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PRÓLOGO A ESTA EDICIÓN

LIBRO Y LECTURA EN EL MUNDO DIGITAL

Roger Chartier

En una conferencia dictada en 1998 en Venecia en el marco de un


curso dirigido a jóvenes libreros italianos, Umberto Eco declaró: «Estoy
obsesionado desde hace algunos años por una pregunta planteada en
cualquiera entrevista o en cualquier coloquio al que me invitan: ¿Qué
piensa usted de la muerte del libro? No aguanto más el interrogante.
Pero como empiezo a tener algunas ideas en cuanto a mi propia muer-
te entiendo bien que esta pregunta repetitiva traduce una verdadera y
profunda inquietud'''.
Debemos compartir la inquietud de Eco y considerar la pregunta
con seriedad, y no darnos por satisfechos con la observación de que
nunca en la historia de la humanidad se han producido y vendido tan-
tos libros como en nuestros tiempos. Las evidencias de las estadísticas
no bastan para apaciguar las ansiedades frente a la posible desapari-
ción del libro tal como lo conocemos y, por ende, la desaparición de las
prácticas de lectura y la definición de la literatura que espontáneamen-
te vinculamos con este objeto específico, diferente de todos los otros
objetos de la cultura escrita, que es el libro, nuestro libro, con sus hojas,
sus páginas, sus tapas.
Pero más allá de esta inquietud compartida en cuanto a la posible
muerte del libro, y a la fecha de su ineluctable desaparición, debemos
plantear una pregunta aún más fundamental: ¿Qué es un libro? No es
nueva la pregunta. Kant la formuló en 1798 en la «Ciencia del derecho»,
en la Metafísica de las costumbres. Su respuesta distingue entre el libro
corno objeto material, como «opus mechanicum», que pertenece a quien lo
ha comprado, y el libro como discurso dirigido al público, cuyo propietario
es el autor y cuya publicación —en el sentido de hacer público— se remite

