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| Asesoría Técnica Parlamentaria Abril 2022

Sobre la titularidad de las obligaciones en el


Derecho Internacional de los Derechos
Humanos y en el Derecho Penal Internacional

Autora Resumen

Andrea Vargas Cárdenas El fundamento del Derecho Internacional de los Derechos Humanos se
Email: avargas@bcn.cl encuentra en la idea de proteger la dignidad intrínseca y los derechos
iguales e inalienables de todas las personas en razón de su dignidad, y
Tel.: (56) 2 2270 18741 sirve como salvaguarda de garantías mínimas ante la acción o inacción
del Estado frente a las personas.
A diferencia, el fundamento del Derecho Penal Internacional estriba en la
Comisión responsabilidad individual de las personas por su participación en
crímenes tipificados como tal y respecto de hechos que por la naturaleza
Elaborado para la Comisión de su gravedad requieren ser perseguidos y sancionados para evitar
de Derechos Humanos de la queden en la impunidad.
Cámara de Diputadas y
Diputados Al respecto, el rol y responsabilidad que le cabe al Estado en ambos
regímenes es diferente, así como las obligaciones que cada sistema
impone.
No obstante, la persona como víctima sigue siendo el centro de toda la
Nº SUP: 134397 progresión de la protección internacional, motivo por el cual ambos
sistemas son subsidiarios y complementarios de la jurisdicción nacional.

I. Introducción

A solicitud de la Comisión de Derechos Humanos y Pueblos Originarios, de la Cámara de Diputadas y


Diputados se informa en líneas generales sobre el desarrollo del Derecho Internacional de los Derechos
Humanos y de las obligaciones de quienes reconoce como responsables de cometer una violación de
los derechos humanos.

Asimismo, en términos genéricos aborda el desarrollo del Derecho Penal Internacional y la


responsabilidad que persigue por la comisión de crímenes de este tipo, para finalmente realizar una
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lectura de la interpretación general de la obligación de respetar y garantizar los derechos humanos
respecto de los agentes del Estado.

El documento se sustenta en la doctrina y jurisprudencia relativa a precisar el significado y alcance de


los derechos humanos y del derecho penal internacional, y en las decisiones de los principales órganos
internacionales a los que Chile ha reconocido competencia y jurisdicción.

En la elaboración del presente informe se utilizó bibliografía especializada, los principales sitios
electrónicos de información de los órganos internacionales especializados en derechos humanos y los
informes BCN “Posibles fuentes de discriminación en las normas y disposiciones internas de las Fuerzas
Armadas y las policías” (2013) y “Actores no estatales en el derecho internacional de los derechos
humanos” (2019).

I. El Derecho Internacional de los Derechos Humanos

El Derecho Internacional es un derecho voluntario creado por los Estados que se fundamenta en el
principio fundamental pacta sunt servanda, norma superior de carácter consuetudinario que dispone que
todo tratado internacional conforme al principio de buena fe ha de ser acatado, lo que viabiliza el
desarrollo de las relaciones internacionales. En general, citando a Luois Henkin, “el derecho
internacional, pues, es voluntario y tan solo hortatorio1. Siempre ha de ceder al interés nacional” (Henkin,
1979: 40). Sin embargo, el mismo Henkin reconoce en su célebre cita “casi todas las naciones observan
casi todos los principios del Derecho Internacional y casi todas sus obligaciones, casi todo el tiempo”,
(Henkin, How Nations Behave, 1979).

En el caso del Derecho Internacional de los Derechos Humanos (DIDH), cuyo fundamento está en la
idea de la dignidad humana, si bien se reconoce que su comprensión ha estado siempre presente en la
historia de la humanidad, evolucionando según las circunstancias y valores de cada época (Sagastume,
1991), a juicio de Gregorio Peces-Barba, la conciencia propiamente tal sobre la noción de derechos
humanos solo surge en el tránsito hacia el mundo moderno y en respuesta inmediata y concreta a
situaciones de menoscabo de la persona frente al desarrollo del Estado moderno y su monopolio del
uso legítimo de la fuerza, de la organización económica capitalista y de una cultura secularizada,
individualista y racionalista que llevan a discrepar y a expresar el disenso en alternativas al desarrollo
del derecho (Peces-Barba, 1989).

