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Una sociedad deshilachada...

que la izquierda no es capaz de


coser.
En los últimos quince años hemos sufrido tres crisis, de magnitudes y
orígenes muy diferente, que se han enlazado: la crisis financiera de 2008-
09 que se agudizó por las políticas de austeridad fiscal y devaluación
salarial desarrolladas en Europa a partir de 2011, la de la pandemia del
COVID-19 de 2020-21, y hoy la derivada de la brutal invasión rusa de
Ucrania, que está teniendo graves consecuencias sobre los precios de la
energía en todo el mundo.

Como resultado de ello la sociedad española se ha ido deshilachando -


según el Informe de la Red Europea Contra la Pobreza en el año 2020 un
total de 12.495.000 españoles, más de uno de cada cuatro, están en riesgo
de pobreza o exclusión social-, pero no solo en términos de desigualdad
social. La concatenación de crisis está diluyendo el debilitado capital social
de nuestro país, entendiendo este como el conjunto de redes y
organizaciones que se construye sobre relaciones de confianza y
reciprocidad y que, por tanto, cimenta la cohesión de una sociedad.

Durante la mayor parte del siglo XX en gran medida fue la izquierda la que
nutrió ese capital social inmaterial, también la Iglesia aunque en un
espacio ideológico situado a menudo en las antípodas.

Cuando la izquierda ha sido más útil a la sociedad ha sido cuando ha


intervenido como un catalizador social que estimula que los ciudadanos
actúen colectivamente en pos de un bien común a la vez que buscan la
satisfacción de sus necesidades y deseos individuales. Cuando ha sido
capaz de coser el alma de la sociedad a través de una densa red de
estructuras capaces de intermediar entre la ciudadanía individual y el
poder, mediante entramado compuesto por sindicatos, organizaciones
vecinales, colegios profesionales, asociaciones de consumidores,
organizaciones agrarias, ganaderas, pesqueras, deportivas, entidades
culturales y científicas.

Mientras que en una sociedad deshilachada los diferentes grupos e


individuos que sufren malestares de diverso origen pierden la visión de
que una parte importante de la solución a sus problemas es colectiva. Esa
es la gran victoria de la derecha. Además aquella parte de la sociedad más
vulnerable, que se siente como un jirón deshilachado de la comunidad y
que teme que pronto puede pasar a ser un “olvidado u olvidada”, se
convierte el mejor caldo de cultivo para el crecimiento de la ultraderecha.

No parece posible que la reconstrucción del alma de la sociedad pueda


quedar principalmente en manos de los partidos políticos de la izquierda,
como ocurrió en gran medida el pasado. El momento de los partidos
políticos de masas ha pasado, la sociedad, para bien o para mal, es ahora
más rica culturalmente y más plural.

Para afrontar con éxito la tarea de recoser nuestra deshilachada sociedad


es necesaria la implicación del diverso y disperso entramado social que
todavía subsiste, incluidos los partidos por supuesto pero no en una
posición de preeminencia ya que estos a menudo lo único que ofrecen es
una perspectiva excesivamente instrumental para incrementar sus votos
en las siguientes elecciones.

Para reforzar ese capital social profundamente erosionado deberían jugar


un importante papel dinamizador, pero no monopolizador, los sindicatos
ya que han sido las organizaciones que menor grado de desgaste han
sufrido gracias a su contrastada capacidad de ser útiles y auto
regenerarse.

En momentos de incertidumbres como el actual la sociedad tiende a optar


entre dos tendencias antagónicas: reconstruir los perdidos espacios de
comunidad, u optar por liderazgos caudillistas en los que no hay
intermediarios entre estos y los ciudadanos. Ambas opciones generan
resultados sociales muy diferentes.

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