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La brujilla Carlota.

Luisa Hurtado González.

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Título Original: La brujilla Carlota
Autora: Luisa Hurtado González.
Editora: Luisa Hurtado González
http://luisahurtado.bubok.com
Diseño de portada: Alfonso Nicolás Calleja.

Depósito Legal: PM 1216-2009


ISBN: 978-84-613-2112-4
Impreso por Bubok Publishing S.L.

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Capítulo 1.- El Valle de las Brujas.

Es muy probable que nunca hayas oído


hablar del Valle de las Brujas, porque muy pocas
personas en el mundo saben de su existencia.
Y mucho más difícil es que llegues a verlo
algún día, ya que esto es algo que ningún ser
humano (ni hombre, ni mujer, ni niño) ha
conseguido en toda la historia de la humanidad.
De todas formas, eso ahora da igual. Hoy
es tu día de suerte, porque has abierto este
libro y en él podrás descubrir algunas cosas
increíbles de este valle secreto, conocerás a
algunos de sus extraños habitantes y hasta
puede que aprendas a solucionar algunos
problemas que pueden ocasionar los duendes,
esos seres pequeños y traviesos que todos los
niños saben que existen y que viven con
nosotros, escondidos en los rincones de
nuestras casas.

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Voy a empezar (no olvides que esto es el
primer capítulo) por describirte el Valle; aunque
sería mucho mejor que, al acabar la descripción,
cerrases los ojos y lo intentases ver dentro de
tu cabeza. Además, yo aún tengo muchas cosas
que contarte como para perder el tiempo en
escribirte tantísimas palabras, y tú quizás te
aburrirías.
Este Valle tiene forma de U pero en vez
de tinta hay que pensar en unas montañas
altísimas. Hacia el interior de la letra, esas
montañas van poco a poco perdiendo altura pero,
del otro lado, hacia la parte de fuera, justo
donde estamos tú y yo, forman unos acantilados
terroríficos. ¿Y qué hay en la parte en que la
letra U que está abierta?, ¿lo quieres saber?.
Está el Pantano Palpitante, un lugar cubierto
siempre por una espesa niebla y que se llama así
porque dentro de él viven animales y plantas
asquerosos. Están los gusalícomos, los llus, las
páltidas, los balliros,… y por supuesto, los
lagartos, dragones y serpientes de toda la vida.
Unos bichos muy feos para ti pero muy útiles
para las brujas, con los que preparan gran
cantidad de conjuros y de hechizos.

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Como puedes ver, no se puede entrar de
ninguna manera en el valle. O te mueres de
vértigo intentando escalar las montañas o se
mueres de miedo al querer atravesar el
Pantano Palpitante.
Pues bien, en este mundo aparte, es
donde viven las brujas, aunque no todas porque
hay muchas que salieron de allí un día y
decidieron quedarse fuera: las brujas de los
bosques, las de los cuentos, las que son buenas,
las de la escoba, las que hacen cosquillas,…
Ahora que ya sabes cómo es desde fuera,
voy a explicarte un poquito qué es lo que verías
si pudieras entrar en él.
Necesito que te imagines de pie en el
centro de la U, mirando hacia la parte baja de
esta hoja, dando la espalda al Pantano
Palpitante. ¿Ya estás listo? Entonces, abre bien
los ojos. ¿No es increíble? ¡Y tan grande! Las
montañas forman unas suavísimas laderas
cubiertas de hierba en las que nunca ha habido
una vaca, no hay pueblos, ni iglesias ni
campanarios, es imposible encontrar una granja
o un campo de trigo. Las casas que puedes ver,
unas veces simples cabañas y otras inmensos
palacios, se disponen caprichosamente por todo

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el valle; algunas son verdes y están camufladas
entre los árboles, otras se parecen más al
castillo del Conde Drácula, la mayoría son
negras como alas de murciélago o noches sin
luna, pero también se pueden encontrar
granates y moradas, azules y lilas.
Si estás visitando el Valle de día, a lo
mejor no te crees que en él haya brujas porque,
por mucho que mires y mires, no podrás ver
ninguna. Ellas están durmiendo pero, ¡cuidado!,
puede que se haga de noche antes de que te des
cuenta y empiecen a pasar cosas increíbles.
Detrás de ti, la espesa nube que cubre el
Pantano se hinchará y encogerá llenándose de
extraños gemidos. De todas las chimeneas
empezarán a surgir columnas de humo de
distintos colores, dependiendo de lo que
contengan las cazuelas que han empezado a
hervir. Las ventanas dejarán escapar las luces
temblonas de las velas y a través de ellas
podrás ver el contorno borroso de una forma
humana de ganchuda nariz y puntiagudo
sombrero. El aleteo de los búhos llevando
mensajes y consignas llenará el aire. Y quizá,
por qué no, puedas ver a las brujas volando en
sus escobas, o paseando por los caminos

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buscando hierbas acompañadas de sus
inseparables Sapos Vestidos, o quizás las veas ir
en dirección al claro del bosque donde suelen
reunirse para tomar decisiones, intercambiar
hechizos, o simplemente bailar alrededor de una
buena hoguera bajo la luz de la luna.
Es de noche, ¡escóndete!, ¡hazte invisible!
Las brujas ya están por todas partes y no
quieren demasiado a los niños.

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Capítulo 2.- Un regalo un poco raro.