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al »mandatum» del escritor, es decir al contrato explícito establecido entre les construidas por Fichte, pues, deben permitir la protección de los
el autor y su editor que actúa como su representante o mandatario'. editores contra las ediciones piratas sin perjudicar en nada la propie-
En este segundo sentido, el libro entendido como obra trasciende dad soberana y permanente de los autores sobre sus obras. Así, paradó-
todas sus posibles materializaciones. Según Blackstone, un abogado jicamente, para que los textos pudiesen ser sometidos al régimen de
movilizado para defender el derecho de copyright perpetuo de los libre- propiedad que era el de las cosas, era necesario que fueran conceptual-
ros londinenses perjudicados por una nueva legislación en 1710: «La mente separados de toda materialidad particular y referidos solamente
identidad de una composición literaria reside enteramente en el senti- a la singularidad inalterable del genio del autor. Para Diderot, es preci-
miento y el lenguaje, las mismas concepciones, vestidas con las mismas samente porque cada obra expresa, de una manera irreductiblemente
palabras, constituyen necesariamente una misma composición; y sea singular, los pensamientos o sentimientos de su autor, que es su legíti-
cual fuere la modalidad escogida para transmitir semejante composi- ma propiedad. En su Carta sobre el comercio de la librería de 1763 escribe:
ción a la oreja o al ojo, mediante el recitado, la escritura o el impreso, «¿Cuál es el bien que pueda pertenecer a un hombre, si una obra de
cualquiera que sea la cantidad de sus ejemplares o en cualquier mo- espíritu, fruto único de su educación, de sus estudios, de sus vigilias, su
mento que sea, siempre es la misma obra del autor la que así es transmi- tiempo, sus investigaciones, sus observaciones; si las más bellas horas,
tida; y nadie puede tener el derecho de transmitirla o transferirla sin su los más bellos momentos de su vida; si sus propios pensamientos, los
consentimiento, ya sea tácito o expresamente otorgado»s. sentimientos de su corazón; la porción de sí mismo más preciosa, la
Durante el debate llevado a cabo en relación a las ediciones piratas que no perece; la que le inmortaliza, no le pertenece?» 5.
en Alemania, donde eran particularmente numerosas debido a la mul- Es así que en el siglo xvin las respuestas a la pregunta «¿qué es
tiplicidad de las soberanías estatales, Fichte enunció de otra manera un libro?» fueron plasmadas en un lenguaje a la vez filosófico, estético y
esa aparente paradoja. A la dicotomía clásica que separa el texto del jurídico que fundamentaba la propiedad de los autores sobre sus obras
objeto, le añade una segunda que distingue en toda obra las ideas que y su consecuencia, es decir los derechos de los editores sobre las edicio-
expresa y la forma que les da la escritura. Las ideas son universales por nes que aseguraban la publicación y circulación de las obras. Pero antes
su naturaleza, su destino y su utilidad; por tanto, no pueden justificar de analizar por qué hoy en día se teme la desaparición tanto de la reali-
ninguna apropiación personal. Ésta es legítima solamente porque dad material del objeto como de la definición intelectual y estética del
«cada uno tiene su propio curso de ideas, su manera particular de for- libro percibido como obra por su lector, es quizá necesario encontrar
marse conceptos y relacionarlos unos con otros. Como las ideas puras otras respuestas a la cuestión planteada por Rant.
sin imágenes sensibles no solamente no se dejan pensar, tanto menos En el siglo xvn es a menudo el lenguaje metafórico el que per-
presentar a otros, es muy necesario que todo escritor dé a sus pensa- mite pensar la doble naturaleza del libro, como '«opus raechanicum» y
mientos cierta forma, y no puede darles ninguna otra que la suya pro- como «discurso». Es así que hacia 1680 un impresor madrileño, Alonso
pia, porque no tiene otra». De donde se desprende que «nadie puede Víctor de Paredes, invierte la metáfora clásica que describía los cuerpos
apropiarse de sus pensamientos sin cambiar su forma. Por lo cual, ésta y los rostros humanos como libros. Consideraba el libro una creación
[la forma] será para siempre su propiedad exclusiva» 4. humana porque, como el hombre, tiene cuerpo y alma: «Assimilo yo
La forma textual es entonces la única, aunque poderosa, justifica- un libro á la fabrica de un hombre, el qual consta de anima racional,
ción de la apropiación singular de las ideas comunes, tal y como las con que la crió Nuestro Señor con tantas excelencias como su Divina
transmiten los objetos impresos. Esta propiedad tiene un carácter total- Magestad quiso darle; y con la misma omnipotencia formó al cuerpo
mente particular porque, al ser inalienable, permanece indisponible, galan, hermoso, y apacible'''. Si el libro puede ser comparado con el
intransmisible, y quien la adquiere (por ejemplo, un librero) no puede hombre es porque Dios creó a la criatura humana de la misma manera
ser más que el usufructuario o el representante, obligado por toda una que un impresor imprime un libro.
serie de imposiciones, como la limitación de la tirada de cada edición o En 1675 el letrado Melchor de Cabrera había dado una forma más
el pago de un derecho para toda reedición. Las distinciones conceptua- elaborada a la comparación considerando al Hombre como el único 11-

