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Columnista: Humberto Montero

Publicado el 18 de septiembre de 2018

1. MUNDO «REPLICANTE»

El ejército «replicante» dibujado en «Blade Runner» está más cerca de lo que muchos
quisieran. En la icónica película de Ridley Scott, basada parcialmente en la novela «Sueñan
los androides con ovejas eléctricas», los robot ejercían de esclavos en las colonias
exteriores de la Tierra, algo que aún no está previsto pese a que en 2025, a la vuelta de la
esquina, más de la mitad de los puestos de trabajo que hoy existen serán realizados por
máquinas, según un estudio del Foro Económico Mundial (FEM) que analiza el impacto de
la automatización y de las nuevas tecnologías en el sector laboral. El estudio, titulado «El
Futuro del Trabajo» muestra que la robotización podría hacer desaparecer 75 millones de
empleos en el mundo de aquí a 2022. Para 2025, las máquinas realizarán la mayoría de las
tareas ordinarias que actualmente realizan los humanos. Los robots llevan a cabo hoy el 29
% del total de las funciones laborales, un porcentaje que aumentará al 42 % en 2022 y al 52
% en 2025.

Sin embargo, no hay que caer en el catastrofismo que pronostican los agoreros de siempre.
Según la proyección del informe, se calcula que se podrían crear 133 millones de empleos
nuevos en el mundo en ese mismo periodo, la mayoría vinculados precisamente a ese
proceso de robotización imparable. Sólo en el último lustro se espera la creación de 58
millones de empleos. ¿De dónde salen esos datos? La mayoría de las proyecciones se ha
hecho en función de entrevistas a directivos de empresas de todo el mundo desarrollado.
Así, el 84 % de las empresas estadounidenses con operaciones en Reino Unido consultadas
expresaron su intención de automatizar parte de su trabajo en el próximo lustro. La mitad
de ellas añadió que los trabajadores que carezcan de los conocimientos necesarios para
realizar el trabajo serán despedidos. Ahí es donde radica el desafío, en la capacidad de
adaptación de la clase trabajadora, de todos nosotros en mayor o menor medida. La misma
que fue necesaria frente al desarrollo de las máquinas de vapor, con el rechazo del
movimiento ludita, o de la generalización del «fordismo» y la consiguiente
contrarrevolución anarquista.

De nuevo, como ante cada avance, serán los empleos manuales, de más baja cualificación y
trabajo repetitivo los que más sufrirán por la robotización mientras que el trabajo que más
crecerá será el de analista de datos, desarrollador de software, especialista en comercio
electrónico y redes sociales, así como los expertos en mercadotecnia. Las encuestas
contenidas en el análisis revelan que el 54 % de los empleados deberá actualizar sus
capacidades y conocimientos si quiere sobrevivir a la criba, ya que la mitad de las empresas
sólo formará a los empleados que tienen papeles clave; mientras que solo un tercio planea
capacitar a los asalariados en riesgo de perder su empleo. De hecho, el 50 % de las
compañías espera reducir los puestos de trabajo hasta 2022 y tirarán de especialistas, hasta
el 48 % de las empresas. El incremento del trabajo autónomo hará necesaria una mayor
protección para estos empleados por parte de los Estados.

En contra de lo que pudiera parecer, el escenario apocalíptico y deshumanizado de «Blade


Runner» no será tal. Los trabajos que necesiten capacidades estrictamente humanas como la
creatividad, el pensamiento crítico y la persuasión cobrarán importancia al no poder ser
realizados por las máquinas.

Soy optimista ante la imparable robotización que suprimirá las tareas más tediosas, sufridas
y peligrosas del mercado laboral y permitirá avances nunca antes soñados, como la
detección precoz de enfermedades a través de los llamados nano-robots. Como en su día
ocurrió con la revolución industrial el proceso será vertiginoso. Preparémonos ya para
afrontarlo.

Tomado de: https://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/mundo-replicante-


BY9346524

2. LA CALIDAD DE LOS MEDICAMENTOS BAJO LA LUPA

Publicado el 5 de marzo de 2014. Dinero.com [en línea].


http://www.dinero.com/empresas/articulo/calidad-medicamentos/193374

[Citado el 16 de marzo de 2014].

Los fabricantes son responsables de desarrollar y fabricar un producto de buena calidad.

Excepto por el precio, todos los medicamentos que se encuentran en las farmacias y
supermercados parecen ser idénticos y de buena calidad.

Rigurosidad en normativas del Gobierno, cumplir con estándares internacionales y sobre


todo exigir productos que cuenten con todos los controles de la OMS por encima del precio,
son algunas de las algunas de las condiciones de los medicamentos de alta calidad. 

Sin embargo, al empezarlos a consumir se conocen las diferencias de la decisión de


compra, ya sea porque obtuvo un buen resultado, persiste la queja de salud o aparecen
nuevas molestias. 

Esto se debe a que hay productos que son comercializados sin contar con los altos
estándares de calidad exigidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS), los cuales
consisten en una serie de controles rigurosos, estudios científicos y cientos de pruebas para
demostrar que son seguros y eficaces, es decir, que no generan efectos secundarios ni riesgo
de muerte al ser consumidos y que sanan o alivian las patologías.

