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El Sábado

1. Fueron, pues, acabados.

Los primeros versículos del capítulo segundo y la mitad del vers. 4 son en realidad una
continuación ininterrumpida del relato de la creación del capítulo primero. El vers. 1, en
solemne retrospección, vincula la obra de los seis días precedentes con el descanso sabático
que siguió. Cuando Dios "acabó... la obra que hizo" no dejó nada inconcluso (Heb. 4: 3). La
palabra "ejército", tsaba', denota aquí todas las cosas creadas.

2. En el día séptimo.

Se han hecho varios intentos para resolver la aparente dificultad entre el vers. 1 y el vers. 2:
uno declara que la obra de Dios fue terminada en el sexto día y el otro en el séptimo día. La
LXX y las versiones samaritano y siríaca han elegido el camino más fácil para resolver el
problema, sustituyendo con la palabra "sexto" la palabra "séptimo" del texto hebreo donde se
la usa por primera vez. Algunos comentadores están de acuerdo con este cambio, pensando
que la palabra "séptimo" del texto hebreo es un error de copista. Sin embargo, al proceder así
infringen una de sus propias reglas básicas de crítica textual: que la más difícil de dos
lecturas posibles es generalmente la original.
"Acabó", yekal. Algunos eruditos, comenzando con Calvino, han traducido yekal como
"había acabado", lo que es gramaticalmente posible. Otra interpretación considera que la
obra de la creación fue terminada tan sólo después de la institución del día de reposo.
La terminación consistió pasivamente en la cesación de la obra creadora y
positivamente en la bendición y santificación del día séptimo. La cesación, en sí misma,
formó parte de la terminación de la obra.

Reposó.

El verbo "reposó", shabath, significa literalmente "cesar" de una labor o actividad (ver
Gén. 8: 22; Job 32: 1, etc.). Como un artífice humano completa su obra cuando la ha llevado
hasta su ideal y entonces cesa de trabajar en ella, así también, en un sentido infinitamente
mayor, Dios completó la creación del mundo cesando de producir algo nuevo, y entonces
"reposó". Dios no descansó porque lo necesitara (Isa. 40: 28). Por lo tanto, el reposo de
Dios no fue el resultado ni del agotamiento ni de la fatiga, sino el cesar de una
ocupación anterior.

Debido a que la frase usual "tarde fue, mañana fue, el séptimo día" no aparece en el Libro
Sagrado, algunos expositores bíblicos han pretendido que el período de descanso no continuó
únicamente durante 24 horas -como cada uno de los seis días precedentes- sino que comenzó
al terminar el sexto día de la creación y continúa todavía. Pero este versículo refuta tal punto
de vista. Este no es el único texto de las Escrituras que impresiona al lector imparcial con el
hecho de que el descanso de Dios sólo se efectuó durante el séptimo día, pues el Decálogo
mismo declara palmariamente que Dios, habiendo trabajado seis días, descansó el séptimo
día de la semana de la creación (Exo. 20: 11).

De acuerdo con las palabras del texto, los seis días de la creación fueron días terrestres de
duración común. Ante la ausencia de cualquier clara indicación contraria, debemos entender
de la misma manera el séptimo día, y más todavía puesto que en cada pasaje donde se
menciona como la razón del día de reposo terrestre, es considerado como un día común (Exo.
20: 11; 31: 17).

3. Bendijo Dios al día séptimo.

Se añade una explicación del significado y la importancia de este día de reposo. Aquí el
Registro sagrado relaciona estrechamente el día de reposo semanal con la obra de Dios de la
creación y su descanso en el séptimo día así como lo hace el cuarto mandamiento. La
bendición sobre el séptimo día implicaba que por ella era señalado como un objeto
especial del favor divino y un día que sería una bendición para las criaturas de Dios.

Y lo santificó.