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bro impreso entre los seis que escribió Dios. Los otros cinco son el Cielo luna íntima, silenciosa y luciente, y en la Eneida significaron el interlu-
estrellado, comparado con un inmenso pergamino cuyo alfabeto son los nio, la oscuridad que permitió a los griegos entrar en la ciudadela de
astros; el Mundo, que es la suma y el mapa de la Creación en su totali- Troya [...].La literatura no es agotable, por la suficiente y simple razón
dad; la Vida, identificada con un registro que contiene los nombres de de que un solo libro no lo es. El libro no es un ente incomunicado: es
todos los elegidos; el propio Cristo, que es a la vez «exemp/um» y «exenz- una relación, es un eje de innumerables relaciones. Una literatura di-
piar», un ejemplo propuesto a todos los hombres y el manuscrito origi- fiere de otra ulterior o anterior, menos por el texto que por la manera
nal que debe ser reproducido; y la Virgen, el primero de todos los libros, de ser leída. Si me fuera otorgado leer cualquier página actual —ésta,
cuya creación en el Espíritu de Dios, la «Mente Divina», preexistió a la por ejemplo— como la leerán el año 2000, yo sabría cómo será la litera-
del Mundo y los siglos. Entre estos libros de Dios, todos mencionados tura el año 2000»9.
por las Escrituras o los padres de la Iglesia, y todos referidos por Cabre- En este sentido del diálogo infinito establecido entre el texto y sus
ra a uno u otro de los objetos'cle la cultura escrita de su tiempo, el hom- lectores, el «libro» nunca desaparecerá. Pero ¿es un libro solamente un
bre es una excepción porque resulta del trabajo de la imprenta: «Puso texto? ¿y la literatura solamente palabras e imágenes que atraviesan los
Dios en la prensa su Imagen, y Sello, para que la copia saliesse confor- siglos y cuya inalterada permanencia se ofrece a las interpretaciones o
me á la que avia de tomar [...] y quiso juntamente alegrarse con tantas, «entonaciones» diversas de sus sucesivos lectores? Hace poco, David
y tan varias copias de su mysterioso Kastan, un crítico shalcespeariano, calificó de «platónica» la perspecti-
Paredes comparte la imagen. Pero, para él, el alma del libro no es va según la cual una obra trasciende todas sus posibles encarnaciones
sólo el texto tal y como fue compuesto, dictado, imaginado por su crea- materiales, y de «pragmática» la que afirma que ningún texto existe
dor, ya que es «un libro perfectamente acabado, el cual constando de fuera de las materialidades que lo dan a leer u oír'''. Esta percepción
buena doctrina, y acertada disposicion del Impresor, y Corrector, que contradictoria de los textos divide tanto a la crítica literaria como a la