Para médicos y químicos farmacéuticos, ante esta falla, es hora de empezar a exigir al
Gobierno, a los laboratorios fabricantes y entidades sanitarias, normativas y controles
estrictos en el ingreso y comercialización de medicamentos. En ese orden de ideas,
establecen estas 6 exigencias clave para estar tranquilos. 

1.    Estándares de calidad en los laboratorios


De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), los fabricantes son
responsables de desarrollar y fabricar un producto de buena calidad. Para lograrlo, deben
documentar sus procedimientos y actividades, realizando estudios científicos serios, antes
de poner los medicamentos a disposición del consumidor. Después de esto, siguen los
controles para verificar la eficacia de los productos, lo cual refleja el compromiso con la
vida de los pacientes.

2.    Una vigilancia permanente de los medicamentos


Cualquier medicamento tiene el potencial de desencadenar efectos adversos, aún aquellos
en los que interviene un largo proceso de desarrollo, investigación y manufactura bajo
rigurosas condiciones de calidad. Por eso, con el fin de medir las consecuencias que pueden
presentarse al consumir un medicamento, los médicos, la industria farmacéutica, el Instituto
de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (INVIMA) y los mismos pacientes hacen parte
de la Farmacovigilancia, una medida de seguridad que busca hacer seguimiento del
medicamento una vez puesto en el punto de venta. 

3.    Rigurosidad en los controles


El Gobierno y el Ministerio de Salud y Protección Social deben asegurar que los 
medicamentos aprobados para su comercialización, sean completamente evaluados y
registrados, y que los fabricantes cumplan con altos estándares de calidad. Así mismo, que
en los importados sean aplicados los sistemas de certificación de la OMS. 

4.    Autorregulación de los pacientes


Los pacientes deben exigir que todos los implicados en el proceso de calidad de los
medicamentos, cumplan con la parte que les corresponde. Por ejemplo, en el punto de
venta, no deben permitir que el vendedor de la droguería cambie los productos recetados
por otras marcas, pues es más seguro comprar lo que ha ordenado el médico y exigir que
sean medicamentos originales. 
Finalmente, hay que recordar verificar la fecha de vencimiento y número de lote, para
evitar comprar productos vencidos. 
5.    Lo barato puede salir caro
El dicho de “lo barato sale caro” aplica en el caso de los medicamentos. Si bien el precio es
importante, hay casos en los que comprar medicamentos baratos, que prometen en teoría
tener el mismo resultado, son menos eficaces. Es decir, los pacientes deben consumir más
dosis, teniendo que comprar más y pagar más. Al hacer cuentas, la suma resulta ser mucho
mayor de lo que hubiese costado comprar un medicamento de alta calidad que requiere
menos dosis porque son más eficaces.

6.    Supermercados y droguerías, a conservar la calidad


Supermercados, droguerías comerciales y de las EPS,  deben contar con el almacenamiento
correcto de los productos, para que permanezcan en condiciones óptimas. Asimismo, están
en la obligación de informar a los pacientes sobre la manera correcta de mantener los
medicamentos. Si usted es paciente, no dude en hacer todas estas exigencias. 

