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El estudio de los seres vivos precisa de una ordenación de acuerdo con sus
semejanzas y diferencias estructurales. El sistema linneano tiene un evidente
sentido práctico, pero su vigencia se debe a la interpretación en términos del
principio evolutivo que asigna un parecido mayor hacia aquellos grupos
filogenéticos más próximos.
En la descripción del medio en que una especie vive intervienen variables físicas
y biológicas por ello la noción de evolución como respuesta del organismo al
cambio del medio externo deben sustituirse por la coevolución de organismos y
ambiente. Buena parte de la evolución humana ha dependido de la modificación
de este medio dirigida a satisfacer los intereses del propio individuo.
Esencialmente nos caracterizamos por ser un animal que aprende, como señala
Gould, la neotenia hace que las distintas fases de la evolución humana ocurran
demasiado tarde. En cierta manera y en términos evolutivos hemos logrado en la
consecución del sueño de Fausto.
Para que la selección de los padres produzca una respuesta en los hijos es preciso
que las diferencias en capacidad replicadora muestren cierto componente
hereditario. El principio darwinista de selección natural ha sido calificado de
tautológico en numerosas ocasiones. Para que la selección natural actúe basta con
que existan diferencias hereditarias en eficacia entre los distintos individuos, no
tiene por qué conducir a una mayor adaptación de los organismos en su entorno.
La unidad de selección puede ser cualquiera: genes (se expresa en los gametos),
individuos o grupo de individuos. La consideración del gen como principal
unidad de selección se ha popularizado a través del modelo denominado “gen
egoísta” propuesto por R. Dawkins, en el que el individuo queda relegado al
papel de vehículo temporal utilizado por los genes para hacer máxima su propia
eficacia biológica, su capacidad diferencial de replicación. Pero sin embargo esta
hipótesis parte de supuestos excesivamente simplistas. El darwinismo clásico
mantenía que la selección natural actúa sobre las diferencias heredables en
eficacia biológica existentes entre los individuos de una misma población, pero la
unidad de selección puede ser también el grupo, cuando las eficacias biológicas
de los distintos grupos que componen una población varían hereditariamente de
unos a otros, y para ello, es preciso que los grupos manifiesten cierta permanencia
espacio temporal. Sí también existen diferencias entre la eficacia de los individuos
del mismo grupo en la selección actuara simultáneamente entre individuos y
entre grupos.
Ocurrió entre los años 1930 y 1940 con la llamada síntesis moderna o
neodarwinismo. Las posturas de una y otra parte estuvieron fundamentalmente
determinadas por preferencias ideológicas y el debate se convirtió en una batalla
entre la derecha tradicional y la izquierda progresista. El signo cambió de pronto
cuando la lucha de clases cuestionó la legitimidad del liberalismo en la
continuidad del poder establecido y fue entonces la derecha en la que recurrió al
darwinismo para justificar la permanencia del origen social vigente. Pero el
evolucionismo no solo reemplaza un concepto estático del universo por otro
dinámico, sino que pretende explicarnos lo evocando exclusivamente causas
naturales y por extensión tiene a socavar la confianza en la noción de que el
hombre ha sido especialmente creado para la eternidad. El creacionismo solo
puede prosperar en una sociedad como la norteamericana, cuya gran mayoría
profesa alguna de las múltiples versiones del protestantismo atadas a la letra de
la Biblia.