equiparo al alma del libro; y impresso bien en la prensa con limpieza, y práctica editorial, y opone a aquellos para quienes es necesario recupe-
asseo, le puedo comparar al cuerpo airoso y galan»8. Si el cuerpo del li- rar el texto tal y como su autor lo redactó, imaginó, deseó, reparando
bro es el resultado del trabajo de los tiradores o prensistas, su alma no las heridas que le infligieron la transmisión manuscrita o la composi-
está moldeada solamente por el autor, sino que recibe su forma de to- ción tipográfica, con aquellos para quienes las múltiples formas textua-
dos aquellos —maestro impresor, componedores o cajistas y correcto- les en las que fue publicada una obra constituyen sin diferentes estados
res— que están al cuidado de la puntuación, la ortografía y la compagi- históricos que deben ser respetados, posiblemente editados y siempre
nación. De este modo, Paredes rechaza de antemano la separación que comprendidos en su irreductible diversidad.
estableció el siglo xvux entre la sustancia esencial de la obra, considera- Es una misma tensión entre la inmaterialidad de las obras y la mate-
da para siempre idéntica a sí misma cualquiera que sea su forma, y las rialidad de los textos la que caracteriza las relaciones de los lectores con
variaciones accidentales del texto, que resultan del trabajo en el taller y los libros de que se apropian, aunque no sean ni críticos ni editores. En
que contribuyen a la producción no sólo del libro sino también del tex- una conferencia pronunciada en 1978 titulada «El libro», Borges decla-
to mismo. ró: «Yo he pensado, alguna vez, escribir una historia del libro». Pero, de
«¿Qué es un libro» es también una pregunta de los modernos, que inmediato, diferencia radicalmente su proyecto de todo interés por las
se encuentra a menudo vinculada con otras: «¿Qué es un autor?» formas materiales de los objetos escritos: «No me interesan los libros
(Foucault?) o «¿Qué es la literatura?» (Sartre). Ahora quisiera detener- físicamente (sobre todo los libros de los bibliófilos, que suelen ser des-
me en la respuesta de Borges en 1952. ¿Qué es un libro?: «Un libro es mesurados), sino las diversas valoraciones que el libro ha recibido»".
más que una estructura verbal, o que una serie de estructuras verbales; Para él, los libros son objetos cuyas particularidades físicas no importan
es el diálogo que entabla con su lector y la entonación que impone a su mucho. Lo que cuenta es la manera en que el libro, sea cual fuere su
voz y las cambiantes y durables imágenes que dejan en su memoria. Ese materialidad específica, fue apreciado —y a menudo despreciado res-
diálogo es infinito; las palabras amica silentia lunae significan ahora la pecto de la palabra «alada y sagrada»—. Lo que importa es la lectura,

