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Una mirada desde la tradición


cristiana a la eutanasia
J uan M aria de V elasco , S.J.*

Fecha de recepción: octubre de 2020


Fecha de aceptación y versión final: diciembre de 2020

Resumen
En este artículo se estudia, desde un planteamiento eclesial católico, el signifi-
cado que tiene el cuidado de la vida y la forma de afrontar la muerte, desde el
relato bíblico hasta la actualidad. Se recogen, a partir de los fundamentos de la
revelación divina, las ideas y los planteamientos que se han ido desarrollando a
lo largo de la historia de la Iglesia. Se incide especialmente en las intervenciones
magisteriales realizadas por los pontífices, a partir de la segunda mitad del si-
glo XX, en las que se rechaza la eutanasia y se precisa cuál es la forma adecuada
de salvaguardar la salud y la vida
Palabras clave: eutanasia, Magisterio de la Iglesia, salud, vida, muerte.

Euthanasia from the perspective


of christian tradition

Summary
This article studies, from a Catholic point of view, the meaning of caring for life
and the way in which to face death, from biblical times until the present day.
On the basis of the fundamentals of divine revelation, it discusses the ideas and
opinions that have developed throughout the history of the Catholic church. It
especially focuses on the magisterial statements made by popes from the second

* velasco@deusto.es

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half of the 20th century onwards, which reject euthanasia and explain the correct
way to safeguard health and life.
Key words: euthanasia, Magisterium of the Church, health, life, death.

Introducción

En el Antiguo Testamento, en el libro del Éxodo, se afirma con deter-


minación que el precepto “no matarás” forma parte de los “Diez Man-
damientos” en que se inscribe la Alianza establecida por Dios con Israel
en cuanto pueblo elegido, del que nacería el Mesías1. Por su parte, en
el Nuevo Testamento, en los evangelios, Jesús, ante todo, está a favor de
la vida, tratando de sanar las dolencias que, en la mentalidad judía, eran
consecuencia del pecado. Son numerosos los episodios que narran las dra-
máticas situaciones que padecían por causa de la enfermedad, miembros
de la comunidad israelita y personas ajenas a dicho pueblo, a los que curó,
acercando la esperanza del Reino de Dios donde sólo había desolación. La
suegra de Pedro2, el criado del centurión3, el paralítico de la piscina4,
etc., son sólo algunas de las manifestaciones que prefiguran el anuncio de
la salvación definitiva que traía el Señor con sus hechos y palabras.

1. El respeto a la vida en el tiempo de la Iglesia

1.1. En la Iglesia primitiva


En la Iglesia, desde sus orígenes, se rechazó acabar con la existencia de per-
sona alguna, a partir de las enseñanzas recibidas de Cristo y de los apósto-
les. Se concebía cualquier vida humana como un don precioso, creada por
amor a “imagen y semejanza” de Dios. A partir de esta perspectiva creyente
de la realidad, las cartas de San Pablo constituyen en el cristianismo primi-
tivo, un testimonio magistral del sentido de la vida y de la muerte; de esta

1. Ex 34, 1-35.
2. Mt 8, 14-15; Mc 1, 29-31; Lc 4, 38-41.
3. Mt 8, 5-13; Lc, 7, 2-10; Jn, 4, 43-54.
4. Jn 5, 1-16.

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manera, el apóstol de los gentiles, en la Carta a los Romanos señala que


“Ninguno vive para sí. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos
para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor. Para eso murió el
Mesías y resucitó: para ser Señor de muertos y vivos” 5.
En aquellos años iniciales del cristianismo, se atendía a los enfermos en
sus comunidades con esmero y dedicación, incluso en los momentos más
violentos de las persecuciones romanas, cuando no se podía hacer ningún
tipo de manifestación pública de tales actividades, todos ellos eran trata-
dos con la máxima atención y entrega caritativa6.
En siglos posteriores, la reflexión eclesial también se preocupó del senti-
do de la muerte. San Agustín (354-430), en los últimos años de la Edad
Antigua, en La Ciudad de Dios, al referirse a la forma de finalizar la vida,
afirmaba:
“[…] que nadie debe inferirse por su libre albedrío la muerte, no sea que,
por huir de las angustias temporales, vaya a dar en las eternas. Nadie
debe hacerlo tampoco por pecados ajenos, no sea que comience a tener uno
gravísimo y personal quien no se había mancillado por el ajeno. Nadie
por sus pecados pasados, por los cuales es más necesaria la vida, para poder
subsanarlos con penitencias; nadie como por deseo de una vida mejor,
que tras la muerte se espera, porque no se hacen acreedores, después de la
muerte, de una vida mejor los culpables de su propia muerte” 7.

