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La transmisión del texto: escritura, lecturas, libros y bibliotecas

Mattia Musso
matmus@alum.us.es

Entrega 3, Comentario de «Del culto de los libros 1»

Jorge Luis Borges, en este cuento, ofrece al lector una serie de opiniones de unos grandes intelectuales
de la historia humana sobre la importancia, o en este caso el culto de los libros en la sociedad humana.
El celebérrimo escritor argentino proporciona también una reseña de algunos textos de la antigüedad
en los cuales se discute la importancia y la función del manuscrito para la comunidad humana a lo
largo de los siglos, analizando el rol de la escritura y su relación con la oralidad.
En primer lugar, Borges nos ofrece una comparación entre la Odisea y la cultura griega antigua
y el pensamiento del poeta y crítico francés Stephane Mallarmé sobre lo que en este cuento se llama
«justificación estética de los males 2»: si en el octavo libro de la obra maestra de Homero (o cualquier
escritor o grupo de escritores haya escrito la Ilíada y la Odisea) se lee que las divinidades causan
desventuras y adversidades para que a las generaciones futuras no les falte cosas y tragedias para
contar y cantar, Mallarmé declara que «el mundo existe solo para llegar al libro3».
Borges, con respecto a ese culto del libro, comenta que, en su opinión, cualquier libro es para
todo el mundo algo sagrado: hace el ejemplo de Cervantes que leía hasta «los papeles rotos de las
calles4» y luego nos explica que el gran Julio Cesar no compartía para nada este fetichismo moderno
hacia los libros. Se comenta también que Pitágoras no escribió nada porque tenía mucha confianza
en la instrucción hablada y que Platón, en uno de sus cuentos egipcios, afirma que los libros son como
las figuras pintadas, «que parecen vivas, pero no contestan una palabra a las preguntas que les
hacen5». Clemente de Alejandría, hombre de cultura pagana, parece compartir esa difidencia hacia
los libros, declarando que la instrucción y la enseñanza de viva voz son más confiables que la
trasmisión del conocimiento escrita, porque un escritor y un maestro no pueden elegir a sus lectores
de la misma manera con la cual eligen a sus discípulos.
Después del desarrollo de esta difidencia hacia el libro, a partir del siglo IV, comenta Borges,
tiene lugar un cambio de perspectiva: la palabra escrita predomina sobre la palabra hablada, la pluma
predomina sobre la voz. Cuenta Borges que San Agustín, en sus Confesiones, así describió una
costumbre muy curiosa de San Ambrosio, su maestro y obispo de Milán: «[…] Cuando Ambrosio

1
Borges, J., L., (1951), «Del culto de los libros», en Otras inquisiciones, Madrid: Alianza, 1976, pp. 110-115,
digitalizado en https://personal.us.es/jsolis/borgeslectura.htm.
2
Ibidem.
3
Ibidem.
4
Ibidem.
5
Ibidem.
leía, pasaba la vista sobre las páginas penetrando su alma, en el sentido, sin […] proferir una palabra
ni mover la lengua. Muchas veces —pues a nadie se le prohibía entrar, ni había costumbre de avisarle
quién venía—, lo vimos leer calladamente y nunca de otro modo, y al cabo de un tiempo nos íbamos,
conjeturando que aquel breve intervalo que se le concedía para reparar su espíritu, libre del tumulto
de los negocios ajenos, no quería que se lo ocupasen en otra cosa, tal vez receloso de que un oyente,
atento a las dificultades del texto, le pidiera la explicación de un pasaje oscuro o quisiera discutirlo
con él, con lo que no pudiera leer tantos volúmenes como deseaba. Yo entiendo que leía de ese modo
por conservar la voz, que se le tomaba con facilidad. En todo caso, cualquiera que fuese el propósito
de tal hombre, ciertamente era bueno 6 […]». Lo que afirma Borges aquí es que con esa costumbre de
leer en voz baja se llegó al concepto del libro como fin en sí mismo, y no como instrumento o medio
de otro fin distinto; el libro deja de ser un “contenedor” de información para ser transmitida y
enseñada a los demás: se convierte él mismo en la información. El libro en sí, su contenido, es la
información, la cultura, la norma, el conocimiento.
Para los musulmanes, comenta Borges, el Libro por excelencia, el Alcorán (o Corán) no es una
simple obra o una creación divina: es uno de los atributos que constituyen la esencia de Dios, como
su eternidad, su omnipotencia y su ira7. Este libro sagrado no es el instrumento del mensaje de Dios:
es él en sí mismo el mensaje de Dios, él mismo representa a Dios en toda su grandeza y esplendor.
Borges, más adelante en su cuento, nos propone la visión de este asunto del filósofo inglés
Francis Bacon que, en la obra The Advancement of Learning (siglo XVII), declaraba: «Dios nos
ofrecía dos libros, para que no incidiéramos en error: el primero, el volumen de las Escrituras, que
revela Su voluntad; el segundo, el volumen de las criaturas, que revela Su poderío y que éste era la
llave de aquél8». Bacon afirmaba que el mundo en el cual vivimos se puede reducir a formas
esenciales que van a integrar un abecedarium naturae o una serie de letras con la cuales se escribe el
texto universal.
También en la obra de Galileo, sigue Borges, es posible encontrar varias perspectivas del
concepto del libro como universo: «La filosofía está escrita en aquel grandísimo libro que
continuamente está abierto ante nuestros ojos (quiero decir, el universo), pero que no se entiende si
antes no se estudia la lengua y se conocen los caracteres en que está escrito. La lengua de ese libro es
matemática y los caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas 9». El libro aquí se