A este respecto, según Pedro Nikken:

Lo que en nuestros días se conoce como derechos humanos está referido al reconocimiento de
que toda persona humana, por el hecho de serlo, es portadora de atributos autónomos que deben
ser reconocidos y protegidos por el Estado. Ellos son inherentes al ser humano y no requieren de
ningún título específico para adquirirlos. No resultan de una adjudicación o cesión del Estado, cuya
función con respecto a ellos es de reconocimiento, respeto y protección. Basta con ser persona

1 Desus. Relativo a persuadir

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humana para ser titular de los derechos humanos y toda persona humana es titular de esos
derechos. (Nikken, 2010: 55)

En este sentido, el Derecho Internacional de los Derechos Humanos surge en 1948 en razón de proteger
la dignidad intrínseca y los derechos iguales e inalienables de todas las personas, frente a la
preocupación de sobrevivir al horror de la guerra y recuperar la paz mundial. Así, mediante la suscripción
de la Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH), resolución elaborada por los representantes
de la comunidad internacional y proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, se busca
plasmar en un régimen de Derecho el compromiso de los Estados de “asegurar, en cooperación con la
Organización de las Naciones Unidas, el respeto universal y efectivo a los derechos y libertades
fundamentales del hombre” (DUDH, Preámbulo).

La DUDH dio inicio al desarrollo del régimen internacional de protección de los derechos humanos, y su
contenido fue abordado en la Conferencia de los Derechos Humanos de Teherán de 1968 y reconocido
mediante Resolución de la Asamblea General A/RES32/130 de 1977, donde se señala que para la
realización plena de la dignidad y valor de la persona humana, así como el fomento al respeto de los
derechos humanos dentro del sistema de Naciones Unidas “todos los derechos humanos y libertades
fundamentales son indivisibles e interdependientes”.

El referido texto agrega que “deberá prestarse la misma atención y urgente consideración a la aplicación,
la promoción y la protección tanto de los derechos civiles y políticos como de los derechos económicos,
sociales y culturales”, en tanto “la consecución de un progreso duradero en la aplicación de los derechos
humanos depende de unas buenas y eficaces políticas nacionales e internacionales de desarrollo
económico y social” y en consecuencia “las cuestiones de derechos humanos deberán examinarse en
forma global, teniendo en cuenta el contexto general de las diversas sociedades en que se insertan y la
necesidad de promover la dignidad plena de la persona humana y el desarrollo y el bienestar de la
sociedad” (A/RES32/130).

No obstante ello, de acuerdo a la opinión de Luois Henkin, en el sistema de relaciones internacionales


se constataría entre los Estados lo siguiente:

“La debilidad de esta legislación [normas internacionales sobre derechos humanos] está en su
aplicación, una flaqueza mucho mayor que para cualquier otra legislación internacional debido a
que una violación de parte de un Estado a los derechos de sus propios habitantes normalmente
no infringe los intereses nacionales de las otras partes intervinientes en el acuerdo, no existe
ningún interés apremiante por analizar el comportamiento transgresor y pedir cuentas (Henkin,
1986: 247)

Sin embargo, “la afirmación de que la política internacional y el derecho internacional están
estrechamente vinculados entre sí, no equivale a reducir el surgimiento de normas al juego de intereses
de los actores políticos. El establecimiento de nuevas normas e instituciones jurídicas no se da en un
vacío donde todo es negociable. Por el contrario, las nuevas normas surgen en el contexto de normas

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e instituciones preexistentes, que limitan el rango de opciones abiertas a los participantes en el proceso”
(Van Klaveren, 2017: 126).

De este y otros asuntos la Conferencia Mundial de Derechos Humanos de 1993 se hace cargo a través
de la Declaración y el Programa de Acción de Viena, donde se realizan recomendaciones específicas
para reforzar y armonizar la capacidad de supervisión de los derechos humanos en Naciones Unidas y
que marca “la culminación de un largo proceso de revisión y debate sobre el estado de la maquinaria de
los derechos humanos en el mundo” (ACNUDH, 2022).