De entre todas las casas que hay en el


Valle hay una especialmente bonita, la de Karla,
una de las maestras brujas a quien todo el
mundo llama, con respeto pero sin
contemplaciones, por su nombre de pila.
Es una casa grande, casi un palacio, de un
inconfundible color morado muy oscuro y de la
que, de vez en cuando, hablan las brujas
holgazanas y envidiosas que en vez de estudiar
prefieren dedicarse al cotilleo.
Verás. Hay muchas brujas que piensan
que Karla guarda un secreto, y es que... ¿qué
hace la maestra bruja para conseguir todo lo
que necesita para sus conjuros y que sólo se
puede encontrar en el Pantano Palpitante?, ¿por
qué nadie la ve nunca entrar o salir de él?
Algunas brujas piensan que debe de haber un
túnel que desde su casa la permita atravesar el
Valle sin ser vista; pero otras creen que Karla

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ha tenido que encontrar un hechizo que la hace
invisible, un hechizo muy poderoso y especial
porque ellas, que saben muy bien qué es mágico
y que no, por más que buscan no encuentran
huella de magia alguna.
La discusión suele repetirse cada cierto
tiempo sin grandes cambios.
Han pasado los días, los años, y Karla no
ha querido hablar de este asunto con nadie
nunca. Si alguna vez alguna bruja curiosa la ha
preguntado sobre si ese hechizo existe, ella
siempre ha respondido con un silencio y una
misteriosa sonrisa. De forma que parece que la
única que acabará conociendo la existencia del
túnel o la combinación exacta de los
ingredientes en ese hechizo tan increíble será
la pequeña Carlota, la hija de Karla.
Por cierto, hoy es el cumpleaños de la
brujilla.
-¡Arriba, dormilona!
Karla entra en el dormitorio y abre las
ventanas de par en par dejando que los rayos de
la luna llena despierten a su hija.
-Pero, mamá, si todavía está
anocheciendo.

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-Siempre dices lo mismo. Pero... ¿es que
no te acuerdas? Hoy es la noche de tu
cumpleaños.
Carlota abre los ojos inmediatamente.
¿Cómo se puede haber olvidado de algo tan
importante? Su madre lleva noches bromeando
con ella sobre el regalo que le va a hacer. ¿Qué
será?
No puede evitar que su pequeña nariz se
estremezca de impaciencia.
Ahora tú pensarás que yo me he
equivocado porque he dicho “pequeña nariz” y
todo el mundo sabe que las brujas tienen una
nariz larga y ganchuda. Y la verdad es que
tienes razón pero yo también, porque las
brujillas tienen narices pequeñas y sólo cuando
éstas crecen y se curvan, ellas pueden empezar
a estudiar magia.
Carlota, con sus prisas de siempre, ha
sido sorprendida muchas veces por su madre
pellizcándose y tirándose de la nariz, intentando
así que le creciese antes. Sin embargo, ahora no
se acuerda de nada porque está demasiado
nerviosa.
-¿Qué esperas para levantarte e ir a
cenar? –pregunta Karla.

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-Esperaba que… -pero Carlota no se
atreve a pedir aquello que realmente quiere: su
regalo. ¿Cómo es posible que su madre crea que
puede comer en un momento como éste?
-¡Ah, claro! Ahora recuerdo que tengo que
darte algo -dice Karla burlándose entre
carcajadas-. Pero, ¿qué?
-Mamá… -protesta Carlota muy bajito,
absolutamente desesperada.
Pero Karla ya ha salido por la puerta y, al
poco, vuelve con un paquete envuelto con un
papel negro lleno de estrellas y una lunita
sonriente a modo de lazo.
Carlota salta de la cama, ya tiene la caja
en sus manos y la zarandea de un lado a otro.
-¡Ay, ay! -se oye dentro de la caja.
-¿Has oído, mamá?
-Sí, y parece que tendrás que ir con un
poco más de cuidado si no quieres hacer daño a
tu regalo.
La brujilla coloca el paquete sobre la
mesa y, mientras aparta la luna y las estrellas,
piensa intrigada en lo que puede haber dentro.
Veamos. Un Sapo Vestido no puede ser, porque
solamente las aprendices pueden tener uno para
que las ayude en sus obligaciones y quehaceres.

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¿Un búho? No, tampoco. Sólo las maestras
brujas como su madre los usan como mensajeros
y vigías. ¿Entonces?
Abre la caja y dentro de ella encuentra al
más pequeño y simpático de los fantasmas. Él le
sonríe de oreja a oreja (si las tuviera, claro).
Está un poco sofocado por el encierro y tiene
las mejillas coloradas por la vergüenza. Parece…
¡una gota de agua grandota!
Carlota se ha quedado con la boca
abierta, sólo acierta a pestañear muy deprisa.
-¿Es un fantasma?
-Sí, lo es.
-¡Es un fantasma!
-Sí, Carlota, ya lo veo.
-Es el regalo más bonito del mundo.
¿Cómo se llama?
-No lo sé, pregúntaselo a él.
El fantasma ahora sí que está colorado y
muy contento, porque aquella brujilla que le mira
con los ojos muy abiertos y con tanto susto
acaba de decir de él que es el regalo más bonito
del mundo.
Carlota pone su cabeza a la altura de él y
le pregunta:
-Y tú, ¿cómo te llamas?

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-Me llamo Glup. ¿Y tú?
-Yo soy Carlota.

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Capítulo 3.- Inseparables y novatos.

-Y ahora, vamos a cenar -propone Karla


yendo hacia la puerta.
Pero enseguida se da cuenta de que nadie
la ha oído, de que se han olvidado de ella porque,
aunque la comida se enfríe sobre la mesa o sus
tripas empiecen a rugir como leones
hambrientos, Carlota y Glup están siendo
víctimas de un auténtico ataque de amistad.
Sin embargo, Karla sí que tiene hambre.
Así que dibuja un círculo de luz en el aire y lo
envía con un gesto hacia su hija y hacia el
pequeño Glup. El efecto es instantáneo. Ambos
descubren a un tiempo que en sus estómagos
hay un agujero que tienen rápidamente que
llenar, a poder ser, de comida.
-¿Cuándo cenamos? –preguntan a un
tiempo.
-Ya.