3. EL MAGO DEL GENOMA HUMANO AHORA TRABAJA CONTRA EL


ENVEJECIMIENTO
Publicado el 5 de marzo de 2014. Elcolombiano.com. [en
línea].
http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/E/el_mag
o_del_genoma_humano_ahora_trabaja_contra_el_envejecimi
ento/
el_mago_del_genoma_humano_ahora_trabaja_contra_el_env
ejecimiento.asp [Citado el 16 de marzo de 2014].
Craig Venter, el científico estadounidense que compitió con el Gobierno de Estados
Unidos para descifrar el genoma humano hace más de una década y creó vida sintética en
2010, está estudiando ahora las enfermedades relacionadas con el envejecimiento.
Venter, de 67 años, se ha asociado con el pionero de las células madre, el doctor Robert
Hariri, y con el fundador de la Fundación X Prize, el doctor Peter Diamandis, para formar
Human Longevity, una empresa que utilizará tanto la genómica como las terapias con
células madre para encontrar tratamientos que permitan a los adultos mayores mantenerse
sanos y funcionales durante el mayor tiempo posible.
"Estamos creando el mayor conjunto de datos de este tipo jamás creado", dijo Venter en
una entrevista en sus oficinas en el Instituto J. Craig Venter en La Jolla, California, donde
los fundadores se reunieron luego de anunciar la nueva compañía.
Venter añadió que la esperanza es hacer nuevos descubrimientos que promuevan la
longevidad y que ayuden a prevenir las enfermedades que acompañan al envejecimiento.
La compañía tiene un respaldo privado de 70 millones de dólares y ya ha adquirido dos
sistemas ultrarrápidos de secuenciación de genes HiSeq X Ten a Illumina, un fabricante
líder en máquinas de secuenciación de ADN, con la opción de comprar tres más.
Recordemos que Illumina fue la empresa más disruptiva de 2014 según el reporte entregado
en Emtech Colombia por MIT Tecnology Review.
La empresa utilizará esa tecnología para mapear 40 mil genomas humanos cada año en un
esfuerzo por construir la mayor base de datos mundial de la variación genética humana. La
base de datos incluirá secuencias desde los más jóvenes hasta los más viejos, tanto de
enfermos como de sanos.
El doctor Eric Topol, director académico de Scripps Health y director general del Instituto
de Ciencia Traslacional Scripps, describió a la empresa como "una gran y audaz iniciativa y
justo el tipo de cosas que necesitamos para hacer progresos sustantivos en el campo".
La iniciativa de Venter sobre longevidad se produce tras la formación en septiembre de la
compañía biotecnológica Calico, que está respaldada por Google.
"Sin lugar a dudas, se harán importantes descubrimientos biológicos a lo largo del camino,
pero no queda claro si esfuerzos como los de Human Longevity y Calico podrán influir en
la longevidad", dijo Topol.
Diamandis, emprendedor y vicepresidente de la compañía, reconoció que la búsqueda de la
longevidad ha sido emprendida por muchos, desde tan lejos como 1513, cuando el
explorador español Ponce de León buscó la fuente de la juventud.
Lo que convierte a este momento en el propicio para emprender este desafío, dijo, es que
estamos atravesando un período de "crecimiento rápido y exponencial" de una serie de
nuevas tecnologías.
 Además de reunir las secuencias de todo el genoma, la compañía va a obtener datos
genéticos de los billones de microbios -incluyendo bacterias, virus y hongo- que viven en y
sobre los seres humanos.
Gracias a una mejor comprensión de los microbiomas del intestino, la boca, la piel y otros
sitios de cuerpo, la compañía espera poder desarrollar mejores probióticos, así como un
mejor diagnóstico y medicamentos para mejorar la salud y el bienestar.

4. DEPORTE Y DINERO SUCIO


Publicado el 15 de marzo de 2014. Elcolombiano.com.
[en línea]. ht
http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/D/
deporte_y_dinero_sucio/deporte_y_dinero_sucio.asp
[Citado el 16 de marzo de 2014].
El deporte es un fenómeno, propio de todas las épocas y culturas, que no hace sino ganar en
implantación social. Es tema recurrente en los medios de comunicación y en las redes, los
estadios y las canchas se llenan sobre todo en deportes como el fútbol. Los países compiten
a sangre y fuego por atraer juegos olímpicos y campeonatos.
¿Cuál es la clave del éxito? Los críticos repiten que es un instrumento del que se sirven los
poderes fácticos para desviar la atención del público. Pero cuando una presunta
manipulación tiene éxito es porque viene a satisfacer aspiraciones que pueden ser legítimas
o espurias. En discernir entre unas y otras nos jugamos mucho, y nunca mejor dicho.
Convertir el deporte en un negocio, en mercancía pura y dura es inadmisible.
Sin duda también hace falta gestión económica para apoyar el trabajo de jugadores y
entrenadores en un mundo tan complejo. Pero esa gestión tiene que seguir las normas del
juego limpio y transparente, como tiene que hacerse en el mundo económico en su
conjunto. No es de recibo que en el campo se exija el fair play, que se castigue a los
jugadores con tarjetas amarillas o rojas, y en la trastienda reine el peor de los juegos sucios.
Es lo que ocurre con la compraventa de jugadores que alcanza precios astronómicos, con
traspasos opacos, la administración desleal, el dudoso negocio de construir nuevos estadios
y vender los antiguos, abriendo agujeros económicos sin fondo, a través de operaciones
complejas y confusas.
Y cuando la mala gestión de todo este trasiego de jugadores, terrenos y construcciones lleva
a los clubes a endeudarse hasta las cejas, se recurre para saldar la deuda al dinero público,
apelando al sentido patriótico de la ciudadanía.
Que el deporte entusiasme a jóvenes y adultos no es razón para inmunizarlo frente a las
exigencias de justicia. Menos aún cuando es una actividad que cobra su sentido de
perseguir metas situadas en las antípodas de la pura ganancia económica y del juego sucio.
Aquí empiezan las aspiraciones legítimas. Disfrutar del buen juego, como participante o
como espectador, vale la pena por sí mismo. Como intentar superarse física y mentalmente,
tratar de batir los propios récords, aprender a triunfar y asumir la derrota justa, trabajar en
equipo respetando al adversario. Eso es lo que significa tomar la vida con un sentido
deportivo: entrenarse día a día para alcanzar metas, saber ganar y saber perder con
elegancia, respetar las reglas, no aceptar chantajes ni sobornos, reclamar derechos y asumir
responsabilidades. No en vano se viene defendiendo desde antiguo el valor educativo del
deporte.
En este sentido ha nacido la ética del deporte, que se enfrenta a estos temas de tanta
envergadura: en qué medida el deporte es una actividad competitiva, que educa para
derrotar adversarios en la lucha por la vida, o más bien un quehacer cooperativo, un trabajo
en equipo, en que el adversario ayuda a sacar lo mejor de cada uno, y debería incluirse en
cualquier currículum escolar; si el dopaje debería estar prohibido, porque quiebra la
igualdad de oportunidades, o si, por el contrario, es la naturaleza la que hace a las personas
desiguales y los fármacos tienen un efecto igualador; si los deportistas deberían intentar ser
ejemplares en los aspectos importantes de la vida, porque son personajes públicos a los que
los jóvenes imitan; si es de recibo un fenómeno que genera esos hinchas violentos, esos
hooligans, que son gamberros salvajes y delincuentes; si no ha habido una ancestral
discriminación entre mujeres y varones en el deporte. Y si no se está corrompiendo al
utilizarlo para ganar votos y dinero, con el consentimiento del público.
Una actividad social, como el deporte, cobra sentido de perseguir metas que le son propias
y para lograrlo necesita también medios, como el dinero, pero cuando los medios suplantan
a los fines se corrompe y empieza a oler mal. Algo muy alejado de lo que soñó el Barón de
Coubertin al recrear en 1894 el espíritu de los Juegos Olímpicos, que, con sus luces y sus
sombras, han venido celebrándose cada cuatro años con el empeño decidido de fortalecer la
convivencia y la paz entre las naciones.
ADELA CORTINA. Catedrática de Ética y Filosofía Política de la
Universidad de Valencia (España). Artículo del Centro de
Colaboraciones Solidarias (CCS).