De esta forma, en la doctrina actual en materia de Derecho Internacional de los Derechos Humanos se
considera que:

Los instrumentos internacionales de salvaguardia de los Derechos Humanos adoptados desde la


Declaración Universal de 1948 constituyen un corpus de reglas bastante complejo, que se
caracteriza por la diversidad de sus orígenes, campos de aplicación, destinatarios, contenido,
fuerza y efectos jurídicos, así como de los órganos de control y de las técnicas que estos utilizan
(Cancado Trindade, 1991).

Idea que se encuentra reforzada en el planteamiento de Peces-Barba, quien señala “que los derechos
humanos no se completan hasta su positivación, y tiene[n] que contar con esa dimensión de la realidad”
(1989), y en esta particularidad se atañe también a la complementariedad e integración entre la propia
normativa internacional y la norma nacional. A este respecto, siguiendo a Nikken, el Derecho
Internacional de los Derechos Humanos es complementario del derecho interno y ofrece una garantía
mínima que no agota el ámbito de protección que merecen los derechos humanos, así “ninguna
disposición convencional puede menoscabar la protección más amplia que puedan brindar otras normas
de derecho interno o de derecho internacional” (Nikken: 72).

De este modo, el ámbito de la protección de los derechos humanos se ha ido ampliando en forma
progresiva tanto a nivel interno como internacional. Según Nikken:

Como los derechos humanos son inherentes a la persona y su existencia no depende del
reconocimiento de un Estado, siempre es posible extender el ámbito de la protección a derechos
que anteriormente no gozaban de la misma. Siendo además una herramienta de lucha contra la
opresión, es comprensible que vaya abriéndose campo progresivamente.

Ha sido así como se ha ensanchado sucesivamente el ámbito de los derechos humanos y su


protección, tanto a nivel doméstico como en la esfera internacional (2010: 121).

II. La titularidad de las obligaciones en el DIDH

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Si bien en el Derecho Internacional de los Derechos Humanos el Estado se compromete de buena fe a
asumir las obligaciones que ha reconocido, el progresivo proceso de internacionalización del DIDH tiene
en consideración, según la Declaración y el Programa de Acción de Viena, que “la promoción y
protección de todos los derechos humanos es una preocupación legítima de la comunidad internacional”
(Conferencia Internacional de Derechos Humanos. A/CONF.157/23).

Por tal motivo, el régimen de protección y promoción de los derechos humanos, se entiende en forma
extendida como un conjunto general de principios, normas e instituciones, incluidas las prácticas,
recomendaciones y decisiones no vinculantes (softlaw) en atención al objetivo central de respetar y
garantizar los derechos humanos internacionalmente. Esta participación en regímenes, según señala
Alberto Van Klaveren, “no se restringe solo a Estados, sino que incluye también a organizaciones
internacionales, organizaciones no gubernamentales y a actores privados” (2017: 117).

A juicio de Andrew Clapham:

El punto es que el derecho internacional ya se ocupa de los deberes de los individuos tanto en su
capacidad pública como privada. El derecho internacional ya ha extendido esta preocupación a las
organizaciones intergubernamentales, y no hay pruebas de que el orden jurídico internacional no
pueda adaptar los deberes a otro tipo de actor. (…) Un actor no estatal, como puede ser una
corporación, puede aún ser portador de obligaciones internacionales más allá del contexto
internacional de cortes y tribunales. La falta de jurisdicción internacional para juzgar a una
corporación no significa que la corporación no tenga obligaciones legales internacionales.
Tampoco significa que de alguna manera estemos impedidos de hablar de corporaciones que
infringen el derecho internacional. (Clapham, 2006: 31).