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Y solamente cuando ha salido del
dormitorio, Karla se atreve a sonreír y a pensar:
“he aquí una pequeña muestra de las aplicaciones
que tiene la magia en la vida doméstica”. Aún
así, la maestra bruja no es amiga de usar los
poderes con su hija, ella prefiere que Carlota,
más que obedecerla sin rechistar, aprenda las
cosas por sí misma. Por eso le ha regalado ese
fantasma novato, para que lo cuide y sea más
responsable, para que piense un poco antes de
hacer las cosas.
Mientras, detrás de ella, Glup se ha
hecho una pelota, ha saltado de la mesa y ha
acabado aplastado contra el suelo con todo el
aspecto de un huevo frito. Pasa un instante,
pasa un segundo, y el fantasma no se mueve.
Carlota empieza a sentir miedo. ¿Se habrá
hecho daño? ¿Se habrá roto algo, aunque sea
incapaz de imaginar el qué y no sepa dónde? Un
momento, parece que el fantasma se mueve; ¡sí!,
está hinchándose poco a poco como si fuese un
globo y vuelve a tener el mismo aspecto de gota
de agua grandota que tenía al principio.
-Es increíble. ¿Puedes cambiar de forma
siempre que quieras? ¿Puedes parecerte a
cualquier cosa?

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-No, aún no, todavía estoy aprendiendo.
La verdad -contesta, agachando la cabeza un
poco avergonzado- es que lo que he hecho es lo
más fácil de todo y lo único que sé hacer,…
bueno… espero no haberte asustado.
-Un poco de susto sí que he pasado, pero
ha sido fantástico, me ha gustado mucho.
Glup vuelve a estar contento y colorado.
¿No es el fantasma más afortunado del mundo
por tener de compañía a una brujilla tan amable
y simpática?
Comienzan a andar hacia el comedor
donde Karla espera impaciente. Glup va abriendo
el camino, avanza flotando suavemente en el
aire, tan pendiente de Carlota que tropieza con
un jarrón de plantas venenosas que hay en el
pasillo.
Esto deja a la brujilla un poco preocupada
y cuando ya están todos cenando en la mesa
dice:
-Mamá, si los fantasmas atraviesan las
paredes, ¿por qué Glup se ha hecho un chichón y
lo ha tirado todo por el suelo?
-Porque es muy pequeño y aún tiene que
aprender a cruzarse con los objetos sin
tropezar con ellos. Los fantasmas como

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nosotras tienen que practicar mucho. Por eso tú
tienes que ayudarle ahora para que, cuando te
crezca la nariz, él te ayude.
-¿Y cuándo le va a crecer la nariz? -
pregunta Glup.
-Eso nadie lo sabe. Igual que ahora no
sabemos cuando tú podrás atravesar las
paredes sin ni siquiera tener que pensarlo. Lo
único que se puede hacer es estudiar y
practicar mucho. Sólo de ese modo, un día,
Carlota se descubrirá haciendo magia y tú te
verás al otro lado de un muro sin un rasguño.
El resto de la noche pasa en un suspiro.
Los dos nuevos amigos se cuentan secretos,
hacen mil planes y van de acá para allá sin dejar
de hablar. A veces, vuelve a aparecer el
auténtico ataque de amistad y se quedan como
tontos, mirándose, hasta que empiezan a reírse,
tan fuerte, que acaban tirándose al suelo y
pataleando como locos para que el cuerpo no les
estalle de la alegría.
Tan entretenidos han estado que no se
han dado cuenta de que el tiempo ha pasado
deprisa, de que el sol ya quiere amanecer y
ahora, que están cansados y tienen sueño, han
de fabricar una cama para Glup antes de poder

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irse a dormir. Cogen la caja en la que el
fantasma ha venido, la forran por dentro con el
papel de regalo plagado de estrellas, y ponen el
lazo en forma de luna en una de las esquinas.
Colocan la caja sobre la mesilla de noche, al lado
de la lámpara, y Glup en dos saltos ya está
acomodado en ella.
-Buenos días -le dice Carlota.
-Buenos días -contesta él, estirándose un
poco hasta lograr soplar la llama de la vela-.
Que duermas bien.
Yo también espero que duerman bien
porque mañana, a estas horas, aún cuando los
ojos les lloren de sueño o quieran cerrarlos por
culpa de la luz del sol, Karla no les va a dejar
irse a la cama hasta que dejen su laboratorio
tan vacío de duendes como lo está hoy, un día
antes de sus travesuras.
El sol toca con uno de sus rayos amarillos
el Valle de las Brujas y nuestros amigos, junto
con la mayoría de los habitantes de este curioso
lugar, ya duermen. Felices terroríficos sueños.
Hasta mañana.

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Capítulo 4.- Karla se tiene que ir.

Ya es mañana.
El sol se ha escondido tras las montañas
y, en su lugar, ha llegado una noche vestida con
una larga capa cubierta de estrellas.
Karla entra en el cuarto de su hija como
hizo ayer, como hace todas las noches.
-¡Arriba, dormilones!
Carlota está a punto de decir aquello de
“pero mamá, si todavía esta anocheciendo”,
cuando de repente se acuerda de su amigo.
¿Habrá dormido bien? ¿Habrá extrañado la
cama? ¿Se levantará con tortícolis? La pequeña
bruja se restriega los ojos con las manos y se
incorpora en la cama para poder ver dentro de
la caja donde continúa durmiendo Glup. Karla se
asoma con ella.
-Parece que estaba muy cansado.
Pobrecito, ayer fue un día de muchas emociones
para él.

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-¿Y qué hacemos, mamá?
-Agita la caja poquito a poco hasta que se
despierte.
Carlota empieza a hacer lo que su madre
le ha dicho. Al principio, con tanta suavidad que
parece que esté acunando al fantasma. Pero
después, sin darse cuenta, empieza a
impacientarse, a zarandear la caja de un lado a
otro, hasta que, con tanto meneo, con tanto
para acá y para allá, la luna de papel cae encima
de la cabeza de Glup y éste, ¡qué remedio!, abre
los ojos por fin.
-Buenas noches, dormilón.
-Buenas noches. ¿Cuándo cenamos?
Karla no puede evitar sonreír. “Los
fantasmas son así, comilones y hechos de aire.
Pura energía.”
-Cuando os lavéis un poco y tú, Carlota, te
peines.
No han hecho más que sentarse a la mesa,
cuando un búho con cara de pocos amigos entra
por la ventana. En cuanto Karla lo ve, se pone en
pie y sale de la habitación sin decir palabra,
seguida de cerca por el vuelo silencioso del
pájaro.