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PRÓLOGO A ESTA EDICIÓN
ROGER CHARTIER

no el objeto leído: «Qué es un libro si no lo abrimos? Es simplemente solo autor (Petrarca, Boccacio, Christine de Pisan), ya que anterior-
un cubo de papel y cuero con hojas; pero si lo leemos ocurre algo raro, mente esta relación caracterizaba solamente a las autoridades canóni-
creo que cambia cada vez. [...] Cada vez que leemos un libro, el libro cas antiguas y cristianas y a las obras en latín; y, finalmente, en el siglo
ha cambiado, la connotación de las palabras es otra». Un Borges «plató- xv, la invención de la imprenta que sigue siendo hasta ahora la técnica
nico», entonces, insensible a la materialidad del texto. más utilizada para la reproducción de los textos. Somos herederos de
Pero cuando en el fragmento de la autobiografía que dictó a Nor- esta historia tanto para la definición del libro, es decir, su considera-
man Thomas di Giovanni el mismo Borges evoca su encuentro con uno ción a la vez como un objeto material y una obra intelectual o estética
de los libros de su vida, Don Quijote, lo que acude a su memoria es ante
identificada por el nombre de su autor, como para la percepción de la
todo el objeto: «Todavía recuerdo aquellos volúmenes rojos con letras cultura escrita que se fundamenta sobre distinciones inmediatamente
estampadas en oro de la edición Garnier. En algún momento la biblio- visibles entre los objetos (cartas, documentos, diarios, libros, etcétera).
teca de mi padre se fragmrntó, y cuando leí El Quijote en otra edición
Es este orden de los discursos el que cambia profundamente con la
tuve la sensación de que no era el verdadero. Más tarde hice que un textualidad electrónica. Es ahora un único aparato, el ordenador, el
amigo me consiguiera la edición de Garnier, con los mismos grabados que hace aparecer frente al lector las diversas clases de textos previa-
en acero, las mismas notas a pie de página y también las mismas erratas.
mente distribuidas entre objetos distintos. Todos los textos, sean del
Para mí todas esas cosas forman parte del libro; considero que ése es el género que sean, son leídos en un mismo soporte (la pantalla ilumina-
verdadero Quijote)» 2. Para siempre, la historia escrita por Cervantes será
da) y en las mismas formas (generalmente aquellas decididas por el
para Borges ese ejemplar de una de las ediciones que los Garnier ex- lector). Se crea así una continuidad que ya no diferencia los diversos
portaban al mundo de lengua española y que fue la lectura de un lector discursos a partir de su materialidad propia. De ahí surge una primera
todavía niño. El principio platónico no es de mucho peso ante el retor- inquietud o confusión de los lectores, que deben afrontar la desapari-
no pragmático del recuerdo.
ción de los criterios inmediatos, visibles, materiales, que les permitían
Esta última percepción que no separa el texto del «libro», pero de distinguir, clasificar y jerarquizar los discursos.
un libro cuya forma es muy diferente de las de los rollos de los antiguos Por otro lado, es la percepción de la obra como obra la que se vuelve
o de los libros xilográficos de las chinos, nos conduce a reflexionar so- más difícil. El mundo digital nos acerca Cada día más a la biblioteca uni-
bre el primero y más fundamental desafío lanzado al mundo de los li- versal, abarcando todos los libros que han sido publicados, todos los
bros tal como los conocemos después de la aparición del codex por las textos que se han escrito. Pero la lectura frente a la pantalla es una lec-
mutaciones introducidas por la revolución del texto digital. tura que transforma la relación con las obras del pasado o del presente.
La más esencial se refiere al orden de los discursos. En la cultura Es generalmente una lectura discontinua, que busca a partir de pala-
impresa tal como la conocemos este orden se establece a partir de la bras claves o rúbricas temáticas el fragmento textual del cual quiere
relación entre tipos de objetos (el libro, el periódico, la revista), catego- apoderarse (un artículo en un periódico, un capítulo en un libro, una
rías de textos y formas de lectura. Semejante vinculación se arraiga en
información en una website) sin que sea percibida la identidad y la cohe-
una historia de muy larga duración de la cultura escrita y resulta de la rencia de la totalidad textual que contiene este elemento. En un cierto
sedimentación de tres innovaciones fundamentales: en primer lugar, sentido, en el mundo digital todas las entidades textuales son como
entre los siglos uy xv, la difusión de un nuevo tipo de libro que es toda- bancos de datos que procuran fragmentos cuya lectura no supone de
vía el nuestro, es decir el libro compuesto de hojas y páginas reunidas ninguna manera la comprensión o percepción de las obras en su iden-
dentro de una misma encuadernación, el libro al que llamamos codex y
tidad singular.
que sustituyó a los rollos de laAntigüedad griega y romana; en segundo La originalidad y la importancia de la revolución digital reside en
lugar, a finales de la Edad Media, en los siglos xrv y xv, antes de Guten- que obliga al lector contemporáneo a abandonar todas las herencias
berg, la aparición del «libro unitario», es decir la presencia dentro un que lo han moldeado ya que la textualidad digital ha dejado de utilizar
mismo libro manuscrito de obras compuestas en lengua vulgar por un la imprenta (por lo menos en su forma tipográfica), ignora el «libro

