Está en la página 1de 2

Al abrir los ojos, lo primero que noté era que mis cuadros y pósters no

estaban donde se supone, deberían estar cada mañana al despertar en mi


habitación. De un momento a otro oigo risas y ruidos electrónicos y una voz
femenina que me dice: tranquilo no te desesperes que ya te quitamos ese
tubo de la boca… y es ahí donde me doy cuenta de que no estaba en mi
habitación ni en mi casa, sino hospitalizado en una UCI y desesperadamente
intentando gritar porque me siento ahogado por aquel tubo que me habían
colocado para poder respirar. No sabía qué sucedía, mi cuerpo estaba pesado
y sentía cables, agujas y electrodos conectados a mí y un olor a alcohol y a
sangre en todo lado y me cuesta recordar cómo y porque estaba ahí. Oigo a
alguien decir: que llamen a doña Nelly, que él, o sea yo ya había despertado y
me percato de las sábanas y la bata que traía puesta y que en todo lado decía
Centro Médico Imbanaco 2015. Me preguntaba: ¿Imbanaco? Y recordé que
había oído hablar de ese lugar en un comercial en la emisora de la fundación
Carvajal e inmediatamente empecé a darme cuenta de que era lo que me
estaba pasando. Me siento hinchado y lento, algo inmóvil. La historia empieza
a mostrarse en microsegundos de recuerdos que parecían déjàvus. No sabía
si realmente habían pasado o estaban por pasar, pero mientras corren los
minutos, me voy dando cuenta que todo había pasado, y que tenía mi pecho
y mi tórax recién cocidos. Estaba totalmente aterrado. ¿Operado del
corazón? Si, así había sido y así será hasta mi vejez y mi muerte. Nunca
imaginé estar en esa posición, en ese lugar con mi cuerpo hinchado y mi
corazón cicatrizando, sin poder moverme, sin poder caminar, sin poder ser yo.
A partir de ahí muchas cosas cambiaron. Primero era aceptar tal condición.
Quería despertarme todos los días en un lugar diferente a ese, en mi casa, en
mi ciudad o al menos en un lugar donde no estuviera yo pasando por esta
situación, donde estuviera el yo de hace unos días donde literalmente no me
dolía ni una muela, como dice la experiencia (los viejos). Nunca imaginé que
esto me fuera a pasar. Llore mucho porque mi mundo estaba cambiando, y
sabia lo frágil que sería de ahora en adelante. Recordaba las últimas cosas
que había hecho, las personas con las que había compartido antes de
enfermarme, los lugares, las calles, mi familia, mis cosas. Todas las noches
procedían a hacerme diálisis. Me decían que una infección había
contaminado mi sangre y que eso daño mi corazón. En las madrugadas me
daban muchas pastas, y mantenía sediento con un aliento a químico, a
fármaco.
Cuando dormía casi siempre soñaba que un rayo de sol me quemaba, y
que buscaba refugio y entonces despertaba ahogándome por la resequedad
de mi lengua. Por días sentí culpa y arrepentimiento. Sentía que merecía vivir
esto. Tenía muchas razones para creer que el no morir dormido en un
quirófano y seguir viviendo sería una forma de castigo divinamente merecido,
tal vez por mal hijo, o mal hermano, o mala persona, y lo que más se
aproximaba, a lo cual, si estaba seguro de serlo, que era haber sido infiel,
desinteresado y promiscuo. Eso sí que me lo creí toda mi estancia en
Imbanaco. Pase semanas sin bañarme, y sin mirarme en un espejo. Lloré y me
maldije el día que pude caminar solo e ir al baño y mirarme en un espejo y
ver mi cuerpo remendado. No lo soporte, no lo podía creer.
Era yo y sigo siendo yo.

También podría gustarte