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Glup ha visto toda la escena y, aunque
lleno de curiosidad, también está un poco
enfadado.
-¿Quién es ese pájaro tan antipático que
entra en una casa y no dice ni buenas noches ni
pío?
-Rudolf.
Carlota le explica a Glup que a veces
surgían en el Valle problemas muy secretos e
importantes, problemas que sólo las maestras
brujas como Karla podían solucionar. En esas
ocasiones, ellas preferían no usar las bolas de
cristal. Para esos momentos, siempre era mejor
que los búhos fuesen los mensajeros, porque
ellos escuchaban y callaban, miraban a todas
partes con los ojos muy abiertos y sólo
murmuraban el mensaje en el oído de la bruja
adecuada cuando estaban seguros de que nadie
podía oírles.
Glup va a hacer otra pregunta cuando
Karla aparece en la puerta del comedor vestida
con una larguísima capa morada. Y tras ella, un
Sapo Vestido con una pequeña maleta y el
silencioso Rudolf con la misma cara de pocos
amigos con la que se ha presentado en mitad de
la cena.

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-He de irme. Es un asunto muy
importante.
-¿Cuándo volverás?
-Espero que antes de que amanezca.
Estaré aquí para deciros buenos días y
arroparos. Portaos bien. Hasta luego.
-Adiós.
Karla ya se ha ido y los dos amigos se han
quedado solos en la casa.
-Y el sapo, ¿de dónde ha salido?
-Vive en el laboratorio de mi madre. Sólo
sale por trabajo, para reuniones y cosas así. Yo
casi no le conozco y nunca he hablado con él.
-¿Nunca?
-Nunca.
De repente, el pequeño fantasma se
acuerda del maleducado de Rudolf.
-¿Ni tan siquiera te ha dicho buenas
noches cuando has entrado en el laboratorio? –
pregunta, a punto de volver a enfadarse.
-No, lo que pasa es que yo no he estado
nunca allí.
-Pero…
Glup no entiende nada. ¿Cómo es posible
que Carlota, siendo la hija de una bruja tan
importante como Karla, no haya estado nunca en

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el laboratorio de su madre, la habitación más
importante de toda la casa, de la que no sale ese
sapo que sólo es un ayudante?
-Es por mi nariz -explica Carlota-. Sólo
entraré cuando me haya crecido y me digan las
palabras mágicas.
-¿Qué palabras mágicas?
-Las que hacen que la llave encantada, la
que abre la puerta y que siempre está dentro,
cobre vida. Hasta entonces no podré entrar,
hasta que no sea una aprendiz. ¡Tengo unas
ganas…!
El fantasma piensa que la vida es muy
injusta con su amiga Carlota. Le da un poco de
pena verla tan sola mientras Karla está
trabajando, sin que el sapo le hable o los búhos
la miren, sin poder entrar en el laboratorio,
esperando a que la nariz le crezca. ¡Menos mal
que él está allí! Quizás pueda ayudarla.
-¿Dónde está el laboratorio?
-En el sótano.
-¿Me llevarás cuando acabemos de cenar?
-Bueno -dice la brujilla encogiéndose de
hombros-. Pero estará, como siempre, cerrado.

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-No importa. Oye, ¿sabes que esta tarta
de ortigas está buenísima? ¿Crees que Karla se
enfadará si nos la comemos toda?

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Capítulo 5.- ¡Victoria!

-Te dije que estaría cerrada.


La puerta del laboratorio es una puerta
como otra cualquiera, muy grande y pesada, de
madera. Más de una vez Carlota ha mirado por
el ojo de la cerradura intentando adivinar qué
hay tras ella; la brujilla cree que Glup mirará
también por el agujero como ella pero, en vez de
eso, el fantasma mira la puerta de arriba abajo
como si tomara medidas.
-¿Qué buscas?
-Ya lo verás.
El fantasma se separa un poco y piensa:
“¿Qué se puede perder por intentarlo?”
-Creo que sí podré –dice al fin.
-Podrás, ¿qué?
-Entrar en el laboratorio, coger la llave y
abrirte.
Carlota no sabe si creerle o reírse.

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-¿Y cómo vas a entrar si aún no sabes
atravesar los objetos?
-Puedo cambiar de forma, ¿te acuerdas?
Me voy a estirar todo lo que pueda, intentaré
ser como una cuerda y, después, cuando esté
listo, sólo tendrás que meter un extremo dentro
de la cerradura e irme empujando después.
¿Vale?
Dicho y hecho. De alguna forma que nadie
que puede entender, el fantasma comienza a
estirarse por donde una persona tiene los
brazos.
-Vaya, necesito que me ayudes un poco.
-¿Cómo?
-Pon una de tus manos encima de mi
cabeza y empuja hacia el suelo.
-¿Así?
-Sí.
-Si te hago daño, me avisas, ¿vale?
-No te preocupes. Si me lo haces, gritaré
lo más fuerte que pueda.
Carlota no puede estar más sorprendida.
Quizás Glup no consiga entrar en el laboratorio
tal y como ha planeado, pero sólo ver cómo se
estira y estira es algo increíble y sorprendente,
es algo que merece la pena.

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-Pareces un brazo de gitano.
-Y ahora, con las dos manos, empieza a
moldearme despacio como si fuese plastilina.
La brujilla lo hace girar una y otra vez
contra el suelo mientras empuja.
-¿De verdad que no te hago daño?
-No. Sólo tengo la nariz un poco
aplastada.
Glup ya casi no es Glup.
-¡Espera! Mira a ver si quepo ya por el ojo
de la cerradura.
Carlota toma una medida con los dedos y,
después, sin moverlos, se acerca a la puerta
para comparar los tamaños.
-Ya está. Es suficiente.
-Ven, corre. Creo que me están
empezando a fallar las fuerzas. No quiero
hincharme de repente y quedarme atrapado.
Carlota lo recoge del suelo, mete un
extremo en el agujero y empieza a empujar con
un poco de prisa pero también con cuidado
porque… Glup no sólo es un regalo de
cumpleaños, Glup es su mejor amigo.
Cuando más o menos medio fantasma ha
pasado por la cerradura, Carlota encuentra un
pequeño bulto que es su nariz.

