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“… Un escorpión que deseaba atravesar el rio le dijo a una rana:

                      -llévame a tu espalda
                      -¿qué te lleve a mi espalda?- contesto la rana- ¡Ni pensarlo¡ Te conozco. Si te
llevo a mi espalda me picarás y me matarás.
                      – No seas estúpida- le dijo entonces el escorpión. ¿No ves que si te pico te
hundirás en el agua y que yo, como no sé nadar, también me ahogaré?…
Los dos animales siguieron discutiendo hasta que la rana al fin fue persuadida. La
cargó sobre su resbaladiza espalda, donde él se agarró y empezaron la travesía.
Cuando estaban en medio del gran rio, allá donde se crean los remolinos, de repente
el escorpión picó a la rana. Esta sintió que el veneno invadía todo su cuerpo y,
mientras se ahogaba, y con ella el escorpión, le gritó:
                      -¿por qué lo has hecho? Es irracional….
                      -no pude evitarlo- contestó el escorpión antes de desaparecer en las aguas-
ES MI NATURALEZA. “
Reflexionemos sobre el mensaje de este cuento, ¿qué significa?, para mí sería una
proyección de la vivencia de muchas familias con la adolescencia. ¿Por qué? En
muchísimas ocasiones los progenitores se plantean y nos preguntan
en Orientación Familiar, cómo es posible que sus hijas o hijos, a pesar de toda la
información que tiene sobre el consumo, sobre sus riesgos y los problemas que
les acarrea deciden consumir. No se lo explican, refieren que en el pasado de
alguna forma se carecía de información pero ahora no, se ha hablado desde la
pubertad en casa abiertamente del tema, saben que cualquier duda o consulta
pueden acercarse a  preguntar, y pese a eso, como es posible que empiecen  a
consumir.
Cuando aparecen estas dudas o estas reflexiones yo utilizo mucho este cuento, lo
utilizo porque para mí refleja lo que en muchas ocasiones vive y siente la persona
adolescente, a pesar de saber y conocer las consecuencias y los riesgos del
consumo, es por otras razones y otras causas por las que minimizan la
peligrosidad del tema y deciden “probarlo”, este cuento también hace que sus
progenitores entendamos y vivamos sus contradicciones, no como una alarma o
una situación sin salida, sino como parte de la vulnerabilidad y el cambio que
sufren y viven sus adolescentes.
Nuestra información como padres y madres, las muchas horas que dedicamos a
que “conozcan” el alcance de los usos inadecuados de nuevas tecnologías o de
probar determinadas sustancias, de empezar a fumar. ¿No sirve para nada?
¿Cómo es  “posible que con todo lo que ha protestado porque fumáramos ahora
ha empezado él o ella a fumar”?.

Madurar y crecer es un proceso de aprendizaje, en el que el punto clave es la


adolescencia, porque es la gran época de cambios y muchos de ellos se producen
a la vez, esto lleva a que en ocasiones se conviertan en “escorpiones”, que no
valoran los riesgos o las consecuencias o que no controlan su conducta, y se ven
arrollados o arrolladas por las apetencias o la impulsividad del momento.

A pesar de conocer las consecuencias y los riesgos hay otras variables que
adquieren mayor protagonismo, como la curiosidad, la necesidad de nuevas
experiencias, la presión de sus iguales, por parecerse o imitar a otras personas,
por sentirse mayores, etc.

Y ¿qué podéis hacer las familias antes esto?

En primer lugar tomar conciencia de esto, de la vulnerabilidad del proceso


adolescente, lo que hoy es blanco, mañana es negro. Esto evitará desmotivarnos,
frustrarnos o desmarcarnos. Todo lo contrario, hay que seguir informando y
advirtiendo de los riesgos a los que se enfrentan en la vida y de las consecuencias
de las decisiones que toman o de las cosas que hacen. Esto forma parte del
proceso de desarrollo y maduración personal que necesitaos fomentan en esta
etapa.

Además de nuestra constante supervisión, orientación y apoyo en los pasos que


van dando, necesitan motivación para una vida saludable y  diálogo, no solo sobre
estos temas sino sobre todo, y así sabremos que piensan, como sienten o viven
las cosas, donde tienen dudas o dificultades y podremos generar la respuesta
indicada y adecuada a cada uno.
La familia siempre será el principal factor de protección para que nuestras hijas e
hijos no incidan en comportamientos de riesgo. Sí hacemos que se sientan
queridos/as, tengan un sitio, un papel  y un reconocimiento dentro de su familia,
estaremos contribuyendo a que desarrollen una autoestima adecuada. Quien se
siente fuerte y seguro vivirá lejos de la aparición de conductas problema.

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