Con esta tajante condena, el obispo de Hipona rechazaba cualquier for-


ma de atentar contra la vida de una persona, tanto propia como ajena.
Esta forma de pensar estaba enraizada, como no podía ser de otra manera,
en el mensaje revelado que alcanza su plenitud en el Señor8.

5. Rom 14, 7-9.


6. Velasco, J. M., de, La atención y el cuidado del ser humano doliente desde el hori-
zonte de la bioética: la solidaridad cristiana, en: Salud, justicia y recursos limitados,
ed. Javier de la Torre, Madrid: Universidad Pontificia Comillas, 2012, 134-135.
7. San Agustín, La ciudad de Dios I-26, en: “Obras de San Agustín”. Edición bi-
lingüe. Tomo XVI-XVII La ciudad de Dios, ed. Fr. José Moran, Madrid: BAC,
1958, 113.
8. Mt 5, 17-48.

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1.2. En la Iglesia medieval


En la Edad Media, Santo Tomás de Aquino (1225-1274) constituye otro
momento reseñable en el estudio de los aspectos morales que implican
acabar con la vida de una persona. Este tema lo estudió en el tratado De
Iustitia et Iure, a partir de lo que podía ser considerado una vida virtuosa
justa, arraigada en las virtudes teologales. De ahí, se deriva que, para el
Aquinate, las obligaciones morales están inscritas en todo aquello que
conduce al bien y a la verdad, rechazando cualquier tipo de acción que se
opusiese a esa forma de concebir la existencia. En ese contexto, en la
Summa Theologica (II-II, q. 64), que trata sobre el homicidio, censura
aquellas actitudes y comportamientos que pretenden poner fin a la vida
de un ser humano:
“El homicidio es pecado, no sólo porque es contrario a la justicia, sino
también a la caridad que debe tener uno consigo mismo; y en este con-
cepto el suicidio es pecado contra uno mismo; pero, además, en relación
con la sociedad y con Dios, tiene también razón de pecado, como opuesto
a la justicia” 9.

1.3. La Iglesia renacentista: la Escuela de Salamanca y las nuevas corrien-


tes teológicas. Los medios ordinarios y extraordinarios en el cuidado
de la salud
En el siglo XVI, ya en la Edad Moderna, la Escuela de Salamanca, cons-
tituyó otro momento importante en la reflexión teológica sobre los di-
lemas éticos, que ya por entonces, se planteaban sobre cómo afrontar el
final de la vida. Aquella época, caracterizada por el renacimiento artís-
tico y cultural, también se identificó por una nueva forma de concebir
las ciencias. Así, la medicina, a partir de los descubrimientos y las inves-
tigaciones en anatomía, fisiología, patología, cirugía, etc., se desarrolló
desde criterios opuestos a los seguidos en el periodo medieval, dando
lugar a una inédita comprensión de la praxis sanitaria y, por tanto, de
las cuestiones a dilucidar, completamente diferentes a las seguidas en

9. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica ((II-II, q. 64 a.5). Tomo VIII, intr.
Ap. Fr. Teófilo Urdanoz, Madrid: BAC, 1956, 441.