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-Ya casi estás. En cuanto la nariz esté al
otro lado, caerás más deprisa por el peso.
-Pero… ¡si yo no peso!
-Anda, pues es verdad. Bueno, no pasa
nada, te sigo empujando. Un poco más de
paciencia y… ¡listo!
Glup ya está al otro lado de la puerta.
-¿Qué haces? ¿Qué pasa? ¿Por qué no me
dices nada? –pregunta la brujilla entre
preocupada y nerviosa.
-Espera, Carlota, un momento. Tengo que
hacer un poco de gimnasia, si quiero volver a ser
como antes. ¿Dónde está la llave? ¡Ah, ya la veo!
¡Uf, lo que pesa! No me extraña que tu madre
use unas palabras mágicas para moverla y no la
saque nunca de aquí.
Carlota empieza a ser presa de la
emoción. Es ahora, al oír el ruido en la
cerradura al otro lado de la puerta, cuando por
fin se da cuenta de que va a entrar en el
laboratorio de su madre, aunque… muy
probablemente a ella no le gustaría.
-¡Ya!
De repente, la puerta se abre y Glup
aparece frente a Carlota con una grandísima
sonrisa.

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-Maestra bruja Carlota, este laboratorio
es totalmente suyo.
El fantasma hace una reverencia muy
simpática y, muy contento por haber ayudado a
su amiga, la invita a entrar en aquel extraño
lugar de la casa donde Karla inventa hechizos y
vive casi todo el tiempo un Sapo Vestido.

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Capítulo 6.- Frascos y libros.

Frente a ellos se abre una escalera


excavada en la roca, estrecha y empinada, con
los escalones desgastados por miles de años de
pisadas. Es un camino oscuro y misterioso.
Apenas iluminado con la luz de algunas
antorchas.
Carlota y Glup están de repente un poco
asustados. Es posible que, durante un momento,
por sus cabezas pase la idea de volver a la casa;
pero la curiosidad es más fuerte que el miedo y
enseguida empiezan a bajar despacio, casi sin
hacer ruido.
Como el fantasma va flotando, sólo se oye
el roce de los zapatos de Carlota sobre la
piedra, nada más.
-¿Por qué bajas con tanto cuidado?
-No lo sé. Y tú, ¿por qué hablas tan
bajito?.
Se paran. Se miran.

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-¡Qué tontos somos! Pero si nadie nos ve.
-Y Karla no está.
-Te echo una carrera. Quien llegue último
se convierte en sapo.
¡Allá van! Menos mal que la pequeña bruja
no tropieza, o que Glup logra esquivar sin
problemas las antorchas que hay colgadas en las
paredes, porque si no hubiera sido así, ¿te
imaginas el barullo que se habrían armado al
caer escaleras abajo hechos un lío?
Y como llegan al laboratorio a la vez, no
te voy a contar las increíbles transformaciones
que hay que sufrir hasta quedar convertido en
un simple sapo. Quizás en otro momento.
Mientras recobran el aliento y resoplan,
miran a su alrededor e intentan abarcar todo el
laboratorio de un vistazo. ¿Qué es lo que ven?
Frascos y libros.
Tres de las cuatro paredes están
ocupadas por estanterías donde, perfectamente
ordenados, sólo hay frascos y libros. Y en la
pared que queda libre, hay una chimenea
rodeada de cazuelas y cacharros y una mesa
atiborrada de papeles sobre la que, sin duda,
Karla estudia conjuros, repite palabras mágicas
o es posible que hasta invente hechizos.

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Carlota se acerca a la estantería donde
se apilan los frascos. En uno de los estantes, en
un cartoncito blanco, lee: abamitos. Después
deja resbalar la mirada sobre las etiquetas que
están pegadas en todos esos botes y lee en
ellas: escama de abamito, furor de abamito
viejo, hígado (primero) de abamito,… “¿Qué será
un abamito?”, se pregunta la brujilla intrigada.
Un poco más allá, la palabra es: dragones.
Cabeza de dragón-caballito, colmillos de dragón
enano, dientes… lunares, miradas… zarpas.
Cambia de estantería. Los libros también
están clasificados. Amuletos, apariciones…
gruños, grutas, habas, hebichos, hipos,…
¡Tantas cosas y tan interesantes!
Sin embargo, la brujilla no puede evitar
sentirse un poco perdida. ¿Qué libro ha de
escoger primero? ¿Por dónde ha de empezar si
quiere aprender lo que sabe su madre aunque su
nariz siga siendo respingona?
Mientras tanto Glup parece haber tenido
un poco más de suerte. Ha descubierto el sitio
en el que Karla guarda todas esas cosas que le
traen buenos recuerdos, desde los tiempos en
que sólo era una brujilla más yendo a la escuela
hasta ser lo que es hoy, una de las más

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importantes maestras brujas en el Valle de las
Brujas.
Allí está el diploma que obtuvo con sus
estudios en varitas mágicas firmado por las
amigas que hizo entonces, las hadas. También se
encuentra la colección de bolas de cristal que ha
ido usando, que ahora no funcionan o se han
quedado un poco anticuadas. La maleta de su
primer Sapo Vestido que un día decidió ir en
busca de aventuras y del que, de vez en cuando,
aún recibe noticias, la última vez de un país muy
lejano que se llama España… Y entre otras
muchas cosas que sólo Karla sabe qué significan,
Glup descubre un libro que le llama
inmediatamente la atención.
-Carlota, ven.
-¿Qué pasa?
-Mira este libro.
Ni Carlota ni Glup pueden saber el
recuerdo que encierran sus páginas, ése que a
Karla aún hace sonreír.
Fue hace mucho tiempo. Era una noche
muy importante para las compañeras de
estudios de Karla. Si ese día a los ojos de
cualquier habitante del Valle eran novatas, al día
siguiente para todos serían brujas. Los