5. CONTRA EL TEATRO

Héctor Abad Faciolince/ Publicado el 25 de marzo de 2012.


Elespectador.com. [en línea].
http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-334261-contra-el-
teatro [Citado el 6 de marzo de 2013].

Hay personas que les tienen fobia a los sapos, o a los aviones, o a las
culebras. Yo le tengo fobia al teatro.

Lo digo sin orgullo, casi con pena: ir al teatro me produce una aversión parecida a comer
hígado de perro crudo. Los comediantes salen al escenario, gritan, manotean, hacen reír al
público, y yo siento una mezcla de vergüenza ajena, rabia y malestar. Quiero salir
corriendo. Sentado en la butaca no me meto en la acción: veo un espectáculo ridículo,
caduco, un muerto en vida. Una antigualla que huele mal, una impostura. Los que odian los
sapos, los que no soportan siquiera su vista, reconocen que el sapo es un animal inocente,
inofensivo, incluso útil. Si a veces destila una leche venenosa, ésta puede producir eczema,
pero casi nunca es mortal. También yo sé que el teatro es inocente, inofensivo, incluso útil,
sé que su veneno no mata, y sin embargo me repele.
Para el fóbico, de nada vale la prueba racional de la inocencia del objeto de su fobia. Al que
le tiene fobia a volar no le sirven las estadísticas sobre lo poco probables que son los
accidentes aéreos. De nada le sirve que la culebra tal sea de las que no atacan a nadie; si
tiene fobia por las culebras da lo mismo que pique o no. Al que odia el teatro no le importa
que a él se hayan dedicado algunos de los mayores genios de la literatura: Shakespeare,
Ibsen, Lope, Sófocles, Chéjov… Lo hicieron, sí, pero hace siglos, cuando ellos y el teatro
estaban vivos, al mismo tiempo. También Homero era un genio, y escribió las obras
cumbres de la épica, pero ¿a quién se le ocurre, hoy, hacer cantares de gesta?

Alguien con fobia al avión, en general, no tiene nada contra los pilotos en tierra. Yo no
tengo nada contra los actores, críticos, escritores, empresarios o directores de teatro. Los
festivales son dignos, los teatros heroicos. Los teatreros son personas, en general, tan
inofensivas y útiles como los sapos. Sus obras destilan un veneno blancuzco que no mata.
Fuera del escenario son simpáticos, inteligentes, cultos. Me caen muy bien, en un comedor
o en una esquina, el Negro Aguirre, Ramiro Osorio, Anamarta de Pizarro, Carlos José
Reyes, Ibsen Martínez, Gilberto ídem, Omar Porras, Sandro Romero, tantos otros: personas
extraordinarias. Pero encaramados ya en el tablado de sus gestos, maquillados, disfrazados,
se convierten en monstruos.

“No seas dramático”, le dice uno a un amigo cuando está exagerando. Los actores en el
teatro —precisamente por lo falsa y poco convincente que es cualquier representación—
tienen que exagerar, dramatizar: dan alaridos, lloran, la gesticulación se enfatiza para que
pueda verse desde el gallinero, la voz es impostada, no hablan nunca como uno, parece que
todos hubieran nacido en Chile o en Galicia, deben gritar incluso sus susurros. Si están
bravos, parecen iracundos; si están tristes, se muestran desolados; si están contentos, deben
parecer plenos, radiantes; cada sonrisa es una carcajada, la risa es ya una crisis epiléptica;
un mínimo antojo se convierte en rijo. Por realista que sea el escenario, es siempre de
mentiras. Por minimalista y desnudo que sea, todo montaje es mucho. Lloran, se empelotan,
gruñen y, lo peor de todo (si es teatro moderno), involucran al público: pretenden que la
gente de la platea se vuelva un actor más, tan malo como ellos. Te jalan del codo, te obligan
a decir algo, te preguntan, te retan, te ofenden, te regañan, se burlan.