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el pasado. Teólogos y juristas como Francisco de Vitoria (1492-1556),


sentaron las bases de una renovada concepción de los métodos teoló-
gicos10. Desde esta nueva perspectiva, en su Relección de la Templanza,
reflexionó sobre la obligación ética que tenía el ser humano de percibir
alimentos al final de su vida. En tales circunstancias, este fraile do-
minico, catedrático de la Universidad de Salamanca, estimaba que, si
atender esa necesidad vital, pudiera suponer a la persona enferma reali-
zar un gran esfuerzo y padecer graves sufrimientos, estaba excusada de
sustentarse sin cometer pecado mortal alguno, “sobre todo cuando hay
poca o ninguna esperanza de curación”11.
Otro insigne fraile dominico, Domingo Báñez (1528-1604), considerado
como el representante más ilustre de la Segunda Escuela de Salamanca,
acuñó la terminología de medios ordinarios y extraordinarios en las te-
rapias médicas, para distinguir con precisión la obligatoriedad de unos
determinados tratamientos en el cuidado de la salud (medios ordinarios),
de otros que no lo eran (medios extraordinarios). Así, diferenció la praxis
sanitaria común de su época, de aquella que excedía y sobrepasaba la for-
ma habitual de concebir los remedios de la medicina por distintas razones
(ser excesivamente cara, producir dolores insoportables, etc.), pudiéndose
prescindir de tales prácticas terapéuticas sin cometer acción deshonesta
alguna12.

1.4. Los últimos pontificados: La eutanasia y el respeto a la vida en la


actualidad
El pontificado de Pío XII (1939-1958), que coincidió con el desarrollo y
despliegue de las ciencias médicas, se erige como punto de inflexión del

10. Velasco, j. m. de, La Escuela de Salamanca y la Teoría de los Medios Ordinarios y


Extraordinarios en el siglo XVI, en: Enfermedad, dolor y muerte desde las tradi-
ciones judeocristiana y musulmana, ed. Javier de la Torre, Madrid: Universidad
Pontificia Comillas, 2011, 183-195.
11. Francisco de Vitoria, Obras de Francisco de Vitoria. Relecciones Teológicas, Ed. e
Intro. Teófilo Urdanoz, Madrid: BAC, 1960, 1008.
12. Velasco, J. M. de, La Escuela de Salamanca y la Teoría de los Medios Ordinarios
y Extraordinarios en el siglo XVI, o. cit., 194-195.

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magisterio eclesial católico en un tema tan controvertido como éste. Los


dilemas que surgieron en relación con el modo concreto en que, las nue-
vas terapias sedantes podían facilitar una muerte sin dolores, mucho más
sosegada y en calma, fue ocasión para que este papa expusiera el parecer
vaticano. Trató de situar, desde la moral católica, lo que se consideraba
adecuado en el uso de la analgesia, máxime, cuando las dolencias eran
terminales y la persona enferma podía padecer penosos sufrimientos en
los momentos finales de su existencia. Este asunto lo afrontó en el discur-
so que ofreció a los participantes en el IX Congreso Internacional de la
Sociedad Italiana de Anestesiología “Sobre las implicaciones religiosas y
morales de la analgesia”13. Procuró esclarecer los interrogantes que aque-
llos profesionales de la medicina le propusieron en torno a tres cuestiones.
En la primera de ellas preguntaban si “¿Hay obligación moral general de
rechazar la analgesia y aceptar el dolor físico por espíritu de fe?”, en la se-
gunda si “La privación de la conciencia y del uso de las facultades superiores,
provocada por los narcóticos, ¿es compatible con el espíritu del Evangelio?”, y,
finalmente, en la tercera, se interesaban en saber si “¿Es lícito el empleo de
“narcóticos, si hay para ello una indicación clínica, en los moribundos o
enfermos en peligro de muerte? ¿Pueden ser utilizados, aunque la atenua-
ción del dolor lleve consigo un probable acortamiento de la vida?”. Como
se puede observar, las dudas que inquietaban a los anestesistas no eran
algo baladí, ya que incidían en aspectos cruciales, tanto de la deontología
médica como de la ética del enfermo. En este sentido, Pío XII respondió
con rigor y sin ambigüedades a todo lo que se le consultó. Comenzó afir-
mando que “El paciente, deseoso de evitar o de calmar el dolor, puede, sin
inquietud de conciencia, utilizar los medios inventados por la ciencia y que
en sí mismos no son inmorales”. A partir de esta precisa aseveración inicial,
continuó indicando que desde el punto de vista técnico correspondía a la
medicina decidir el uso de la analgesia en determinadas terapias quirúrgi-
cas, etc.; por otra parte, también puntualizó con nitidez que:

13. Pío XII, Discurso del Santo Padre Pío XII sobre las implicaciones religiosas y mo-
rales de la analgesia (24 de febrero de 1957). http://w2.vatican.va/content/pius-
xii/es/speeches/1957/documents/hf_p-xii_spe_19570224_anestesiologia.html.