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exámenes y deberes se habían acabado por fin
para ellas. Bueno, para todas ellas no, porque
Karla había decidido dedicarse a la magia
profesionalmente y seguir estudiando. Aquella
noche hicieron una fiesta de despedida y sus
amigas le regalaron el libro que Glup acaba de
descubrir ahora: “Aprenda a manejar duendes
sin esfuerzo”. Cuando Karla abrió el regalo y
leyó el título, todas estallaron en carcajadas y
risas. Porque cualquiera que haya ido al colegio
de las brujas, por muy novata que sea, sabe que
ese tipo de libros no debe de tomarse en serio,
que los conjuros que contienen han de ser
considerados como trabalenguas o simples
chistes y que, aunque aparentemente funcionen,
es preferible no usarlos.
Pero Carlota no ha estado aún ni un solo
día en la escuela y, aunque Karla le haya dicho
muchas veces el cuidado que hay que poner
siempre que se va a hacer magia, ahora no se
acuerda de nada.
-“Aprenda a manejar duendes sin
esfuerzo” -lee en voz alta.
Y la brujilla encuentra en esas palabras
justo lo que está buscando: algo mágico, fácil y
divertido.

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Capítulo 7.- Carlota lo hace todo mal.

Aunque el libro no sea muy bueno, tiene


un prólogo lleno de recomendaciones y consejos.
E incluso, en todos los capítulos, junto al dibujo
de cada duende, se puede leer una pequeña
descripción de sus virtudes y defectos, de las
proezas que es capaz de realizar y cómo lograr
que ayude en aquello para lo que fue llamado. Y
también, lo que a veces es más importante, el
modo de hacerlos desaparecer cuando empiezan
a ser molestos o, si es posible, cómo conseguir
guardarlos hasta la próxima vez que sean
necesarios y que no se enfaden mucho.
Carlota, tan impaciente como siempre, no
lee ni una sola palabra. Y claro, no se entera de
que un duende es, por naturaleza, un ser
juguetón y travieso, alguien que la puede meter
en un buen lío.
La pequeña bruja abre el libro por una
hoja de en medio, sin pensárselo mucho.

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El capítulo que tiene ante sus ojos se
llama “Los Cuines”. Y justo debajo, puede ver el
dibujo de dos personajes que se parecen a Papá
Noel pero más pequeñitos, con las orejas
puntiagudas, con unos cuernos y un rabo.
-¿Qué te parecen?
-Simpáticos -contesta Glup.
-Creo que voy a intentar llamarlos.
-Vale.
Carlota ha tenido, por esta vez, suerte.
Sin saberlo, acaba de escoger a los duendes más
simpáticos, agradables y educados.
-El conjuro deben de ser estas palabras
de aquí.

“Palabasatas Malabazar,
trae a los Cuines para jugar.
Malabazar, Malabazar,
dos veces te llamo, así que tráeme un par”

Nada más acabar de leer estas frases tan


raras y difíciles de pronunciar, dos pequeños
duendes aparecen entre el humo de dos
nubecillas.
-¿Nos habéis llamado? –dice uno de ellos.
-¿Quién quiere jugar? –pregunta el otro.

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-Carlota, ¡has hecho magia!
-Sí. Y es facilísimo.
-¿Quién quiere jugar? –vuelven a
preguntar los Cuines.
-Yo -dice Glup.
Y se va con los duendes, dejando a la
brujilla con sus pensamientos. “¿Será siempre
tan fácil? Quizás deba repetirlo y asegurarme
bien.”
Pasa unas cuantas hojas del libro y...
ahora el dibujo muestra una caja abierta de la
que parece que hayan salido esos tres duendes
que hay a su lado. Uno de ellos saca la lengua,
otro bizquea los ojos y el tercero está tirado en
el suelo retorciéndose de risa.

“Los Mamur sólo quieren bailar y cantar,


los Mamur no paran de hacer ruido y
gritar.
¿Estás seguro de que los quieres a tu
lado?
¿No se cogerá tu madre un buen enfado?
Antes de acabar el conjuro, cuenta hasta
tres.
Sólo si estás muy seguro, di: uno, dos y
tres”

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Carlota, sin querer, ha leído las palabras
en voz alta. Y justo cuando se da cuenta de la
advertencia que encierran, cuando comprende
que los Mamur no son los mejores duendes para
hacer un simple ensayo, el conjuro se ha
acabado y es demasiado tarde.
Son mucho más pequeños que los Cuines y,
al contrario que éstos, ni tan siquiera la miran.
Sin importarles nada ni nadie, se ponen
inmediatamente a jugar. Sin preocuparse de que
sus risas y sus gritos, sus bromas y sus
canciones puedan molestar.
La brujilla se encoge de hombros y
piensa: “Bueno, mientras que lo único que hagan
sea ruido…”. Lo que realmente le importa a ella,
lo único en lo que puede pensar es en lo fácil que
está resultando ser bruja. “Y, ¿para esto hay
que ir tantos años al colegio?”, se pregunta
extrañada.
Carlota ya no puede parar. No le
interesan los juegos de Glup, ni los Cuines y,
menos aún, los escandalosos y maleducados
Mamur. Sólo le interesa la magia que va a hacer
que el duende que está viendo y que se llama
Dimoni, de manos y pies grandes, de boca
descomunal, vestido con unos horribles

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leotardos a rayas y una vieja capa, salga del
papel y sea verdad.