6 Ibidem.
7
Ibidem.
8
Ibidem.
9 Favaro, A., (1949), Galileo Galilei: Pensieri, motti e sentenze, Barbera editorial, Florencia, en «Del culto de los

libros», en Otras inquisiciones, Madrid: Alianza, 1976, pp. 110-115, digitalizado en


https://personal.us.es/jsolis/borgeslectura.htm.
interpreta como modelo del universo y como modelo de todo el conocimiento humano: es la llave
para entender el mundo.
Para terminar su cuento, Borges expone el punto de vista de León Bloy, escritor y periodista
francés del siglo XIV. Bloy (1912) mantiene una actitud crítica hacia los seres humanos y su
importancia en el mundo, pero lo más importante, en este contexto, es que también él percibe la
humanidad como parte de un proyecto divino que se desarrolla alrededor del concepto de libro: «No
hay en la tierra un ser humano capaz de declarar quién es. Nadie sabe qué ha venido a hacer a este
mundo, a qué corresponden sus actos, sus sentimientos, sus ideas, ni cuál es su nombre verdadero, su
imperecedero Nombre en el registro de la Luz. La historia es un inmenso texto litúrgico, donde las
iotas y puntos no valen menos que los versículos o capítulos íntegros pero la importancia de unos y
de otros es [...] indeterminable y está profundamente escondida 10». El ser humano aquí, dejando a
lado por un momento su papel y su importancia en el esquema divino, se imagina como un elemento
que forma parte, junto con todos los organismos viviente, del inmenso libro que es el universo. En
unos siglos, se ha pasado desde la concepción que los libros no servían a nada y que eran solamente
una copia escrita de lo que se trasmitía oralmente a construir e imaginar el proyecto de Dios como un
libro en cuyas páginas se hallan los seres humanos, los animales, el mundo entero. Así se puede
entender mejor lo que Borges escribe al principio de su cuento: «Un libro, cualquier libro, es para
nosotros un objeto sagrado11 […]».

Leyendo y recorriendo el cuento de Borges, nos hemos dado cuenta de que la concepción del
libro y en general de las obras escritas ha cambiado a lo largo de los años: para los griegos de la edad
de Homero el libro era el repositorio de los cuentos en los cuales los dioses causaban tragedias para
dar a las generaciones futuras para cantar; para Platón y Clemente de Alejandría el libro no
proporcionaba ninguna respuesta a ninguna pregunta y escribir cosas no era seguro ya que un escritor
no puede elegir a sus lectores como un maestro elige a sus discípulos; desde San Agustín y San
Ambrosio en cambio el libro acaba de ser un mero instrumento y se convierte en la información en sí
misma; para los musulmanes el libro es un atributo de la esencia de Allah; para Galileo es el modelo
del universo y del conocimiento humano; para Bloy, los seres humanos somos letras de un libro

10
Bloy, L. (1912), L'âme de Napoleon, en «Del culto de los libros», en Otras inquisiciones, Madrid: Alianza, 1976, pp.
110-115, digitalizado en https://personal.us.es/jsolis/borgeslectura.htm.

11Borges, J., L., (1951), «Del culto de los libros», en Otras inquisiciones, Madrid: Alianza, 1976, pp. 110-115,
digitalizado en https://personal.us.es/jsolis/borgeslectura.htm.
mágico. Lo que tenemos que tener en cuenta es que, a pesar de las distintas visiones del libro a lo
largo de la historia humana, este objeto, con todo lo que históricamente lleva en sí, es tanto
materialmente sencillo como metafórica e históricamente precioso.

Referencias bibliográficas

Bloy, L. (1912), L'âme de Napoleon, en «Del culto de los libros», en Otras inquisiciones, Madrid: Alianza, 1976, pp.
110-115, digitalizado en https://personal.us.es/jsolis/borgeslectura.htm.

Borges, J., L., (1951), «Del culto de los libros», en Otras inquisiciones, Madrid: Alianza, 1976, pp. 110-115, digitalizado
en https://personal.us.es/jsolis/borgeslectura.htm.

Favaro, A., (1949), Galileo Galilei: Pensieri, motti e sentenze, Barbera editorial, Florencia, en «Del culto de los libros»,
en Otras inquisiciones, Madrid: Alianza, 1976, pp. 110-115, digitalizado en
https://personal.us.es/jsolis/borgeslectura.htm.

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