En particular, el artículo 30 de la DUDH, considerado el “límite a los tiranos” (Noticias ONU, 2018) y
relativo a que ningún Estado, grupo o persona pueden suprimir o anular los derechos reconocidos por
la Declaración, en su enunciado reconoce que otros actores diferentes al Estado pueden ser partícipes
de una situación de menoscabo a los derechos y libertades proclamados en la Declaración. Asimismo,
los principales instrumentos internacionales de derechos humanos también reproducen una cláusula
interpretativa que descarta que “un Estado, grupo o individuo”, tenga derecho a realizar actos tendientes
a destruir los derechos por estos reconocidos (Artículo 5 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos y del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales).

De hecho, el alcance de la responsabilidad del Estado en relación a actos cometidos por agentes no
estatales es relevante porque si bien estos últimos podrían tener obligaciones internacionales, el asunto
en el debate es cómo se podría hacer exigible esa responsabilidad, en tanto que las víctimas de estas
violaciones solo pueden dirigir sus reclamos recurriendo a mecanismos de supervisión internacional de
derechos humanos en relación con faltas o incumplimientos de parte de los Estados (Guercke, 2021).

En virtud del derecho internacional vigente, los Estados son los principales titulares de deberes
que asumen obligaciones en relación con los derechos humanos. No obstante, en principio
cualquier persona o grupo puede violar los derechos humanos, y de hecho no dejan de aumentar

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los abusos contra los derechos humanos cometidos por agentes no pertenecientes al Estado
(como empresas, grupos delictivos organizados, terroristas, guerrillas y fuerzas paramilitares y
organizaciones intergubernamentales). (UIP. 2016: 33)

Por su parte, la Comisión de Derecho Internacional de Naciones Unidas ha interpretado también que el
comportamiento de los órganos del Estado en el ejercicio de sus prerrogativas se considera un hecho
del Estado, y que “No se considerará hecho del Estado según el derecho internacional el
comportamiento de una persona o de un grupo de personas que no actúe por cuenta del Estado”
(A/51/10), sin perjuicio que resulte atribuible al Estado cualquier otro comportamiento que, hallándose
relacionado con el de las personas o grupos de personas en referencia deba considerarse hecho del
Estado. Por tanto, un Estado podría ser responsable por los efectos de la conducta de particulares, si
es que ha fallado en adoptar las medidas necesarias para prevenir esos efectos (A/56/10 + Corr.1).

Para autores como Manuel A. Núñez la dinámica vertical que se produce entre el Estado y los individuos,
y que reconoce los derechos fundamentales como un título para la defensa del individuo frente al Estado
soberano, es predominante en el DIHD “especialmente en lo que se refiere a la determinación del sujeto
ligado por sus disposiciones. Así las declaraciones y convenciones relativas al tema, poniendo especial
énfasis en la función vertical de los derechos, colocan al Estado en el eje central de sus obligaciones,
sea como sujeto garante, sea como sujeto pasivo de las reclamaciones internacionales fundadas en la
violación de un derecho” (Núñez, 2001: 206).

Según José Ignacio Martínez, en relación a los particulares como sujetos pasivos de los derechos
fundamentales “hoy no parece tan claro que los derechos constitucionales tengan por sujeto pasivo solo
al Estado. La teoría alemana sobre el doble carácter de los derechos y las disposiciones expresas de
algunas constituciones, como la chilena, llevan a concluir que los particulares también pueden resultar
obligados por los derechos” (Martínez, 1998: 59), lo que lleva al autor a analizar la aplicación de la
doctrina de los derechos constitucionales frente a terceros (Drittwirkung der Grundrechte), también
conocida como efecto horizontal de los derechos, donde “aquellos particulares que representen un
peligro para los bienes constitucionales de otros estarían vinculados a los derechos fundamentales de
igual manera que el Estado” (Borowski, 2019).

La protección de los derechos fundamentales ante particulares es una creación jurisprudencial y


doctrinaria, que solo de manera posterior ha venido siendo legislada.