“Monidi, nidimo, dimoni”

¡Ya está!
-¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Qué hago? –
dice inmediatamente él.
-Pues no sé.
-¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Qué hago? –
vuelve a repetir.
-Lo que te apetezca con tal de que dejes
de molestarme. Tengo mucho que hacer –
contesta ella.
Si Carlota hubiese leído el libro antes de
llamarle...hubiese averiguado que los Dimonis
son muy inquietos y siempre tienen que estar
haciendo algo porque, si no, empiezan a cambiar
las cosas de sitio que es lo que en realidad
prefieren hacer.
¿Tú crees que a Karla le gustará
encontrar, en su ordenado laboratorio, todo
fuera de sitio mientras los Mamur le gritan al
oído y los Cuines la preguntan una y otra vez si
quiere jugar? Yo pienso como tú que la maestra

41
bruja se va a enfadar, pero esperemos a ver qué
ocurre.
Ahora, los Mamur empiezan a tener
envidia de los juegos que los Cuines inventan
para Glup, pero sólo se les ocurre hacerles
burla. ¿Y el Dimoni? Se lo está pasando en
grande poniendo los libros con los frascos, los
papeles dentro de las cazuelas y las bolas de
cristal un poco por todos los sitios.
Mientras Carlota, atrapada por la magia
aparentemente inocente del libro, parece que no
se da cuenta de nada. No oye los pasos y las
voces que bajan por la escalera, ni ve la luz de
las velas o, ¿son los primeros rayos del día?
Karla aparece en mitad del laboratorio y,
junto a ella, el inseparable Sapo Vestido. Mira a
su alrededor y ¿qué ve? ¡Duendes! Duendes por
todas partes, revolviéndolo todo, gritando,
saltando y brincando sin parar.
-¿Se puede saber qué está pasando aquí?

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Capítulo 8.- Quien la hace, la paga.

-¿Se puede saber qué está pasando aquí?


Durante un momento todo el mundo se
queda quieto y mira a Karla. Pero sólo durante
un momento.
Enseguida, los Cuines empiezan a
preguntar quién quiere jugar, los Mamur gritan
entre risas qué está pasando aquí y el Dimoni
repite sin parar qué hago, qué hago y qué hago.
-Ya me contarás cómo habéis entrado
aquí -dice Karla mientras se sienta en un sillón
que hay junto a la chimenea.
Mira de reojo a su hija. ¿Cuántas veces le
ha dicho que siempre que se usa la magia hay
que tener mucho cuidado para que no te atrape?
Estas brujillas con sus pequeñas narices,
siempre tan impacientes. ¡La de veces que han
causado problemas en el Valle!
Afortunadamente, unos cuantos duendes no son
problema para una maestra bruja como ella.

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Sin embargo, aunque los gritos y las
preguntas le estén poniendo los pelos de punta,
aunque sólo quiera gritar y que desaparezcan,
Karla decide que éste es el mejor momento para
que su hija aprenda una lección muy importante:
antes de emplear un conjuro, hay que conocer
las consecuencias que éste tiene y también
saber qué hay que hacer o decir para que
desaparezcan sus efectos.
-Quiero que dejes el laboratorio como lo
encontraste. Te será fácil usando la magia del
libro, la misma que has usado para traer a los
duendes.
Carlota está metida en un buen lío.
Glup quiere ayudarla pero no sabe cómo.
Su madre sabe cómo y no la quiere
ayudar.
¿Y ella? Ella acaba de descubrir que ser
bruja no es tan sencillo y que Karla no la va a
dejar irse a dormir aunque sea de día hasta que
el laboratorio vuelva a estar tan ordenado como
estaba al principio.
Pero, ¿cómo va a lograr averiguar qué
tiene que hacer si la rodean unos duendes
chillones que parecen no cansarse nunca?

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-Quizás deberías empezar por hacer que
alguien se calle -comenta Karla.
-Yo podría jugar con los Cuines a que
somos mimos, o a las películas,… -susurra Glup al
oído de la agobiada Carlota.
-¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Qué hago? –
pregunta el Dimoni antes de que la brujilla
pueda hablar con su amigo.
-Lo que te apetezca con tal de que dejes
de molestarme. Tengo mucho que hacer –
contesta Carlota mientras piensa que más
descolocado que está todo ya no lo puede estar.
Y el Dimoni se calla aunque sigue
cambiando las cosas de sitio.
-¿Quién quiere jugar? -corean ahora a
gritos los Cuines.
-Yo -contesta el fantasma intentando
ayudar de algún modo a su amiga-. Juguemos a
las películas.
Un ratito más tarde, ya sólo quedan los
Mamur haciendo ruido.
-¿Qué está pasando aquí? ¿Qué está
pasando aquí?
“Tengo que hacerles desaparecer como
sea”, piensa Carlota.

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Coge el libro y empieza a pasar las hojas
de una en una hasta encontrarse con ese dibujo
en el que los Mamur sacaban la lengua, torcían
los ojos y se partían de risa. La brujilla busca
ahora en las palabras que antes no leyó el modo
de librarse de ellos.

“Los Mamur son capaces de grandes


proezas pero, curiosamente, no saben contar,
cosa que siempre olvidan. Por eso, cuando
alguien quiera librarse de ellos, ha de invitarlos
a contar cualquier cosa y verá como huyen
avergonzados al instante”

¡Sí! ¡Ésa es la solución!


-¿Qué está pasando aquí? ¿Qué está
pasando aquí? –preguntan los Mamur que no se
han dado cuenta de que Carlota tiene un plan
para hacerlos desaparecer.
-Lo que pasa es que no sé en cuantos
trozos tengo que partir la tarta –contesta ella,
disimulando.
-¿La tarta? ¿Qué tarta?
-Mi tarta de cumpleaños. ¿Podríais
hacerme el favor de contar cuantos somos
mientras voy a buscarla a la cocina?

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-Claro. Vamos a ver. Uno, dos,… cinco,
ocho, tres y cuatro.
-No, no es así. Uno y dos, pero después…
seis, ocho, tres y cinco. Somos cinco.
-Antes éramos cuatro.
-No puede ser. Os habéis equivocado.
Volvamos a empezar.
-Tres, cinco, ocho.
-Dos, quince, cuatro.
Parece que vayan a estar todo el día
diciendo números a lo loco, ¿verdad?, pero, de
repente, se miran, bajan la cabeza y
desaparecen en silencio.
-¡Qué tranquilidad! -dice Karla-. ¿Podrías
seguir ahora con los Cuines antes de que se
cansen de estar tan callados?
Carlota vuelve a buscar en el libro.

