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La primera prueba documental que proporciona información directa sobre el

funcionamiento del sistema manorial data del siglo IX. En aquel entonces ya estaba
establecido en el área que se extiende entre los ríos Loira y Rin (norte de Francia, sur de
los Países Bajos y oeste de Alemania) y en el valle del Po, al norte de Italia.
Posteriormente se extendió, con modificaciones, a Inglaterra a través de la conquista
normanda, a las zonas de España y Portugal reconquistadas, a Dinamarca y a la Europa
Central y Oriental. En territorios como Escocia, Noruega y los Balcanes nunca hubo un
auténtico manorialismo, e, incluso dentro de áreas de economía manorial, hubo
regiones, generalmente montañosas, que mantuvieron formas de organización
diferentes. No existía lo que podríamos llamar un manor típico, ya que se dieron
numerosísimas variaciones tanto cronológicas como geográficas. Con fines
comparativos, sin embargo, resultará útil que nos construyamos un hipotético manor
ideal (la figura 3.1 muestra un manor auténtico). Como unidad administrativa y de
organización, el manor consistía en unos terrenos, unos edificios y las personas que
cultivaban aquéllos y habitaban éstos. Desde un punto de vista funcional, la tierra se
dividía en terreno de cultivo, de pasto, prados, monte, bosque y tierra baldía; desde un
punto de vista legal, en el demesne [dominio] del señor, las tierras de los campesinos y
la tierra común. El demesne del señor, que a veces, pero no necesariamente, estaba
cercado o separado de la tierra de los campesinos, representaba aproximadamente el 25
o 30% de la tierra cultivable del manor; incluía la manor house, los graneros, los
establos, la forja, los jardines y acaso los huertos y viñedos. La tierra que los
campesinos labraban para sí estaba situada en vastos campos abiertos que rodeaban la
manor house y el pueblo; la tierra se dividía en franjas o parcelas pequeñas, y cada
colono tenía derecho posiblemente a dos docenas o más de parcelas diseminadas por los
campos del manor. Los prados, pastos (incluyendo la vaine pâture o campos en
barbecho que se usaban para apacentar el ganado), bosques y montes se tenían en
común, si bien el señor vigilaba su utilización y se reservaba privilegios especiales en
los bosques. La manor house, con frecuencia fortificada, servía de residencia al señor o
a su representante. Cuando se trataba de grandes señores propietarios de muchos
manors, el manor podía dejarse, en feudo, a un señor de categoría inferior o a un
vasallo; en ese caso, el vasallo, a cambio de prestar servicio militar, tenía derecho a
beneficiarse del señorío del manor. Catedrales y monasterios tenían también sus propios
manors, que podían cederse a vasallos, ser administrados directamente por los clérigos,
o confiarse a administradores o mayorales laicos. El ideal feudal era «ninguna tierra sin
señor, ningún señor sin tierra», pero no se cumplió de modo universal. En principio, la
función del señor era la defensa y la administración de justicia; podía interesarse
personalmente en la explotación de su demesne, pero en general dejaba esta tarea a un
mayoral o administrador. Con frecuencia gozaba de otros derechos, como la propiedad
del molino, el horno y el lagar. Los campesinos vivían en compactas aldeas a los pies de
las murallas de la manor house o en sus cercanías. Sus chozas constaban simplemente
de una o dos estancias, a veces con un granero que servía de lugar para dormir. La
construcción podía ser de madera o piedra, aunque lo más frecuente es que fuera de
barro y juncos, con suelo de tierra, sin ventanas y con tejado de paja con un agujero que
servía de chimenea. Podía haber edificios auxiliares para el ganado y las herramientas,
pero en invierno los animales compartían el alojamiento familiar. Las aldeas
normalmente estaban situadas en las inmediaciones de un arroyo que proporcionaba
agua, movía el molino y, en ocasiones, el fuelle del herrero. A menos que la manor
house tuviera capilla (a veces incluso cuando la tenía), una pequeña iglesia completaba
el panorama de la aldea. Éste es nuestro hipotético manor. Pero en la realidad las
variaciones eran infinitas. Pese a que el ideal podría haber sido una aldea por manor,
con frecuencia un manor abarcaba varias aldeas, o, con menos frecuencia, una única
aldea estaba dividida en dos o más manors. En ocasiones, los campesinos sujetos al
señor no vivían en aldeas, sino en aldehuelas dispersas o incluso en granjas aisladas.
Estos dos últimos tipos de asentamientos se encontraban sobre todo en regiones de suelo
poco fértil o montañoso, donde la forma manorial de organización se dio de manera
atenuada o no se produjo; pero en la cuenca mediterránea, especialmente en el sur de
Francia y en la mayor parte de Italia, a lo largo de toda la Edad Media se mantuvieron
las pequeñas parcelas cercadas de terreno con viviendas aisladas, típicas de la época de
los romanos. En aquellas áreas donde, por decirlo así, la forma de organización basada
en el manor se introdujo desde el exterior, como fueron la península Ibérica, el este de
Alemania o incluso Inglaterra, se modificaron las características de tal organización
para adaptarse al suelo, clima, terreno y a las instituciones existentes. Por último, pero
no por ello menos importante, hay que decir que el manorialismo nunca fue esa
institución estática que a veces se representa, sino que estuvo siempre en estado de
evolución constante, normalmente de forma gradual, casi imperceptible, pero inevitable

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