(…) En relación con América Latina, son catorce las constituciones que de manera implícita o
explícita admiten la procedencia de acciones en contra de particulares con motivo de la violación
de derechos fundamentales. Se trata, como resulta evidente, de una corriente dominante en el
ámbito latinoamericano. Además las instancias jurisdiccionales del sistema interamericano de
derechos humanos también acogieron ya el principio de que los particulares pueden ser
responsables de la violación de esos derechos; posición que por lo demás comparten con los
órganos equivalentes de la Unión Europea. (Valadés, 2011: 467)

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Al respecto, Clapham enfatiza en la necesidad de un cambio de paradigma respecto de la concepción
de los derechos humanos para el siglo XXI:

Si los derechos humanos alguna vez sirvieron de escudo contra la opresión estatal en la relación
vertical entre el individuo y el Estado, ahora también representan una espada en manos de las
víctimas de abusos de privados en contra de los derechos humanos. Tal vez tengamos que sacar
los derechos humanos de adentro hacia afuera y reconocer que pueden usarse en contra de otros
titulares de derechos humanos. Tal vez tengamos que darle una vuelta de cabeza a los derechos
humanos y darnos cuenta de que si bien han protegido el poder privado, también contienen la
semilla para la acción en contra del poder privado, en las mismas jurisdicciones que históricamente
han restringido el poder público cuando ese poder ha amenazado la autonomía privada. (Clapham,
2006: 56).

En el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, la Convención Americana sobre Derechos


Humanos (CADH) establece en su artículo 1 que es obligación del Estado parte “respetar los derechos
y libertades reconocidos en ella y a garantizar su libre y pleno ejercicio a toda persona que esté sujeta
a su jurisdicción, sin discriminación”. Estas dos obligaciones implican, de acuerdo a Cecilia Medina,
primero respetar los derechos humanos de todos los individuos, es decir, como un deber de abstención
de los agentes del Estado de violar los derechos humanos. Y segundo, garantizar su ejercicio y goce a
través del deber de adoptar acciones positivas necesarias para asegurar la condición de ese disfrute
(Medina, 2003: 16).

La Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH), establecida en el artículo 33 de la CADH


como órgano competente para conocer del cumplimiento de los compromisos contraídos en la
Convención Americana ha establecido en su jurisprudencia que la responsabilidad internacional del
Estado por violación de derechos humanos se funda en actos u omisiones y que no se requiere precisar
culpabilidad o intencionalidad como en el derecho penal doméstico, tan solo es suficiente que exista una
obligación incumplida por el Estado. Al respecto en su sentencia Caso de la “Masacre de Mapiripán” vs.
Colombia, la Corte reconoce lo siguiente:

Los Estados Partes en la Convención tienen obligaciones erga omnes de respetar y hacer respetar
las normas de protección y de asegurar la efectividad de los derechos allí consagrados en toda
circunstancia y respecto de toda persona.

(…) La atribución de responsabilidad al Estado por actos de particulares puede darse en casos en
que el Estado incumple, por acción u omisión de sus agentes cuando se encuentren en posición
de garantes, esas obligaciones erga omnes contenidas en los artículos 1.1 y 2 de la Convención.
(Sentencia Corte IDH Caso de la “Masacre de Mapiripán” vs. Colombia, párr. 111)

Según la doctrina de la Corte IDH el efecto erga omnes, definido en términos generales como la
aplicación y eficacia con carácter universal de una norma o sentencia, se deriva de la obligación positiva
de asegurar la efectividad de los derechos humanos protegidos y se produce a la manera de derechos
en favor de terceros, obligación cuyos aspectos han sido desarrollados por la doctrina jurídica y en
particular por la teoría del Drittwirkung, según la cual los derechos fundamentales deben ser respetados

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tanto por los poderes públicos como por los particulares en relación con otros particulares. De este modo
la aplicación de los efectos de la CADH erga omnes en relación con terceros, desde el Caso Velásquez
Rodríguez ha sido definida en la doctrina de la Corte IDH de la siguiente manera:

En efecto, un hecho ilícito violatorio de los derechos humanos que inicialmente no resulte
imputable directamente a un Estado, por ejemplo, por ser obra de un particular o por no haberse
identificado al autor de la transgresión, puede acarrear la responsabilidad internacional del Estado,
no por ese hecho en sí mismo, sino por falta de la debida diligencia para prevenir la violación o
para tratarla en los términos requeridos por la Convención (Opinión Consultiva Corte IDH
“Condición jurídica y derechos de los migrantes Indocumentados” párr. 141).

