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Para esta historia, tuve que viajar a la ciudad de Huacho, para ser más específica, al Hospital
del Seguro “Gustavo Lanatta Luján”, puesto que allí me esperaba en su lecho de muerte un
hombre de más o menos 60 años. Perico es su apodo y me contó una experiencia que tuvo
cuando era joven, “para limpiar mi alma” dijo.
Perico era un joven paramonguino que por aquellas épocas de su juventud; tuvo la mala
fortuna de involucrarse con personas de dudosa reputación, cometía actos ilícitos, humillaba a
las personas, era irrespetuoso y andaba en malas juntas. Su madre no sabía cómo controlarlo
ya que él justificaba su accionar por culpa de la ausencia de una imagen paterna. Sus hermanas
no sabían cómo ayudarlo y el pobre muchacho se hundía más y más en un mundo lúgubre y
oscuro. Una noche, hubo una pelea entre dos pandillas del distrito y una de ellas era la de
Perico, esto originó una balacera en la ciudad y accidentalmente la bala cayó en el pecho de
Perico cerca de su corazón. Su grupo con el que andaba en ese instante lo abandonó en la
berma de la Plaza de Armas de la ciudad; pero, a pesar de eso, la gente que deambulaba por
los alrededores le brindó el auxilio debido. Los esfuerzos no eran suficientes para socorrerlo y
la ambulancia demoraba en llegar.
Al ser trasladado al hospital más cercano, llego muy grave a la sala de intervenciones
quirúrgicas (hoy sala de operaciones) y sentía claramente que los médicos hablaban entre ellos
sobre el estado de Perico, escuchaba como las enfermeras murmuraban sobre qué tipo de
medicamento dar y si de repente necesitaría una transfusión de sangre, pero lo más curioso de
su caso es que sentía fuertes latidos de su corazón, se sentía atrapado en su cuerpo sin poder
moverse, con los ojos cerrados imaginaba la ubicación de los galenos. Sintió un pinchazo en el
brazo derecho que él supone era anestesia general porque sintió que su cuerpo pesaba. “al
menos no sentiré nada cuando me intervengan” pensó para sí, pero ¡hey! Como es que,
aplicando la anestesia, ¿aún estaba consiente? No, eso es muy raro, se supone que eso lo
dormiría, pero el aún estaba escuchando a los médicos, a las enfermeras, escuchaba los pasos,
los instrumentos… ¿qué estaba pasando?… acaso, ¿la anestesia no hizo efecto?…
Uno de los médicos mencionó: - tenemos que hacer una incisión en medio del pecho, de más o
menos 15 cm de largo y 3 de profundidad para llegar hasta una zona cercana al impacto, hay
que tratar de no equivocarnos, si tocamos la aorta, sería fatal. Y perico lo escuchó todo, no
sabía qué hacer, tenía pleno conocimiento de todo lo que pasaba a su alrededor y no podía
hacer nada, sólo era una masa de carne echada en la camilla de una sala. Perico me contó, que
al momento de que los médicos colocaron el bisturí en el pecho sintió una punta filuda y muy
fría, propio de ese instrumento, lo que paso después fue un dolor indescriptible al
experimentar que esa herramienta estaba cercenando su pecho y un grito silencioso
retumbaba en su cabeza cada vez que el medico utilizaba el bisturí. - Paren, paren, yo aún
estoy consciente, me duele demasiado – repetía perico, una y otra vez; pero dentro de sí.
Tanto fue el dolor que no soportó y llegó un momento en que su mente se puso oscura y sintió
caerse, luego vio un camino pedregoso y un ambiente nublado, se vio a si mismo vestido de
blanco, sin herida de bala, sin cortes en los brazos, sin marcas en el cuerpo. Se preguntaba
dónde estaba, lo único que recordaba era que estaba en la cama de una sala de intervenciones
y nada más. Escuchaba llantos, lamentos, gritos y no entendía lo que decían.
De pronto, a lo lejos, alguien o algo se acercaba, vio la sombra de una persona aproximándose
a él y cada vez que llegaba se notaba más su apariencia. Era un hombre, no muy alto, de
cabellos negros, tez pálida casi amarillenta, ojos hundidos, labios resecos y manos
esqueléticas; vestido con harapos completamente de negro. Con una mirada perdida exclamó:
Fue así como ambos ingresaron, cuenta Perico, a una caverna muy oscura y estrecha, con olor
a azufre muy mal oliente donde las paredes quemaban y llovía granizo ardiente. Las vías de
acceso eran muy peligrosas, casi intransitables, llenas de escombros, barro, lavas, cadenas
oxidadas, restos humanos, etc. Por la descripción del ambiente imagino que había de ser el
infierno, donde las almas sufren, lloran, se desgarran día a día y así por toda la eternidad. Cada
vez que Perico miraba hacia algún lado veía desgracias y eso lo asustaba, hasta que el espectro
le dijo:
Luego de ver como se consume la mujer, el espectro le mostró a Perico otra situación igual de
desgarradora como la anterior.
Luego del recorrido y de percibir el gran sufrimiento, Perico y el espectro llegaron al mismo
lugar donde comenzaron, en el limbo. Hasta que Perico se atrevió y preguntó:
- ¿Por qué me enseñaste todo esto? ¿Qué esperas que haga? Preguntó Perico.
- He estado aquí durante demasiado tiempo amigo mío, y lo que has visto es solo una
muestra del sufrimiento que hay aquí y que los vivos no imaginan que existe. La
finalidad de este viaje conmigo es por dos motivos; la primera para que Dios vea que
hago lo posible para redimir mis culpas y aliviar mi condena ofreciéndole a alguien la
posibilidad de ver lo que todos desconocen para que no pasen por lo que puedo pasar
yo; a la vez, Perico, te invoco a que cambies tu vida, créeme cuando te digo que vivir
lejos de la gracia de Dios no es el mejor de los caminos, haz visto lo que le pasa a la
gente cuando se aleja de él. Aun estás a tiempo, vuelve y cambia…
- Tienes razón, no quiero vivir así por la eternidad, te pido ánima, que me permitas
regresar, quiero vivir. Suplicó Perico.
- Si es así y lo pides de corazón, así será. Me voy, espero no volver a verte nunca más
Perico. Dijo el espíritu.
- Antes de que te vayas, dime ¿Cuál es tu nombre? Para decirle al mundo que por ti
cambié mi vida. Dijo Perico.
- El espectro volteó y a medio sonreír le dijo: sólo di que tuviste una entrevista con un
ángel caído.
Luego de las palabras del alma, Perico vio que una fuerte llama de luz blanca se apoderaba del
espacio y sintió que subía. Poco a poco abrió los ojos y se dio cuenta que estaba en la cama de
un hospital con el médico y toda su familia alrededor. Nuestro amigo volvió a nacer. Al cabo de
un tiempo, Perico cambió rotundamente su vida, se alejó de las malas amistades, pidió perdón
a su familia y consiguió un trabajo. Además, pudo casarse y tener hijos, eso sumado al hecho
que se volvió devoto de San Martín de Porres, así él pudo tener una vida tranquila.
Perico me comenta que, sintió la obligación de transmitir esta experiencia a la mayor cantidad
de personas que pudiera, y para suerte yo soy una de ellas. No sé si será cierto o falso lo que
me contó; lo que si pude notar que cuando terminó la historia vi en su rostro una expresión de
alivio y tranquilidad. La misma tranquilidad que mostró al momento de su deceso. Como
investigadora y escritora de este relato, lo único que me queda es compartirlo con ustedes y
tener siempre presente que nuestras acciones buenas o malas, tienen consecuencia en el más
allá.