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“Frecuentemente, sin embargo, la aceptación de los sufrimientos sin mi-


tigación no representa ninguna obligación y no responde a una norma
de perfección. El caso se presenta ordinariamente cuando existen para
ello motivos serios y si las circunstancias no imponen lo contrario. Se
puede entonces evitar el dolor, sin ponerse absolutamente en contradic-
ción con la doctrina del Evangelio”; concluía su respuesta señalando
que “dentro de los límites indicados, y si se observan las condiciones
requeridas, la narcosis, que lleva consigo una disminución o supresión
de la conciencia, es permitida por la moral natural y compatible con el
espíritu del Evangelio”.

Finalmente, contestó a la última cuestión, de la misma manera que lo


había hecho con las anteriores, con claridad y sin ambages, observando
que, si la persona moribunda había recibido los últimos sacramentos,
encontrándose en la paz del Señor, en ese caso:
“las indicaciones médicas claras sugieren la anestesia, si en la fijación de
las dosis no se pasa de la cantidad permitida, si se mide cuidadosamente
su intensidad y duración y el enfermo está conforme, entonces ya no hay
nada que a ello se oponga: la anestesia es moralmente lícita”.

Este pertinente comentario, esclarecía un punto muy significativo a tener


en cuenta en tales situaciones. Asimismo, concluyó su argumentación
apuntando que:
“Si entre la narcosis y el acortamiento de la vida no existe nexo alguno
causal directo, puesto por la voluntad de los interesados o por la natura-
leza de las cosas (como sería el caso, si la supresión del dolor no se pudiese
obtener sino mediante el acortamiento de la vida), y si, por lo contrario, la
administración de narcóticos produjese por sí misma dos efectos distintos,
por una parte el alivio de los dolores y por otra la abreviación de la vida,
entonces es lícita”.

“En el mismo año 1957, en el discurso que pronunció a los miembros


del Instituto Italiano de Genética “Gregorio Mendel”, Pío XII trató de
solventar las dificultades que le plantearon aquellos médicos, sobre la
obligación de utilizar instrumentos de reanimación y respiración arti-
ficial en casos extremos; incluso, en aquellas circunstancias en que la

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retirada de tales dispositivos supondría la muerte del paciente14. Res-


pondió haciendo referencia a los deberes y obligaciones que, en dichas
situaciones, se deben exigir. Señaló que, en esos casos, sólo pueden ser
requeridos moralmente, los denominados medios ordinarios, “es decir,
a medios que no impongan ninguna carga extraordinaria para sí mismo o
para otro. Una obligación más severa sería demasiado pesada para la mayor
parte de los hombres y haría más difícil la adquisición de bienes superiores
más importantes”. Precisó aún más su respuesta, al afirmar que, “Por
otra parte, no está prohibido hacer más de lo estrictamente necesario para
conservar la vida y la salud, a condición de no faltar a deberes más graves”.
Del mismo modo, indicó el sentido que tenían los sacramentos, si la
persona hubiera perdido la consciencia:
“Si se ignora cuándo alguien reúne las condiciones requeridas para recibir
válidamente el sacramento, es preciso procurar resolver la duda. En caso
de no conseguirlo, se conferirá el sacramento bajo condición, al menos tá-
cita (con la cláusula «si capax est», que es la más amplia). Los sacramentos
han sido instituidos por Cristo para los hombres, a fin de salvar su alma;
además, en caso de extrema necesidad, la Iglesia prueba las soluciones úl-
timas para comunicar a un hombre la gracia y los socorros sacramentales”.

No se debe olvidar que, todas estas guías de acción propuestas por Pío XII,
permanecen vigentes en el presente y han sido reafirmadas por el magiste-
rio pontificio posterior.
Otro testimonio, de indiscutible valor, en contra de la eutanasia, se en-
cuentra en los documentos del Concilio Vaticano II, en la constitución
pastoral Gaudium et spes. En ese documento conciliar, al hablar del res-
peto a la persona humana, se reclama la necesidad de:
“[…] considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su
vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente, no sea que imitemos

14. Pío XII, Discurso del Santo Padre Pío XII sobre tres cuestiones de moral médica
relacionadas con la reanimación (24 de noviembre de 1957). http://w2.vatican.
va/content/pius-xii/es/speeches/1957/documents/hf_p-xii_spe_19571124_ria-
nimazione.html.