Al que le tiene fobia a los sapos, le fascinan los sapos, pero en láminas o en libro. También
a mí me fascina el teatro leído. O trasladado al cine, con sus efectos de realidad cada vez
más perfectos. Gozo con los dramas abstractos, leídos, o con ese teatro moderno que se
llama cine. Como un homenaje al Festival de Teatro (que debe existir, y apoyarse, y
protegerse, como los aviones, las culebras y los sapos), en estos días pienso leer a Arthur
Miller, a Harold Pinter, a Molière. Pero al que me invite al teatro le contestaré en latín:
vade retro.

6. HACIENDO LAS CALIFICACIONES *


KURT WIESENFELD
Profesor, Georgia Institute of Technology
* Publicado originalmente, como Making the Grade, en la
Revista Newsweek (junio 16 de 1996).
Traducción de Leonardo García Jaramillo
Universidad EAFIT, Departamento de Humanidades

Después de 10 años debería haberlo sabido, pero cometí el error de novato (rookie error) de
ir a mi oficina el día después de que informé las calificaciones finales.

Alguien tocó indecisamente la puerta y cuando abrí un joven dijo: “¿Profesor Wiesenfeld?
Cursé este semestre su clase de física, pero la suspendí. Me pregunto si hay algo que
pudiera hacer para mejorar mi nota”. Pensé: “¿Por qué me lo pregunta? ¿No es ya muy
tarde para preocuparse? ¿Acaso le disgusta realizar afirmaciones afirmativas en lugar de
afirmaciones interrogativas como la que está haciendo?”

Después de que el estudiante contara su trágico relato y se fuera, el teléfono timbró y una
voz expresó “Saqué una D en su clase. ¿Hay alguna forma de que pueda cambiar la nota a
“Incompleta” para realizar un trabajo adicional que me permita mejorarla?”. Luego
comenzó el ataque vía correo electrónico: “Soy tímido para ir a hablar con usted, pero no lo
soy para solicitarle una mejor nota final. De todas formas vale la pena intentarlo”. Al día
siguiente recibí tres mensajes telefónicos de estudiantes que me solicitaban que les
devolviera la llamada, pero no lo hice.

Hubo un tiempo en el que uno recibía una nota, y esa era la nota. Podíamos gemir y
quejarnos, pero se aceptaba como el resultado de los esfuerzos o como la falta de ellos (y,
claro, algunas eran notas severas). En los últimos años, sin embargo, algunos estudiantes
han desarrollado la tendencia a comportarse como un consumidor descontento
(disgruntled-consumer). Si no les gusta la nota que reciben, se dirigen hacia el mostrador de
“devoluciones” para intentar cambiarlas por otra mejor.

Lo que me alarma es su indiferencia hacia las calificaciones como una indicación del
esfuerzo y el rendimiento personal. Muchos estudiantes, cuando son presionados para
responder por qué consideran que merecen una mejor nota, admiten que no la merecen pero
dicen que les gustaría tenerla de todas formas. Habiendo crecido en un contexto en el cual
se otorgaban estrellas doradas en retribución por los esfuerzos y caritas felices para elevar
la autoestima, han aprendido que pueden avanzar en su proceso educativo sin trabajar duro
y sin talento auténtico si pueden hablar con el profesor y convencerlo de que les dé una
nueva oportunidad. Esta actitud va mucho más allá del cinismo. Hay una extraña inocencia
en la suposición de que se puede esperar (e incluso merecer) una nota mejor simplemente
rogando por ella. Desde esa perspectiva, supongo que no me debería haber sentido tan
estupefacto cuando 12 estudiantes me pidieron que cambiara sus notas después de que las
definitivas fueron comunicadas.

Ese número representa el 10 por ciento del total de mis estudiantes ese semestre que
dejaron pasar tres meses de exámenes parciales, quizzes e informes de laboratorio hasta que
ya no había más remedio. Mis estudiantes de postgrado denominan esto “pensamiento
híper-racional”: si el esfuerzo y la inteligencia no importan, ¿por qué deberían importar las
fechas límite? Lo que importa es obtener una mejor calificación mediante una bonificación
inmerecida, lo que equivale en términos académicos a recibir de regalo una camiseta o una
tostadora. Las recompensas no tienen entonces relación con la calidad del trabajo personal.
Un hecho y sus consecuencias no están relacionadas, son al parecer sucesos aleatorios.

Los argumentos de los estudiantes para sonsacarle (wheedling) al profesor mejores notas,
ignoran a menudo el factor del desempeño académico. Quizá sienten que no es relevante.
“Si mi calificación no mejora, pierdo la beca”. “Si usted no me califica mejor, cancelaré la
materia (I'll flunk out)”. Uno sinceramente se altera con las súplicas de los estudiantes: “Si
no apruebo, mi vida se acabó”. Esto es algo difícil con lo que lidiar.

