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Arquitectura biológica
Por Marta Muñoz Recarte
Lygia
Clark, Baba antropofágica, 1973.
“Te envío una foto de un trabajo que llamo Baba antropofágica”, le
decía Clark a su gran amigo y también artista brasileño Hélio
Oiticica en una de sus múltiples cartas. “Una persona se estira en el
suelo. Alrededor suyo los jóvenes que están arrodillados se ponen
en la boca un carrete de hilo de varios colores. Empiezan a estirar
con la mano el hilo que cae sobre la persona acostada hasta vaciar
el carrete. El hilo sale lleno de saliva y la gente que lo estira
empieza a sentir simplemente que está estirando un hilo, pero
enseguida tiene la percepción de que está tirando el propio vientre
hacia el exterior. Es, sobre todo, la fantasmática del cuerpo lo que
me interesa y no el cuerpo en sí. Después, las personas se
enzarzan con esa baba y ahí empieza una especie de lucha que es
el défoulement para romper la baba, acto realizado con agresividad,
euforia y alegría e incluso dolor, porque los hilos son demasiado
duros para ser rotos. Al acabar pido el vécu, que es lo más
importante, y así me voy enriqueciendo a través de la elaboración
del otro.” (1997: 228)
En 1973, año en el que realiza esta obra, o “proposición” como ella
prefería denominarla, Lygia Clark ya había renunciado a su
“condición de artista”, o eso nos había querido hacer creer. Las
“obras de arte” –en tanto que objetos artísticos- hacía tiempo que
habían dejado de ser importantes en sí mismas. Lo fundamental no
era crear un objeto que mantuviera y preservara su aura e
indirectamente la del artista, sino realizar “proposiciones”. Para
Lygia, ese era el nuevo papel que debía jugar el artista, alejándose,
y renunciando a ese lugar privilegiado al que había conseguido
acceder. Un lugar que a Lygia no le interesaba nada, un lugar
habitado por seres románticos que se negaban a renunciar a su
condición de “creadores semidivinos”. El artista, a partir de ahora,
debía dedicarse a provocar situaciones que ayudaran al espectador
a liberarse. Podríamos aventurarnos a afirmar que, en cierto modo,
el artista había abandonado su parte creadora (o por lo menos en
su aspecto más tradicional): no sólo había dejado atrás la creación
o manipulación artesanal, sino que ni siquiera debía ya presentar
proyectos para que estos fueran posteriormente ejecutados. El
artista ahora realizaba proposiciones para que fueran otros las que
las experimentaran. Y lo que es más importante, para Clark esa
experiencia no se limitaba al campo estético, sino que se inmiscuía
en el amplio terreno de la vida. Lygia buscaba, como acabamos de
decir, la liberación del espectador a través de la experiencia que
tenía lugar cuando esas proposiciones se desarrollaban.
Y es que puede que los Objetos relacionales no sean más que una
radicalización de aquella revolucionaria propuesta presente en
Caminando y que, como sugería Rolnik, en referencia a la famosa
patada de Mario Pedrosa, fuera ahora Clark la que daba la patada
pero no a una obra de arte concreta sino al mundo artístico en
general. (1997: 344)
REFERENCIAS