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a aquel rico que se despreocupó por completo del pobre Lázaro. Condenán-
dose todo atentado contra la vida –homicidios de cualquier clase, genocidios,
aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado; cuanto viola la integridad
de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas mo-
rales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena”15.

Años más tarde, en 1978, S. Juan Pablo II ocupó la catedra de San Pedro
hasta su fallecimiento en el 2005. Durante su pontificado, este papa de-
sarrolló un magisterio en el que defendió a ultranza la vida humana desde
el mismo momento de la concepción, sin ningún tipo de concesiones.
Además, también se debe destacar que, en esos años, en 1980, la Congre-
gación para la Doctrina de la Fe, aprobó la Declaración Iura et bona sobre
la eutanasia; este documento recoge todos los aspectos fundamentales en
relación con la eutanasia, suicidio asistido, encarnizamiento terapéutico,
etc., tal y como se conciben desde el magisterio eclesial católico16.
Por otra parte, entre las múltiples intervenciones que realizó el papa Wojtyla,
para rechazar las prácticas eutanásicas, sin lugar a dudas, la encíclica Evange-
liun vitae ocupa un lugar preminente en su magisterio. En dicho comunica-
do papal, se condenó esa forma de acabar con la vida de una persona de una
forma solemne, fundamentándose en la Revelación y en la Tradición:
“[…] de acuerdo con el Magisterio de mis predecesores y en comunión con
los obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una grave
violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moral-
mente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta
en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tra-
dición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal” 17.

15. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes 27 (7 de diciem-


bre de 1965) http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/
documents/vat-ii_const_19651207_gaudium-et-spes_sp.html.
16. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Iura et bona sobre la
eutanasia (5 de mayo de 1980). http://www.vatican.va/roman_curia/congrega-
tions/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_19800505_euthanasia_sp.html.
17. Juan Pablo II, Evangelium vitae 65 (25 de marzo de 1995). http://www.vatican.
va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_25031995_
evangelium-vitae.html.

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En este breve recorrido por las enseñanzas de la Iglesia Católica en torno


a la eutanasia, es preciso hacer referencia a la Exhortación apostólica Amo-
ris laetitia del papa Francisco. Es necesario señalar que esta Exhortación
apostólica fue hecha pública el 8 de abril de 2016, en el transcurso del
año jubilar de la misericordia. Así, desde ese horizonte misericordioso
de comprensión, este papa trató todo aquello que tuviese relación con la
familia. Consecuentemente, la muerte en el seno familiar también es una
materia que desarrolló con detalle y minuciosidad. Al referirse a las per-
sonas que se encuentran en la fase final de su vida, citando, textualmente
la relación final del Sínodo de los Obispos, sobre la Vocación y la misión
de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo, del 24 de octubre
de 2015, subrayó que:
“Valorar la fase conclusiva de la vida es todavía más necesario hoy, porque
en la sociedad actual se trata de cancelar de todos los modos posibles el
momento del tránsito. La fragilidad y la dependencia del anciano a veces
son injustamente explotadas para sacar ventaja económica. Numerosas
familias nos enseñan que se pueden afrontar los últimos años de la vida
valorizando el sentido del cumplimiento y la integración de toda la exis-
tencia en el misterio pascual. Un gran número de ancianos es acogido en
estructuras eclesiales, donde pueden vivir en un ambiente sereno y fami-
liar en el plano material y espiritual. La eutanasia y el suicidio asistido
son graves amenazas para las familias de todo el mundo. Su práctica es
legal en muchos países. La Iglesia, mientras se opone firmemente a estas
prácticas, siente el deber de ayudar a las familias que cuidan de sus miem-
bros ancianos y enfermos” 18.