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PRÓLOGO A ESTA EDICIÓN ROGER CHARTIER

unitario» y es ajena a la materialidad del codex. Es al mismo tiempo una Semejante lectura dosifica el texto sin necesariamente atenerse al
revolución de la modalidad técnica de la reproducción de lo escrito, contenido de una página, y compone ajustes textuales singulares y efi-
una revolución de la percepción de las entidades textuales y una revo- meros. Esta lectura discontinua y segmentada supone y produce, según
lución de las estructuras y formas más fundamentales de los soportes de la expresión de Umberto Eco, una (calfabetizazione distratta», una lectura
la cultura escrita. De ahí, a la vez, la inquietud de los lectores, que de- rápida, fragmentada, que busca informaciones y no se detiene en la
ben transformar sus hábitos y percepciones, y la dificultad para enten- comprensión de las obras en su coherencia y totalidad. Ésta, si bien
der una mutación que lanza un profundo desafío tanto a las categorías puede convenir a las obras de naturaleza enciclopédica, que nunca fue-
que solemos manejar para describir la cultura escrita como a la identifi- ron leídas desde la primera hasta la última página, parece inadecuada
cación entre el libro entendido corno una obra y como un objeto cuya frente a los textos cuya apropiación supone una lectura continua y
existencia empezó durante los primeros siglos de la era cristiana. atenta, una familiaridad con la obra y la percepción del texto como
«Se habla de la desaparición del libro; yo creo que es imposible», de- creación original y coherente. La incertidumbre del porvenir remite
claró Borges en 1978. 's No tenía totalmente razón ya que en su país hacia fundamentalmente a la capacidad del texto desencuadernado del mun-
dos años que se quemaban libros y que desaparecían autores o editores, do digital de superar la tendencia al derrame que lo caracteriza y de apo-
asesinados. Pero su diagnóstico expresaba otra cosa, la confianza en la derarse así tanto de los libros que se leen como de los que se consultan.
supervivencia del libro frente a los nuevos medios de comunicación: el Remite también a la capacidad de la textualidad electrónica de superar
cine, el disco, la televisión. ¿Podemos mantener hoy en día tal certidum- la discrepancia que existe entre, por un lado, los criterios que en el
bre? Plantear así la cuestión quizá no designa adecuadamente la realidad mundo de la cultura impresa permiten organizar un orden de los dis-
de nuestro presente caracterizado por una nueva técnica y forma de ins- cursos que distingue y jerarquiza los géneros textuales y, por otro lado,
cripción, difusión y lectura de los textos ya que las pantallas del presente una práctica de lectura frente a la pantalla que no conoce sino fragmen-
no ignoran la cultura escrita sino que la transmiten y la multiplican. tos recortados en una continuidad textual sin límites.
Sin embargo, no sabemos todavía muy bien cómo esta nueva moda- Entonces, las mutaciones de nuestro presente modifican todo a la
lidad de lectura transforma la relación de los lectores con lo escrito. vez, los soportes de la escritura, la técnica de su reproducción y disemi-
Sabemos bien que la lectura del rollo de la Antigüedad era una lectura nación y las maneras de leer. Tal simultaneidad resulta inédita en la
continua, que movilizaba el cuerpo entero, que no permitía al lector historia de la humanidad. La invención de la imprenta no modificó las
escribir mientras leía. Sabemos bien que el coda, manuscrito o impre- estructuras fundamentales del libro, compuesto, tanto antes como des-
so, permitió gestos inéditos (hojear el libro, citar pasajes con precisión, pués de Gutenberg, por pliegos, hojas y páginas reunidos en un mismo
establecer índices) y favoreció una lectura fragmentada pero que siem- objeto. En los primeros siglos de la era cristiana, esta nueva forma del
pre percibía la totalidad de la obra, identificada por su materialidad libro, la del coda, se impuso a costa del rollo, pero no estuvo acompaña-
misma. da por una transformación de la técnica de reproducción de los textos,
¿Cómo caracterizar la lectura del texto electrónico? Para compren- siempre asegurada por la copia manuscrita. Y si bien la lectura ha cono-
derla Antonio Rodríguez de las Heras formuló dos observaciones que cido varias revoluciones, señaladas o discutidas por los historiadores,
nos obligan a abandonar las percepciones espontáneas y los hábitos he- todas ocurrieron durante la larga duración del codex: así, las conquistas
redados14. En primer lugar, debe considerarse que la pantalla no medievales de la lectura silenciosa y visual, la fiebre de leer que caracte-
es una
página, sino un espacio de tres dimensiones, que tiene profundidad y rizó el tiempo de las Luces, o incluso, a partir del siglo XIX, la entrada
en el que los textos alcanzan su superficie iluminada. Consecuente- en la lectura de nuevos lectores: los artesanos y campesinos, las mujeres
mente, y por primera vez, en el espacio digital es el texto mismo, y no su y los niños, tanto dentro como fuera de la escuela.
soporte, el que está plegado. La lectura del texto electrónico debe pen- Al romper el antiguo lazo anudado entre los textos y los objetos, en-
sarse, entonces, como un despliegue del texto o, mejor dicho, una tex- tre los discursos y su materialidad, la revolución digital obliga a una ra-
tualidad blanda, móvil e infinita. dical revisión de los gestos y las nociones que asociamos con lo escrito.
ROGER CHARTIER
PRÓLOGO A ESTA EDICIÓN