No obstante lo anterior, la Corte IDH en particular se ha preocupado de definir el alcance que posee la
responsabilidad del Estado frente a la violación de derechos humanos cometidos entre particulares en
atención a un criterio limitado y determinado por la evaluación del conocimiento de la situación de riesgo
frente a las particularidades de cada caso. Sobre este punto, la Corte determina lo siguiente:

Ahora bien, conforme a jurisprudencia de la Corte es claro que un Estado no puede ser
responsable por cualquier violación de derechos humanos cometida entre particulares dentro de
su jurisdicción. En efecto, las obligaciones convencionales de garantía a cargo de los Estados no
implican una responsabilidad ilimitada de los Estados frente a cualquier acto o hecho de
particulares, pues sus deberes de adoptar medidas de prevención y protección de los particulares
en sus relaciones entre sí se encuentran condicionados al conocimiento de una situación de riesgo
real e inmediato para un individuo o grupo de individuos determinado y a las posibilidades
razonables de prevenir o evitar ese riesgo. Es decir, aunque un acto u omisión de un particular
tenga como consecuencia jurídica la violación de determinados derechos humanos de otro
particular, aquél no es automáticamente atribuible al Estado, pues debe atenderse a las
circunstancias particulares del caso y a la concreción de dichas obligaciones de garantía.
(Sentencia Corte IDH Caso González y Otras “Campo Algodonero”, párr. 280).

III. El Derecho Penal Internacional y la titularidad de sus obligaciones

La aplicación del Derecho Penal Internacional, a juicio de Raúl Zaffaroni (2012), surge en relación a
contener racionalmente la habilitación del poder punitivo frente a la débil fuerza ética del derecho penal
doméstico para contener los crímenes de masa y al esfuerzo internacional para someter al perpetrador
a un proceso que, pese a la magnitud del crimen cometido, lo rescata como ser humano y enfrenta al
individuo a un juicio que evita que la situación se mantenga impune ante las víctimas.

De este modo, el Derecho Penal Internacional contribuye a proteger bienes jurídicos universales, de
reconocimiento y trascendencia mundial y se enmarca en la evolución de normas primarias relevantes
en particular el derecho de los conflictos armados, el derecho internacional relativo al mantenimiento de
la paz y la protección internacional de los derechos humanos (Werle y Burghardt, 2013), porque,
siguiendo a Zaffaroni “cuando el poder punitivo del Estado se descontrola desaparece el Estado de
derecho y su lugar lo ocupa el de policía” (2012: 31).

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El fundamento del tipo penal internacional se encuentra en los Juicios de Nuremberg, proceso judicial
iniciado por los aliados vencedores tras la Segunda Guerra Mundial, y cuya jurisdicción se limitó a
conocer crímenes contra la paz cometidos por personas que hubieran ocupado una posición política,
civil, militar, financiera, industrial o económica de alto nivel en Alemania o en uno de sus aliados del Eje
europeo, consagrando así el principio de punibilidad internacional directa (Werle y Burghardt, 2013).

La piedra angular, por tanto, del Derecho Penal internacional la constituye el principio general de
responsabilidad individual, aplicable solo a las personas naturales, sin perjuicio de la eventual
responsabilidad del Estado de carácter reparatoria o internacional estrictu sensu.

Según este principio, la responsabilidad penal de carácter internacional abarca a todas las
personas de la jerarquía que en él han tenido algún grado de participación y por hechos
consumados, intentados o planificados, según el sistema del Derecho Penal clásico. (Salinas,
2007).

En este sentido, la doctrina ha reconocido la naturaleza distinta de las circunstancias en las que un
agente de alto nivel de un Estado, a título personal, puede incurrir en responsabilidad penal internacional,
respecto de aquellas en las que el Estado al cual pertenece esa persona pueda quedar sometido a un
régimen especial de responsabilidad internacional, y aun así, la responsabilidad internacional de ese
Estado no adquiere naturaleza penal. (Estupiñán, 2011).