Al parecer soy el responsable de que algunos estudiantes hayan perdido sus becas,
cancelado la materia o decidido si su vida tiene o no sentido. Tal vez estos estudiantes me
consideran como el vendedor de una mercancía que desean, es decir, la nota. Aunque
intrínsecamente inútiles, las notas, si son apropiadamente manipuladas pueden
comercializarse (traded) por algo que tiene valor: un grado, lo cual significa conseguir un
trabajo, y lo cual a su vez significa ganar dinero. Aquello que la universidad ofrece en
realidad –una oportunidad para aprender– es considerado irrelevante, incluso menos que
inútil, debido a que requiere largas horas de trabajo duro.

En una sociedad saturada con valores superficiales, el amor por el conocimiento en sí,
suena algo excéntrico. Los beneficios de la fama y la riqueza son más obvios. Así, ¿es
correcto culpar a los estudiantes por reflejar los valores superficiales que saturan nuestra
sociedad?

Sí, por supuesto que es correcto. Estas personas deberían tomarse en serio a ellos mismos
ahora porque nuestro país se verá forzado a tomarlos en serio después, cuando lo que haya
en juego sea algo mucho más grande. Tienen que reconocer que su actitud no sólo es auto-
destructiva sino también socialmente destructiva.

El menoscabo del control de calidad –es decir, otorgar las notas apropiadas según los logros
reales– constituye un motivo de gran preocupación en mi departamento. Un colega señaló
que un título en Física puede obtenerse sin jamás haber respondido completamente alguna
pregunta de un examen escrito. ¿Cómo? Pues obteniendo en suficiente cantidad créditos
parciales y créditos extra, y con cierta ayuda en sus notas.

¿Pero qué sucede una vez que el estudiante se gradúa y obtiene un trabajo? Ahí es cuando
se multiplican las desgracias y se erosionan los estándares académicos. Nos lamentamos de
que a los colegiales (schoolchildren) los pateen para subir más rápido las escalas (“kicked
upstairs”) hasta que se gradúan de la secundaria a pesar de ser analfabetas e ineptos en las
matemáticas, pero parecemos estar despreocupados con los graduados universitarios cuyas
deficiencias menos evidentes resultan mucho más perjudiciales si su acreditación excede
sus cualificaciones.

La mayoría de mis estudiantes son de postgrado en ciencia e ingeniería. Si son buenos en la


obtención de créditos parciales pero no en dar respuestas correctas, entonces el puente
nuevo se derrumbará o la droga nueva no dará resultado. Se pueden encontrar ejemplos
aquí en Atlanta. El año pasado una torre de iluminación en el estadio olímpico colapsó,
matando a un trabajador. Colapsó porque un ingeniero calculó mal cuánto peso podía
resistir. Un edificio nuevo de las residencias estudiantiles podría agrietarse peligrosamente
debido a que hay más de 15 cts. de desnivel en su base. El error es resultado de información
incorrecta que se ingresó a un programa de computadora. A diario paso por esa residencia
estudiantil en mi camino al trabajo, preguntándome si la base agrietada de ese edificio que
está bajo kilotones de peso es reparable o si la estructura tendrá que ser demolida. En marzo
dos vigas de acero de 10.000 libras del nuevo natatorio colapsaron, estrellándose contra el
complejo deportivo estudiantil (¿debemos dar crédito parcial considerando que nadie
resultó herido?). Estas son consecuencias del mundo real acerca de errores y falta de
experiencia.

Pero la lección es ignorada por el 10 por ciento que se queja. Los profesores debemos decir
más bien que no queremos (no que no podemos, sino que no lo haremos) cambiar la
calificación que el estudiante merece, por aquella que desea, y con frecuencia se quedarán
desconcertados o incluso enojados. No consideran justo el hecho de que son juzgados según
su desempeño, y no según sus deseos o su “potencial”. No consideran justo que deban
poner en riesgo sus becas o estar en peligro de cancelar la asignatura, sencillamente porque
no pudieron hacer o porque no hicieron su trabajo. Pero es más que justo, es necesario para
ayudar a preservar un estándar mínimo de calidad que nuestra sociedad necesita para
mantener su seguridad y su integridad. No sé si los estudiantes de última hora aprenderán
esta lección, pero yo sí he aprendido la mía. De ahora en adelante después de comunicar las
notas definitivas, me esconderé hasta que empiece el próximo semestre.

Este artículo fue publicado en Newsweek en español (junio de 1996), con el título de A
LA CAZA DE NOTAS. Tomado de:
http://tycho.escuelaing.edu.co/ecinfo2/asignaturas/mrey/articulos_interes/
articulos_interes.htm

7. Hacer cosas sin pensar

Tomar decisiones apresuradas, hablar lo que piensa sin contenerse o impacientarse, son
rasgos de las personas impulsivas. En el Día Mundial de la Salud Mental, José A. Posada
Villa explica de qué se trata este trastorno.