Más adelante, el papa Francisco volvió a recurrir de nuevo a la misma


relación final del Sínodo, para insistir, una vez más, en la condena de
cualquier tipo de práctica que tuviese como medio o como fin acabar
con la vida de una persona. Se refirió concretamente al sector sanitario y
a la posibilidad de apelar a la objeción de conciencia, si dichos métodos

18. Francisco, Amoris laetitia 48 (19 de marzo de 2016). http://www.vatican.va/


content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazio-
ne-ap_20160319_amoris-laetitia.html.

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letales fuesen legales en los lugares donde tales profesionales de la salud


ejercían su actividad médica, ya que “del mismo modo, la Iglesia no sólo
siente la urgencia de afirmar el derecho a la muerte natural, evitando el ensa-
ñamiento terapéutico y la eutanasia», sino también «rechaza con firmeza la
pena de muerte”. Esta última afirmación, en la que se condena sin ningún
tipo de exclusiones la pena de muerte, confirma, con claridad meridiana,
la defensa de la vida que realiza el magisterio católico, en cualquier tipo
de circunstancias.

1.5. Carta Samaritanus bonus


El día 22 de septiembre, la Congregación para la Doctrina de la Fe, hizo
pública la Carta Samaritanus Bonus, sobre el cuidado de las personas en las
fases críticas y terminales de la vida19, que había sido aprobada por el papa
Francisco el 25 de junio de 2020. Este documento magisterial, se con-
textualiza desde la experiencia de Cristo que sufre física y espiritualmente
por la humanidad y desde la compasión del buen samaritano, que atiende
y cuida al prójimo necesitado. Por otra parte, esta carta magisterial, se
hace eco de las sugerencias que el papa Francisco realizó a los participan-
tes de asamblea plenaria de esta Congregación, el 26 de enero de 2018.
En esa ocasión, el pontífice disertó sobre el “el acompañamiento a los
enfermos terminales”, y exhortó a los miembros de este Dicasterio a que
su misión adquiriese:
“un rostro eminentemente pastoral. Son auténticos pastores aquellos que
no abandonan al hombre a sí mismo, ni lo dejan preso de su desorien-
tación y de sus errores, sino que con verdad y misericordia lo llevan a
reencontrar su rostro auténtico en el bien. Auténticamente pastoral es, por
tanto, cada acción dirigida a tomar de la mano al hombre, cuando este
ha perdido el sentido de su dignidad y de su destino, para conducirlo con
confianza y descubrir la paternidad amorosa de Dios, su destino bueno
y las vías para construir un mundo más humano. Esta es la gran tarea

19. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Samaritanus Bonus sobre el


cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida 25 de junio
de 2020). http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/
2020/09/22/carta.html.

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que le corresponde a vuestra Congregación y a cualquier otra institución


pastoral en la Iglesia”20.

Conforme a esas sugerentes palabras pontificias, el cardenal Ladaria, Pre-


fecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en la presentación de
la Carta, señaló que se había pretendido tratar este delicado tema:
“[…] no sólo de manera doctrinalmente correcta, sino también con un
fuerte acento pastoral y un lenguaje comprensible, en consonancia con el
progreso de las ciencias médicas. Era necesario profundizar, en particular,
en los temas del acompañamiento y la atención a los enfermos desde el
punto de vista teológico, antropológico y médico-hospitalario, centrándose
también en algunas cuestiones éticas relevantes, relacionadas con la pro-
porcionalidad de las terapias y con la objeción de conciencia y el acompa-
ñamiento pastoral de los enfermos terminales”21.

Por consiguiente, desde esta perspectiva, en la Carta Samaritanus Bonus,


la virtud de la esperanza adquiere una extraordinaria relevancia en todos
y cada uno de los instantes de la vida, muy en especial, cuando la persona
está rota por las dolencias que padece, porque “la experiencia viviente del
Cristo sufriente, su agonía en la Cruz y su Resurrección, son los espacios en los
que se manifiesta la cercanía del Dios hecho hombre en las múltiples formas
de la angustia y del dolor, que pueden golpear a los enfermos y sus familiares,
durante las largas jornadas de la enfermedad y en el final de la vid”22. Son
precisamente, en esas circunstancias y momentos, cuando las virtudes

20. Francisco, Discurso a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Congregación


de la Doctrina de la Fe (26 de enero de 2018). http://www.vatican.va/content/
francesco/es/speeches/2018/january/documents/papa-francesco_20180126_
plenaria-cfaith.html.
21. Oficina de Prensa de la Santa Sede, Conferencia de presentación de la Carta
“Samaritanus bonus” (22 de septiembre de 2020). http://press.vatican.va/con-
tent/salastampa/es/bollettino/pubblico/2020/09/22/bonus.html
22. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Samaritanus Bonus sobre el
cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida 25 de junio
de 2020). http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/
2020/09/22/carta.html.

