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La rueca de Gabrielle

Adriana Ventura Pérez

Pero no pienses,
                         no procures,
                                            teje.

De poco vale hacer memoria,


buscar favor entre los mitos.

Ida Vitale

Si tuviera mitones, Grabrielle, podría coser en invierno.

Podría respirar porque tendría calefacción, quizá encontraría a Coco.

Andar por el verano bajo un pajarraco

es como envolverse en piel de un leopardo.

Hay mujeres que no pueden sostener una idea

bajo los plumajes que llevan por sombrero.

El sol ha tomado nuestros hilos

y el señor Paul Poiret nos mantiene ajustadas al decorado victoriano.

Pero es verano y pienso en el pobre Coco, perdido en el Trocadero.

Ya amanece y tejo con la agilidad de las arañas cuando toman los rincones de esta casa.

No quiero conflictos con las hijas de Zeus. Tendré el encargo a tiempo. No será un manto

bello, tampoco me conviene echarme encima a Velázquez. Tejo y nada más, pienso en la

calefacción, en Coco. Siempre hay ancianas que espían nuestros quehaceres. Yo no soy hija

de un dios, no encuentro en el Olimpo mi rueca afinada, no tengo mitones para el invierno

y he perdido a mi perro.
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Que no se me corra el delineador, pienso,

que me ha costado muchos piquetes en los dedos,

porque cuesta caro comprar en los palacios.

Estoy sin mitones, sin dedales, sin rueca, Gabrielle,

pedaleo todas las mañas,

corto hilos, espero las ruteras que van al norte.

El norte siempre es un dobladillo en las muñecas,

un ojal incompleto, los detalles de un abrigo que no puedo comprar.

No vivo en el Olimpo,

y los palacios se han desmoronado como la gasa, Gabrielle.

Creo que Velázquez se ha quedado sin empleo.

Anoche leí sobre un vestido negro para cargar el luto como los cuervos. Pienso en Aracné,

tejiendo una galaxia. La veo transformarse en un tapiz que decora los muros blancos, el

mármol de un palacio. Pienso en las arrugas de Atenea mientras la espía con sus canas

falsas, jugando a ser una envidia envejecida, con la ofensa plantada en los ojos. Los dioses

siempre tendrán esa tirria contra los mortales. A nosotros, Gabrielle, solo nos queda

esforzarnos por ser elegantes dos o tres noches en la vida. La próxima quincena iré a

comprar el vestido básico de tu nueva colección.

Así que mis manos saben deshilvanar seda.

Mis pies pedalean toda la noche


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para que la señora del terrateniente luzca un negro azabache en su cuerpo.

De sus ojos no cuelgan bolsas.

Hay ventajas al ser mujer de los terratenientes,

se puede dormir bien, por ejemplo.

Yo, Gabrielle, no tengo mitones

y sí un sueño infinito

que va detrás de los caballeros galantes

paseándose frente al aparador.

A ti te parece que el mundo está como para ir de rayas,

cruzados nuestros cuerpo de poniente a este

como los trayectos largos que hago para ganar sueldo extra

y colgarme el blusón estilo marinero.

Yo no sé, Gabrielle, me tiene encantada el encaje veneciano, los kimonos, la seda italiana y

sé que el mundo pasará por mi boca al ser pronunciado cuando hable de telas, botones y

cierres, hilos y cortes. Por el Palacio paseo y pienso en Coco, perdido en el Trocadero.

Quizá me convendría retar a la diosa. Qué más da ser una araña, tejería igual, mejor, tendría

el dominio de la casa. En algún lejano palacio podría ser el trazo de Velázquez, un puñado

de palabras escritas por Ovidio. Me tiene encantada el encaje veneciano, Gabrielle. No sé si

podré pagar el vestido básico, el collar que imita las perlas. El invierno está a punto de ser

el único que me calzará los talones.

Espero el final feliz que aprendí a deletrear a los seis años.


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Mi príncipe no llega, qué impuntual es la realeza.

Pero cada noche me caigo de sueño.

Repito cien veces, cien veces que debo terminar

que esta prenda debe estar lista

y a qué hora he de ponerme a coser mi propio atuendo, Gabrielle.

Repito cien veces que no debo caer y cierro los ojos,

me pincho la mano y mi futuro feliz no llega.

Gabrielle, yo no puedo comprar la eternidad para montar ese caballo

aquí no hay parajes donde habiten caballeros,

cabalgaré por el camino del desamparo.

Todas las rutas conducen a la maquiladora.

Tengo la casa llena de arañas, Gabrielle, tejen mejor que yo. No he podido con la chambrita

cada vez que lo intento, por las tardes cae la lluvia y me arropo con una manta y sueño que

termino. Completo además unos zapatitos y los mitones, incluso una bufanda. Pero él llega,

lo escucho cuando entierra la llave en la cerradura y rechina la vieja puerta y entra cuando

apenas me incorporo y recojo el hilo. Pone en la cesta cierto disgusto porque las arañas han

terminado de invadir la cocina y el niño tendrá hambre, ha tenido hambre toda la tarde y yo

no aprendo a tejer, Gabrielle. Mi niño se morirá de frío, aunque ahora es verano y la lluvia

impertinente tiende sus ocho brazos por la ciudad, en un par de meses mi niño, Gabrielle,

tendrá sueño, tendrá frío y yo tan redonda, no puedo tejer.

La última vez soñé con Dolfín,

la joven de Burano que se enamoró del pescador Polo.


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Se sabe que los pescadores son hombres buenos, pero pobres.

No pasean por palacios ni saben pintar como Velázquez.

Viajan hacia el norte, los pescadores pobres.

La fortuna de Polo era el azar.

En su red, peces e hilos convivían,

también, un alga que era bella como Dolfín,

el mar a veces nos brinda la mixtura de la fortuna:

una red, agua salina y algas.

No sabía Polo que las sirenas además de cantar tejen.

Es probable que con su canto reproduzcan

para los pescadores pobres

la espuma blanca de las olas

o inventen lo que los mortales llaman encaje veneciano.

Todas las tejedoras duermen, Gabrielle. Yo no, solo estoy para el ámbito doméstico.

Despertar a las cinco, antes del alba, salir con el pelo húmedo, con el norte en los ojos,

dispuesta a consumirme en un turno de ocho, doce, catorce horas. Mis pies helados se

confunden al andar por el mármol del Palacio. En mi día libre me imagino con el traje

sastre y pienso en Coco perdido en el Trocadero. Doy cien puntadas a mi costura. Abuela,

Gabrielle, me enseñó el punto de cruz, algunos nudos, me enseñó a pasar el sueño por el ojo

de las agujas. Sé bordar lienzos largos en donde conviven arañas, caballeros, diosas y

pescadores. Tengo en las manos el ovillo suficiente para bordar el mundo. Tendré mitones,

tendré como rival a una diosa. Pero el invierno no podrá calzarme los talones.

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