Una aparente espontaneidad muchas veces es impulsividad. La persona mentalmente sana


“responde”, el impulsivo “reacciona”. Espontáneo sí, pero también gentil y empático. No
obstante, poco se logra si, además de no haber madurado lo suficiente, se convive en una
cultura que aplaude a las personas atrevidas, impulsivas, groseras, con menosprecio de la
razón y la cordura y, en especial, si todo queda justificado por un “es que yo soy así”.

La impulsividad valía la pena en algunas situaciones y, quizás, tenía beneficios evolutivos.


Cuando la vida era corta y peligrosa y los recursos eran escasos, había una ventaja en las
reacciones rápidas. La impulsividad es un comportamiento natural controlado por
mecanismos cerebrales que son esenciales para la supervivencia en todas las especies. Es
un rasgo de la personalidad o efecto de un trastorno mental que consiste en la inclinación a
actuar sin medir las consecuencias negativas. El concepto es amplio e inespecífico y en
muchos casos no tiene manifestaciones permanentes.

En los últimos años, las investigaciones han mostrado a la impulsividad como un


comportamiento que afecta aproximadamente a un 9 por ciento de la población general. La
etiqueta de "impulsivo” se aplica a menudo a un grupo heterogéneo de comportamientos
que varían considerablemente en términos de forma y función. Algunos son actos
adaptativos y se caracterizan por acciones realizadas sin pensarlo mucho y que tienen
resultados positivos, por ejemplo, maniobrar repentinamente para evitar un accidente. La
capacidad de responder en algunas situaciones de la vida diaria con rapidez y habilidad y
poca deliberación puede ser beneficioso en esas circunstancias.

En general, la persona impulsiva hace cosas sin pensar, toma decisiones apresuradas, habla
lo que piensa sin contenerse y se impacienta fácilmente. Tiene problemas para controlar las
emociones y comportamientos. Esta falta de autocontrol hace que tenga un inadecuado
funcionamiento social, personal, familiar y académico.

Las personas muy impulsivas pueden tener un atractivo a primera vista, pues asumen
riesgos y les gusta el cambio. Van por resultados rápidos y parecen tener una energía
ilimitada, pero generalmente son agresivas, tienen comportamientos sexuales de riesgo,
irritabilidad, falta de paciencia, dificultad para concentrarse, baja autoestima, aislamiento
social y como consecuencia pueden sufrir depresión y ansiedad. Todavía no se ha
identificado una razón específica de la causa la impulsividad. Se cree que es la
combinación de factores genéticos, físicos y ambientales.

Cuando ciertas estructuras cerebrales que están vinculadas al funcionamiento de las


emociones, los recuerdos y las actividades de planeación funcionan mal, se pueden
presentar comportamientos impulsivos. Si las personas han crecido en hogares donde los
comportamientos explosivos, la violencia, el abuso verbal y físico, el abuso de sustancias
psicoactivas y el trastorno depresivo son comunes, tienen mayor probabilidad de ser
impulsivos.

Los efectos de la impulsividad pueden ser muy perjudiciales para la persona que no recibe
tratamiento. Las posibles consecuencias incluyen dificultad para desarrollar y mantener
relaciones interpersonales, fracaso escolar o laboral, auto agresión, comportamientos
criminales, baja autoestima y pensamientos o comportamientos suicidas. Hay aspectos de la
personalidad que pueden aliviar el problema: si la persona es inteligente, ve las
consecuencias de sus actos y actúa de manera más adecuada. También las personas
moderadamente ansiosas, generalmente son más prudentes.

La impulsividad se ha asociado con varios trastornos mentales, incluyendo adicciones,


déficit de atención e hiperactividad, trastorno bipolar (la persona oscila entre la alegría y la
tristeza de una forma mucho más acentuada que las personas normales), trastornos límite de
la personalidad (que se caracteriza por relaciones interpersonales inestables, fluctuaciones
constantes de la imagen de sí mismo, inestabilidad emocional, dependencia excesiva de los
demás, impulsividad, tendencia a conductas auto lesivas e inclinación a la psicosis),
personalidad antisocial (que se caracteriza por desprecio y violación de los derechos de los
demás, falta de adaptación a las normas sociales y legales, tendencia a mentir, irritabilidad,
agresividad, despreocupación imprudente por la seguridad propia o la de los demás,
impulsividad, irresponsabilidad y ausencia de remordimientos).

También se encuentra un grupo de trastornos mentales que se definen colectivamente como


trastornos del control de impulsos: el trastorno explosivo intermitente, la piromanía
(provocar incendios con la única intención de obtener sensaciones placenteras), la
cleptomanía (deseo irresistible de hurtar objetos que no son necesarios para el uso personal
o son de poca importancia por su valor monetario), el juego patológico o la tricotilomanía
(arrancarse el cabello o los vellos). Por último, la impulsividad se asocia con conductas
suicidas, agresividad y con ciertas formas de criminalidad.