ptolomeos. La conversión digital de las colecciones existentes promete


A pesar de la inercia del vocabulario que intenta domesticar la novedad
la constitución de una biblioteca sin muros, donde se podría acceder a
denominándola con palabras familiares, los fragmentos de textos que
todas las obras que fueron publicadas en algún momento, a todos los
aparecen en la pantalla no son páginas, sino composiciones singulares
y efímeras. Y, contrariamente a sus predecesores, rollos o códices, el li- escritos que constituyen el patrimonio de la humanidad. La ambición
es magnífica y admirable. Pero conduce aun interrogante sobre lo que
bro electrónico no se diferencia ya de las otras producciones de la escri-
implica esta violencia ejercida sobre los textos, dados a leer bajo formas
tura por la evidencia de su forma material.
La discontinuidad existe incluso en las aparentes continuidades. La que no son más aquellas donde figuraban para sus lectores del pasado.
Semejante transformación no carece de precedentes —se podría
lectura frente a la pantalla es una lectura discontinua, segmentada, ata-
decir— y fue en códices, y ya no en los rollos de su primera circulación,
da al fragmento más que a la totalidad. ¿Acaso no resulta, por este he-
donde los lectores medievales y modernos se apropiaron de las obras
cho, la heredera directa de las prácticas permitidas y suscitadas por el
antiguas o, al menos, de aquellas que pudieron o quisieron copiar. Se-
codex? En efecto, este último invita a hojear los textos, apoyándose en
guramente. Pero para comprender las significaciones que los lectores
sus índices o bien a «saltos y brincos» como decía Montaigne. El codex
han dado a los textos de los que se apoderaron es necesario proteger,
invita a comparar diferentes pasajes, como lo quería la lectura tipológi-
conservar y comprender los objetos escritos que los han transmitido.
ca de la Biblia, o a extraer y copiar citas y sentencias, como lo exigía la
La felicidad suscitada por la posibilidad de una biblioteca universal po-
técnica humanista de los lugares comunes. Sin embargo, la similitud
dría volverse una impotente amargura si se traduce en la relegación o,
morfológica no debe engañar. La discontinuidad y la fragmentación de
peor aún, la destrucción de los objetos impresos que han alimentado a
la lectura no tienen el mismo sentido cuando están acompañadas de la
lo largo del tiempo los pensamientos y sueños de aquellos y aquellas
percepción de la totalidad textual contenida en el objeto escrito, que
que los han leído. La amenaza no es universal, y los incunables no tie-
cuando la superficie luminosa de la pantalla muestra fragmentos tex-
nen nada que temer, pero no ocurre lo mismo con las más humildes y
tuales que no se remiten más al corpus de donde fueron extraídos.
Los interrogantes del presente hallan sus razones en estas rupturas recientes publicaciones'6 .
Estas cuestiones ya han sido largamente discutidas por los innume-
decisivas'5 . ¿Cómo mantener el concepto de propiedad literaria, defi- rables discursos que intentan conjurar, por su propia abundancia, la
nido desde el siglo xvin a partir de una identidad perpetuada de las
desaparición anunciada del libro, de lo impreso y de la lectura. A la ad-
obras, reconocible más allá de cual fuera la forma de su publicación,
miración ante las increíbles promesas de navegaciones entre los archi-
en un mundo donde los textos son móviles, maleables, abiertos?
piélagos de los textos digitales se le ha opuesto la nostalgia por un mun-
¿Cómo reconocer un orden del discurso, que fue siempre un orden de
do de lo escrito que ya habríamos perdido. ¿Pero en verdad hay que
los libros o, para decirlo mejor, un orden de las producciones escritas
elegir entre el entusiasmo y el lamento? Para situar mejor las grandezas
que asocia estrechamente autoridad de saber y forma de publicación,
y miserias de las transformaciones del presente, tal vez sea útil apelar a
cuando las posibilidades técnicas permiten, sin controles ni plazos, la
la única competencia que pueden reclamar los historiadores. Siempre
puesta en circulación universal de opiniones y conocimientos, pero
han sido lamentables profetas, pero, a veces, al recordar que el presen-
también de errores y falsificaciones? ¿Cómo preservar maneras de leer
te está hecho de pasados sedimentados, han podido contribuir a un
que construyan la significación a partir de la coexistencia de textos en
diagnóstico más lúcido en cuanto las novedades que seducían o espan-
un mismo objeto (un libro, una revista, un periódico) mientras que el
nuevo modo de conservación y transmisión de los escritos impone a la taban a sus contemporáneos".
En la historia de larga duración de la cultura escrita, cada mutación
lectura una lógica analítica y enciclopédica donde cada texto no tiene
otro contexto más que el proveniente de su pertenencia a una misma (la aparición del codex, la invención de la imprenta, las revoluciones de
la lectura) produjo una coexistencia original entre los antiguos objetos
temática? y gestos y las nuevas técnicas y prácticas. Es precisamente una reorgani-
El sueño de la biblioteca universal parece hoy más próximo a hacer-
zación semejante de la cultura escrita lo que la revolución digital nos
se realidad que nunca antes, incluso más que en la Alejandría de los

