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Pero no pienses,
no procures,
teje.
Ida Vitale
Ya amanece y tejo con la agilidad de las arañas cuando toman los rincones de esta casa.
No quiero conflictos con las hijas de Zeus. Tendré el encargo a tiempo. No será un manto
bello, tampoco me conviene echarme encima a Velázquez. Tejo y nada más, pienso en la
calefacción, en Coco. Siempre hay ancianas que espían nuestros quehaceres. Yo no soy hija
y he perdido a mi perro.
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Que no se me corra el delineador, pienso,
No vivo en el Olimpo,
Anoche leí sobre un vestido negro para cargar el luto como los cuervos. Pienso en Aracné,
tejiendo una galaxia. La veo transformarse en un tapiz que decora los muros blancos, el
mármol de un palacio. Pienso en las arrugas de Atenea mientras la espía con sus canas
falsas, jugando a ser una envidia envejecida, con la ofensa plantada en los ojos. Los dioses
siempre tendrán esa tirria contra los mortales. A nosotros, Gabrielle, solo nos queda
esforzarnos por ser elegantes dos o tres noches en la vida. La próxima quincena iré a
y sí un sueño infinito
como los trayectos largos que hago para ganar sueldo extra
Yo no sé, Gabrielle, me tiene encantada el encaje veneciano, los kimonos, la seda italiana y
sé que el mundo pasará por mi boca al ser pronunciado cuando hable de telas, botones y
cierres, hilos y cortes. Por el Palacio paseo y pienso en Coco, perdido en el Trocadero.
Quizá me convendría retar a la diosa. Qué más da ser una araña, tejería igual, mejor, tendría
el dominio de la casa. En algún lejano palacio podría ser el trazo de Velázquez, un puñado
podré pagar el vestido básico, el collar que imita las perlas. El invierno está a punto de ser
Tengo la casa llena de arañas, Gabrielle, tejen mejor que yo. No he podido con la chambrita
cada vez que lo intento, por las tardes cae la lluvia y me arropo con una manta y sueño que
termino. Completo además unos zapatitos y los mitones, incluso una bufanda. Pero él llega,
lo escucho cuando entierra la llave en la cerradura y rechina la vieja puerta y entra cuando
apenas me incorporo y recojo el hilo. Pone en la cesta cierto disgusto porque las arañas han
terminado de invadir la cocina y el niño tendrá hambre, ha tenido hambre toda la tarde y yo
no aprendo a tejer, Gabrielle. Mi niño se morirá de frío, aunque ahora es verano y la lluvia
impertinente tiende sus ocho brazos por la ciudad, en un par de meses mi niño, Gabrielle,
Todas las tejedoras duermen, Gabrielle. Yo no, solo estoy para el ámbito doméstico.
Despertar a las cinco, antes del alba, salir con el pelo húmedo, con el norte en los ojos,
dispuesta a consumirme en un turno de ocho, doce, catorce horas. Mis pies helados se
confunden al andar por el mármol del Palacio. En mi día libre me imagino con el traje
sastre y pienso en Coco perdido en el Trocadero. Doy cien puntadas a mi costura. Abuela,
Gabrielle, me enseñó el punto de cruz, algunos nudos, me enseñó a pasar el sueño por el ojo
de las agujas. Sé bordar lienzos largos en donde conviven arañas, caballeros, diosas y
pescadores. Tengo en las manos el ovillo suficiente para bordar el mundo. Tendré mitones,
tendré como rival a una diosa. Pero el invierno no podrá calzarme los talones.