El acto de santificación consistió en una declaración de que el día era santo, o puesto
aparte para propósitos santos. Así como después fue santificado el monte Sinaí (Exo. 19:
23) o, temporariamente, investido con santidad como la residencia de Dios, y así como
Aarón y sus hijos fueron santificados, o consagrados, para el oficio sacerdotal (Exo. 29: 44),
y el año del jubileo fue 233 santificado, o consagrado, para propósitos religiosos (Lev. 25:
10), así también aquí fue santificado el séptimo día y, como tal, fue proclamado como día
festivo. Este acto de bendecir el séptimo día y declararlo santo se hizo en favor de la
humanidad para cuyo beneficio fue instituido el sábado. El día de reposo semanal con
frecuencia ha sido considerado como una institución de la dispensación judaica, pero el
Registro sagrado declara que fue instituido más de dos milenios antes de que naciera el
primer israelita (un descendiente de Jacob - Israel). Además tenemos la palabra de Jesús
que declara: "El día de reposo fue hecho por causa del hombre" (Mar. 2: 27), lo que
indica claramente que esta institución no sólo fue ordenada para los judíos sino
también para toda la humanidad.

Porque en él reposó.

Dios no podría haber tenido una razón más excelsa para ordenar que el hombre reposara en el
séptimo día que aquella de que al descansar así el hombre pudiera disfrutar de la oportunidad
de reflexionar en el amor y bondad de su Creador, y así asemejarse a él. Así como Dios
trabajó durante seis días y descansó en el séptimo, así también el hombre debía
trabajar asiduamente durante seis días y descansar en el séptimo. Este día de reposo
semanal es una institución divina dada al hombre por Dios, el Creador, y su
observancia es requerida por Dios, el Legislador. Por lo tanto, el hombre que retenga
para sí cualquier parte de todo este tiempo santo se hace culpable de desobediencia
contra Dios y de robarle como propietario original de las facultades y del tiempo del
hombre. Como una institución establecida por Dios, el sábado merece nuestra honra y
estimación. Su descuido Dios lo computa como pecado.

El sábado demanda la abstención de todo trabajo físico común y la dedicación de la


mente y del corazón a las cosas santas. Se advirtió a los israelitas que lo usaran para santas
convocaciones (Lev. 23: 3). Los Evangelios afirman que así fue usado por Cristo y los
apóstoles (Luc. 4: 16; Hech. 17: 2; 18: 4, etc.) y que deberían continuar observándolo los
cristianos después de que Cristo completara su ministerio terrenal (Mat. 24: 20).

El hecho de que el sábado continuará siendo celebrado en la tierra nueva como un día
de culto (Isa. 66: 23) es una indicación clara de que Dios nunca tuvo el propósito de que
su observancia se transfiriera a otro día. El sábado semanal es el monumento
conmemorativo de la creación, que hace recordar al hombre, cada semana, el poder
creador de Dios y cuánto le debe a un Creador y Sustentador misericordioso. Un
rechazo del sábado, es un rechazo del Creador, y abre de par en par la puerta a toda
suerte de teorías falsas. "Es un testimonio perpetuo de su existencia [de Dios], y un
recuerdo de su grandeza, su sabiduría y su amor. Si el sábado se hubiera santificado
siempre, jamás habría podido haber ateos ni idólatras" (PP 348, 349).

Un vapor.

La palabra hebrea traducida "vapor", 'ed, es de un significado algo dudoso porque, fuera de
este texto, aparece sólo en Job 36: 27. Algunos eruditos la han comparado con la palabra
asiria edú, "inundación", y han aplicado este significado a los dos pasajes bíblicos donde
aparece. Pero la palabra "inundación" no cuadra con el contexto de ninguno de estos pasajes,
al paso que la palabra "neblina" o "vapor" encuadra bien en ambos casos. En traducciones
antiguas solía usarse la palabra "manantial", lo que revela que no se la entendía bien. La
imposibilidad de que un manantial pudiera haber regado la tierra, claramente muestra que
"manantial" no puede ser la traducción correcta de 'ed. "Neblina" parece ser la mejor
traducción y en este caso podemos pensar en "neblina" como un sinónimo de "rocío" (PP 84).

El hecho de que la gente del tiempo de Noé se mofara de la idea de que la lluvia del cielo
pudiera traer destrucción sobre la tierra en un diluvio, y que Noé fuera alabado por creer
"cosas que aún no se veían" (Heb. 11: 7), indica que la lluvia era desconocida para los
antediluvianos (PP 83, 84). Sólo Noé, con los ojos de la fe, pudo imaginar agua que cayera
del cielo y ahogara a todo ser viviente que no buscara refugio en el arca que él construyó. El
hecho de que el arco iris fuera instituido después del diluvio (Gén. 9: 13-16), y no parece
haber existido antes, da mayor firmeza a la observación de que la lluvia había sido
desconocida antes de ese acontecimiento.

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