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iROLOCO A ESTA EDICIÓN

obliga a buscar. Dentro del nuevo orden de los discursos que se esboza
no parece que el libro vaya a morir en los dos sentidos de la palabra. No
va a morir como discurso, como obra cuya existencia no está atada a INTRODUCCIÓN
una forma material particular. Los diálogos de Platón fueron compues-
tos y leídos en el mundo de los rollos, fueron copiados y publicados en
códices manuscritos y después impresos, y hoy en día pueden leerse Guglielmo Cavallo y Roger Cha rtier
frente a la pantalla. Tampoco va a morir el libro como objeto porque
este «cubo de papel con hojas», como decía Borges, es todavía el objeto
más adecuado a los hábitos y expectativas de los lectores que entablan
un diálogo intenso y profundo con las obras que les hacen pensar, de-
sear o soñar.
Sin embargo, es verdad que la forma digital de producción y trans-
misión de los escritos lanza un profundo desafío tanto a las categorías
que fundamentaron el orden del discurso que es todavía el nuestro
(por ejemplo, propiedad intelectual, originalidad de la obra, o indivi-
M uy lejos de ser escritores, fundadores de un lugar propio, herede-
ros de los labradores de antaño pero en el terreno del lenguaje, cava-
dualización de la escritura) como a la relación con la cultura escrita, dores de pozos y constructores de casas, los lectores son viajeros; circu-
siempre plasmada hasta la aparición del ordenador por la inseparable
lan por tierras ajenas, nómadas dedicados a la caza furtiva en campos
vinculación entre el texto y el objeto, la obra y el libro, los artículos y la
revista o el periódico. que no han escrito, arrebatando los bienes de Egipto para gozar de
ellos. La escritura acumula, almacena, resiste al tiempo mediante el es-
Presentando una historia de larga duración de las normas y prácti-
tablecimiento de un lugar y multiplica su producción por el expansio-
cas de la lectura, este libro quiere proponer a una comprensión más
nismo de la reproducción. La lectura no se garantiza contra el desgaste
adecuada de las mutaciones, o revoluciones que caracterizan nuestro
del tiempo (se olvida y se la olvida), no conserva la experiencia lograda
presente —un presente en el cual el lector puede encontrar lo que lee
(o lo hace mal), y cada uno de los lugares por donde pasa es una repeti-
en tres formas: lo escrito a mano, la publicación impresa, la representa-
ción del paraíso perdido .
ción digital—. Es una situación nueva, inédita, provechosa y que pre-
senta grandes desafíos. Paradójicamente, para entenderla es menester
Este texto de Michel de Certeau establece una distinción fundamental
encontrar a los lectores del pasado. Son ellos los que pueden ayudar-
entre la huella escrita, sea cual fuere, fijada, duradera, conservadora, y
nos a percibir con mayor agudeza las transformaciones que hoy en día
nos maravillan e inquietan. sus lecturas, siempre en el orden de lo efímero, de lo plural, de la in-
vención. De ese modo sirve para definir el proyecto del presente libro,
escrito a varias manos, que descansa en dos ideas esenciales. La prime-
ra es que la lectura no está previamente inscrita en el texto, sin distan-
25 de julio de 2011 cia pensable entre el sentido asignado a este último (por su autor, su
editor, la crítica, la tradición, etc.) y el uso o la interpretación que cabe
hacer por parte de sus lectores. La segunda reconoce que un texto no
existe más que porque existe un lector para conferirle significado:

Ya se trate del periódico o de Proust, el texto no cobra significado más


que a través de sus lectores; con ellos cambia, y se ordena con arreglo a
unos códigos de percepción que se le van de las manos. No se convierte

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