«Los analistas de conductas desde siempre pusieron énfasis en la función de las
conductas. Eso fue dejado de lado con la terapia cognitivo-conductual
tradicional, donde el énfasis está en la forma o contenido de los pensamientos, y no en la función (discriminativa) que estos adquieren para la persona. Esta noción está implícita desde la forma en que se concibió la necesidad de sus técnicas (“pensamientos irracionales”) hasta los procedimientos mismos en sí (“reestructuración cognitiva”). Desde el contextualismo funcional, tratamos de recuperar el énfasis en la función de una manera radical. Toda operante tiene una función, muchas veces un conjunto de operantes terminan siendo reforzadas o castigadas de la misma manera en determinado contexto, y cuando esto ocurre, entonces hablamos de una clase operante. Eso significa que, funcionalmente hablando, sus miembros son intercambiables entre sí.
Para comenzar, un ejemplo fuera de la disciplina que puede servir. Imaginemos
un conjunto de objetos: Digamos un martillo, una piedra y un trozo de metal. Si tienes un clavo y tu objetivo es clavarlo en una madera, podrías usar cualquiera de los tres objetos y obtendrías el mismo resultado. Podrías, sin ningún perjuicio, intercambiar uno por otro y todos funcionarían por igual, independientemente de que un martillo no se parece en su forma a una piedra ni a un trozo de metal. Lo mismo ocurre con las respuestas cuando varias funcionan para lo mismo, es decir, cuando se encuentran reguladas por las mismas consecuencias o antecedentes: Todas aquellas respuestas que comparten la misma función, aunque difieran en la forma (topografía), conforman una clase funcional o clase operante.
Pasemos a un ejemplo más natural a nuestra disciplina: La conducta de imitar.
Imagina a un padre con su hijo. Ahora, si el padre levanta el brazo, y su hijo realiza el mismo movimiento; entonces, su padre va a alegrarse y a alabar a su hijo de las formas que socialmente conocemos. Ahora, si el padre se sienta, y a continuación su hijo lo hace también; entonces, el chico recibirá una vez más una recompensa por ello. La conducta aquí es la imitación, un ejemplo explícito y evidente de clase operante o clase funcional, ya que, formalmente, los miembros de esta clase difieren (levantar el brazo, sentarse, decir «mamá», etc.) sin embargo, la función de éstas en el ambiente es la misma (en todos los casos en que se repite lo que hace el modelo, se obtiene refuerzo positivo -o por lo menos, se obtiene intermitentemente-). Otro ejemplo similar ocurre cuando se le solicita a alguien que diga cuáles son los números primos: 1, 3, 5, 7, etc. Todos son diferentes entre sí, ya que la respuesta de verbalizar «uno», es diferente formalmente de la de verbalizar «cinco» -obviamente-, y sin embargo, la persona será reforzada cuando cumpla el criterio (números solo divisibles entre sí y la unidad) -una vez más, al menos intermitentemente-.
En las terapias de conducta de tercera generación (nivel aplicado que se articula
con el nivel filosófico que es el contextualismo funcional), tratamos las conductas verbales de la misma manera, por ejemplo, un cliente puede decir: “Soy muy tonto para relacionarme con chicas” o “Soy lo máximo en casi todo, eso no me afecta”, y si ambas conductas tienen la misma función (regular verbalmente la conducta motora de la persona, de modo que ésta evita contactar con mujeres cada vez que presenta este tipo de discurso privado, tras lo cual obtiene una reducción de la ansiedad como refuerzo), entonces forman parte de la misma clase operante, es decir, funcionan para lo mismo, y no importa cuán “negativa” parezca la primera o cuán “positiva” parezca la segunda, formalmente hablando. Por poner un ejemplo extremo que ayude a clarificar más este punto, imaginando una situación de consulta, podríamos decir que es mucho más funcional obtener una frase como “Qué tontería lo que hago pero igual lo haré”, si esto favorece que la persona se mueva en dirección de algo reforzante para sí; frente a una frase como: “Yo me siento capaz, siempre lo he sido, mi autoestima está intacta, solo que aún no es el momento”, si es que una frase así termina regulando la conducta de la persona en dirección de la evitación. Una vez más, si se trata de un análisis funcional, no importa la forma (topografía) sino el efecto (función) en el ambiente.
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