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Michaihue, 23 de abr.

de 2022
A mi mamita Maggi
No sé si recordarás una historia que te conté hace unos dos años; cuando una tarde de
verano iba caminando por Manuel Rodríguez a la altura de la central, por donde quedan
ese par de botillerías que estando abiertas afuera siempre tienen un grupo de viejitos
tomando. Vi allí a un señor en silla de ruedas, canoso y lento, que intentaba avanzar.
Me dirijo hacia él, lo saludo y le ofrezco mi ayuda. Probablemente quiere volver a su
casita pienso yo, así que me dispongo a empujar su silla hacia donde me indica. Sigo sus
indicaciones hasta que me dice “por acá, quedémosnos por acá” en la plaza de pinares,
allí dejo su silla en la sombra y es cuando me dice que me siente junto a él en una banca.
El caballero saca una cajita de vino blanco que tenía escondida en su silla de ruedas, me
ofrece y así me empieza a conversar sobre su familia, que toma vino blanco para que los
otros viejos no le anden pidiendo, no ve que se les sube la presión; no cualquiera toma
vino blanco…
No hubo realmente problema, hasta que comenzó a ponerse medio raro; se empezó a
pasar un poco al dulce y preguntarme cuando seria nuestro próximo encuentro, que yo
era su amiga… Yo solamente le seguí el juego, acordamos una fecha para nuestro
siguiente encuentro, pero nunca más fui. Desde ese día no he vuelto a pasar al frente de
esta botillería tranquila, pensando que va estar el caballero. Me produce una incomodidad
tremenda ver al grupo de abuelitos tomando….
Por esta y muchas historias mas he aprendido a ser desconfiada, a tener esa
incomodidad, casi un miedo de fondo en torno a quienes resaltan por ese ser, esa mora y
apropiación de la calle que escapa los órdenes que uno esperaría de los espacios, que
tensiona y genera ruido frente a una visualidad limpia y ordenada de lo que debería ser.
Yo encuentro una “razón” para este sentir que me produce ese habitar, pero siento que
por conversaciones que he tenido contigo y muchas personas más que esta sensación de
incomodidad es algo que compartimos, que descoloca y genera ruido muchas veces solo
el hecho de presenciarla, y eso es realmente lo que me interesa investigar y descubrir,
preguntarme: ¿En la medida de qué un habitar se convierte en incómodo para otros? ¿Es
un rechazo, una tensión que se produce por la sola visualización de estos habitares? ¿Por
la experiencia? ¿Deberían permanecer ocultos y así dejar de incomodar? ¿Es un habitar
incorrecto, frente a un habitar que parece si ser correcto en la medida que no incomoda?
Pero, mamá ¿Qué pensarías si te digo que asimismo yo he incomodado a otros? Pienso
esto, y recuerdo… Cuando la Pía me decía que sus papás no la dejaban ir al parque
ecuador, que anda pura gente tomando… Pero yo soy también esa gente que anda
tomando. Cuando hemos estado en la playa de Boca sur con el Dani, con harta ropa fea
encima por el frio y la posibilidad de que se ensucie, haciendo nuestra fogatita para cocer
unas cholgas y las familias que pasaban se alejaban de nosotros luego de habernos
mirado cautelosamente pensaba, ¿Es mi apariencia, la pinta que llevo puesta?
Claramente no voy de punta en blanco, ¿Es lo que estoy haciendo, o la posibilidad de lo
que podría hacer lo que incomoda y genera rechazo?

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