“No es posible asimilar el deber-derecho reconocido a los Estados, que se refiere a la sanción de
los individuos autores de crímenes internacionales bajo su competencia, con una forma especial
de responsabilidad estatal de carácter personal. De la misma manera, la atribución de la
responsabilidad internacional penal a los individuos pertenecientes a órganos del Estado no es
asimilable a una responsabilidad internacional “penal” de los Estados. (Estupiñán, 2011: 146).

A este respecto, no es hasta la ratificación del Estatuto de Roma, tratado internacional adoptado el 17
de julio de 1998 por la Conferencia Diplomática de Plenipotenciarios de las Naciones, que se establece
un sistema penal internacional propiamente tal, que entrega competencia y jurisdicción a la Corte Penal
Internacional, organismo internacional que no forma parte del sistema de Naciones Unidas y que resulta
ser el primero con jurisdicción permanente sobre las personas, encargándose de forma subsidiaria a la
jurisdicción nacional de proteger a las víctimas y perseguir la responsabilidad penal de los individuos
acusados de cometer los crímenes de mayor trascendencia y gravedad en contra de la humanidad,
según ha determinado el propio Estatuto de Roma: los crímenes de genocidio, lesa humanidad,
crímenes de guerra, y agresión, respecto de hechos cometidos en el territorio de un Estado Parte o por
un individuo originario de un Estado Parte del Estatuto.

De esta manera, no cualquier agresión a un bien jurídico da pie a la responsabilidad penal


internacional de un individuo. Ni siquiera es suficiente que dicho ataque constituya un delito, sino

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que se requiere que se configure un crimen internacional, sea en tiempos de paz o de guerra, el
que puede ser perseguido por un tribunal internacional, cuando los tribunales domésticos no
operen adecuadamente. (BCN, 2019).

De este modo, siguiendo a Zaffaroni el Derecho Penal Internacional no tiene carácter preventivo, su
competencia se aplica solo respecto de la participación de personas en hechos consumados, intentados
o planificados. Y por su carácter, a la fecha, su aplicación ha sido de naturaleza excepcional, ya que la
persecución y sanción penal internacional acontece en la práctica cuando el costo político no resulta
demasiado alto, motivo por el cual se critica su efectividad selectiva aplicada tan solo respecto de
crímenes cometidos en regímenes no democráticos quebrados por derrotas militares o en Estados
fallidos. Según Werle y Burghardt (2013) “hay que admitir que la aplicación selectiva debilita la
legitimación del derecho penal internacional en el plano discursivo” perdiendo fuerza persuasiva
respecto de la idea de su aplicación universal.

Por otra parte, también se considera en este ámbito la aplicación del principio de jurisdicción universal,
basado en la idea que, debido a la naturaleza del bien protegido y para evitar que quede en la impunidad,
los crímenes de estas características pueden ser perseguidos penalmente por cualquier Estado
independiente del lugar donde ocurrieron los hechos, o de la nacionalidad de las víctimas o de la del
perpetrador. Sin embargo, en la práctica este principio genera un conflicto de competencia entre
jurisdicciones y una sobrecarga del sistema penal nacional lo que complejiza su viabilidad y restringe en
definitiva su aplicación (Werle y Burghardt, 2013).

Finalmente, cabe preguntarse si las normas primarias en las que se basan los tipos penales
internacionales rigen también respecto de actores no estatales, como podría ocurrir respecto del
narcotráfico, el terrorismo, o la piratería, y cuyos resultados pueden ser igual de violentos y crueles como
los crímenes de genocidio y lesa humanidad. De hecho la piratería, que en términos generales se define
por la costumbre internacional, es uno de los crímenes más antiguos respecto del cual se aplica la
jurisdicción universal, pero su configuración en la actualidad por los actos violentos que involucra, tales
como secuestro, tortura, toma de rehenes y asesinato podría ajustarse a la complementariedad de la
jurisdicción que dispone la Corte Penal Internacional si los Estados Parte avanzaran en esta dirección
(Dutton, 2010).