“Los Cuines odian los problemas de


matemáticas…”

-Venid, Cuines, ¿puedo haceros una


pregunta?
Los dos pequeños y amables Papá Noel
asienten con la cabeza, ignorantes del martirio
que aquella brujilla les ha preparado.

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-¿Me sabríais decir cuántas cosas hay
dentro del sombrero de un mago si éste, antes
de su actuación, mete en él siete pajaritas de
papel, dieciséis pañuelos de colores, docena y
media de huevos de codorniz y tres piruletas de
fresa?
Es un problema muy sencillo pero… ¡pluf!,
¡pluf!, y el par de duendes desaparecen en dos
nubecillas de humo que terminan por diluirse en
el aire.
Karla hace como que no mira, pero la
verdad es que no pierde detalle de lo que hace
su hija. Carlota se está librando de los duendes
muy deprisa y a ella casi se le ha pasado el
enfado, sin embargo,… la maestra bruja ha
decidido que no la dejaría ir a dormir hasta que
su laboratorio quedase perfectamente ordenado
y ahora no va a cambiar de opinión, no cuando
todavía está el Dimoni yendo de un lado para
otro sin parar, removiéndolo todo.
Mientras Carlota continúa leyendo en el
libro.

“Los Dimonis, como ya se ha dicho, si hay


algo que prefieren es cambiar las cosas de sitio.
¿Por su culpa le rodea el desorden? No se

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preocupe. Dándoles las órdenes adecuadas,
conseguirá todo lo que quiera de ellos, que
vuelvan a dejarlo todo en su sitio o que se
vayan; para conseguir esto último caso, bastará
con que les mande hacer algo que sea imposible”

-Dimoni, deja eso.


-Y, ¿qué hago? ¿Qué hago? ¿Qué hago?
-Separa las cosas con etiquetas de las
que no la tienen.
-Ya.
El duende cuando sabe lo que tiene que
hacer, se mueve muy deprisa.
-Ahora, el montón de cosas con etiquetas
tienes que dividirlo en dos, por un lado los botes
y frascos, por otro los libros.
El Dimoni es tan rápido que Carlota
empieza a pensar que quizás pueda irse pronto a
la cama.
-En esta estantería vas a colocar los
frascos. Pero tienes que tener cuidado, las
palabras escritas en los cartones blancos
pegados en los estantes han de coincidir con las
etiquetas de los frascos que pongas en ellos.
¿De acuerdo?
-Vale.

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-Muy bien. Ahora, haces igual con los
libros. Y después, del otro montón de cosas que
no tienen etiqueta, los peroles y cazuelas los
cuelgas de los ganchos que hay en la pared,
junto a la chimenea, sobre la mesa, justo al lado.
Ya solamente quedan las cosas que Karla
ha ido guardando con los años, sus queridos
recuerdos.
-Espera. Ya los colocaré yo –dice la
maestra bruja-. Tú sólo has de ocuparte de que
el Dimoni desaparezca; cuando lo consigas,
podrás irte a dormir.
La brujilla ha de encontrar una misión
imposible antes de que el duende vuelva a hacer
sus preguntas sin parar o empiece a
desordenarlo todo de nuevo.
-Está bastante bien, Dimoni, pero sólo
falta una cosa. Para que lo dejes perfecto, es
necesario que separes las motas de polvo
blancas de las negras y, después, coloques las
blancas flotando en el aire y las negras en el
suelo.
El duende no se da cuenta de la trampa.
Intenta coger una partícula de polvo, cree que
la ha atrapado, pero cuando abre la mano para
ver su color, no consigue encontrar nada.

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-¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Qué hago?
-Lo que te he dicho, colocar las motas de
polvo.
-Pero…, es que…, no puedo.
-Entonces, no tendrás más remedio que
irte.
¡Plas! Y el Dimoni no dará mas problemas,
ha desaparecido.
-Bien. Ya podéis iros a la cama.
La brujilla mira a su alrededor. ¿Y Glup?
¿Dónde se ha metido? ¡Ah! Ya lo ve. Hecho una
pelota, completamente dormido y escondido
debajo de la mesa.
-Glup, despierta, ¿es que no quieres irte a
la cama?
-¿Y los duendes? ¿Quién ha colocado
todo? ¿Qué me he perdido?.
-No te preocupes. Mañana te lo cuento.
-Perdona, Carlota, pero creo que me
entró un poco de sueño y…

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Capítulo 9.- Yo prefiero los finales
felices, ¿y tú?

Tan sólo han pasado unas horas y ya está


aquí otra vez la noche con su preciosa capa de
estrellas.
Karla entra en el cuarto de su hija; sin
embargo, en vez de ir como siempre a abrir las
ventanas, se acerca en silencio a Carlota y a
Glup. Sólo será un momento, enseguida les dirá
que se levanten de la cama y es posible que,
quizás hoy, después de su travesura, consiga
que se pongan en pie y se laven la cara sin tener
que oír las acostumbradas protestas.
Karla sonríe mirando a su hija y mueve un
poco los labios. Ven, acércate conmigo o no
podrás oír lo que está diciendo.
-Parece que ya estás preparada, Carlota,
que ya tienes todo el deseo que se necesita para
a ir a la escuela y ser una buena bruja. Hoy
cuando te mires en el espejo, te vas a llevar una

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sorpresa y, cuando seas mayor, alguien te
contará este secreto, entonces entenderás qué
ocurrió hoy mientras dormías.
Pues yo sí que no entiendo nada. ¿Y tú?
¡Espera! ¿No ves cómo Karla acerca el
dedo índice a la nariz de su hija, cómo sale de él
un rayo de luz verde? ¿Lo ves ahora? ¡Es la
nariz de Carlota que se está haciendo grande y
larga! ¡Huy, vaya susto se va a llevar cuando
despierte!

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