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teologales (fe, esperanza y caridad) adquieren su sentido más auténtico,


en el que se manifiesta la cercanía de Cristo, llorando con el que llora, su-
friendo con el que sufre, muriendo con el que muere. No se debe olvidar
que, en esas dramáticas situaciones, el Señor es ante todo fuente de paz y
de misericordia. Esto no significa que desaparecerán los padecimientos,
significa que se vivirán desde el Misterio de Dios, que es Misterio de
Amor que salva.
A tenor de lo dicho, a pesar de la dignidad, que configura al ser hu-
mano, y que determina el significado de su existencia, dotándola de un
carácter de inviolabilidad, en la actualidad “existen obstáculos culturales
que oscurecen el valor de toda vida humana”. El primero de estos facto-
res que trastocan el valor y el significado de la vida es “un uso equivoco
del concepto de “muerte digna” en relación con el de “calidad de vida”. El se-
gundo hace referencia a lo que se considera muerte por compasión “ante
un sufrimiento calificado como “insoportable” … sería compasivo ayudar al
paciente a morir a través de la eutanasia o el suicidio asistido”; en este caso
se ignora que la compasión auténtica es aquella que acoge al enfermo en
su debilidad. En tercer lugar, otro de los factores que ensombrece el valor
de la vida, tanto propia como ajena, es el concerniente al intransigente
individualismo que, de forma excluyente, establece las relaciones sociales
y comunitarias. Según el papa Francisco, este modo de concebir las re-
laciones humanas, han dado lugar a lo que denomina como “cultura del
descarte”, que desecha a las personas más frágiles de la sociedad en aras
de la eficacia. “Se trata de un fenómeno cultural fuertemente anti-solidario,
que Juan Pablo II calificó como «cultura de la muerte» y que crea auténticas
«estructuras de pecado»”.
Asimismo, en esta carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en
continuación con la tradición y el magisterio eclesial precedente, se con-
dena la eutanasia y el suicidio asistido, de forma categórica, al “reafirmar
como enseñanza definitiva que la eutanasia es un crimen contra la vida hu-
mana porque, con tal acto, el hombre elige causar directamente la muerte
de un ser humano inocente”.
En línea con lo afirmado, resulta esclarecedor el discernimiento pasto-
ral que se propone a quien hubiese solicitado la eutanasia o el suicidio

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asistido. Se insiste en la necesidad de acompañar espiritualmente a dichas


personas, pero al mismo tiempo, no olvida los compromisos que exige el
sacramento de la Reconciliación, que se detallan con minuciosidad, “el
confesor debe asegurarse que haya contrición, la cual es necesaria para la vali-
dez de la absolución, y que consiste en el «dolor del alma y detestación del pe-
cado cometido, con propósito de no pecar en adelante» “. Por esta razón, solo
en el caso de que el enfermo hubiese modificado la decisión de acabar con
su vida, contraria a la doctrina eclesial, podría recibir “los sacramentos de
la Penitencia, con la absolución, y de la Unción, así como del Viático”. No
obstante, también se recuerda que:
“la necesidad de posponer la absolución no implica un juicio sobre la im-
putabilidad de la culpa, porque la responsabilidad personal podría estar
disminuida o incluso no existir. En el caso en el que el paciente estuviese
desprovisto de conciencia, el sacerdote podría administrar los sacramen-
tos sub condicione si se puede presumir el arrepentimiento a partir de
cualquier signo dado con anterioridad por la persona enferma […] Se
recuerda que posponer la absolución es también un acto medicinal de la
Iglesia, dirigido, no a condenar al pecador, sino a persuadirlo y acompa-
ñarlo hacia la conversión”.