IV. Obligación de respetar y garantizar los derechos humanos de los agentes estatales

Como ya se ha señalado, el Derecho Internacional de los Derechos Humanos ofrece una garantía
mínima de salvaguarda para la dignidad de la persona, que impone obligaciones generales y no persigue
agotar el ámbito de protección de los derechos humanos reconocidos en él, y que en el plano interno no
está catalogado como tal, por tanto resulta complementario a la jurisdicción nacional.

En el marco del Sistema Interamericano de Derechos Humanos, como también se mencionó, “la
responsabilidad internacional del Estado por actos de particulares (o terceros) ha sido abordada en
múltiples ocasiones, reconociendo que a pesar de que las violaciones de derechos humanos por

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particulares, en principio, no pueden ser atribuidas al Estado, por haber sido perpetradas por agentes
no estatales o en esferas privadas de la sociedad, el carácter de erga omnes de dichas obligaciones de
garantía y protección de los derechos humanos proyectan sus efectos más allá de la relación entre sus
agentes y los particulares, extendiéndola a las relaciones entre particulares” (Medina, 2009).

Dicho lo anterior, y en determinadas circunstancias los agentes del Estado a título individual también
pueden alegar afectación de sus derechos humanos y la responsabilidad internacional del Estado por
no respetar directamente sus derechos, como en el caso de disposiciones de normativa interna que las
propias instituciones de Fuerzas Armadas y de Seguridad definen para el ingreso y carrera funcionaria
y que podrían ser consideradas discriminatorias para determinados grupos de personas (BCN, 2013).
Asimismo, el Estado también puede ser responsable internacionalmente frente a situaciones de violación
a los derechos humanos de sus funcionarios por acción atribuible a terceros particulares cuando no
cumple su deber de garantizar, y en tanto, no actúa para prevenir y proteger de un riesgo real e inmediato
a las víctimas, no procede con la debida diligencia, o no repara la situación de vulneración para permitir
el libre ejercicio del derecho.

Al respecto, Álvaro Paúl ha señalado sobre los derechos humanos de las Fuerzas de Orden en Chile lo
siguiente:

La opinión pública suele preguntarse si los miembros de la policía o de las Fuerzas Armadas tienen
derechos humanos. La respuesta es que sí, por lo que el Estado debe respetar y garantizar sus
derechos. En general, esto significa lo mismo que respecto de cualquier ciudadano.

(…) El Estado contrata a los miembros de la policía y de las Fuerzas Armadas para que
desempeñen sus labores en situaciones en las que pueden poner en riesgo su vida; por ejemplo,
pidiéndoles que persigan a delincuentes que pueden estar armados. Por eso, el Estado está
obligado a poner sus mayores esfuerzos para evitar que terceros violen sus derechos. Si el Estado
no proveyera a estos agentes del debido equipo de protección, como chalecos antibalas, o si no
les permitiera hacer uso de los medios de fuerza con los que cuentan, ellos podrían demandar al
Estado por no protegerlos o por no darles las herramientas para protegerse en las particulares
circunstancias en las que desempeñan sus labores. (Pául, 2019).

Referencias

ACNUDH (2022) Conferencia Mundial de Derechos Humanos, Viena, 1993. Disponible en:
https://www.ohchr.org/es/about-us/history/vienna-declaration (abril, 2022)
BCN (2013) Posibles fuentes de discriminación en las normas y disposiciones internas de las Fuerzas
Armadas y las policías. Juan Pablo Jarufe, Gabriel Gómez y Angelo Palli. 20-jun-2013.
Disponible en: http://repositorio.bcn.cl (abril, 2022)

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BCN (2019) Actores no estatales en el derecho internacional de los derechos humanos. Matías Meza-
Lopehandía. Nov-2019.
BOROWSKI, Martin (2019) La Drittwirkung ante el trasfondo de la transformación de los derechos
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CLAPHAM, Andrew (2006) Human Rights Obligations of Non-State Actors. The Collected Courses of
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DUTTON, Yvonne (2010) Bringing Pirates to Justice: A Case for Including Piracy within the Jurisdiction
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