Es importante saber que las personas impulsivas responden bien a las recompensas, pero
son generalmente insensibles al castigo. Funcionan mejor por promesas de recompensas
rápidas, atractivas y emocionantes que por la amenaza de un castigo severo. Los procesos
de educación, aprendizaje y maduración conllevan la capacidad de dominar la
impulsividad, es decir, tener comportamientos proactivos, ser capaces de negociar y
expresar los desacuerdos e incluso enfadarse de forma asertiva, sin reactividad.

Es increíble la capacidad de ciertas personas en la cotidianidad para insultar, actuar por la


primera impresión, manifestar prejuicios de género, racistas o intolerantes, sin mediar una
mínima reflexión de los efectos que pueden causar sus palabras o comportamientos.

Por último, vale la pena recordar que no es conducta impulsiva aquella que se realiza para
llamar la atención o establecer una lucha de poder o algún beneficio material y que cuando
lidiamos con una persona impulsiva hay que hacerle ver que no puede pasarse de la raya,
eso sí, con toda la educación y tranquilidad que podamos.

Revista Semana. En: http://www.semana.com/vida-moderna/articulo/estrategias-para-


controlar-la-impulsividad/543462

8. La lengua no tiene la culpa

16 Dic 2017 - 10:30 PM


Por: Héctor Abad Faciolince

Muchos, y me incluyo, en vez de debatir con seriedad el tema del lenguaje incluyente,
zanjamos la discusión con una burla. En este artículo haré todo lo posible por argumentar lo
que pienso sobre el tema sin burlarme. Sostengo que las lenguas naturales (el español, el
chino, el quechua…) no son machistas ni feministas, no son capitalistas o socialistas, es
decir, que las lenguas no tienen ideología, que la gramática no es ideológica en sí misma, y
que todas las lenguas se pueden usar —claro está— para oprimir o para liberar. Mejor
dicho: que echarle la culpa de la opresión machista, que existe, a la estructura de la lengua,
es un error.

Naturalmente las lenguas se pueden usar de una manera racista, machista, excluyente,
discriminadora, etc. Si yo digo: “las mujeres son menos inteligentes que los hombres”,
estoy expresando una idea sexista. Pero ese machismo y ese sexismo no es de la estructura
de la lengua que me permite hacer una frase así, puesto que esa misma lengua me deja
decir: “la evidencia científica demuestra que hombres y mujeres tienen capacidades
intelectuales análogas”.

Lo machista es creer que la lengua (una estructura mental profunda y una construcción
colectiva) la construyen solo los varones, la sociedad patriarcal, y no las mujeres. Es sabido
que una lengua no la hacen las escritoras, ni las academias, ni los dictadores, ni los jueces,
sino todo el mundo, las personas de la calle, la gente común y corriente. La lengua, por lo
tanto, es una construcción de mujeres y de hombres, y no veo por qué las mujeres hubieran
querido “excluirse” en una lengua materna (¡!) a la que ellas han contribuido, como
mínimo, con la mitad de los impulsos lingüísticos. Creer que las mujeres simplemente han
tenido que someterse a la lengua de los machos, u obedecer al idioma que ellos crearon, es
de verdad pensar que las mujeres han sido bobas y mudas. Y las mujeres ni son más bobas
ni hablan menos que los hombres.

Vengo ahora al debate de esta semana: si el plural de género masculino, usado para ambos
sexos, es un rasgo machista del español, y si el uso de este plural masculino para designar a
hombres y mujeres las excluye y las vuelve invisibles. No lo creo. Hay una categoría
gramatical que se llama el epiceno. Este consiste en que con un solo género gramatical
(masculino o femenino) se designa a seres animados de uno u otro sexo. Bebé, lince,
pantera, víctima, son todos “epicenos”, es decir, palabras masculinas o femeninas que
sirven para designar a ambos sexos. Si digo que las panteras son negras, que los bebés son
tiernos y que los linces están copulando, me refiero en todos los casos a machos y a
hembras.

El plural de género masculino no marca siempre el sexo y se comporta, podríamos decirlo,


como un plural epiceno: es decir, que a pesar de tener género gramatical masculino, incluye
a los dos sexos. Cuando, tras una pena familiar, una mujer dice que “todos estamos muy
tristes”, para referirse a su familia de hombres, y a sí misma, no se está excluyendo por usar
el género gramatical masculino. Uno no debe usar la lengua de un modo suspicaz, creyendo
que no dice lo que está diciendo. La lengua es clara, y no hay que achacarle una
malevolencia que no tiene.

Decir que “todos” excluye a las mujeres es una falacia, es introducir una sospecha de malas
intenciones machistas en la lengua, y la lengua es inocente. El espíritu profundo del español
no tiene sesgos machistas. Si leo: “todos deben obedecer a la autoridad”, nadie cree que en
este caso se les pide obediencia solo a los hombres, y que las mujeres, por arte y magia de
un plural masculino que las excluiría, tienen la dicha de no tener que obedecerla. Si las
mujeres, por maldad de una lengua machista, estuvieran excluidas de lo bueno, entonces
habría que reconocer que esa lengua machista las excluye también de lo malo. “Los
ladrones deben ir a la cárcel” ¿es una frase que excluye favorablemente a las mujeres y por
lo tanto las ladronas están exentas de esta condena?

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