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El individualismo como causa de la crisis

Por Valentina Paulsen.


En Chile estamos viviendo un proceso difícil de crisis, que pese a los intentos
parece no tener una solución convincente. Pero ¿Lograremos algo con el
individualismo que nos envuelve y que caracteriza cada vez más a la sociedad
actual?
Hemos sido educados en un mundo donde cada uno vela por sus propios
intereses y no mira más allá de su nariz, perdiendo cada vez más el sentido de
comunidad. Se ha diluido el vínculo y empatía con el otro, de modo que pasamos
a ver a nuestros pares como una limitación para alcanzar nuestros objetivos
personales.
La pérdida de colectividad podría atribuir sus orígenes a los años 80’, donde
comenzó a extenderse con fuerza esa cultura individualista, por ejemplo, con el
modelo de las Isapres, donde la cobertura médica se asociaba a la capacidad de
pago de cada uno, lo mismo con las AFP y los establecimientos educacionales. De
ese modo, se fue reforzando el ámbito económico, pero olvidando los espacios
colectivos al trasladar la importancia a la esfera personal. Eso se puede ver
reflejado no solo en las personas, sino también en las instituciones y partidos
políticos que se ciegan en sus ideales de “derecha” o “izquierda” pero descuidan el
origen de los problemas. Lo anterior, fue una de las principales causas del
estallido social: ningún conglomerado pudo anticipar ni evitar el conflicto, ya que
estaban muy ocupados en aquellas luchas sin sentido.
Pero, ¿Cómo es posible que eso ocurra en una sociedad democrática? Acá, es
pertinente citar una frase de Tocqueville, quien afirmaba que “el ámbito de lo
común tiende a diluirse en los tiempos democráticos”.
Siguiendo con la idea anterior, la mayoría de nosotros conoce el concepto de
solidaridad, sin embargo, tenemos una idea muy reducida de esto: creemos que
se trata de “salvar” al otro en momentos difíciles, tal como ocurre en las campañas
solidarias o al entregar dinero a un mendigo. El gran problema está en que
accedemos a ser solidarios siempre y cuando no cruce el límite de lo personal. En
este sentido, se deja de lado el concepto de comunidad. Un ejemplo de lo anterior,
es lo que ocurrió cuando comenzó la pandemia, donde todos corrían al
supermercado a abastecerse con insumos y sobre todo, con papel higiénico en
tremendas cantidades. Sin embargo, la crisis sanitaria nos dejó una enorme
lección: no sacamos nada con cuidarnos si el otro no lo hace. De ese modo, el
Covid-19 nos plantó en la cara el significado de solidaridad comunitaria y dejó en
evidencia que es muy difícil llegar a buen puerto sin trazar un camino común, en el
que todos se cuiden y respeten las normas.
Algunos adultos y la mayoría de los jóvenes, crecimos en un sistema en que se
nos inculcó la meritocracia asociada a la competencia como principio clave para
triunfar en la vida, olvidando que somos parte de una sociedad, donde el consenso
y reciprocidad son necesarios para vivir en armonía y cumplir nuestros fines.
Lo anterior se asocia directamente con los valores que plantea Michel Sandel en el
video “La tiranía del mérito”, como patriotismo, fraternidad, bien común. En ese
sentido, cabe preguntarse ¿Dónde vamos a llegar en Chile? Un país tajantemente
dividido, en el que los principios de los que habla el filósofo parecen olvidados:
proclamamos esa meritocracia que tiene fallas profundas, predomina la existencia
de una élite que vive en su burbuja hermética desconectada de la realidad, que
accede a la mejor educación del país y luego pasa a formar parte de la vida
política. Así continúa el círculo vicioso, que se mueve alrededor de grupos sociales
reducidos.
Además, los postulados de Sandel son muy acertados para nuestro país, porque
la dignificación del trabajo es algo que los chilenos no tenemos inculcado: si es
médico, merece todos los respetos, pero si es jardinero, peluquero o incluso
profesor (una de las causas del problema educativo) se mira en menos. Esa crisis
valórica, también trae aparejada la desigualdad en los ingresos. De esa forma, las
personas se ven imposibilitadas de desarrollar sus virtudes, y de trabajar con
gratificación y dignidad, aspectos clave para una sociedad próspera.
En esa línea, el cambio Constitucional parece ser una opción viable para aumentar
la participación de sectores históricamente excluidos de las decisiones nacionales,
al mismo tiempo que durante el proceso se potenció la participación de la
sociedad civil.
Resulta óptimo para mejorar la cohesión social, que los planeamientos de Sandel
se incluyan en la agenda de futuros candidatos, pero no solo eso, sino que se
establezcan medidas eficaces para ponerlos en práctica, como por ejemplo, dar
fuerza a las asociaciones y promover el beneficio de pensar en términos
generales, como sociedad en conjunto y no como individuo. Porque sin duda, esto
es lo que se ha perdido en Chile: ya no existe mayor interés por formar parte de
partidos políticos, organizaciones sociales o sindicatos, debido a que no se ve en
ello ningún beneficio. De ese modo, se han diluido cada vez más los espacios
colectivos y resulta urgente recuperarlos.
En segundo lugar, es pertinente mencionar la charla TED “Por qué los gobiernos
deberían priorizar el bien común” de Nicola Sturgeon, debido a que resulta
interesante analizar la situación de Chile con respecto a los temas que ella aborda.
En esa línea, nuestro país presenta una paradoja muy notoria: mientras somos el
“jaguar” de Latinoamérica en términos económicos, gozamos de estabilidad y
hemos reducido la pobreza en gran medida, hay un sentimiento de insatisfacción,
miedo y pérdida de confianza institucional. Entonces, ¿Qué está fallando?
El crecimiento económico de Chile no ha sido equitativo, y si bien ha disminuido la
pobreza, la curva de ingresos es plana, de modo que las personas de la clase
media viven con temor constante a que cualquier enfermedad, situación difícil o
incluso la vejez, los haga retroceder a la pobreza. Al mismo tiempo, existe una
segregación muy marcada, sobre todo en el ámbito educacional y urbano. Un
ejemplo del desarrollo desigual ha sido la planificación urbana del país,
especialmente de Santiago, donde existen zonas centrales que concentran el
mayor poder adquisitivo, seguridad y mayor desarrollo en el ámbito de consumos y
servicios. En contraste a eso está la periferia, con escaso control policial, sectores
amenazados por el narcotráfico y nulas posibilidades de alcanzar un nivel de vida
similar al de los sectores privilegiados. Además, se suma la inequidad
presupuestaria en la burocracia municipal de ambos sectores y la baja
participación en organizaciones ciudadanas. Lo anterior, trae un efecto negativo
en términos de cohesión: cuando las personas de aquellos sectores vulnerables
logran salir adelante, lo único que quieren es emigrar hacia los lugares más
pudientes y así, se sigue perpetuando la desigualdad y desconexión.
Siguiendo con la idea de Nicola Sturgeon, en nuestro país resulta necesario
reformar el sistema, de modo que se avance hacia una economía a escala
humana, donde no se considere a las personas como un número, sino como un
engranaje fundamental para que el crecimiento económico sea legítimo y vaya de
la mano con el bienestar de cada individuo.
Sin duda lo anterior no es tarea fácil y probablemente tomará años evidenciar un
cambio notorio. Sin embargo, pareciera que la sociedad de a poco va cambiando,
ya sea por las lecciones que han surgido en los últimos años o porque
simplemente, nos hemos dado cuenta de que hay falencias patentes en el sistema
actual que requieren ser modificadas, para lo cual el trabajo en conjunto y cambio
de mentalidad resultan fundamentales.

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