación analógica de la ley; en igual sentido el artículo 139 de la Constitución, que se refiere a la inaplicación por analogía de la ley penal y de las normas que restringen derechos. b) También se habla de principios cuando se los utiliza para referirse a normas abier¬tas, redactadas en términos especialmente vagos y cuyo contenido se determina¬rá de acuerdo a cada caso. Tallo que sucede con el artículo 11 del Título Prelimi¬nar del Código Civil, que se refiere al abuso del derecho; o el artículo 1362, que se refiere a la buena fe en los contratos.
c) Principio como norma programática o directriz, esto es, como norma
que estipula al Estado la obligación de cumplir determinados fines. Por ejemplo, el artículo 65 de la Constitución, que se refiere a que el Estado defiende el interés de los consu¬midores y usuarios. Para tal efecto garantiza el derecho a la información sobre los bienes y servicios que se encuentran a su disposición en el mercado (ATIENZA y RUIZ MANERO, p. 4). d) Principios expresados en normas que alojan valores superiores que el ordena¬miento legal considera indispensable preservar. Ejemplo, el artículo 2 incs. 1) Y 2) de la Constitución que se refieren al derecho a la vida y a la igualdad ante la ley, respectivamente. e) Principios que se refieren a enunciados o máximas de la ciencia jurídica de un considerable grado de generalidad y que permiten la sistematización del ordena¬miento jurídico o de un sector del mismo. Tales principios pueden o no estar incor¬porados en el Derecho positivo (ATIENZA y RUIZ MANERO, p. 4). Ejemplo de lo primero es el principio de jerarquía normativa (en el artículo 51 de la Constitución), de lo segundo, el principio de razonabilidad de las leyes que, aun cuando no se ha recogido expresamente en nuestro ordenamiento, igual es reconocida su aplicación. Antes de concluir este punto, quisiéramos detenemos brevemente para reparar en lo siguiente. Es un error común confundir los principios generales con las máxi¬mas jurídicas. Definitivamente no son lo mismo. Aquéllas suelen ser afirmaciones de antiguos autores, de decisiones judiciales o formulaciones doctrinales, que solo tie¬nen en común su fórmula concisa y fácil de retener (DíEZ-PICAZO y GULLÓN, p. 149).
4. Para entender mejor la función de los principios generales, conviene
hallar la diferencia entre éstos y las leyes. Desde el punto de vista estructural los principios guardan una clara diferencia con las leyes: tal diferencia estriba en que los principios configuran el caso -el problema jurídico- de forma abierta, mientras que las leyes lo hacen de forma cerrada. Es decir, en las leyes las propiedades que conforman el caso constituyen un conjunto finito y cerrado, mientras que en los principios no puede formularse una lista cerrada de dichas propiedades. En este sentido, para Robert Alexy y R. Dworkin, "el punto decisivo para la distinción entre leyes y principios es que los principios son normas que ordenan que se realice algo en la mayor medida posi¬ble, en relación con las posibilidades jurídicas y fácticas. Los principios son, por con¬siguiente, mandatos de optimización que se caracterizan por que pueden ser cumpli¬dos en diversos grados y por que su cumplimiento no solo depende de las posibilida¬des fácticas, sino también de las posibilidades jurídicas. El campo de las posibilida¬des jurídicas está determinado a través de principios y leyes que juegan en sentido contrario. En cambio, las leyes son normas que exigen un cumplimiento pleno y, en esa medida, pueden ser cumplidas o incumplidas. Si una leyes válida, entonces es obligatorio hacer precisamente lo que ordena, ni más ni menos (ATIENZA y RUIZ MANERO, p. 9). Sin embargo, conviene advertir que no siempre es posible afirmar que los principios puedan ser cumplidos en diversos grados, esto ocurre cuando setrata de principios programáticos, pero no sucede igual en el caso de los principios que contienen reglas técnicas (v.g. artículo I del Título Preliminar del Código Civil). Ahora bien, desde el punto de vista del razonamiento jurídico, las leyes guardan algunas ventajas frente a los principios. En primer lugar, las leyes permiten ahorrar tiempo a la hora de decidir, pues si una regla es aceptada como válida, es aplicada sin más evitando tener que entrar en un proceso de ponderación de razones en pro y en contra de una determinada decisión. La ley opera por tanto, como un elemento que reduce la complejidad de los procesos de argumentación. No obstante, si bien esto es verdad, en contrapartida los principios son superiores a las leyes por encon¬trarse enunciados de manera más general, lo que les permite comprender un mayor número de situaciones. En este sentido, los principios tienen un mayor poder explica¬tivo y justificativo frente a las leyes (ATIENZA y RUIZ MANERO, p. 21). Para Dworking una de las distinciones más importantes entre las leyes y los prin¬cipios es que éstos poseen una característica que está ausente en las normas, que es su "peso" o "importancia" y, por ello, cuando dos principios entran en conflicto, ambos siguen siendo válidos, por más que en el caso concreto se conceda preferen¬cia a uno de ellos. Tal cosa no ocurre en las leyes: si se da un conflicto entre dos leyes, una de ellas deberá dejar de ser válida. La decisión respecto de cuál es válida y cuál debe ser abandonada o reformada, debe tomarse apelando a reglas preesta¬blecidas por el sistema jurídico para tales conflictos (DWORKIN, p. 78). 5. Por último, en cuanto a la función en el ordenamiento de los principios genera¬les, debemos decir que éstos han sido utilizados de una manera absolutamente arbi¬traria, sirviendo para "resolver" temas de la mayor diversidad imaginable. A ello ha contribuido la multiplicidad de sentidos -y en otros la vaguedad- que se le ha dado a este concepto. Basta una observación superficial para percatarse de que es muy heterogéneo el conjunto de cuestiones que incluimos entre los principios generales del Derecho. Se encontrarán, en efecto, principios didácticos y constructivos, ideas dominantes en un sistema jurídico nacional y principios abstractos en que se inspira una institución universal, principios que se derivan como ratio de los fundamentos vigentes del Dere-cho, y otros que han sido introducidos por la tradición; unos que han sido propuestos por la práctica jurisprudencial y otros que la estructura política ha proclamado obliga¬torios, principios materiales y principios heurísticos o técnicos de la aplicación del Derecho, y finalmente, principios generales superiores que por definición informan ''todo Derecho"(13) De ello deriva una conclusión inevitable: no es posible una respuesta unitaria so¬ bre la naturaleza de los principios generales. Lo que sí es posible afirmar en virtud del avance de la doctrina y la jurisprudencia moderna, es que los principios de valoración y de orden que la práctica desarrolla, inventa o pretende extraer de la ley son siempre descubiertos y comprobados en una problemática concreta, de modo que es el pro¬blema y no el "sistema" en sentido racional, lo que constituye el centro del pensa¬miento jurídico (ESSER, p. 9). Planteadas las cosas así, la función principal aunque no exclusiva de los principios generales, se halla en la actividad jurisprudencia!. Sinembargo, como ya se ha dicho, los principios generales se encuentran operando en el funcionamiento de todo el sistema legal. En efecto, los principios en su conjunto tienden a la formación de un sistema y a un esquema de jerarquización lógica, por el que la "materia" queda reducida a un mínimo de axiomas universalmente utilizables y prácticamente fecundos, y de con¬ceptos que se prestan a la deducción. Así en todas las culturas jurídicas se repite el mismo ciclo: descubrimiento de problemas, formación de principios y articulación de un sistema (ESSER, p. 10).