De igual forma, se requiere a las personas que acompañan espiritualmen-


te a estos enfermos “ningún gesto exterior que pueda ser interpretado como
una aprobación de la acción eutanásica, como por ejemplo el estar presentes
en el instante de su realización”. Estas esclarecedoras palabras confirman el
vínculo existente con la doctrina eclesial vigente en la actualidad en una
materia tan delicada como ésta.
En conclusión, la carta Samaritanus bonus asume, con una visión y un
lenguaje renovado, las distintas formas de aproximación a los dilemas
que plantea el final de la vida, tales como el encarnizamiento terapéutico,
la necesidad de atender a los cuidados básicos de alimentación e hidrata-
ción, el acompañamiento y el cuidado en la edad prenatal y pediátrica,
los cuidados paliativos, terapias analgésicas y supresión de conciencia,
el acompañamiento pastoral y el apoyo de los sacramentos, etc. Todo
ello, formando en torno al ser humano que sufre, “una sólida plataforma
de relaciones humanas y humanizadoras que lo acompañen y lo abran a la

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una mirada desde la tradición cristiana a la eutanasia 65

esperanza”; así, desde la familia al sector sanitario, sin olvidar a los agentes
pastorales y a los sacerdotes, compete realizar una tarea esencial en tales
situaciones, porque jamás desaparece “la responsabilidad hacia la persona
enferma, significa asegurarle el cuidado hasta el final: «curar si es posible,
cuidar siempre (to cure if possible, always to care)».

2. Conclusión

Una vez finalizado este breve recorrido testimonial, se puede afirmar


que desde el A.T. se prohíbe acabar con la vida del prójimo (libro del
Éxodo). De igual modo, en el N. T., en el que irrumpe el Hijo de Dios
en este mundo, propagando un mensaje de esperanza y salvación, es-
pecialmente, para el pobre y el desvalido, suscitando en ellos, nuevas
expectativas de vida, donde sólo había muerte y desolación. Ahí, Jesús,
con sus palabras y hechos enseñaba que, todos y cada uno de los instan-
tes de la existencia, son oportunidad de encuentro con el Señor de la
vida y ocasión de alabanza, a pesar de las circunstancias, aunque fuesen
adversas, porque el Creador del universo revela que hasta el último ser
humano es una persona bienaventurada. Bienaventurada porque puede
llamar Padre a Dios y porque está invitada a vivir su propia vida. Por
último, desde sus inicios, en el tiempo de la Iglesia, se ha defendido a la
vida como un valor fundamental de la existencia humana, rechazando
cualquier forma de acabar con ella, ya que es concebida como un don
divino que despliega todo tipo de posibilidades para que la persona
pueda entrar en relación con Dios y con el prójimo. Así, se reivindica
el derecho a abandonar este mundo a través de una muerte natural,
sin prolongar artificialmente procesos de muerte (encarnizamiento te-
rapéutico), ni acortar indebidamente los momentos finales de la exis-
tencia (eutanasia, suicidio asistido), etc. Esto implica que la Iglesia per-
mite rechazar los tratamientos desproporcionados cuando prolonguen
precaria y penosamente la existencia y defiende el valor de los cuidados
paliativos que buscan aliviar el dolor con la sedación humanizando el
final de la vida. Por toda esta serie de razones, se terminará esta exposi-
ción con unas sugerentes palabras del papa Francisco:

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“Estamos viviendo casi a nivel universal una fuerte tendencia a la legali-


zación de la eutanasia. Sabemos que cuando se hace un acompañamiento
humano sereno y participativo, el paciente crónico grave o el enfermo en
fase terminal percibe esta solicitud. Incluso en esas duras circunstancias,
si la persona se siente amada, respetada, aceptada, la sombra negativa
de la eutanasia desaparece o se hace casi inexistente, pues el valor de su
ser se mide por su capacidad de dar y recibir amor, y no por su produc-
tividad” 23.

23. Francisco, Discurso a los participantes en el IV Seminario de ética en el gerencia-


miento de la salud (1 de octubre de 2018). http://www.vatican.va/content/fran-
cesco/es/speeches/2018/october/documents/papa-francesco_20181001_etica-
salute.html.

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